martes, 1 de diciembre de 2009
LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA NACIONAL
Introducción
por Juán José Hernández Arregui
I. Izquierdas y derechas – II. El liberalismo y la Iglesia – III. El Imperialismo – IV.Progreso y antiprogreso
liberal – V. La Argentina actual.
Ya debemos señalar, y el hecho es de vital importancia, que aquí en América Hispánica el liberalismo penetró más que como una ideología progresista como reflejo residual de la Europa colonizadora, un medio de opresión y dominio envasado tras el rótulo de libertad, democracia, progreso, derechos humanos, etc.
La historiografía oficial, desde Mitre en adelante, no ha sido más que la idealización de la oligarquía por si partiquinos universitarios, y en lo esencial, herramientas de la voluntad dominadora extranjera empeñada en quebrar todo espíritu nacional, mediante el ocultamiento de la verdad histórica.
II
Si el liberalismo en su ascenso, necesitó ya en el siglo XVIII, de la libertad burguesa a fin de resistir el autoritarismo de la Iglesia , es natural que haya creído, y no sin razón, en la libertad.
Estos valores liberales (libertades políticas, de conciencia, de pensamiento, de comercio (contenían los gérmenes de la decadencia del sistema en su conjunto. Las clases sociales víctimas de esas libertades, encontraron en su ejercicio político, el instrumento activo para atacarlas, revisarlas, criticarlas, negarlas. Las ideas democráticas se volvieron contra su creadora histórica, la burguesía, que ahora, dentro de la cruda realidad del capitalismo, debía soportar la crítica sobre su función histórica de clase.
La misma Iglesia no podía escapar al proceso histórico. Enemiga del liberalismo en tanto ligada al orden feudal de la nobleza, apeló a la burguesía para subsistir. Y su tesis religiosa de la libertad de la persona humana no fue más que una variante, un ajuste teológico, al liberalismo victorioso.
Liberalismo y catolicismo, más allá de circunstanciales disputas, han marchado unidos frente a la amenaza revolucionaria de las clases bajas.
Este liberalismo, , como fenómeno histórico general, fue fecundo y además revolucionario, aunque llevaba en sus entrañas las semillas de la reacción.
La predicción de Marx sobre la incapacidad del capitalismo para controlar las fuerzas que había desanudado y que condenaban al liberalismo en un determinado momento de su desarrollo histórico, a echar por la borda una libertad que al transfigurarse en lucha de clases no solo negaba, en su antinomia viviente, el concepto mismo de esa libertad, sino que anunciaba su anulación real por el despotismo, revelando simultáneamente, a los idealistas eternos, la contradicción interna del concepto puro, reflejo político de una vida histórica desgarrada en su esencia. Cuando el libre cambio mercantil encontró en Bismark (Alemania) el competidor más peligroso, los liberales abandonaron la libertad a los profesores de filosofía. Es decir, la mandaron de paseo.
Por su parte, la Iglesia , mantuvo rasgo más ostensible, que ha residido y reside, en pactar con los poderes temporales dominantes.
El marxismo niega del liberalismo no su pujanza revolucionaria gigantesca, sino su putrefacción histórica. Es cierto que tanto el marxismo como la actual doctrina social de la Iglesia , son formaciones históricas derivadas del liberalismo. Pero mientras el espíritu conservador intenta mantener con retoques ese mundo, el marxismo busca destruirlo, sin dejar de aprovechar lo que el liberalismo ha significado como progreso irreversible en relación al desarrollo de las conquistas materiales útiles a la humanidad. Esta confusión, no puede extrañar. Está determinada ella misma por las ideologías en pugna. La historia es un enjuiciamiento incesante y no un conjunto de estampas iluminadas. En forma expresa, el marxismo se opone a la libertad burguesa, pero no porque desee perfeccionarla sino para aniquilarla, en tanto el reaccionario se opone a esa libertad del liberallismo para salvarse como burgués, no como revolucionario. De ahí que grupos enemigos, no de la libertad burguesa, sino de toda libertad frente a las clases bajas, se presenten como reformistas o revolucionarios. Tal fue el caso del fascismo. ¿En qué consistía esta revolución? “La Nación italiana –dice la Carta Italiana del Trabajo- es una organización con finalidades, vida y medios superiores a la acción de los individuos que la componen. Es una unidad moral, política y económica íntegramente realizada por el Estado fascista”. Es evidente que semejante programa, no podía desagradar a la Iglesia , menos al liberalismo, que si enfrentó al fascismo no fue por cuestiones éticas, sino por las imposiciones del reparto del mundo planteadas por la guerra imperialista en su forma más sanguinaria. Así como del racionalismo del siglo XVIII devino la Revolución Francesa , su forma jacobina, el liberalismo ha promovido, no sólo el espíritu revolucionario de los trabajadores de Europa sino el levantamiento de los continentes coloniales enteros. Esta antítesis radical, niega toda comunidad ideológica entre el liberalismo y el marxismo. Fue Marx quien enfiló contra el liberalismo su crítica lapidaria. No la Iglesia.
III
El resultado de la imposición dictatorial de los precios, la liquidación de toda competencia, el dominio omnímodo de los mercados en su más alta expresión técnica, no sólo mediante el agrupamiento de empresas intercomplementadas, sino con la creación de redes comerciales subsidiarias, bancos, sistemas de seguros, transportes, etc. En el siglo XX el comercio exterior, y en consecuencia, la economía interna de un país, están totalmente recogidos por la organización monopólica, que es internacional y que por su extrema condensación, puede llamarse con más propiedad, oligopólica. Pero los oligopolios no suprimen la lucha económica, fundamento residual de la economía capitalista basada en la ganancia. Al contrrio, se hace más despiadada. La saturación de los mercados tanto como el afán ilimitado de lucro, sobre la base de los precios más bajos, siempre asociados al adelanto técnico, desata una lucha indetenible.
El poder económico acopia su propio poder político y cultural. El Estado es la forma abstracta, en tanto el Estado mismo es el sistema, su reflejo ideal, que se convierte en fuerza real, en guerras. La exportación de capitales es propio de los países con su economía interna sobresaturada. La onda expansiva se extiende a aquellas zonas geográficas donde la materia prima y la mano de obra son baratas, y por tanto, favorables a una explotación intensiva con ganancias seguras a costa de la miseria de millones de seres.
Los monopopios internacionales, al comprar las materias primas de las colonias, dictan los precios más bajos, y a su vez, con relación a los propios productos industriales fabricados con esas materias primas, los más elevados. De este modo las colonias con sus sistemas de monocultivo, no pueden superar el nivel de miseria impuesto por el imperialismo.
El levantamiento de los puebles carece hoy de fronteras. La internacionalización de la economía internacionaliza las luchas nacionales. Y estas luchas, aunque formalmente sean nacionales en sus contenidos particulares, son mundiales por sus fines. Tal lucha se cumple en dos frentes, contra el imperialismo en general y contra las oligarquías nativas opresoras ligadas al imperialismo en particular. Clases nativas económicamente dependientes y culturalmente corrompidas por el colosal aparato ideológico de los monopolios mundiales. Esta política imperialista en los países coloniales, se vale de las ganancias residuales del sistema para plegar a su órbita, no sólo a las oligarquías vernáculas, sino a determinados sectores de la clase media, especialmente la pequeña burguesa comercial e intelectual (periodistas, profesores, etc)
La conciencia antinacional de estos grupos es alimentada con las migajas repartidas por el sistema mundial de poder. Así, los partidos de izquierda pasan a integrar el sistema, a través de sus intelectuales, y detrás de su algazara progresista, son en realidad, brotes degenerados del liberalismo.
La lucha por la liberación nacional en estos países, se asocia siempre a la lucha por la industrialización. Este conjunto de causas interrelacionadas agudiza el antagonismo entre las oligarquías agrarias y la naciente burguesía industrial.
La radicación de maquinarias, a su vez, desata el interés imperialista al acecho por controlar los nuevos mercados coloniales en expansión relativa y la lucha por dominar las líneas de la industrialización en un doble sentido: mediante el abastecimiento del mercado interno con nuevas plantas industriales, manteniendo al mismo tiempo a esos países, en las condiciones de zonas productoras de materias primas (nota: división internacional del trabajo).
Por su parte, la lucha de las masas contra sus enemigos internos y externos, sólo puede resolverse mediante el establecimiento de regímenes autoritarios, con el control de las exportaciones y medios de propaganda, con el apoyo estatal al movimiento popular y la participación del Ejército, en esta política nacional defentista. Tal es el caso de Nasser en Egipto, con su antecedente el gobierno de Perón en la Argentina. El capitalismo nacional, aún débil, en una etapa de la lucha por la liberación, debe ser apuntalado por el capitalismo de Estado y la política de nacionalizaciones, único medio de protección para las todavía endebles estructuras económicas locales. Frente al capitalismo monopolista internacional, la sola valla es el monopolio estatal, que además contribuye al disloque del mercado capitalista mundial al sustraer zonas de influencia a la explotación internacional de las grandes potencias. El caso de Fidel Castro en Cuba, no hace más que repetir en un país del caribe, las experiencias nacionales de este tipo representadas por Perón en la Argentina y Nasser en Egipto.
La ilusión de que el imperialismo puede “humanizarse” y contribuir al progreso de determinadas colonias, la política del “buen vecino” del “buen socio”, etc., creencia comín a determinados sectores de la pequeñoburguesía, es un embaucamiento controlado por la propaganda, pues como decía Marx: “Los límites del capitalismo están dados por el propio capitalismo”. Esta tendencia a idealizar al imperialismo, de entenderlo como filantropía, es propia de la intelectualidad pequeño burguesa, especialmente la universitaria.
IV
Decía Lenin: “La desesperación es propia de las clases que perecen”. Cristina de Suecia –una reina- lo vio con realismo: “Hay que temerles a los que nada tienen que perder si tienen corazón”.
V
La formación de la conciencia nacional está estrechamente vinculada a esta evidencia posterior a 1930. en esa década nace la conciencia histórica de los argentinos. Cuando un país no ha logrado aún su autodeterminación nacional, pero está conciente de su necesidad, asiste al despliegue conjunto de sus fuerzas espirituales. Este hecho es la resultante de una realidad material: la opresión imperialista, con su reverso, la lucha por la liberación nacional.
Treitschke dijo: “Lo más grande que le puede acontecer al hombre, es sin duda, defender en su propia causa la causa general.
Comprender el pasado es tomar conciencia del porvenir. El peronismo o el antiperonismo en la Argentina existían antes de Perón (nota: los dos países en pugna desde 1810, el librecambista portuario, y el proyecto nacional). El saladero dio una sociedad de hacendados y gauchos, la chacra una sociedad agraria e industrial incipiente, la industria moderna una Argentina revolucionaria, conciente de sus fines, pese a los parciales eclipses provocados por las fuerzas que resisten al desarrollo nacional. La conciencia nacional es la lucha del pueblo argentino por su liberación.
VI
El 17 de octubre de 1945 quedará en la historia de la Argentina como una fecha cumbre. Terminaba una época de humillación y advenía la nación frente al mundo.
El fracaso de la democracia liberal, el fraude de la oligarquía, la entrega del país al imperialismo británico, crearon el sentimiento en la oficialidad argentina de la independencia económica.
Correspondió a Perón unir al Ejército con el pueblo. La síntesis significó que por primera vez en la historia argentina, fue posible sacudir el yugo del coloniaje.
El imperialismo angloyanqui se ha repartido la Argentina desde Salta a Tierra del Fuego. Y así, la Argentina , soberana ayer, es hoy mercado africano y zona de reserva militar, el Medio Oriente de América Latina.
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