viernes, 25 de junio de 2010

LA CRISIS DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL

por Arturo Jauretche

LA SOCIEDAD CRIOLLA DEL INTERIOR

Desde mediados del siglo XIX el interior está totalmente derrotado y dominada a sangre y fuego la resistencia de las últimas montoneras fedérales. Empobrecida la "gente principal" y privada la clase inferior de sus jefes naturales, ésta deja de ser actora en la historia; la población continúa emigrando lentamente hacia el litoral, como empezó a hacerlo desde el comercio libre, o se resigna a la miseria endémica que será su característica durante un largo período de tiempo. Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, suministrarán los contingentes de estacionales que proporcionan brazos a la industria azucarera tucumana, sumándose a los locales; más adelante el obraje y luego el algodón abrirán otros horizontes a santiagueños y correntinos en los chacos.(1) También comenzaron a bajar cuadrillas provincianas hacia la cosecha del maíz en el Sur de Santa Fe y el Norte de Buenos Aires.
Este trabajo que supone el nomadismo, termina por desarticular la familia de la plebe provinciana, que pierde su carácter patriarcal con el alejamiento de los varones y por la aparición de una economía de numerario que concurre, con la desarticulación de la vida familiar, a destruir los hábitos culinarios tradicionalmente fundados en el aprovechamiento al máximo de los frutos locales, que una sabiduría antigua había dado a las mujeres hacendosas de las clases populares: los quesillos, el zapallo, el maíz, la algarroba, la miel silvestre y sus múltiples aprovechamientos. También perecen las actividades artesanales, la talabartería regional, el tejido, la alfarería y las industrias de la madera.
El ferrocarril que cumple finalidades de cohesión geopolítica, en lo que resta del virreynato del Río de la Plata, y acerca la producción de los ingenios a los mercados del litoral, devora a su paso los últimos restos de la economía doméstica y artesanal, pues entrega el menguado mercado del interior a la manufactura de importación y aun a los productos alimenticios provenientes del litoral, que sustituyen las bases de la alimentación popular provinciana; alrededor de los míseros ranchos las "latitas", la madera, el cartón y el papel de los envoltorios del "almacén del turco", forman un círculo de despojos que testimonia el abandono de los hábitos laminares de autoabastecimiento y también de higiene y decoro. Se abandonan los trigos tempranos de regadío que no pueden competir con los de la "pampa gringa", y los pastizales también de regadío que pierden su valor con la extinción de la ganadería local de los yeguarizos o mulares. Estos no pueden coexistir, lo mismo que los carruajes de producción local, con el moderno medio de transporte. (2)
El ferrocarril altera hasta la geografía: los pueblos del interior se han ido escalonando en función de las aguadas a medida que avanzó la conquista; pero el riel no se ajusta al zigzagueante rumbo de los viejos caminos, y va rectamente a los terminales del Norte, escalonando las estaciones y paradas. Las estaciones y paradas se distancian de las viejas poblaciones, y nacen otras a su alrededor —a muchas de las cuales el tren debe proporcionar también el agua—, que crecen adventicias, desdoblando los viejos pueblos que van muriendo. Los nuevos nacen y mueren al paso de cada tren; algunos tienen una actividad transitoria mientras dura el obraje. Durante la primera guerra el ferrocarril se comió en leña todos los bosques de su trayecto.
El progreso ha destruido la vieja sociedad de características semifeudales del interior, haciéndola teóricamente más igualitaria con un trabajo libre que lo sustituye por algo mucho más terrible: la tiranía del "conchabador"; ahora el individuo es un ente aislado de la familia, cuya comunidad de producción se ha hecho incompatible con el comercialismo y cuya unidad de grupo organizado se quiebra con el nomadismo y los hábitos que este genera, entre los que cuenta el alcoholismo, la mujer pública y las enfermedades que se suman.
Al establecerse el servicio militar obligatorio, las cifras de inaptos de las "provincias pobres" irán acumulando, año por año, la comprobación de estos efecto; el progreso, en lugar de levantar las clases inferiores de esas provincias, termina por sumergirlas completamente, haciendo más profunda la diferencia con la "gente principal" empobrecida también, pero sin la pérdida de elementos esenciales para la vida y la cultura.
No es muy brillante el horizonte de esta “gente principal” que sólo puede cubrir las apariencias. El presupuesto nacional y los desmedrados presupuestos provinciales ofrecen un recurso a sus miembros y hasta establecen grados entre ellos. No es lo mismo ser maestro provincial que maestro nacional de la Ley Láinez, y no es lo mismo ejercer una profesión liberal sin otra entrada, que ayudarse con las cátedras del Colegio nacional. Las familias que pasan por “acomodadas” se alivian con la emigración de sus hijos, que buscan la magistratura o la burocracia porteña, o trabajar en las profesiones liberales, después de haber estudiado gracias al empleito público conseguido por el pariente o amigo político que tiene “influencias” en Buenos Aires. Las escuelas normales proporcionan a las mujeres un títulos que las habilita para emplearse de la Patagonia al Chaco, en el sacrificado magisterio que sus colegas porteñas eluden. Las “provincias pobres” se convierten en criaderos de emigrantes, que con su tonada y su melancólico recuerdo de la tierra natal, encontramos en todos los ámbitos de la República. (3)

EL CRIOLLAJE DEL LITORAL

Pero veamos la población criolla del litoral, originaria o venida del interior en su continuada migración.
El gauchaje de las pampas del litoral había sido en parte absorbido por el ejército de línea de la Guerra de Fronteras. Muy pocos eran propietarios de la tierra; generalmente, los que pasaban por tales, eran simples poseedores ignorantes de las argucias necesarias para perfeccionar sus títulos, y en general continuaba respecto de ellos, la situación de la "gente inferior" que ya se ha considerado anteriormente.
Las "Leyes de Vagos" continuaban vigentes, y el Juez de Paz disponía de la persona, la familia y los bienes del gaucho. Nos ahorramos de repetir a Martín Fierro. Estos mismos hombres que han hecho la guerra de fronteras para ensanchar el hinterland del progreso agropecuario, los "milicos" de la conquista del desierto que conquistaron para otros, sólo conocen por excepción algún menguado reparto de tierras, que no consulta la necesidad de crearles, paralelamente, los métodos y hábitos de la economía de numerario a la que el país se incorpora. Solucionar esto es una preocupación dominante en Hernández.(4)
Sin acceso a la propiedad ni al comercio, el criollo del litoral será luego el peón ganadero, para lo que posee una técnica de que carece el inmigrante. También le quedarán reservados oficios que provienen de la civilización del cuero, en tanto la talabartería industrial no lo vaya desalojando, o será resero, domador, carrero, actividades libres de la dependencia permanente del patrón estanciero. En la estancia misma no todos son mensuales y puesteros: hasta que la valorización de la tierra provoca el desalojo de los intrusos, gran parte del criollaje vive tolerado en las estancias primitivas.(5)

LA EXPANSIÓN AGROPECUARIA

El frigorífico transforma la economía ganadera y da origen a la estancia moderna, reemplazando con el abastecimiento del mercado británico, al saladero correspondiente al mercado tropical del tasajo, para el que bastaban las formas primitivas de explotación rural e industrial, sólo posibles con la mano de obra criolla que dominaban su técnica. Contemporáneamente, la agricultura cerealera irrumpe en la producción argentina. Para que ésta sea posible ha sido necesario el progreso técnico, que recién toma importancia en la segunda mitad del siglo XIX, y cuyos efectos se hacen sentir del 80 en adelante.
Cuenta en esto el ferrocarril, que permitirá el desarrollo de la agricultura con sus gruesos volúmenes de transporte; otro elemento técnico es el alambrado, factor decisivo. A diferencia de Europa, donde lo excepcional es la ganadería, permanentemente controlada por el pastor —en el caso de la oveja— con el ronzal, la estabulación o la vigilancia del personal en el pastoreo de vacunos o yeguarizos, en el Río de la Plata la agricultura es imposible sin el cercamiento de los sembrados: las pampas no tienen el bosque con que contó Nueva Inglaterra para cercar en los primeros tiempos; apenas la zanja —del "inglés zanjeador" seguramente irlandés de que habla Martín Fierro— o el cerco de tunas o plantas espinosas que ofrecen una precaria defensa contra la invasión de los semovientes. Esto excluye cualquier posibilidad de desarrollo agrícola importante antes da la aparición del alambrado, en un país en que las haciendas son "como un agitado mar de lomos multicolores”, siempre en movimiento hacia las pasturas.
El litoral ha sido importador de harinas y cereales; el signo cambia totalmente y se convertirá en “granero de Europa”. Esto, como se ha dicho, sólo podía ser producto de la aparición de nuevos medios técnicos, pero la técnica obedece a quien la dirige y en este sentido el motor es más obediente que el caballo. Los liberales, para quienes la protección industrial y cualquier intervención del Estado hacia la promoción de una economía integradora era un atentado a la libertad de comercio, no han vacilado en establecer la protección para facilitar el desarrollo de la agricultura en sus etapas iniciales. Horacio C. Giberti (“El Desarrollo Agrario Argentino” Ed. EUDEBA, Pág. 22), dice: La corriente agrícola se vio robustecida cuando se adoptaron medidas proteccionistas que gravaban la importación de gran os y harinas. Merced a ella pudo vencerse la postergación de siglos; surgió entonces una corriente que primero apuntó a sustituir importaciones, pero más tarde ganó confianza e invadió los mercados tradicionales.
Esto sirve para precisar el verdadero sentido de ese liberalismo cuyo doctrinarismo es intransigente o elástico, según las directivas de la política económica, promovidas desde afuera: la doctrina es válida, sólo en cuanto favorece el desarrollo del país como abastecedor de materias primas. Lo mismo ocurre con la inmigración: el Estado no intervencionista, cuando se trata de promover integración económica nacional, opera como intervencionista al tomar medidas que favorecen la organización de la producción dependiente: Como proveedor de mano de obra el Estado desempeñó su función más importante estimulando y organizando la inmigración masiva desde Europa (Sergio Bagú, “Evolución histórica de la estratificación social de la Argentina”). Pero allí se detuvo porque se buscaba mano de obra barata y no la estabilización social de los migrados. Promovió la inmigración, pero no la distribución de la tierra correspondiente, que hubiera perjudicado las estructuras preexistentes y el monocultivo buscado por el Imperio.
Continuando la cita del mismo autor, veremos cómo se comportó frente a los trabajadores criollos, también interviniendo: Distribuyó algunos millares de indios “conquistados”, dictó leyes y reglamentos para impedir la movilidad física del trabajador rural del país y someterlo contra su voluntad a condiciones muy precarias de trabajo.
Con más extensión, trata el tema Manuel García Soriano en los números I, de mayo de 1960, y II, de mayo de 1962, de “Revisión histórica”, publicación del Centro “Alejandro Heredia”, de Tucumán.

LA INMIGRACIÓN EN EL MEDIO RURAL

Corresponde a la expansión agrícola, la ola inmigratoria que cambiará la composición demográfica del litoral. En segundo término, la transformación ganadera que absorbe, como se ha dicho, parte de la mano de obra nativa, pero no absorbe la desocupación del criollaje en crecimiento vegetativo, que lo arroja a la competencia con la mano de obra importada en el mercado del trabajo agrícola, a raíz de la destrucción, con la estancia moderna, de los medios de supervivencia que facilitaba la vieja estancia: el radicarse en los rancheríos de los suburbios pueblerinos, sin hogar de asiento estable, y en el nomadismo del bracero.
En "Política y sociedad en una época de transición", de Germani, se lee: La inmigración comenzó a partir de la segunda mitad del siglo pasado pero se mantuvo a un promedio inferior a los 10.000 anuales hasta 1880, en que alcanzó en el decenio 80-90 un promedio de 64.000 inmigrantes... el máximo anual fue alcanzado en la primera década del siglo (112.000 de promedio), y en particular en años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial, en que se registró el récord con un saldo en la inmigración de ultramar de más de 200.000 personas. Después de la interrupción provocada por el conflicto, la década de 1920-1930 volvió a registrar saldos muy altos.
La inmigración pone en contacto dos sociedades completamente distintas, tanto en su técnica como en su mentalidad. El criollo del litoral ignoraba la agricultura y en cambio tenía el total dominio técnico del trabajo ganadero. Visto desde el trabajo tradicional, el “gringo” era un incapaz: no sabía domar ni estaquear un cuero, parar rodeo o arrear hacienda, hacer adobe o el “chorizo”, quinchar un rancho... Andaba en el campo a pie y perdido como “turco en la neblina”. Desde el punto de vista de la cultura criolla, el “gringo” era un inculto. Un ser débil, con una debilidad nunca mejor expresada que en aquel verso magistral del Martín Fierro:

Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco,
y lo augaron en tai charco
por causante de la peste;
tenía los ojos celestes
como potrillito zarco.

Pero en cambio, el "gringo" venía de una sociedad en pleno desarrollo económico y social, del que el criollo, miembro de la clase inferior, estaba excluido por la vigencia de los estamentos sociales provenientes de la Colonia y que la derrota de los federales había consolidado definitivamente; su alteración era imposible dentro de la sociedad en que se había formado.
Ya veremos cómo 50 años después de acelerarse la inmigración sigue siendo cierta para la "gente principal" y sus "nuevos" provenientes de la inmigración, la discriminación que hará con el "cabecita negra", a pesar de la transformación de la economía y la composición de la sociedad argentina.
Si el nativo carece tradicionalmente de perspectivas y por ende de voluntad de ascenso social, carece también de los conceptos de propiedad y acumulación de riqueza como medio de poder que están implícitos en el deseo de emigrar: la riqueza es para el criollo simplemente capacidad de consumo, y sus consumos están limitados a los de una sociedad primitiva; resuelto lo imprescindible para la existencia, la apetencia es sólo de bienes de lujo: aperos, ponchos, percales, pañuelos de seda, armas y los "vicios". Sin acceso a la propiedad de la tierra, los límites de su acumulación no pueden ir más allá de la tropilla y algunos semovientes en los casos más prósperos. Los lujos, "las prendas", son su único ahorro, que lo bancan en un apuro o en el juego.
Se comparará su aptitud en la lucha por la vida con la del extranjero, partiendo del supuesto de una inferioridad que ha sido decretada de antemano; el éxito individual de gran parte de los inmigrantes servirá para el cotejo, olvidando que el europeo forma parte de la economía que se inicia, mientras que el nativo pertenece a la sociedad cuya técnica va a cambiarse, no sólo en las formas de trabajo, sino que también en su fundamento, que es ahora el comercio y el manejo de numerario, para el que no está preparado. De tal modo, su superioridad técnica anterior se convierte en su debilidad cuando la técnica se mide en el mostrador por el cálculo comercial: se olvida también que el cotejo se hace con un individuo de selección para el struggle for life, como gustaban decir los "progresistas", porque de las aldeas europeas emigraron los más audaces, los más caracterizados por su individualismo, los posibles Cortés y Pizarro de otra época, y no los desprovistos de espíritu de conquista, que se quedaron allá.
Nadie se preocupó, como lo había querido Hernández por promover la paulatina adaptación de los nativos a la nueva realidad. Por el contrario estaban deliberadamente excluidos en el presupuesto de la sociedad de imagen europea que se buscaba y, además, hubiera contrariado las exigencias del progreso acelerado que reclamaban los mercados de ultramar, misión impostergable que sólo podría cumplir aceleradamente la inmigración. (Cincuenta años después se verá que su adaptación fue posible, creando condiciones favorables, como las creó la última gran guerra, cuando la industrialización tomó impulso y no hubo mano extranjera disponible; los que aprendieron todas las técnicas del trabajo industrial hasta colocarse en condiciones de eficiencia a un nivel técnico equivalente y muchas veces superior a los mejores obreros del mundo. ¿Por qué no habrían aprendido y practicado las artes mucho más elementales y afines con su índole del trabado agrícola? Y sin llegar tan a lo contemporáneo: ¿fue inferior al inmigrante el bracero criollo, cuando el agotamiento de las posibilidades ganaderas de trabajo, lo forzó a adquirir las técnicas de la agricultura?

LA COMPOSICIÓN DE LAS CLASES RURALES

Afortunadamente, la economía agrícola de zona templada, y mucho más antes de la mecanización, no facilita la concentración típica de la plantación tropical que hubiera excluido una nueva composición de las clases. Demandó una relativamente numerosa clase de propietarios y arrendatarios de extensiones limitadas y la formación de familias por encima del nivel proletario, facilitando un comercio de campaña diversificado, que comprendía el suministro de subsistencias e instrumentos de trabajo y el acopio de los frutos de la producción, numerosas actividades de transporte, de crédito, etc., que van formando estratos intermedios que a su vez exigen la ampliación del aparato burocrático del Estado y dan margen a la existencia de profesionales liberales. Todo esto formará parte de la infraestructura de la producción agrícola para la exportación, como se verá más adelante.
La clase media surge como lógica consecuencia. Dice Giberti de los extranjeros, según el censo de 1914: En el medio rural, constituían el grueso de una incipiente clase media, ubicada entre dos sectores esencialmente nativos: los estancieros y los peones. Cabe recordar —agrega— que la mayoría de los chacareros argentinos descendían en línea directa de los primeros colonos inmigrantes de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, cosa que no ocurría con los peones, casi siempre criollos de vieja estirpe. Veamos pues, ahora en el medio rural, que la inmigración coloca usa cuña entre las dos clases tradicionales: es la clase media que aparece.
Con todo, el crecimiento de esta clase media rural estuvo limitada por la valorización desmesurada de la tierra, cuyo valor venal se ha relacionado siempre en nuestro país, más con la especulación en expectativa que con los valores de producción.(6)
Faltó una colonización sistemática, organizada por el Estado – fueron excepcionales las contadas colonias de Santa Fe y Entre Ríos, donde ella se operó por el Estado o por instituciones particulares dirigidas a ese fin y no al especulativo--. Si la conquista del desierto no había servido para la radicación de criollos en calidad de propietarios sino para la formación de enormes latifundios, el auge agrícola no fue acompañado tampoco de una colonización dirigida ahora en beneficio de los extranjeros y sus descendientes, a quienes no se podía imputar los defectos atribuidos al criollo. Sólo se fraccionaron tierras en medida muy inferior a la demanda –y especulando con este desequilibrio- por obra de particulares, por la división hereditaria que determinaba el código civil o a consecuencia de aquellas dilapidaciones patrimoniales de los “ausentistas” de que ya se ha hablado.
Pero, paralelamente, la ganadería moderna propulsaba una nueva concentración. Esto se notó particularmente en la provincia de Buenos Aires por su mayor cercanía al frigorífico exportador.
En gran parte, la agricultura se destinó a “hacer campo” –tarea que antes cumplían las yeguadas--, en especial para la ganadería de invernada. El propietario no vendía campos, lo arrendaba especificando la calidad de la siembra y el porcentaje, porque el objeto último, al terminar el arrendamiento, era la obligación del chacarero de entregar el lote alfalfado, momento en que era retirado de la agricultura para dedicarlo al inverne; aun en el caso de que la zona no fuera apta para la alfalfa, en los campos de cría, una vez “hecho el campo” era susceptible para las avenas o la cebada y aun los trigos, doble propósito cuyo objeto era el mantenimiento de las haciendas, y subsidiariamente la cosecha. Giberti nos señala que: Buenos Aires en 1899 sembraba menos trigo, maíz y lino que Santa Fe; la sorpresa muy holgadamente para 1908 y comienza después una declinación agrícola, pues las sementeras habían cumplido ya la función de servir como cabecera para la implantación de la alfalfa.
En estas condiciones, al ponerse la tierra fuera del alcance del agricultor como propietario, principalmente en la provincia de Buenos Aires, el sistema de arrendamientos concilió el proporcionar tierra al chacarero temporariamente, y asegurarle al propietario del suelo la preparación de los capos para la invernada sin hacer inversiones para obtener las pasturas. Por el contrario, el chacarero se lo hacía gratis después de pagar los porcentajes de arrendamiento. Giberti, que hace la reflexión, señala: En 1914 sobre 75.500 chacareros arrendatarios, aparceros o medianeros, 42.300 (56%) tenían convenios por menos de tres años y 10.600 por ese lapso. Apenas 13.000 (17%) habían pactado por cinco años o más. Tal precariedad impedía toda preocupación por conservar el suelo y obligaba a vivir sin comodidades, los campos carecían de mejoras y todo era efímero. El propietario de la tierra poco interés ponía en ofrecer campos con más mejoras, o retribuir las que incorporaba el arrendatario o aparcero, porque ellas entorpecían el posterior ciclo ganadero.
Agreguemos que los contratos obligaban a sembrar desde la puerta del rancho hasta el alambrado medianero, y en una sola especie, lo que excluía la posibilidad de cualquier explotación granjera o la diversificación, que supone instalaciones aptas, inconciliables con la escasa duración del contrato y el destino a un solo cultivo de la tierra arrendada. Entonces se criticará al colono "gringo" por su desidia, como se ha hecho antes con el gaucho.
Prácticamente el arrendatario con el monocultivo trabaja en el tiempo de las aradas, el de las siembras y el de la cosecha, oportunidades en que debe apelar al bracero, porque al no haber diversificación todas las tareas deben cumplirse dentro de términos cortos; el resto del año estará mano sobre mano, con lo que terminará siendo más un comerciante que un agricultor: contrata tierra y mano de obra, vende cereal. No hay posibilidades para el asentamiento familiar de una estructura agraria permanente. Agrega Giberti: El modo de vida así forjado debería tener más tarde proyecciones negativas, pues, aun convertidos en propietarios, muchos chacareros conservarán hábitos y rutinas, los malos hábitos adquiridos en los años iniciales.
La observación de Bialet Massé en 1904 es la comprobación de lo dicho, y eso que se refiere a Santa Fe, donde las condiciones son más favorables para la chacra: La agricultura de Santa Fe, no es de las llamadas de arraigo, no es una industria en el sentido verdadero de la palabra, sino un negocio accidental que atiende al momento presente, sin cuidarse ni remotamente del porvenir.
Si la propiedad de la tierra había sido inaccesible para el criollo de la clase inferior en la época de la economía puramente ganadera, cuando las aptitudes técnicas estaban a su favor, en poco tiempo —con la valorización— vino a serlo también para el extranjero a pesar de sus aptitudes agrícolas; al nomadismo individual del criollo se suma el nomadismo familiar del chacarero, en lo azaroso de una agricultura que lo obligaba a jugarse todos los años a una sola carta y que también tendía a alejarlo del agro y mucho más a sus descendientes. De esto resultó que, el mal endémico del latifundio, que en la época de la ganadería primitiva podría explicarse en parte por su carácter extensivo, no permitió la constitución de una sociedad agraria de ancha base cuando apareció la posibilidad de la explotación más intensiva.
Hubo permanentemente una falta de proporción entre el volumen de la producción y las bases sociales de la misma: se llamó Gran Argentina —esa que añora nuestro "medio pelo" como una supuesta Jauja de ayer— a una imagen puramente crematística desvinculada con los resultados sociales del esfuerzo productivo, en la que las estadísticas de la riqueza general no se corresponde con la de la riqueza social, que es la que determina la grandeza o la pequeñez de una Nación. Es cierto que gran número de inmigrantes y sus descendientes ascendieron a favor de este progreso agropecuario; pero ese ascenso no fue ni relativamente proporcional al de la producción del país, cuyos resultados económicos se volcaron en mínima parte en los productores y los elementos nacionales del comercio y la distribución: es que la famosa "canasta de pan del mundo" se organizaba cuidando que quedara poco aquí para que el abastecimiento fuera barato en la metrópoli. Sólo un mínimo costo de producción, el imprescindible para que viviera la "gallina de los huevos de oro" en la época en que nos recuerdan con los saldos de exportación, ignorando los faltantes del consumo interno.
Si pocos decenios antes los EE.UU. habían capitalizado su prosperidad agrícola para proyectarla en la expansión interna, aquí la capitalizaba muy parcialmente un reducido grupo de propietarios, que derrochó su mayor parte en consumos superfluos; el grueso de los frutos de la tierra y el trabajo iba a la estructura extranjera y monopolística del transporte terrestre y marítimo, y el seguro; a los consorcios, también extranjeros, de comercialización, y a los importadores que además de disponer de un copioso margen de utilidades, tenían a su disposición los ahorros argentinos a través de una política bancaria que financiaba a los exportadores en sus compras internas, y a los importadores en sus compras externas y en sus facilidades de venta interna.
Sergio Bagú dice a este respecto que: sólo después de la guerra del 14 el agricultor y el pequeño ganadero encontraron cierto apoyo por parte de las instituciones bancarias y que en cambio el gran terrateniente y ganadero dispuso siempre de crédito hipotecario y bancario para financiar las operaciones de ganado. Y agrega: el industrial y el comerciante, en cambio, tropezaron siempre con una actitud muy reticente por parte de los bancos... la financiación de esas actividades estuvo casi por completo dentro de la órbita de reinversiones de los beneficios de capital. Complejo y vasto sistema de financiación y capitalización de éste, que en ningún momento funciona al azar, sino movido por un criterio permanente y específico cuyos resultados hablan de su eficacia. Acertado señalamiento es éste, al que sólo le falta indicar la política extranjera que no dejaba funcionar el azar, sino que se movía con un criterio permanente y específico.
A esta política correspondió el establecimiento de casi todos los bancos particulares y de las sucursales de los bancos extranjeros que daban en la Argentina la impresión de inversiones cuantiosas, cuando en realidad con un reducido capital, muchas veces suscripto en la plaza, podían disponer de la masa de los depósitos de sus carteras, provenientes del ahorro nacional y también por el redescuento de los documentos sobre los depósitos del Banco de la Nación. Este mismo fue, durante mucho tiempo, instrumento de esta política, porque el crédito sólo se movía en función del prestigio de la firma y del carácter de la actividad que desarrollaba, es decir, para los grandes proletarios de tierras y ganados. Hubo, por excepción, dos o tres bancos particulares, constituidos por comerciantes extranjeros de la plaza, inmigrantes prósperos cuya especialidad fue el comercio de campaña y las casas mayoristas que proveían al mismo; también financiaban importaciones, las de los mayoristas, pero daban margen al comercio de campaña para que fuera al banco de los agricultores a cambio de hacer parte de los acopios, como reciprocidad, pero también con el riesgo de las malas cosechas. De este modo el comerciante de campaña fue durante muchos años el único banquero de la agricultura.
Sólo por la nacionalización de la banca y el manejo del crédito en función de prioridades nacionales –entre los cuales contó por fin la industria, desde la creación del Banco Industrial por Castillo—bajo la dirección de Miranda, durante Perón, se modificó la estructura financiera creada para la dependencia, dando al mismo tiempo acceso directo al crédito bancario a los productores rurales.
Sería injusto recordar las grandes utilidades que obtuvieron estos comerciantes sin recordar que también corrieron con los riesgos de la agricultura como generales que saben morir al frente de sus tropas.
Lo recuerdo a don Manuel García, patrón del "Sol de Mayo" de mi pueblo, una casa de comercio que tenía manzana y media techada, tal era su importancia, con sucursales en General Pinto, Arenaza, Pasteur y otros pueblos más. Se derrumbó en una crisis agrarias, pero vivió largos años rodeado de la consideración de los pueblos que había fundado y promovido; desde Pasteur, uno de ellos, donde vivía en una casita que le había regalado el vecindario, una vez por mes hacía uso del pase libre que le regalaba el Ferrocarril Oeste porque había sido durante 20 años el cargador más importante de la línea y pasaba unos días en Buenos Aires en una lujosa residencia frente a la Plaza Libertad, domicilio del que había sido abogado de su casa de comercio. ¡Gallego lindo don Manuel García!
Alguien ha dicho que la única reforma agraria que había habido aquí la hicieron la Bute Montmartre y los joyeros y modistos de París, pues proviene de los que derrocharon sus patrimonios en Europa, vendiendo sus campos.
Hubo otra que fue la Ley de Arrendamientos de Perón, que expropió gran parte de la renta de los terratenientes en beneficio de los chacareros y tomó, con el I.A.P.L, los beneficios del exportador y los destinó al desarrollo más integral de la economía y a las subvenciones destinadas a mantener el bajo costo de vida.
De todos modos, gran parte del sector arrendatario pudo así capitalizarse y ser hoy propietarios del predio que ocupan. Lo malo es que, a lo mejor, ahora lo está explotando a través de otro, y le hace mala cara a la Ley de Arrendamientos.
Y ahora vamos a dejar el campo y arrimarnos a la ciudad.

Notas

1. Bialet Massé hablando de las provincias pobres y su decadencia dice: En La Rioja y Catamarca familias que se llevaban de sorpresa cuando se les decía que entre los montes de su estancia se hallaban ruinas de canales de mampostería hidráulica, estribos de alcantarillas y paredes de represas; acá un olivo vetusto y de puro chupones, falto de poda por medio siglo, allá un grueso de plantas degeneradas de café caracolillo: en unas partes el mir vuelto al estado silvestre; en otras, higueras retoñadas sobre troncos de edad desconocida; y todo junto demostrando que había habido allí un sistema de riego y fertilizadores, de una agricultura que nada tenía que envidiar a las vegas de Valencia y de Granada; implantadas por los Jesuitas, explotadas por los segundones más nobles de la península. (“Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina”, presentado al Ministro del Interior, Joaquín V. González).

2. Giberti ("El desarrollo agrario argentino", pág. 23, Ed. Eudeba), explica el cierre de los molinos harineros de centros agrícolas de la pampa "gringa" a pesar de estar situados sobre el cereal, caso de Esperanza, que llegó a contar con 10, y dice: Tarifas ferroviarias que gravaban menos las materias primas que los productos elaborados dieron más movilidad a aquéllas, y los establecimientos elaboradores pasaron a concentrarse en los núcleos urbanos principales, como la Capital Federal, Rosario, Santa Fe, etc. Sólo basta generalizar el caso de la harina para comprender que si la tarifa tuvo esa incidencia en la distribución interna de la economía con mayor razón operó en favor de la importación manufacturera, por lo cual el dominio del ferrocarril fue instrumento de promoción o de atraso, tanto para dirigir el progreso en el sentido inconveniente a sus dueños, como para impedirlo en el sentido inconveniente. Ellos determinan el destino de las naciones, lo mismo que el manejo del crédito y la moneda; éstos no pueden ser extranjeros ni estar subordinados a intereses particulares; así, el problema de una supuesta y mejor administración privada de los transportes y los bancos como bienes resulta minúsculo, porque lo que importa es su incidencia en la totalidad del complejo económico nacional. Es como si entregáramos el manejo de las armas de la Nación a Generales extranjeros porque son más baratos —o mejores—olvidándonos de los fines nacionales de las instituciones armadas. Y la verdad es que ferrocarriles y bancos pesan más en el destino de la Patria que los cañones y las espadas, porque el que domina la economía se hace dueño, por su manejo de la publicidad y las jerarquías intelectuales, del manejo del país, y por ende de las mismas Fuerzas Armadas. Así se puede perder en Caseros lo que se ganó en Ituzaingó, y puede desangrarse un pueblo en una guerra de independencia, para crear una nueva dependencia invisible que convierte a las FF.AA. en gendarmería de los nuevos dominadores, con una enseñanza que incapacita al soldado para la verdadera defensa nacional.
El ferrocarril en abanico fue organizado conforme la exigencia exterior de promover un desarrollo parcial, no sólo en el recorrido, sino que también en la tarifa.
En una ocasión, hace muchos años, llevé a un fabricante de alpargatas la prueba de cómo se utilizaba la tarifa parabólica del Ferrocarril Sur, para perjudicarlo en beneficio de un competidor extranjero, y a pesar de la evidencia, fue incapaz de generalizar el problema a toda la industria nacional. Este era un hombre instruido.
Homero Manzi me contó una vez, que en una estación perdida de Santiago del Estero, se aproximaron a la ventanilla del tren algunos "changos", vendedores de empanadas, pero les sacó ventaja un paisanito que por venir a caballo, estaba más al alcance de la ventanilla.
Homero le dijo: —Vos sos un hombre grande. ¿Por qué no dejas a los chicos que se la rebusquen?
Y el paisanito le contestó: —La única ventaja que nos ha traído el ferrocarril es algún porteño que compre empanadas y no se la puedo dejar a los changos.
El paisanito sabía más economía política y más historia de la buena, que el industrial. Porque es mejor el analfabetismo que aprender mal las cosas.

3. La derrota se refugia en el humorismo. Entre la “gente principal” de provincia se registra el “foguista”. Se le llama así al marido de la maestra nacional, porque es tal la desproporción entre el sueldo nacional y el provincial, que el que se saca la lotería de una maestra de Escuela Láinez, comete un error trabajando por el módico estipendio provinciano.
Su tarea consiste en madrugar para encender el fuego y preparar el desayuno a su pedagógica consorte. Después y durante las horas de clase lo debe apagar, para economizar combustible, y tiene tiempo para echar la “siesta del burro” hasta un rato antes del almuerzo, en que vuelve a encender el fuego y pone la olla para el puchero. Por eso le llaman “foguista”.
Después de la segunda siesta, a la tardecita, irá al club o a la confitería, tal vez a la plaza, y allí la tertulia donde concurren también los otros principales, entre los cuales alternan colegas, legisladores, tal vez el gobernador, periodistas y algunos profesionales. Ni la pobreza, ni el parasitismo deshonran en una medianía sin destino, cuando ya se ha renunciado al sueño de Buenos Aires.

4. José Hernández en “Instrucción del Estanciero” (Peña, Del Giúdice, editores – Buenos aires, 1953), tiene un capítulo sobre el tema: “Formación de colonias con hijos del país”. Dice entre otras cosas:
Cada propietario encierra bajo el alambrado a un extenso número de leguas de campo arrojando de allí a cuantos no son empleados de las faenas de su establecimiento. Y habla del trabajo estacional. Los trabajos rurales tienen sus épocas fijas, fuera de las cuales la gente tiene que permanecer forzosamente ociosa. En la campaña no hay el recurso que presentan las ciudades y alquilar por unos cuantos pesos un cuarto en donde vivir con su familia, y el recurso de salir todas las mañanas a procurarse por medio de trabajos de ocasión, los elementos necesarios para la subsistencia.
¿Qué hace el hijo de la campaña que no tiene campo, que no tiene donde hacer su rancho, que no tiene trabajo durante muchos meses al año, y que se ve frente a frente con una familia sumida en la miseria?
Cuatro o seis colonias de hijos del país, harían más beneficios y producirían mejores resultados que el mejor régimen policial y que las más severas disposiciones contra lo que se ha dado en clasificar de vagancia.
Tenemos el ejemplo con lo que ha pasado en San Carlos, Partido de Bolívar. En 1877 se dio la ley, con el objeto de donar chacras en aquel paraje puramente a los hijos del país, y en 1878 se fundó el pueblo por el agrimensor Hernández. A pesar de los sucesos políticos, que han intervenido la marcha de la administración, San Carlos, fundado todo con hijos del país, tiene actualmente más de cien casas; más de doscientas chacras pobladas y cultivadas con grandes sementeras de maíz, trigo y otros cereales; más de cuarenta mil árboles de toda clase; mucha hacienda de toda especie y una población activa y laboriosa de tres mil argentinos. A lo largo de las líneas férreas, o próxima a ella, deben fundarse colonias de hijos del país; dándoles tierras, semillas, herramientas, animales de labranza y, en fin, cuanto con tanta generosidad y justo motivo damos a los colonos extranjeros... Así no habría necesidad de Ley de Vagos.

5. En "Los profetas del odio", digo: ...se toleraba que en todos los rincones del campo hubiera ranchos con intrusos, que de padres a hijos se criaban allí, disponiendo de campo para su majadita, su tropilla, su lechera y sus gallinas; el estanciero hacía la vista gorda si veía algún cuero estaqueado y a lo sumo lo reclamaba para "las casas". La hacienda valía poco, poco el campo y poco las mejoras. El hombre no formaba parte del personal del establecimiento; changaba afuera: un arreo, las alambradas, las esquilas, pocero, alguna vez en el pasto. Los siete oficios y ninguno bueno del paisano sin oficio. Pero se iba tirando. El campo gratuito proveía a las necesidades fundamentales de la familia: techo y alimentación. El numerario que se necesitaba era escaso —para los ''vicios" y algunas prendas— y salía de esas changas, de unas plumas de avestruz y algunos cuentos. La mujer ayudaba en algo a proveerlo; una era lavandera, otra comadrona o curandera: quien hacía pasteles o quien era tejedora o bordadora o juntaba los huevos de las gallinas, y los muchachos peludeaban, levantaban nidos en el juncal, hacían leña en el monte...
El hombre sólo debía al estanciero su trabajo en la yerra —una “junción” dirá Fierro—, su voto en las elecciones y su lanza en las revoluciones.
Esa economía patriarcal murió con el frigorífico y el refinamiento de las haciendas...
Así que la población rural se hizo suburbana y se avecindó en los rancheríos de latas y desperdicios, crecieron los pueblos con esa población flotante que venía del campo pero junto al mísero techo no hubo majadas, ni gallinas, ni lechera, ni trabajo para la mujer. Ya no hubo hogar, sino simplemente un dormidero. Ya no hubo economía familiar, pues ésta se tornó numeraria, y el hombre empezó a vivir en la larga espera de la changa.
En las aradas y en el pasto encontró algún trabajo en invierno —cada vez menos pues la motorización lo eliminaba de las aradas y disminuía el consumo porteño de alfalfa. A fin del año, 20 ó 30 días de trabajo en la cosecha fina —a su vez, la corta y trilla que reemplazaba a la trilladora disminuía la demanda de brazos— y después a esperar el maíz con los primeros fríos, donde trabajaba toda la familia en cuadrilla, a destajo por bolsa...
Así nació el “croto” que ahuyentó al linyera. La miseria del “croto” corrió la pobreza del linyera: éste era el inmigrante golondrina –italiano generalmente—que aprovechando la oposición del clima de los dos hemisferios empalmaba las cosechas de su país con las del nuestro. El golondrina no pudo competir con el brazo barato del peón criollo.
Ninguno de los intelectuales se ha puesto a averiguar por qué se llama “croto” al linyera nativo. Esto es porque siendo Gobernador de Buenos Aires don José Camilo Croto, se le quejaron los ingleses de los ferrocarriles por la cantidad de paisanos que se colaba en los trenes de carga. Don José Camilo resolvió salomónicamente el entredicho limitando a doce colados por tren de carga. Cuando los oficiales de policía en la recorrida controlaban el número de pasajeros, contaban hasta doce, haciendo bajar al resto.
Ustedes siguen por Croto, decían. Y de “crotos” les quedó el nombre

6. Entre nosotros la tierra tiene un valor venal separado del que determina su productividad. Es que a la tierra se le incorpora valor especulativo en función del futuro, determinado por el simple transcurso del tiempo. Es lo que quería decir don Lucas Olmos, el famoso terrateniente cordobés cuando le preguntaron qué había que echar al campo: --Hay que echarle años, contestó. Años que significan caminos, rieles, pobladores, todo producto del esfuerzo colectivo y no del propietario.
Agreguemos la política bancaria y especialmente del Banco Hipotecario Nacional que aumentaba la capacidad de compra de la demanda, dando crédito a los propietarios ansiosos de agrandar sus bienes. Además, a cada depreciación de la moneda, el campo aparece como un medio de colocación que compensa la depreciación de la moneda, y aun, incrementa la inversión; también actuó en aquel sentido una burguesía comercial e industrial sin conciencia histórica que retira sus utilidades de la fuente de sus recursos, es decir, de la reinversión industrial, para hacer su patrimonio territorial o, como se verá más adelante, para lograr el acceso al plano social de la familia tradicional.

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