lunes, 31 de enero de 2011

Simón Bolívar Libertador de Venezuela


Ciudad de Caracas

En la ciudad de Caracas, a catorce de octubre de mil ocho cientos trece, tercero de la República y primero de la guerra a muerte, concurrieron a cabildo extraordinario, precedida citación del mismo día, los ciudadanos Cristóbal de Mendoza, gobernador político del Estado; Juan Antonio Rodríguez Domínguez, juez de policía presidente de la Municipalidad; Vicente y Jacinto Ibarra, alguaciles mayores; y los municipales Andrés Narvarte, Marcelino Algain, Miguel Camacho, Francisco Ignacio Alvarado Serrano, José Ventura Santana, Rafael Escorihuela, y los síndicos José Ángel de Álamo y Pedro Pablo Díaz, el ciudadano Antonio Fernández de León, director general de rentas nacionales; los corregidores Carlos Machado, Francisco Talavera, Ramón García Cádiz y Vicente López Méndez, y el prior del Consulado Juan Toro; no habiendo asistido los demás individuos de la Municipalidad por legítimo impedimento.
Así congregados, tomó la palabra el ciudadano gobernador político como presidente nato de todos los cabildos del distrito y de este acto, y propuso a la Asamblea si estaba dispuesta, como manifestó incontinenti estarlo, a entrar en discutir y acordar la demostración particular que la misma, en nombre del pueblo venezolano, se hallaba en el necesario caso de tributar al General del Ejército Libertador, ciudadano Simón Bolívar, pues que siempre victorioso y siempre triunfante de las huestes españolas que nos oprimían, ha entrado ayer la segunda vez en esta capital, coronado de laureles, entre los vivas y aplausos más expresivos y sinceros de todos los cuerpos militares y civiles, del eclesiástico, con su prelado a la cabeza, de todas las personas más ilustres y notables del país y de un pueblo numerosísimo que espontáneamente concurrió a recibirle, vencedor y glorioso, por haber dejado deshechas y aniquiladas las fuerzas enemigas que vinieron últimamente de España, en los campos memorables de Bárbula y Las Trincheras y encerrados sus miserables restos en Puerto Cabello.
Uniforme, pues, el voto de los concurrentes en ceñir la demostración al grado militar de que se ha hecho digno por sus servicios, sobre el de brigadier, que no debe a Venezuela, su patria sino al ilustre Gobierno de la Nueva Granada, protector de nuestra libertad, y a determinarle un epíteto o sobrenombre que inmortalice su memoria en los anales de la América libre; la Asamblea, como órgano de la voluntad expresa y general que han manifestado los pueblos a quienes este invicto General y sus compañeros de armas han roto las cadenas, y que no pueden ver con indiferencia al Héroe Libertador con el sólo carácter de brigadier en que se ha mantenido por una consecuencia de su delicada moderación cuando él mismo día ascendido y condecorado con grados militares, aun de mayor jerarquía que el suyo a los que se han distinguido en la campaña; resolvió aclamar, como por el presente acto aclama solemnemente, al Brigadier de la Unión y General en Jefe de las armas libertadoras, ciudadano Simón Bolívar, por Capitán General de los Ejércitos de Venezuela, vivo y efectivo, con todas las prerrogativas y preeminencias correspondientes a este grado militar. También le aclama la Asamblea con el sobrenombre de Libertador de Venezuela, para que use de él como de un don que consagra la patria agradecida a un hijo tan benemérito.
Y espera la Asamblea que, puesta esta acta en manos de Su Excelencia por medio de una diputación, la aceptará como un testimonio de su gratitud; quedando encargado el ciudadano gobernador político de trasmitirla a los demás Estados para su inteligencia y satisfacción, igualmente que a los cabildos de Caracas, por conducto del presidente.
Finalmente, acordó la Asamblea que en las portadas de todas las Municipalidades del distrito se fije con caracteres bien inteligibles esta inscripción: »Bolívar, Libertador de Venezuela»; y firmaron de que certifico. Cristóbal de Mendoza. Juan Antonio Rodríguez Domínguez. Vicente Ibarra. Jacinto de Ibarra. Andrés de Narvarte. Marcelino Algain. Miguel Camacho. Francisco Ignacio Alvarado Serrano. José Ventura Santana. Rafael Escorihuela. José Ángel de Álamo. Pedro Pablo Díaz. Antonio Fernández de León. Carlos Machado. Francisco Talavera. Ramón García Cádiz. Doctor Vicente López. Juan Toro.
Francisco León de Urbina,
Teniente Secretario.

* * *
Señores de la Ilustre Municipalidad.

Señores: La diputación de vuestras señorías, me ha presentado el acta de 14 del corriente, que a nombre de los pueblos me transmiten vuestras señorías como la debida recompensa a las victorias que he conseguido, y han dado la libertad a mi patria.
He tenido, es verdad, el honor de conducir en el campo de batalla, soldados valientes, jefes impertérritos y peritos, bastantes por sí solos a haber realizado la empresa memorable que felizmente han terminado nuestras armas. Vuestras señorías me aclaman Capitán General de los Ejércitos y Libertador de Venezuela: título más glorioso y satisfactorio para mí, que el cetro de todos los imperios de la tierra; pero vuestras señorías deben considerar que el Congreso de la Nueva Granada, el mariscal de campo José Félix Ribas, el coronel Atanasio Girardot, el brigadier Rafael Urdaneta, el comandante D'Eluyar, el comandante Elías y los demás oficiales y tropas son verdaderamente estos ilustres libertadores. Ellos, señores, y no yo, merecen las recompensas con que a nombre de los pueblos quieren premiar vuestras señorías en mí, servicios que éstos han hecho.
El honor que se me hace es tan superior a mi mérito, que no puedo contemplarle sin confusión.
El Congreso de la Nueva Granada confió a mis débiles esfuerzos el restablecimiento de nuestra República. Yo he puesto de mi parte el celo; ningún peligro me ha detenido. Si esto puede darme lugar entre los ciudadanos de nuestra nación, los felices resultados de la campaña que han dirigido mis órdenes, es un digno galardón de estos servicios, que todos los soldados del ejército han prestado igualmente bajo las banderas republicanas.
Penetrado de gratitud he leído el acta generosa en que me aclaman, sin embargo, Capitán General de los Ejércitos y Libertador de Venezuela. Yo sé cuánto debo al carácter de vuestras señorías, y mucho más a los pueblos, cuya voluntad me expresan; y la ley del deber, más poderosa para mí que los sentimientos del corazón, me impone la obediencia a las instancias de un pueblo libre, y acepto con los más profundos sentimientos de veneración a mi patria y a vuestras señorías, que son sus órganos, tan grandes munificencias.
Dios guarde a vuestras señorías muchos años.

Caracas, 18 de octubre de 1813.-3º y 1º Simón Bolívar

jueves, 27 de enero de 2011

INTRODUCCIÓN A LA FALSIFICACIÓN DE LA REALIDAD


por Noberto Ceresole

"Nuestras ideas científicas valen en la medida en que nos hayamos sentido
perdidos ante una cuestión, en que hayamos visto bien su carácter
problemático y comprendamos que no podemos apoyarnos en ideas recibidas, en
recetas, en lemas ni vocablos. El que descubre una nueva verdad científica
tuvo antes que triturar casi todo lo que había aprendido y llega a esa nueva
verdad con las manos sangrientas por haber yugulado innumerables lugares
comunes"
José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas

Este libro es el primer volumen de un largo viaje en tres dimensiones. En la dimensión geográfica comienza en el lejano sur, en Buenos Aires, y llega hasta el Asia Central, pasando por el Oriente Medio y Europa. Finalmente habrá un retorno a la Argentina, cuya crisis, al final del viaje, queda iluminada de manera muy distinta a como lo había estado antes. En la dimensión temporal el viaje dura unos cuatro años, contando desde el segundo atentado terrorista de Buenos Aires (18 de julio de 1994, AMIA) hasta la terminación de este libro. Quedan en el camino, por así decirlo, tres libros anteriores, tres ensayos previos que condujeron finalmente al presente volumen, Terrorismo fundamentalista judío (1996); El Nacional Judaísmo (1997) y España y los judíos (1997).
En la dimensión intelectual yo, el viajero, tuve que procesar informaciones, sentimientos y conocimientos cuya existencia simplemente ignoraba al comenzar el viaje. Para dar un ejemplo, mi toma de contacto con la literatura revisionista francesa y de otros países occidentales se produce recién en enero de 1998. Una parte importante de este trabajo ya estaba terminada para esas fechas, incluidas las críticas al libro de Roger Garaudy Los mitos fundadores de la política israelí. Mi conexión con el revisionismo, en especial el francés, y con la obra de Robert Faurisson, si bien es tardía, no por ello dejó de ser eficaz, ya que he encontrado, casi al final del camino, un fundamento sólido y una importante continuidad entre mi propio pensamiento y la obra del revisionismo. Es mi evolución intelectual personal lo que me hace aceptar lo substancial de la metodología del revisionismo. Ella justifica y explica, a nivel científico, muchas ideas que originalmente nacieron en mí como intuiciones que se fueron desarrollando a partir del estudio de un caso concreto -y no teórico- de terrorismo judío.

lunes, 24 de enero de 2011

EL LIBRO ESPAÑOL EN AMÉRICA


por Rufino Blanco Fombona

LOS SEÑORES que me han precedido en este ciclo de conferencias organizadas por la Cámara Oficial del Libro han realizado obra amena, instructiva y práctica. Con el mayor acierto han discurrido, profesionales doctos, sobre la fabricación del papel (don Nicolás Urgoiti), sobre la confección técnica del libro, sobre la industria editorial, sobre autores españoles (don Ramón Pérez de Ayala), sobre las bibliotecas del Estado (el conde de Vallellano), sobre las bibliotecas de Cataluña y, por último, sobre las relaciones de la prensa y el libro (don J.M. Salaverría).
Ya está el libro español en la calle. Sabemos cómo nació, cómo se desarrolló, cómo se hermoseó. Ha entrado en contacto con el público. ¿Cuál será su destino? ¿Por lo menos su destino inmediato? El libro español, encontrando estrechos los límites de su patria nativa, pasa el mar, glorioso emigrante, y llega a América. Mi tema será, pues, el libro español en América.

jueves, 20 de enero de 2011

Artículos convencionales de la provincia oriental


"Art. 1 - La Provincia Oriental entra en el rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con las demás Provincias es el de una estrecha e indisoluble confederación ofensiva y defensiva. Todas las Provincias tienen igual dignidad, iguales privilegios y derechos y cada una de ellas, renunciará al proyecto de subyugar a otra."
"Art. 2 - La Provincia Oriental es compuesta de pueblos libres y quiere se le deje gozar de su libertad; pero queda desde ahora sujeta a la Constitución que organice la Soberana Representación General del Estado y a sus disposiciones consiguientes, teniendo por base (inmutable) la libertad civil."
"Art. 3 - Atendida la población de esta Banda y siguiendo el orden establecido en las demás Provincias, pasarán a incorporarse y completar la Representación del Estado en la Asamblea Soberana los cinco Diputados electos por esta Provincia además del de la Ciudad de San Fernando de Maldonado, en cuyo número se incluyen ya dos que pertenecen a Montevideo como cabeza de Provincia."

"Campamento delante de Montevideo, 19 de abril de 1813.
José Rondeau / José Artigas"

lunes, 17 de enero de 2011

JESÚS Y LA POLÍTICA


por Carlos Mugica

La relación entre fe cristiana y compromiso político es el tema número uno de la reflexión teológica contemporánea. Por eso no resulta demasiado sorprendente que Oscar Cullmann, uno de los más importantes teólogos del protestantismo actual, considerando por católicos, protestantes y judíos sin distinción como el mejor exégeta tal vez, que hay hoy del Nuevo Testamento, se ocupe de la relación que existió entre el Jesús histórico y los revolucionarios de su tiempo.
Nadie ignora que a partir del Concilio Vaticano II, que con su histórica Constitución Pastoral Gaudium et Spes (La Iglesia en el Mundo Contemporáneo, 1964 y, sobre todo, con la Encíclica Populorum Progressio (1966) de Pablo VI, el tema de la relación entre la fe y el compromiso político es el que ha absorbido la atención de los teólogos y pensadores cristianos. Y el proceso se ha ido acentuando cada vez más. Basta a hojear la revista Concilium, que reúne a los más importantes teólogos renovadores europeos y comienza a darle amplia cabida al tema en sus páginas.
Es cierto que en los países llamados desarrollados, que con más precisión desde el Tercer Mundo son señalados corno subdesarrollantes, la problemática teológica es mucho más conflictiva ya que se cuestiona la esencia misma del mensaje revelado. Como decía un gran teólogo' "allí la mordedura llegó hasta el hueso". Se cuestiona no sólo la legítima pretensión de la Iglesia de ser la sucesora de los apóstoles, sino la misma divinidad de Cristo, a quien se pretende presentar como el prototipo del hombre para dos demás, pero no necesariamente como el Hijo de Dios. Al reducir a Cristo a una dimensión meramente humana, presentándolo como el hombre que llegó al fondo en la capacidad de amar, en la entrega a los hombres a través de su máxima manifestación, dando la vida por ellos, se dinamita el dogma básico de la fe cristiana: la Resurrección.
San Pablo enseña: "Si Cristo no resucitó, los cristianos somos los hombres más estúpidos de la tierra". Y tiene razón si Cristo no resucitó, no hay salida para los ciegos, paralíticos y esquizofrénicos de este mundo, por más revoluciones sociales que se propugnen. El marxismo, pienso yo, encuentra su límite más terrible en el pasado. No hay salida trascendente para los que ya murieron. Para el cristianismo, la muerte no existe. Para el cristiano no hay más que una sola vida, pero que tiene tres instancias: la histórica que podemos llamar vida uterina, luego viene el parto que es la muerte, para acceder finalmente a la vida plenamente creadora: la vida eterna, que supone entrar a compartir la existencia tremendamente fecunda y gozosa de Dios. Es entrar, por decir así a crear desde Dios, nuevos mundos. Y precisamente, por ser totalmente creadora, la existencia se vuelve totalmente dichosa.
No obstante esta preocupación constante por salvar el basamento mismo de la fe cristiana los teólogos europeos comienzan a reflexionar sobre el tema religión y política porque munchos jóvenes, hoy, en Europa, entran en crisis de fe al sentir que c' modo de presentación del mensaje cristiano y el rol que desempeña la Iglesia aparecen como sustentadores de una sociedad que agoniza del orden establecido, al que Helder Cámara llama el “desorden establecido”.
Sin duda que a nivel cristiano fue decisiva en este punto la toma de posición del Magisterio de la Iglesia y sobre todo, de Pablo VI. En la Constitución Pastoral la Iglesia en el Mundo Contemporáneo, el Concilio exhorta a los cristianos a comprometerse en la creación de una sociedad nueva y a ampliar el campo del compromiso solidario al mundo entero. La encíclica Populorum Progressio precisa más el campo de atención y de acción. Es la Carta fundamental del Tercer Mundo desde la perspectiva católica. No basta ya luchar para que desaparezcan los individuos ricos y pobres, sino que se trata de acabar con los países ricos y los países pobres. No se trata de que los pueblos ricos ayuden a los pueblos pobres sino de que los pobres dejen de ser pobres. Realizar una acción que signifique a nivel de pueblos lo que Helder Cámara quiere para el campesino miserable del Nordeste brasileño: "ayudar al hombre a ponerse de pie". No se trata de "pararlo" paternalísticamente sino de ayudarlo a ayudarse. Aceptar el surgimiento original o inédito de los pueblos del Tercer Mundo. Claro que este planteo de Pablo VI parece ingenuo. Porque para que surjan los pueblos nuevos los países dominantes deben renunciar a sus apetitos imperiales.
Esta necesidad de atender a las crisis internas de las Iglesias que corrían el riesgo de desaparecer con el cambio generacional, es la que en última instancia ha obligado a los teólogos europeos a mirar más allá de sus narices y advertir que existe un Tercer Mundo. No hay duda de que Pablo VI, con su ejemplo, ha contribuido a empujarlos. Por eso no sorprende demasiado hoy que Cullmann, el gran exégeta protestante contemporáneo, amigo personal de Pablo VI y observador en el Concilio Vaticano II, se ocupe de la relación entre fe y militancia política. Es la primera vez que lo hace, ya que hasta ahora sólo le preocupó la relación entre fe e historia desde una perspectiva más distante. Pero es indudable que él mismo ha contribuido a este "aterrizaje" de la teología católica y protestante actual. Con su Cristo y el tiempo, Cullmann fue uno de los pioneros de este siglo en señalar el sentido evolutivo de la formulación de la fe y la relación entre revelación e historia humana, mostrando que Dios no sólo se revela a través del mensaje bíblico sino también a través de la historia humana, a través de lo que Juan XXIII llamará después “los signos de los tiempos". Por eso es que hoy son muchos los teólogos que afirman que Dios se revela ante todo y principalmente a través de la Biblia pero que también lo hace a otro nivel, ciertamente, para los católicos, a través del Corán, Marx, Freud o Einstein. El Cardenal Bea, hablando a cristianos, protestantes y musulmanes, les decía: "Te hemos que compartir la porción de verdad que hay en cada una de nuestras religiones para acercarnos más al Dios que todos amamos". Y Pablo VI, en su discurso a los observadores del Concilio (Cullmann, entre ellos), dirá: "Ustedes (protestantes, ortodoxos) y nosotros (católicos) estamos en un mismo camino, y vamos hacia una novedad que debe ser engendrada".
Esto no significa que la Iglesia Católica renuncie a nada de lo que constituye su esencia, sino al contrario, que explicite su esencia, que explicite todas las virtualidades que contiene en su seno.
El acto académico de la inauguración de los cursos de 1969 de la Facultad libre de Teología protestante de París fue la ocasión para que Cullmann, a través de su trabajo Jesús y los revolucionarios de su tiempo incursionara por primera vez en el campo de la teología política. Es una obra breve, concisa, de 87 páginas, en la que Cullmann nos propone desde el Evangelio, y con el rigor histórico que el tema exige, las bases para reflexionar sobre la relación entre la fe y el compromiso político. Lo que le preocupa a Cullmann en primer lugar es cuál fue la actitud concreta de Jesús, qué fue lo que El hizo y dijo en relación al poder de su tiempo, cómo se situó el Jesús histórico frente a los factores de poder que hoy tiene que encarar un cristiano. Ciertamente que, en el mundo en que se movía Jesús ─la sociedad geográfica de Israel, donde lo religioso y lo político aparecían íntimamente fusionados─ el problema era más grave y difícil. Cullmann demuestra que Jesús de Nazaret no puede ser encuadrado en ninguno de dos principales movimientos de su tiempo. Su obediencia radical a la voluntad divina, que se asienta en su íntima comunión con Dios, y en la espera de su Reino y su justicia, no se acomoda ni a la perspectiva de los grupos que defendían el orden establecido en Palestina, ni a la de los que combatían por la violencia. Al analizar el comportamiento histórico de Jesús, Cullmann, no niega la necesidad que hoy experimenta un cristiano acerca de cómo situarse frente a las distintas manifestaciones del poder; sostiene que el resultado del análisis histórico debe crear en el cristiano la base que le permita plantear correctamente el problema, eludiendo simplificaciones reducidoras, fruto de posiciones ideológicas dogmáticas que conducen a un Cristo pacifista a outrance o a un Cristo guerrillero.
Es importante señalar que, para un cristiano, el Jesús histórico es un punto de referencia fundamental para reflexionar sobre la validez de su compromiso, pero sin olvidar nunca que Cristo sigue hoy vivo y actuante a través de la historia, a través de su Espíritu, que se expresa particularmente ‑para los católicos‑ por el Magisterio de la Iglesia.
Ubicando a Jesús en su tiempo, lo encontramos enfrentado a un movimiento de resistencia religiosa y política: el movimiento zelota. Los zelotes luchan por medio de la violencia contra la autoridad establecida, en la que ven la expresión del paganismo e imperialismo romanos, opuestos a su religión monoteísta y a su libertad como pueblo. Cuando Jesús entra en la vida pública, el problema número uno de Palestina es la resistencia al invasor romano, problema religioso y político a la vez.
Hoy en día, en que tanto se habla de teología de la revolución, se corre el riesgo de hacer de Jesús pura y simplemente un rebelde zelota. Cullmann afirma que esto se explica, dado que la condenación jurídica de Jesús no es decretada por los judíos sino por los romanos. que sólo se preocupaban de la actitud política de la gente. Esto es demostrado por Cullmann de manera indudable dable, sobre todo cuando señala que Jesús fue ejecutado al modo romano, es decir, mediante la crucifixión, y no como la pena de muerte judía, que era la lapidación.
Además, la inscripción sobre la cruz, “Jesús, rey de los judíos”, aludía claramente a la razón política de la ejecución: éste pretende ser Rey, por lo tanto, sustituir al César.
Para poder ubicar bien a Jesús en su contexto histórico y percibir la originalidad de su vida y su mensaje, es indispensable advertir ‑como lo muestra Cullmann‑ que en los evangelios hay dos categorías de textos, que aluden a palabras y gestos de Jesús: 1) por un lado, los que aproximan a Jesús al zelotismo: a) los que se refieren a la aproximación creciente de Jesús a las masas, b) sus crueles ironías hacia los gobernantes, c) el tener entre sus discípulos a tres antiguos zelotas: Simón el Zelota, Simón Pedro y Judas Iscariote; d) su condenación por los romanos que lo creían agitador zelota, etcétera. 2) Por otro lado, están los textos en que Jesús aparece como adversario de toda violencia y de toda resistencia política: a) las parábolas de la no‑violencia, b) el amor a los enemigos, c) orden de no usar la espada para defenderlo, d) rechazo enérgico de todo elemento político en su misión divina, etcétera. En esta línea se puede afirmar que la gran tentación que Jesús rechazó como satánica fue la de erigirse en líder político, en jefe revolucionario.
La raíz común de las dos series de textos contrapuestos está en la esperanza central de Jesús: la espera del Reino que va a venir. Para Jesús, el Reino que va a venir, viene por obra de Dios antes que por obra del hombre. Por eso, todos los fenómenos de este mundo deben ser relativizados lo que no quiere decir minimizados, sino orientados al Reino definitivo. Así, Jesús, al sacramentalizar al amor humano, lo relativiza, es decir, muestra que tiene relación a una instancia más profunda, en que se realiza el amor pleno y total. Esa instancia es el amor en Dios.
El temor a la afirmación de Marx, “la religión es el opio del pueblo” ‑que históricamente ha tenido validez en muchos casos─ no debe impedir el percibir la originalidad del mensaje de Cristo que es evidentemente escatológico (es decir, que mira el fin de los tiempos). Helder Cámara, Luther King, y Camilo Torres, que con su solo testimonio invalidan la objeción de Marx, si se le quiere dar un alcance universal, nunca perdieron de vista que la revolución no significa la instalación del Reino de Dios en la tierra, y que debe ser permanentemente revolucionada y criticada desde la fe, hasta que el Señor vuelva. Ciertamente, esa crítica sólo se podrá ejercer honestamente a los ojos de los hombres de nuestro tiempo, desde adentro del proceso, participando de la acción revolucionaria, aunque se la relativice en el sentido antes expuesto.
Por eso Cullmann señala que la esperanza del Reino futuro (que no es de este mundo), que totaliza la perspectiva de Jesús no lo aleja a Él de la acción en este mundo que pasa, y para este mundo que pasa.
Es evidente que Jesús se sitúa en una actitud crítica frente a todas las instituciones existentes en su tiempo. Forman parte del mundo pervertido que pasará y no tienen, por lo tanto, ningún valor eterno. Jesús es el revolucionario más ambicioso de todos los tiempos, ya que no pretende crear nuevas estructuras, no pretende acabar la explotación del hombre por el hombre, no apunta a una sociedad nueva sin injusticias, sino que pretende crear una nueva vida, un nuevo modo de existir absolutamente impensable para el hombre, e imposible de alcanzar con sus solas fuerzas: la vida divina.
Es cierto que comenzar a vivir esta nueva vida traerá, como consecuencia, cambios profundos en las relaciones humanas y posibilitará la creación de una nueva sociedad. Pero Jesús no pierde el tiempo participando en una acción que encare la destrucción de las estructuras corruptoras mediante la violencia. Él no quiere desviar los corazones de su predicación que es el Reino de Dios, que no es de este mundo. Se trata de un nuevo modo de existir, insospechable para el hombre. Fue necesaria la Encarnación del Hijo de Dios para que el hombre pudiera aceptarla. Así como el mono jamás soñó en convertirse en hombre, la vida divina que Cristo trae al hombre resulta tan desproporcionada a sus apetencias terrenas, que Theilhard llama el salto mortal en la línea de la evolución: el paso del hombre a la vida transhumana, a la vida cristificada.
Jesús cambia en el culto todo lo que se opone a su radicalismo escatológico, todo lo que atenta ya, entonces, contra la nueva vida que anuncia, vida que supone el sano desarrollo en libertad de la interioridad del hombre. Cristo acaba con el culto alienante y exige un culto a Dios que se traduzca en la liberación real del hombre. Por eso Pablo VI dice en su discurso de clausura del Concilio del 7‑12‑71: “Nosotros, los cristianos, más que nadie, tenemos el culto del hombre”. Y dice verdad. Porque en la enseñanza de Cristo, el modo no ilusorio, no tramposo de glorificar a Dios, es el amor real y comprometido al hombre: "Ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros".
Jesús no reniega de la tradición. Elimina de ella los elementos que impiden captar con pureza la radicalidad de su mensaje. Hoy sucede algo parecido con las corrientes renovadoras de la Iglesia, que postulan la socialización de los medios de producción y el advenimiento del socialismo. Buscan su apoyo en la auténtica tradición de la Iglesia, desvirtuada en los últimos siglos por el individualismo capitalista. Y esta auténtica tradición se refleja ante todo en el Nuevo Testamento, que asienta por escrito las vivencias de las primeras comunidades cristianas. Y allí se ve que, desde el vamos, los primeros cristianos vivieron en comunidad de bienes. Mientras resonaban con fuerza en sus oídos las enseñanzas del Maestro, prescindieron de la propiedad privada individualista. A medida que se fueron alejando de su origen, este rigor hacia la propiedad individual fue desapareciendo, aunque siempre en la historia de la Iglesia existieron comunidades de hombres que mantuvieron una distancia radical frente a la posesión de los bienes. Basta recordar a San Francisco de Asís.
La actitud profundamente trascendente de Jesús lo lleva a descartar todo lo que se oponga al mundo directo de su mensaje escatológico, y lo llevó a enfrentarse con los defensores de la letra de la ley y con los zelotes nacionalistas sectarios. Porque Jesús viene a anunciar el plan divino no sólo a Israel, aunque reconoce su peculiar ubicación en la redención, sino a todos. De ahí que su fraternal apertura hacia los paganos y samaritanos escandaliza a los judíos, y en particular a los zelotas, cuyo odio al extranjero era ilimitado.
Cuando los hombres de hoy luchan por extirpar las clases que dividen a los hombres en explotadores y explotados, y se oponen al neocolonialismo y al imperialismo, están reconociendo en la práctica, tal vez sin advertirlo, la fuerza del mensaje que Cristo trajo hace dos mil años.
Los evangelios muestran con meridiana claridad que Jesús estigmatiza sin piedad a los ricos y predica con inusitada violencia contra la injusticia social. Jesús anuncia por un lado, que a la luz del Reino que vendrá, la diferencia entre ricos y pobres es contraria a la voluntad divina. Este juicio sobre el orden social de su tiempo es, como tal, un juicio revolucionario. Pero Jesús como ya dijimos, no apunta a voltear el orden social directamente. El exige otra cosa de sus discípulos: cada uno debe aplicar individualmente desde ahora las normas del Reino futuro. Cada hombre, como individuo, debe ser cambiado por la ley del amor. Jesús se preocupa por hacer desaparecer en el individuo el egoísmo, el odio la injusticia, la falsedad.
Esta enseñanza de Jesús sigue siendo hoy indispensable. Si todos los que hoy en la Argentina nos decimos cristianos, realizáramos a fondo nuestra revolución interior, pasáramos de la injusticia al amor, ciertamente que la configuración de nuestra sociedad sería otra. Y no se daría, por ejemplo, el hecho escandaloso de que solamente en Buenos Aires haya 120.000 departamentos vacíos y más de 2.000.000 de personas viviendo en villas miseria y conventillos. Sin hablar de "cristianos" con dos o tres casas, que viven lo más “panchos”, ignorando la situación de miseria de sus hermanos en la fe.
Es cierto, como ya antes quedó señalado, que el Magisterio de la Iglesia enseña que la conversión del corazón, para no ser ilusoria, supone hoy una acción política eficaz que busque eliminar las injusticias estructurales. Y que sea natural que una profunda conversión del corazón lleve al compromiso revolucionario, que busque acabar con la explotación del hombre por el hombre como lógica consecuencia.
Ortega decía: "El hombre es él y su circunstancia”. Después de Marx, esto no puede ser ignorado por los cristianos. Y toda la enseñanza actual de la Iglesia exige atender ciertamente a la conversión personal, pero simultáneamente a “la circunstancia", que en ciertas situaciones puede ser determinante de las actitudes interiores.
Pablo VI señala en su Carta al Cardenal Roy, refiriéndose a la insensibilidad social de los grandes empresarios, fruto de su tren de vida: “Muchos involucrados en las estructuras y acondicionamientos modernos están determinados por sus hábitos de pensamiento, sus funciones, cuando no lo están, también, por la salvaguarda de sus intereses materiales”.
Es cierto, sin duda que la cuestión se resolvería por sí misma si cada individuo se convirtiera tan radicalmente como Jesús lo exige. Pero también es cierto que el condicionamiento estructural puede penetrar hasta la interioridad de la persona e imposibilitarla para el cambio profundo. De ahí que hoy resulta inseparable en el cristiano la conversión del corazón y la acción política que busca la conversión de la sociedad.
Los primeros cristianos se tomaron en serio las enseñanzas de Jesús. Por eso vivían en comunidad de bienes (Actos de Apóstoles 4,36-5,4). Y su testimonio hizo explotar la institución madre de la opresión humana: la esclavitud.
Jesús fue condenado a muerte por Pilatos como rebelde político, como zelota. Su mensaje trascendente resultó incomprensible, tanto para la mentalidad teocrática y sectaria de los zelotas como para la mentalidad pagana de los romanos, que se engañaron acerca de las verdaderas intenciones de Jesús. Su esperanza escatológica, es decir, de la realización plena del reino fuera del tiempo, llevó a Jesús a una actitud agudamente crítica frente al poder romano que lo hizo aparecer como zelota. Y los movimientos populares que suscitó su acción, indudablemente aparecían, ante los ojos de los romanos, como levantamientos contra el orden establecido.
El Sanhedrín, como lo muestra el evangelista Juan (Juan 11,48), al advertir que el movimiento popular a favor de Jesús se agranda día a día, toma la decisión de denunciarlo como rebelde político a los romanos, para que la acusación no recayera sobre él.
Cullmann demostró en su momento, en Dios y el César que Pilatos no se limita a ratificar una pena aplicada por los judíos os, sino que es el que eficazmente juzga a Jesús. En Getsemaní es la cohorte romana ‑y no los judíos‑ la que apresa a Jesús. Es cierto que la responsabilidad moral le cabe al Sumo Sacerdote y al partido del Sanhedrín (y no al conjunto del pueblo judío), pero la responsabilidad jurídica corresponde exclusivamente a los romanos.
Es cierto que Jesús es condenado por zelota, por revolucionario, pero esta acusación de ninguna manera significa que Cristo fuera realmente zelota, sino que su actitud trascendente, profundamente religiosa, escapaba a toda posibilidad de comprensión por parte de los paganos.
En los Evangelios se ve con claridad que Jesús elude los movimientos populares que suscita con su acción, sobre todo cuando el pueblo trata de hacerlo rey (Juan 6,15) y los zelotas perciben que no quiere adherirse a su partido ni hacer cansa común con ellos. Jesús se atribuye a sí mismo la profecía de Isaías, que presenta al Mesías como el siervo de Jahvé, como un varón de dolores, y considera como la tentación capital de su vida la de erigirse como líder político. Esto queda sugerido en el episodio misterioso de las tentaciones en el desierto. A la proposición del demonio de constituirlo en rey señor del mundo, Jesús contesta: "Apártate, Satán" (Mateo 4,10). Y se resiste a ser llamado Mesías. Prefiere designarse a sí mismo como Hijo del Hombre. Es realmente significativo que prefiera este título aun al de Hijo de Dios. Para los cristianos que miran a Jesús con los ojos de la fe, éste es un índice más de compromiso definitivo del Dios Hombre con los hombres. Cuando se pretende usar la violencia para impedir su detención, se opone enérgicamente. Y coherente con la afirmación de su mensaje trascendente, responde a la pregunta de Pilatos: "Mi Reino no es de este mundo.
Un elemento original de su mensaje, tal vez el más profundo, coloca a Jesús por encima de los antagonismos de su tiempo. El Amor a los enemigos. Es cierto que, de suyo, el amor al enemigo. no excluye necesariamente el enfrentamiento, incluso violento, con éste, en situaciones extremas, como se ha dado tantas veces en la historia, pero Jesús traza las líneas ideales de conducta, válidas para todos los tiempos y que suponen para el cristiano en situación de lucha o aun de guerra una permanente tensión de reconciliación.
Cuando El dice que no vino a traer la paz sino la espada, de ningún modo está recomendando la guerra santa: constata que la decisión que su mensaje exige de los hombres provoca disensiones entre ellos y puede suscitar la persecución en sus discípulos. La historia reciente y actual muestra cómo las palabras de Cristo tienen plena vigencia. Luther King, el apóstol de la no‑violencia, es eliminado violentamente. Es que el mundo no puede soportar el mensaje cristiano cuando se expresa con su fuerza original. Las palabras de Jesús: "Si a mí me persiguieron, los perseguirán a ustedes", son para siempre. Pueden dar buena fe de ellas los laicos, obispos y sacerdotes de América latina, que por su fidelidad al Evangelio sufren hoy las consecuencias de la violencia institucionalizada.
La actitud de Jesús en el Evangelio es de una profunda unidad. El quiere afirmar a fondo la trascendencia de su mensaje, su originalidad en un mundo cerrado en la inmanencia. Sin embargo, es fundamental tener en cuenta, como lo señala Cullmann, que su actitud no puede ser traspuesta sin más a nuestros días. Son muchos los teólogos que afirman hoy. Cullmann entre ellos, que en la perspectiva de Jesús el fin del mundo era inminente y, por lo tanto, poco importaba cambiar las estructuras de la sociedad. Es importante entonces, como lo dijimos antes, no absolutizar al Jesús histórico cuando lo buscamos como norma para orientar nuestra actitud frente al compromiso político y la revolución. Para los cristianos, Jesús es el Cristo resucitado que, vivo y lleno de fuerza sigue conduciendo a su pueblo a través de la Iglesia, de su Magisterio y de la Historia. El cristiano de hoy, convencido de que estructuras injustas dificultan la conversión del corazón, no debe olvidar jamás ,la necesidad de la revolución interior. En la Unión Soviética se ha realizado una revolución social y económica, qué duda cabe. Pero la burocracia parasitaria que impide al pueblo una real participación en el poder político es una realidad indudable. Por más revolución social que se propugne, y hoy es absolutamente indispensable encararla en los pueblos del Tercer Mundo, será necesario realizar el proceso interior de la conversión continua del odio al amor para buscar el poder no para dominar sino para servir. Un no cristiano genial de nuestro tiempo parece haberlo comprendido. Cuando Mao realiza la revolución cultural y habla de la necesidad permanente de revolucionar la revolución está postulando precisamente un cambio hondo del corazón, como también lo exige Jesús.
Este trabajo de Cullmann es un aporte importante para la reflexión de los cristianos, que hoy, tal vez con más seriedad que nunca, asumen el compromiso político y la lucha revolucionaria porque comprende que el Reino de Dios comienza ya en este mundo. Para no falsear su testimonio será importante “o tener vergüenza del Evangelio" (Epístola a los romanos, I, 16) que siempre, en alguna de sus dimensiones, será considerado "locura" por el mundo. Se trata de usar de las cosas de este mundo, buscando su transfiguración, pero como “si no se las usara”. Esta tensión entre estar en el mundo luchando por la liberación del hombre en todos los frentes. sin ser del mundo, sin hacer de esta instancia terrena el destino definitivo, es lo que Cristo exige hoy al cristiano, y éste es el desafío que debe asumir sin claudicaciones para ser la sal de la tierra, más allá de su fragilidad e impotencia.

lunes, 10 de enero de 2011

Proyecto nacional


por Lázaro Cárdenas

Política Obrera

Para contribuir al desarrollo de la organización obrera, se procuro la formación y crecimiento de grandes sindicatos, representativos del interés profesional en las distintas ramas industriales, y el resultado de esta labor, se evidencia en la fuerza actual de esta clase de agrupaciones, que han logrado mejoramiento económico y social.
Es por esto también que no descansare en repetir constantemente, como lo hago hoy, que se realice la organización de los trabajadores en un frente único, en el que todos se tiendan la mano y dentro del que, con particularidad, sean acogidas las agrupaciones que, por ignorancia o indolencia, están aun divorciadas de este propósito de organización general, pues en otra forma será sumamente difícil podernos conducir con éxito por el camino de su plena emancipación dentro de los causes que con tanto acierto han señalado la Revolución en su plan sexenal.
La política del gobierno esta dirigida a mantener el equilibrio entre los factores que intervienen en la producción que son el trabajo y el capital. Para que ese equilibrio sea estable, es necesario que repose en una ancha base de justicia social y en un elevado espíritu de equidad que presida las relaciones obrero-patronales.
El país fue testigo de cómo el Ejecutivo Federal encaminó a los trabajadores hacia la obtención efectiva de cuanto la ley les otorga; así como del apoyo a las demandas legitimas de aquellos hasta hacer del respeto a las mismas una situación orgánica; y por eso ahora, también testifica la nación los propósitos y los actos del gobierno para que a ese logro de derechos corresponda una fecunda compensación y realización de deberes, como medio estabilizador no solo de los intereses económicos, que redundan en prosperidad material, sino también en los altos intereses del espíritu humano, que significan entendimiento, cooperación y justicia para tranquilidad y grandeza de la patria.

Los catorce puntos de la política obrera

1. Necesidad de que se establezca la cooperación entre el gobierno y los factores que intervienen en la producción, para resolver permanentemente los problemas que son propios de las relaciones obrero-patronales, dentro de nuestro régimen económico de derecho.
2. Conveniencia nacional de proveer lo necesario para crear la Central Única de Trabajadores Industriales, que dé fin a las pugnas intergremiales nocivas, por igual, a obreros, patrones y al gobierno.
3. El gobierno es el árbitro y el regulador de la vida social.
4. Seguridad de que las demandas de los trabajadores serán siempre consideradas dentro del margen que ofrezcan las posibilidades económicas de las empresas.
5. Confirmación de su propósito expresado anteriormente a los representantes obreros, de no acordar ayuda preferente a una determinada organización proletaria, sino al conjunto del movimiento obrero representado por la Central Unitaria.
6. Negación rotunda a toda facultad a la clase patronal para intervenir en las organizaciones de los obreros, pues no asiste a los empresarios derecho alguno para invadir el campo de la acción social proletaria.
7. Las clases patronales tienen el mismo derecho de los obreros para vincular sus organizaciones en una estructura nacional.
8. El gobierno esta interesado en no agotar las industrias del país, sino en acrecentarlas, pues aun para su sostenimiento material, la administración pública reposa en el rendimiento de los impuestos.
9. La causa de las agitaciones sociales no radica en la existencia de núcleos comunistas. Estos forman minorías sin influencia en los destinos del país. Las agitaciones provienen de la existencia de aspiraciones y necesidades justas de las masas trabajadoras que nos se satisfacen y de la falta de cumplimiento de las leyes del trabajo que da material de agitación.
10. La presencia de pequeños grupos comunistas no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de nuestro país. Existen estas pequeñas minorías en Europa, en los Estados Unidos y, en general, en todos los países del orbe. Su acción en México no compromete la estabilidad de nuestras instituciones, ni alarma al gobierno ni debe alarmar a los empresarios.
11. Más daño que los comunistas, han hecho a la nación los fanáticos que asesinan profesores; fanáticos que se oponen al cumplimiento de las leyes y del programa revolucionario y, sin embargo, tenemos que tolerarlos.
12. La situación patronal reciente no se circunscribió a Monterrey, sino que tuvo ramificaciones en otros centros importantes de la Republica como La Laguna , el Distrito Federal, Puebla y Yucatán.
13. Debe cuidarse mucho la clase patronal de que sus agitaciones se conviertan en bandería política, porque esto nos llevara a una lucha armada.
14. Los empresarios que se sienten fatigados por la lucha social pueden entregar sus industrias a los obreros o al gobierno. Eso será patriótico: el paro no.

Las huelgas

Las huelgas son fenómenos propios del reacomodo de los factores de la producción. Se presentan cuando las justas aspiraciones de mejoramiento que por una u otra circunstancia los trabajadores no pueden expresar, encuentran ambiente propicio para transformarse en demandas concretas. Si se resuelven con espíritu comprensivo y justiciero, a la postre producen beneficios a la economía en general.
Es cierto que las agitaciones y las huelgas son molestas y causan alarma en el país; pero no puede esperarse que el poder publico, dentro de sus facultades, contribuya a temperarlas, mientras no tenga pruebas suficientes de que el sector patronal se apresa a respetar la ley.
Y, no obstante las declaraciones de mi gobierno, comprobadas en la práctica, de que ajustara todos sus actos a la ley, hasta hoy las autoridades no han tenido la cooperación ni de la industria ni de la banca ni del comercio, a pesar de los propósitos que ustedes declaran.
Las clases obreras saben que no pueden apropiarse de las fábricas y demás instrumentos de trabajo, porque no cuentan por ahora, ni con la capacidad técnica de dirección suficiente, ni con el dominio financiero que se requiere para el éxito de un empeño de tal magnitud.
Otorgar tratamiento igual a dos partes desiguales, no es impartir justicia ni obrar con equidad. La legislación sobre el trabajo, como es sabido, tiene en todos los países un carácter tutelar respecto a los trabajadores, porque tiende a reforzarlos ante su debilidad frente a la fuerza de la clase patronal, para acercarse lo mas posible a soluciones de justicia efectiva.

Ley de expropiación petrolera.

La promulgación del 25 de noviembre de 1936 de la Ley de Expropiación, vino a responder a la necesidad de que el poder publico cuente con un medio de realizar sus servicios o necesidades colectivas, o aprovechar elementos naturales susceptibles de explotación, que se consideran de utilidad publica. Dicha ley no es, en manera alguna, confiscatoria, pues establece la obligación de indemnizar al propietario, la base para estimar lo que se expropie y la persona o entidad que debe cubrir esta indemnización. Por otro lado, las autoridades no la aplicaran sino por causa indispensable de utilidad pública.
El gobierno se interesa, sobre todas las cosas, por la prosperidad del país, proyecta en el resto del actual periodo, intensificar toda actividad que tienda al desarrollo industrial, así como establecer planes de energía eléctrica y una planta siderúrgica, y propugna porque las reservas petroleras sean explotadas en forma mas provechosa para la economía de México.

Reforma Agraria

Primeramente se ha propuesto facilitar elementos económicos y de trabajo al agricultor para llevar a cabo la explotación de la tierra, creando en Banco Nacional de Crédito Agrícola que no solo refacciona numéricamente las actividades del campo, sino que trata de introducir una modernización completa en los sistemas de cultivo y como complemento, crear canales propios de distribución de los productos para que los rendimientos de la agricultura dejen de beneficiar casi exclusivamente a los intermediarios en la distribución y los campesinos aprovechen los beneficios de las transacciones, ya que son ellos los productores directos de la riqueza agrícola del país y cuyo beneficio es uno de los principales postulados del programa del partido que ha creado la Revolución.
Para la resolución del problema agrario no entiendo la simple entrega de las tierras a los campesinos. El poder publico esta obligado a prestar a los ejidatarios toda ayuda moral y material para que prosperen económicamente y para que liberen su espíritu de la ignorancia y los prejuicios. En las banderas de la Revolución por la cual hemos venido luchando y por la cual personalmente lo he hecho desde 1913, esta escrito que debe entregarse la tierra y la escuela a los campesinos. Con el crédito refraccionarlo, la implantación de modernos sistemas de cultivo y la explotación de nuevos productos, con el programa del antialcoholismo y antifanatismo, queda completo el programa revolucionario, en materia agraria.
Entregaré a los campesinos el máuser con el que hicieron la Revolución , para que la defiendan, para que defiendan el ejido y la escuela.
El ejido ya no es solamente una forma de propiedad territorial, ni una fase en la evolución de los sistemas de trabajo; es la célula básica de la estructuración revolucionaria que funciona como una organización parcelaria o colectiva de acuerdo con las condiciones naturales, la calidad de las tierras, la precipitación pluvial, la disciplina que imponen los sistemas de irrigación, la variedad o uniformidad de los cultivos, el uso del crédito y la maquinaria, la cooperación para facilitar las ventas, etcétera.
No es exacto que el indígena sea refractario a su mejoramiento, ni indiferente al progreso. Si frecuentemente no exterioriza su alegría ni su pena, ocultando como una esfinge el secreto de sus emociones, es que está acostumbrado al olvido en que se le ha tenido; cultiva campos que no compensan su esfuerzo; mueve telares que no lo visten; construye obras que no mejoran sus condiciones de vida; derroca dictaduras para que nuevos explotadores se sucedan y, como para él solo es realidad la miseria y la opresión, asume una actitud de aparente indiferencia y justificada desconfianza.
La Revolución Mexicana es un movimiento sui generis, no copia ninguna doctrina ni ningún movimiento extranjero; es mas antigua que cualquiera otra de Europa o de America. México aspira a implantar una democracia de trabajadores; no intentamos, como dicen los enemigos del régimen, implantar una dictadura; todos sabemos que el temperamento del pueblo no lo admitiría; comprendiéndolo así, la Revolución ha planteado el camino ha seguir y por ello propugna porque sea el nuestro un pueblo civilista, con plena organización de una democracia en el que se tenga libertad de acción y política social.
Durante el presente sexenio se entregaron mas de 10.651 ejidos definitivos amparando 18.352.275 hectáreas para 1.020.594 campesinos, sumados en las dotaciones que con anterioridad se habían conferido, forman un total de 13.091 ejidos, para 1.442.895 campesinos, con una superficie total de 25.324.558 hectáreas , quedan aun en propiedad privada 15.500.000 de hectáreas, comprendiendo pequeñas propiedades en cultivo, protegidas por nuestra Constitución.
En la actualidad, aunque lo nieguen los enemigos de la Revolución , han aumentado la producción, como ha aumentado también el consumo, siendo la producción muy superior a cuando existían los latifundios.

El Ejido

A la evolución del concepto del ejido correspondió la elaboración de un nuevo texto del artículo 27 constitucional. Pudo haber habido, en alguna época temprana de la Revolución , quienes consideran el ejido como mero suplemento del jornal, insuficiente para garantizar al trabajador la independencia económica que es el fundamento de todas las libertades. Pero esto nada influye en los deberes presentes de la autoridad. Que grupos de campesinos llegaran a poseer pequeños lotes de tierra, verdaderos “pegujales”, sin aperos, sin crédito, sin organización, era fruto bien raquítico de tamaño sacrificio de la lucha. Y esto sin contar con que el ejido, así entendido, habría acabado por ofrecer un recurso más para que el hacendado pudiera disminuir los jornales –de suyo evidenciados- sabiendo que el trabajador contaba con un arbitrio adicional para subsistir.
La realidad nacional ha sido otra: una concepción ejidal de abiertas perspectivas es la que surge de las aspiraciones populares hasta tomar sitio en la Constitución y en las leyes.
Y la institución ejidal tiene hoy doble responsabilidad sobre sí: como régimen social, por cuanto libra al trabajador del campo de la explotación de que fue objeto, lo mismo en el régimen feudal que en el individual; y como sistema de producción agrícola, por cuanto pesa sobre el ejido, en grado eminente, la responsabilidad de proveer a la alimentación del país.
Dentro de nuestro sistema agrario constitucional, el ejido es, en efecto, el medio directo de satisfacer las necesidades de los núcleos de población hasta limites que las tierras afectables lo permitan, y constituye la comunidad una fuente de vida propia que libera a los habitantes de trabajar a jornal y permite a cada uno de ellos percibir el valor integro del esfuerzo que aplica a las tareas productoras.
La Constitución garantiza la permanencia y la estabilidad de la institución ejidal, evitando que se desvirtúe para volver al latifundio o que degenere en el minifundismo.
Procurar el mayor rendimiento de las tierras para acrecentar la riqueza publica ya distribuida y eliminar los procedimientos indirectos de explotación –como el préstamo usurario, la compra de cosechas “al tiempo” y la intermediación mercantil- son deberes que el estado afronta; porque desea llevar a sus consecuencias lógicas la Reforma Agraria , no en contravención, sino en el fiel cumplimiento de los preceptos constitucionales.
En el campo de la economía general el ejido va siendo cada vez en mayor grado, una fuente abastecedora para el consumo nacional.
A la distribución de la tierra debe coresponder un mas alto nivel de la vida de los habitantes; las autoridades deben contribuir a que así sea, implantando servicios permanentes en los pueblos, haciendo posible la comodidad y la higiene urbanas, extendiendo los beneficios de la educación y la salubridad a todos los ejidos y estimulando a la juventud y a la mujer para que sean elementos de actividad y adelanto en las comunidades.

Reforma Educativa

Por esto el gobierno a mi cargo estimara los nobles esfuerzos que en este sentido lleven a cabo los trabajadores de la enseñanza rectificando a la escuela antigua, cuyo fin era preparar a los individuos para luchar contra sus semejantes y creando una escuela nueva en la que, educados los alumnos bajo una actividad en común, puedan sentir, entender y amar la transformación pacifica de las normas sociales que hay que esgrimir para llegar al terreno de bienestar económico y moral que ambicionamos para México.
La escuela de México necesita un programa que enseñe al niño lo que realmente le sea útil en su mayor edad. Hay que educarlo en contacto con la naturaleza; inculcarle la ideología de la Revolución Mexicana ; prepararlo para el trabajo colectivizado, toda vez que México debe lograr su desarrollo por el propio esfuerzo organizado de los mexicanos. De seguir México con un sistema individualista perderemos de aprovechar las riquezas naturales y las ventajas agrícolas e industriales que ofrece el país.
Educar la conciencia de la niñez y de la juventud, inculcar en sus cerebros una interpretación racional del universo; hacer entender que el control de los factores económicos de la vida implica el control de la vida misma, de donde se desprende la necesidad imperiosa de erguir una organización social que incluya entre sus actividades el régimen de ciertos instrumentos económicos, como el capital agrícola y el industrial que no pueden ser equitativamente utilizados cuando se encuentran en manos exclusivamente de particulares; hacer entender que el individuo ha de tener en cuenta las necesidades de la colectividad preferentemente a los intereses egoístas de clases privilegiadas, encauzar la actividad de las generaciones futuras conforme a normas que les permitan desligarse de yugos tradicionales que impedirán su desarrollo integral; difundir la convicción de que las practicas socialistas, en su aspecto moral, representan el medio para lograr la verdadera libertad individual y, en su aspecto económico, implican un sistema que pondrá fin a la explotación mediante las limitaciones adecuadas a la apropiación de la propiedad privada; luchar contra la incultura en todas las regiones de la Republica ; difundir la enseñanza en condiciones que capaciten prácticamente a nuestros campesinos y trabajadores para hacer progresar sus condiciones de vida y sus sistemas de trabajo; derivar la actividad de nuestro pueblo, en las horas de descanso o esparcimiento, a practicas deportivas y artísticas, que mejoren y fortalezcan nuestra raza.
La misión del maestro no ha de concretarse en el recinto de la escuela. Su misión en el orden social exige su colaboración para el cumplimiento integral del programa de la Revolución. El maestro rural es un guía del campesino y del niño y debe interesarse por el mejoramiento de los pueblos. El maestro ha de auxiliar al campesino en su lucha por la tierra y al obrero en la obtención de los salarios que fija la ley para cada región.
En toda la Republica he encontrado un haz de voluntades como el que aquí se esta haciendo palpable. Y en este mismo acto, que congrega a todos los sectores de esta población, es oportuno que yo declare a ustedes que no es atributo del gobierno, ni esta dentro de sus propósitos combatir las creencias ni el credo de cualquier religión. Se ha dicho que la educación socialista combate la religión y arranca a los hijos del amor de sus padres. Esto es mentira.
La educación socialista combate el fanatismo, capacita a los niños para una mejor concepción de sus deberes para con la colectividad y los prepara para la lucha social en la que habrán de participar cuando alcancen la edad suficiente para intervenir como factores en la producción económica.
En los centros de mayor incultura se ha hecho una propaganda en contra de la escuela socialista, diciendo que combate la religión; pero esta propaganda es solo una tendencia política. Combatir el fanatismo no quiere decir que se combatan las creencias del pueblo ni el credo de cualquier religión; sino destruir los prejuicios que mantienen a la juventud en la ignorancia e impiden el progreso y la prosperidad del país.
En vez de encuadrad las enseñanzas dentro de los tipos tradicionales de las viejas carreras que son clásicas en nuestro país, es necesario –planteando correctamente la cuestión, en términos naturales- que la organización de los estudios se derive de un examen cuidadoso de las necesidades de la colectividad en materia de trabajo técnico, lo mismo respecto a las diversas clases de profesiones que hayan de crearse, que al volumen de alumnos que para cada una de ellas quepa admitir en cada región de la Republica , y –lo que es mas importante- acerca de las condiciones y características que deben reunir los alumnos, para garantía de un adecuado ejercicio profesional futuro.
Para cumplir con una de las tareas imperativas de la Revolución , fue creado en 1937, el Instituto Politécnico Nacional, donde el alumnado además de aprender artes y oficios, estudia carreras profesionales y subprofecionales, se capacita técnica y biológicamente para intervenir en el proceso de producción y se forman especialistas en distintas ramas de investigación científica y técnica llamados a impulsar la economía del país mediante una explotación metódica de nuestra riqueza potencial.
Queda a la responsabilidad de los padres de familia inculcar libremente en el seno del hogar las creencias que mejor les parezcan. La escuela no impone sino explica; y, bajo la acción gubernamental, se trata de evitar que la cátedra se convierta en un factor de disociación susceptible de provocar, como ha venido provocando hasta ahora, luchas sangrientas ante el problema fundamental de la distribución de la riqueza.

Postulados Emancipadores

I- La miseria, la ignorancia, las enfermedades y los vicios esclavizan a los pueblos;
II- A cada quien en relación a su trabajo, y todos según sus necesidades de pan, casa, vestido, salud, cultura y dignidades;
III- Obtener la máxima eficiencia, con el mínimo de esfuerzo y la mas equitativa distribución de la riqueza;
IV- Sin gran producción, no hay amplio consumo, ni gran industria, ni economía poderosa, ni bienestar colectivo, ni nación soberana;
V- Todo Estado moderno exige una técnica dirigida hacia la abundancia de bienes esenciales y de equipos eficientes de cultivo, de transformación, de comunicaciones, de cambio y de cultura;
VI- Suprimir lo superfluo para que nadie carezca de lo necesario y se evite que los ricos se hagan mas ricos y los pobres mas pobres;
VII- Contra la patria, nadie. Por la patria, todo;
VIII- Todos somos servidores de las causas de la libertad, la democracia y el progreso;
IX- Las reformas avanzadas son victorias de las fuerzas del bien sobre el mal en sus luchas por la redención de los oprimidos;
X- Solo la justicia social garantiza la paz y la felicidad humana.

Hay quienes piensan que la Revolución Mexicana quedo liquidada para dar paso al progreso, a la industrialización, las garantías al capital, etcétera.
Pueden pensar así los que tienen pan, casa, coche, cine, etc., pero no la masa que vive en condiciones precarias y muchas familias sin contar con lo indispensable para su subsistencia y no por falta de capacidad de trabajo de ellos mismos, sino por la carencia de fuentes de trabajo que el régimen de la Revolución esta obligado a satisfacer.
Los intelectuales y técnicos en los puestos públicos han desviado la organización sindical hacia el sindicalismo “blanco” y en materia educativa han dejado que se imponga en la mayoría de los centros particulares una educación sin una finalidad concreta para que la niñez y la juventud puedan formar en su mayor edad una unidad para engrandecer a México.
Y ¿Qué es el comunismo? “la bruja”, “la llorona”, “el diablo”, con que antiguamente se quería asustar a los niños; niños que ya hombres adultos han visto que “el diablo”, “la llorona”, “las brujas”, solo existen en la mente de los embaucadores, y al comunismo como una doctrina económica, que esta transformando la vida cultural y económica de los pueblos, de la que no tienen porque asustarse. Que si nuestros pueblos tratan de desarrollarse de acuerdo con sus peculiaridades, al verse agobiados por la miseria, se les orilló a ir a solicitar el trabajo al propio infierno, confeccionado por los dueños de “la gloria” y privilegiados de la tierra.
Nosotros no estamos proponiendo el comunismo. Pero declaro que el comunismo será construido en este país cuando el pueblo lo quiera. No es una doctrina extraña a ningún pueblo; pero solo cada pueblo puede decidir su destino. Lo que es evidente es que la teoría comunista de la sociedad es, antes que nada, una doctrina de emancipación económica, una teoría que se propone elevar al pueblo al más alto nivel.
Sin el equitativo reparto de la riqueza, en relación con la calidad del trabajo productivo y la satisfacción de las necesidades vitales, no habrá verdadera democracia.

jueves, 6 de enero de 2011

ORACIÓN POR LOS HUMILDES


por Jorge Eliécer Gaitán

Compañeros caídos en la lucha:
Discurría vuestra existencia de hombres buenos, de gente honrada y sencilla, sobre las mansas aguas, hacia el destino de todo humano vivir, cuando un golpe aleve de hombres malos y crueles os arrojó hacia las playas del silencio y de la muerte.
Verdad es que los hombres de ánima helada os arrancaron de nuestro lado, de nuestros brazos, de nuestras luchas, pero sólo consiguieron multiplicaros en lo íntimo de nuestra devoción, de nuestro recuerdo y nuestro afecto.
Verdad es que vuestras pupilas ya no se encienden en luz de amor por vuestras madres, por vuestras novias o por vuestros hijos: hombres malos las apagaron.
Verdad es que vuestras gargantas no serán ya el alegre clarín para cantar los cantos de la democracia que nuestras huestes cantan: hombres malos las silenciaron.
Verdad es que vuestros corazones no vibrarán más al ritmo de las emociones de los libres que las ideas liberales alientan: hombres malos las detuvieron.
Verdad es que vuestros brazos y vuestros músculos no modelarán ya sobre la tierra o en el taller el crecer del fruto y la riqueza de que la patria ha menester: hombres malos os lo impidieron.
Verdad es todo esto. Dolorosa verdad, angustiosa verdad, que golpea con golpe de ola la noche sobre nuestro corazón. Pero es verdad a medias.
La tiniebla de vuestras pupilas se ha trocado en luz de estrella conductora de nuestras gentes del partido liberal.
El silencio de vuestras gargantas es ahora grito de justicia en nuestras gargantas; el desaparecido ritmo de vuestros corazones es ahora indomable raudal de energía para nuestra fiera voluntad de lucha.
Vuestros miembros inmovilizados son ahora centuplicada fuerza que nos empuja sin tolerar descansos; y que no ha de suspenderse hasta devolver a la República el camino de la piedad, del bien y de la fraternidad, que hombres de aleve entraña les han robado.
Verdad es, compañeros de lucha, tronchadas vidas, buenas y humildes, que os lloramos. Pero nuestro decoro nos impide lloraros adentro. Y en el río interior de nuestro llanto ahogaremos las dañadas plantas que envenenaron con su perfidia el destino de la patria.
Compañeros de lucha: sólo ha muerto algo de vosotros, porque del fondo de vuestras tumbas sale para nosotros un mandato sagrado que juramos cumplir a cabalidad. Seremos superiores a la fuerza cruel que habla su lenguaje de terror a través del iluminado acero letal. El dolor no nos detiene sino que nos empuja. Y algo profundo nos dice que al destino debemos gratitud por habernos ofrecido la sabia lección y la noble alegría de vencer obstáculos, de dominar dolores, de mirar en lo imposible nada más que lo atrayentemente difícil. Vuestras sombras son ahora la mejor luz en nuestra marcha.
Compañeros de lucha: os habéis reincorporado al seno de la tierra. Ahora, con la desintegración de vuestras células, vais a alimentar nuevas formas de vida. Vais a sumaros al cosmos infinito que desde la entraña oscura e insomne, alimenta al árbol y a la planta que sirven de alegría a nuestros ojos y de pan a nuestro diario vivir. Pero algo más vais a darnos a través de vuestro recuerdo, ya que la muerte en lo individual no es sino un parpadear de la vida hacia formas más elevadas de lo colectivo y de su ideal.
Compañeros de lucha: al pie de vuestras tumbas juramos vengaros, restableciendo con la victoria del partido liberal los fueros de la paz y de la justicia en Colombia. Os habéis ido físicamente, pero qué tremendamente vivos estáis entre nosotros.
Compañeros: vuestro silencio es grito. Vuestra muerte es vida de nuestro destino final.

lunes, 3 de enero de 2011

La cuestión Capital Federal


por Enrique Rivera

Durante la reciente estadía del Presidente de la Nación en Entre Ríos, le entregó el gobernador un estudio por el cual propíciase el traslado de la Capital Federal al interior. Se fundamenta en la conocida tesis del "macrocefalismo porteño" como causa de los problemas económicos, sociales y políticos del interior y en los principios del federalismo. Hasta aquí, no se trata más que de una reiteración de manifestaciones que, con mayor o menor regularidad, se formulan especialmente en Córdoba y Paraná. La novedad consiste en que ahora se propone un traslado fraccionado, llevando a Paraná el Poder Ejecutivo, a Santa Fe, el legislativo y a Córdoba el Judicial. Debemos prescindir, por ignorar la totalidad del estudio que el Presidente confió a sus asesores, de las razones en que se basa la preferencia de ésas y se excluye a otras ciudades del interior de la propuesta.
Como se sabe, en el Ministerio del Interior se ha estudiado un proyecto para desplazar, en efecto, la Capital Federal al interior, no determinándose aún si a alguna ciudad ya existente o bien mediante la creación de una especie de "Brasilia", siguiendo el modelo del poderoso país hermano por el que tanta atracción sienten la "Nueva Fuerza" y sectores afines. Este proyecto, sobre cuyo destino final no se han suministrado más informaciones, tendía a calmar disconformidades de algunos núcleos burgueses y burocráticos del interior por insuficientes presupuestos e inversiones, restricciones crediticias, aumentos impositivos, etc., con la ilusión de arrimarles eventualmente, por esa vía, "polo de desarrollo" en qué abrevar. Pero estaba, asimismo, concretamente ligado a la tentativa de constituir una suerte de federación de partidos provinciales que sirviera de plataforma política a la frustrada candidatura Lanusse y de la que espera servirse Francisco Manrique, como fruto de la hábil campaña distribuidora realizada en el Ministerio de Bienestar Social. La nueva "Liga del Interior" -aunque el símil con la de 1880 no sea exacto, como veremos-, recogiendo las banderas del federalismo histórico, hubiera blandido como primera arma electoral aquel traslado.
Una proyección de esta tentativa al plano del movimiento sindical cobró expresión en algunas supuestas intenciones, que encontraron pronto reflejo periodístico de constituir una CGT del interior en oposición a la nacional, acompañadas de juicios relativos a un conservadorismo de los trabajadores metropolitanos originado en una coparticipación con su burguesía de la explotación de las provincias (sic); otros, más benévolamente, aludían a inmadurez política y organizativa de estos últimos. Felizmente, el buen sentido del movimiento obrero evitó una división que sólo hubiera tenido un beneficiario cierto.

Cabeza del continente

Que el traslado de la Capital Federal al interior sea susceptible de poner fin al denominado "macrocefalismo porteño" es idea que no resiste un análisis serio. La riqueza y poderío de la provincia de Buenos Aires y sectores del Litoral adyacentes proviene sencillamente de que allí está el grueso de la producción industrial y agropecuaria del país y es donde se concentra, consecuentemente, la mayor parte de la población. El desplazamiento de las oficinas y de los empleados de los tres poderes públicos a alguna ciudad del interior no determinará que toda esa gigantesca estructura agraria e industrial avanzadas, levantadas en esta zona por razones naturales e históricas, vayan a mudarse de sitio; ni creará donde se instalen casi seguramente por más que los servicios y establecimientos que necesita una población burocrática. El "macrocefalismo porteño seguirá existiendo como antes y traducirá igualmente en términos políticos su preponderancia económica y social.
Sin embargo, la noción misma de "macrocefalismo porteño" es tan antojadiza como falsa, sólo explicable por celos o apetencias de burguesías y burocracias locales. En el gran Buenos Aires, con sus 8 millones de habitantes, se encuentran trabajadores de la totalidad del país e inclusive de la Patria Grande, como paraguayos, bolivianos, etc. En esta "cabeza industrial" gigante se concentra hoy toda la nacionalidad argentina y en parte latinoamericana y no, como acaecía en los tiempos históricos que evocamos con estas notas -aunque con reservas que también haremos y de que es notorio ejemplo nuestro biografiado José Hernández-, principalmente petimetres porteños y comerciantes extranjeros. ¿Cómo fué posible? Precisamente porque Buenos Aires fue convertida en 1880 en lo que fue al principio de la revolución emancipadora y en lo que siempre debió ser, la capital de todos los argentinos.
Esa federalización, concretada contra la resistencia armada porteña, permitió que dejara de censarse como "extranjeros" a los provincianos que acudían a ella en busca de oportunidades de trabajo y de progreso. No hay, por consiguiente, tal "macrocefalismo porteño". Puede asegurarse en cambio, con perfecta exactitud, que de viabilizarse el propuesto traslado de la capital federal al interior, se reviviría en alguna forma la "provincia-metrópoli" de que habló Alberdi. Quien busca con empeño fantasías concluye por encontrarlas.

La ironía de la historia

"¡La pucha que trae liciones, el tiempo con sus mudanzas!" exclámase en el Martín Fierro. La experiencia que José Hernández vivió desde 1852 hasta 1880 suministra un caudal de pruebas abrumador en favor de este aserto. Que un congreso federal sancione una ley unitaria y que un gobierno unitario la rechace, es una de ellas. Que los unitarios sean partidarios de una total autonomía y los federales de la unión, otra. Todo eso y mucho más se vio en ese período histórico a que nos referimos.
El mismo día que batallaba el joven José Hernández en el Rincón de los Gregorios -22 de enero de 1853- con el resultado ya visto, el Congreso Constituyente reunido en Santa Fe encomendaba a Urquiza, Director Provisorio de la Confederación, tratar de que los sitiadores -los federales de Lagos- y sitiados -liberales y ex rosistas coaligados- en Buenos Aires se avinieran a un arreglo pacífico. Como ya se indicó, el movimiento del coronel Hilario Lagos era la réplica a la revolución separatista del 11 de setiembre de 1852 y brindaba al caudillo entrerriano una excepcional oportunidad para eliminar ese decisivo escollo opuesto a su plan de organización nacional. Pero en vez de cortar el nudo gordiano, como Alejandro, el general Urquiza prefirió desenredarlo y se introdujo por el camino de estériles negociaciones cuyo único fruto fue a la postre desmoralizar a las fuerzas de Lagos, carentes de los recursos suficientes para mantener un sitio tan prolongado.
En mayo fue sancionada la Constitución Nacional y, cumpliendo con su artículo 3°, la ley que disponía la federalización de Buenos Aires para asiento de las autoridades nacionales. El gobierno porteño rechazó de plano tanto la Constitución como la ley. Mientras tanto, con los recursos de la Aduana, compraba a la escuadra confederal que bloqueaba el puerto y sobornaba a numerosos efectivos de Lagos, cuyo ejército debió finalmente disolverse el 13 de julio de 1853.
El general José María Paz, encargado de la defensa de Buenos Aires, informó a la Legislatura que "para conseguir tan importante y feliz resultado ha sido necesario el sacrificio de inmensas cantidades de dinero que han casi agotado las arcas del erario". Fue la primera batalla que el veterano y genial estratega ganó sin sentir el humo familiar de la pólvora.

Porteños contra la capital

Sostienen los historiadores de este complejo período de nuestra historia, que contribuyó sobremanera a la disolución de las fuerzas de Lagos la ley de capitalización dictada por el Congreso Constituyente, que hería en lo vivo el sentimiento localista porteño, contrario a desprenderse de Buenos Aires. En este sentido, el federalismo popular que expresaba Lagos estaba en la misma vereda que la oligarquía ex rosista y unitaria de Buenos Aires.
Antes de continuar, reparemos que, en todas sus expresiones, la opinión porteña es masivamente contraria a que Buenos Aires se convierta en la capital de la República. ¿Como explicarlo si se parte del supuesto de que esa capitalización conduce al predominio de Buenos Aires sobre el resto del país? Contrariamente, es un congreso constituyente reunido contra la voluntad de Buenos Aires (que retiró los diputados designados y envió inclusive en noviembre de 1852 una expedición militar sorpresiva para liquidarlo), convocado por los gobernadores federales del interior (caciques, según Sarmiento) el que la dispone.

El espíritu rivadaviano

Con todo, el Congreso Constituyente había cometido un error. La estrella de Rosas subió en el firmamento cuando se apagó la de Rivadavia, el último gran hombre civil de los argentinos según unos y el mejor intendente que tuvo Buenos Aires según otros. Nada más natural que, caído el caudillo bonaerense, volviera a proyectarse la estampa rivadaviana. Pusieron en ello especial empeño los unitarios vueltos del destierro y los ex rosistas ansiosos de adaptarse a los "nuevos tiempos".
Allí por el año 1826 Rivadavia presentó al Congreso Constituyente de entonces, que lo había electo entre gallos y medianoche Presidente de la Nación, un proyecto de ley que federalizaba Buenos Aires, a fin de disponer de un lugar, donde asentar su gobierno, que le fuese propio. Por razones que hemos de examinar con más detalle, la ley rivadaviana, que fue sancionada, no abarcaba sólo el municipio porteño sino un extenso territorio -200 leguas cuadradas, aproximadamente- cuyos límites comprendían: al norte, Tigre; al este, el Río de la Plata; al sur, la Ensenada y al oeste una línea que atravesara el actual Merlo. Esto significaba, como lo haría notar muchos años después José Hernández al debatir el asunto en la Legislatura Bonaerense, arrebatarse a la provincia una porción sustancial y floreciente de su suelo en una época en que los indios llegaban por el oeste hasta Mercedes y, por el sur, hasta el Salado.
El Congreso Constituyente de Santa Fe, sin efectuar un análisis en profundidad de este aspecto de la vieja ley rivadaviana, decidió exhumarla con la creencia de que los rivadavianos vueltos al poder en Buenos Aires no irían a rechazarla, como lo habían hecho los dorreguistas y rosistas en aquel año de 1826 defendiendo la integridad de la provincia metrópoli. Cometió así una fatal equivocación porque el tiempo había traído mudanzas y el papel de dorreguistas y rosistas lo tomaron ahora los unitarios, que prefirieron crear un Estado aparte del resto de la Argentina, antes que aceptar la capitalización. El espíritu rivadaviano, al que se habían confiado con respeto y docilidad los autores de la Constitución federal de 1853 les había jugado una mala pasada.