miércoles, 25 de julio de 2012

DINÁMICA DEL ESTADO

por Jaime María de Mahieu

36. Los antagonismos sociales

Hemos estudiado, en el curso de nuestros tres primeros capítulos, la naturaleza, el origen y la estructura del Estado. Tenemos que analizar ahora su dinámica, vale decir, su modo de funcionamiento en relación con los individuos y los grupos que forman la Comunidad.
Nos encontramos, en efecto, frente a dos aspectos, difícilmente conciliables a primera vista, de la duración social cuyo creador es el Estado: la complejidad de sus elementos constitutivos y su unidad esencial. ¿Habrá que ver en tal dualidad una contradicción fatal e insoluble, que pesa sobre la sociedad humana entre, por una parte, las innumerables tendencias egoístas de los individuos y los grupos y, por otra parte, la Comunidad animada y dirigida por una fuerza misteriosa e inefable de la que el Estado sólo seria agente? Esto supondría olvidar que la vida social no se superpone a los seres que en ella se desarrollan, sino que, por el contrario, es inherente a su naturaleza.
Pero la oposición individual a las necesidades colectivas no por eso es menos natural en el hombre. Los individuos tienen existencia, necesidades y aspiraciones propias. Bien pueden depender de la sociedad, pero no por eso dejan de tener una actividad que no se puede reducir sintéticamente a la actividad social, como tampoco esta última se puede reducir analíticamente a datos individuales. Igual ocurre con los grupos constitutivos de una sociedad cualquiera, cada uno de los cuales posee su vida privada.
Las Comunidades más homogéneas presentan en su seno profundos antagonismos de naturaleza muy variada. El marxismo ha llamado la atención sobre la lucha económica de las clases, que predomina, en efecto, en la sociedad contemporánea. Pero el reinado del capitalismo es relativamente reciente y localizado: durante milenios las sociedades se desarrollaron sin que relaciones de clases hayan pesado sobre su duración histórica. En realidad los antagonismos sociales son tan variados como la naturaleza humana. Económicos y religiosos, étnicos y culturales, se entrelazan en una complejidad tal que su análisis siempre es difícil, Intereses y sentimientos chocan en una interacción continua pero cambiante, de la cual sólo es posible, en el mejor de los casos, captar algunas constantes esenciales o momentáneas.
Lo que es seguro es que todo intento reducir a la simplicidad el complejo que descubrimos dentro de la duración social tropieza con la realidad profunda de la misma naturaleza de la sociedad. ¿Qué hay de más unitario, si se la encara desde lo exterior, que una asociación de productores agrupados en la empresa? La obra que crean exige en cada instante un concurso de fuerzas. Nos da la prueba de la vitalidad del taller. Sin embargo, la más ligera observación revela los poderosos antagonismos que oponen, no sólo a los individuos, sino también a los grupos que se reparten el trabajo. Ahora bien: el taller no estalla por el efecto de semejante guerra intestina y multiforme. Por el contrario, produce. Vale decir que las divergencias y oposiciones de los factores sociales están constantemente dominados por su unidad, y no una unidad que se impone desde el exterior, como la de una cuadrilla de presidiarios, verbigracia, sino que surge de la confrontación misma de los individuos y los grupos y de la necesidad de su actividad común.
Nos encontramos pues ante la siguiente disyuntiva : o bien la complejidad social de que nacen los antagonismos debe considerarse una tara de la Comunidad, lo que no tiene sentido, puesto que la sociabilidad es inherente al hombre, que sólo existe, por lo demás, en la diversidad ; o bien debemos reconocer que no hay por una parte complejidad y por otra parte unidad del cuerpo social, sino unidad de su complejo esencial, vale decir que los antagonismos no son nocivos sino, por el contrario, indispensables para la vida de a Comunidad.
La interpretación unitaria, que niega las contradicciones sociales o, por lo menos, las considera anomalías accidentales, y la interpretación pluralista, que las hipostasía, son dos aspectos de la misma impotencia para captar lo real en su conjunto.

viernes, 20 de julio de 2012

Notas sobre el caso de Puerto Rico


por Pedro Albizu Campos

Pedro Albizu Campos (1927)
Partido Nacionalista de Puerto Rico
Vice-Presidencia
Enviado especial a la Naciones de América
Isla de Puerto Rico
3640 millas cuadradas
Población: 1,500,000 almas
El imperialismo de Estados Unidos
El caso de Puerto Rico
La destrucción sistemática de la nacionalidad puertorriqueña
Tesis General:

El Nacionalismo puertorriqueño sostiene que existe hace más de un siglo el imperalismo sistemático de Estados Unidos dirigido, hasta hace poco, exclusivamente contra las naciones iberoamericanas, y actualmente, encaminado a imponer una hegemonía mundial yanki.
Que la actual ocupación militar de Puerto Rico es uno de los tantos casos en el avance imperial norteamericano hacia el sur, y que debe verse esta invasión en su aspecto global de una guerra continua contra nuestras nacionalidades.
Que Estados Unidos pretende someter a nuestras nacionalidades a una explotación económica permanente, y que para ese fin recurre lo mismo a medios diplomáticos que a medios bélicos para imponer servidumbres internacionales a su favor con el consentimiento forzado de las víctimas.
Que nuestras nacionalidades pueden en el momento actual detener esa ofensiva yanki si saben aprovechar la situación creada por el conflicto en pie entre los imperialismos europeos, asiático y yanki.
Que no es posible ninguna forma de panamericanismo porque en América se ha reproducido la lucha tradicional entre los pueblos del norte y los del sur de Europa, con la enorme diferencia que los iberoamericanos no han sabido conservar la hegemonía que les legó España en el Nuevo Mundo.
Que es innecesario probar la unidad de nuestras nacionalidades, y hay que reconquistarla. Para ello tenemos que retrotraernos a la época Bolivariana y hacer revivir la sabia política del Libertador como base insustituible para restablecer la hegemonía de Ibero-América libre y soberana.
Que nuestros pueblos se desmoralizan debido a la ideología defensiva imperante convirtiéndolos en víctimas del invasor, y, que hay que restaurar su tradicional espíritu ofensivo que los conduzca a la hegemonía a que tienen derecho.
Que hasta tanto se consiga restaurar para nuestras repúblicas la unidad del imperio colonial, debe identificarse la organización cultural, política, económica, y militar de cada una de ellas, para menos de treinta mil hombres que encuentren tumba adecuada en la tierra que osaron ultrajar con su presencia. Este es un castigo que la más pequeña de nuestras naciones puede imponer para que el invasor la respetase. Como necesidad debe implantarse el servicio obligatorio militar en todas nuestras naciones.
El caso de Puerto Rico:

La anexión de Puerto Rico obedece a un plan premeditado respondiendo a una intención que duró un siglo. Las instrucciones secretas dadas al ejército invasor revelan la conveniencia de asimilarse a un pueblo de alta civilización en 1898, una nación organizada y de vanguardia en todas las actividades humanas, y esto, reconocido por los invasores.
El Tratado de París en nada obliga a Puerto Rico porque no fue parte contratante, y no era una factoría que España pudiese ceder y Estados Unidos anexar, sino una nación civilizada y cristiana, de superior cultura y de personalidad propia reconocida por la misma España en virtud de la autonomía que estableció el derecho de concertar tratados con otras potencias, definiéndose de la manera más formal una de las prerrogativas de pueblo definido y soberano.

Estados Unidos reconoce la nacionalidad puertorriqueña porque la mantiene separada de su cuerpo político por una ocupación militar; porque ha rehusado convertirla en “estado” federado, su forma normal de gobierno, dándose cuenta de que Puerto Rico no es asimilable.

Los planes sistemáticos para destruir la nacionalidad puertorriqueña

El ataque contra la cultura hispánica de Puerto Rico. Implantación de un sistema de instrucción pública obligatorio imponiendo el idioma inglés como único vehículo de enseñanza y reducción de nuestro idioma a la condición de lengua extranjera en nuestra propia tierra.
El ataque contra el propietario puertorriqueño. Destrucción de la industria puertorriqueña implantando el cabotaje libre entre Puerto Rico y Estados Unidos e imponiéndonos sus aranceles para someternos al mercado norteamericano, mientras se negaba toda protección a la industria nativa y se le hostilizaba para todos los medios fiscales administrativos.
Destrucción del comercio puertorriqueño extranjero (no yanki) con los mismos métodos citados.
Destrucción del terrateniente puertorriqueño en igual forma, creándose los enormes latifundios yankis e imponiéndonos una especialización de producción: Azúcar, tabaco, y café, que nos obliga a depender para la subsistencia del mercado yanki. Durante la ocupación militar yanki han desaparecido, 52,000, (cincuenta y dos mil) terratenientes, se ha aumentado la clase proletaria en medio millón de almas.
Explotado, se ha aprovechado de nuestra densidad de población, la más alta en este continente, para imponer jornales de sesenta centavos o a lo más de un dólar en las centrales, que tienen sus propias tiendas que vuelven a recoger el poco dinero que lanzan al mercado. Mientras tanto, el comercio de Estados Unidos nos impone sus peores mercancías al precio más alto en virtud del monopolio de que dispone por la exclusión de toda competencia, exclusión establecida por el arancel.
En Puerto Rico se reúnen dos extremos: los jornales más bajos y los precios más altos de América. Para mantener esa situación, el gobierno yanki se opone a la emigración y a la industrialización, aunque simula un interés en ambas cosas. Por supuesto, todo el poder público queda en sus manos; toda la legislación colonial tropieza con el veto irrevocable del Presidente de Estados Unidos. El Congreso de Estados Unidos se reserva el derecho de derogar o enmendar todas y cada una de las leyes coloniales; el poder judicial está en manos finalmente, del Tribunal Supremo de Estados Unidos.

El cabotaje libre beneficia casi exclusivamente a los yankis ya que los grandes intereses en azúcar, tabaco y frutas están en sus manos. Eso explica como Puerto Rico aparezca tan rico en números y muerto de hambre en realidad.

El Nacionalismo Puertorriqueño entiende que este es el plan que Estados Unidos pretende desarrollar en todas nuestras naciones, ya implantado en varias repúblicas, aunque en ellas no avanza con la rapidez que ha habido en Puerto Rico, porque en nuestra tierra los invasores retienen en sus manos todo el poder público.

No obstante esas condiciones, la nota hispánica más intensa se está dando en Puerto Rico, según dijo el gran Vasconcelos, y el nacionalismo se ha impuesto.


fuente:Puerto Rico entre siglos

miércoles, 11 de julio de 2012

Manifiesto de Cartagena


Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño

Cartagena de Indias, 15 de diciembre de 1812

Conciudadanos;
Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redimir a ésta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan laudables. Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos estados.
Permitidme que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para indicaros ligeramente las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción; lisonjeándome que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida República, persuadan a la América a mejorar de conducta, corrigiendo los vicios de unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos.
El más consecuente error que cometió Venezuela, al presentarse en el teatro político fue, sin contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante; sistema improbado como débil e ineficaz, desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los últimos períodos, con una ceguedad sin ejemplo.
La primeras pruebas que dio nuestro gobierno de su insensata debilidad, las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad, lo declaró insurgente y lo hostilizó como enemigo. La Junta suprema en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable que logró subyugar después la confederación entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerla: fundando la Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún gobierno, para hacer, por la fuerza, libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.
Los códigos que consultaban nuestros magistrados, no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.
De aquí nació la impunidad de los delitos de estado cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nuestros natos e implacables enemigos -los españoles europeos- que maliciosamente se habían quedado en nuestro país, para tenerlo incesantemente inquieto, y promover cuantas conjuraciones les permitían formar nuestros jueces, perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes, que se dirigían contra la salud pública.
La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores, que defienden la no residencia de facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste, en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal, que contribuyó más que nada, a derribar la máquina, que todavía no habíamos enteramente concluido!
De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas, y capaces de presentarse en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad, con suceso y gloria. Por el contrario: se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas, que además de agotar las cajas del erario nacional, con los sueldos de la plana mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus hogares; e hicieron odioso el gobierno que obligaba a éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.
“Las repúblicas, decían nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza, Holanda y recientemente el Norte de América, vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias siempre prontas a sostener el despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.”
Con estos antipolíticos e inexactos raciocinios, fascinaban a los simples; pero no convencían a los prudentes que conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los tiempos y las costumbres de aquellas repúblicas y las nuestras. Ellas, es verdad, que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigüedad no los había, y sólo confiaban la salvación y la gloria de los estados, en sus virtudes políticas, costumbres severas y carácter militar; cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos, es notorio que han mantenido el competente número de veteranos que exige su seguridad; exceptuando al Norte de América, que estando en paz con todo el mundo, y guarnecido por el mar, no ha tenido por conveniente sostener en estos últimos años el completo de tropa veterana que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas.
El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo; pues los milicianos que salieron al encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina y obediencia, fueron arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes, por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; porque la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.
La subdivisión de la provincia de Caracas proyectada, discutida y sancionada por el congreso federal, despertó y fomentó una enconada rivalidad en las ciudades y lugares subalternos, contra la capital: “la cual decían los congresales ambiciosos de dominar en sus distritos, era la tirana de las ciudades, y la sanguijuela del estado”. De este modo se encendió el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar, con la reducción de aquella ciudad: pues conservándolo encubierto, lo comunicó a las otras limítrofes a Coro y Maracaibo: y éstas entablaron comunicaciones con aquélla, y facilitaron, por este medio, la entrada de los españoles que trajo consigo la caída de Venezuela.
La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudiciales; y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores provinciales y federales dio un golpe mortal a la república, porque la obligó a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otra garantía que la fuerza y las rentas imaginarias de la Confederación. Esta nueva moneda, pareció a los ojos de los más, una violación manifiesta del derecho de propiedad, porque se conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de otros cuyo precio era incierto, y aún ideal. El papel moneda remató el descontento de los estólidos pueblos internos, que llamaron al comandante de las tropas españolas para que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la servidumbre.
Pero lo que debilitó más al gobierno de Venezuela, fue la forma federal que adoptó, siguiendo las máximas exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo, rompe los pactos sociales, y constituye las naciones en anarquía. Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquéllas, y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos, gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode.
El sistema federal, bien que sea el más perfecto, y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados; generalmente hablando, todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por sí mismos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las virtudes políticas que caracterizan al verdadero republicano: virtudes que no se adquieren en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciudadano.
Por otra parte ¿qué país del mundo por morigerado y republicano que sea, podrá, en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal? No, no es posible conservarlo en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes ni constituciones, ínterin no se restablecen la felicidad y la paz.
Caracas tuvo mucho que padecer por defecto de la Confederación que, lejos de socorrerla, le agotó sus caudales y pertrechos; y cuando vino el peligro la abandonó a su suerte, sin auxiliarla con el menor contingente. Además le aumentó sus embarazos habiéndose empeñado una competencia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a que los enemigos llegasen al corazón del estado, antes que se resolviese la cuestión, de si deberían salir las tropas federales o provinciales a rechazarlos, cuando ya tenían ocupada una gran porción de la provincia. Esta fatal contestación produjo una demora que fue terrible para nuestras armas, pues las derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los refuerzos que esperaban para vencer.
Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.
La elecciones populares hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la federación entre nosotros; porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros, tan ambiciosos que todo lo convierten en facción; por lo que jamás se vio en Venezuela una votación libre y acertada; lo que ponía el gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestras división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud.
El terremoto de 26 de marzo trastornó ciertamente, tanto lo físico como lo moral; y puede llamarse propiamente, la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habría tenido lugar sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad, que, obrando con rapidez y vigor, hubiese puesto remedio a los daños sin trabas, ni competencias que retardando el efecto de las providencias dejaban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.
Si Caracas, en lugar de una confederación lánguida e insubsistente, hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requería su situación política y militar, tú existieras ¡oh Venezuela! y gozaras hoy de tu libertad.
La influencia eclesiástica tuvo, después del terremoto, una parte muy considerable en la sublevación de los lugares y ciudades subalternas y en la introducción de los enemigos en el país, abusando sacrílegamente de la santidad de su ministerio en favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo, debemos confesar ingenuamente, que estos traidores sacerdotes, se animaban a cometer los execrables crímenes de que justamente se les acusa, porque la impunidad de los delitos era absoluta, la cual hallaba en el congreso un escandaloso abrigo; llegando a tal punto esta injusticia, que de la insurrección de la ciudad de Valencia, que costó su pacificación cerca de mil hombres, no se dio a la vindicta de la leyes un solo rebelde; quedando todos con vida, y los más con sus bienes.
De lo referido se deduce, que entre las causas que han producido la caída de Venezuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su constitución que, repito, era tan contraria a sus intereses como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de filantropía que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero: la oposición al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la república y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuarto, el terremoto acompañado del fanatismo que logró sacar a este fenómeno los más importantes resultados; y últimamente, las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.
Estos ejemplos de errores e infortunios, no serán enteramente inútiles para los pueblos de la América meridional, que aspiran a la libertad e independencia. La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela; por consiguiente debe evitar los escollos que han destrozado a aquélla. A este efecto presento como una medida indispensable para la seguridad de la Nueva Granada, la reconquista de Caracas. A primera vista parecerá este proyecto inconducente, costoso, y quizás impracticable: pero examinando atentamente con ojos previsivos, y una meditación profunda, es imposible desconocer su necesidad, como dejar de ponerlo en ejecución, probada la utilidad.
Lo primero que se presenta en apoyo de esta operación, es el origen de la destrucción de Caracas, que no fue otro que el desprecio con que miró aquella ciudad la existencia de un enemigo que parecía pequeño, y no lo era considerándolo en su verdadera luz.
Coro ciertamente ho habría podido nunca entrar en competencia con Caracas, si la comparamos en sus fuerzas intrínsecas con ésta; mas como en el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política, no debió el gobierno de Venezuela, por esta razón, haber descuidado la extirpación de un enemigo, que aunque aparentemente débil, tenía por auxiliares a la provincia de Maracaibo; a todas las que obedecen a la Regencia; el oro, y la cooperación de nuestros eternos contrarios, los europeos que viven con nosotros; el partido clerical, siempre adicto a su apoyo y compañero, el despotismo; y sobre todo, la opinión inveterada de cuantos ignorantes y supersticiosos contienen los límites de nuestros estados. Así fue que apenas hubo un oficial traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcertó la máquina política, sin que los inauditos y patrióticos esfuerzos que hicieron los defensores de Caracas, lograsen impedir la caída de un edificio ya desplomado por el golpe que recibió de un solo hombre. Aplicando el ejemplo de Venezuela a la Nueva Granada, y formando una proporción, hallaremos: que Coro es a Caracas, como Caracas es a la América entera: consiguientemente el peligro que amenaza este país, está en razón de la anterior progresión; porque poseyendo la España el territorio de Venezuela, podrá con facilidad sacarle hombres y municiones de boca y guerra, para que bajo la dirección de jefes experimentados contra los grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las provincias de Barinas y Maracaibo hasta los últimos confines de la América meridional.
La España tiene en el día gran número de oficiales generales, ambiciosos y audaces; acostumbrados a los peligros y a las privaciones, que anhelan por venir aquí, a buscar un imperio que reemplace el que acaban de perder.
Es muy probable, que al expirar la Península, haya una prodigiosa emigración de hombres de todas clases; y particularmente de cardenales, arzobispos, obispos, canónigos y clérigos revolucionarios, capaces de subvertir, no sólo nuestros tiernos y lánguidos estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero, en una espantosa anarquía. La influencia religiosa, el imperio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se valdrán para someter estas regiones.
Nada se opondrá a la emigración de España. Es verosímil que la Inglaterra proteja la evasión de un partido que disminuye en parte las fuerzas de Bonaparte en España y trae consigo el aumento y permanencia del suyo en América. La Francia no podrá impedirla; tampoco Norte-América y nosotros menos aún, pues careciendo todos de una marina respetable, nuestras tentativas serán vanas.
Estos tránsfugas hallarán ciertamente una favorable acogida en los puertos de Venezuela, como que vienen a reforzar a los opresores de aquel país, y los habilitan de medios para emprender la conquista de los estados independientes.
Levantarán quince o veinte mil hombres que disciplinarán prontamente con sus jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados veteranos. A este ejército seguirá otro todavía más temible, de ministros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerarquía eclesiástica y los grandes de España, cuya profesión es el dolo y la intriga, condecorados con ostentosos títulos, muy adecuados para deslumbrar a la multitud, los que derramándose como un torrente, lo inundarán todo arrancando las semillas y hasta las raíces del árbol de la libertad de Colombia. Las tropas combatirán en el campo; y éstos desde sus gabinetes, nos harán la guerra por los resortes de la seducción y del fanatismo.
Así pues, no nos queda otro recurso para precavernos de estas calamidades, que el de pacificar rápidamente nuestras provincias sublevadas, para llevar después nuestras armas contra las enemigas; y formar de este modo soldados y oficiales dignos de llamarse columna de la patria.
Todo conspira a hacernos adoptar esta medida; sin hacer mención de la necesidad urgente que tenemos de cerrarles las puertas al enemigo, hay otras razones tan poderosas para determinarnos a la ofensiva, que sería una falta militar y política inexcusable, dejar de hacerla. Nosotros nos hallamos invadidos, y por consiguiente forzados a rechazar al enemigo más allá de la frontera. Además, es un principio del arte que toda guerra defensiva es perjudicial y ruinosa para el que la sostiene, pues lo debilita sin esperanza de indemnizarlo; y que las hostilidades en el territorio enemigo siempre son provechosas, por el bien que resulta del mal del contrario; así, no debemos por ningún motivo emplear la defensiva.
Debemos considerar también el estado actual del enemigo, que se halla en una posición muy crítica, habiéndosele desertado la mayor parte de sus soldados criollos; y teniendo al mismo tiempo que guarnecer las patrióticas ciudades de Caracas, Puerto Cabello, la Guaira, Barcelona, Cumaná y Margarita, en donde existen sus depósitos; sin que se atrevan a desamparar estas plazas, por temor de una insurrección general en el acto de separarse de ella. De modo que no sería imposible que llegasen nuestras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla campal.
Es una cosa positiva, que en cuanto nos presentemos en Venezuela, se nos agregan millares de valerosos patriotas, que suspiran por vernos parecer, para sacudir el yugo de sus tiranos, y unir sus esfuerzos a los nuestros, en defensa de la libertad. La naturaleza de la presente campaña nos proporciona la ventaja de aproximanos a Maracaibo por Santa Marta, y a Barinas por Cúcuta. Aprovechemos, pues, instantes tan propicios; no sea que los refuerzos que incesantemente deben llegar de España, cambien absolutamente el aspecto de los negocios, y perdamos, quizás para siempre, la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de estos estados.
En honor de la Nueva Granada exige imperiosamente, escarmentar a esos osados invasores, persiguiéndolos hasta sus últimos atrincheramientos. Como su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela, a libertar la cuna de la independencia colombiana, sus mártires, y aquel benemérito pueblo caraqueño, cuyos clamores sólo se dirigen a sus amados compatriotas los granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus redentores. Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros; no burleis su confianza: no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos.

SIMÓN BOLÍVAR.

Cartagena de Indias. En la imprenta del C. Diego Espinoza. Año de 1813. (8 p.)

viernes, 6 de julio de 2012

LOS JUDÍOS EN LA ARGENTINA: UN ENFOQUE ANTROPOLÓGICO. EL FACTOR ÉTNICO.



por Norberto Ceresole


La antropología, en estos tiempos de posmodernidad, al igual que muchas otras ciencias llamadas "humanas", ha sufrido un proceso de re-fundación ideológica acorde con la búsqueda de un mundo in-diferenciado. El canon, como veremos, señala a toda diferenciación como un pecado; o más bien ella, la diferenciación, está originada por el pecado (Génesis, La Torre de Babel). Dos procesos canonizados van en paralelo: el del Holocausto y el de la hegemonía teológica del judaísmo. Ambos tienen el mismo objetivo: asegurar la dominación de los dominadores en este "nuevo orden mundial".
Surje así el hoy llamado, en Occidente, "pensamiento único", que en esencia es una refundación del pensamiento científico, en el sentido de lograr una "indiferenciación del mundo". Las ciencias llamadas "humanas", que hasta este momento habían funcionado en base al estudio de las diversidades o identidades, se transforman en "el pensamiento de la unidad", de lo indiferenciado, de lo único (un dios, un pueblo, una lengua). Si la zoología, por ejemplo, fuese una "ciencia humana", hoy se definiría a las jirafas y a los elefantes como dos especies "casi iguales", porque ambas tienen cuatro patas, un aparato digestivo, etc.
Este proceso de re-fundación del pensamiento científico es una de las consecuencias más importantes de un proyecto de convergencia teológica entre un judaísmo hegemónico y un cristianismo subordinado. El objetivo es la in-diferenciación del mundo, la creación de "ciencias humanas" negadoras de las identidades, para lo cual es preciso crear una "ciencia de la unidad" en contraposición a la "vieja" ciencia de la diversidad.
Todo debe encontrarse bajo el manto de: un solo dios -Yahveh-, un solo pueblo -el elegido-, una sola lengua -la del imperio. De allí que, por ejemplo, en los últimos diccionarios occidentales de antropología el concepto "raza", que en otras épocas fue fundacional en esa disciplina, esté ahora presentado como algo ya inexistente.

lunes, 2 de julio de 2012

A LA JUNTA GUBERNATIVA DEL PARAGUAY DÁNDOLE CUENTA DE LOS ACONTECIMIENTOS DE LA INSURRECCIÓN ORIENTAL


por José Artigas

Cuartel General en el Daymán, 7 de diciembre de 1811.

Cuando las revoluciones políticas han reanimado una vez los espíritus abatidos por el poder arbitrario —corrido ya el velo del error— se ha mirado con tanto horror y odio el esclavaje y humillación que antes les oprimía, que nada parece demasiado para evitar una retrogradación en la hermosa senda de la libertad. Como temerosos los ciudadanos de que la maligna intriga les suma de nuevo bajo la tiranía, aspiran generalmente a concentrar la fuerza y la razón en un gobierno inmediato que pueda con menos dificultad conservar sus derechos ilesos, y conciliar su seguridad con sus progresos. Así comúnmente se ha visto dividirse en menores estados un cuerpo diforme a quien un cetro de fierro ha tiranizado. Pero la sabia naturaleza parece que ha señalado para entonces los límites de las sociedades y sus relaciones; y siendo tan declaradas las que en todos respectos ligan a la Banda Oriental del Río de la Plata con esa provincia, yo creo que por una consecuencia del pulso y madurez con que ha sabido declarar su libertad y admirar a todos los amadores de ella con su sabio sistema, habrá de reconocer la recíproca conveniencia e interés de estrechar nuestra comunicación y relaciones del modo que exijan las circunstancias del estado, Por este principio he resuelto dar a vuestra señoría una idea de los principales acontecimientos en esta Banda, y de su situación actual, como que debe tener no pequeño influjo en la suerte de ambas provincias.
Cuando los americanos de Buenos Aires proclamaron sus derechos, los de la Banda Oriental, animados de iguales sentimientos, por un encadenamiento de circunstancias desgraciadas, no sólo no pudieron reclamarlos, pero hubieron de sufrir un yugo más pesado que jamás. La mano que los oprimía, a proporción de la resistencia que debía hallar si una vez se debilitaban sus resortes, oponía mayores esfuerzos y cerraba todos los pasos. Parecía que un genio maligno, presidiendo nuestra suerte, presentaba a cada momento dificultades inesperadas que pudieran arredrar los ánimos más empeñados. Sin embargo, el fuego patriótico electrizaba los corazones, y nada era bastante a detener su rápido curso; los elementos que debían cimentar nuestra existencia política se hallaban esparcidos entre las mismas cadenas y sólo faltaba ordenarlos para que operasen.
Yo fui testigo, así de la bárbara opresión bajo la que gemía la Banda Oriental, como de la constancia y virtudes de sus hijos, conocí los efectos que podía producir, y tuve la satisfacción de ofrecer al gobierno de Buenos Aires que llevaría el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo siempre que se concediese a estos ciudadanos auxilios de municiones y dinero. Cuando el tamaño de mi proposición podría acaso calificarla de gigantesca, para aquellos que sólo la conocían bajo mi palabra, yo esperaba todo de un gobierno popular que haría su mayor gloria en contribuir a la felicidad de sus hermanos, si la justicia, conveniencia e importancia del asunto pedía de otra parte el riesgo de un pequeño sacrificio que podría ser compensado con exceso. No me engañaron mis esperanzas, y el suceso fue prevenido por uno de aquellos acontecimientos extraordinarios, que rara vez favorecen los cálculos ajustados.
Un puñado de patriotas orientales, cansados ya de humillaciones, habían decretado su libertad en la villa de Mercedes; llena la medida del sufrimiento por unos procedimientos, los más escandalosos, del déspota que les oprimía, habían librado sólo a sus brazos el triunfo de la justicia; y tal vez hasta entonces no en ofrecido al templo del patriotismo un voto ni más puro, ni más glorioso, ni más arriesgado: en él se tocaba sin remedio aquella terrible alternativa de vencer o morir libres, y para huir este extremo, era preciso que los puñales de los paisanos pasasen por encima de las bayonetas veteranas. Así se verificó prodigiosamente, y la primera voz de los vecinos orientales que llegó a Buenos Aires fue acompañada de la victoria del 28 de febrero de 1811; día memorable que había señalado la providencia para sellar los primeros pasos de la libertad en este territorio, y día que no podrá recordarse sin emoción, cualquiera que sea nuestra suerte.
Los ciudadanos de la villa de Mercedes, como parte de esta provincia, se declararon libres bajo los auspicios de la Junta de Buenos Aires, a quien pidieron los mismos auxilios que yo había solicitado; aquel gobierno recibió, con interés, que podía esperarse la noticia de estos acontecimientos: él dijo a los orientales —“oficiales esforzados, soldados aguerridos, armas, municiones, dinero, todo vuela en vuestro socorro”—. Se me mandó inmediatamente a esta Banda con algunos soldados, debiendo remitirse hasta el número de 3.000 con los demás necesario para un ejército de esta clase; en cuya inteligencia proclamé a mis paisanos convidándoles a las armas; ellos prevenían mis deseos, y corrían de todas partes a honrarse con el belio título de soldados de la patria, organizándose militarmente en los mismos puntos en que se hallaban cercados de enemigos, en términos que en muy poco tiempo se vio un ejército nuevo, cuya sola divisa era la libertad.
Permítame, vuestra señoría, que llame un momento su consideración sobre esta admirable alarma con la que simpatizó la campaña toda y que hará su mayor y eterna gloria. No eran los paisanos sueltos, ni aquellos que debían su existencia a su jornal o sueldo, los solos que se movían; vecinos establecidos poseedores de buena suerte y de todas las comodidades que ofrece este suelo, eran los que se convertían repentinamente en soldados, los que abandonaban sus intereses, sus casas, sus familias; los que iban, acaso por primera vez, a presentar su vida a los riesgos de una guerra, los que dejaban acompañados de un triste llanto a sus mujeres e hijos, en fin, los que sordos a la voz de la naturaleza, oían sólo la de la patria. Este era el primer paso para su libertad: y cualesquiera que sean los sacrificios que ella exija, vuestra señoría conocerá bien el desprendimiento universal y la elevación de los sentimientos poco común que se necesita para tamañas empresas, y que merece sin duda ocupar un lugar distinguido en la historia de nuestra revolución.
Los restos del ejército de Buenos Aires que retomaban de esa provincia feliz, fueron destinados a esta Banda, y llegaban a ella cuando los paisanos habían libertado ya su mayor parte, haciendo teatro de sus triunfos al Colla, Maldonado, Santa Teresa, San José y otros puntos: yo tuve entonces el honor de dirigir una división de ellos con sólo doscientos cincuenta soldados veteranos, y llevando con ellos el terror y el espanto a los ministros de la tiranía, hasta las inmediaciones de Montevideo, se pudo lograr la memorable victoria del 18 de mayo en los campos de Las Piedras, donde mil patriotas armados en su mayor parte de cuchillos enastados vieron a sus pies novecientos sesenta soldados de las mejores tropas de Montevideo, perfectamente bien armados; y acaso hubieran dichosamente penetrado dentro de sus soberbios muros, si yo no me viese en la necesidad de detener sus marchas al llegar a ellos, con arreglo a las órdenes del jefe del ejército. Vuestra señoría estará instruido en detalle de esta acción por el parte inserto en los papeles públicos. Entonces dije al gobierno que la patria podría contar con tantos soldados, cuantos eran los americanos que habitaban la campaña, y la experiencia ha demostrado sobrado bien que no me engañaba.
La junta de Buenos Aires reforzó el ejército, de que fui nombrado segundo jefe, y que constaba en el todo de 1.500 veteranos y más de cinco mil vecinos orientales; y no habiéndose aprovechado los primeros momentos después de la acción del 18, en que el terror había sobrecogido los ánimos de nuestros enemigos, era preciso pensar en un sitio formal a que el gobierno se determinaba, tanto más cuando que estaba persuadido que el enemigo limítrofe no entorpecería nuestras operaciones, como me lo había asegurado, y porque el ardor de nuestras tropas, dispuestas a cualquier empresa, y que hasta entonces parece habían encadenado la victoria, nos prometía todo en cualquier caso.
Así nos vimos empeñados en un sitio de cerca de cinco meses, en que mil, y mil accidentes privaron de que se coronasen nuestros triunfos, a que las tropas estaban siempre preparadas. Los enemigos fueron batidos en todos los puntos, y en sus repetidas salidas no recogieron otros frutos que una retirada vergonzosa dentro de los muros que defendía su cobardía. Nada se tentó que no se consiguiese: multiplicadas operaciones militares fueron iniciadas para ocupar la plaza, pero sin llevarlas a su término, ya porque el general en jefe creía que se presentaban dificultades invencibles, o que debía esperar órdenes señaladas para tentativa de esta clase, ya por falta de municiones, ya finalmente porque llegó un fuerza extranjera a llamar nuestra atención.
Yo no sé si 4.000 portugueses podrían prometerse alguna ventaja sobre nuestro ejército, cuando los ciudadanos que le componían habían redoblado su entusiasmo y el patriotismo elevado los ánimos hasta un grado incalculable. Pero no habiéndoseles opuesto en tiempo una resistencia, esperándose siempre por momentos un refuerzo de 1.400 hombres, y municiones que había ofrecido la Junta de Buenos Aires desde la primen noticia de la irrupción de los limítrofes, y habiéndose emprendido últimamente varias negociaciones con los jefes de Montevideo, nuestras operaciones se vieron como paralizadas a despecho de nuestras tropas; y las portuguesas casi sin oposición pisaron con pie sacrílego nuestro territorio hasta Maldonado.
En esta época desgraciada, el sabio gobierno de Buenos Aires creyendo de necesidad retirar su ejército con el doble objeto de salvarle de los peligros que ofrecía nuestra situación y de atender a las necesidades de las otras provincias; y persuadiéndose de que una negociación con Elio sería el mejor medio de conciliar la prontitud y seguridad de la retirada, con los menores perjuicios posibles a este vecindario heroico, entabló el negocio que empezó al momento de girarse por medio del señor doctor don José Julián Pérez, venido de aquella superioridad con la bastante autorización para el efecto. Estos beneméritos ciudadanos tuvieron la fortuna de trascender la sustancia del todo, y una representación absolutamente precisa en nuestro sistema dirigida al señor general en jefe auxiliador, manifestó en términos legales y justos, ser la voluntad general no se procediese a la conclusión de los tratados sin anuencia de los orientales cuya suerte era la que iba a decidirse.
A consecuencia de esto fue congregada la asamblea de los ciudadanos por el mismo jefe auxiliador, y sostenida por ellos mismos y el excelentísimo señor representante, siendo el resultado de ella asegurar estos dignos hijos de la libertad, que sus puñales eran la única alternativa que ofrecían al no vencer; que se levantase el sitio de Montevideo, sólo con el objeto de tomar una posición militar ventajosa para poder esperar a los portugueses, y que en cuanto a lo demás respondiese yo del feliz resultado de sus afanes, siendo evidente haber quedado garantido en mí desde el gran momento que fijó su compromiso. Yo entonces, reconociendo la fuerza de su expresión y conciliando mi opinión política sobre el particular con mis deberes, respeté las decisiones de la superioridad sin olvidar el carácter de ciudadano; y sin desconocer el imperio de la subordinación, recordé cuánto debía a mis compaisanos. Testigo de sus sacrificios, me era imposible mirar su suerte con indiferencia, y no me detuve en asegurar del modo más positivo cuánto repugnaba se les abandonase en todo. Esto mismo había hecho ya conocer al señor representante, y me negué absolutamente desde el principio a entender en unos tratados que consideré siempre inconciliables con nuestras fatigas, muy bastantes a conservar el germen de las continuas disensiones entre nosotros y la corte del Brasil, y muy capaces por sí solos de causar la dificultad en el arreglo de nuestro sistema continental.
Seguidamente representaron los ciudadanos que de ninguna manera podían serles admisibles los artículos de la negociación: que el ejército auxiliador se tornase a la capital, si así se lo ordenaba aquella superioridad; y declarándome su general en jefe, protestaron no dejar la guerra en esta Banda hasta extinguir en ella a sus opresores, o morir dando con su sangre el mayor triunfo a la libertad. En vista de esto el excelentísimo señor representante, determinó una sesión que debía tenerse entre dicho señor, un ciudadano particular y yo; en ella se nos aseguró haberse dado cuenta de todo a Buenos Aires, y que esperásemos la resolución, pero que entre tanto estuviésemos convencidos de la entera adhesión de aquel gobierno a sostener con sus auxilios nuestros deseos; y ofreciéndose nos a su nombre toda clase de socorros, cesó por aquel instante toda solicitud. Marchamos tos sitiadores en retirada hasta San José, y allí se vieron precisados los bravos orientales a recibir el gran golpe que hizo la prueba de su constancia: el gobierno de Buenos Aires ratificó el tratado en todas sus panes; yo tengo el honor de incluir a vuestra señoría un ejemplar, por él se priva de un asilo a las almas libres en toda la Banda Oriental, y por él se entregan pueblos enteros a la dominación de aquel mismo señor Elio, bajo cuyo yugo gimieron. ¡Dura necesidad! En consecuencia del contrato, todo fue preparado, y comenzaron las operaciones relativas a él.
Permítame vuestra señoría otra vez que recuerde y compare el glorioso 28 de febrero, con el 23 de octubre, día en que se tuvo noticia de la ratificación: ¡qué contraste singular presenta el prospecto de uno y otro! El 28, ciudadanos heroicos haciendo pedazos las cadenas y revistiéndose del carácter que les concedió la naturaleza, y que nadie estuvo autorizado para arrancarles; el 23, estos mismos ciudadanos unidos a aquellas cadenas por un gobierno popular... Pero vuestra señoría no está instruido de las circunstancias que hacen acaso más admirable el día que debiera ser más aciago, y temo que en alguna manen me será imposible dar una idea exacta de los accidentes que le prepararon. Puedo sólo ofrecer en esta relación que usando de la sinceridad que me caracteriza, la verdad será mi objeto: hablaré con la dignidad de ciudadano sin desentenderme del carácter y obligaciones de coronel de los ejércitos de la patria con que el gobierno de Buenos Aires se ha dignado honrarme.
Aunque los sentimientos sublimes de los ciudadanos orientales en la presente época, son bastante heroicos para darse a conocer por sí mismos, no se les podrá hallar todo el valor entretanto que no se comprenda el estado de estos patriotas en el momento en que, demostrándolo, daban la mejor prueba de serlo. Habiendo dicho que el primer paso de su libertad era el abandono de sus familias, casas y haciendas, parecerá que en él se habían apurado sus trabajos: pero éste no era más que el primer eslabón de la cadena de desgracias que debían pesar sobre ellas durante la estancia del ejército auxiliador; no era bastante el abandono y detrimento consiguiente; esos mismos intereses debían ser sacrificados también. Desde su llegada, el ejército recibió multiplicados donativos de caballos, ganado y dinero; pero sobre esto era preciso tomar indistintamente de los hacendados inmenso número de las dos primeras especies; y si algo había de pagarse, la escasez de caudales del estado impedía verificarlo: pueblos enteros habían de ser entregados al saco horrorosamente, pero sobre todo, la numerosa y bella población extramuros de Montevideo se vio completamente saqueada y destruida; las puertas mismas y ventanas, las rejas fueron arrancadas; los techos eran deshechos por el soldado que quería quemar las vigas que le sostenían; muchos plantíos acabados; los portugueses convertían en páramo los abundantes campos por donde pasaban, y por todas partes se veían tristes señales de desolación. Los propietarios habían de mirar el exterminio infructuoso de sus caros bienes cuando servían a la patria de soldados; y el general en jefe se creía en la necesidad de tolerar estos desórdenes por la falta de dinero para pagar a las tropas; falta que ocasionó que desde nuestra revolución y durante el sitio, no recibiesen los voluntarios otro sueldo, otro emolumento que cinco pesos, y que muchos de los hacendados gastasen de sus caudales para remediar la más miserable desnudez, a que una campaña penosísima había reducido al soldado; no quedó en fin, alguna clase de sacrificios que no se experimentase, y lo más singular de ellos era la desinteresada voluntariedad con que cada uno los tributaba, exigiendo sólo por premio el goce de su ansiada libertad; pero, cuando creían asegurarla, entonces era cuando debían apurar las heces del cáliz amargo: un gobierno sabio y libre, una mano protectora a que se entregaban confiados, había de ser la que les condujese de nuevo a doblegar la cerviz bajo el cetro de la tiranía.
Esa corporación respetable, en la necesidad de privarnos del auxilio de sus bayonetas, creía que era preciso que nuestro territorio fuese ocupado por un extranjero abominable, o por su antiguo tirano; y pensaba que asegurándose la retirada de aquél, si negociaba con éste, y protegiendo en los tratados de los vecinos, alivianaba su suerte, si no podía evitar ya sus males pasados. Pero acaso ignoraba que los orientales habían jurado en lo hondo de su corazón un odio irreconciliable, un odio eterno, a toda clase de tiranía; que nada era peor para ellos que haber de humillarse de nuevo, y que afrontarían la muerte misma antes de degradarse del título de ciudadanos, que habían sellado con su sangre; ignoraba sin duda el gobierno, hasta dónde se elevaban estos sentimientos, y por desgracia fatal, no tenían en él los orientales un representante de sus derechos imprescriptibles; sus votos no habían podido llegar puros hasta allí, ni era calculable una resolución que casi podría llamarse desesperada; entonces el tratado se ratificó y el día 23 vino.
En esta crisis terrible y violenta, abandonadas las familias, perdidos los intereses, acabado todo auxilio, sin recursos, entregados sólo a sí mismos, ¿qué podía esperarse de los orientales, sino que luchando con sus infortunios, cediesen al fin al peso de ellos, y víctimas de sus mismos sentimientos mordiesen otra vez el duro freno que con un impulso glorioso habían arrojado lejos de sí? Pero estaba reservado a ellos demostrar el genio americano, renovando el suceso que se refiere de nuestros paisanos de la Paz, y elevarse gloriosamente sobre todas las desgracias: ellos se resuelven a dejar sus preciosas vidas antes que sobrevivir al oprobio e ignominia a que se les destinaba y llenos de tan recomendable idea, firmes siempre en la grandeza que los impulsó cuando protestaron que jamás prestarían la necesaria expresión de su voluntad pan sancionar lo que el gobierno auxiliador había ratificado, determinan gustosos dejar los pocos intereses que les restan y su país, y trasladarse con sus familias a cualquier punto donde puedan ser libres, a pesar de trabajos, miserias y toda clase de males. Tal era su situación cuando el excelentísimo poder ejecutivo me anunció una comisión que pocos días después me fue manifestada, y consistió en constituirme jefe principal de estos héroes, fijando mi residencia en el departamento de Yapeyú; y en consecuencia se me ha dejado el cuerpo veterano de blandengues de mi mando, 8 piezas de artillería, con tres oficiales escogidos y un repuesto de municiones. Verificado esto, emprendieron su marcha los auxiliadores desde el arroyo Grande para embarcarse en el Sauce con dirección a Buenos Aires y poco después emprendí yo la mía hacia el punto que se me había destinado. Yo no seré capaz de dar a vuestra señoría una idea del cuadro que presenta al mundo la Banda Oriental desde ese momento: la sangre que cubría las armas de sus bravos hijos recordó las grandes proezas que, continuadas por muy poco más, habrían puesto fin a sus trabajos y sellado el principio de la felicidad más pura: llenos todos de esta memoria, oyen sólo la voz de su libertad, y unidos en masa marchan cargados de sus tiernas familias a esperar mejor proporción para volver a sus antiguas operaciones: yo no he perdonado medio alguno de contener el digno transporte de un entusiasmo tal; pero la inmediación de las tropas portuguesas diseminadas por toda la campaña, que lejos de retirarse con arreglo al tratado, se acercan y fortifican más y más; y la poca seguridad que fian sobre la palabra del señor Elio a este respecto, les anima de nuevo, y determinados a no permitir jamás que su suelo sea entregado impunemente a un extranjero, destinan todos los instantes a reiterar la protesta de no dejar las armas de la mano hasta que él no haya evacuado el país, y puedan ellos gozar una libertad por la que vieron derramar la sangre de sus hijos recibiendo con valor su postrer aliento. Ellos lo han resuelto, y yo veo que van a verificarlo: cada día miro con admiración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia: unos quemando sus casas y los muebles que no podían conducir, otros caminando leguas a pie por falta de auxilios, o por haber consumido sus cabalgaduras en el servicio: mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha, manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las privaciones. Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes y a la frente de seis mil de ellos que obrando como soldados de la patria, sabrán conservar sus glorias en cualquier parte, dando continuos triunfos a su libertad: allí esperaré nuevas órdenes y auxilios de vestuarios y dineros y trabajaré gustoso en propender a la realización de sus grandes votos.
Entretanto, vuestra señoría, justo apreciador del verdadero mérito, estará ya en estado de conocer cuánto es idéntica a la de nuestros hermanos de esa provincia la resolución de estos orientales. Yo ya he patentizado a vuestra señoría la historia memorable de su revolución; por sus incidentes creo muy fácil conocer cuáles puedan ser los resultados; y calculando ahora bastante fundadamente la reciprocidad de nuestros intereses, no dudo se hallará vuestra señoría muy convencido de que sea cual fuere la suerte de la Banda Oriental, deberá transmitirse hasta esa parte del norte de nuestra América, y observando la incertidumbre del mejor destino de aquélla se convencerá igualmente de ser éstos los momentos precisos de consolidar la mejor precaución. La tenacidad de los portugueses, sus miras antiguas sobre el país, los costos enormes de la expedición que Montevideo no puede compensar, la artillería gruesa y morteros que conducen, sus movimientos después de nuestra retirada, la dificultad de defenderse por sí misma la plaza de Montevideo en su presente estado, todo anuncia que estos extranjeros tan miserables como ambiciosos, no perderán esta ocasión de ocupar nuestro país; ambos gobiernos han llegado a temerlo así, y una vez verificado nuestro paso más allá del Uruguay, a donde me dirijo con celeridad, y sin que el ejército portugués haga. un movimiento retrógrado, será una alarma general que determinará pronto mis operaciones; ellas, espero, nos proporcionarán nuevos días de gloria y acaso cimentarán la felicidad futura de este territorio.
Yo no me detendré en reflexiones sobre las ventajas que adquirirían los portugueses si una vez ocupasen la plaza y puerto de Montevideo, y la campaña oriental. Vuestra señoría conocerá con evidencia que sus miras entonces serán extensivas a mayores empresas, y que no había sido en vano el panicular deseo que ha demostrado la corte de Brasil, de introducir su influencia en tan interesante provincia; dueños de sus límites por tierra, seguros de la llave del Río de la Plata, Uruguay y demás vías fluviales, y aumentando su fuerza con exceso no sólo debían prometerse un suceso tan triste para nosotros como halagüeño para ellos, sobre ese punto, sino que cortando absolutamente las relaciones exteriores de todas las demás provincias y apoderándose de medios de hostilizarlas, todas ellas entrarían en los cálculos de su ambición, y todas ellas estarían demasiado expuestas a sucumbir al yugo más terrible. Después de la claridad de estos principios y de las sabias reflexiones que sobre ellos ha escrito el editor del Correo Brasilense, entiendo que nada resta decir, cuando de otra parte la conocida penetración de vuestra señoría llevará a cabo estos apuntamientos, teniendo también presente que las operaciones político—militares, que impulsa el sistema general de los americanos, demasiado expuestas a entorpecimientos fatales por las violentas, continuas alteraciones del diferente modo de opinar, influyen bastante sobre conservar la intención de nuestros enemigos; de consiguiente deben conciliar toda nuestra atención, excitar toda nuestra vigilancia y apoyarla en la mayor actividad De todos modos, vuestra señoría puede contar en cualquier determinación con este gran resto de hombres libres, muy seguro de que marcharán gustosos a cualquier parte donde se enarbole el estandarte conservador de la libertad; y que en la idea terrible, siempre encantadora para ellos de verter toda su sangre antes que volver a gemir bajo el yugo, sólo sentirían exhalar sus almas al único objeto de no ver sus grillos; ellos desean no sólo hacer con sus vidas el obsequio a sus sentimientos, sino también a la consolidación de la obra que mueve los pasos de los seres que habitan el mundo nuevo.
Yo me lisonjeo que los tendrá vuestra señoría presentes para todo, y hará cuanto sea de su parte porque se recoja el fruto de una resolución que, sin disputa, hace la época de la heroicidad.
Dios guarde a vuestra señoría muchos años.

Señor presidente y vocales de la Junta Gubernativa de la Provincia del Paraguay.