martes, 1 de diciembre de 2009

I. EL ESTADO, ÓRGANO COMUNITARIO (1)


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por Jaime María de Mahieu

1. La desigualdad natural

El hombre no es un esquema trazado por algún maestro de la abstracción. Es un complejo individual, hecho de materia, y de inteligencia organizadora inmanente, que se desarrolla según su ritmo propio en su medio que lo condiciona, pero en cuyo seno manifiesta su autonomía. Posee cierto número de caracteres biopsíquicos que provienen de la actualización de posibilidades potenciales recibidas de sus progenitores.

Dicha actualización no es automática. A lo largo de toda su existencia, el ser humano elige a cada instante, entre sus varias virtualidades teóricamente realizables, la que mejor le permite adaptarse a sus condiciones de vida. Renuncia, por eso mismo, a las innumerables posibilidades que, entre otras circunstancias, hubiera actualizado pero que su elección excluye definitivamente. Vale decir que, aun cuando todos los hombres recibieran en el momento de su concepción una idéntica dotación hereditaria, su historia bastaría para diferenciarlos al exigir de cada uno elecciones sucesivas, condicionadas por la presión individualmente variable del medio. No sólo ciertos caracteres se actualizarían en unos y no en otros, sino que aun aquellos que son específicos, vale decir, comunes a todos los seres humanos, en algunos serían llevados al paroxismo mientras que en otros sólo se desarrollarían en el grado mínimo compatible con la vida. Aun pues en la hipótesis de una igualdad original, el medio cósmico y social impondría a los individuos variaciones creadoras de desigualdades. Pero semejante hipótesis no es defendible.

Los hombres no nacen todos dotados de las mismas posibilidades. Es éste un hecho de observación inmediata, hecho que nada tiene de sorprendente si pensamos que la dotación hereditaria de cada uno es el producto de una larga evolución anterior de la especie, que se ha diferenciado en razas y linajes. Eso sin hablar del proceso, aún casi desconocido, de la formación del germen, proceso mediante el cual se eligen y combinan, de un modo que nos aparece arbitrario y, por lo tanto, imprevisible, los genes transmitidos por el padre y por la madre. Los seres humanos son desiguales, tanto por los caracteres virtuales que reciben en el momento de su concepción como por a evolución histórica que los obliga a realizar só1o una parte variable de sus posibilidades. Unos son fuertes, inteligentes, artistas, valerosos. Pero otros son débiles, estúpidos, filisteos, cobardes. Nacen varones y mujeres, y cada sexo no sólo posee peculiaridades fisiológicas y mentales, sino que también impone al conjunto de los caracteres individuales su propia coloración.

Así, la especialización sexual constituye un factor de desigualdad que el hecho elemental de la unión orgánica del varón y la mujer pone de relieve. Por fin, la edad interviene para crear entre los seres humanos una jerarquía cualitativa indiscutida.

Tal vez las consideraciones que acabamos de exponer parezcan intempestivas al comienzo de un estudio de ciencia política. Son indispensables, sin embargo. La vida y, por consiguiente, la organización de las comunidades humanas se fundan en la naturaleza social de los seres que las componen en último análisis, y a dicha naturaleza no podemos estudiarla independientemente de los conjuntos individuales, de los que constituye só1o un aspecto. Los hombres no son iguales. Cualquier explicación social que no tuviera en cuenta un hecho tan funda mental sería inexacta. Cualquier construcción política que prescindiera de él no sería más que una utopía.

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