martes, 1 de diciembre de 2009
POR QUÉ CAYÓ EL GOBIERNO PERONISTA
por Jorge Abelardo Ramos
Las fuerzas armadas han derribado el gobierno y ocupado el poder. En 1930, voltearon el gobierno popular de Yrigoyen; en 1943, al gobierno oligárquico de Castillo; en 1955 a Perón; en 1962 al gobierno de Frondizi, votado por los peronistas en forzada opción; y en 1966 a Illia, que había llegado a la presidencia por la proscripción del peronismo con el 20 % de los votos.
Dejemos a un lado las veinte conspiraciones o cuarenta y más “planteos” en ese medio siglo de historia argentina. Semejante regularidad en los pronunciamientos militares indica claramente que la sociedad argentina está enferma, ¿Cuál es la naturaleza de su enfermedad? Simplemente que la Argentina está a mitad de camino entre el capitalismo avanzado tal cual se dio en Europa y Estados Unidos, y una estructura petrificada, puramente agraria, comercial y pastoril, típica de una semicolonia disfrazada con un barniz superficial de modernidad. La vieja oligarquía no deja avanzar hacia el capitalismo y la débil burguesía nacional es incapaz de eliminar a la oligarquía. El Ejército se ha hecho intérprete, según las circunstancias y el nivel político de la oficialidad, de uno u otro sector. Pero este dilema histórico-económico ha dado lugar a la aparición de dos grandes movimientos nacionales, el yrigoyenismo y el peronismo. Sus caudillos representaron la ambición legítima de las masas populares, del naciente proletariado, del pequeño empresariado, de los colonos y agricultores, de la clase media vinculada a la burocracia o a las economías provinciales, de crear un país autónomo, con un régimen capitalista próspero y una soberanía inatacable. Pero los grandes caudillos y las clases agrupadas alrededor de ellos fracasaron en ese empeño. Fueron infamados, después de vencidos, por un sistema rapaz integrado por los grandes ganaderos, bolsistas y zánganos, los exportadores, banqueros y capitalistas extranjeros, con una prensa venal a su servicio.
El golpe militar del 24 de marzo reitera este ciclo funesto! Su programa se personifica en Martínez de Hoz, ganadero y director de grandes empresas monopólicas ligadas al imperialismo. Como en otras oportunidades, las Fuerzas Armadas han colocado el poder económico en las manos de los terratenientes y banqueros. Con las espaldas bien guardadas, este grupo se dispone a eliminar todas las medidas protectoras de los derechos obreros y la política nacionalista defensiva, débil sin duda, pero nacionalista al fin, del tercer gobierno peronista. Que el carácter antiobrero y antiburgués de este movimiento militar no ofrece la menor duda, se demuestra por la intervención a la cgt y a la cge. Para la camarilla de asesores oligárquicos de los comandantes, los obreros y los empresarios industriales despiertan sospechas y merecen una investigación, pero omiten investigar a la Sociedad Rural Argentina, el núcleo de los grandes propietarios latifundistas que constituye el “poder detrás del trono” de la mayoría de los gobiernos antipopulares desde hace más de un siglo.
Antes de seguir adelante, hagamos un repaso de los acontecimientos anteriores que nos permita comprender el presente.
EL REGRESO DE PERÓN
Onganía se había propuesto inmovilizar la voluntad popular durante veinte años, esperar la muerte de Perón y dejar al funcionario de Deltec, Krieger Vasena, el control del poder económico. Pero la conmoción nacional marcada por el “cordobazo” y los acontecimientos similares en Corrientes, Tucumán, Catamarca, Mendoza y el resto de la República , demostraron bien a las claras que los argentinos habían llegado al límite extremo de su paciencia con la dictadura militar. La caída de Onganía y Levingston obligó al Ejército a sacar las conclusiones de tales hechos y a convocar a elecciones. La primera de ellas, el 11 de marzo, tuvo aspectos ilegítimos, pues excluía a Perón de sus derechos a participar; la segunda, el 23 de septiembre, fue totalmente democrática, ya que no lo excluía. El regreso de Perón coincidió con un florecimiento de las ilusiones más exageradas de un sector de la juventud de la clase media, que pretendía ver en el anciano caudillo al retorno de su prolongado exilio, una versión idealizada de un jefe socialista dotado de todas las virtudes y de los propósitos más audaces. Para esta juventud, hija de los gorilas que habían execrado y desterrado a Perón, semejante devoción por el enemigo de sus padres escondía de algún modo un latente antiperonismo. Puesto que si Perón no satisfacía tales esperanzas, sin duda los padres gorilas habían tenido razón. Pero como Perón no había sido nunca —ni pretendía ser en su vejez— un revolucionario socialista, sino simplemente un nacionalista popular, la decepción fue proporcionada a la ilusión: una minoría de esa juventud de 1973 se volvió rápidamente antiperonista, se alió con las juventudes “democráticas” (radicales, comunistas, cristianos) e integró la izquierda cipaya hasta formar un fantasma sin masas llamado Partido Auténtico. Un pequeño sector de esa juventud pasó a engrosar los grupos terroristas que con su acción criminal han contribuido durante los últimos tres años a facilitar el acceso al poder de las Fuerzas Armadas. El resto de esa juventud, que era la aplastante mayoría y que en la hora dorada de Cámpora había pasado al campo nacional quedó atrapada en un mortal movimiento de pinzas: la única opción entre los grupos terroristas montoneros y el terrorismo oficial de López Rega era el abandono de la acción política y es justamente lo que hizo.
Perón, por su parte, volvía al país en crisis con sus propias ilusiones, desmentidas luego por los hechos. Gracias a la segunda guerra mundial, el país pudo sustituir las importaciones de artículos extranjeros y desarrollar su industria, facilitando así la formación de una importante clase obrera y de una pequeña y mediana burguesía industrial nacional. La Argentina , como todos los países semicoloniales lograba ciertas formas de crecimiento sólo a través de las dificultades financieras o militares de los grandes imperios que tradicionalmente la sojuzgaban. Las divisas acumuladas durante la guerra permitieron a los dos primeros gobiernos de Perón desarrollar una política popular, mantener altos salarios, construir obras públicas, repatriar la deuda externa, etc. Esas divisas se agotaron y hacia 1955, cuando la oligarguía intocada por Perón observó las primeras dificultades del régimen, dividió al Ejército y con la ayuda de todos los partidos, desde el conservador hasta los comunistas, lo derribó. A su regreso, veinte años más tarde, Perón declaraba que para arreglar la economía del país hacía falta un acuerdo entre los partidos y los capitales procedentes de Europa. Pero en 1973, a diferencia de 1946, el país, lejos de ser acreedor, era deudor. Los partidos “democráticos”, directa o indirectamente se habían encargado de aumentar esa deuda a lo largo de 18 años de gobiernos de Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston y Lanusse. No podía esperarse en modo alguno que los capitales extranjeros concurriesen a dotar a la Argentina de capitales para volverla grande e independiente. El papel del imperialismo es justamente el inverso. Por lo demás, Perón volvía del destierro viejo y enfermo, rodeado de una banda corrompida, ávida del poder mismo y dispuesta a aprovecharse hasta el último minuto de vida del caudillo de todas las achuras del poder próximo. Nada más lejos de los propósitos ambiguos de esta banda que impulsar a Perón a cualquier forma de lucha contra el poder mundialmente establecido. Pero si los capitales no provenían del exterior, como esperaba Perón, la Argentina debía permanecer sumergida en sus crisis cíclicas, dependiendo eternamente de sus exportaciones tradicionales, de carnes y granos, sujetas a la variación de los precios fijados por Europa, despojada internamente de esa renta agraria por los parasitarios terratenientes o especuladores del comercio exterior.
¿Acaso no había alguna manera de romper el círculo vicioso? Al no poder acumular más capital por medio de otra guerra mundial como en 1939-45, que había permitido a Perón realizar su gran política, ¿debía el país renunciar a la prosperidad y los trabajadores a una vida digna?
¿Es que nuestro país era “pobre en capitales”, como se decía? Nada era más falso. La Argentina tenía y tiene capitales para crecer rápidamente. Las gigantescas riquezas potenciales y manifiestas son:
• Las grandes empresas de capitales extranjeros residentes en el país, muchas de las cuales se han constituido en realidad con capital del Estado, mediante facilidades crediticias, impositivas y aduaneras, y que cuya inversión, cuando existe, ha sido pagada varias veces por las remesas de beneficios, royalties, intereses, comisiones, coimas y exportación ilegal de ganancias;
• Los grandes latifundios improductivos, en particular de la Patagonia y de la región pampeana, que no pagan impuestos, no aumentan en un cuarto de siglo una sola vaca el plantel de la ganadería argentina y acaparan miles de millones de dólares anuales procedentes del mercado interno y de la exportación, fuera de los robos gigantescos probados por la investigación parlamentaria en la cap;
• La comercialización (exportación-importación) constantemente fraudulenta, que arrebata al Estado millones de dólares anualmente;
• La evasión impositiva de la mayor parte de las empresas nacionales y extranjeras que priva al Estado de cuantiosos recursos para pagar a su personal y emprender obras públicas;
• El contrabando sistemático, mediante la complicidad de parte del sistema policial del Estado, que extrae del mercado interno valores muy considerables.
Ni siquiera podría decirse que la expropiación por el Estado de estos recursos revistiría un carácter socialista, sino meramente patriótico, como lo ha demostrado el Ejército en Perú al llevar a cabo medidas análogas.
Allí están para comenzar, capitales enormes que una revolución nacional podría emplear en beneficio de toda la Nación. Que el peronismo ya no podía emprender esa tarea se demuestra al considerar el intento del General Perón de apadrinar el proyecto de Ley Agraria que establecía un régimen impositivo gradual para los latifundios improductivos. Dicho proyecto fue bloqueado por los senadores terratenientes del propio peronismo en el Senado (Romero, Maya, Cornejo Linares y otros) con el apoyo de los senadores radicales no menos reaccionarios y terratenientes. Como si fuera poco, tal proyecto, que era notablemente moderado, fue rechazado por la cgt. Para no ser menos, la filial de la cgt en Santa Cruz condenaba por esa misma época, la idea de nacionalizar las gigantescas estancias de la Corona (de la Corona británica) en el Sur argentino.
Cuando Perón volvió al país en 1973, y cuando comenzó su gobierno en ese año, el gran movimiento del 45 ya evidenciaba signos de agotamiento y decadencia. El caudillo no sólo se veía impedido de poner orden en sus propias filas, de depurar a la cgt de algunos de sus más contumaces y corrompidos burócratas, de reorganizar a la juventud peronista impregnada de estudiantes tan soberbios como cipayos —que no eran ni peronistas ni socialistas—, sino que tampoco podía hacer marchar y aprobar un modestísimo proyecto de ley agraria. Esto no podía imputarse a la ancianidad de Perón, o a la camarilla rasputiniana que lo rodeaba, pues de otro modo la historia sería muy sencilla de explicar, atribuyendo sus vicisitudes a las meras cualidades personales de sus héroes y villanos. De algún modo, la ancianidad de Perón y la corte burlesca de los Frank Nitti que la adornaban, reflejaban la crisis profunda del peronismo. Pero la crisis del gran movimiento de masas era a su vez la consecuencia de que el parasitismo de la sociedad oligárquica no había logrado, a lo largo de treinta años, ser eliminado por los gobiernos peronistas. Esto mismo había ocurrido anteriormente con el radicalismo. En tanto estos grandes movimientos nacionales, cada uno de los cuales había suscitado el fervoroso apoyo de las masas, vencía a la oligarquía en elecciones pero no suprimía su base social, como una verdadera revolución podía y debía hacerlo, la oligarquía insurrecta terminaba siempre por arrojarlos del poder y el movimiento nacional se precipitaba hacia una crisis mortal. El carácter inconcluso de la revolución peronista condenaba al movimiento que la había inspirado a la impotencia, al fraccionamiento o a la muerte. De las masas peronistas y de sus sectores más revolucionarios depende que las banderas del 17 de octubre no sean arriadas, sino impulsadas hacia adelante y entren al gran camino del socialismo, para que su triunfo, en la próxima batalla, sea inexpugnable.
La renuncia de Cámpora, que el fip había indicado mucho antes como el deber de cualquier candidato electo el 11 de marzo, facilitó el camino del triunfo de Perón el 23 de septiembre. En esta última oportunidad nos negamos a apoyar al sector más burocrático del movimiento obrero, encarnado por Rucci, a la burguesía nacional expresada por Gelbard, o a los aliados conservadores del Frejuli, en la persona de Frondizi, y así lo expresamos en una entrevista con Perón donde acordamos con el General apoyar su nombre pero en Boleta propia con la consigna “Vote a Perón desde la izquierda”. En nuestra boleta podía leerse: “Liberación y Patria Socialista”. Nunca estuvimos en el Frejuli, no votamos por Cámpora y votamos por Perón el 23 de septiembre con boletas del fip, que merecieron el apoyo de 900 mil argentinos. Pero el haber rehusado siempre cargos y honores del gobierno peronista y haber mantenido sistemáticamente una posición independiente fue parte de nuestra conducta política, que puede completarse diciendo que sostuvimos el gobierno votado por el pueblo contra la oligarquía enfurecida y señalamos el carácter pérfido de los viejos partidos, comenzando por el radicalismo de Balbín y sus aliados del género de Alende, Sueldo y los comunistas, que sólo esperaban los tropiezos del peronismo para saltarle a la garganta y apoderarse del poder, con o sin la ayuda militar. Pero así como el peronismo, por su debilidad histórica no logró hacer la revolución nacional, el conjunto de sus adversarios de los viejos partidos se propuso y se propone impedirla a toda costa.
Perón pronunció su último discurso el 2 de junio. En esa ocasión anunció que su único heredero era el pueblo. Sin embargo, al morir el 1 de julio la banda de astrólogos y gangsters se apoderó del poder inmediatamente y excluyó al movimiento peronista de las decisiones capitales. La Presidente fue un mero instrumento fantasmal del astrólogo y ese hecho tan grotesco como trágico, simbolizó mejor que nada la impotencia del movimiento peronista para reconducirse hacia nuevos horizontes. Todo el peronismo dirigente (los senadores y los grandes burgueses, los altos dirigentes gremiales, los diputados y los gobernantes) se preguntaba qué mal rayo había partido al peronismo para recibir tanta desgracia. Toda la ciencia política de los sectores más influyentes del peronismo se redujo durante los últimos años a cavilar sobre qué método era mejor que otro para “separar a la Presidente de su círculo”. A nadie se le ocurrió que la Presidente era inseparable de su círculo simplemente porque ella lo había elegido y porque ese círculo representaba su visión personal del país y del peronismo.
Pero ese espectáculo del gobierno de Isabel, con todo su ridículo patetismo, y su lejano rabdomante emitiendo instrucciones por teletipo de Madrid, no era sino la expresión de que la muerte del caudillo había desencadenado rápidamente la crisis que la gran autoridad de Perón postergaba. En otras palabras, la incapacidad de los dirigentes peronistas para realizar la gran misión que le habían encomendado las masas el 23 de septiembre. El pueblo comprendió claramente que el conjunto del movimiento peronista se mostraba paralizado para orientar la política del gobierno en la dirección deseada. La Presidente se erigía en el principal obstáculo para aplicar la política tradicional de ese movimiento. Parecía que la historia la había escogido después de la muerte de Perón para aplastar y castrar al peronismo. A su vez el sector gremial del peronismo sólo atinaba a esgrimir veladas amenazas, pero enseguida se rendía, a cambio de conseguir algunas migajas del gobierno. Nadie se atrevía a romper con la Presidente por una razón que era la única doctrina circulante en tales círculos influyentes: “ella” es la que lleva el nombre del líder y el pueblo sólo votará el apellido Perón, sea quien fuere el que lo pueda exhibir.
Este desprecio de la mayoría de los jefes políticos y gremiales del peronismo por la inteligencia y perspicacia del pueblo era análogo al que sienten por las masas los enemigos declarados del campo oligárquico. Pero no todos los dirigentes gremiales ni políticos del peronismo pueden ser incluidos en un juicio tan severo, del mismo modo que no todos los estudiantes o sectores de la clase media deben ser calificados como “cipayos”. El país, en la nueva etapa que muy pronto se abrirá, debe prepararse pare reunir bajo las grandes banderas del 17 de octubre y del socialismo a unos y otros sectores a fin de superar en la lucha los dolorosos episodios del pasado.
En momentos en que la dictadura de los banqueros y terratenientes vive la hora de su restauración, analicemos brevemente la política económica y social que el peronismo, pese a todo, logró establecer a lo largo de 36 meses. Durante el período de Perón y Gelbard, la ocupación obrera aumenta, mejora el salario real, se amplían las obras públicas, se establecen pactos comerciales con los países del área socialista, se reorienta la política impositiva para gravar la improductividad y se nacionalizan los depósitos bancarios poniendo en manos del Estado la orientación del crédito, restringiendo sus beneficios a los monopolios extranjeros. Al mismo se pone en vigencia la Ley de Contrato de Trabajo, que constituye una poderosa defensa legal para los derechos de los obreros y de las mujeres que trabajan, perpetuamente olvidadas. Asimismo, se decreta la nacionalización del comercio interno de combustibles, que aspira a arrebatar a los monopolios petroleros más de 300 millones de dólares anuales que los argentinos pagan por el consumo de nafta, gasoil y kerosén, decreto que sólo es cumplido a medias tanto por la resistencia de las empresas petroleras como por la debilidad del gobierno de Isabel para hacer aplicar su propio decreto, asunto sobre el que guardan caritativo silencio los famosos charlatanes del petróleo, como Alende, Balbín y aliados, así como la prensa petrolera del género de “ La Opinión ”, órgano de la Cities Service y de la Banca Loeb. Sin embargo, todo este conjunto de medidas es paralizado en parte al morir Perón por el astrólogo máximo, López Rega, sobre todo aquellas medidas ligadas al sistema de acuerdos con el área socialista. La aparición de Rodrigo anuncia una tentativa contrarrevolucionaria y antiperonista que pone al gobierno y a Isabel al borde del abismo. Este viraje es contrarrestado por la espontánea concentración popular del 27 de junio en la plaza de Mayo, que origina la caída de López Rega, la homologación de los convenios laborales que Isabel pretendía rechazar y que introducen un rayo de esperanza en el peronismo anonadado. Los dirigentes sindicales, que carecían de influencia real ante la clase obrera, puesto que en su mayoría procedían de la cgt de Rucci bendecida y protegida por la dictadura de Onganía, al presenciar las manifestaciones populares no provocadas por ellos, se apresuraron a utilizarlas. En nombre de ellas presionaron sobre la Presidente para obtener la homologación de los convenios. De ese modo, reconquistaron cierta parte de la confianza perdida ante las masas. El peronismo pudo, al mismo tiempo, alimentar la creencia de que la Presidente podía ser influida por el movimiento. El ministerio de Cafiero y Robledo así parecieron confirmarlo. En ese momento la atmósfera se purificó, se supuso que las bandas de las aaa formadas por el astrólogo serían desarmadas y que el peronismo recobraría el sentido nacional y popular de sus orígenes. Pero la caída de López Rega alarmó profundamente a la oligarquía y a los partidos sirvientes. Mientras duró el delirio estatal del astrólogo, que pretendía construir una nueva Bizancio en el Ministerio de Bienestar Social —al que llegó a incorporar la venta de kerosén y la perrera— la “unión democrática” de partidos, prensa y banqueros sonreía satisfecha, porque advertía que bajo la mirada del astrólogo el gobierno peronista corría hacia su pérdida. Pero cuando el mundo empolvado del viejo régimen advirtió que con Cafiero y Robledo se ensayaba una política de “peronismo racional” se lanzó al ataque. En seis meses derribaron a Cafiero. Éste último, por temor a la oligarquía, no había puesto a las fuerzas de seguridad del Estado a custodiar los precios y enviado a la cárcel a los especuladores y ladrones del comercio mayorista, los ganaderos, matarifes y abastecedores.
Todo el sistema comercial del país, desde las grandes empresas a las pequeñas, se consagró a practicar el contrabando, el ocultamiento de mercaderías, el agio y el aumento de precios, con el preciso objetivo de derribar al gobierno, exactamente en la misma forma que lo hicieron clases sociales semejantes contra el presidente Allende en Chile y exactamente como el fip lo había denunciado, anunciado y prevenido a los espantados dirigentes peronistas que no sabían qué hacer con el poder.
Lo único que se le ocurrió hacer a la Presidente y al peronismo, que ya había perdido la brújula por completo, fue llamar a Mondelli, que intentó una política parecida a la de Rodrigo. En otras palabras, la última línea del gobierno fue una tentativa de aplacar a la jauría oligárquica, a las grandes empresas y al fmi. Pero los enemigos no podían ser aplacados. Habían olido el pánico que invadía al peronismo y no cejaron en su bandidaje económico, que llevó los precios por las nubes y amenazó con desarticular el sistema económico del país. De ahí al golpe de Estado no había ni un paso. El primer paso lo dieron los aviadores con sus proclamas fascistas de diciembre. El segundo, los terroristas en Monte Chingolo. El tercero, noventa días después, las tres fuerzas armadas. El gobierno peronista agonizaba justamente cuando el justicialismo, en la figura de Bittel, se reunía con una espectral multipartidaria, a la que rehusó asistir el fip, para deliberar con los radicales, comunistas, intransigentes y cristianos, sobre la mejor manera de que nada cambiase. El final no podía ser más miserable y más alejado de las masas que habían derrotado a la oligarquía en 1945 y derribado a la dictadura militar a partir del cordobazo. Puesto que al fin y al cabo, las Fuerzas Armadas sólo culminaron lo que los antiguos partidos, la infame oligarquía y las bandas terroristas habían buscado obtener con distintos métodos: la caída de un gobierno elegido por el pueblo.
El gobierno militar ha designado Ministro de Economía a Martínez de Hoz. ¿Quién es este caballero? Es Presidente de Acindar (capital yanqui) y ex director de la cap, acusada por una Comisión del Congreso Nacional de haber defraudado al Estado en millones de dólares por subfacturar exportaciones y guardar los dólares sobrantes en Bancos del extranjero. Asimismo es director de la itt, director de la Italo Argentina de Electricidad y gran ganadero. Sus primeras medidas fueron dirigidas a desmantelar todas las normas legales e institucionales establecidas por el peronismo y que protegían la economía argentina.
El “moralismo”, característico de las campañas oligárquicas para derrocar los gobiernos populares de América Latina, reviste en este caso un carácter abiertamente cínico. ¿De modo que para depurar el aparato del Estado de una banda de rateros y a los sindicatos de algunos dirigentes archicorrompidos, las fuerzas armadas han sustituido a la voluntad soberana del pueblo e instalado en el poder a un clan de ladrones internacionales? La moral pública de los que estafan al Estado en materia impositiva, de los ganaderos que exportan por medio de la cap y arrebatan dólares a la República ¿será custodiada por Martínez de Hoz y su clase social, beneficiaria de tales actos?
Martínez de Hoz y este gobierno constituyen una tentativa de realizar el programa incumplido de la Revolución Libertadora de 1955. Se ha enfrentado con todo el pueblo argentino, tanto con la clase media como con los trabajadores.
Es un gobierno que nadie podrá salvar de una ruina completa. Los terroristas pueden estar satisfechos; han contribuido a que la dictadura militar se adueñe momentáneamente del Estado. Pero en las propias Fuerzas Armadas, que monopolizan el poder político, se ha entablado ya una ardua polémica. A diferencia del Ejército peruano, que se enfrentó a la oligarquía terrateniente, liberó a los indios y estableció una economía da Estado, el Ejército argentino ha restituido todos sus privilegios a la caduca oligarquía y se ha erigido en gendarme del pueblo argentino, arrebatándole sus derechos y libertades. La voluntad de las masas populares puede ser burlada o postergada, pero nadie duda, y la historia así lo ha probado, que termina por imponerse.
Ni el terrorismo contrarrevolucionario, ni los mandos pro oligárquicos del Ejército, ni los jerarcas corrompidos que traicionaron al peronismo, ni los partidos de la decadencia, tendrán cabida en el porvenir de la patria. El socialismo del fip, unido a las divisas de las grandes patriadas nacionales, como la del 45, señalan la ruta a seguir.
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