miércoles, 23 de diciembre de 2009
OLIGARQUÍA E INMIGRACIÓN EN LA ARGENTINA
por Juan José Hernández Arregui
CAPÍTULO I
La oligarquía existe. Ha ensangrentado el país y está dispuesta a ensangrentarlo nuevamente.
En 1774, sobre 6.083 habitantes censados durante las campañas, 186 eran propietarios de tierras. En Buenos Aires, con una población de 10.000 habitantes, había 141 propietarios. El decreto del 17 de abril d e1822 decía: “Las propiedades del Estado son no sólo para garantizar la deuda pública (contraída con Inglaterra con el empréstito Baring) sino para hacerse de recursos extraordinarios”. Los apellidos actuales de la oligarquía figuran entre los primeros beneficiarios de la ley de enfiteusis de Rivadavia. Rosas continuó el reparto, en gran parte gratuito de tierras públicas. En tal sentido tenía razón Sarmiento:
“¿Quién era Rosas? Un propietario de Tierras. ¿Qué acumuló? Tierras. ¿Qué dio a sus sostenedores? Tierras. ¿Qué quitó y confiscó a sus adversarios? Tierras”.
Pero una verdad parcial es casi una mentira. Y Sarmiento es el menos veraz de los testigos de la época. Por eso la oligarquía lo ha convertido en mito.
El reparto de las tierras públicas de la provincia de Buenos Aires se aceleró entre 1854 y 1864, después de la caída de Rosas. Con el pretexto de investigar las adjudicaciones hechas por Rosas, las tierras fueron confiscadas, vendidas o arrendadas y las donaciones de Rosas se convirtieron en las de los unitarios triunfantes. En 1857 los rivadavianos subsistentes liquidan el régimen enfitéutico, ya fantasmagórico, supliéndolo por la ley de arriendos. El gobierno, convertido en propietario y especulador, repartió entre sus adictos fabulosas extensiones, al mism tiempo que serían a la clase propietaria para financiar la guerra política contra el interior y arruinarlo por el régimen aduanero del puerto exportador, que había derogado las medidas proteccionistas de Rosas. La clase terrateniente, en su forma actual, está ya establecida en 1869 al afirmarse el sistema de la tierra protegido por la Constitución de 1853. intentos de colonización con criollos, como el de 1857 recordados por Rafael Hernández, fueron casi aislados que la clase de los hacendados se cuidó muy bien de fomentar, con rígido espíritu de clase. En 1882 grandes compañías inglesas favorecidas por la ley, se posesionaron de la Patagonia. En 1878, aseguradas por Roca las fronteras contra el indio, se enajenaron tierras por millones de hectáreas en Córdoba, Mendoza, Buenos Aires. Más de 3 millones de hectáreas se repartieron entre pocas personas. La ley Avellaneda de colonización fue manejada a su antojo por empresas y sociedades capitalistas extranjeras, especuladores particulares y usureros. En las proximidades de 1890 las mejores tierras han sido cedidas ya a bajo precio. El final de remate se consumó con Roca, transformado él mismo en estanciero. El país creaba sus propios políticos de transición que habrían de ligar los intereses del interior y los de Buenos Aires hasta entonces segregados. El gobierno nacional., en 1880, había donado al provinciano Roca 20 leguas cuadradas de tierra. Tal misión consolidó el poder político de la clase terrateniente.
En 1912 al fallecer Roca, dejó una fortuna de más de 16 millones de pesos que en moneda actual (1960) sería cerca de 400 millones. La fortuna de la oligarquía explica su poderío. En 1926 los bienes de Mercedes Castellanos de Anchorena ascendían a $ 67.552.752, unos 1.500 millones de moneda de 1960.
Todos los gobiernos posteriores a Rosas, hasta el ascenso de Yrigoyen que también era estanciero, continuaron esta política. En 1914, en la zona de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, el 63% de las tierras en explotación (41.216.739 millones de hectáreas) pertenecían al 6% del total censado, es decir, estaban repartidas en 10.056 explotaciones. Los campos mayores de 5.000 hectáreas que representan cerca del 70% pertenecían a 2.447 propietario.
Mil personas eran dueñas en 1930 de la tercera parte de la provincia de Buenos Aires, o sea, 100.000 km cuadrados.
EL ESPÍRITU DE LA OLIGARQUÍA
Esta conciencia de clase de la oligarquía se fortalece a través de entrecruzamientos diversos, en los “night clubs”, en los partidos de polo, en la Sociedad Rural , en la banca, mediante el entretejimiento racional y calculado de los contratos matrimoniales que concentran en pocas mano, siempre las mismas, mediante los latifundios interpretados familiar y jurídicamente por la fusión de los apellidos, su poder material sobre el país. El sentimientos de un entronque familiar con el pasado, se asocia en la gente de la oligarquía, a la certeza de una situación económica elevada, legítima y dada en el orden natural de las cosas que a su vez, justifica como superioridad innata del espíritu, el ejercicio del poder político. El grupo dirigente no favorece la apertura de sus cuadros a miembros de otros estratos sociales, aunque en períodos de crisis económica, tiende a franquear sus fronteras de clase a los individuos prominentes de la burguesía industrial en ascenso.
La imagen material de este prestigio de clase se identifica en sus integrantes, con la condición de estancieros. La estancia es el basamento de su dominio a través de la visión idealizada del campo, que para la clase oligárquica clausurada en su propio destino sociológico, es la base tanto de su riqueza material como de la importancia de la Argentina en el mundo. Sólo las tareas del campo –la posesión de la tierra hipostasiada en valoraciones espirituales- implica distinción. Expresiones de esta nobleza son la Sociedad Rural como manifestación de bienestar en los negocios, y en el Jockey Club, correlato para sus miembros de elegancia mundana y similar filiación política. El ideal de vida es el reclutamiento de las amistades dentro de la misma clase sobre la norma selectiva de un parecido status económico. Los deportes que integran a la clase alta son aquellos difundidos por EE. UU. e Inglaterra y cuyo costo los hace inalcanzables al resto de la población. Los hijos de la oligarquía estudian con preferencia derecho, preparándose así para la conducción política del país conservador. Están convencidos los miembros de esta clase de su superioridad espiritual y de sangre, a pesar de que su nivel cultural, en general es bajo. Tienen además el sentimiento disgustado del crecimiento del país y de la presencia de nuevas clases de origen europeo que amenazan su dominio político. Como toda casta conservadora en descenso, en medio de sus mitos liberales calcinados, se aferra a una imagen histórica del país convertida en categoría inmóvil del ser en general. Y así, , de su propia situación de clase, deriva una visión de lo nacional que no existe fuera de esa psicología de clase estéril, adinerada y ociosa. Chateaubriand ha reparado con exactitud que: “La aristocracia tiene tres edades: la edad de alas superioridades, la edad de los privilegios y la edad de las vanidades”. En su decadencia, la oligarquía argentina no posee ya más que el usufructo del privilegio y el boato exterior de sus fiestas nupciales y automóviles americanos. Una vanidad así no puede durar. Por eso la oligarquía tiene miedo.
Este espíritu de clase se apoya en todo un sistema ideológico. Ritual por los héroes del a historia – que ellos mismo han escrito- el mismo deslumbramiento por Europa, propio de los bárbaros culturales, convencida de sus másmoles sagrados; unifica también su añoranza del pasado y ese temblor ante el presente representado por el espectro colectivo y sangriento de las montoneras, redivivo en los “cabecitas negras” y por el advenedizo industrial, hijo remoto de la inmigración que ella trajo. La burguesía nacional, la amenaza con desplazarla del mando (nota: ver esto en el marco de un país industrializado durante el peronismo); las calumnias con que esta población es presentada por una historia oficial escrita por uno de los suyos: Bartolomé Mitre. Este odio al pueblo, al que Sarmiento ayudó a difundir, se cuida de citar otros testigos de la época.
Las montoneras, es decir, sobre la “barbarie” intentada por Samiento. Esas masas luchaban por su causa nacional. De otro modo sería imposible explicar la constancia y bravura con que durante años sostuvieron la guerra. José Hernández, silenciado por la oligarquía, diría de esa misma raza difamada por el odio de clases: “El general Peñalosa ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acababa de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado y su cabeza ha sido conducida como prueba de buen desempeño del asesino, al bárbaro Sarmiento”. Esta oligarquía se apoya cada vez más no en el país, sino en centros focales y lejanos de poder mundial de los cuales depende su supervivencia. La clase ociosa se sabe foránea en su propia patria. Trata por eso de abolir toda originalidad nacional negando lo colectivo, descastanto a las capas sociales inferiores mediante el sistema educativo.
Esta clase, extranjera por su mentalidad, dependen del imperialismo. Sin mediar una guerra civil, ha bombardeado a su propio pueblo y festejando su crimen como otro fasto triunfal de la “civilización” contra la “barbarie”.
La oligarquía, en esa espesa red de intereses burocráticos, internacionales, no aparece en primer plano. El secreto de su poder es que es un poder secreto. Empapa con él a todo el país. Desde la mentalidad de la maestra rural que enseña a los niños criollos la historia de esa oligarquía que exterminó a sus antepasados, pasando por Bernardo Houssay que acorazado con su Premio Nobel niega a jóvenes argentinos el derecho a recibirse de médicos, hasta el presidente del Banco Central, faraón mudo de una pirámide cuya base es el tambo y su vértice la Constitución de 1853. la oligarquía, por ejemplo, no aparece como tal en la Universidad , sino mediante profesores que depende de ella por sus actividades profesionales (abogados de empresas extranjeras, médicos, etc. – o como colaboradores de sus salas de conferencias distribuidoras de una fama dirigida, no simplemente como burócratas. No le interesa a la oligarquía que tales profesores se califiquen de “izquierdistas” sino que esas ideas de izquierda den la sensación de liberalidad espiritual. Un profesor, por ejemplo, podrá mentar en abstracto la palabra “imperialismo”. Esto le dará aires de librepensador a gusto de los estudiantes pertenecientes en su mayoría a la pequeño burguesía, pero lo que este profesor no hará nunca será hablar del imperialismo británico en Argentina, aunque sí, con algunas frases de Lenin, del imperialismo yanqui en otras partes del mundo.
Lo que los estudiantes no deben olvidar es que sus educadores fueron educados, y el sistema que los modeló fue la oligarquía-
Lo que la clase alta odiaba de Yrigoyen o Perón no era la incultura sino el peligro de la democratización de la cultura. Por eso luego del golpe del ’55 cantaban por las calles: “Con Rojas y Aramburu, el país está seguro”.
También su admiración por Sarmiento, el bárbaro culto cuyos consejos conserva vivos en su memoria de clase: “Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos” o “Debe manifestarse un brazo de hierro y no tenerse en consideración con nadie”. O mejor aún: “Todos los medios son buenos y deben emplearse sin vacilación”. Por eso la oligarquía admira a Sarmiento.
Así es que Inglaterra ha protegido su propio comercio de exportación y exigido a las colonias de ultramar trato preferencial para sus productos industriales. De todos los arcos políticos ingleses, han seguido respecto a las colonias, una política invariable. Esta política no se ha fundado en razones éticas. Todos los medios son buenos para favorecer el interés nacional.
El argumento de que la oligarquía liberal, abanderada durante el siglo XIX del “progreso” no podía vislumbrar por anticipado las consecuencias de su imprevisión frente al extranjero, no es defendible. Estados Unidos supo anticiparse a ese peligro. El entreguismo de la oligarquía no fue un simple error. Fue el coronamiento político y cultural de sus intereses de clase asociados, por encima del país, a su subordinación al mercado internacional. La obra maestra de la oligarquía, a fin de justificar esta política, ha sido su historia oficial. Ha inventado figuras, las ha iluminado u oscurecido, las ha exaltado o las ha deshonrado. Cuando no ha podido enterrar a determinados argentinos, sin entronque de clase con ella, , la oligarquía, a través de sus historiadores asalariados, ha creado maniquíes en lugar de hombres. Tal es el caso de Mariano Moreno (nota: San Martín, libertador de la Patria Grande , en los últimos años ha sido cuestionado como probritánico y otras yerbas).
Moreno proponía el dirigismo económico del Estado y el monopolio total de las riquezas del subsuelo, además de la prohibición de que el capitalismo extranjero se apropiase de esas riquezas. Era partidario de apoyarse en Inglaterra. Consistía en enemistar a Gran Bretaña con Portugal. Es decir, Moreno individualizaba con claridad al Brasil, que en décadas sucesivas Inglaterra volcaría contra la Argentina. Moreno comprendía bien el peligro del mercantilismo extranjero: “Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos y no deben fiar sino en sí mismos. El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse”.
Entre 1853 y 1930 ingresaron al país seis millones de extranjeros. Se ha dicho con potencia de mito que en la Argentina sobran tierra. Y se olvida que en el siglo XIX esas tierras tenían propietarios.
CENSO E INTERPRETACIÓN CIENTÍFICA
El censo de 1914 establece una proporción del 70% de los argentinos y el 29.9% de extranjeros. Pero no debe olvidarse que un gran sector de esa población argentina pertenece a la primera generación inmigratoria y étnica y sigue siendo parcialmente extranjera.
Distinta es la situación de 1947, época del segundo censo nacional. El 84% de la población es argentina y el 15.3% extranjera.
De la inmigración venida entre 1857 y 1950, 1.774.178 fueron italianos que se distribuyeron particularmente en el campo. Sobre todo en Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba, zonas aptas para la agricultura. El mayor coeficiente de fecundidad corresponde también a los italianos. En el orden económico este aporte fue efectivo. Los españoles, entre 1857 y 1950, aportaron 1.251.336 inmigrantes, pero salvo los vascos, más que en las tareas agrícolas se reparten en el comercio, por lo general como dependientes en los negocios minoristas y en el servicio doméstico. La inmigración francesa, prácticamente fue detenida a fines del siglo XIX y aporto unos 100 mil individuos. Hasta fines de 1950 entraron al país 71.847 alemanes en su mayor parte dedicados a la industria. Franceses y alemanes han permanecido como poblaciones marginales y en tal sentido, su aporte cultural ha sido neutro como negativo. La inmigración inglesa, de alto nivel económica, integrada por funcionarios del aparato imperialista como en la India y otras colonias, ha jugado un papel de extrañamiento total frente al país, aunque sus costumbres deportivas, formas y técnicas ambientales de la vida hogareña, etc., han influido por imitación en las clases altas y media acomodada pero no en medida notable. La influencia, más bien invisible de la inmigración anglosajona se ejerce desde la banca privada y el comercio de importación y exportación, y en particular, a través de asociaciones de cultura inglesa. Edward Bridges, presidente del British Council, en noticia aparecida en el diario La Nación , dijo: “El número de entidades argentinas de este tipo superan al de las que existen en toda América Latina y la Asociación Argentina de Cutura Inglesa es la más grande del mundo (31/01/60). La inmigración inglesa no es estable sino móvil, o sea integrada por grupos de viajeros ligados a intereses británicos en la Argentina. La inmigración inglesa, mediante el control cultural de diarios, publicaciones diversas, escritos en inglés y castellano, cumple una función velada o abiertamente antinacional. Los descendientes de estos grupos, cuando se afincan en el país, reciben una hermética formación británica, es decir, antiargentina, en establecimientos educativos propios. También la influencia inglesa se difunde mediante la enseñanza del inglés estimulada por aspiraciones de empleos, a través de institutos y academias, en ocasiones, vinculados a las embajadas, y gravita sobre grupos locales de la clase media urbana que incluso por la vía del cine y la propaganda admira y copia formas deportivas, musicales, etc., británicas y estadounidenses.
Por su parte, la inmigración judía en la Argentina es de las mayores del mundo. Proporcionalmente mayor quizás, en nuestros días, a la colectividad hebréa en Estados Unidos. Se calcula que esta población oscila entre 450.000 y 750.000 (nota: tener en cuenta de que el libro es de 1960) judíos. La mayor parte radicada en Capital Federal. Ligados al comercio, a las finanzas, a la industria en sus diversos niveles económicos, a la construcción, al libro, al periodismo, a la Universidad , a las actividades artísticas y a las profesiones liberales, su influencia financiera y política está conectada a focos internacionales de propaganda y control culturales.
La intelectualidad de izquierda cuenta no sólo con fuerte apoyo judío, sino que, en cuanto capa sociológica, está integrada por individuos de este origen en fuerte relación numérica. A su vez, el poder económico internacional del judaísmo vincula a estos grupos étnicos en forma poco visible pero real y organizada en escala mundial al imperialismo, particularmente norteamericano, del cual el sionismo no es más que una variante con su foco en Israel. Sin embargo, importantes sectores de la pequeño burguesía judía, tienden a la asimilación cultural, fenómeno relacionado con la transformación económica del país, que ha convertido al comerciante intermediario en industrial.
Antes DE 1940 las estadísticas militares arrojaban cifras pavorosas. En algunas provincias, casi el 50% de la población nativa era físicamente inepta para defender a la patria. Las enfermedades infecto contagiosas y endémicas –escrófula, paludismo, tuberculosis, sífilis- sobre el cuadro general de desnutrición hacían estragos. La natalidad que era de 129.10 por mil mostraba el polo macabro de una mortalidad del 106.6 por mil. Chile a la vanguardia de niños muertos en América Latina, el 251 por mil. En tanto Nueva Zelanda, llamada “el paraíso de las madres y los niños” arrojaba una mortalidad infantil de sólo el 3.7%. con posterioridad a 1945 estas cifras sufrieron en la Argentina una disminución asombrosa, y después de 1955 (Golpe de Estado), junto con el descenso del nivel de vida, han vuelto a crecer en forma alarmante y constante. Respecto a esta cuestión conviene señalar las líneas de correlación estadísticas entre el fenómeno demográfico y el estado de la economía, observables desde la gran depresión mundial de 1929. El aumento anual por cada mil habitantes decrece y vuelve a aumentar en la siguiente proporción:
1929 25.8
1930 24.7
1931 18.7
1932 17.7
1933 15.7
1934 15.2
1935 14.7
1936 15.8
1937 16.3
1938 15.7
1939 14.0
1940 14.9
1941 14.9
1942 14.7
1943 14.8
1944 15.06
1945 15.2 (Año de estímulo a los salarios y la economía)
1946 15.4
1947 18.0
1948 24.4 (Una de las cifras más altas desde 1910)
1949 25.3
1950 24.2
1951 23.0 (Años de sequía)
1952 19.4
El censo de 1914 muestra que el 47.3% de la población vivía de las tareas del campo con niveles de vida cercanos a la pauperización. En 1955, esta proporción había disminuido al 27%, por el formidable desarrollo de la clase obrera en la Argentina , totalmente independiente de la acción de partidos políticos de izquierda anquilosados en la estrecha visión de la provincia de Buenos Aires y la ciudad puerto extranjerizante y económica y culturalmente segregada del país.
Rara vez fueron los inmigrantes capaces de alterar fundamentalmente el sistema social existente o los modos de vida. Después de 1930 determinó a los “democráticos” estadounidenses ponerle trabas a la inmigración (nota: la oligarquía nacional mantenía su status. A diferencia de lo que aconteció en EE.UU., en la Argentina los hijos extranjeros no han encontrado vallas para adquirir una instrucción superior. Con posterioridad a la primera guerra mundial, fuertes tendencias nacionalistas determinaron en los EE.UU. restricciones legales no sólo a la inmigración, sino al ingreso del inmigrante de cultura superior. La democracia norteamericana cambia su política cuando el interés nacional lo exige. Oscar y Mari Handlin escriben: “Vinieron a agravar esas dificultades las leyes restrictivas que prohibían el ejercicio de ciertas profesiones a quienes no fueran ciudadanos del país. En 98 estados no se permitía a los extranjeros ejercer la abogacía, en 28 no se les autorizaba la práctica de la medicina”.
La inmigración inglesa en Australia, Canadá, etc., ha sido siempre bien recibida, sin trabas culturales. Los inmigrantes ingleses han fortalecido las culturas locales, luego de asimilarse a ellas sin esfuerzo, a través de lazos históricos y espirituales con el sistema imperial. Hecho probatorio de que la comunidad originaria de lengua y cultura es la base real del papel negativo o positivo de la inmigración.
También Brasil ha tenido conciencia del papel cultural negativo de la inmigración. A diferencia de la Argentina , Brasil ha procedido con criterio nacional. Después de 1930, junto con la supresión de la enseñanza de lenguas extranjeras en defensa del acervo histórico y cultural de la Nación en su relación con la cultura portuguesa, el interés a contribuido de un modo efectivo al fortalecimiento de la conciencia nacional.
En la Argentina , toda política de este tipo es atacada por la intelectualidad extranjerizante y “progresista”, como “nacionalista” o “fascista”, sin comprender que tal actitud, la coloca en la condición de instrumento de la clase oligárquica antinacional empeñada en desarmar, mediante el debilitamiento de la cultura colectiva, la conciencia nacional de convivencia con el imperialismo.
EL SENTIDO REAL DE LA INMIGRACIÓN
La inmigración debe valorarse en sus diversas etapas históricas. Durante el siglo XIX fue beneficiosa como hecho demográfico y económico, pero su asimilación al país y aporte cultural fueron negativos en tanto resistencia a la cultura nativa más antigua. Han sido los inmigrantes transmisores, no creadores de cultura.
El hecho de que los descendientes habiten el país desde hace más de ochenta años, no implica que el contexto familiar extranjero de los progenitores haya desaparecido enteramente. Millones de descendientes, particularmente de italianos, siguen pensando bajo la constelación espiritual de los padres, que son asimismo argentinos, pero educados y asilados por sus abuelos. Los inmigrantes originarios, contratados por la oligarquía como arrendatarios, fueron conservadores y ahorrativos, hostiles al cambio social o indiferentes frente a la situación de la población local vencida, a la que también explotaron y consideraron, al igual que la oligarquía, étnicamente inferior. La mano de obra barata aplicada a la estructura agrario-ganadera del país, siguió a cargo de los grupos criollos oprimidos por la clase terrateniente
Los conflictos psíquicos de los descendientes de inmigrantes se han atenuado sin duda, pero grandes sectores de la población, sobre todo en el campo, siguen convencidos que representan a la “civilización europea”. Tal actitud irracional los lleva a distanciarse de la población autóctona. La inmigración en la Argentina viene de núcleos rurales europeos pauperizados.
Esa inmigración italiana y española, en su casi totalidad analfabeta, es sin embargo, contra otro prejuicio que confunde cultura con alfabetización, enérgica y capacitada vitalmente. Quizá lo mejor de España e Italia. Hombres y mujeres decididos, con espíritu e iniciativa, sin deseos de retornar a la miseria del país de origen, a la triste ciudad natal, aunque añoren en el recuerdo a la patria de origen.
EL PODER DE LA CULTURA NACIONAL
El inmigrante divinizado fue parte de la negación de ese país verdadero por la clase terrateniente. Sarmiento lo confesó con esa franqueza que brusca, “ahogar a la chusma criolla, inepta, incivil y ruda que nos sale al paso a cada instante. Sarmiento, viejo, reconocerá finalmente que la conciencia nacional no penetraba en Buenos Aires, “donde no está la Nación porque es una provincia de extranjeros”. Así refutaba el concepto de barbarie que había difundido, cuando en si senectud comprobó los resultados de ese europeísmo sin linaje en la tierra.
Es el mismo Sarmiento, vedado por la oligarquía, autor de esta carta a Avellaneda con referencia a Juan Manuel de Rosas: “Necesito y espero de su bondad, una colección de los tratados argentinos hechos en tiempos de Rosas, en que están los tratados federales, que los unitarios han suprimido después con aquella habilidad con que sabemos rehacer la historia”. Estos aspectos de Sarmiento conviene difundirlos para hacer conciencia de cómo mentía y de cómo esas mentiras sarmentinas se hicieron lugares comunes en la historia argentina. Es el mismo Sarmiento que en carta del 1º de enero de 1869, le dice al embajador de EE.UU. sobre la guerra del Paraguay –conflicto que aún nos debe cubrir de vergüenza-: “La guerra está concluida aunque aquel bruto tiene más de doscientas piezas de artillería y 2.000 perros que habrán de morir bajo las patas de nuestros caballos. Ni a compasión mueve aquel pueblo, rebaño de lobos. Sólo que la mayor parte son niños de diez a doce años, armados de lanza a su talla, para formar línea. ¿Se imaginan los horrores de estos combates, en que soldados argentinos y brasileños en el calor de la refriega caen sobre esta fila de chicuelos?”. Así fue exterminado el Paraguay, en su tiempo, el país más avanzado de la América Hispánica , y así infamado Francisco Solano López, una de las más grandes figuras de la historia americana.
EL SISTEMA EDUCATIVO DE LA OLIGARQUÍA
La educación impuesta a un país depende: 1º) Del ideal de vida de la clase dominante. 2º) De las generaciones intelectuales que educan al servicio de esa clase.
La oligarquía liberal ha infundido a toda cultura, en el aspecto pedagógico, sus propios valores, desde 1853 en adelante. Aquí interesa una descripción del espíritu de la Universidad. La Universidad, en cuanto institución, es solidaria con las demás instituciones vigentes (económicas, jurídicas, culturales) de las cuales, la Universidad , colocada en el cruce de los círculos sociales y culturales dominantes, es mera expresión ideológica. Liberalismo y coloniaje representan en la Argentina actual, y como derivado de la invasión imperialista durante el siglo XIX, la fórmula indivisible de lo antinacional. La historia de nuestra Universidad, es por eso, la historia de nuestra oligarquía
Así millones de argentinos han aceptado y aceptan, esta imagen colonizada del país clisada por los grandes diarios de la oligarquía ganadera y cuya representación psíquica comenzó a esclerosarse en la escuela primaria. Entre la clase alta que educa y las clases inferiores educadas, hay capas intermedias que sirven a esa clase. Maestros, periodistas, profesores. Por eso, el sistema educativo de la oligarquía, junto con el desentendimiento de la ciencia, ha dirigido férreamente la enseñanza de la historia, del derecho, de la literatura, materias formativas por excelencia, a los fines de afirmar y justificar ante las demás clases su dominio polítoc y petrificar culturalmente su prestigio.
De este modo, el conocimiento científico impartido en la Universidad liberal con criterio escolástico en el estricto sentido del término, se imponía a millares de argentinos, incluidos los universitarios, que terminaban por creer que ese liberalismo conservador era progresista.
Fue esa misma intelectualidad universitaria la que se mofó hasta crear un estado de conciencia público, de las experiencias encomendadas en la Argentina durante el gobierno de Perón al sabio atómico R. Ritcher. Noticias de la URSS destacan el aporte de este físico notable, cuyos conocimientos contribuyeron a la hazaña gigantesca de los satélites artificiales (nota: tampoco hay que olvidar, que el desarrollo nuclear en los años de Perón fue formidable, pese a que la oligarquía explota el fallido intento de creación de armamento atómico, aquellas investigaciones desarrollaron la medicina nuclear para tratamientos contra el cáncer y demás, por la creada en aquellos años Comisión Nacional de Energía Atómica).
La generación intelectual de 1945 no ha conocido el poder adormecedor del embaucamiento porque justamente ese año, se quebró la hegemonía de la Argentina agropecuaria. Pero la generación del ’30 fueron frustrados y aislados por una minoría sin conciencia nacional. Por eso la Argentina no fue un país de ingenieros, de hombres de ciencia, de técnicos...
No son filósofos lo que necesita el país, sino técnicos. Ya vendrán los filósofos. Bacon, Descartes, Newton, Kant, Goethe son hijos de la Alemania de Bismark. Tendremos filósofos cuando la Argentina sea capaz de autodeterminarse con luz propia. No los tendremos mientras nuestros “humanistas” reciten a Virgilio o repitan ideas filosóficas pertenecientes a otros círculos culturales.
La dependencia material quita toda libertad y obliga a esta clase a refugiarse en un idealismo ético –el socialismo burgués, por ejemplo-. Y lo mismo pasa con la masa estudiantil que viene también de la pequeño burguesía. Amenazada como clase, sin clara conciencia por razones generacionales, de sus objetivos políticos propios, esa masa estudiantil agita ideas abstractas – democracia, libertad, cultura- y las erige en mitos éticos que encubren confusamente, a través de aproximaciones ideológicas no racionalizadas de sus aspiraciones de clase, reales, materiales, la clase obrera en lo inmediato de la vida no necesita ser educada políticamente. Su Universidad es el sindicato. Es la clase media educadora la que debe recibir educación política (nota: con la desindustrialización del país, hoy la universidad se encuentra en el campo popular, del cual debe aprender la casi extinta clase media).
Reciben en la fábrica no en la universidad su práctica. Y con la huelga y el creciente malestar revolucionario a que es condenada responde al carácter expoliador del sistema económico que sustenta tales valoraciones de clase. Aunque el nivel cultural del obrero es inferior al de la pequeño burguesía su conciencia política es en cambio superior. El sindicato es su escuela y en la apreciación global del problema nacional, es más argentina, pues ella elabora como clase productora de riqueza colectiva, y al defenderse como proletariado argentino, defiende a la Nación.
Los valores éticos que la Universidad difunde y los estudiantes de la clase media asimilan, son los siguientes: 1º) La creencia de que el título universitario es un talismán del éxito personal y una diferenciación social, una aristocracia modesta y diplomada. 2º) El sentimiento de que sólo la capacidad personal explica el éxito o el fracaso en la vida, con lo cual adopta la teoría de las clases altas sobre las diferencias naturales y jerarquizadas de la sociedad.
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