Felizmente, en medio de la algarabía formada por intereses mezquinos y rastreros se ha lanzado un grito nuevo, un grito salvador que va repercutiendo en las clases trabajadoras: ¡Guerra a la política!
martes, 1 de diciembre de 2009
Antipolíticos
por Manuel González Prada
Felizmente, en medio de la algarabía formada por intereses mezquinos y rastreros se ha lanzado un grito nuevo, un grito salvador que va repercutiendo en las clases trabajadoras: ¡Guerra a la política!
A más de existir en Lima publicaciones que francamente se llaman antipolíticas, empiezan a tener lugar conferencias o reuniones de índole antipolítica, como por ejemplo, la efectuada en esta ciudad el 19 de mayo.
Diez años ha, una reunión semejante no habría sido posible, tanto por falta de oradores como de público; hoy lo es porque en las agrupaciones obreras han surgido personas conscientes que se afanan por llevar luz al cerebro de sus compañeros, y porque los más ignorantes comienzan a presentir que hay algo luminoso fuera del oscuro subterráneo donde vegetan y mueren.
Nada degradó tanto al obrero nacional, nada le sigue envileciendo tanto como la política: ella le divide, le debilita y le reduce a la impotencia, haciéndole desperdiciar en luchas, no sólo vanas, sino contraproducentes, las fuerzas que debería aprovechar en organizarse y robustecerse. ¡Qué han logrado los trabajadores con ir a depositar su voto en el ánfora de una plazuela? Ni elegir al amo, porque toda elección nacional se decide por el fraude o la violencia.
El interés que el político toma por el obrero siempre que estalla un conflicto grave entre el capital y el trabajo, se ve hoy mismo, no muy lejos de nosotros, con los operarios de la Dársena : ¿qué hacen los partidos mientras los huelguistas del Callao luchan por conseguir un aumento de salario o el cumplimiento de obligaciones solemnemente contraídas? Nada; y tiene que suceder así mañana, como sucede hoy, porque una cosa son los intereses de la política y otra cosa los intereses del proletariado.
Aunque se predique la igualdad y la confraternidad, el mundo sigue dividido en clases enemigas que viven explotándose y despedazándose. En los pueblos que más blasonan de civilizados, el cristianismo brota de los labios, mas no llega hasta el fondo de los corazones. Todos son hermanos, pero unos habitan en alcázares y otros duermen al raso; todos son hermanos, pero unos se abrigan con buenas ropas de lana y otros se mueren de frío; todos son hermanos, pero unos comen y otros ayunan. Y ¿a quiénes les toca el papel de víctimas o hermanos desposeídos de su herencia? A los trabajadores.
Ellos son el derecho; ellos son la justicia; ellos son el número; mas, )por qué no son el ejército arrollador o la masa de empuje irresistible? Porque viven desunidos; porque frente al bloque homogéneo y compacto de los verdugos y explotadores, forman grupos heterogéneos y fofos, porque se dividen y subdividen en fracciones egoístas y adversas.
Uno de los grandes agitadores del siglo XIX no cesaba de repetir: Trabajadores del mundo, uníos todos. Lo mismo conviene decir a todas horas y en todas partes, lo mismo repetiremos aquí: Desheredados del Perú, uníos todos. Cuando estéis unidos en una gran comunidad y podáis hacer una huelga donde bullan todos --desde el panadero hasta el barredor-- ya veréis si habrá guardias civiles y soldados para conteneros y fusilaros
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