miércoles, 31 de octubre de 2012

Cuando un libro es un poema

por Andrés Soliz Rada

“Chile versus Bolivia: Otra Mirada”

Hay libros en prosa y libros en verso. El libro “Chile versus Bolivia: Otra Mirada”, de Pedro Godoy, es un poema escrito en prosa. Se trata del texto de un chileno chilenísimo, como el autor se define a sí mismo, que considera que lo mejor para su país y su pueblo es adscribirlos al destino de la Patria Grande, soñada por Bolívar, San Martín y O’Higgins. Consecuente con este postulado, estima que “La Moneda” debe devolver a Bolivia su condición de país costero, arrebatada en la Guerra de 1879.
El libro que glosamos (ediciones "Nuestra América" - Santiago) está impregnado del razonamiento preciso y del dato histórico irrefutable, lo que no disimula su inocultable cariño por Bolivia, forjado en sus años de mochilero imberbe, cuando fue tratado por autoridades y gente del país ahora enclaustrado con las consideraciones reservadas a un diplomático de carrera y al amigo al que se retribuye cariño fraterno con cariño fraterno.
Ese viaje, realizado hace más de cuatro décadas, marcó la vida, el apostolado y el pensamiento de Pedro, quien fue articulando su posición socialista y latinoamericana, bebiendo de fuentes tan nuestras como las de Abelardo Ramos, Augusto Céspedes, Gabriela Mistral y Víctor Raúl Haya de la Torre y de obras universales que pasaron por el filtro de su criterio propio. Su desordenada biblioteca de “San Ignacio” 1341, de Santiago, en la que sólo él es capaz de encontrar inmediatamente el texto que necesita, insufló vida y coherencia, desde hace 22 años, al Centro de Estudios Chilenos (CEDECH), fundado por él junto a Enrique Zorrilla, Leonardo Jeffs, Felipe Herrera, Jorge Barria, y Tomás Pablo.
El CEDECH y Pedro Godoy se fundieron en una sola entidad que, atenta al acontecer cotidiano, celebra alborozada la solución pacífica al conflicto del Beagle entre Chile y Argentina, demanda a Santiago la devolución de trofeos de guerra a Perú y exige que se atienda la demanda marítima de Bolivia. Para conseguir este propósito, todas las tribunas son buenas. Desde las visitas a su país del Sumo Pontífice o del Rey de España o las concentraciones socialistas en las que se exigía el restablecimiento de relaciones con Cuba. En medio de esas algazaras, aparecía Godoy planteando que se atienda el reclamo centenario de la Bolivia enclaustrada.
“Chile versus Bolivia: Otra Mirada” recuerda que la balcanización costó a la América morena el zarpazo gringo sobre la mitad del territorio mexicano, la segregación de la provincia de Panamá a la República de Colombia, las invasiones a Guatemala, Nicaragua, Haití o Santo Domingo, la anexión abusiva de Puerto Rico o el asalto inglés a las Malvinas. Su formación bolivariana reprueba las acciones perversas de determinadas ONGs que alientan enfrentamientos interétnicos, en lugar de impulsar la interculturalidad, basada en el respeto a lo diverso.
En una de sus recientes reflexiones, Godoy, desde una óptica latinoamericana, se pregunta si el juez español, Baltasar Garzón, tan valiente para enjuiciar a Pinochet, cuya condición sanguinaria, dictatorial y corrupta está fuera de duda, tendrá similar valentía para procesar a George W. Busch, genocida confeso y padrino de torturadores en cárceles de Irak y de Guantánamo. ¿Alguien está en condiciones de responder a este interrogante que también tiene el esplendor de un verso?

viernes, 26 de octubre de 2012

¿COMO SE ENSEÑA HISTORIA DE CHILE?


por Pedro Godoy

La Historia Patria, frecuentemente, se explica en aula sobre la base de confrontaciones bélicas. No obstante, sabemos que un país se construye en la paz, día a día, a través de un proceso. Entonces resulta una distorsión que su trayectoria se enseñe señalando sólo sucesos que son “hechos de armas”. Tal rutina se refuerza con el programa de efemérides escolares destinado –de modo habitual- a resaltar episodios de conflicto. La docencia gira en torno a tres “centros de interés”. Uno, la guerra de Arauco. El otro, la guerra de la Independencia. El tercero, la guerra del Pacífico. En cada uno la objetividad está ausente. El maniqueísmo se impone de “pe a pa”. En el primer escenario el “bien” lo representan los mapuches (valor “coraje”). El “mal” los conquistadores (disvalor “codicia”). En el segundo, los patriotas son quienes lideran el progresismo liberal y los realistas, el fanatismo obscurantista. Algo así como el choque entre el luminoso Renacimiento y la tenebrosa Edad Media. En el último, los chilenos son héroes invictos. Villanos y cobardes los peruanos y bolivianos.
Existen otros dos “centros de interés” de naturaleza secundaria, pero igualmente perniciosos. Uno, al finalizar el siglo XIX el denominado “Pacificación de la Araucanía”. Allí se produce un viraje. Ahora los mapuches representan la barbarie y constituyen una rémora. Los “buenos”, en cambio, son los chilenos que, como filántropos, imponen la civilización a la patria araucana. Así se legitima un brutal etnocidio que, en la imaginería popular, se atribuye a España. El otro es la usurpación de la Patagonia por Argentina. Se internaliza –a horcajadas de tal tema- la odiosidad a la patria de José de San Martín y Domingo F. Sarmiento. Sus habitantes serían fanfarrones y expansionistas y nuestra diplomacia blanda y torpe por aceptar siempre el arbitraje y la mediación en pleitos limítrofes. Resulta curioso que –al otro lado de la cordillera- son idénticas las imputaciones, los recelos y las contraimágenes empleadas para enseñar, en aula, la misma supuesta mutilación. Ello exige el montaje –aprovechando la UNASUR o el MERCOSUR- de una especie de mini UNESCO conosureña que proponga un nuevo texto escolar de Historia de Iberoamérica.
Al finalizar el siglo XX y al borde de III milenio es un anacronismo una docencia “en blanco y negro” de nuestra Historia. El aula no debe continuar promoviendo altanerías y rencores. Es inaceptable que cada alumno, por la lección del educador o lo anotado en vetusto texto, comulgue con cinco fobias. Póngase punto final a tal circuito de supercherías insistiendo en lo siguiente: los conquistadores constituyen el patriciado del país. Merecen homenaje equivalente al que enaltece a los mapuches. Separatistas y monárquicos protagonizan la guerra civil entre liberalismo y absolutismo que desgarra al Imperio, aquel sobre el cual “no se ponía el sol”. Chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos integran una nación que comparte el mismo horizonte y tendrá –para sacudirse del atraso y la dependencia- que afrontar el desafío de mancomunarse. Lo amerindio constituye uno de los dos componentes fundacionales. Negarlo es ignorancia. Juzgarlo un lastre, usando la expresión “indio” como estigma, encubre racismo... Una genuina reforma educativa debe empujar el enjuiciamiento de este circuito de estereotipos. Así podrá superarse nuestra crisis de identidad. Esa anomalía abre las puertas a devastadora globalización que beneficia a los imperialismos.


fuente:EducaAcción

lunes, 22 de octubre de 2012

Conversaciones con Sandino


El hombre y sus ideas

Durante las dos semanas que aproximadamente estuve en el campamento del ejército de la Libertad, no dejé de estar a diario en conversación con el general Sandino, quien me trató desde el primer momento con una amabilidad enteramente familiar. Unas veces el caudillo me llamaba y otras iba yo a verle a su casa, que custodiaba su guardia personal, con ametralladoras en mano. El general se solía pasear en una habitación obscura contigua a la de la guardia y entraba sonriente, abrazándome, según su costumbre. Era una sencilla habitación decorada por algún calendario y un cromo en el que se veía unos cazadores de focas en un mar proceloso de hielo, disparando contra estos anfibios que se acercaban alarmantemente a la embarcación. Había un banco y unas sillas; en el banco se sentaban de ordinario algunos jefes que asistían silenciosos a la entrevista, o los soldados de retén. En un rincón se veía un montón de rifles.
El general se sentaba en una sencilla mecedora, que la tenía balanceándose sin cesar. Resaltan en su cara ovalada, pero angulosa, cierta especie de asimetría en ambos lados del rostro, que contribuyen, juntamente con las comisuras de sus labios, a dar unas extrañas variaciones a su rostro. En sus ojos obscuros brilla con frecuencia una afectuosa simpatía, pero de ordinario se muestra en ellos una profunda gravedad, una intensa reflexión. El reposo de sus facciones, la fortaleza de sus mandíbulas, en ángulo bien abierto, confirman la impresión que da su conversación de una voluntad serena y afirmativa. Su voz es suave, convincente; no duda en sus conceptos, y las palabras van precisas, bien guiadas por un intelecto que ha pensado por cuenta propia en los temas que expresa. Su gesto habitual es frotarse las manos teniendo en ellas un pañuelo. Rara vez acciona ni cambia la tonalidad serena de su voz. La impresión que da el general Sandino, lo mismo en su aspecto que en su conversación, es de una gran elevación espiritual. Es, sin duda, un cultivador de la "yoga", un discípulo de Oriente. Los temas de nuestra conversación fueron varios y de ordinario sin mucho orden. Yo he procurado recogerlo en distintas materias, pero guardando desde luego una absoluta realidad en los conceptos y en las frases, a fin de que el lector pueda penetrar en la psicología de este extraordinario paladín de la Libertad, que ha sido tenido por muchos como un hombre vulgar y sin instrucción, quizá también como el Pancho Villa de la rebelión nicaragüense. Pero esto es absolutamente falso. El general Sandino es un espíritu delicado y fino, un hombre de acción y un vidente, como hemos dicho ya, y sin tener sino una instrucción bastante limitada, es una extraordinaria personalidad, aun aparte de su papel de libertador.

-Ya veo que le han tomado a usted por americano -me dijo, riéndose alegremente, la primera vez que me vio.
- Sí, general -le dije-; pero ya se convencieron bien pronto, y no pasó nada. Todo ha sido una broma.
Y luego de habernos sentado, y mientras el general inicia su habitual balanceo, le digo:
- Me interesa sobre todo en este movimiento su aspecto espiritual más que el episódico y militar. Yo veo que hay en usted una gran fe, y yo no sé si un sentido religioso. Entiendo que todos los movimientos que han dejado huella en la Historia han tenido una gran fe religiosa o civil. El liberalismo de los pueblos anglosajones, unido a sus principios religiosos, me parece más profundo y definitivo que el de la Revolución francesa. ¿Tiene usted alguna religión?
Sandino.- No; las religiones son cosas del pasado. Nosotros nos guiamos por la razón. Lo que necesitan nuestros indios es instrucción y cultura para conocerse, respetarse y amarse.Yo, sin darme por vencido, le insisto:
- ¿No cree usted en la supervivencia de la conciencia?
Sandino.- ¿De la conciencia?
Yo.- Sí, de la personalidad.
Sandino.- Sí, del espíritu, claro está; el espíritu supervive, la vida no muere nunca. Puede suponerse desde el principio la existencia de una gran voluntad.
Yo.- Todo es cuestión de palabras; para mí, eso es la religión, la trascendencia de la vida.
Sandino.- Como le digo, la gran fuerza primera, esa voluntad, es el amor. Puede usted llamarle Jehová, Dios, Alá, Creador...
Y después de explicar, según su fe teosófica, el valor de los espíritus guías de la Humanidad entre los cuales coloca Adán, Moisés, Jesús, Bolívar..., mientras su palabra expresa una convicción profunda y sus ojos, opacos, se animan, continúa:
- Sí; cada uno cumple con su destino; yo tengo la convicción de que mis soldados y yo cumplimos con el que se nos ha señalado. Aquí nos ha reunido esa voluntad suprema para conseguir la libertad de Nicaragua.
Yo.- ¿Cree usted en el destino, en la fatalidad?
Sandino.- ¿Pues no he de creer? Cada uno de nosotros realiza lo que tiene que hacer en este mundo.
Yo.- ¿Y cómo entiende usted, general, esa fuerza primera, que mueve las cosas? ¿Como una fuerza consciente o inconsciente?
Sandino.- Como una fuerza consciente. En un principio era el amor. Ese amor crea, evoluciona. Pero todo es eterno. Y nosotros tendemos a que la vida sea no un momento pasajero, sino una eternidad a través de las múltiples facetas de lo transitorio.
Yo.- Insisto en este punto, porque creo que toda gran obra solo se ha hecho a base de una gran fe, que yo llamo religiosa y usted la llama con otras palabras; pero que no es sino el empujón de un mundo espiritual. He apercibido en su ejército esa compenetración, esa espiritualidad.
Sandino.- Si eso es todo, estamos compenetrados en nuestro papel; todos somos hermanos.
Yo.- Recuerdo haberle hecho referencia en algún momento al sentido histórico de Napoleón y Bolívar.
Sandino.- ¡Ah, Napoleón! Fue una inmensa fuerza, pero no hubo en él más que egoísmo. Muchas veces he empezado a leer su vida y he tirado el libro. En cambio, la vida de Bolívar siempre me ha emocionado y me ha hecho llorar.
Después, con el general hiciera referencia a las fuerzas espirituales que obran en la conducta de los hombres, le pregunto:
-¿Cree usted, general, en fuerzas de esa naturaleza que obran en los hombres sin la acción de la palabra?
Sandino.- Completamente; yo mismo lo he experimentado no una, sino muchas veces. En varias ocasiones he sentido una especie de trepidación mental, palpitaciones, algo extraño dentro de mí. Una vez soñaba que se acercaban las tropas enemigas y que venía con ellos un tal Pompilio, que había estado antes conmigo. Me levanté inmediatamente y di la voz de alarma, poniendo a todos en plan de defensa. Dos horas después, todavía sin amanecer, los americanos estaban allí, iniciando el combate.
-Hay una parte de nuestro organismo donde existe el órgano del presentimiento.
-Yo se lo diré -añade el general, y tomando mi cabeza me señala la nuca-. ¿No lo cree usted?
Yo.-Yo no niego ninguna clase de posibilidades de esa naturaleza. Y desde luego creo que usted puede tener un sistema nervioso especial: una gran potencia espiritual. Lo veo en su ejército.Y recuerdo haber leído en una carta escrita por su hermano Sócrates y que me había enseñado don Gregorio, que "Augusto tenía un enorme receptáculo telepático". Y en otra carta, "que había visto en sueños a su padre y a su madre y sentía que debían estar muy inquietos".Y añado yo:
-He visto en los soldados un sentido espiritual admirable. Hablando con muchos de ellos, les he oído decir que la justicia estaba con ellos y que por eso vencían siendo tan inferiores.
¿Cómo ha conseguido inculcarles estos principios?
Sandino.- Hablándoles muchas veces sobre los ideales de la justicia y sobre nuestro destino, inculcándoles la idea de que todos somos hermanos. Sobre todo, cuando el cuerpo desfallece es cuando he procurado elevar su espíritu. A veces, hasta los más valientes decaen. Es necesario conocerlos, seleccionarlos. Y alejar el temor, haciéndoles ver que la muerte es un ligero dolor, un tránsito.
Yo.- ¿Por compenetración?
Sandino.- Sí; estamos compenetrados de nuestra misión, y, por eso mis ideas y hasta mi voz puede ir a ellos más directamente. El magnetismo de un pensamiento se transmite. Las ondas fluyen y son copadas por aquellos que están dispuestos a entenderlas. En los combates, con el sistema nervioso en tensión, una voz con sentido magnético tiene una enorme resonancia... También los espíritus combaten encarnados y sin encarnar.
Yo.- ¿Cree usted en la trascendencia de este movimiento?
Seguramente el general no me ha entendido el sentido realista en que yo le he hecho esta pregunta. En el curso ya de sus impresiones suprasensibles, por decirlo así, continúa destrenzando su pensamiento en conceptos más lejanos y más difíciles.
Pero no nos sería posible seguir todo su pensamiento, e indicaremos únicamente el esqueleto de sus ideas, que versan ya sobre términos irreales:
-Le diré a usted; también los espíritus luchan encarnados y sin encarnar... Desde el origen del mundo, la tierra viene en evolución continua. Pero aquí, en Centroamérica, es donde veo yo una formidable transformación... Yo veo algo que no lo he dicho nunca... No creo que se haya escrito sobre eso... En toda esta América Central, en la parte inferior, como si el agua penetrara de un océano en otro... Veo Nicaragua envuelto en agua. Una inmensa depresión que viene del Pacífico... Los volcanes arriba únicamente... Es como si un mar se vaciara en otro.Es una descripción fantástica, que yo no he podido aprisionarla por completo, pero que se traduce en una especie de visión de una gran catástrofe marítima en esa zona de la América Central. Y Sandino se lleva las manos a los ojos, como queriendo arrancar de ellos alguna visión. De nuevo el tono opaco de su mirada se anima más.
Es Sandino, el héroe y genial Sandino, el visionario.
- La fe -pienso yo- es eternamente infantil y creadora; infantil, porque une al mundo real, al de lo maravilloso, y apartando la duda, que es escepticismo y vejez, nos lleva al mundo del ensueño de esos primeros años, en los que quizá, como dice el poeta Wordsworth, los hombres conservan todavía el reflejo de una inmentalidad o de una encarnación, como dirían los teósofos, que todavía no se ha borrado de la mente, con los años y la baja realidad de los sentidos.Y es creadora, porque el hombre se siente no como un mísero aparcero de una vida transitoria, que se disipa como el humo, sino el propietario, mejor dicho, como el actor de un drama eterno y siempre renovado.
Cuando salgo, Sandino habla con un viejo soldado, encargado de llevar sal a las columnas que se vienen acercando, y mientras aquél parte con su mula cargada, el general lo despide con un "Que Dios le guarde".

2.- Temas sociales

Habíamos visto al general Sandino, mientras cabalgaba con algunos oficiales, haciendo una inspección a sus tropas y me dijo:
- Ya ve usted, nosotros no somos militares. Somos del pueblo, somos ciudadanos armados.Recordando estas impresiones sobre el aspecto social del movimiento sandinista, preguntaba una tarde al general, mientras conversábamos, y él se balanceaba en su mecedora.- Se ha dicho en ocasiones que su rebelión tenía un marcado carácter social. Hasta se les había tildado de comunistas. Entiendo que este último dictado ha obedecido a una propaganda tendenciosa y de descrédito. ¿Pero no hay programa social?
Sandino.- En distintas ocasiones se ha tratado de torcer este movimiento de defensa nacional, convirtiéndolo en una lucha de carácter más bien social. Yo me he opuesto con todas mis fuerzas. Este movimiento es nacional y antiimperialista. Mantenemos la bandera de libertad para Nicaragua y para todo Hispanoamérica. Por lo demás, en el terreno social, este movimiento es popular y preconizamos un sentido de avance en las aspiraciones sociales. Aquí han tratado de vernos, para influenciarnos, representantes de la Federación Internacional del Trabajo, de la Liga Antiimperialista, de los Cuáqueros... Siempre hemos opuesto nuestro criterio decisivo de que esta era esencialmente una lucha nacional. [Farabundo] Martí, el propagandista del comunismo, vio que no podía vencer en su programa y se retiró.
El general calla pensativo.
En algunos países, como en México, se ha pensado por muchos que el movimiento sandinista era fundamentalmente agrarista. Yo he tenido ocasión de comprobar, durante mi estancia en Nicaragua, que la propiedad está muy dividida y que el país es de pequeña propiedad. Apenas hay latifundios, y estos no son muy grandes. El agrarismo, pues, no tiene un gran campo de acción. Los pocos que no tienen tierras no se mueren de hambre, como se me había dicho. Y, efectivamente, tuve ocasión de comprobar estas impresiones de tierra de promisión en forma no muy halagadora por cierto. Hay cerca de Granada un hermoso paseo de mangos que llega hasta el Lago. Mientras una especie de Cancerbero que tiene la contrata de la fruta los recoge como puede, dos o tres desarrapados esperan la caída accidental de algún fruto para hacer su comida diaria. No les tenía cuenta trabajar en los cafetales porque solo les daban quince centavos, y preferían esta modesta holganza. El país está destrozado; no hay trabajo por ninguna parte, según ellos.
Insisto yo todavía sobre la cuestión de las tierras con el general, y le pregunto si es partidario de completar el sentido de pequeña propiedad que tiene el país, dando terrenos a quien no les tenga.
Sandino.- Sí, desde luego, y eso es algo que no tiene dificultades entre nosotros. Tenemos tierras baldías, quizá las mejores del país. Es donde hemos estado nosotros.Y el general explica su proyecto de colonizar la zona del río Coco, que es de una enorme feracidad.-Nicaragua importa una cantidad de productos que no debe: cereales, grasas, hasta carne, por la costa del Atlántico. Todo esto se puede producir allí. Por de pronto haremos navegable el río; después empezaremos a abrir terrenos de cultivo. Pero hay una exuberancia vegetal increíble. Sólo el cacao silvestre les pone por de pronto en condiciones de explotación económica.Yo.- ¿Cree usted en el desarrollo del capital?
Sandino.- Sin duda que el capital puede hacer su obra y desarrollarse; pero que el trabajador no sea humillado y explotado.
Yo.- ¿Cree usted en la conveniencia de la inmigración?
Sandino.- Hay aquí muchas tierras que repartir. Nos pueden enseñar mucho. Pero a condición de que respeten nuestros derechos y traten a nuestras gentes como iguales.
Y el general añade luego, en tono de broma, que si había extranjeros que fueran allí con otras ideas, llevados de un espíritu de explotación inaceptable o de dominio político, ellos procurarían irles poniendo espinas en el camino para que su marcha no fuera tan sencilla. Por lo demás, todos los extranjeros serían recibidos como hermanos, con los brazos abiertos.Hemos recordado en aquel momento el admirable desinterés que ha demostrado en todo momento el general Sandino, y la especial estipulación del convenio que se acaba de firmar expresando que los delegados del mismo indican en su nombre "su absoluto desinterés personal y su irrevocable resolución de no aceptar nada que pudiera menoscabar los móviles y motivos de su conducta pública". Entonces le pregunto:
-¿No tiene usted la ambición de poseer algún terreno propio?
Sandino.- ¡Ah, creen por ahí que me voy a convertir en un latifundista! No, nada de eso; yo no tendré nunca propiedades. No tengo nada. Esta casa donde vivo es de mi mujer. Algunos dicen que eso es ser necio, pero no tengo por qué hacer otra cosa. Recordando que el general Sandino está a punto de tener sucesión, le pregunto:
-¿Y sus hijos, si los tiene?
Sandino.- ¡No, eso no es una objeción! Que haya trabajo y actividad para todos. Yo soy partidario más bien que la tierra sea del Estado. En este caso particular de nuestra colonización en el Coco, me inclino por un régimen de cooperativas. Pero eso tendremos que irlo estudiando más despacio.
A propósito de estas cosas -añade el general, sonriente-: hoy he tenido un caso de los muchos que vienen a contarme sus cuitas, que pinta el espíritu ansioso de algunas gentes que manejan dinero. Es un pobre hombre con mucha familia a quien habían prestado trescientos pesos hace mucho tiempo. Ahora el que se los prestó le exige, y como no los tiene, quiere llevarse su casa, el ganado, todo, y hasta sus hijos como esclavos. Y yo le he dicho al prestador: "¿Usted cree que su dinero vale tanto como las lágrimas de esta pobre familia?". Después he dicho al otro que vaya donde uno de esos abogados que hacen justicia y que venga otro día. Yo espero convencerlos. Ya ve usted -añade el general- lo que pasa por aquí -mientras su boca se abre en una franca sonrisa que muestra su excelente humor.Yo sonrío también ante el recuerdo de esta justicia benévola, que muestra su espíritu persuasivo y no su espada de guerrillero.
Yo.- General, ¿le gusta a usted mucho la Naturaleza?
Sandino.- Sí.
Yo. -¿Más que la ciudad?
Sandino.- Sí; la Naturaleza inspira y da fuerzas. Todo en ella nos enseña. La ciudad nos desgasta y nos empequeñece. Pero el campo no para encerrarse egoístamente en él, sino para marchar a la ciudad y mejorarla.
La vista de las plantas, de los árboles; los pájaros, con sus costumbres, su vida... son una continua enseñanza.
La dicción clara y precisa del general, el sentido didáctico que da a sus explicaciones, hasta el corte de su mano, que se mueve incesantemente y que muestra unos dedos cortos y firmes, nos muestran en el general, no el hombre de fantasía, sino de un pensamiento inquieto y profundo en quien bulle el eterno deseo de saber. Y entonces le pregunto:
-¿Es cierto que desea usted hacer algunos estudios?
Sandino.- Sí; me interesa el estudio de la Naturaleza y de las relaciones más profundas de las cosas. Por eso me gusta la filosofía. Naturalmente que no me voy a poner ahora en plan de escolar. Pero saber, aprender, ¡eso siempre!
Pasamos a hablar después del tema militar, del aspecto de exterminio que tuvo la campaña, y yo le pregunto:
-¿Fueron crueles los americanos?
Sandino.- ¡Ah, eso yo no se lo voy a decir! Pregúntelo por ahí fuera y verá.
Yo.- Se habla, entre los enemigos de usted, general, de muertes innecesarias, de crímenes que se atribuyen a parte de su tropa.
Sandino.- Pues si se achaca algún mal, cualquiera que sea, yo soy el único responsable. ¿Se dice que ha habido asesinatos? Pues yo soy el asesino. ¿Que ha habido injusticias? Pues yo soy el injusto. Ha habido que castigar no sólo al invasor, sino al que tiene concomitancias con él.El general se yergue y habla con energía, y sus ojos brillan con indignación.
Yo.- A mí, cuando me han hablado de estas cosas, he dicho que la libertad no se conquista con sonrisas a los invasores. Que es el precio de la libertad. Pero, naturalmente, creo es muy duro para [ser] dicho por un extraño.
Sandino.- ¡Oh, sí; el precio de la libertad!
El general Sandino ha pasado, por asociación de ideas, al rigor mostrado con sus propias tropas para mantener la disciplina. Como algo se ha hablado sobre este punto, le pregunto:- ¿Cuántos fusilamientos ha ordenado usted en sus tropas?
Sandino.- Cinco. Dos generales, un capitán, un sargento y un soldado. Uno de los generales por abusos cometidos. Me denunciaron que había violado varias mujeres. Comprobé los hechos y lo mandé fusilar. El otro, por traición.
Y el general cuenta cómo desde que llegó el general Sequeira creyó ver en él un hombre de lealtad sospechosa. Un día los aviones lo habían sorprendido y lanzaban un bombardeo furioso. El general Sandino se mantenía inmóvil en un rincón cuando, en medio del estampido de las bombas, siente que alguien se acerca sigilosamente. Era Sequeira, con la pistola en la mano. "¡Quiere matarme!", pensó Sandino; e inmediatamente sacó su arma y, abalanzándose sobre aquel le obligó a enfundar su automática. Sequeira quedó sin mando, pero aún participaba en las operaciones. Todavía el general lo sorprendió en un momento parecido al anterior. Cuando le iban a capturar se escapó en dirección al campamento americano. Sandino destacó fuerzas que lo trajeran enseguida, vivo o muerto. Entonces lo trajeron ya muerto.
Yo.- ¿Es cierto que todas las armas suyas, rifles o ametralladoras, han sido tomadas al enemigo? ¿Qué tanto por ciento calcula usted?
Sandino.- Sí, puede usted decir que todas, fuera de unos pocos fusiles llegados de Honduras y de los primitivos "Con Con", que ya no sirven. Los que no tenían fusil aguardaban a que se cogiera al enemigo o entraban en acción con bombas y pistola, o sencillamente formaban gente de reserva.
Yo.- ¿Tuvo usted, general, durante la lucha la intuición de la victoria moral definitiva?Sandino.-No; yo creí, al meterme en esta empresa, que no saldría nunca de ella sino muerto. Consideré que eso era necesario para la libertad de Nicaragua y para levantar la bandera de la dignidad en nuestros países indohispano.
Yo recuerdo haber oído expresar sentimientos parecidos entre su tropa, a quienes había oído decir: "Antes morir que humillarnos" y "No nos hubiéramos retirado sin que se fueran los machos" .
Yo.- ¿Fue su esposa un obstáculo o un estímulo para la lucha?Sandino.-Fue un estímulo. Al llegar aquí, después de iniciada la lucha la conocí. Intimé con ella. Sus ideas y las mías eran iguales; estábamos identificados. Cinco años estuve separado. Luego pudo entrar en la montaña. Mi esposa nunca ha cejado en su espíritu.Pero, ¿no la conoce? -añade el general, y llama--: ¡Blanca! ¡Blanca! Te voy a presentar un señor de un apellido muy largo, que no hay manera de pronunciarlo al principio.Aparece la señora del caudillo. Es una señora muy joven, de facciones correctas, el aire dulce y la tez muy blanca. La saludo, y poco más tarde se va, después de unas breves palabras.Sandino.-
Mi señora es de aquí, con un noventa y cinco por ciento de español. Aquí los españoles se mezclaron poco con los indios.
Yo.- Generalmente, el español se ha unido con los indios fuera de los sitios donde este ha sido muy guerrero. En México, por ejemplo, se ha mezclado poco en Sonora y en Sinaloa. En el resto casi completamente.
Sandino.- Pues aquí, poco. El indio huyó a la montaña. Pero tiene algo. Tanto, que hay un refrán que dice: "Dios hablará por el indio de Las Segovias". ¡Y vaya si ha hablado! Ellos son los que han hecho en gran parte esto. Es un indio tímido, pero cordial, sentimental, inteligente. Ya lo verá usted con sus propios ojos.
Entonces el general manda a llamar a un soldado y le invita a que hable con su jefe, que está sentado en la guardia y que es de la misma raza de los indios zambos del Atlántico.
Hablan los dos, y se aprecia en el dialecto una mezcolanza de palabras de varios idiomas, desde el inglés y el francés al español.
-¡Ahora háblele usted en inglés!- me dice a mí.
Le hablo un rato y veo que conversan los dos perfectamente.
-Y ahora, español- añade.
Efectivamente, lo hablan perfectamente.
Sandino.- Pues ya ve usted si son inteligentes. Pero han estado completamente abandonados.
Son unos cien mil sin comunicaciones, sin escuelas, sin nada del Gobierno. Es donde yo quiero llegar con la colonización para levantarlos y hacerlos verdaderos hombres.
Yo.- ¿Cree usted en la transformación de las sociedades por la presión del Estado o por la reforma del individuo?
Sandino.- Por la reforma interior. La presión del Estado cambia lo exterior, lo aparente.
Nosotros opinamos que cada uno dé lo que tenga. Que cada hombre sea hermano y no lobo.
Lo demás es una presión mecánica exterior y superficial. Naturalmente que el Estado tiene que tener su intervención.
Yo.- ¿Qué significan los colores de su bandera?
Sandino.- El rojo, libertad; el negro, luto, y la calavera, que no cejaremos hasta morir.

3.- Hispanoamérica, Centroamérica y España.

Era la misma tarde lluviosa de costumbre; Sandino se paseaba en la habitación oscura, junto a la guardia, y al verme exclama:
Sandino.- ¡Sí; pase usted, tenemos gran alegría de que haya un español en el campamento, para que vea lo que somos y lo que hemos sido! Sí; de España hemos recibido un gran apoyo moral.

Yo.- Hubiera sido preferible ayuda positiva, voluntarios...
Sandino.- No; nos han dado algo superior: las ondas que vienen con el apoyo moral. Vale más eso que si nos hubieran enviado un cañonero con soldados y parque.
Y cuenta cómo llegó hace tiempo al campamento un español que era andarín y recorría el mundo. Estuvo varios días y contó anécdotas interesantes de su viaje y de España.
Tengo entendido que este andarín murió más tarde aplastado entre las ruedas de un tren en marcha. Sin duda viajaba económicamente. Y la verdad es que no recuerdo su nombre, que ya me lo dijeron.
En ese momento le traen una carta, y yo le ruego que la lea, interrumpiendo la conversación, y el general añade:
- No; a usted lo consideramos como un miembro de nuestra gran familia indohispana, y no tenemos reserva. Vea usted esta carta: es de un cura amigo, que estuvo aquí mucho tiempo. Es de ideas libres; tiene su familia, hijos, hacienda, y es de aquellos que podrían decir: "Obra como yo te digo; pero no hagas lo que yo hago".
Y Sandino sonríe con su franca sonrisa benévola. Después lee la carta, en que el cura felicita al general por la paz, que dice que no debe quedar a medias.
Yo pregunto al general:
-¿Este movimiento puede tener alguna conexión con los ideales de una Hispanoamérica unida?
Sandino.-Sí; el gran sueño de Bolívar está todavía en perspectiva. Los grandes ideales, las ideas todas, tienen sus etapas de concepción y perfeccionamiento hasta su realización.
Yo.- ¿Cree usted posible que este sueño pudiera realizarse en una generación? Aún hay falta de preparación para eso. Comunicaciones, íntima comprensión, una sensibilidad armonizada para sentir los problemas comunes.
Sandino.- Yo no sé cuándo podrá realizarse esto. Pero nosotros iremos poniendo las piedras. Tengo la convicción de que este siglo verá cosas extraordinarias.
Me acuerdo yo entonces de la situación de Centroamérica. Estas pequeñas Repúblicas, con las que no ya la diplomacia yanqui, si no las Compañías americanas, sobretodo las fruteras, juegan como muñecos.
Ellos hacen y deshacen elecciones y ponen sin gran esfuerzo, a sus hombres de confianza. Ahora, en la reciente revolución de Honduras, han dado pródigamente muchas cosas; naturalmente, para cobrárselas luego en alguna forma. Mientras a lo mejor estos países ponen restricciones a la inmigración blanca, están vaciando aquellas Compañías la isla de Jamaica en las costas del Atlántico, para abaratar la mano de obra y los negros siguen aumentando enormemente. Así, las pequeñas Repúblicas tienen su soberanía mediatizada..
Yo.- General, ¿no cree usted necesaria la Unión de Centroamérica?
Sandino.- Sí, absolutamente necesaria.
Yo.- ¿Cuándo cree factible el proyecto?
Sandino.- Eso ya vendrá, ya vendrá...
Y el general se pone pensativo; yo, no queriendo ser indiscreto, no insisto sobre punto tan delicado.
Recuerdo que el Presidente Sacasa me decía que él consideraba necesaria la Unión; pero con el tiempo, cuando las ideas comunes y las comunicaciones se hubieran desenvuelto suficientemente y sólo a base de un mutuo acuerdo; pero pienso que hay cerebros centroamericanos dirigentes que creen que la separación representa un estado morboso, una debilidad común, alentada por el imperialismo, y quisieran ir a la Unión por la fuerza. Desde luego, hay una especie de patriotismo centroamericano muy marcado.
Sandino.- De todas maneras, no profesamos un nacionalismo excesivo. No queremos encerrarnos aquí solos. ¡Que vengan extranjeros, incluso americanos, desde luego!Tampoco pensamos que en nacionalismo político está toda la solución. Por encima de la nación, la federación; continental, primero; luego más amplia hasta llegar a la total.
Yo.-¿Qué le parece de España?
Sandino.- Una nación predestinada. España será la encargada de realizar la comunización universal en el futuro.
Yo.- ¿Comunización?
Sandino.- Sí, fraternización. España tiene un pasado glorioso. Allí, según la leyenda, está enterrada María y Santiago, hermano de Jesús. Además, está dando al mundo ejemplos admirables. El advenimiento de la República ha sido algo notable. Lo mismo la actitud del rey que la del pueblo, y en cuanto a la colonización... ¡Mire usted! Yo veía antes, hace tiempo, con protesta la obra colonizadora de España; pero hoy la veo con profunda admiración. No es que esté usted delante. España nos dio su lengua, su civilización y su sangre. Nosotros, más bien nos consideramos como españoles indios de América.
Yo.- ¿Y cree usted en la influencia moral de España en la futura América?
Sandino.- ¡Indudablemente! Su obra no ha terminado. Perdurará.
Como surgiera alguna alusión al problema regionalista de España, indicó Sandino que le interesaba ese punto de la diversidad temperamental y exclama:
-Diga usted, ¿qué diferencia hay entre un andaluz y un vasco?
Yo.- Pues yo creo que el andaluz representa un predominio de la imaginación, fácil comprensión de otras ideas, ingenio, claridad de conceptos, tendencia a los términos opuestos, optimismo brillante, a veces desaliento, escepticismo otras. Han pasado muchas razas por ahí. En cambio, el vasco es primitivo, con ideas simples, un monoideísta; pero estas enraízan en lo más profundo de su ser, y no se contentan con vivir, sino que tienden a realizarse a la acción. Hay escondida por allí una gran espiritualidad. Es optimista por naturaleza.Sandino.- Me parecen interesantes estas diferencias. ¿Hay algunas otras?
Yo.- Sí; el catalán y el gallego, por ejemplo, representan también profundas variedades comarcales y raciales, dentro de la unidad histórica y espiritual. En cuanto a la común armonía del conjunto, todo depende de los grandes ideales comunes.Después, Sandino hace referencia al vascuense.
-Yo he trabajado con vascos -dice-, y los conozco bien. El vascuense está relacionado con el sánscrito. Hay en el espíritu de los vascos algo de internacional. Están unidos al mundo. Por eso en todas partes se encuentra como en su casa.
Luego, entrando en el tema de la política española, pregunta:
- ¿Se orientan bien las cosas?
Yo.- Tengo la convicción de que sí. Hay al frente de España un carácter magnífico: es Azaña. Su obra es afianzar el alma tradicional, el esqueleto de España, e incrustarlo en la evolución moderna. Es el verdadero líder. No va detrás de las masas mendigando; las orienta y las guía. Sabe enfrentarse a una opinión injusta o necia, aunque la tenga la mayoría. Yo espero que lleve tras de sí, en un partido propio, una buena parte de la mejor energía española: los intelectuales, los profesionales, los pequeños propietarios independientes y el capitalismo consciente y evolucionista. Azaña es un hombre de acción, es un hombre providencial.Sandino.- ¿Y la República?
Yo.-A mi modo de ver, La República tiene que resolver la gran antinomia de los tiempos modernos, en máximo de estatismo con el máximo de libertad, los avances del ideal del trabajo con la defensa y el estímulo del bienestar común. El porvenir es todavía de la clase media. Esta y el capitalismo consciente pueden enarbolar todavía una gran bandera, no una bandera vergonzante, sino altiva e independiente. Si el capitalismo debe entregar algún día su herencia o transformarse definitivamente, debe hacerlo con dignidad, como quien ha cumplido una misión histórica, no como el ladrón sorprendido con las manos en la masa. Entretanto, debe orientar, debe participar en el Gobierno, como toda fuerza vital. Además, hoy en día la libertad peligra de nuevo, y no me refiero a eclipses parciales, que pueden ser necesarios. El liberalismo no ha muerto, ni morirá nunca, mientras haya un hombre de corazón libre. Yo creo que alrededor de todo esto debe girar el programa de una República española.
Sandino.- ¿Usted me ha pedido un autógrafo?
Yo.- Sí, mi general.
Sandino.- Yo se lo daré, haciendo un saludo a España.

AL PUEBLO ESPAÑOL, UN SALUDO POR CONDUCTO DEL XXXX ESCRITOR SEÑOR BELAUSTEGUIGOITIA, QUIEN HA RECIBIDO LAS IMPRESIONES DE NUESTROS ÚLTIMOS ESFUERZOS LIBERTARIOS.

San Rafael del Norte, Feb. 13-1933.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Los trabajadores argentinos y la defensa del país frente al imperialismo


por Juan José Hernández Arregui

La intervención activa de los trabajadores en la historia nacional modificó para siempre el ordenamiento previo a 1945 e iba a impedir la institucionalidad estable de la restauración colonial intentada en 1955. En este artículo escrito dos meses después del derrocamiento de Perón, en momentos en que aviones de combate aterrorizaban barrios obreros como Avellaneda, amenazando con una masacre, vibra ese convencimiento. Los 18 años posteriores de la Resistencia confirmaron para nuestro país la tesis de que los intereses del imperialismo resultan inconciliables con los del proletariado nacional de los países dependientes, o sea que la unidad política y de organización de los trabajadores, a escala nacional, es la columna fundamental de las fuerzas de la Liberación Nacional.
Por su importancia, incluimos este texto inédito (escrito para el periódico El 45, el cual no lo publicó) que anticipaba valientemente el proceso argentino que habría de legrar el retorno de Perón a la patria.



Hablemos con claridad. A dos meses de la caída del gobierno constitucional, el país busca a tientas su rumbo. La pacificación nacional no le entrevé. Y un interrogante sombrío se cierne sobre el destino nacional. A sesenta días del triunfo de la revolución libertadora, que contó con el apoyo de importantes sectores sociales —oligarquía, clases medias, Iglesia y parte de las fuerzas armadas— el panorama es el siguiente: esas fuerzas que antes de la victoria estuvieron unidas tras la consigna de la lucha de la libertad contra la tiranía, por la heterogeneidad y confusión de sus Objetivos económicos, políticos y sociales, manejados desde el exterior, una vez conquistado el poder asisten a un proceso de descomposición ideológica, en el que se conjugan no sólo esos intereses antagónicos, sino concepciones opuestas sobre los fines proclamados por la revolución de 1955.

La Revolución Libertadora

La revolución encabezada por el general Lonardi ha desatado fuerzas que amenazan su existencia misma, a través de la pugna interna de los grupos militares por el poder, y tras la cual se mueven intereses extranjeros invisibles, en medio de un país desgarrado por el odio entre hermanos, y en consecuencia, desarmado ante lo ofensiva imperialista. La segunda conclusión es que frente a la revolución, cuyos grupos se enrrostran mutuamente errores y traiciones, se levanta otro hecho al que se hace necesario analizar y valorar en toda su importancia nacional. Este hecho está dado por la unidad de las fuerzas vencidas, concentradas alrededor de un partido nacional, y que en la derrota, mantiene vivas las banderas de la independencia económica y la soberanía política.
¿Cómo explicar que un partido desalojado del poder por un golpe militar victorioso, convierta simultáneamente a ese partido, en árbitro de un pleito nacional que no podrá resolverse sin su participación? Tal hecho se explica por la presencia de una clase obrera organizada en escala nacional.
En efecto, las sucesivas crisis del gobierno provisional han girado, directa o indirectamente, alrededor de la Confederación General del Trabajo, y de la táctica a seguir frente a ella. Pero este hecho nuevo, al mismo tiempo prueba que la solución del problema nacional no podrá alcanzarse, sin la participación de la clase trabajadora en nuestra historia. Clase trabajadora argentina, convertida en un factor decisivo, aunque no único, del destino nacional.
Es indispensable, por eso, examinar las nuevas condiciones creadas por esta presencia de las masas trabajadoras en la Argentina actual, y calcular sobre esta base el desarrollo de los próximos acontecimientos.

La clase trabajadora entra en la historia

El 17 do octubre de 1945 podrá ser una fecha odiosa para muchos. De hecho lo es. Pero los procesos históricos son más fuertes que las pasiones humanas y los intereses de las clases reaccionarias.
Esa fecha significa la aparición de la clase trabajadora en el escenario de la historia nacional. Las masas han sido siempre actores de la Historia. Y hoy conocen su misión. Esta es la diferencia entre el pasado y el presente argentino. Quienes pretendan impedir la gravitación de la clase trabajadora argentina en el proceso histórico contemporáneo, imitan al filósofo del cuento, que creía refutar la existencia del mundo exterior con sólo cerrar los ojos.
Es por eso una utopía reaccionaria, intentar reducir a los trabajadores —como lo proclama el gobierno provisional— a la mera acción gremial. Gremialismo y política son la doble faz de un mismo fenómeno. Es verdad, que una de esas fases, el sindicalismo, importa la defensa de intereses comunes asociados a reivindicaciones salariales. Pero la manifestación de este defensismo económico es siempre política, por ser política la naturaleza del hombre y social la función del proletariado dentro del proceso de la producción y de la lucha nacional.
No es casual que las clases conservadoras y el socialismo reformista aliado a ellas, sostengan la tesis del gremialismo puro. Esta tesis as defendida, sobre todo, en los países dependientes, justamente porque los intereses de todo proletariado nacional son inconciliables con los del imperialismo opresor.

El movimiento sindical argentino

Por esta causa, la organización de los trabajadores en escala nacional, como en el caso argentino, es la mejor defensa del país. Y esto explica la tendencia de los partidos reaccionarios y pequeñoburgueses, a dividir las organizaciones obreras centralizadas por Perón, a fin de mediante esta táctica, debilitar los frentes antiimperialistas nacionales de base popular liberadora, particularmente en América latina.
La Confederación General del Trabajo —y tal fue el objetivo central de la revolución que derrocó a Perón— para muchos debe ser destruida o por lo menos debilitada, por aquello de que muerto el perro se acabó la rabia. Pero los trabajadores argentinos, aunque sufran derrotas parciales, no entregarán esa unidad del movimiento sindical, pues esa unidad de los trabajadores implica la defensa de ellos, no sólo como clase productora, sino de la industria nacional, es decir, de la economía y la soberanía argentinas.
 Esta intervención activa de los trabajadores argentinos en el proceso histórico, no ha caído del cielo. Es el efecto de la transformación operada en la Argentina de los últimos diez años, vinculada al creciente proceso industrial. Tal cambio, a su vez, ha modificado para siempre ordenamiento político del país. Dicho de otro modo, el orden político, en la Argentina, depende hoy de la clase obrera organizada Se entiende así que la amenaza de desarticulación de la economía a través del Plan Prebisch haya convulsionado al país. A quienes propugnan el retorno al pasado, con la vuelta al campo de los trabajadores industriales, conviene recordarles que, en realidad, están preparando en la actual contingencia mundial y nacional, las condiciones necesarias de una revolución social más avanzada que la que representó Perón.

ES peronismo como partido nacional

El gran partido que agrupa a los trabajadores argentinos no se lo puede disolver con decretos. Pues ese partido, que en su momento concilio a las diversas clases sociales contra el imperialismo angloyanqui, hoy sigue representando, frente al avance de las fuerzas antinacionales del pasado, la voluntad nacional al servicio del país.
Se equivocan quienes piensan que a los trabajadores argentinos se los puede reducir a la mera actividad gremial; se engañan si subestiman el heroísmo de las masas que se hará cada día más patente; yerran quienes creen posibles anestesiar la conciencia histórica de los trabajadores.
Este error de perspectiva —y de clase— explica el fracaso de una campaña periodística a la que millones de argentinos asisten con vergüenza, destinada a borrar la influencia de Perón en las masas. La importancia de Perón es proporcional a los odios y adhesiones de clase que encarnó y encarna, en un momento de la: liberación nacional. Lucha que venía del fondo de la Historia Nacional. Y el error consiste en creer que destruida la imagen desaparecerá la lucha de las masas contra la opresión extranjera.
Además, 1945 libró a vastos sectores populares de la miseria, de la humillación cívica y moral. Ni la miseria será aceptada sin cruentas luchas, ni la humillación sufrida con la resignación de antaño. La Revolución Nacional de 1945 fue simultáneamente económica y política. Fue una revolución de masas. De ahí su fuerza. El hombre argentino se sintió reconciliado con la tierra. Y es abominable que esa prensa amarilla, dirigida desde afuera, acuse de esclavos a millones de argentinos por haber votado libremente a un hombre que concentró la voluntad defensista y nacional de la patria. No son esclavos esos trabajadores argentinos. Son hombres libres. Y es por eso, que el destino nacional gira alrededor del movimiento obrero organizado por Perón. Quien pretenda gobernar el país, sin comprender este hecho gigantesco y nuevo, actúa al margen de la Historia, y al ignorar al proletariado nacional prepara, como ya se ha dicho, una revolución más avanzada que la que representó Perón. Por eso, el 17 de octubre de 1945 no puede ser extirpado de la Historia Argentina.

viernes, 12 de octubre de 2012

Manifiesto al pueblo


El pueblo mexicano ha sido constantemente engañado por sus gobernantes, y lo que es peor, por hombres que llamándose sus caudillos, han sido los primeros en traicionarlo, una vez conseguida la victoria. Unos y otros le han impuesto enormes sacrificios y han tenido que contraer onerosos e indignos compromisos con los potentados de la República o del extranjero, para hacer frente a la necesidad de adquirir cantidades fabulosas de dinero, armas y toda clase de elementos de guerra, con ayuda de los cuales han pretendido contener, aunque en vano, el empuje arrollador de las multitudes, ansiosas de tierra, de libertad y de justicia.
La revolución del sur, siempre pura y altiva, jamás ha ido a humillarse ante un gobierno extranjero, para solicitar como un mendigo, armamento, parque o recursos pecuniarios, y sin embargo, teniendo que luchar con un enemigo dotado de poderosos elementos, debido al favor de los extraños, ha conseguido arrebatarle palmo a palmo, y en lucha desigual, una vasta zona del territorio de la República.
Nuestras tropas dominan hoy, merced al heroico e incontenible esfuerzo de los hijos del pueblo, en los Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Veracruz, México, Querétaro, Guanajuato y Michoacán, en todos los cuales el enemigo sólo es dueño, en posesión precaria, de las capitales y de las vías férreas; excepción hecha de los Estados de Morelos y Guerrero, de donde el enemigo ha sido desalojado totalmente.
Las derrotas y los reveses se suceden contra el carrancismo uno y otro día, en el norte, tanto como en el centro y en el sur; las defecciones de los suyos son cada vez más numerosas y más significativas; la desbandada ha empezado y adquiere a cada momento mayores proporciones, grandes partidas y cuerpos enteros desertan o se rinden a nuestras fuerzas, o pasan a incorporarse en las filas de nuestros hermanos, los bravos luchadores del norte.
Sumando todos estos síntomas al absoluto desprestigio de la odiada facción, indican que el organismo carrancista ha entrado en plena descomposición y que su agonía se acerca a toda prisa.
Es por lo mismo, un deber para el Ejército Libertador, formular ante el país, franca y solemnemente, el programa de acción que se propone desarrollar una vez obtenido el triunfo.
Afortunadamente, los errores y los fracasos del carrancismo, bien visibles por cierto, nos marcan con toda precisión el camino, y ahorrarán a la nación el espectáculo de nuevos y formidables desaciertos.
Fresco todavía en nuestra memoria, el recuerdo de cómo se inició la catástrofe financiera del carrancismo, nosotros no incurriremos por ningún motivo en la infamia de explotar miserablemente a ricos y pobres, declarando de circulación forzosa determinado papel moneda, para en seguida desconocerlo sin el menor respeto para la palabra empeñada y los compromisos contraídos.
La cuestión del papel moneda es problema resuelto ya por la experiencia de los siglos. Su emisión produjo en época pasada una tremenda bancarrota en Inglaterra, la provocó aún mayor en la República francesa, durante la Gran Revolución, e idéntico desastre originó no hace muchos años, cuando los Estados Unidos y la Argentina intentaron la misma aventura, para hacer frente a dificultades económicas análogas a las nuestras.
Sabemos también que mientras persista la actual organización económica social del mundo, es un absurdo atentar contra la libertad del comercio, como lo ha hecho en forma brutal el carrancismo, reduciendo a prisión y sacando a la vergüenza pública a pacíficos comerciantes que se defendían contra las medidas gubernativas. No hemos de ser nosotros, ciertamente, los que cometamos la torpeza de agravar con esos procedimientos, la carestía de todos los artículos y la miseria para las clases populares, siempre más castigadas que la gente pudiente, en las épocas de las grandes crisis.
El carrancismo ha implantado el terror como régimen de gobierno, y desplegado a los cuatro vientos, el odioso estandarte de la intransigencia contra todos y para todo. Nuestra conducta será muy distinta: comprendemos que el pueblo está ya cansado de horripilantes escenas de odio y de venganza, no quiere ya sangre inútilmente derramada, ni sacrificios exigidos a los pueblos por el sólo deseo de dañar, o simplemente para satisfacer insaciables apetitos de rapiña.
La nación exige un gobierno reposado y sereno, que dé garantías a todos y no excluya a ningún elemento sano, capaz de prestar servicios a la revolución y a la sociedad. Por lo tanto, en nuestras filas daremos cabida a todos los que de buena fe pretendan laborar con nosotros, y a este fin, el Cuartel General a mi cargo, ha expedido ya una amplia Ley de Amnistía, para que a ella se acojan los engañados por las patrañas del Primer Jefe, y en general los hombres que por inconsciencia o por error hayan prestado su concurso para sostener la presente disctadura, que a todos ha mentido y no ha logrado satisfacer las aspiraciones de nadie. Díganlo, si no, la renuncia de Cándido Aguilar y la separación o el alejamiento de tantos otros jefes que sucesivamente han ido abandonando el carrancismo, para dedicarse a la vida privada o lanzarse a la revolución.
Nuestra obra será, pues, ante todo, una labor de unificación y de concordia. Seremos intransigentes y radicales, solamente en lo que atañe a la cuestión de principios; pero fuera de allí, nuestro espíritu estará abierto a todas las simpatías, y nuestra voluntad pronta a aceptar todas las colaboraciones, si son honradas y se muestran sinceras.
Unir a los mexicanos por medio de una política generosa y amplia, que de garantías al campesino y al obrero, lo mismo que al comerciante, al industrial y al hombre de negocios; otorgar facilidades a todos los que quieran mejorar su porvenir y abrir horizontes más vastos a su inteligencia y a sus actividades; proporcionar trabajo a los que hoy carecen de él; fomentar el establecimiento de industrias nuevas, de grandes centros de producción, de poderosas manufacturas que emancipen al país de la dominación económica del extranjero; llamar a todos a la libre explotación de la tierra y de nuestras riquezas naturales; alejar la miseria de los hogares y procurar el mejoramiento intelectual de los trabajadores creándoles más altas aspiraciones, tales son los propósitos que nos animan en esta nueva etapa que ha de conducirnos, seguramente, a la realización de nobles ideales, sostenidos sin desmayar durante seis años, a costa de los mayores sacrificios.
La nación lo sabe perfectamente. Nuestra lucha es únicamente contra los latifundistas, esos despiadados explotadores del trabajo humano, que han impedido a la raza indígena salir de su letargo, y han provocado sistemáticamente la carestía de las cosechas, la miseria periódica y el hambre endémica en nuestro país, cuyo suelo debiera alimentar pródigamente a sus hijos y que hasta aquí sólo ha podido sostener a una endeble nación de famélicos.
Cumplir el Plan de Ayala es nuestro único y gran compromiso, allí radicará toda nuestra intransigencia. En todo lo demás nuestra política será de tolerancia y atracción, de concordia y de respeto para todas las libertades.
Como tantas veces lo hemos dicho y no cesaremos de repetirlo, la revolución la ha hecho el pueblo, no para ayudar a los ambiciosos ni para satisfacer determinados intereses políticos, sino por estar ya cansado de una situación sostenida por todos los gobiernos durante siglos, y en la que se le negaba hasta el derecho de vivir, hasta el derecho de poseer el más mínimo pedazo de tierra que pudiera proporcionarle el sustento, con lo que se le condenaba, de hecho, a ser un esclavo en su propia patria, o un miserable pordiosero en la misma sociedad que lo viera nacer.
Por esta necesidad de vivir como hombre libre, por ese imperioso derecho de poseer una tierra que sea suya, ha luchado y luchará hasta el fin el pueblo mexicano.
Los que hasta aquí han estorbado su triunfo han sido y son los caudillos ambiciosos que, diciéndose directores de la revolución, la han hecho fracasar momentáneamente y han provocado la prolongación de la lucha, al negarse a dar al pueblo lo que pide y lo que tendrá, a pesar de todas las intrigas y de todas las miserias de la política.
Firmes, pues, en nuestro propósito de hacer triunfar la causa de la justicia y deseosos de que todos vean la honradez y la seriedad con que la revolución procede, cuidemos en esta vez, con mayor empeño que las anteriores, de otorgar amplias y cumplidas garantías a la población pacífica, cuyos intereses, personas y familias serán escrupulosamente respetados. Nuestro mayor orgullo consistirá en aventajar a nuestros enemigos en cultura, en dar ejemplo a todas las facciones y en ser los primeros en inaugurar una era de completo orden, de positiva libertad y de amplia y verdadera justicia.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Cuartel General de la Revolución
Tlaltizapán, Morelos, 20 de abril de 1917
El General en Jefe, Emiliano Zapata

lunes, 8 de octubre de 2012

EL DESTINO DE UN CONTINENTE (11)

por Manuel Ugarte

CAPÍTULO X

ANTE LA VICTORIA ANGLOSAJONA

EVOLUCIÓN DEL HISPANOAMERICANISMO. - LA SITUACIÓN DE EUROPA. - LA PRIMACÍA MUNDIAL DE LOS ESTADOS UNIDOS. - FRACASO DEL PANAMERICANISMO. -HACIA EL PORVENIR.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Justificación de una tarea



por Leopoldo Zea

1. Críticas a la búsqueda de una filosofía americana

Numerosos estudiosos de la filosofía en esta América, al hacer un balance sobre las orientaciones que ésta sigue en nuestros países, han realizado acerba crítica a quienes orientan sus investigaciones por el camino de la historia de las ideas o de las posibilidades de una filosofía americana. En este balance se ha presentado una corriente como si se orientase hacia lo que llaman el camino de la universalidad, mientras otra es presentada como si sólo se preocupase, con abandono de la tradición, por tareas de tipo limitado, por ende, poco filosóficas.
Una corriente aparece como fiel seguidora de la gran tradición filosófica occidental, persiguiendo fielmente la solución de los problemas que de acuerdo con esta filosofía forman la temática de lo que se considera auténtica filosofía. La otra, por el contrario, parece sólo preocuparse por temas que más bien pertenecen a la historia, la sociología o la psicología. La primera, como se ha dicho, es calificada de universalista, la segunda de historicista. Los estudiosos de la filosofía en México son colocados, al menos provisionalmente, dentro del grupo que se orienta por la segunda corriente. Su historicismo, patente en varias obras y publicaciones de carácter filosófico, es visto como una peligrosa desviación del camino que, se considera, conduce a un auténtico filosofar.
Sin embargo, aunque no creo sea necesario esta aclaración no está de más hacerla: no todos los estudiosos de la filosofía en México siguen la corriente indicada. Todo lo contrario, son uchos, quizá los más, los que están preocupados por seguir las corrientes de lo que se ha llamado el universalismo filosófico. Entre nosotros hay estudiosos que siguen al tomismo, la filosofía de los valores, la filosofía crítica, la fenomenología, etcétera. También los mexicanos han discutido apasionadamente en torno a estas dos actitudes que se pueden tomar en filosofía. Pero, hay que agregar algo más, que la preocupación en torno a los problemas de una posible filosofía americana y la realización de una historia de nuestras ideas, es algo que se encuentra también en pensadores y estudiosos de otros países de nuestra América. La bibliografía sobre estos temas, como lo podrá comprobar un lector atento, crece día a día.
La filosofía, se dice a modo de crítica, es algo universal y eterno; no se la puede someter a determinaciones geográficas y temporales. De acuerdo, el que esto escribe ha dicho en otra ocasión: "Esta tarea de tipo universal y no simplemente americano, tendrá que ser el supremo afán de esta nuestra posible filosofía. Esta nuestra filosofía no deberá limitarse a los problemas propiamente americanos, a los de su circunstancia, sino a los de esta circunstancia más amplia, en la cual estamos insertos como hombres que somos, la llamada humanidad. No basta querer alcanzar una verdad americana, es menester, además, tratar de alcanzar una verdad válida para todos los hombres, aunque de hecho no pueda lograrse. No hay que considerar lo americano como un fin en sí, sino, por el contrario, como un límite y punto de partida para un fin más amplio. De aquí la razón por la cual todo intento de hacer filosofía americana, con sólo la pretensión de que sea americana, tendrá que fracasar. Hay que intentar hacer pura y simplemente filosofía, que lo americano se dará por añadidura".

2. ¿Hacemos auténtica filosofía?

Ahora bien, lo primero que debemos preguntarnos es si hasta ahora hemos hecho auténtica filosofía, filosofía sin más. Esto es, si los problemas que nos planteamos o nos hemos planteado dentro de ese terreno que llamamos la universalidad son auténticos problemas, aporías, "callejones sin salida", a los cuales hemos tratado de dar una solución. ¿Sentimos los problemas que nos planteamos como los filósofos clásicos han sentido los suyos? ¿Al plantearnos un problema nos jugamos, en la solución de éste, todo nuestro ser, tal como se lo han jugado todos los filósofos en sus soluciones? ¿Sentimos la filosofía, el afán de saber, en nuestra alma, en nuestra carne? O, en otras palabras, ¿los problemas de nuestro filosofar son nuestros, en la medida en que lo han sido para cada uno de los grandes maestros de la filosofía?
Los grandes filósofos, nos enseña la historia de la filosofía, se han puesto simplemente a filosofar, sin más. Esto es, se han puesto a resolver una serie de problemas que su circunstancia les reclamaba. Las soluciones que ofrecieron fueron filosóficas, como lo fueron los problemas, por su afán de dar a éstos soluciones de validez permanente. Para los filósofos nunca fue un problema la originalidad de estas soluciones. Filosofaban pura y simplemente. Nunca un filósofo griego habló de una filosofía griega, ni un francés de una filosofía francesa, ni un alemán de una filosofía alemana. Su filosofar trascendía todas estas limitaciones espaciales y temporales. Lo griego, lo francés y lo alemán de su filosofía les fue dado por añadidura, sin que lo hubiesen pretendido, se les dio a pesar suyo. Más que lo griego, lo francés y lo alemán se les dio lo humano con todo lo que esto significa. ¿Por qué entonces los americanos hablamos sobre la posibilidad y aun la necesidad de una filosofía que podamos considerar como propia?
La necesidad de esta filosofía ha venido a ser la natural consecuencia de nuestra actitud anterior, siguiendo ese camino que hemos llamado de la universalidad. Más que filosofar nos ha preocupado coincidir, aunque fuese por la vía de la imitación, con lo que llamamos filosofía universal. No hemos filosofado con auténtica pureza. No hemos hecho filosofía sin más. Nos preocupaba la filosofía como oficio y no el filosofar como tarea. Para nosotros filosofar equivalía a reflexionar sobre lo reflexionado por otros, o encuadrar nuestro pensamiento a los sistemas con los cuales nos encontrábamos. Más que filósofos hemos sido expositores de sistemas que no habían surgido frente a nuestras necesidades. Nos hemos conformado con ser buenos profesores de filosofía. Los problemas de la filosofía han sido nuestros en la misma forma que lo pueden ser los problemas que plantean el teatro y el cinematógrafo (en la pantalla). Nos interesan, pero no podemos siempre sentirlos como propios. Sólo nos interesan porque sabemos que eso es filosofía. En cuanto un problema aparece fuera del cuadro de lo que estamos acostumbrados a llamar filosofía, lo desechamos considerándolo como no filosófico. No filosofamos, únicamente nos preocupamos por repetir eso que llamamos filosofía. La filosofía se nos convierte en letra muerta, en forma sin sentido. Nos hacemos reflejo de ajena vida, como ya nos criticara alguna vez Hegel.
Mientras el auténtico filósofo nunca se ha preocupado por hacer filosofía, sino por filosofar, nosotros nos preocupamos especialmente porque esta actividad nuestra pueda llevar el nombre de Filosofía. Nuestras discusiones no han girado tanto en torno al problema de si estamos o no en el camino de la verdad, sino en torno al problema de si somos o no filósofos. Si nuestro oponente en la discusión no acepta los postulados del sistema que hemos adoptado, lo acusamos en el acto, no de que se encuentra en un error sino de que no es un filósofo. ¡Como si a los auténticos filósofos les hubiese importado alguna vez ser o no llamados filósofos! Pero que alguien nos pregunte qué es filosofía, para que de acuerdo con lo que sea podamos distinguir al verdadero filósofo del que no lo es, entonces vienen los apuros, porque la filosofía se nos presenta como siendo de diferentes maneras, ninguna de las cuales nos es propia, salvo que nos sumemos a uno de sus establecidos puntos de vista.

3. Filosofar es hacer auténtica filosofía

Si queremos hacer filosofía, lo primero que tenemos que hacer es filosofar. Filosofar sin más, sin preocuparnos porque esta actividad nuestra sea o no reconocida como filosofía. No debemos empeñarnos tanto en hacer filosofía como en filosofar. Esto es, debemos empeñarnos en dar solución a nuestros problemas en forma semejante a como los filósofos clásicos se han empeñado en dar solución a los problemas que su mundo les fue planteando. Se plantearon problemas que les eran propios, sin que este serles propio fuese para ellos una limitación para que aspirasen a dar a sus soluciones un alcance universal y eterno. Ahora este afán, han reconocido los mismos filósofos, es un afán inútil, sin que lo sean, por lo mismo, las soluciones para que fueron hechas. No debemos, por esto, preocuparnos mucho por la universalidad o limitación de nuestras soluciones, como tampoco por su eternidad o temporalidad. Simplemente debemos preocuparnos porque nuestras soluciones sean auténticas soluciones. Soluciones para el hombre de carne y hueso que la solicita desesperadamente. Aspirar, siempre, a que nuestras soluciones lo sean de una vez y para siempre, pero conscientes de que esta aspiración, o pasión nuestra, es y será siempre una pasión inútil.
Así, hablar sobre las posibilidades de una filosofía americana no tiene ni puede tener otro sentido que el de hablar sobre la necesidad de que nosotros los americanos hagamos auténtica filosofía. Esto es, sobre la necesidad de que filosofemos en forma semejante a la forma como lo han hecho los auténticos filósofos. Sobre la necesidad de que nos planteemos auténticos problemas para dejar de ser eco y reflejo de ajenas vidas, tal como nos reprochaba Hegel. Los problemas deben ser nuestros, no sólo en la medida en que se nos dan como americanos, sino en la medida más universal en que se nos dan como hombres. Para un europeo no tiene sentido plantearse el problema sobre una filosofía europea, ya que éste hace filosofía sin más, aspirando en cada caso a encontrar lo universal. Para un americano sí tiene sentido plantearse este problema porque no ha hecho auténtica filosofía. Los problemas que hasta ahora se ha planteado, lo han sido en un sentido profesional, académico, le preocupan simplemente porque han sido planteados por la filosofía europea. Partiendo de este punto de vista nuestra filosofía, si así vamos a llamarla, aparece como un mal reflejo de la europea. Y no es que se niegue la posibilidad de que los problemas y soluciones de esta filosofía no puedan también serlo nuestros; de lo que se trata es de no ser racionalista, simplemente, porque está de moda el racionalismo; ni de sentirnos angustiados simplemente porque sea una moda el existencialismo. Si hemos de ser racionalistas o existencialistas ha de ser porque estas posturas resuelven o nos dan los elementos de una posible solución de nuestros problemas.

4. Menosprecio de lo propio

"Si Bello hubiera sido escocés o francés —dice José Gaos—, su nombre figuraría en las historias de la filosofía universal como uno más en pie de igualdad con los de Dugald Stewart y Brown, Roger Collard y Jouffoy, si es que no con los de Reid y Cousin. "Lo que se dice de Andrés Bello podría también decirse de todos los clásicos de nuestro pensamiento. Analizando con cuidado la obra de éstos se podrá encontrar, sin mucha dificultad, un gran porcentaje de originalidad en la única forma que se puede ser original, en la forma como se enfocan determinados problemas. Forma que tiene su origen en la situación propia del autor que realiza el enfoque. Sin embargo, poco o nada es lo que nos interesa este pensamiento. Antes de que nos tomemos la molestia de conocerlo ya damos por supuesto que se trata de una "mala copia" de lo realizado por la filosofía europea. ¿Para qué leer a Andrés Bello si podemos leer a Cousin? ¿Para qué leer a Gabino Barreda o a José Victorino Lastarria si podemos leer a Augusto Comte? ¿Para qué leer a Antonio Caso si podemos leer a Bergson? Y si acaso leemos a estos pensadores americanos, siempre tenderemos a encontrar que su pensamiento se halla muy lejos de parecerse a sus modelos o a lo que suponemos sus modelos. Este hecho no viene a ser sino una prueba más de lo que consideramos nuestra incapacidad como americanos para pensar en forma semejante a los europeos. Lo que está ante nuestros ojos no son sino "malas copias" de Cousin, Comte y Bergson. Con esta actitud no hacemos sino reflejar nuestra situación como pueblos dentro del concurso de naciones, nuestra situación de pueblos coloniales.
Mientras Europa valora y revalora la obra de sus pensadores, artistas y hombres de ciencia, la obra de los hombres que dan realce a su cultura, potenciando esta obra, nosotros los americanos partimos del prejuicio de que todo lo hecho por los nuestros en los mismos campos sólo es una mala imitación de lo realizado por los europeos o, lo que puede ser peor, un conjunto de disparates y absurdos, producto de nuestra calenturienta mente "tropical". Por ello es menester observar a Europa y dentro de ella especialmente a Francia. A ésta nada o casi nada escapa, en el campo de la cultura, a su valorización potencializadora. Allí están sus historias de la filosofía en donde encontramos, al lado de los grandes genios de la filosofía universal, a figuras secundarias, incluyendo, muchas veces, a simples expositores. En esas historias cada uno tiene su puesto, lo mismo el genio creador que el expositor que explica y hace comprender la obra de este genio. En estas historias nada falta ni nada sobra. Lo mismo podemos decir de sus historias de la literatura, la ciencia, etcétera. Todas las figuras allí expuestas tienen un papel importante en la formación de la cultura del hombre europeo. Todas ellas le ofrecen la más segura de las bases. Sobre esta base el europeo puede sentirse seguro y firme. En ella los grandes maestros creadores toman de un todo indiscriminado el material con el cual continuar su obra creadora. Nunca se les ha planteado el problema de si una parte de este todo es o puede ser una mala imitación de otra cosa. Este peligro no existe; en la valorización que continuamente se realiza, las malas copias no pueden ser potenciadas, de hecho, no existen.

5. Revaloración de lo propio

El temor a ser simplemente una sombra o un eco de otra cultura es sólo propio de pueblos coloniales como los nuestros. Mientras el europeo ha venido partiendo, hasta ayer, de la segura creencia en la universalidad de su cultura, nosotros hemos estado partiendo de la no menos segura creencia de la insuficiencia de la nuestra. Mientras Europa crea y recrea a sus clásicos nosotros ignoramos a los nuestros. Y los ignoramos porque partimos del falso supuesto que nos ofrece la comparación de lo nuestro con lo europeo. Partiendo de este supuesto nos empeñamos en no tener nuestros clásicos, sino los clásicos que nos ofrece Europa. Nos estamos quejando de las malas imitaciones que realizan nuestros pensadores porque quisiéramos "imitaciones perfectas". Nos quejamos, por ejemplo, de que varios de nuestros pensadores no sean otra cosa que malos imitadores de Cousin, Comte y Bergson. Y nos quejamos porque los encontramos distintos de sus modelos. O lo que es lo mismo, nos quejamos de que, a pesar de que se apoyen en estos pensadores resulten originales. Nos quejamos porque tienen personalidad, porque a pesar de que siguen a un determinado pensador europeo su obra resulta distinta. Nos negamos a tener nuestros clásicos porque no son semejantes a los clásicos europeos. Nos negamos a tener un pensamiento americano porque no es semejante al europeo. Esto es, no negamos como cultura tratando de ser eco y sombra de una cultura ajena.
De aquí la ya urgente revalorización o valorización de nuestro pensamiento, ese pensamiento que se resiste a ser semejante a los que consideramos sus modelos. Es menester ir a este pensamiento, a nuestros pensadores, a nuestros clásicos; pero ir con otros ojos distintos a los que hemos llevado hasta ahora. No hay que ver ya "malas copias" de algo que, si bien les pudo servir de modelo no tiene por qué ser imitado. Hay que ver a este pensamiento de nuestros clásicos como algo distinto, diverso, de sus modelos. Es eso, lo que les hace distintos, acaso contra la voluntad de nuestros pensadores, lo que ha de formar el acervo de nuestra cultura filosófica original. En eso está lo que nos es propio, lo nuestro. Si en algo hemos de imitar a Europa es en su capacidad para sentirse siempre original, fuente de toda universalidad, aun en aquello que imita, que por este hecho mismo se universaliza.
De hecho, en todo lo humano la imitación perfecta, aun la consciente, es imposible. Siempre aparece la perspectiva, el punto de vista personal, la actitud desde una determinada situación. Esto es algo a que no escapa obra humana alguna. Señalar este hecho ha sido uno de los más grandes aciertos de la filosofía europea contemporánea, el historicismo y el existencialismo. Europa ha sido siempre consciente de su originalidad desde los orígenes de su cultura y recientemente de los límites de esta originalidad elevada a universalidad. En cambio nosotros sólo lo hemos sido de nuestros límites para crear cultura original. Europa ha podido hacer de esta su originalidad algo universal; nosotros, de nuestras limitaciones sólo hemos podido abstraer nuestra insuficiencia. Se dan así dos actitudes frente a algo que nos es común a europeos y americanos, frente algo que nos es propio porque es humano.
Pensadores nuestros han podido captar ya nuestra capacidad y predisposición para lo universal, en su más amplio sentido. Tanto José Vasconcelos como Alfonso Reyes han insistido muchas veces en este hecho.
Vasconcelos en su idea de una "raza cósmica". Reyes en sus ideas sobre la "inteligencia americana". América, especialmente Hispanoamérica, arrastrada por un sentimiento de insuficiencia ha procurado asimilarse diversas corrientes culturales en sus no menos diversos aspectos. Actitud que le ha llevado o le llevará, aun sin proponérselo a la formación de una cultura mestiza, que por serlo, representará una síntesis universal de culturas. Europa, por el contrario, apoyada en ese sentimiento de seguridad y suficiencia que le da el saberse original, pone, en muchos casos, cerco a influencias que podrían enriquecerla. Europa da, pero está poco dispuesta a recibir. "Ante el americano medio —dice Alfonso Reyes—, el europeo medio aparece siempre encerrado dentro de una muralla china, e irremediablemente, como un provinciano del espíritu. Mientras no se percaten de ello y mientras no lo acepten modestamente, los europeos no habrán entendido a los americanos".
De esta forma se deduce que el universalismo de que siempre hace gala Europa, no es sino una forma de justificación localista con exclusión de otras corrientes culturales que no se adaptan al punto de vista europeo. Este universalismo resulta ser mejor expresado por América. Si quisiéramos cambiar el signo negativo que hace ver en nuestra actitud simple y puramente una insuficiencia, podríamos cambiar a esta misma en un signo positivo. Podríamos decir, que esa insuficiencia que parece caracterizarnos, no es sino el resultado de la conciencia que tenemos sobre la inmensidad de lo que es menester asimilar culturalmente para alcanzar una auténtica cultura universal. Sólo se alcanzaría esta suficiencia si se alcanzase lo universal. En cambio, la misma, a la manera como la puede tener el europeo corriente, no es sino una forma de limitación, un saberse perfecto con lo que se tiene imaginándose que ya se tiene todo; que lo que se tiene es lo universal. El sentimiento de suficiencia europeo no viene a ser sino el sentimiento que se puede tener dentro de una muralla perfectamente cerrada; una muralla cuyo interior no pueda ser alterado por nada exterior. De esta manera lo propio, lo que está dentro de la muralla, puede ser presentado como lo universal por excelencia. Se trata de una universalidad bien cerrada y redonda. Sólo pueblos con moldes hechos pueden ver a otras culturas desde el punto de vista de estos moldes para rechazar todo lo que no se adapte a sus medidas.
Éstos son, precisamente, los moldes que el americano se ha empeñado en aplicar a sus propias obras. No ha querido ver a través de sus propios ojos, sino a través de ojos ajenos, de ojos a los cuales concede una dimensión universal. Ojos que poseen una extraña universalidad porque en vez de ampliar recortan, dicen qué es lo universal y qué no es. Son estos moldes ajenos los que han hecho que sintamos lo propio como una "mala copia" de un determinado modelo, como algo reducido e insuficiente. Tarea urgente es cambiar este punto de vista; pero no para caer en una especie de falso nacionalismo o simple localismo, que no vendría a ser otra cosa que expresión de una actitud igualmente insuficiente. Esto equivaldría a caer en ese punto de vista limitado que aquí criticamos. La universalidad debe ser una de las aspiraciones de nuestra cultura; pero partiendo siempre de nuestra realidad. La universalidad debe dar a nuestras obras una inseguridad creadora; la realidad, la seguridad de lo creado. En esta forma todo lo que hemos realizado, por poco que sea, tendrá siempre algo que decirnos. Será expresión de nuestra realidad, expresión de lo que nos es más inmediato y propio. La valorización de esta realidad nuestra depende, así, de nuestra propia actitud frente a ella.

6. La dependencia, problema cultural de América

El sentido de dependencia, causa y origen de las actitudes negativas atrás señaladas, es un problema ceñidamente americano. Sólo a los americanos se nos presenta este problema de la dependencia y, por ende, el de la independencia, como un problema entrañable. La cultura europea es nuestro más inmediato pasado; pero aún no hemos sido lo suficientemente capaces para asimilarlo y hacerlo nuestro. La beatería frente a la cultura europea que nos caracteriza es el más claro signo de que no hemos asimilado esta cultura. El europeo, que se sabe heredero de la gran tradición cultural de Occidente, no se siente nunca amilanado frente a su pasado y es capaz de enfrentarse a él si se le presenta como obstáculo para su futuro. El pasado está siempre allí, como pasado que es; como algo que le es propio, pero en la medida en que representa lo que ha sido. Pero este haber sido es ya una garantía de que no tiene que volver a ser. A los americanos nos falta esta dimensión. Nuestro pasado está siempre presente, sin decidirse a ser auténtico pasado.
Europa, ha mostrado muy bien Hegel, ha seguido siempre en su historia un movimiento dialéctico. Movimiento mediante el cual toda superación es a un mismo tiempo negación y conservación. Dentro de esta dialéctica negar no significa eliminar, sino asimilar, esto es, conservar. Negar significa ser algo plenamente para no tener necesidad de volver a serlo. De aquí que las culturas que asimilan plenamente no sientan lo asimilado como algo ajeno, estorboso y molesto. Lo asimilado forma parte de su ser, sin estorbar su seguir siendo. Este haber sido forma parte de la experiencia que permite el seguir siendo. Cuando se asimila bien no se tiene necesidad de volver a repetir experiencias ya realizadas. La historia viene a ser la expresión objetiva de esta asimilación o negación dialéctica. Es ésta la historia de la cultura occidental, la historia del hombre occidental, la historia cuyo movimiento dialéctico ha dibujado magistralmente Hegel. Ésta es también la historia que América ha de negar como punto de partida para realizar una cultura que siéndole propia ha de ser también universal.
De aquí la urgencia, para los americanos, de esta asimilación. Es menester, por una serie de razones sociales, históricas y políticas, que América asimile su pasado dentro de una dimensión dialéctica. Tenemos que negar este pasado nuestro con la mejor de las negaciones, la histórica. Si no queremos repetir la experiencia de nuestros antepasados viviéndola, es menester que la convirtamos en historia, en auténtica experiencia. Tal es lo que ha hecho siempre Europa, y ésta es la mejor lección que podemos aprender de su cultura. Ésta ha sido la tarea de sus historiadores y filósofos. La historia de la cultura europea no la forman los puros hechos, sino, además, la conciencia filosófica que de ellos se tiene. Esto es, la relación que se ha sabido encontrar a estos hechos como conjunto que expresa un modo de ser propio del hombre que los crea. Ningún hecho histórico, por pequeño que sea, carece de sentido en la cultura europea. Este sentido se hace patente en todas las formas de su expresión, aun en las que, aparentemente, se presentan como las más abstractas, tales como las llamadas ideas, el pensamiento o la filosofía. Todos los motivos que puede mover a un individuo o a una nación como conjunto de individuos, a enfrentarse a sus circunstancias para adaptarlas o adaptarse, se hacen patentes en esta historia. Estos motivos pueden ser económicos, políticos o religiosos. La conciencia de estos motivos es lo que forma la conciencia histórica de un pueblo.

7. Toma de conciencia y comprensión histórica

Cuando se tiene la conciencia, anteriormente señalada, se ha alcanzado la comprensión histórica. Comprender, desde este punto de vista, es tener capacidad para colocar un determinado hecho en el lugar preciso que le corresponde en el presente. En este caso su lugar es el de una experiencia realizada que, por la misma razón, no tiene por qué volver a realizarse. Cuando se comprenden los motivos por los cuales en una determinada época se realizaron determinadas formas de expresión históricas, se comprenden también los motivos por los cuales estas mismas formas no pueden repetirse en el presente, salvo negando la historia, esto es, la capacidad del hombre para progresar sirviéndose de sus propias experiencias. Tal es el papel del historiador.
Por lo que se refiere a nuestra América esta labor se va haciendo consciente tanto a nuestros historiadores como a nuestros filósofos. Ha surgido en nuestro medio el historiador de nuestras ideas que se ha impuesto la misión de comprender y hacer comprender ese pasado nuestro que ha de ser asimilado para que sea un hecho nuestra historia. Pero a este historiador corresponde una tarea más: la de hacer patente el espíritu que es común a nuestra América en medio de sus múltiples divergencias y distinciones. Comprender el pasado es comprender también el presente. Comprenderse es tener una clara idea de sí mismo. De aquí que sea una de nuestras más urgentes tarea la de captar, mediante esta comprensión, la idea que nos es propia. Primero en forma relativamente circunstancial, comprendernos como mexicanos, argentinos, peruanos, chilenos, etcétera. Dentro de nuestras múltiples diferencias como individuos concretos es menester captar lo que nos caracteriza como pueblos determinados; esto es, qué es lo que hace de un mexicano un mexicano o de un argentino un argentino, caracterizándole como tal dentro del conjunto de hombres. Y, a continuación, ¿qué es lo que hace que un mexicano o un argentino o cualquier otro hispanoamericano, sea además de mexicano o argentino, un hispanoamericano? Esto es, dentro de las múltiples diferencias que pueden tener entre sí los hispanoamericanos, qué es lo que hace posible darles este nombre genérico. O, en otras palabras, cuál es la idea propia de Hispanoamérica. Y, a continuación qué es lo que tiene de común un hispanoamericano con un brasileño. Qué es lo propio de Iberoamérica. Y, para culminar, qué tienen de común los iberoamericanos con los norteamericanos, qué tiene de común la América Ibera con la América Sajona. Preguntarse si existe una idea propia de América, sin más. Pues bien, esta idea sólo podrá alcanzarse mediante una tarea de comprensión histórica. Abstrayendo de la historia de las ideas, el pensamiento y la filosofía de cada uno de los pueblos americanos, el conjunto de ideas, pensamientos y filosofías que les sean comunes.
Ésta es la tarea que se han impuesto a sí mismos varios de los estudiosos de nuestras ideas y estudiosos de la filosofía. Tarea que podrá aparecer como ambiciosa y pretenciosa. Pero nunca hay tarea pretenciosa si está motivada por hechos como los que aquí se han señalado: primero, la necesidad, ya urgente, de tomar conciencia de nuestro pasado, con el fin de asimilarlo en forma tal que no llegue a representar una amenaza para nuestro futuro; segundo, la necesidad, igualmente urgente, de tomar clara conciencia de nuestro sitio o situación dentro de ese conjunto de pueblos al cual pertenecemos, y que lleva el nombre de América. Primer paso para comprender, igualmente, nuestra situación dentro del conjunto de pueblos que forman la llamada humanidad.
Primero es menester que nos comprendamos a nosotros mismos como pueblos concretos para después saber comprender a otros pueblos como nuestros semejantes.

8. La historia de las ideas en América

El estudio de la historia de las ideas, el pensamiento y la filosofía en América es algo que ha ido tomando un interés cada vez más creciente en nuestros países, tanto en Norteamérica como en la América Ibera. Por lo que se refiere a esta última no se quiere decir que, antes de ahora, no haya interesado este tipo de investigaciones. No, lo que se quiere decir es que ahora los citados estudios se encuentran estimulados en una forma bien peculiar. Hasta se podría asegurar que los mueve cierto dramatismo, parece como si con ellos se estuviese jugando, nada menos que el futuro de nuestra América. Estos estudios son vistos como una tarea especial, necesaria y urgente. De ellos, ya se ha dicho antes, depende la toma de conciencia de esta América y, con la misma, el reconocimiento de nuestras posibilidades, esto es, nuestro futuro.
La preocupación por la historia de las ideas en América ha partido, en general, del campo de los estudiosos de la filosofía con la explicable desconfianza de parte de los estudiosos de la historia. Desconfianza que se ha ido borrando hasta el grado de que esta preocupación ha prendido en las nuevas generaciones de historiadores americanos. Ahora la historia de las ideas es un tema que se incluye en las reuniones de historiadores concediéndosele una atención especial. No es menester decir que la misma desconfianza se encontró y, aun, la hostilidad, en el campo de los estudiosos de la filosofía que seguían considerando a ésta como una tarea abstracta y ajena a lo temporal, esto es, a la historia. Los estudiosos de nuestras ideas se han encontrado prácticamente entre dos fuegos: el de los historiadores que encontraban su labor demasiado abstracta y el de los profesores de filosofía que la encontraban demasiado concreta. La historia de las ideas era vista como una labor híbrida que no alcanzaba a ser ni historia ni filosofía.
Sin embargo, el tiempo, nuestro tiempo, ha venido a justificar esta preocupación en los dos campos: el de la historia y el de la filosofía. Historiadores y filósofos se han encontrado en nuestros días como ayer se habían encontrado teólogos y filósofos, científicos y filósofos. La historia se ha convertido en una preocupación vital en la misma forma como ayer lo fue la ciencia y en otra época la religión. Con la historia tropiezan en nuestros días hombres de ciencia, religiosos, políticos, literatos y filósofos. La historicidad se hace patente y penetra en todas las formas de expresión de lo humano. La filosofía, su máxima expresión, en tanto que trata de dar una explicación última y total de su modo de ser, no podía permanecer ajena a esta su más patente dimensión, lo histórico. En el siglo xix, con Hegel a la cabeza, se inicia la preocupación de la filosofía por la historia. El marxismo, el positivismo y el historicismo son expresiones de este filosofar sobre la realidad cambiante que forma la historia. El primero, el marxismo, vino a ofrecer un método de interpretación de la historia a partir de un substrato económico, del cual no vendrían a ser, todas las formas de la cultura, otra cosa que superestructuras. La metodología marxista permitió desenmascarar lo que se ocultaba tras lo que se ha dado el nombre de ideología, esto es, manera o forma de pensar propia de determinado grupo o clase social. Intereses materiales, concretos, tan concretos como lo pueden ser los intereses económicos, se ocultan tras una serie de ideas o formas de pensamiento aparentemente abstractos.
Más tarde este método de interpretación de la realidad sería recogido y ampliado por la Sociología del conocimiento de Karl Mannheim y la Sociología del saber de Max Scheler; buscando, en esta ocasión, la explicación de lo histórico en otros substratos además de los económicos. Por otro lado, el positivismo se enfrentó también al problema de la interpretación de la historia, pero sirviéndose de un método de interpretación demasiado simplista, ya que trató de aplicar a la historia el mismo método que se aplicaba al llamado campo de las ciencias naturales, partiendo del hecho de que el mismo había obtenido un gran éxito en el mundo natural. Guillermo Dilthey, creador del llamado historicismo, trató, por su lado, de encontrar un método apropiado al campo de las ciencias de la historia o del espíritu. Un método que evitando todo simplismo tratase de comprender todas las formas de expresión de lo histórico. En este campo el problema no era explicar, como se hacía en el campo físico, sino comprender. Comprender es saber ponerse en una situación ajena a la propia. Es saberse colocar en la situación de los otros, nuestros semejantes. Todos los hechos históricos poseen un sentido; pero éste es sólo asequible al que sabe comprender, al que sabe situarse dentro de determinados hechos ajenos como si fueran propios. Este método ha dado origen a obras maestras en el campo de la historia de las ideas como los trabajos de Bernard Groethuysen sobre La formación de la conciencia burguesa en el siglo XVIII; los de Huizinga sobre la Edad Media y el Renacimiento; los de Werner Jaeger sobre la cultura griega y, desde luego, los realizados por Dilthey. En nuestros días la filosofía tiene necesariamente que ocuparse, en forma muy principal, de la historia.
La filosofía europea ha venido así a justificar el trabajo que ahora se realiza en América sobre la historia de las ideas. Arturo Ardao, investigador uruguayo a quien se deben dos magníficos estudios sobre la historia de las ideas en su país, ha dicho: "La relación existente entre el historicismo contemporáneo y la actual preocupación por la autenticidad de la filosofía americana, explica, por otro lado, que dicha preocupación derive al estudio del pasado filosófico de América". Con esta tarea se inicia una toma de conciencia de lo que es la auténtica realidad americana. Conciencia que permitirá a esta América actuar en todos los campos de la cultura haciendo a un lado toda clase de complejos, los mismos que hasta ahora le han impedido el conocimiento de su propia realidad. A partir de este reconocimiento será posible una labor creadora plena y consciente.


capitulo uno de AMÉRICA COMO CONCIENCIA