martes, 28 de enero de 2014

Ayacucho: el nacimiento de Hispanoamérica


Artículo del escritor y periodista español Fernando Díaz Villanueva, publicado en Suplementos de Historia del diario electrónico Libertad Digital el 15 de febrero de 2012


En 1819 América estaba en pie de guerra. Por América se entiende la América española, porque la otra, la de los Estados Unidos, era aún una pequeña e insignificante confederación de granjeros temerosos de Dios que vivían sin meterse con nadie bien pegados a la costa del Atlántico.

Ese mismo año, en la lejana España –que acababa de vender la Florida a los granjeros por cinco millones de dólares– un ejército de 20.000 hombres se dirigía a Cádiz. Los enviaba el rey Fernando VII para sofocar la asonada independentista de los españoles de ultramar.
Pero no pudieron embarcar. Uno de los oficiales del cuerpo expedicionario, Rafael del Riego, que se encontraba al frente del batallón asturiano, se conjuró con otros camaradas y tomaron preso al Conde de Calderón, comandante en jefe de la expedición. A Riego los problemas en los virreinatos americanos le parecían un asuntillo menor al lado del cruel destino que tenía que padecer la Madre Patria por culpa de la reincidente felonía del monarca que había jurado la Constitución de 1812 sólo para recuperar el trono. No contento con sublevar a la tropa e impedir su embarque, obligó al Rey a jurar la Pepa; o, mejor dicho, a tragársela, por utilizar una feliz expresión de aquella época.
Este episodio imprevisto ocasionó que los virreyes, especialmente el de Perú, se quedasen aislados de la metrópoli y a merced de los sediciosos, que año tras año iban haciendo jirones del portentoso edificio colonial. Cuando la noticia del levantamiento de Riego llegó a América, los capitanes rebeldes –libertadores los llamaban, aunque, en rigor, libertar no libertaron mucho, y al crudo malvivir hispanoamericano me remito– advirtieron que aquella era su oportunidad y aceleraron las campañas en marcha.
Tenían, sin embargo, un problema, y no precisamente pequeño. En el virreinato del Perú la población indígena era muy numerosa, y a los indios les había dado por unirse en masa a la causa realista. En el bando que se proclamaba patriota lo único que veían era señoritos criollos atontolinados con la Revolución Francesa, poco amiga de observar ciertas peculiaridades locales, las mismas que los indios querían seguir manteniendo. El virrey, José de la Serna, natural de Jerez y veterano de la Guerra de la Independencia, contaba con ello, de modo que se organizó para resistir los ataques que le llegaban de todas las direcciones hasta que desde España le enviasen un ejército de refuerzo. Entonces, la tornadiza suerte política de la península ibérica volvió a darle un disgusto.
En 1823 Riego cayó y, para que sirviese de escarmiento, el Rey ordenó que fuese ahorcado y decapitado en una plaza de Madrid. Las noticias de España provocaron que en Perú se desatase una guerra civil entre los leales a la Corona. Una descoordinación inexplicable pero algo, por lo demás, muy español. Por un lado estaban los absolutistas, acaudillados por el vizcaíno Pedro Antonio de Olañeta; por el otro, los constitucionalistas, cuya causa representaba De la Serna. Simón Bolívar, un criollo aburguesado de la Capitanía General de Venezuela con estudios en España, aprovechó la circunstancia y se valió de Olañeta para penetrar en Perú y hostigar a los realistas. En octubre de 1824 el virrey se encontraba en situación límite. Los rebeldes, por su parte, habían desplegado sus fuerzas en las tierras altas y preparaban la embestida final.
Bolívar entregó el mando del ejército a su paisano Antonio José de Sucre, que al frente de unos 6.000 rebeldes se dispuso a plantar cara al virrey. Tras tantearse durante unas semanas en las sierras andinas, De la Serna se encaramó a un cerro muy bien situado, hasta donde pensaba atraer a Sucre para masacrar sus tropas a placer. Pero el venezolano no mordió el anzuelo y esperó a que al andaluz se le acabasen las provisiones y se viese obligado a descender. En el llano esperaban los sublevados dispuestos para un combate en el que no pensaban dar cuartel.
El encuentro final se produjo en la pampa de Quinua, junto a la ciudad de Ayacucho, a principios de diciembre. Podríamos decir que la batalla estaba decidida desde antes de empezar y no andaríamos muy desencaminados. De hecho duró muy poco y consistió, básicamente, en una gran carga de las tropas realistas sobre las rebeldes que se habían situado sobre el llano en la posición adecuada. El ejército del virrey estaba cansado, hambriento y falto de efectivos bregados, con experiencia: muchos de los que tenía se habían pasado al enemigo (no olvidemos que en los dos bandos eran igual de españoles: misma lengua, mismos uniformes y misma mala leche) o habían muerto en las sucesivas escaramuzas de la campaña. Además, andaba corto de intendencia y llevaba meses triscando por las sierras, enfrentándose primero a los absolutistas y luego a los independentistas. Era, en definitiva, un ejército condenado a la derrota. Hay incluso una teoría que afirma que el fatal desenlace estaba pactado. De la Serna simpatizaba con las ideas liberales y allí, en las remotas tierras del altiplano peruano, esas ideas las representaba Sucre y no Fernando VII. Evidentemente, es sólo una teoría, pero abunda en la idea de que las guerras americanas fueron, en realidad, una gran confrontación civil entre españoles y no una guerra patriótica de liberación, que es como aquello ha pasado a la historia.
Con o sin pacto, De la Serna no podía rendirse a la primera, así que se lo jugó a doble o nada. Ordenó que las divisiones bajasen ordenadamente del cerro con la esperanza puesta en coger a Sucre desprevenido y sin formar. Pero Sucre lo veía todo desde abajo, de manera que no tuvo más que tensar bien las filas y resistir el embate de las primeras divisiones, a las que no tardó en poner en desbandada. A esas alturas la batalla estaba ya irremediablemente perdida. Sin sucumbir al desánimo, el virrey, que contaba con una ligera ventaja numérica, trató de recomponer la línea de ataque. Fue inútil: el propio De la Serna, sabiéndose protagonista de una ocasión histórica, en la que tenía que quedar a la altura, se metió de lleno en el combate. Resultó herido y cayó preso.
La captura del virrey no provocó que los suyos se rindiesen. El regimiento Fernando VII, al mando de José Carratalá, un alicantino que debía de creerse la reencarnación de uno de aquellos que lucharon en los Tercios de Flandes, siguió combatiendo hasta el último suspiro. La típica resistencia tan nuestra, quijotesca y heroica pero inútil. Los rebeldes condujeron a los prisioneros hasta Ayacucho, donde les hicieron firmar la capitulación que ponía punto y final, después de casi 300 años, al virreinato del Perú. De sus cenizas nacerían las repúblicas de Perú y Ecuador. Pero antes sus próceres tendrían que vérselas con los últimos soldados realistas, que se marcaron una numantinada antológica en la fortaleza del Real Felipe del Callao. Allí resistieron hasta 1826, tras más de un año de asedio por tierra y mar. El 22 de enero la fortaleza se entregó, y con ella el último baluarte de la Corona en el continente sudamericano.
En España, las noticias provenientes de América fueron recibidas con indiferencia; no fue distinto en esto Fernando VII, que poco había hecho por reforzar las tropas realistas. A los veteranos de la guerra se les empezó a conocer, con sorna y desprecio, como ayacuchos. Les acusaban de haberse dejado ganar.
La batalla pronto fue olvidada y los españoles de los dos lados del océano se dedicaron a sus cosas, fundamentalmente a pelearse entre ellos, que es, con diferencia, lo que mejor se nos ha dado a los hispanos desde siempre.


fuente:hispanoamericaunida.com

miércoles, 22 de enero de 2014

ESTA NUEVA ARMA SECRETA


Agradecimiento a periodistas brasileños, Buenos Aires, 21 de septiembre de 1947.

Agradezco, conmovido, esta amabilidad que, por venir del Brasil, es para mí, doblemente grata.
Pertenecemos a una generación de hombres jóvenes que valora los sentimientos y los factores espirituales por sobre todo. En ese concepto, hemos establecido ya que en esta parte de la América occidental no existe ni existirá problema alguno mientras el Brasil y la Argentina se encuentren unidos como en el presente, y sus hombres se amen como se aman actualmente.
Esta generación ha buscado en nuestro país, puede decirse, la inspiración de vuestro ¡lustre presidente, que en esta parte de América, es el predecesor de todas nuestras inspiraciones de grandeza, libertad y gloria para nuestro país.
He tenido ya oportunidad de repetir las mismas palabras hace ocho meses al director del Trabajo del Brasil, doctor Do Rego Monteiro, quien nos hizo el honor de visitarnos y justipreciar con nosotros todo el exponente de nuestra moderna industria. Al regresar a su patria, le entregué un disco para que él tuviese la amabilidad de hacerlo escuchar al doctor Vargas, y he recibido después de un tiempo una contestación que me halaga y me halagará por toda la vida.
Brasil es, para nosotros, una prolongación de nuestra propia patria, y la amistad brasileñoargentina no es para nosotros una aspiración, sino que es una realidad, como el día y la noche. Todo cuanto hacemos, todo cuanto trabajamos y todo cuanto aspiramos para nuestro porvenir, será un complemento de esa amistad.
Nuestros países pueden, en el futuro, ser felices si aprenden a complementarse el uno con el otro. Si la naturaleza, sabiamente, ha dado al Brasil lo que la Argentina no tiene, y a la Argentina aquello de lo que el Brasil carece, sería una leccion muy bien aprovechada por los brasileños y por los argentinos, ésta que la naturaleza les ofrece, asegurando un porvenir de paz, de amor y de trabajo, únicos factores que hacen la grandeza de las naciones.
Reitero mi agradecimiento por el obsequio de que me habéis hecho objeto y que guardaré como un hermoso recuerdo. Y os ruego quieran dar un estrecho abrazo al presidente de la Cámara de Comercio de San Pablo, a quien hace poco tiempo tuve ocasión de saludar.

Contesta el periodista doctor Barbosa

Respondiendo a los conceptos del coronel Perón, en nombre de los visitantes pronunció palabras el periodista doctor Barbosa, quien expresó. Quiero pedir licencia para decir a V.E. que cuando me siento en medio del pueblo, como hace unos instantes: cuando oigo los clamores de la masa reivindicando derechos que aquellos que se decían representantes del pueblo nunca les dieron, pese a prometerlo siempre, me he sentido en mi ambiente, porque yo también soy hilo del pueblo.
Cuando días pasados asistimos a un encuentro en el estadio de River Plate, y el locutor anunció nuestra presencia, la sostenida ovaci6n de que fuimos objeto por parte de ese pueblo que coloca a la patria por encima de todo, con un espíritu de independencia dentro de la unión de todos los países, nos hizo llegar a una primera conclusión: que no hay nada en el mundo que hoy pueda separarlos, especialmente cuando se trata de pueblos americanos, como el brasileño y el argentino, unidos no solamente por imperativos geográficos, como lo ha señalado V. E., sino también por imperativos históricos, y por los lazos espirituales que han de privar sobre los demás factores sociales y económicos.
En nombre de mis colegas, de esta representación juvenil que se halla en esta acogedora y hospitalaria tierra, presento a V.E. nuestro saludo y la expresión de nuestro agradecimiento, rogándole transmita a este gran pueblo el sentido homenaje de la nueva generación del Brasil. Y prometemos a VE. llevar al gran brasileño presiden te Vargas, el fraternal abrazo vuestro.

Contesta el Vicepresidente

Hace poco tiempo llegó al país un viejo amigo nuestro, el periodista brasileño Cayo Julio César Vieira. Llegó hasta el despacho del Ministerio de Guerra y me dijo: "Coronel: en algunas partes del Brasil dicen que ustedes están haciendo fortificaciones sobre el río Uruguay." Yo le contesté: "¡Hombre, es la primera noticia que tengo Pero yo quiero que usted vaya a visitar nuestras "fortificaciones" en la frontera y vea todo lo que quiera, cuando lo quiera y durante el tiempo que quiere. Verá usted que no encontrará "fortificaciones" sino "fortalezas", construidas por la extraordinaria unión y camaradería que existe entre los jefes y oficiales brasileños y argentinos, para quienes no hay, en este momento, fronteras que los separen."
Efectivamente, Vieira hizo el viaje y a su regreso me mostró una fotografía en la que aparecía de pie sobre un pilar de la triangulación topográfica de Entre Ríos, diciéndome: "Esta es la fortificación." Pero me trajo algo aun más interesante. El jefe del Regimiento 2 de Cabellería de Uruguayana me mandó, por su intermedio, una botella de champaña brasileño con una dedicatoria que decía: "Le hago llegar al señor ministro esta nueva arma secreta, con la cual comenzamos esta guerra de verdadera confraternidad entre los dos países."
Nuestra orden a las tropas de la frontera es la de vivir todo el tiempo posible en contacto y en unión con los jefes y oficiales brasileños. La consigna de ellos es la misma. Las señoras se reúnen indistintamente a tejer en territorio brasileño o argentino, y los jefes alternan en los casinos de oficiales de los regimientos de ambos países, habiéndose realizado ya una corriente de canje espiritual entre las dos orillas del río Uruguay.
He querido referir este episodio a los periodistas brasileños ofreciéndoles, en las mismas condiciones, que pueden ver lo que quieran, donde quieren y como lo quieran ver. Esto es todo cuanto podemos ofrecerles, puesto que a nuestros corazones, hace mucho que los tienen.


capitulo primero de TERCERA POSICIÓN Y UNIDAD LATINOAMERICANA 

viernes, 10 de enero de 2014

Los Códigos Nuevos


por José Martí

Interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización americana, se creó con el advenimiento de los europeos un pueblo extraño, no español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la ingerencia de una civilización devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso; se creó un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia. Es una verdad extraordinaria: el gran espíritu universal tiene una faz particular en cada continente. Así nosotros, con todo el raquitismo de un infante mal herido en la cuna, tenemos toda la fogosidad generosa, inquietud valiente y bravo vuelo de una raza original fiera y artística.
Toda obra nuestra, de nuestra América robusta, tendrá, pues, inevitablemente el sello de la civilización conquistadora; pero la mejorará, adelantará y asombrará con la energía y creador empuje de un pueblo en esencia distinto, superior en nobles ambiciones, y si herido, no muerto. ¡Ya revive!
¡Y se asombran de que hayamos hecho tan poco en 50 años, los que tan hondamente perturbaron durante 300 nuestros elementos para hacer! Dennos al menos para resucitar todo el tiempo que nos dieron para morir. ¡Pero no necesitamos tanto!
Aun en los pueblos en que dejó más abierta herida la garra autocrática; aun en aquellos pueblos tan bien conquistados, que lo parecían todavía, después de haber escrito con la sangre de sus mártires, que ya no lo eran, el espíritu se desembaraza, el hábito noble de examen destruye el hábito servil de creencia; la pregunta curiosa sigue al dogma, y el dogma que vive de autoridad, muere de crítica.
La idea nueva se abre paso, y deja en el ara de la patria agradecida un libro inmortal; hermoso, augusto: los Códigos patrios.
Se regían por distinciones nimias los más hondos afectos y los más grandes intereses; se afligía a las inteligencias levantadas con clasificaciones mezquinas y vergonzosas; se gobernaban nuestros tiempos originales con leyes de las edades caducadas, y se hacían abogados romanos para pueblos americanos y europeos. Con lo cual, embarazado el hombre del derecho, o huía de las estrecheces juristas que ahogaban su grandeza, o empequeñecía o malograba ésta en el estudio de los casos de la ley.
Los nacimientos deben entre sí corresponderse, y los de nuevas nacionalidades requieren nuevas legislaciones. Ni la obra de los monarcas de cascos redondos, ni la del amigo del astrólogo árabe, ni la buena voluntad de la gran reina, mal servida por la impericia de Montalvo, ni la tendencia unificadora del rey sombrío y del rey esclavo, respondían a este afán de claridad, a este espíritu exigente de investigación, a esta pregunta permanente, desdeñosa, burlona; inquieta, educada en los labios de los dudadores del siglo XVII para brillar después, hiriente y avara, en los de todos los hijos de este siglo. Esa es nuestra grandeza: la del examen. Como la Grecia dueña del espíritu del arte, quedará nuestra época dueña del espíritu de investigación.
Se continuará esta obra; pero no se excederá su empuje. Llegará el tiempo de las afirmaciones incontestables; pero nosotros seremos siempre los que enseñamos, con la manera de certificar, la de afirmar. No dudes, hombre joven. No niegues, hombre terco. Estudia, y luego cree. Los hombres ignorantes necesitaron la voz de la Ninfa y el credo de sus Dioses.
En esta edad ilustre cada hombre tiene su credo. Y, extinguida la monarquía, se va haciendo un universo de monarcas. Día lejano, pero cierto.
Los pueblos, que son agrupaciones de estos ánimos inquietos, expresan su propio impulso, y le dan forma. Roto un estado social, se rompen sus leyes, puesto que ellas constituyen el Estado. Expulsados unos gobernantes perniciosos, se destruyen sus modos de gobierno. Mejor estudiados los afectos e intereses humanos, necesitan el advenimiento de leyes posteriores, para las modificaciones posteriormente advenidas: esta existencia que reemplazó a la conquista: esta nueva sociedad política; estos clamores de las relaciones
individuales legisladas por tiempos en que las relaciones eran distintas; este amor a la claridad y sencillez, que distingue a las almas excelsas, determinaron en Guatemala la formación de un nuevo Código Civil, que no podía inventar un derecho, porque sobre todos existe el natural, ni aplicar éste puro, porque había ya relaciones creadas.
Hija de su siglo, la Comisión ha escrito en él y para él. Ha cumplido con su libro de leyes las condiciones de toda ley: la generalidad, la actualidad, la concreción; que abarque mucho, que lo abarque todo, que defina breve; que cierre el paso a las caprichosas volubilidades hermenéuticas.
Ha comparado con erudición, pero no ha obedecido con servilismo. Como hay conceptos generales de Derecho, ha desentrañado sus gérmenes de las leyes antiguas, ha respetado las naturales, ha olvidado las inútiles, ha desdeñado las pueriles y ha creado las necesarias: alto m rito.
¿Cómo habían de responder a nuestros desasosiegos, a nuestro afán de liberación moral, a nuestra edad escrutadora y culta, las cruelezas primitivas del Fuero Juzgo, las elegancias de lenguaje de las Partidas, las deciones confusas y autoritarias de las leyes de Toro?
¿Poder omnímodo del señor bestial sobre la esposa venerable? ¿Vinculaciones hoy, que ya no existen mayorazgos? ¿Rebuscamientos en esta época de síntesis? ¿Dominio absoluto del padre en esta edad de crecimientos y progresos? ¿Distinciones señoriales, hoy que se han extinguido ya los señoríos? Tal pareciera un cráneo coronado con el casco de los godos; tal una osamenta descarnada envuelta en el civil ropaje de esta época. Ya no se sentarán más en los Tribunales los esqueletos.
La Comisión ha obrado libremente; sin ataduras con el pasado, sin obediencia perniciosa a las seducciones del porvenir. No se ha anticipado a su momento, sino que se ha colocado en él. No ha hecho un Código ejemplar, porque no está en un país ejemplar. Ha hecho un Código de transformación para un país que se está transformando. Ha adelantado todo lo necesario, para que, siendo justo en la época presente, continúe siéndolo todo el tiempo preciso para que llegue la nueva edad social. No hay en él una palabra de retroceso, ni una sola de adelanto prematuro: con entusiasmo y con respeto escribe el observador estas palabras.
A todo alcanza la obra reformadora del Código nuevo. Da la patria potestad a la mujer, la capacita para atestiguar y, obligándola a la observancia de la ley, completa su persona jurídica. ¿La que nos enseña la ley del cielo, no es capaz de conocer la de la tierra? Niega su arbitraria fuerza a la costumbre, fija la mayor edad en 21 años, reforma el Derecho español en su pueril doctrina sobre ausentes, establece con prudente oportunidad, el matrimonio civil sin lastimar el dogma católico; echa sobre la frente del padre, que la merece, la mancha de ilegitimidad con que la ley de España aflige al hijo; y con hermosa arrogancia desconoce la restitución in integrum obra enérgica de un ánimo brioso, atrevimiento que agrada y que cautiva. Fija luego
claramente los modos de adquirir; examina la testamentifacción en los solemnes tiempos hebreos cuya contemplación refresca y engrandece, los de literatura potente y canosa, los de letras a modo de raíces. Ve el testamento en Roma, corrompido por la invasión de sofistas; aquellos que sofocaron al fin la voz de Plinio, y estudiando ora las Partidas, ora las colecciones posteriores, conserva lo justo, introduce lo urgente, y adecua con tacto a las necesidades actuales las ideas del Derecho Natural. Y eso requiere, y es, la justicia; la acomodación del Derecho positivo al natural.
Ama la claridad, y desconoce las memorias testamentales.
Ama la libertad, y desconoce el retracto.
Quiere la seguridad y establece la ley hipotecaria; base probable de futuros establecimientos de crédito, que tengan por cimiento, como en Francia y la España, la propiedad territorial.
Reforma la fianza, aprieta los contratos, gradúa a los acreedores.
Limita, cuando no destruye, todo privilegio. Tiende a librar la tenencia de las cosas de enojosos gravámenes, y el curso de la propiedad de accidentes difíciles. Sea todo libre, a la par que justo. Y en aquello que no pueda ser cuanto amplio y justo debe, séalo lo más que la condición del país permita.
Es pues, el código preciso; sus autores atendieron menos a su propia gloria de legisladores adelantados, que a la utilidad de su país. Prefirieron esta utilidad patriótica a aquel renombre personal, y desdeñando una gloria, otra mayor alcanzan: sólo la negará quien se la envidie.
En el espíritu, el Código es moderno; en la definición, claro; en las reformas, sobrio; en el estilo, enérgico y airoso. Ejemplo de legistas pensadores, y placer de hombres de letras, será siempre el erudito, entusiasta y literario informe que explica la razón de esas mudanzas.
Ni ha sido solo el Código el acabamiento de una obra legal. Ha sido el cumplimiento de una promesa que la revolución había hecho al pueblo: le había prometido volverle su personalidad y se la devuelve. Ha sido una
muestra de respeto del Poder que rige al pueblo que admira. Bien ha dicho el Sr. Montúfar: no quiere ser tirano el que da armas para dominar la tiranía.
Ahora cada hombre sabe su derecho: sólo a su incuria debe culpar el que sea engañado por las consecuencias de sus actos. El pueblo debe amar esos códigos, porque le hablan lenguaje sencillo, porque lo libran de una servidumbre agobiadora: porque se desamortizan las leyes.
Antes, éstas huían de los que las buscaban, y se contrataba con temor, como quien recelaba en cada argucia del derecho un lazo. Ahora el derecho no es una red, sino una claridad. Ahora todos saben qué acciones tienen; qué obligaciones contraen; qué recursos les competen.
Con la publicación de estos códigos, se ha puesto en las manos del pueblo un arma contra todos los abusos. Ya la ley no es un monopolio; ya es una augusta propiedad común.
Las sentencias de los tribunales ganarán en firmeza; los debates en majestad.
Los abogados se ennoblecen; las garantías se publican y se afirman.
En los pueblos libres, el derecho ha de ser claro. En los pueblos dueños de sí mismos, el derecho ha de ser popular.
No ha cumplido Guatemala, del año 21 acá, obra tan grande como ésta. ¡Al fin la independencia ha tenido una forma! ¡Al fin el espíritu nuevo ha encarnado en la Ley! ¡Al fin se es lo que se quería ser! ¡Al fin se es americano en América, vive republicanamente la República, y tras cincuenta años de barrer ruinas, se echan sobre ellas los cimientos de una nacionalidad viva y gloriosa!

sábado, 4 de enero de 2014

González Prada


J. C. Mariátegui

González Prada es, en nuestra literatura, el precursor de la transición del período colonial al período cosmopolita. Ventura García Calderón lo declara "el menos peruano" de nuestros literatos. Pero ya hemos visto que hasta González Prada lo peruano en esta literatura no es aún peruano sino sólo colonial. El autor de Páginas Libres, aparece como un escritor de espíritu occidental y de cultura europea. Mas, dentro de una peruanidad por definirse, por precisarse todavía, ¿por qué considerarlo como el menos peruano de los hombres de letras que la traducen? ¿Por ser el menos español? ¿Por no ser colonial? La razón resulta entonces paradójica. Por ser la menos española, por no ser colonial, su literatura anuncia precisamente la posibilidad de una literatura peruana. Es la liberación de la metrópoli. Es, finalmente, la ruptura con el Virreinato.
Este parnasiano, este helenista, marmóreo, pagano, es histórica y espiritualmente mucho más peruano que todos, absolutamente todos, los rapsodistas de la literatura española anteriores y posteriores a él en nuestro proceso literario. No existe seguramente en esta generación un solo corazón que sienta al malhumorado y nostálgico discípulo de Lista más peruano que el panfletario e iconoclasta acusador del pasado a que pertenecieron ése y otros letrilleros de la misma estirpe y el mismo abolengo.
González Prada no interpretó este pueblo, no esclareció sus problemas, no legó un programa a la generación que debía venir después. Mas representa, de toda suerte, un instante -el primer instante lúcido-, de la conciencia del Perú. Federico More lo llama un precursor del Perú nuevo, del Perú integral. Pero Prada, a este respecto, ha sido más que un precursor. En la prosa de Páginas Libres, entre sentencias alambicadas y retóricas, se encuentra el germen del nuevo espíritu nacional. "No forman el verdadero Perú -dice González Prada en el célebre discurso del Politeama de 1888- las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera''.
Y aunque no supo hablarle un lenguaje desnudo de retórica, González Prada no desdeñó jamás a la masa. Por el contrario, reivindicó siempre su gloria oscura. Previno a los literatos que lo seguían contra la futilidad y la esterilidad de una literatura elitista. "Platón -les recordó en la conferencia del Ateneo- decía que en materia de lenguaje el pueblo era un excelente maestro. Los idiomas se vigorizan y retemplan en la fuente popular, más que en las reglas muertas de los gramáticos y en las exhumaciones prehistóricas de los eruditos. De las canciones, refranes y dichos del vulgo brotan las palabras originales, las frases gráficas, las construcciones atrevidas. Las multitudes transforman las lenguas como los infusorios modifican los continentes". "El poeta legítimo -afirmó en otro pasaje del mismo discurso- se parece al árbol nacido en la cumbre de un monte: por las ramas, que forman la imaginación, pertenece a las nubes; por las raíces, que constituyen los afectos, se liga con el suelo". Y en sus notas acerca del idioma ratificó explícitamente en otros términos el mismo pensamiento. "Las obras maestras se distinguen por la accesibilidad, pues no forman el patrimonio de unos cuantos elegidos, sino la herencia de todos los hombres con sentido común. Homero y Cervantes son ingenios democráticos: un niño les entiende. Los talentos que presumen de aristocráticos, los inaccesibles a la muchedumbre, disimulan lo vacío del fondo con lo tenebroso de la forma". "Si Herodoto hubiera escrito como Gracián, si Píndaro hubiera cantado como Góngora ¿habrían sido escuchados y aplaudidos en los juegos olímpicos? Ahí están los grandes agitadores de almas en los siglos XVI y XVIII, ahí está particularmente Voltaire con su prosa, natural como un movimiento respiratorio, clara como un alcohol rectificado".
Simultáneamente, González Prada denunció el colonialismo. En la conferencia del Ateneo, después de constatar las consecuencias de la ñoña y senil imitación de la literatura española, propugnó abiertamente la ruptura de este vínculo. "Dejemos las andaderas de la infancia y busquemos en otras literaturas nuevos elementos y nuevas impulsiones. Al espíritu de naciones ultramontanas y monárquicas prefiramos el espíritu libre y democrático del siglo. Volvamos los ojos a los autores castellanos, estudiemos sus obras maestras, enriquezcamos su armoniosa lengua; pero recordemos constantemente que la dependencia intelectual de España significaría para nosotros la definida prolongación de la niñez".
En la obra de González Prada, nuestra literatura inicia su contacto con otras literaturas. González Prada representa particularmente la influencia francesa. Pero le pertenece en general el mérito de haber abierto la brecha por la que debían pasar luego diversas influencias extranjeras. Su poesía y aun su prosa acusan un trato íntimo de las letras italianas. Su prosa tronó muchas veces contra las academias y los puristas, y, heterodoxamente, se complació en el neologismo y el galicismo. Su verso buscó en otras literaturas nuevos troqueles y exóticos ritmos.
Percibió bien su inteligencia el nexo oculto pero no ignoto que hay entre conservantismo ideológico y academicismo literario. Y combinó por eso el ataque al uno con la requisitoria contra el otro. Ahora que advertimos claramente la íntima relación entre las serenatas al Virreinato en literatura y el dominio de la casta feudal en economía y política, este lado del pensamiento de González Prada adquiere un valor y una luz nuevos.
Como lo denunció González Prada, toda actitud literaria, consciente o inconscientemente refleja un sentimiento y un interés políticos. La literatura no es independiente de las demás categorías de la historia. ¿Quién negará, por ejemplo, el fondo político del concepto en apariencia exclusivamente literario, que define a González Prada como "el menos peruano de nuestros literatos"? Negar peruanismo a su personalidad no es sino un modo de negar validez en el Perú a su protesta. Es un recurso simulado para descalificar y desvalorizar su rebeldía. La misma tacha de exotismo sirve hoy para combatir el pensamiento de vanguardia.
Muerto Prada, la gente que no ha podido por estos medios socavar su ascendiente ni su ejemplo, ha cambiado de táctica. Ha tratado de deformar y disminuir su figura, ofreciéndole sus elogios comprometedores. Se ha propagado la moda de decirse herederos y discípulos de Prada. La figura de González Prada ha corrido el peligro de resultar una figura oficial, académica. Afortunada-mente la nueva generación ha sabido insurgir oportunamente contra este intento.
Los jóvenes distinguen lo que en la obra de González Prada hay de contingente y temporal de lo que hay de perenne y eterno. Saben que no es la letra sino el espíritu lo que en Prada representa un valor duradero. Los falsos gonzález-pradistas repiten la letra; los verdaderos repiten el espíritu.

El estudio de González Prada pertenece a la crónica y a la crítica de nuestra literatura antes que a las de nuestra política. González Prada fue más literato que político. El hecho de que la trascendencia política de su obra sea mayor que su trascendencia literaria no desmiente ni contraría el hecho anterior y primario, de que esa obra, en sí, más que política es literaria.
Todos constatan que González Prada no fue acción sino verbo. Pero no es esto lo que a González Prada define como literato más que como político. Es su verbo mismo.
El verbo, puede ser programa, doctrina. Y ni en Páginas Libres ni en Horas de Lucha encontramos una doctrina ni un programa propiamente dichos. En los discursos, en los ensayos que componen estos libros, González Prada no trata de definir la realidad peruana en un lenguaje de estadista o de sociólogo. No quiere sino sugerirla en un lenguaje de literato. No concreta su pensamiento en proposiciones ni en conceptos. Lo esboza en frases de gran vigor panfletario y retórico, pero de poco valor práctico y científico. "El Perú es una montaña coronada por un cementerio". "El Perú es un organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota el pus". Las frases más recordadas de González Prada delatan al hombre de letras: no al hombre de Estado. Son las de un acusador, no las de un realizador.
El propio movimiento radical aparece en su origen como un fenómeno literario y no como un fenómeno político. El embrión de la Unión Nacional o Partido Radical se llamó "Círculo Literario". Este grupo literario se transformó en grupo político obedeciendo al mandato de su época. El proceso biológico del Perú no necesitaba literatos sino políticos. La literatura es lujo, no es pan. Los literatos que rodeaban a González Prada sintieron vaga pero perentoriamente la necesidad vital de esta nación desgarrada y empobrecida. "El «Círculo Literario», la pacífica sociedad de poetas y soñadores -decía González Prada en su discurso del Olimpo de 1887-, tiende a convertirse en un centro militante y propagandista. ¿De dónde nacen los impulsos de radicalismo en literatura? Aquí llegan ráfagas de los huracanes que azotan a las capitales europeas, repercuten voces de la Francia republicana e incrédula. Hay aquí una juventud que lucha abiertamente por matar con muerte violenta lo que parece destinado a sucumbir con agonía inoportunamente larga, una juventud, en fin, que se impacienta por suprimir los obstáculos y abrirse camino para enarbolar la bandera roja en los desmantelados torreones de la literatura nacional".
González Prada no resistió el impulso histórico que lo empujaba a pasar de la tranquila especulación parnasiana a la áspera batalla política. Pero no pudo trazar a su falange un plan de acción. Su espíritu individualista, anárquico, solitario, no era adecuado para la dirección de una vasta obra colectiva.
Cuando se estudia el movimiento radical, se dice que González Prada no tuvo temperamento de conductor, de caudillo, de condotiero. Mas no es ésta la única constatación que hay que hacer. Se debe agregar que el temperamento de González Prada era fundamentalmente literario. Si González Prada no hubiese nacido en un país urgido de reorganización y moralización políticas y sociales, en el cual no podía fructificar una obra exclusivamente artística, no lo habría tentado jamás la idea de formar un partido.
Su cultura coincidía, como es lógico, con su temperamento. Era una cultura principalmente literaria y filosófica. Leyendo sus discursos y sus artículos, se nota que González Prada carecía de estudios específicos de Economía y Política. Sus sentencias, sus imprecaciones, sus aforismos, son de inconfundibles factura e inspiración literarias. Engastado en su prosa elegante y bruñida, se descubre frecuentemente un certero concepto sociológico o histórico. Ya he citado alguno. Pero en conjunto, su obra tiene siempre el estilo y la estructura de una obra de literato.
Nutrido del espíritu nacionalista y positivista de su tiempo, González Prada exaltó el valor de la Ciencia. Mas esta actitud es peculiar de la literatura moderna de su época. La Ciencia, la Razón, el Progreso, fueron los mitos del siglo diecinueve. González Prada, que por la ruta del liberalismo y del enciclopedismo llegó a la utopía anarquista, adoptó fervorosamente estos mitos. Hasta en sus versos hallamos la expresión enfática de su racionalismo.
  • ¡Guerra al menguado sentimiento!
  • ¡Culto divino a la Razón!
Le tocó a González Prada enunciar solamente lo que hombres de otra generación debían hacer. Predicó realismo. Condenando los gaseosos verbalismos de la retórica tropical, conjuró a sus contemporáneos a asentar bien los pies en la tierra, en la materia. "Acabemos ya -dijo- el viaje milenario por regiones de idealismo sin consistencia y regresemos al seno de la realidad, recordando que fuera de la Naturaleza no hay más que simbolismos ilusorios, fantasías mitológicas, desvanecimientos metafísicos. A fuerza de ascender a cumbres enrarecidas, nos estamos volviendo vaporosos, aeriformes: solidifiquémonos. Más vale ser hierro que nube".
Pero él mismo no consiguió nunca ser un realista. De su tiempo fue el materialismo histórico. Sin embargo, el pensamiento de González Prada, que no impuso nunca límites a su audacia ni a su libertad, dejó a otros la empresa de crear el socialismo peruano. Fracasado el partido radical, dio su adhesión al lejano y abstracto utopismo de Kropotkin. Y en la polémica entre marxistas y bakuninistas, se pronunció por los segundos. Su temperamento reaccionaba en éste como en todos sus conflictos con la realidad, conforme a su sensibilidad literaria y aristocrática.
La filiación literaria del espíritu y la cultura de González Prada, es responsable de que el movimiento radical no nos haya legado un conjunto elemental siquiera de estudios de la realidad peruana y un cuerpo de ideas concretas sobre sus problemas. El programa del Partido Radical, que por otra parte no fue elaborado por González Prada, queda como un ejercicio de prosa política de "un círculo literario". Ya hemos visto cómo la Unión Nacional, efectivamente, no fue otra cosa.

El pensamiento de González Prada, aunque subordinado a todos los grandes mitos de su época, no es monótonamente positivista. En González Prada arde el fuego de los racionalistas del siglo XVIII. Su Razón es apasionada. Su Razón es revolucionaria. El positivismo, el historicismo del siglo XIX representan un racionalismo domesticado. Traducen el humor y el interés de una burguesía a la que la asunción del poder ha tornado conservadora. El racionalismo, el cientificismo de González Prada no se contentan con las mediocres y pávidas conclusiones de una razón y una ciencia burguesas. En González Prada subsiste, intacto en su osadía, el jacobino.
Javier Prado, García Calderón, Riva Agüero, divulgan un positivismo conservador. González Prada enseña un positivismo revolucionario. Los ideólogos del civilismo, en perfecto acuerdo con sus sentimientos de clase, nos sometieron a la autoridad de Taine; el ideólogo del radicalismo se reclamó siempre de pensamiento superior y distinto del que, concomitante y consustancial en Francia con un movimiento de reacción política, sirvió aquí a la apología de las oligarquías ilustradas.
No obstante su filiación racionalista y cientificista, González Prada no cae casi nunca en un intelectualismo exagerado. Lo preservan de este peligro su sentimiento artístico y su exaltado anhelo de justicia. En el fondo de este parnasiano, hay un romántico que no desespera nunca del poder del espíritu.
Una de sus agudas opiniones sobre Renán, el que ne dépasse pas le doute, nos prueba que González Prada percibió muy bien el riesgo de un criticismo exacerbado. "Todos los defectos de Renán se explican por la exageración del espíritu crítico; el temor de engañarse y la manía de creerse un espíritu delicado y libre de pasión, le hacían muchas veces afirmar todo con reticencias o negar todo con restricciones, es decir, no afirmar ni negar y hasta contradecirse, pues le acontecía emitir una idea y en seguida, valiéndose de un pero, defender lo contrario. De ahí su escasa popularidad: la multitud sólo comprende y sigue a los hombres que franca y hasta brutalmente afirman con las palabras como Mirabeau, con los hechos como Napoleón".
González Prada prefiere siempre la afirmación a la negación, a la duda. Su pensamiento es atrevido, intrépido, temerario. Teme a la incertidumbre. Su espíritu siente hondamente la angustiosa necesidad de dépasser le doute. La fórmula de Vasconcelos pudo ser también la de González Prada: "pesimismo de la realidad, optimismo del ideal". Con frecuencia, su frase es pesimista: casi nunca es escéptica.
En un estudio sobre la ideología de González Prada, que forma parte de su libro El Nuevo Absoluto, Mariano Iberico Rodríguez define bien al pensador de Páginas Libres cuando escribe lo siguiente: "Concorde con el espíritu de su tiempo, tiene gran fe en la eficacia del trabajo científico. Cree en la existencia de leyes universales inflexibles y eternas, pero no deriva del cientificismo ni del determinismo una estrecha moral eudemonista ni tampoco la resignación a la necesidad cósmica que realizó Spinoza. Por el contrario, su personalidad descontenta y libre superó las consecuencias lógicas de sus ideas y profesó el culto de la acción y experimentó la ansiedad de la lucha y predicó la afirmación de la libertad y de la vida. Hay evidentemente algo del rico pensamiento de Nietzsche en las exclamaciones anárquicas de Prada. Y hay en éste como en Nietzsche la oposición entre un concepto determinista de la realidad y el empuje triunfal del libre impulso interior".
Por estas y otras razones, si nos sentimos lejanos de muchas ideas de González Prada, no nos sentimos, en cambio, lejanos de su espíritu. González Prada se engañaba, por ejemplo, cuando nos predicaba antirreligiosidad. Hoy sabemos mucho más que en su tiempo sobre la religión como sobre otras cosas. Sabemos que una revolución es siempre religiosa. La palabra religión tiene un nuevo valor, un nuevo sentido. Sirve para algo más que para designar un rito o una iglesia. Poco importa que los soviets escriban en sus afiches de propaganda que "la religión es el opio de los pueblos". El comunismo es esencialmente religioso. Lo que motiva aún equívocos es la vieja acepción del vocablo. González Prada predecía el tramonto de todas las creencias sin advertir que él mismo era predicador de una creencia, confesor de una fe. Lo que más se admira en este racionalista es su pasión. Lo que más se respeta en este ateo, un tanto pagano, es su ascetismo moral. Su ateísmo es religioso. Lo es, sobre todo, en los instantes en que parece más vehemente y más absoluto. Tiene González Prada algo de esos ascetas laicos que concibe Romain Rolland. Hay que buscar al verdadero González Prada en su credo de justicia, en su doctrina de amor; no en el anticlericalismo un poco vulgar de algunas páginas de Horas de Lucha.
La ideología de Páginas Libres y de Horas de Lucha es hoy, en gran parte, una ideología caduca. Pero no depende de la validez de sus conceptos ni de sus sentencias lo que existe de fundamental ni de perdurable en González Prada. Los conceptos no son siquiera lo característico de su obra. Como lo observa Iberico, en González Prada lo característico "no se ofrece como una rígida sistematización de conceptos -símbolos provisionales de un estado de espíritu-; lo está en un cierto sentimiento, en una cierta determinación constante de la personalidad entera, que se traducen por el admirable contenido artístico de la obra y por la viril exaltación del esfuerzo y de la lucha".
He dicho ya que lo duradero en la obra de González Prada es su espíritu. Los hombres de la nueva generación en González Prada admiramos y estimamos, sobre todo, el austero ejemplo moral. Estimamos y admiramos, sobre todo, la honradez intelectual, la noble y fuerte rebeldía.
Pienso, además, por mi parte que González Prada no reconocería en la nueva generación peruana una generación de discípulos y herederos de su obra si no encontrara en sus hombres la voluntad y el aliento indispensables para superarla. Miraría con desdén a los repetidores mediocres de sus frases. Amaría sólo una juventud capaz de traducir en acto lo que en él no pudo ser sino idea y no se sentiría renovado y renacido sino en hombres que supieran decir una palabra verdaderamente nueva, verdaderamente actual.
De González Prada debe decirse lo que él, en Páginas Libres, dice de Vigil. "Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser imitadas. Puede atacarse la forma y el fondo de sus escritos, puede tacharse hoy sus libros de anticuados e insuficientes, puede, en fin, derribarse todo el edificio levantado por su inteligencia; pero una cosa permanecerá invulnerable y de pie, el hombre".