viernes, 12 de marzo de 2010

LA SOCIEDAD TRADICIONAL


por Arturo Jauretche

FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES Y DESPUEBLE

El "Diccionario de los conquistadores del Río de la Plata", de Lafuente Machain, sólo incluye por excepción algún apellido correspondiente a la actual guía social de Buenos Aires; en cambio son frecuentes en los sindicatos, tanto en los "cabecitas negras" provenientes del interior, como en gente de origen paisano de la provincia de Bue­nos Aires.
Es que a diferencia de Europa —donde la sociedad aristócrata proviene de la nobleza feudal— en Buenos Ai­res la alta clase es directamente de origen burgués.
Allá los estamentos feudales, basados en el dominio territorial y en la espada, fueron penetrados por la bur­guesía a medida que el desarrollo del estado moderno rom­pía la estructura política feudal, paralelamente con la des­aparición del aislamiento geográfico. Aquí la alta sociedad no proviene de un feudalismo prexistente: nace directa­mente de la incorporación del Río de la Plata al mercado mundial; es burguesa desde sus orígenes.
Buenos Aires se funda como un fuerte y la plata de su engañoso reclamo metálico no existe. Tampoco la posi­bilidad de la encomienda que permite asentarse a los colo­nizadores sobre una base de vasallos o siervos, en un re­medo de la sociedad medieval europea. Además de la falta de mano de obra indígena, el clima y el suelo no son pro­picios al establecimiento de la plantación, en la que el esclavo pudiera reemplazarlos. Ni existen ganados, ni la agri­cultura del clima templado es posible porque el transporte marítimo, a una distancia tan grande como la del extremo sur, sólo es hábil con su menguado tonelaje para el co­mercio de los metales preciosos o las mercaderías agrícolas de primera como el añil, el tabaco, el algodón, el azúcar, etc., que toleran altos fletes.

Así la propiedad privada de la tierra no tiene sentido más allá de las pocas chacras necesarias para el abastecimiento del fuerte. Buenos Aires no es más que “una puerta de la tierra”, pero de entrada, no de salida, en el camino al Perú de los metales. Su creación es una exigencia política que Gil Munilla esclarece en su libro sobre la fundación del Virreynato del Río de la Plata: poner un obstáculo al avance portugués y crear una base en el Atlántico Sur para cerrar el acceso del estrecho de Magallanes a los navíos holandeses e ingleses cuyo objetivo son los puertos en el Pacífico.

El fuerte fundado por don Pedro de Mendoza carece de abastecimientos y no puede subsistir: sus pobladores emigran al Paraguay, donde se establecen.

Allí el repartimiento de los indios, más dóciles y abun­dantes, y que conocen algunas artes de agricultura, y la variedad de los frutos de la tierra que proporciona ali­mentos sustitutivos o complementarios de los habituales del europeo, hacen posible una economía doméstica de auto-satisfacción[1].

SEGUNDA FUNDACIÓN

De Asunción bajan ochenta años después, con Juan de Garay, los autores de la Segunda Fundación. Pero las
circunstancias han cambiado por el milagro de la multi­plicación de las haciendas provenientes de Europa: las pampas se han poblado de baguales y cimarrones y esta nueva riqueza hará del nuevo fuerte una villa y de la villa una metrópoli. Así vacunos y yeguarizos signarán por si­glos el destino del Río de la Plata constituyendo su riqueza básica, sobre un medio geográfico que parece estuvo a la expectativa de este destino desde los orígenes de los tiempos[2].
Ahora el mantenimiento y prosperidad de la funda­ción está asegurado porque existe su base elemental: la alimentación proporcionada sin necesidad de una mano de obra prexistente, en una ganadería que más se apro­xima a la caza que a la producción rural. Además, los nuevos pobladores tienen experiencia americana: son los "mancebos" de la tierra, hijos puros de españoles o mes­tizos, hábiles ya en las artes necesarias para la vida ame­ricana. Sobre la base del abastecimiento de carnes y cue­ros —cuyo aprovechamiento en sustitución de otros recur­sos permite hablar de una "civilización del cuero"— los repartimientos de las tierras colindantes con la villa bas­tan para complementar, desde las "chácharas", el manteni­miento de la misma con tambos y huertas.
Es una economía como la asunceña, autosuficiente, sin perspectivas de riqueza, con intercambios domésticos, modestas construcciones y hábitos elementales de convi­vencia social.
La misma ganadería, que ha resuelto el problema de la subsistencia, provocará el cambio incorporando a Bue­nos Aires al mercado mundial, dando vida al puerto que genera la base de una economía burguesa de riqueza en expansión. De aquí provendrá el establecimiento de la bur­guesía que es raíz histórica de la actual clase alta argentina.

El pregón hecho en Asunción y repetido en Santa Fe por el cau­dillo Juan de Garay, recluta "vecinos" de estas ciudades y "estantes". El "vecino" tiene privilegio por nacimiento, como los hijosdalgos es­pañoles, entre los que cuenta el de los cargos públicos y el poder soli­citar "merced" de tierras con reparto de indios. Aquí se crea un de­recho típico del Río de la Plata: el de "accionar" contra "cimarrones" y "baguales", es decir, hacer "vaquerías", apropiándose de estas ha­ciendas; además, desde que contrae matrimonio y tiene casa poblada puede ingresar al Cabildo como Alcalde o Regidor. Su obligación esen­cial es empuñar las armas.

Los "estantes" que se han incorporado a la fundación respon­diendo al pregón: "constituidos por domiciliados llegados recientemente de España o descendientes de "vecinos" de las ciudades fundadoras adquieren también condición de "vecinos" en la nueva población con todos sus privilegios. (José María Rosa, "Historia Argentina").
Así derechos patrimoniales y cívicos se van fijando en la clase constituida por los descendientes de los fundadores juntamente con las obligaciones que surgen del servicio de las armas[3].
Toca ahora explicar por qué esos hidalgos fundadores desapare­cen del primer plano social hasta el punto que se ha señalado al principio de que sus linajes no existan en la alta sociedad porteña.

APARICIÓN DE LA BURGUESÍA PORTEÑA. CONTRABANDO Y TRATA DE NEGROS

Como consecuencia del derrumbe de la economía española empezada bajo los Austria y acelerada por la in­fluencia del oro de América, que convierte a la metrópoli en un poderoso comprador externo en beneficio de las industrias francesas, flamencas e italianas, y en perjui­cio de la interna, en España se van creando las condiciones que reflejará la literatura picaresca: un país de gran des señores, lacayos y mendigos en la misma medida que decaen las artesanías y el agro. Ahora no emigran a Amé­rica los hombres de espada, sino cirujanos, maestros, ar­tesanos y menestrales, comerciantes, y hasta jornaleros
para las chacras a falta de indios encomendados o negros esclavos.
Desde fines del siglo XVII van llegando a Buenos Aires judíos portugueses, catalanes, vascos, asturianos, que no son simples emigrantes de la metrópoli; son gente con re­cursos monetarios atraídas por las posibilidades económi­cas que crea el negocio del contrabando de cueros y la im­portación de esclavos. En poco tiempo se constituye una burguesía poderosa que consigue que los cargos del Ca­bildo sean puestos a la venta con lo que, por la posesión del dinero, desplazan a los descendientes de los fundadores en las funciones públicas. Así ocurre con todos los privile­gios de éstos y aun con sus obligaciones de la milicia; los viejos herederos son desplazados políticamente —como ya lo habían sido económicamente con la venta en remate de su antiguo privilegio de las "vaquerías"— a medida que Buenos Aires deja de ser una pobre villa de economía cerrada y se incorpora al mercado internacional.
Dice José María Rosa, a quien estamos siguiendo: Una nueva manera de vivir sucede en el siglo XVII a la he­roica del siglo XVI, corre el dinero y las mercaderías de contrabando mientras se desvalorizan los productos de las chacras. Ya no habrá "vecinos" ni "domiciliarios", sino ricos y pobres, "clase principal", también llamada "sana y decente", y clase inferior.
Los principales, dueños del dinero, sustituyen a la vie­ja aristocracia vecinal; la burguesía mercantil al feudalis­mo militar[4].
Recién en este momento surgen las estancias pues las excesivas “vaquerías”, en competencia con las incursiones de los indios araucanos, ahora dueños del caballo que les permite cruzar los desiertos intermedios entre la cordillera y la pampa, y hacer sus arreos hacia Chile, amenazan terminar con “baguales” y “cimarrones”.[5]
Se hace necesario “aquerenciar” las haciendas y llevarlas a la propiedad privada, pues hasta ese momento “baguales” y “cimarrones” eran propiedad de la Corona, sólo concedida al “vecino” accionero para su aprovechamiento en las “vaquerías”. Así junto al origen de la estancia argentina está la propiedad privada de las haciendas[6].
Conviene señalarlo, pues hay una larga tradición, especialmente en cierta izquierda, que en el afán de atribuir a América los fenómenos sociales y económicos de Europa, supone que necesariamente la estancia fue anterior al desarrollo de la burguesía, y hace surgir a ésta de la estancia, cuando el proceso fue precisamente inverso. Hasta ha inventado un término al caso –feudal-burgués-- para hacer conciliables la realidad que no está en sus libros, con las lecciones importadas.
De este cambio de situaciones originado, como se ha dicho, en la transformación de la villa-fuerte en puerto comercial –vinculado al comercio mundial por el contrabando y las sucesivas excepciones al monopolio hasta llegar a la libertad de comercio—surge el hecho que el siglo XVIII contempla ya consolidado: la burguesía y sus dependientes urbanos que constituyen la clase principal de la sociedad, mientras lo que pudo ser una aristocracia fundadora, proveniente de la hidalguía del “vecino”, pasa a constituir la clase inferior, predominantemente suburbana o rural. Es así, por esta inversión de las clases que los linajes fundadores de los hidalgos, provienen el orillero y el gaucho, en tanto que la burguesía inmigrada posteriormente constituirá lo que se ha de llamar la aristocracia argentina.

EL DESCLASAMIENTO DE LOS VECINOS FUNDADORES

La nueva y alta clase, la de los ricos, va comprando los lotes urbanos bien situados y el crecimiento de la Villa asiste a la sustitución del caserío de adobe y "chorizo", por las casas de ladrillos de los nuevos. Los descendientes de los fundadores, cuyos derechos y privilegios han pasado a los ricos, ceden su lugar en la urbe a los descendientes de contrabandistas y comerciantes y se van retirando hacia el suburbio como peones de las matanzas ("matanzeros"), carreros, jornaleros o vagos sin oficio. Aun los que conservan las chacras en propiedad y atienden con los tam­bos y las huertas al abasto de la ciudad, según se multiplican se van desclasando, y el conjunto de los descendientes de unos y otros van poblando la campaña, unas veces como intrusos en las mercedes reales, otros como peones de las mismas; o simplemente se asientan en las tierras no repartidas, atendiendo a su subsistencia con los recursos que proporcionan las habilidades del gaucho carente de propiedad. Terminarán prácticamente adscriptos a la estancia de los nuevos en una servidumbre atenuada por la posibilidad permanente de evasión que ofrece al gaucho la amplitud del espacio y la abundancia de recursos naturales.
Contra éste se alzarán las Leyes de Vagos vigentes hasta finales del siglo pasado destinadas a resolver a favor de los propietarios, el conflicto entre los derechos reales del titular y los consuetudinarios del ocupante, para quien campo y hacienda continúan siendo res nullius.

GENTE PRINCIPAL (PARTE SANA Y DECENTE DE LA POBLACIÓN) Y GENTE INFERIOR

Esta constitución de la sociedad en dos clases: la gen­te principal o decente, parte sana de la población, y la gente inferior estará vigente en la sociedad argentina has­ta fines del siglo XIX[7].
Pero no es simplemente la riqueza la que determina la caracterización de estas dos clases, pues si en la clase in­ferior” todos son pobres, no toda la "gente principal o decente" es rica; esta se integra con un amplio sector de habitantes urbanos que en ciertas artesanías o en funciones dependientes de las actividades comerciales u oficiales go­zan relativamente del mismo status.
Este sector, si desprovisto de los medios de los ricos, por su residencia urbana participa de la vida cívica y reli­giosa y comparte sus pautas, sobre todo en una vida fami­liar conforme a las exigencias éticas de la clase principal.
En cambio, el habitante de los suburbios y la campaña, radiado de hecho de esa convivencia por las distancias y el aislamiento, va perdiendo el hábito de las normas cívicas y religiosas que practicó originariamente.
Excluido de las normas de la vida urbana se resien­te principalmente en su organización familiar, pues la di­ficultad de transporte y la azarosa vida de la naturaleza sin control social, civil y religioso, destruye la práctica de las uniones matrimoniales legítimas, dificultosas y muchas veces imposibles, y no exigidas por el consenso del medio. Así la ilegitimidad del nacimiento se va convirtiendo en un elemento característico de la "clase inferior", y con él hasta la pérdida de la memoria del linaje, a diferencia de lo que ocurre en el medio urbano donde los pobres de la "clase principal" se aferran a las prácticas que le aseguran su permanencia en la misma. Dice Juan Agustín García en "La Ciudad Indiana": desaparece la familia cristiana en la clase proletaria, deshecha por el nuevo medio".
Estos dos estratos —"principales" e "inferiores"— si bien se corresponden con diferencias económicas, no coin­ciden con la habitual distinción de las clases en altas, in­termedia y bajas; definen la estructura social de la Co­lonia y aun la posterior a la independencia durante casi todo el siglo XIX y persisten hasta que se organiza la pro­ducción agrícola y ganadera en vasta escala, conjuntamen­te con la incorporación de los inmigrantes al país (En todo caso la distinción entre las clases altas y las medias sólo podría hacerse dentro del esquema de la "clase principal") Para ser "gente decente o principal" no es imprescindi­ble ser rico, aunque obste una pobreza extrema que puede desplazar hacia la clase inferior por sus efectos mediatos, que ya se han visto al hablar del desclasamiento de los fun­dadores de Buenos Aires. Lo inexcusable es no practicar las pautas sociales comunes a toda la "gente decente" ajus­tándose a la ética y al modo del medio urbano cívico-reli­gioso, cosa posible mientras hay un mínimo económico; así el cuidado de su situación se hace obsesivo en los estratos más pobres de la "gente principal" pues perderlo significa sumergirse en el abismo de la ''gente inferior" a la que le está cerrada toda posibilidad de ascenso futuro. La condi­ción sine qua non para pertenecer a la "gente decente" se vincula esencialmente a un elemento cultural: el linaje, cu­ya única exigencia es la filiación legítima transmitida fa­miliarmente. El individuo antes que por sus hechos signi­fica por su correcta situación de familia. Aquí está el elemento de separación entre los dos estratos que hace de los "inferiores" algo parecido a una casta de intocables con las atenuaciones de una sociedad reducida y de religión ca­tólica.
En Buenos Aires los gauchos provenientes de los pri­meros pobladores, constituyen el grueso de la "gente infe­rior" que tiene una situación peculiar; no es la del siervo de la gleba por la inexistencia previa del feudalismo territorial; son hombres libres, pero sin posibilidades de ser propietarios. Marginales en la economía viven en la alter­nativa del peón estable u ocasional y del gaucho alzado[8].

EL CAUDILLO "SINDICATO DEL GAUCHO"

La guerra de la Independencia, y la Independencia misma, no alteran la situación de fondo. Pero la guerra da a la clase inferior una movilidad que la saca de su situa­ción pasiva al incorporarla a la milicia. La caída econó­mica del interior con el derrumbe de su artesanado a consecuencia del comercio libre desplaza también hacia la clase inferior a sectores cuyas actividades económicas le habían permitido mantenerlo en el estrato casi marginal de la "gente decente".
Aparece el caudillo. Será primero el caudillo de la In­dependencia, militar o no, que hace la recluta de sus sol­dados en la clase inferior, lo cual es ya un motivo de fric­ción de la "gente principal" con el jefe, salido generalmen­te de la misma, porque al hacer soldado al peón, lo priva de su brazo perjudicando la explotación de sus bienes. En es­te conflicto el caudillo, jefe militar, hostilizado por la "gen­te principal" se hace fuerte en la solidaridad que la guerra crea entre la tropa y el mando. De esta manera el militar deviene caudillo, y más en la medida que la guerra de recursos hace depender el éxito de una absoluta identifica­ción, que para esa guerra es más eficaz que los reglamentos de cuartel y el arte académico de mandar.
Dice José María Paz en sus "Memorias" (Ed. Cultura Argentina, 1917) refiriéndose al general Martín Güemes: Principió por identificarse con los gauchos en su traje y formas..., ...desde entonces empleó el bien conocido arbitrio de otros caudillos, de indisponer a la plebe con las clases elevadas de la sociedad. (Como se ve, esta terminología está todavía vigente, cuando se altera el predominio exclusivo de la clase principal).
Agrega: Adorado de los gauchos que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, el Protector y Padre de los Pobres como le llamaban.
(El abuso de la expresión carismática, en cuanto ésta implica una elección de los dioses, es en mi concepto un modo de retacear la verdadera significación del caudillo como hecho social, pues tiende a darle un carácter de magia o brujería a una adhesión consciente de la masa en el terreno de los intereses, aunque ésta se haya hecho subconsciente una vez dados los elementos de prestigio y autoridad y el acatamiento consiguiente. No otra cosa he querido significar en “Los Profetas del Odio” cuando digo que el Caudillo es el sindicato del gaucho).

FEDERALES Y UNITARIOS ANTE EL HECHO SOCIAL

Joaquín Díaz de Vivar (Revista del Instituto de Investigación Histórica "Juan Manuel de Rosas". N° 22: Pág. 147), refiriéndose a la única institución consuetudinaria de nuestra Constitución vigente, el Ejecutivo fuerte, dice que los Estatutos Provinciales Constitucionales que lo crearon se inspiraban en la realidad social a que estaban destina­dos: Por su parte las organizaciones lugareñas, las de las provincias argentinas en las que convivían políticamente su clase principal, cuyos representantes ocupaban una silla curul en su legislatura y frente a ello, su más importante magistratura, el Gobernador que era —casi siempreel jefe natural de las muchedumbres rurales, sobre todo, y a veces también de las urbanas; el gobernador, que era una especie de personalidad hipostasiada de ese mismo pueblo, de esas masas que habían hecho la historia argentina y que se expresaban a través de su natural conductor, ese alu­dido gobernador, que indistintamente era plebeyo como Es­tanislao López o el "Indio" Heredia (no obstante su casa­miento con la linajuda Fernández Cornejo) o "Quebracho" López o Nazario Benavídez, o que era un hidalgo como Ar­tigas, como Quiroga, como Güemes y desde luego como Juan Manuel de Rosas.
Lo dicho por Díaz de Vivar trasciende al Derecho Pú­blico y explica en mucho las substanciales diferencias en­tre federales y unitarios, pues revela que los primeros com­prendieron la relación entre el derecho y el hecho social, frente a los revolucionarios teóricos, nutridos de ideologías y de proposiciones importadas cuyo supuesto igualitaris­mo democrático era el producto de la consideración exclusi­va de uno de los estratos sociales: el de la "gente princi­pal" o "decente" y prescindía de la existencia de los infe­riores. Mientras para los federales el pueblo tenía una sig­nificación total —ahora dirían totalitaria— para los unita­rios es sola la clase principal, la parte “sana y decente” de la población como ahora.
Veamos el debate sobre el sufragio en la Constitución Unitaria de 1828. En el artículo 6° se excluía del derecho al voto a los criados a sueldo, peones, jornaleros y soldados de línea. Galisteo expresa la oposición federal diciendo: El jornalero y el doméstico no están libres de los deberes que la República les impone, tampoco deben estar pri­vados de sus voces... al contrario, son estos sujetos, precisamente, de quienes se echa mano en tiempos de guerra para el servicio militar.
Dorrego dice: He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero... Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases y se advertirá quieres van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresa en el artículo, es una pequeñísima parte del país que tal vez no exceda de la vigésima parte... ¿Es posible esto en un país republicano?... ¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la so­ciedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?... Seña­lando a la bancada unitaria agregó: He aquí la aristocracia del dinero y si esto es así podría ponerse en giro la suerte del país y merccarse... Sería fácil influir en las elecciones; porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una cierta porción de capitalistas... Y en ese caso, hablemos claro: ¡El que formaría la elección sería el Banco! Con razón Estanislao López escribía en 1831: Los unitarios se han arrogado exclusivamente la calidad de hombres decentes y han proclamado en su rabioso despecho que sus rivales, es decir, la inmensa mayoría de los ciudadanos argentinos, son hordas de salvajes y una chusma y una canalla vil y despreciable que es preciso exterminar para constituir la República (José María Rosa, ''Historia Argentina", tomo, IV, pág. 53 y sig.). En el mismo debate Ugarteche protestaba por los derechos que se le negaban a los nativos y los privilegios que se le acordaban a los extranjeros: Yo quisiera saber en qué país hay tanta generosidad... Todas nuestras tierras las vamos vendiendo a extranjeros y mañana dirá la Inglaterra: esos terrenos son míos, por­que la mayor parte de tus propietarios son súbditos míos, luego yo soy dueña de esas propiedades. Y lo que no se pudo el año 1806 con las bayonetas cuando todavía éramos muy tontos se podrá con las guineas y las libras inglesas...

Trasladémonos ahora al escenario actual y percibiremos las ver­daderas filiaciones históricas que no son las que distribuyen los profesores de Educación Democrática; también se ve clarito que los jefes federales percibían la identidad de la voluntad popular con los inte­reses nacionales, y la de los privilegiados con los extranjeros.

Con la caída del Partido Federal y los caudillos la cla­se inferior deja de ser elemento activo de la historia; su presencia en la vida del Estado no alteraba la situación en la relación de los estratos sociales entre sí, pero obligaba a contarla como parte de la sociedad.
Después de Caseros, y más precisamente de Pavón, deja de jugar papel alguno y es sólo sujeto pasivo de la historia. Sus problemas no cuentan en las soluciones a bus­car, ni sus inquietudes nacionales perturban las directivas imperiales. La política será cuestión exclusiva de la "gente principal" durante más de cincuenta años.
LA CLASE ALTA SE AMPLÍA
Volviendo a la gente principal, veamos ahora como se va conformando dentro de ella la clase alta porteña.
Ya se ha visto su origen burgués; por lo mismo nunca fue muy exclusivista. Durante la Colonia era muy reciente su estabilización para que obstaculizase la incorporación de los nuevos ricos y además muy escasos los contactos exteriores que permitiesen la relación con la hidalguía metro­politana; en este sentido sólo contaron las alianzas matri­moniales con funcionarios reales o sus descendientes que daban prestigio social a la burguesía. (Así don Bernardino González Rivadavia contaba entre sus numerosas vanida­des la muy importante de haberse casado con la hija del Virrey del Pino).
Las sucesivas capas de burguesía comercial iban inte­grando la alta clase en la medida de su ascenso económico, y hasta los bolicheros de campaña tuvieron sus descendien­tes en ella cuando sus recursos le permitieron pasar al con­trabando primero, o hacerse estancieros directamente. La estancia, a su vez iba dejando de ser un complemento del comercio, como originalmente, para pasar a fundamento de la riqueza y la posición social; así de la estancia, sin haber pasado por el mostrador vienen por ejemplo los Ugarte; de un modesto vasco cuyo hijo, un notable jurista saltó en primera promoción a la alta clase, y ya cuenta entre la gente de peso en la primera mitad del siglo pasado, caso parecido al de los Unzué, que tampoco provienen de la bur­guesía de los siglos XVII y XVIII[9].
La permeabilidad se hizo mayor con el contacto que el comercio libre estableció con el mundo europeo. Se despertó entonces la preocupación por estilos y modos de sociabilidad que importaban los primeros viajeros comerciales y que mucho después, en el apogeo de la economía agropecuaria, se iría a buscar a Europa, pagando el derecho de piso en la etapa de los “rastacueros” y el "guarango" cuando brasiliens et argentines aparecieron en los grandes hoteles o en el mundo de las demimondaines, tirando manteca al techo. (Porque la alta clase argentina tuvo su época correspondiente al "medio pelo" actual y jugó su papel en otra dimensión geográfica y cultural —lejos del país y con resonancia apagada en el discreto "cotorreo" de los ya iniciados, y ante la sonrisa complaciente de una sociedad acostumbrada a los traspiés del pródigo “meteco”, que iba pasando las etapas del guarango y del tilingo hasta llegar al asentamiento.)
El más numeroso núcleo de viajeros comerciales fue el de los súbditos británicos que nos visitaron y recorrieron el país, unas veces como corredores de comercio y siempre como informantes del Imperio en expansión, por lo que nos han dejado una abundante y muy ilustrativa literatura sobre la época; se trataba de jóvenes procedentes de las clases medias inglesas y vástagos de la burguesía comercial e industrial que estaban cumpliendo el aprendizaje del mundo que sus padres les exigían antes de incorporarlos a sus negocios. Muchos quedaron aquí, en el asiento local de los mismos, de la banca y el comercio exterior. Otros fundaron establecimientos rurales.
Sabido es que el más modesto hijo de John Bull en el exterior trata de practicar entre los nativos –aun lo hace hoy hasta entre los nativos norteamericanos, sus primos rurales—las maneras del gentleman, que frecuentemente sólo conoce por referencia y a costa de un sacrificado entrenamiento. Lo ayuda la seguridad, que aun sigue siendo la típica del inglés en el exterior, de que los extranjeros son los indígenas y el aplomo que le da una diferenciación que como gentleman cuida minuciosamente en los modos; está, además, vigilado por los otros residentes británicos, pues todos están atentos a que un connacional no desmerezca la imagen que el Imperio exhibe para el exterior. Muy "patán" tiene que ser el recién llegado que no perciba las venteas que le reporta el cuidado de su condición de "gentleman" entre “natives”.
Fácil les fue a los "nuevos" acceder a los salones porteños de la más alta categoría que se honraron en recibirlos y obsequiarlos, así los entronques familiares y de fortunas se realizaron con facilidad a medida que las danzas europeas desplazaban a los bailes típicos de la colonia y el mate era desalojado de los salones por el té.

También hubo una numerosa incorporación de otras procedencias europeas, constituida en especial por ex oficiales de los ejércitos napoleónicos, algunos de los cuales participaron en nuestra guerra de la Independencia, burócratas o miembros de la pequeña nobleza bonapartista en derrota con la Restauración, igual que secundones de la minimizada nobleza centro-europea, o del abigarrado y confuso nobiliario italiano de los bajos rangos; también muchos profesionales y hasta artistas y artesanos de calidad: plateros, dibujantes, pintores, etc. De tal manera no es sólo la relación en los niveles del alto comercio y la propiedad lo que determina la incorporación de estos extranjeros. Se estaba a la búsqueda del “buen tono” europeo que ellos aportaban en sustitución del que había caracterizado las formas tradicionales de la Colonia.

CASEROS Y LAS NUEVAS INCORPORACIONES

Después de Caseros se producen otras incorporaciores.
La literatura de los expatriados ha hecho creer duran­te mucho tiempo que ellos representaban lo más granado de dicha sociedad, olvidando que ya para la época rosista la propiedad de la tierra, aun en los provenientes de la burguesía originaria había pasado a ser rasgo de más alta calificación que el comercio. Si Rosas dice despectivamente y para menoscabar a sus adversarios agiotistas y especuladores del puerto de Buenos Aires, es porque ya se ha establecido una diferenciación cualitativa a favor de la clase estanciera. La verdad es que al principio los ganaderos y terratenientes habían constituido la base originaria de los federales porteños; pero después gran parte de ellos —los '"Libres del Sur"— se habían alzado contra el "Tira­no" por su política nacional que perturbaba, con los blo­queos, el comercio exterior, afectando el valor de las ha­ciendas. Muchos no se sublevaron, porque no les dio el cuero para tanto, pero ya Rosas —como expresión del interés general de la Nación que los perjudicaba— había perdido el apoyo de los grandes terratenientes y éstos se incorporaron enseguida al bando de los vencedores; el conflicto con el gobierno de Paraná dio oportunidad a los rezagados para incorporarse. Los que no lo hicieron lo pagaron con un “luto social” y quedaron marginados de la alta clase, por lo menos en la acción pública, durante varios decenios.
Por la brecha abierta entraron nuevos aportes provenientes de familias principales de provincias que habían he­cho mérito en la expatriación, y otros de extracción más modesta, como Mitre y sus generales uruguayos. También la victoria y el poder político los proveyó de recursos para establecerse en el nuevo nivel social.
La incorporación de nuevos a través de la fortuna comercial y territorial, o el ejercicio destacado de las profesiones liberales o de la política, se fue haciendo paulatinamente con argentinos de primera y segunda generación.

"PRINCIPALES" PORTEÑOS Y PROVINCIANOS

Esta permeabilidad de la alta clase pareció tener una solución de continuidad en la crisis del 80 como consecuencia de la derrota política de los viejos porteños. Con Roca pasan a la esfera política nacional figuras de la “gente principal” de provincias; en esa medida el roquismo significa una integración nacional pues después de Pavón sólo habían contado los porteños y aporteñados. Ahora el poder estaba en manos de la “liga de gobernadores” y el caudillo del ejército, también provinciano.
La alta clase resistió la incorporación de estos “nuevos” a pesar de que por su origen arribeño ostentaban mejor genealogía que sus antepasados, comerciantes abajeños. La actitud del riflero del 80 continuando a los pandilleros contra los chupandinos –al margen de las motivaciones político-económicas del unitarismo porteño—corresponde a una postura de rechazo social, en su esquema mental que sigue siendo el que originó "civilización y barbarie". A la oposición ciudad-campaña en cada provincia, identificada con la oposición gente decente-plebe en lo social, se corresponden la oposición del puerto, ciudad de las lu­ces, a los “catorce ranchos”.
Bien está que la gente principal de provincias ejerza su despotismo ilustrado, —que sigue siendo la idea democrática de los liberales aun hoy— como representante lo­cal de la alta clase porteña; pero resulta inadmisible que esos provincianos intenten ponerse a su nivel político y social en Buenos Aires.
Vencidos los porteños, la alta clase opuso a los vencedores llegados a las altas funciones de gobierno una reti­cencia despectiva y una agresividad humorística, mayor que a los "parvenus" surgidos del agio y la especulación en el ''boom" económico de la época. La literatura porteña de fin de siglo alterna la ridiculización del "rasta" cuyos troncos Orloff y los Landós, Victorias y Cupés ofendían sensibilidad de los antiguos, con la de las maneras y mo­dos de decir de los provincianos. Esta actitud también cuen­ta en la confusa motivación de la Revolución del 90, a la que no fue ajena el revanchismo de los vencidos en Los Co­rrales y Puente Alsina.
Pero los políticos provincianos se aporteñaron rápidamente a la vez que se afincaban como estancieros de la provincia de Buenos Aires. Juárez Celman estanciero dejará pronto de ser el “burrito cordobés” como Roca y Avellaneda han dejado de ser tucumanos.

NOTAS

[1] Horacio C. Giberti (“El desarrollo agrario argentino'' - Ed. Eudeba -1964 – Pág. 8) dice: "...la llanura pampeana que hoy concentra casi todo nuestro patrimonio económico, constituía poco menos que un desierto, donde pa­decían penurias de hambre casi todos los conquistadores que incursionaron por su suelo. Los querandíes de Buenos Aires no conocieron una sola planta cultivada, ignoraban totalmente la agricultura, carecían de animales domésticos y llevaban una pobre vida nómade. Los españoles no pudieron cargar sobre ellos ni sobre ninguna otra tribu pampeana el peso de su mantenimiento”.

[2] Azara, en un cálculo desmesurado, dice que hacia 1700, las cabezas de ganado existentes en las pampas llegaban a 48.000.000. Y Lozano ("Historia de la Conquista del Río de la Plata"), sin ser tan preciso, habla de millones. De todos modos lo cierto es que la multiplicación ha sido prodigiosa.

[3] Dice José María Rosa (Historia Argentina – T-3 – Ed. Granda – Pág. 243): “Las Leyes de Indias equiparaban la nobleza indiana de los vecinos con la peninsular de los hidalgos. Los pobladores tenían el derecho de pedir ejecutoría de su título.” El autor, citando a Solorzano 11 Ley Cuatro, señala que podían hacer información para ese efecto y que ninguno la hizo pues los hijos de vecinos pobladores, se tenían como suficientes hijosdalgo de solar conocido.

[4] Muy ilustrativo es el relato de la forma en que Juan de Vergara, negrero y contrabandista, compró todas las varas de Regidor. Dice José María Rosa: "Se ve allí cómo el poder pasó de la clase de "vecinos" a la confederación de intereses mercantiles ilícitos, constituidos porestantes" que adquirían la condición de “vecinos” por el simple casamiento con hijas de tales. Pronto no fue necesario ni siquiera eso y el acceso a los cargos sólo fue posible a los nobiles, es decir, a los nuevos, pues se hizo condición tener posibles que permitieran comprar la vara comunal. Los cargos se fueron ha­ciendo perpetuos y estos perpetuos eran los contrabandistas o gente dependiente de ellos. Más tarde, agrega, "los hijos de contrabandistas convertidos en honrados mercaderes o estancieros, solos en los derechos y privilegios de los vecinos, postularían y retendrían los cargos vitalicios".

[5] El caballo le permitió al indio del Arauco cruzar los desiertos intermedios entre los valles de la cordillera y la pampa, y el vacuno constituye el objetivo de este nuevo poblamiento indígena. De tal manera la guerra con el indio, a diferencia con otras zonas, fue un conflicto entre dos conquistadores. Este estado de guerra permanente excluye el mestizaje que algunos dan como origen de la población gaucha del litoral y que es excepcional: el caso de algún matrero refugiado en los toldos o de algunos grupos de familias indígenas reducidos, en la parte ocupada por la población blanca. Por eso el gaucho del litoral es de pura cepa española.

[6] La estancia primitiva carece de cercado lo que obliga al aquerenciamiento de las haciendas y al “rodeo” complementado con la institución de los apartes y la marcación, lo que no alcanza a impedir una abundante existencia de “orejanos” y “mostrencos”. El primitivismo de esa estancia se ha imputado a la “incapacidad” del criollo y alcanza a los propietarios. Hudson lo ha explicado: observa que las estancias del siglo XVIII presentan rastros de casa habitación, de monte frutal y de huerta que no existen en las contemporáneas del siglo XIX; que los primitivos pobladores trataron de reproducir el modo agrario que habían conocido en Europa, pero la experiencia les fue enseñando que en una explotación extensiva, de grandes espacios y con haciendas bravías, el hombre debía estar constantemente a caballo, galopando en la distancia para impedir su dispersión. El hogar confortable, la huerta, el monte frutal, el tambo, eran inconciliables con esa forma de trabajo – y aun las gallinas como parece revelarlo las “Instrucciones a los Mayordomos de Estancias” de Juan Manuel de Rosas. No era cuestión de cuidar un zapallo o un duraznero y perder 200 vacas.

[7] La misma estructura que divide la sociedad en dos estamentos impene­trables recíprocamente existe en provincias durante toda la Colonia y persiste, de hecho, casi hasta finales del siglo XIX y en algunas aun hoy. Pero, a diferencia del litoral, la "gente principal" continúa los linajes de los vecinos fundadores. Allí no ocurrió la segunda inmigración de una burguesía que los suplantara. Si bien se establecieron diferencias en la posición económica de la "gente principal", los pobres dentro de esa economía cerrada y con hábitos poco rumbosos, pudieron seguir militando dentro de la misma sin desplazarse hasta la “clase inferior”. Dice Giberti (Op. cit. pág. 8): "Entonces la región más poblada era el Noroeste, con culturas indígenas mucho más evolucionadas, que practicaban agri­cultura con riego, mantenían bajo cultivo más de veinte especies vegetales, do­mesticaban la llama y la alpaca, habitaban casa de piedra, y residían en pobla­ciones estables. Sus tribus sedentarias y más adelantadas proporcionaron buena base para la vida de los conquistadores; una vez batidas militarmente, debían someterse por imposibilidad de transportar sus pueblos y tierras irrigadas. El Noroeste fue entonces la región más densamente poblada, más rica y en contacto más estrecho con la civilización." De la encomienda y el encomendero en su convivencia fue posible el mes­tizaje. Y de esos indios mansos, mestizos y españoles puros alzados, se formómásallá de los regadíos, y con la paulatina desaparición de la encomienda, esa clase inferior del interior, que también recibió la denominación de gauchaje.

[8] Juan Agustín García ("La Ciudad Indiana" - Ed. Ángel Estrada -1900 - Cap. 1), hablando de los habitantes de la campaña en la Colonia, describe su miseria, su situación de intrusos o agregados y su imposibilidad de adquirir propiedad. "Si se arriesgan —los gauchos— a poblar en las tierras realengas de la frontera, serán despojados tarde o temprano por la gente de influencia. Los habitantes de campaña dependían del capricho de! metropolitano bien relacionado, los altos bonetes coloniales monopolizaban a título de concesiones o irrisoria com­pra, las grandes áreas de campo." Agrega que todas las grandes estancias, según un informe oficial están llenas de gauchos sin ningún salario "porque en lugar de tener todos los peones que necesitan, los ricos sólo conservan capataces y esclavos; y esta gente gaucha está a la mira de las avenidas de ganado de la sierra o para las faenas clandestinas de cueros", es decir, trabajo ocasional y a destajo.

[9] La mención de algunos apellidos se hará excepcionalmente utilizando preferentemente aquellos cuyos dueños —en eso liberales consecuentes— no hacen ocultamiento de sus orígenes modestos con una seguridad de "buena clase" que el "medio pelo" no podría entender.

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