por Arturo Jauretche
"Les he dicho todo
esto pero pienso que pa´nada,
porque a la gente azonzada
no la curan con consejos:
cuando muere el zonzo viejo
queda la zonza preñada."
(A. J., El Paso de los Libres, 1ª
edición, 1934.)
DONDE SE HABLA DE LAS ZONCERAS
EN GENERAL
"Zonzo y zoncera son palabras familiares en
América desde México hasta Tierra del Fuego, variada apenas la ortografía, un
poco en libertad silvestre (sonso, zonzo, zonso, sonsera, zoncera, azonzado,
etc.)", dice Amado Alonso. ("Zonzos y zoncerías", Archivo de
Cultura, Ed. Aga-Taura, Feb. 1967, pág. 49).
Según el mismo, la acepción que les dan los
diccionarios como variantes de soso, desabrido,
sin sal, es arbitraria porque proviene del "Diccionario de
Autoridades" que se escribió cuando ya habían dejado de ser usuales en
España. Zonzo, fue en España palabra de uso coloquial pero durante corto tiempo:
"Cosa sorprendente, esta palabra castellana, inexistente antes del siglo
XVII y desaparecida en España en el siglo XVIII, vive hoy en todas partes donde
fue exportada”, particularmente América. También señala Alonso el parentesco
con algunos equivalentes españoles, mas agrega que "por pariente que sea
el zonzo americano conserva su individualidad". "Aunque como
improperio los americanos dicen a uno (o de uno) zonzo, cuando los
peninsulares dicen tonto, los significados no se recubren".
Todo lo cual vale para zoncera.
* * *
¿Los argentinos somos zonzos?... Esto es lo que nos
faltaba, convencidos como estamos de la "viveza criolla", que ha dado origen a una copiosa literatura que va de la sociología y la
psicología a las letras de tango.
Un amigo que hace muchos años percibió la
contradicción entre nuestra tan mentada "viveza" y las zonceras, la
explicaba así: "El argentino es vivo de ojo y zonzo de temperamento",
con lo que quería significar que paralelamente somos inteligentes para las
cosas de corto alcance, pequeñas, individuales, y no cuando se trata de las
cosas de todos, las comunes, las que hacen a la colectividad y de las cuales en
definitiva resulta que sea útil o no aquella "viveza de ojo".
A estas zonceras en lo que trata de los intereses
del común, es a las que se refiere mi personaje de las letras gauchescas qué
cito en el, copete, porque lo que el cantor ha dicho antes se refiere precisamente
a ellas, y su escéptica sentencia surge de la continuidad en su acepción a
través de generaciones.
Esto no importa necesariamente que la zoncera sea
congénita; basta con que la zoncera lo agarre a uno desde el
"destete".
Tal es la situación, no somos zonzos; nos hacen
zonzos.
El humorismo popular ha acuñado aquello de
"¡Mama, haceme grande que zonzo me vengo
solo!". Pero esta es otra zoncera, porque ocurre a la inversa: nos
hacen zonzos para que no nos vengamos grandes, como lo iremos viendo.
Las zonceras de que voy a tratar consisten en
principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna
infancia —y en dosis para adultos— con la apariencia de axiomas, para
impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido.
Hay zonceras políticas, históricas, geográficas, económicas, culturales, la
mar en coche. Algunas son recientes, pero las más tienen raíz lejana y generalmente
un prócer que las respalda. A medida que usted vaya leyendo algunas, se irá
sorprendiendo, como yo oportunamente, de haberlas oído, y hasta repetido
innumerables veces, sin reflexionar sobre ellas y, lo que es peor, pensando
desde ellas.
Basta detenerse un instante en su análisis para que
la zoncera resulte obvia, pero ocurre que lo obvio pasé con frecuencia
inadvertido, precisamente por serlo.
* * *
Jeremías Bentham —pocos filósofos pueden ser tan
gratos a los académicos de las zonceras como este maestro de los más preclaros
de sus inventores— escribió un "Tratado de los sofismas políticos",
que es un tratado de lógica, según dice
Francisco Ayala, prologuista de una de sus ediciones castellanas (Ed. Rosario,
1944). Al hablar del sofisma en general, Bentham establece la diferencia entre error,
simple opinión falsa, y sofisma, con que designa la introducción en
el razonamiento de una premisa extraña a la cuestión, que lo falsea.
Le faltó tiempo a Bentham para ver cómo sus
discípulos rioplatenses superaban a lo que se proponía combatir. Porque las
zonceras de que estoy hablando cumplen las mismas funciones de un sofisma,
pero más que un medio falaz para argumentar son la conclusión del sofisma,
hecha sentencia.
Su fuerza no está en el arte de la argumentación.
Simplemente excluyen la argumentación actuando dogmáticamente mediante un
axioma introducido en la inteligencia —que sirve de premisa— y su eficacia no
depende, por lo tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya
discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera —como se ha dicho— deja
de ser zonzo.
Trato aquí, pues, de suscitar la reacción de esa tan
mentada "viveza criolla" para que, si en verdad somos vivos de ojo, lo seamos también de temperamento, como decía
mi amigo.
* * *
Este no es un trabajo histórico; pero nos conducirá
frecuentemente a la historia para conocer la génesis de cada zoncera. Veremos
entonces, que muchas tuvieron una finalidad pragmática y concreta que en el
caso las hace explicables aún como errores, y que su deformación posterior,
dándole jerarquía de principios, ha respondido a los fines
de la pedagogía colonialista para que actuemos en cada emergencia
concreta sólo en función de la zoncera abstracta hecha principio. Esto
lo veremos muy particularmente en la increíble zoncera de que la victoria
no da derechos, que verdaderamente es un "capolavoro" en la
materia.
En otras ocasiones, la zoncera no tiene un origen
eventual, sino que es el resultado de una conformación mental. Es el caso de la
zoncera el mal que aqueja a la Argentina es la extensión
que, erigida en principio como consecuencia de otra zoncera —Civilización
y barbarie— llevó directamente a una política de achicamiento del país que
fue la que presidió la disgregación del territorio rioplatense. En este caso,
la zoncera no se justifica ni eventualmente pero es susceptible de
explicación. Lo que no puede explicarse es que continúe en vigencia hasta
cuando ya fueron logrados los objetivos que le dieron origen. Tal vez se la
reitere sólo para mantener la sobrevivencia y prestigio de quienes la
generaron. En otros casos, como lo veremos al tratarlas, muchas zonceras
pueden comprenderse en función de las ilusiones que el siglo XIX en su primera
parte provocó en los progresistas "a outrance", pero no ahora que son
evidentemente anti-progresistas pues tratan de inmovilizar él país dentro de
una concepción perimida, con lo que paradojalmente, los progresistas se vuelven
reaccionarios.
Y ahora tenemos que recordar de nuevo a Jeremías
Bentham, porque en la base de los sofismas que puntualizó está el de autoridad, y la zoncera, como aquellos, generalmente reposan en la
"autoridad" del que la enunció.
Estas zonceras
de autoridad cumplen dos objetivos: uno es prestigiar la zoncera con la autoridad
que la respalda, como se ha dicho; y otro reforzar la autoridad con
la zoncera. Así los proyectos de Rivadavia se apoyan en el prestigio de
Rivadavia. Y el prestigio de Rivadavia en sus proyectos.
Esto nos lleva de nuevo a la historia, cuya
falsificación tiene también por objetivo una zoncera: presentar nuestro pasado
como una lucha maniquea entre "santos" y "diablos", con lo
que los actores dejan de ser hombres para convertirse en bronces y mármoles
intangibles.
* * *
El protagonista de la historia no pierde nada como
hombre cuando se lo baja del pedestal; ni siquiera como ejemplo. Por el
contrario, gana al humanizarse con su carga de aciertos y errores. Pero como el
objetivo de falsificación es una política de la
historia que alimenta las zonceras, ver el hombre en su propia dimensión
relativiza el personaje perjudicándolo como autoridad desde que, en
cuanto hombre, no es el dueño de la verdad absoluta con que aparece respaldando
a aquellas desde el nicho.
Tomaremos el caso de Sarmiento: primero, porque es
el héroe máximo de la intelligentzia, y segundo, porque es
el más talentoso de la misma.
Sarmiento es para mí, uno de nuestros más grandes
—sino el mejor— prosistas. Narrador extraordinario —aún de lo que no conoció,
como sus descripciones de la pampa y el desierto—, sus retratos de personajes,
más imaginados que vistos, su pintura de medios y ambientes, sus apóstrofes,
sus brulotes polémicos, al margen de su verdad o su mentira, son obras maestras.
Forman una gran novelística hasta el punto de que lo creado por la imaginación
llega a hacerse más vivo que lo que existe en la naturaleza.
A este Sarmiento se lo ha resignado al segundo plano
para magnificar el pensador y el estadista, siendo que sus ideas económicas,
sociales, culturales, políticas, son de la misma naturaleza que su novelística:
obras de imaginación mucho más que de estudio y de meditación, y su labor de
gobernante la propia de esa condición imaginativa. Pero insistir sobre la personalidad
literaria del sanjuanino iría en perjuicio de su prestigio como pensador y del
ideario que expresó al colocarlo en otra escala de medida. Entonces, decir el
escritor Sarmiento sería como decir el escritor Hernández o el escritor
Lugones, cuando opinan sobre el interés general; referencias importantes pero
no decisorias. Y sobre todo cuestionables. Y
la zoncera sólo es viable si no se la cuestiona.
* * *
Además, al margen de la pedagogía colonialista, se deforma al prócer para hacerlo ismo.
Juega entonces el interés de la capilla y los capellanes. Así como el
locutor Julio Jorge Nelson es la viuda de Gardel, cada prócer tiene sus viudas
que administran su memoria, cuidan su intangibilidad y cobran los dividendos
que da el sucesorio. Quizá sea Sarmiento el que tenga más viudas porque hay en
el personaje una especie de padrillismo supérstite como para permitir una multiplicada
poligamia póstuma. Más difícil es la tarea de los rivadavianos profesionales
porque don Bernardino, el pobre, no tiene puntos de apoyo para su explotación:
hubo que inventárselos. Eso lo hizo Mitre, que a su vez es otra cosa, porque
su aprovechamiento no es de viudas. Los cultivadores del mitrismo no miran
tanto al General, ya finado, como a "La Nación", que está vivita y coleando y
es la que distribuye el dividendo de la fama mientras le cuida la espalda al
General. Además practican ese culto todas las viudas de los otros proóceres
como actividad, complementaria e imprescindible para el suyo. Aquí operan
también matemáticos, poetas, escritores, pintores, escultores, corredores de
automóviles, rotarianos, locutores, biólogos, señoras gordas, leones,
"señores", otorrinolaringólogos, militares, pedagogos, políticos,
economistas, toda clase de académicos, desde que todo el mundo sabe que sin la
lágrima por Mitre, lo mismo en el arte o la técnica que en la vida social,
deportiva, etc., no hay reputación posible. Así se explican esas largas
columnas de felicitaciones en "La
Nación", que suceden a cada cumpleaños, y la
introducción de Mitre en todo discurso, conferencia o escrito, aunque se trate
de un estudio sobre las lombrices de tierra o los viajes estratosféricos.
Acotaremos que la abundancia de viudas hace que ya
sea difícil el acceso a los mármoles y bronces, lo que ha motivado la urgencia
de algunos por ampliar el registro de los próceres. Así, a falta de mármoles y
bronces aparecen los chupamortajas prendidos a la memoria de óbitos más
recientes y aún de muchos insepultos rezagados en las Academias o el Instituto
Popular de Conferencias.
* * *
Este es un manual
de zonceras, y no un catálogo de las mismas. Doy, con unas cuantas de ellas,
la punta del hilo para que entre todos podamos desenredar la madeja. Y aclaro
que yo no soy "uno" más "vivo", sino apenas un
"avivado", y aún me temo que no mucho, porque ya se verá cómo he ido
descubriendo zonceras dentro de mí .
Sin ir más lejos en ese "Paso de los Libres"
que cito al caso en el copete, se me ha deslizado alguna, a pesar de que para
la fecha de su publicación ya tenía la edad de Cristo. Y me las sigo descubriendo —¡y vaya si van años!—, tanto me han
machacado con ellas en la época en que estaba descuidado.
Precisamente para que no
nos agarren descuidados otra vez, y a los que nos sigan, es que se hace
necesario un catálogo de zonceras argentinas que creo debe ser obra
colectiva y a cuyo fin le pido a usted su colaboración.
Mi editor me dice que hará un concurso de zonceras con premios y todo. Si tal ocurre
le ruego al lector que, por el bien común, participe. Haremos el catálogo entre
todos. Por si usted está dispuesto a colaborar en él, este libro lleva unas páginas
suplementarias convenientemente rayadas para que vaya anotando sus propios
descubrimientos, mientras lo lee.
* * *
Además, descubrir las zonceras que llevamos adentro
es un acto de liberación: es como sacar un entripado
valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la indigestión
alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al
psicoanálisis —que son modos de vomitar entripados—, y siendo uno el propio
confesor o psicoanalista. Para hacerlo sólo se requiere no ser zonzo por
naturaleza, con la connotación que hace Amado Alonso —"escasez de
inteligencia, cierta dejadez y debilidad"—; simplemente estar solamente azonzado,
que así viene a ser cosa transitoria, como lo señala el verbo.
Tampoco son zonzos congénitos los difusores de la pedagogía colonialista. Muchos son excesivamente
"vivos" porque ése es su oficio y conocen perfectamente los fines de
las zonceras que administran; otros no tienen ese propósito avieso sin
ser zonzos congénitos: lo que les ocurre es que cuando las zonceras
se ponen en evidencia no quieren enterarse; es una actitud defensiva porque
comprenden que con la zoncera se derrumba la base de su pretendida
sabiduría y, sobre todo, su prestigio.
Las zonceras no se enseñan como una asignatura.
Están dispersamente introducidas en todas y hay que irlas entresacando.
* * *
Viendo en Amsterdam la inclinación de los edificios
motivada por la blandura del suelo insular en que se asientan, tuve la
impresión de una ciudad borracha, pues las casas se sostienen apoyándose
recíprocamente. Imaginé la catástrofe que significaría extraer una de cada
conjunto. Esto le ocurrirá a usted a medida que vaya sacando zonceras, porque éstas se apoyan y se complementan unas con otras,
pues la pedagogía colonialista no es otra cosa que un
"puzzle" de zonceras. Por eso, a riesgo de redundar,
necesitaremos frecuentemente establecer, como dicen los juristas, "sus
concordancias y correspondencias", porque todas se entrerrelacionan o
participan de finalidades comunes.
Al tratar de las zonceras no es posible, en
consecuencia, clasificarlas específicamente, porque en el campo de su aplicación
andan todas mezcladas y, donde menos se espera, salta la liebre. El cazador de
zonceras debe andar con la escopeta lista
no es otra cosa que un "puzzle" de zonceras. Por eso, a
liebre, perdiz o pato, o pato-liebre, indistintamente. Pero todas tienen el
carácter común de principios destinados a ser el punto de partida del
razonamiento de quien la profesa. En cuanto usted fija su atención sobre ese
"principio" y no sobre su desarrollo posterior, ya la identifica,
porque para evitar el análisis recurre de inmediato a ocultarse tras la
autoridad.
Como están entreveradas y dispersas sólo se
intentará agruparlas; eso y no clasificarlas, es lo que se
hace en este trabajo, teniendo en cuenta sus características más importantes
o el papel principal que juegan o han jugado, pero sin olvidar nunca lo que se
dijo de las "correspondencias y concordancias", porque suelen tener
variada finalidad. Así, por ejemplo, veremos oportunamente que política
criolla, o el milagro alemán que aquí se han clasificado
respectivamente en las Zonceras de la autodenigración y en las Zonceras
económicas, podrían agruparse a la inversa, en cuanto el milagro alemán —utilizada
para prestigiar cierta política— encubre una connotación de finalidades
disminuyentes y racistas, cosa que se verá a su tiempo. Del mismo modo política
criolla, que es zoncera autodenigratoria, se connota con lo
económico.
Con esto quiero advertir al lector que no debe tomar
muy al pie de la letra la clasificación que se hace, que obedece a la
conveniencia de seguir algún método expositivo. Hay un capítulo titulado Miscelánea de zonceras porque las que allí van son aparentemente de
distinto género. En realidad todo el libro es una miscelánea pero de la
comprobación aislada de cada zoncera llegaremos por inducción —del fenómeno a
la ley que lo rige— a comprobar que se trata de un sistema, de elementos de una
pedagogía, destinada a impedir que el pensamiento nacional se elabore
desde los hechos, es decir desde las comprobaciones del buen sentido.
Con esto dejo dicho que este libro es una segunda
parte de "Los profetas del odio y la yapa" —es decir una contribución
más al análisis de la pedagogía colonialista—, en el cual
se exponen las zonceras, para que ellas conduzcan por su desenmascaramiento a
mostrar toda la sistemática deformante del buen sentido y su finalidad.
Y como las zonceras
se revisten de un aire solemne —que forma parte de su naturaleza—, les
haremos un "corte de manga" tratándolas en el lenguaje del común,
que es su enemigo natural, escribiendo a la manera del buenazo de Gonzalo de
Berceo en su "Vida de Santo Domingo de Silos":
Quiero fer una prosa en roman paladino,
en qual suele el pueblo fablar a su vecino.[1]
NOTAS
1.- Con este
propósito, "fablar en roman paladino", se vinculan mis frecuentes
redundancias, que han motivado la crítica de algunos lectores, tal vez
demasiado "aligerados", y que no piensan en que hay otros más lerdos.
Las exige el difícil arte de escribir fácil, como ya lo he dicho en otra
ocasión. No pretendo ejercer magisterio, pero no puedo olvidar, como la maestra
de grado, que se debe tener en cuenta el nivel medio y no el superior, así que
pido a los "más adelantados" que sean indulgentes y más bien que
ayuden a los otros en esta tarea en que estoy. Además, redundar es necesario,
porque el que escribe a "contra corriente" de las zonceras no debe
olvidar que lo que se publica o se dice está destinado a ocultar o deformar su
naturaleza de tales. Así, al rato nomás de
leer lo que aquí se dice, el mismo lector será abrumado por la reiteración de
los que las utilizan como verdades inconclusas.
También es intencionado el paso
frecuente de la primera persona del singular a la primera del plural. Aspiro a
no ser más que un instrumento de una conciencia colectiva que se hace punta en
la pluma del que escribe y que la transición se produzca espontáneamente, según
me diluyo, al escribir, en la multitud. El escritor, como el poeta —según dijo
Bergamin hablando de Machado, si la memoria no me engaña— no habla para el
pueblo sino por el pueblo. Se logra, si, diciendo de sí dice de nosotros, y
entonces la cuestión se reduce a saber si hay algo más que un cambio de
pronombres en este caso.
Además, debe
permitírseme esa licencia. En esta lucha larga y no motorizada venimos de un
viejo galope... y con caballo de tiro. Cuando me apeo del yo, hago la remuda
en el nosotros. Y los dos están sudados.