jueves, 17 de junio de 2010

Un niño hombre


por Augusto César Sandino

A Froylán Turcios

1. Hace dos años, en los días del mes de noviembre mi columna permanecía en línea de fuego en las montañas de Quilalí, en espera de cuatro generales conservadores que provistos de ametralladoras asesinaban impunemente hombres de filiación liberal, no perdonando en tan cobarde asesinato ni a las familias de éstos.

Por un camino de los que llamamos picadas, caminos inextricables que solamente los chañes o vaquéanos (guías) conocen, llegó hasta la línea un niño de 9 años de edad. Solicita hablar con quien estas anotaciones hace. Llegado a mi presencia le saludo, y él, al mismo tiempo que me responde me entrega una alforjilla de mecate conteniendo guineos y yucas cocidas con chicharrones enchilados.

Como tantos niños de Nuestra América, ese niño de pura raza india, en cuyos ojos brilla el orgullo indomable de nuestros ascendientes, llevaba por vestido algo que fue camiseta como se dejaba ver de dos rollitos de trapo arrollados en los bíceps, pendientes por unas hilas de los restos de talle que le quedaban en los hombros y un calzoncillo también en hilas que pendían del cinto. Todo en el niño expresaba la protesta viva contra la civilización actual y lo que encerraba de sorpresa en la mirada todavía hace que al recuerdo de aquella escena suba incontenible la emoción a mi garganta.

Cuando yo le regresaba la alforjilla, rindiéndole las gracias y recomendándole dar mis saludos a sus padres, me respondió:

-Quiero ser uno de sus soldados, quiero que usted me dé un arma y tiros para pelear contra los bandidos que nos matan en nuestras casas. En la mía supimos -agregó- que usted estaba en la montaña y me vine trayéndole esas cosas para que coma.

Fue incorporado en nuestras fuerzas porque no hubo medio de convencerle de que no podía resistir, debido a su edad, las rudezas de la guerra. Ha tomado parte en 36 combates y hoy en vez de los harapos, luce hermoso uniforme.

Es un NIÑO HOMBRE.

Entre este niño y otros de pocos meses de diferencia en edad con él, incorporado en sus mismas condiciones morales y físicas en aquellos mismos días, sostenían el siguiente diálogo. Habla el primer NIÑO-HOMBRE:

-Me parece que se me ha quitado una montaña del cerebro. Tengo deseos de recorrer las 20 Repúblicas de la América Latina, pues dicen los compañeros que andan con nosotros, y que han venido de aquellas repúblicas a pelear a nuestro lado contra los machos, que somos 90 millones de latinoamericanos, y como tú sabes, estas revoluciones tienen por objeto unir nuestra raza contra los imperialistas yanquis.

-Está bueno, hermano -responde su interlocutor- que pienses en viajar y no perdamos las esperanzas de que más de una vez iremos de Delegados de nuestro país a aquellas bellas tierras.

¿Podrían estos niños pensar como ahora lo hacen si hubieran continuado viviendo ignorados en sus jacales?

2. Una cuarenticinquitío. Están sentados a una mesita un hombre, su esposa y su hijo. La esposa deshoja unos tamales de elote calientes que con cuajada de leche y otros manjares del campo hacen la alegría del hogar. El marido sonríe al plato, conversando animadamente sobre los acontecimientos que la guerra antiimperialista ha desencadenado. El niño da grandes sorbos al café con leche, mientras hace reconvenciones al gato que en aquel momento sube al tabanco.

El marido: -Vieja, es una sinvergüenzada que se va a terminar la guerra contra los yanquis invasores y yo no voy a tomar parte en ningún combate. ¿Qué podría contar cuando a la llegada a Managua me preguntaran algo de esta gran campaña?

La esposa: -De veras, hijo, a mí me daría pena que no tuvieras nada que contar; además que no sólo por contar debes ir, sino porque es una obligación prestar servicios a esta causa que es de todos nosotros. Prepárame un poco de provisiones y te vas a penquear a los machos.

3. Dos niños que juegan. Dos niños de 6 a 7 años de edad, hijos de los soldados, juegan a la guerra en el centro de la casa mientras una lluvia torrencial hace desbordar los ríos. Uno de ellos tiene un carrito de juguete y el otro una gorra. El de la gorra le dice a su compañero.

-Te compro el carrito.

-¿Y qué me das tú? -responde el otro.

-Esta gorra y unos botones.

-Ah -dice el del carrito- poniendo en el gesto la seriedad de sus frases, para eso hay necesidad de quince días de conferencias y reunir a todo el Ejército para ver si se puede hacer el negocio... Y siguen jugando a la guerra.

Estos diálogos entre campesinos y muchachos del Ejército me hacen comprender que la lucha que hemos emprendido dará abundantes frutos para bien del progreso moral e intelectual de nuestros pueblos; y aún a despecho de los abyectos, nadie podrá borrar el odio que hoy existe en los habitantes de Las Segovias contra los yanquis.


PATRIA Y LIBERTAD.

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