miércoles, 2 de diciembre de 2009

EL MEDIO PELO DE LA SOCIEDAD ARGENTINA (1)




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Por Arturo Jauretche

ADVERTENCIA PRELIMINAR

Si bien el tema que voy a tratar en este libro es de sociología debo prevenir al lector que no estoy especiali­zado en la materia, y que sólo ando por ella de "bozal y la­zo", como dijo Hernández, un sociólogo nuestro que tampo­co era de la especialidad. Guardando las distancias con el autor del Martín Fierro intento colocármele "a la paleta" en el método, proporcionando datos y reflexiones que he recogido como actor y observador apasionado en el curso de una vida lo suficientemente prolongada para que pueda ser testigo de casi todo lo que va del siglo.

Tal vez lo que resulte sea pura anécdota de "mirón", pero no es mi propósito, como no fue el de Hernández, hacer obra puramente literaria a través de un personaje de imaginación, que es lo que pretendieron entender duran­te mucho tiempo los mandarines de nuestra cultura.

Porque los conocía se previno:

...................................................................................................

Digo que mis cantos son

para los unos... sonidos

y para otros... intención.

Nos dejó así, el mejor, sino el único, documento his­tórico sobre una época de transición en que fue sepultado el pueblo-base de nuestra nacionalidad; de ese drama tendríamos muy escasas noticias, a pesar de lo reciente, por la labor de los informantes documentales y eruditos, sin la presencia de su testimonio poético elaborado en una vida de hombre "comprometido", y en causas perdedoras.

Con esto se comprenderá porque he subtitulado este trabajo como "apuntes para una sociología" con la espe­ranza de proporcionar al sociólogo, desde la orilla de la ciencia, elementos de información y juicio no técnicamente registrados, que suelen perderse con la desaparición de los contemporáneos. Que lo logre o no, dependerá de mis apti­tudes que "pido a los santos del cielo" me ayuden a poner­me en la huella de tan ilustre marginal de lo científico.

Al mismo tiempo, pretendo ofrecerle a mis paisanos un espejo donde vean reflejadas ciertas modalidades nues­tras, particularmente en la cuestión de los status, de cuya evolución histórica me ocuparé en primer término. Deseo hacerlo amablemente, abusando del escaso humor de que dispongo, para atenerme al castigat ridendo mores, en es­pera de que la comprensión de la falsedad de ciertas situa­ciones, y el ridículo consiguiente, contribuyan a liberar a muchos de las celdas de cartón en que se encierran con la aceptación de artificiales convenciones.

El sociólogo apreciará los hechos que refiero, valorán­dolos según el juicio que surja de su particular inclinación interpretativa. Yo sólo pretendo señalarlos y es su ta­rea determinar causas, lo que no excluye que ocasional­mente me aventure hasta las mismas, cuando lo imponga la descripción de los grupos identificados. Esencialmente aspiro a señalar la gravitación en nuestra historia de las pautas de conducta vigentes en los grupos sociales que la han influido, y solo subsidiariamente referirme a las cau­sas originarias de las mismas.

Con lo ya dicho, —la naturaleza de testimonio de es­te trabajo— excuso la ausencia de informaciones estadís­ticas y de investigaciones de laboratorio que pudieran darle, con la abundancia de citas y cuadritos, el empaque científico de lo matemático y al autor la catadura de la sabiduría. Las pocas pilchas que lo visten son las imprescindibles para justificar la presentación del testimonio.[1]

RELATIVIDAD DEL DATO "CIENTÍFICO"

A este respecto debo confesar mi prevención contra los datos de ese género que en muchas ocasiones, con su deficiencia perturban más que ayudan. Creo en la eficacia utilizar como correctivo del dato numérico la constatación personal para que no ocurra lo que al espectador de fútbol que con la radio a transistores pegada a la oreja, cree que dice el locutor con preferencia a lo que ven sus ojos.

Por vía de ejemplo van pruebas al canto:

" La Nación " del 6 de marzo de 1966, nos informa sobre el resultado de un relevamiento aerofotográfico realizado en la ciudad de Córdoba, para comprobar la validez del registro de propiedades urbanas de la Municipalidad de esa Capital. Dice el ingeniero Víctor Hansjurgen Haar, quien tuvo a su cargo el relevamiento, que la pesquisa ha indicado que sólo el 50 % de las propiedades se encuentran correctamente registradas, y de ese 50% si bien cumplen con sus obligaciones al fisco, no han declarado sus propie­tarios mejoras que se han hecho en sus viviendas.

Esto significa que el 50% de la ciudad de Córdoba no existe estadísticamente pues los datos sobre la construc­ción se recogen de los registros municipales. El sesudo in­vestigador que sólo se guía por estos datos y no por las empíricas comprobaciones, se encontrará con que la oficina en que trabaja y el techo bajo el que duerme no tienen existencia efectiva, según los datos de la realidad cientí­ficamente documentada, si como es muy probable, ese te­cho y esa oficina pertenecen al 50% de construcción que para la estadística es inexistente. En cambio otras informaciones estadísticas le permitirán comprobar paralela­mente que Córdoba ha crecido varias veces en estos últi­mos decenios, en población y en actividad, con lo que ten­drá que concluir que Córdoba es un fenómeno urbano en el cual la mayoría de la población está indomiciliada y don­de no existen las fábricas, los talleres, los escuelas, etc., que resultan de otras estadísticas que no son las de la construcción. ¿A cuáles se atendrá?

(Limitándome a la construcción, ya había hecho mi composi­ción de lugar hace mucho tiempo mediante una somera investigación reducida a la manzana céntrica de Buenos Aires en que resido y que el lector puede hacer en la suya. Pude comprobar que las modificaciones interiores en las casas de la manzana hechas en los últimos años sin la correspondiente intervención municipal —presentación de planos, aprobación, permiso de construcción e inspecciones— importaban una inversión muy superior a la de los dos o tres edificios nuevos cons­truidos en la misma manzana con el consiguiente registro municipal. Sáquele la punta el lector a este hecho y trasládelo a la crítica general de los datos estadísticos).

El caso de Córdoba se repite para el Gran Buenos Aires en dos épocas distintas.

Desde las últimas décadas del siglo pasado Buenos Aires y sus alrededores recibieron gran parte del contingente inmigratorio euro­peo cuando el Hotel de Inmigrantes y el conventillo fueron escalones hacia la casita propia. Es muy posible que el italiano, el español o el turco que las levantaron construyendo una pieza y una cocinita, sin sanitarios, haya registrado en la municipalidad suburbana esa primitiva construcción. Pero ese hombre ahorrativo que realizaba el sueño de la casa propia fue agregando habitaciones construidas con la ayuda de un media cuchara, a lo largo del lote que pagaba en mensualidades, pues la casa crecía a medida que crecía la familia. Y éstas no las registró.

El fenómeno volvió a repetirse cuando a la ola inmigratoria ul­tramarina sucedió la migración provinciana hacia los centros indus­triales. Cualquier inspector municipal del Gran Buenos Aires podrá decir cómo se suceden barriadas y barriadas enteras no inscriptas en los padrones municipales. (O tal vez no se lo diga porque allí hay un "rebusque": sorprender a los vecinos de esas barriadas en plena construcción sabatina y dominical con el aporte voluntario de vecinos y amigos, para paralizarle la obra por falta de planos y llegar, después del susto consiguiente al "arreglo" ¡Pero el "arreglo" tampoco figura en las estadísticas! Sin embargo, sería interesante registrar estadísti­camente el monto de los mismos que explicarían por qué esos inspec­tores se resignan al mísero sueldo comunal, que no alcanza para man­tener el automóvil que tienen a la puerta y es elemento imprescindible para el descubrimiento de las infracciones al Digesto, que dan origen al arreglo).

Si a la estadística de la construcción le falla la base, ¿qué puede informar la estadística sobre la mano de obra si el dueño de casa, sus amigos y parientes que colaboran no pertenecen al gremio de la construcción y están registrados en otras actividades? ¿Y qué datos sobre el consumo de materiales de construcción cuando se utilizan restos de demolición, elementos en desuso u objetos de otro destino habitual que no pasan ni siquiera por el control de producción de la fábrica? ¿Y qué valor tienen los datos sobre el producto bruto del país si los datos sobre la construcción de viviendas en la parte más extensa del Gran Buenos Aires en los últimos veinte años, en que se sumaron millones de habitantes, no figuran en los mismos ni por lo construido, ni por mano de obra, ni por materiales empleados?

La rectificación por la experiencia del dato aparente­mente científico exige haberse graduado en la universidad de la vida: por lo menos tener algunas carreras corridas en esa cancha, sin perjuicio de la bastante Salamanca para ayudar a Natura. Porque si el ratón de biblioteca, de há­bitos sedentarios y anteojos gruesos, no es el más indicado para corregir el dato con las observaciones, tampoco basta con mirar para ver.

EL ESTAÑO COMO MÉTODO DE CONOCIMIENTO

Tener estaño es una expresión sucedánea de otra tal vez más gráfica pero menos presentable, y se refiere al "estaño" de los mostradores. Recuerdo que Lucas Padilla o el "Colorado" Pearson, no estoy seguro cual de los dos, que actuaban en los movimientos iniciales del nacionalismo, dijo una vez que la condición de "pianta-votos", califica­ción atribuida a Perón, provenía de que los fundadores del movimiento eran "niños bien" de "familias bien" es decir, los juiciosos "hijos de mamá"; que otra cosa hubiera ocu­rrido si los primeros hubieran sido "niños mal" de "fami­lias bien", esto es "tenido estaño".

Tal vez la deficiencia de nuestros datos científicos obedezca al tipo de nuestra economía y sociedad en transi­ción, fluida en sus etapas cambiantes —como ocurrió en los Estados Unidos, cuyas técnicas son ahora modelo impres­cindible, desde el final de la Guerra de Secesión hasta la primera de las guerras mundiales; que sus métodos sólo sean compatibles con la existencia de un capitalismo de concentración muy avanzado, o con el socialismo, que excluyen la presencia del pequeño empresario, del taller patronal que conserva una organización casi artesanal, de la abundancia de pequeños productores que entre noso­tros representan el grueso de las actividades. (Si Ud. tiene alguna duda al respecto, averigüe qué dato estadístico pro­porciona el tallercito donde arregla su automóvil, el hoja­latero que le arregla el balde, el colchonero, el marquero de sus cuadros, etc., etc., las múltiples actividades de em­presarios que calculan los costos a ojo, no llevan contabi­lidad, no están inscriptos, no registran su producción, eluden impuestos, etc.).

En cambio el ajuste de los datos es condición de existencia en las grandes organizaciones económicas con sus contabilidades organizadas, su propia estadística, el registro de los costos, es decir, los elementos básicos para una estadística general.

Parecida cosa ocurre con los censos y encuestas, donde se suman factores personales propios del informante y del recolector de datos que además pueden ser típicos de nues­tra modalidad, factor del que se prescinde cuando se apli­can sistemas que pueden ser hábiles en su lugar de origen.

Así, frecuentemente, el interrogado está prevenido contra el in­terrogatorio y tiende a desfigurar los hechos; además, muchas veces es descomedido y grosero con el agente de la investigación. Es lo que pasa en las "investigaciones de mercado".

El "Hombre que está solo y espera" no es un tipo fácil. Pregún­tele usted a un paisano su juicio sobre algo o alguien y oirá que le contesta: Regular. Pero regular quiere decir bueno; o muy bueno; tam­bién malo. Serán su oído y el conocimiento del hombre los que darán la interpretación, según el tono y tal vea algún detalle mímico. Pero esto no es para el "potrillo" que hace la encuesta y menos para la computadora electrónica. ¿Y el "gallego"? —el gallego de Galicia, se entiende—; hágale usted una pregunta cualquiera y verá que le con­testa con otra: pruebe, y le juego cualquier cantidad a que acierto

Hace pocos días llevé a un industrial, que creía en la eficacia de las "encuestas", a un café para mostrarle cómo actuaban los agentes de una investigación que había contratado. Los muchachos a quienes se les paga por el número de planillas que llenan estaban reunidos a lo largo de dos mesas y los formularios se alternaban con los pocillos de café. Mi amigo industrial puso los ojos como "dos de oro" cuando oyó que unos a otros se preguntaban. Y a este, ¿qué le ponemos?, y así las iban llenando, cansados de golpear puertas estérilmente, o de que los encuestados les hicieran un interrogatorio a ellos en actitud defensiva, o les contestaran a la "macana". Si todavía tiene alguna duda, lector, recuerde que le responde a esa vocecita femenina que le pregunta por teléfono: ¿Qué programa de televisión está usted viendo? Y por lo que usted le contesta considera la validez del rating que está haciendo la vocecita.

Pero, además de la muy relativa validez de los datos, existe el uso malicioso de la información, para fines políticos y económicos, como la creada por los órganos de publicidad y por las manifesta­ciones de los grupos económicos agroimportadores interesados en dar una imagen del país que les conviene y que en los últimos años es directamente depresiva.

EL CHICO DE LA BICICLETA

El doctor Manuel Ortiz Pereyra, uno de los fundado­res de F.O.R.J.A., fallecido hace ya muchos años, dejó un pequeño libro, editado en 1926 ó 1927, que se titulaba "El S.O.S. de mi pueblo". Era hombre con mucho "estaño", do­tado de una notable inteligencia que le había permitido su­perar la solemnidad y el empaque, entonces anexos al tí­tulo universitario; había sido la suya una vida múltiple y agitada en la que había tocado los más variados niveles de la fortuna y de las actividades ciudadanas; además, Dios lo había dotado de gracia.

Sobre esto de la información traía un capítulo titula­do "El chico de la bicicleta".

Comentaba allí la apariencia técnica con que los dia­rios presentan una página llena de cuadritos con letras y números diminutos, donde se habla de cotizaciones de la producción en mercados de los que el chacarero nunca oyó hablar y en medidas y precios de los que no tiene la menor idea. El chacarero, decía, se hace una imagen borrosa don­de se embarullan Winnipeg, Ontario, Yokohama, Rotter­dam, con dólares, libras, yens, rupias, florines, tonela­das y bushells, todas palabras misteriosas para él. No en­tiende, pero está muy agradecido a los grandes diarios que se preocupan por ilustrarlo para la defensa del precio de su cosecha, y supone que estos sostienen grandes oficinas llenas de peritos de toda clase, que le proporcionan la infor­mación.

No hay nada de eso, decía Ortiz Pereyra. Lo único que hay es un chico con una bicicleta que va a buscar la página a lo de Bunge y Born o a lo de Dreyfus; es decir que la aparente información para el vendedor la proporciona el comprador. ¡Y hace tanto tiempo que vamos al almacén con el "Manual del Comprador" escrito por el almacenero! El último que se ha "avivado" es Raúl Prebisch.[2]

De tal manera, a los efectos que en sí tiene la supues­ta información científica, se agrega ésta del "chico de la bicicleta" donde la "información científica" es utilizada, y aun los datos correctos, de manera hábil para despistar­nos mediante el manejo de la publicidad.

Lo que llevo dicho basta para dar la idea que me pro­pongo. He citado sólo algunos casos, tanto de la falacia del dato, como de su utilización maliciosa para sorprender al que no está prevenido y carece de "cancha" para leer las entrelíneas de la información. Deseo que el lector lo tenga presente, cuando recordando que el que escribe es un hom­bre comprometido, lo confronte con otros informantes de apariencia aséptica. La verdad es que todos estamos com­prometidos, por que todos estamos en la vida y la vida es eso: compromiso con la realidad.

Me resta advertir que con frecuencia seré redundante volviendo a lo ya dicho para ampliar algo, presentarlo des­de otro punto de vista, o relacionarlo con lo que se expone en ese momento. Espero que se me perdone, pues escribo para mis paisanos del común, a quienes quiero facilitar la lectura que desearía fuese como un diálogo y que no deje a nadie en ayunas por un prurito de precisión técnica o so­breentendidos. Cárguelo a la cuenta de la común inteligen­cia que busco, y que también me obliga a ser algo difuso y a apelar al socorro de ejemplos y anécdotas ilustrativas, que pudieran ahorrarse con el lenguaje para iniciados que simplifica la exposición, pero que puede resultar esotérico para el profano.

IDENTIFICACIÓN DEL MEDIO PELO

Falta ahora explicar por qué digo medio pelo.

En principio decir que un individuo o un grupo es de medio pelo implica señalar una posición equívoca en la so­ciedad; la situación forzada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee. Con lo dicho está claro que la expresión tiene un valor históricamente variable según la composición de la sociedad donde se aplica.

Francisco Javier Santamaría ("Diccionario General de Americanismos" México, Ed. P. Robredo, 1942) define el medio pelo: "En México dícese de la persona que no pertenece a la clase decente; pardo. No hay que confundir el trabajador, etc., con el medio pelo que es la gentuza o pelusa, la gente de mala educación, mediocre social, palur­da y basta. Pero aun este mismo concepto varía con el lugar. Así dice: En Puerto Rico la persona de color o cru­zada que no es de raza blanca o pura. En México la cali­ficación parte de la estructura social. En Puerto Rico esen­cialmente de la racial, tal vez porque raza y clase se identifican allá.

Tobías Garzón en su "Diccionario de argentinismos" expresa: Aplícase a las personas de sangre o linaje sos­pechoso o de oscura condición social que pretenden aparen­tar más de lo que son. Aquí sangre no es una referencia ra­cial sino una complementación de linaje, pues como lo ve­remos más adelante el linaje, expresado por la legitimidad de la filiación, es un factor predominante para marcar la composición de las clases. Pero Garzón está hablando en una época que corresponde a la estructura tradicional de la sociedad argentina. A renglón se remite a la Academia que dice: locución figurada y familiar con que se zahiere a las personas que quieren aparentar más de lo que son o cosa de poco mérito e importancia.

La primera definición que hace Garzón corresponde al momento local en que la hace; al remitirse a la expresión de la Academia le da luego la latitud que corresponde a una situación general. Medio pelo es el sector que dentro de la sociedad construye su status sobre una ficción en que las pautas vigentes son las que corresponden a una situación superior a la suya, que es la que se quiere simular. Es esta ficción lo que determina ahora la designación y no el nivel social ni la raza.

Cuando en la Argentina cambia la estructura de la so­ciedad tradicional por una configuración moderna que re­distribuye las clases, el medio pelo está constituido por aquella que intente fugar de su situación real en el remedo de un sector que no es el suyo y que considera superior. Esta situación por razones obvias no se da en la alta clase porteña que es el objeto de la imitación; tampoco en los trabajadores ni en el grueso de la clase media. El equívo­co se produce a un nivel intermedio entre la clase media y la clase alta, en el ambiguo perfil de una burguesía en as­censo y sectores ya desclasados de la alta sociedad.

[1] Félix Herrero en la "Estructura socio-económico argentina", (Comunidad Democristiana, Número Abril-Mayo, 1966), dice:

Tan erróneo como despreciar de hecho las causas extraeconómicas es idea, a veces bastante generalizada, de que los investigadores económicos olvidan en sus trabajos dichas causas cuando hacen estudios descriptivos de una realidad cuantificable. Ambos tipos de trabajos mientras se realizan a nivel científico, pongan el acento en lo político o en lo económico puro, son importantes para descubrir la verdad buscada (entre los primeros se debe citar a Jauretche, Rosa, Scalabrini Ortiz, etc.)

Se juzgan a veces en forma muy ligera, y con cierto tono de seriedad científica los trabajos de la historia económica nacional que explicaron nuestro proceso a través de los intereses económicos extranjeros, pero hasta ahora como en la mayoría de los países latinoamericanos, los trabajos posteriores vienen a corroborar la tesis expresada por economistas no de profesión o por economistas comprometidos.

Prosigue Herrero: Los estudios sobre el sistema de transporte, la función de la zona productora de materias primas y de un centro exportador, la estructuración del comercio exterior y de la producción, la relación producción industrial y agroimportadora, la estructura del mercado, etc., han sido hasta ahora explicados por los economistas políticos que llamaron a las cosas y a causas por su nombre, muchas veces en ausencia del técnico que confunde seriedad con falta de compromiso con la realidad.

Señala a continuación que si se pierde objetividad por la politización, también se dejan de enunciar aspectos reales para buscar una falsa imagen objetiva, científica, para concluir: En ambas situaciones puede sacrificarse verdad pero en la segunda también puede peligrar el compromiso con la nación y la sociedad... Muchas veces esta actividad del investigador científico ha hecho que lo reemplacen en su irreemplazable función. Los trabajos aproximativos acerca de la estructura económica y social han sido efectuados por hombres no preparados para el intento y aun por organismos no dedicados funcionalmente a dichos estudios.

[2] En efecto en su libro "Hacia una dinámica del desarrollo Latino­americano —Fondo de Cultura Económica 1963—, Raúl Prebisch nos advierte lo que acaba de descubrir sobre el valor de las doctrinas y enseñanzas importadas.

"Yo creía en todo aquello que los libros clásicos de los grandes centros me habían enseñado. Creía en el libre cambio y en el funcionamiento automático del patrón oro. Creía que todos los problemas de desarrollo se resolvían por el libre juego de las fuerzas de la economía mundial; aquellos años de zozobra me llevaron a ir desarticulando paso a paso todo lo que se me había enseñado y a arrojarlo por la borda. Era tan grande la contradicción entre la realidad y la interpretación teórica elaborada en los grandes centros, que la interpretación no sólo resultaba inoperante cuando se llevaba a la práctica, sino también contraproducente. En los propios centros hundido en la gran crisis mundial se hizo presente asimismo esa contradicción y la necesidad de explicarla. Surgió enton­ces Keynes, pero a poco andar descubrimos también en América Latina que el genio de Keynes no era universal, sino que sus análisis se ceñían a los fenómenos económicos de los grandes centros y no tenían en cuenta lo» problemas de la periferia".

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