por Pedro Henriquez Ureña
El cambio decisivo en la actitud del gobierno norteamericano frente al problema de México está produciendo sorpresa. El abandono de Veracruz aparece, a los ojos de amigos y enemigos de la actual administración, como signo de fracaso. Para los que opinan (como el New York World) que la ocupación no se justificaba, la retirada es una confesión de error. Para los que piensan que el gobierno de Wilson contrajo el deber de pacificar y reorganizar el país vecino, la retirada es una prueba de inexplicable debilidad. Entre los censores de la segunda especie —la más numerosa, ya se supone—, figura Roosevelt. Inclinándose al punto de vista contrario, según parece, Mr. Taft acaba de unir su voz al coro de censuras. Y, como cabía esperarlo, en su discurso, pronunciado anteayer, discute el intento de fundar en la Doctrina Monroe la política del "caso México".
La Doctrina, afirma el ex presidente, no tiene aplicación en el caso. No obliga a los Estados Unidos a poner paz en casa ajena. La política del "watchful waiting", de la "vigilante espera", de "observar y esperar", no ha sido tal. "Ni hemos esperado ni hemos observado: hemos intervenido atropelladamente, y ahora se nos atribuye la anarquía de México como consecuencia lógica de nuestra conducta".
Así, pues, Taft, que no es ya presidente de la República sino catedrático de derecho en la Universidad de Yale, declara (y es la verdad) que la Doctrina Monroe no justifica la intervención en problemas interiores de las repúblicas latinoamericanas. Hace cuatro años apenas, sin embargo, fundándose o no en la Doctrina de 1823, el gobierno de Taft ejercía respecto de Nicaragua una política que nadie calificará, tampoco, de "watchful waiting"…
Hasta aquí—y olvidando, por el momento, el caso de Nicaragua—, no hay inconveniente en aceptar esta interpretación limitativa. A tal punto es evidente que la Doctrina Monroe no implica una tutela de los Estados Unidos sobre el resto de América, opina Taft, que bien podrían adoptarla a su vez las naciones del A. B. C, si no fuera de temer que otras repúblicas menos poderosas se sintieran ofendidas.
Pero el ex presidente va más lejos en su afán de "limitar", y no sólo estima que los Estados Unidos no están obligados a defender a países capaces de defensa propia eficaz, como las potencias de la América del Sur, sino que estudia la posibilidad de un ataque, durante la actual guerra europea, a las colonias inglesas del Nuevo Mundo. Si Alemania desembarcara tropas en el Canadá, nada tendrán que hacer los Estados Unidos; la Doctrina sólo les obligaría a exigir, piensa Taft, que no se estableciera allí, al terminar la guerra, gobierno alemán en lugar del inglés, pero no, por ejemplo, a impedir que se pagara una indemnización.
Apunta ya, en estos razonamientos, una limitación "egoísta" de las obligaciones que los Estados Unidos se impusieron con la Doctrina. Dentro de ésta, sin embargo, el desembarco de tropas europeas en el territorio de una república latinoamericana no puede considerarse "acto amistoso hacia los Estados Unidos", y, en cambio, nada tiene que hacer el Canadá, ni otra colonia alguna, puesto que el mensaje de 1823 las excluye terminantemente.
Pero si esta interpretación limitativa, así como la política de abstención que ahora ensaya el gobierno de Wilson, significan que los Estados Unidos comienzan a creer que debe dejarse a las naciones latino-americanas resolver por sí solas sus problemas interiores y aun exteriores, nada mejor pedirían cuantos están cansados de la "influencia yankee".
No hay comentarios:
Publicar un comentario