por Carlos Mugica
Los cristianos estamos llamados a dar testimonio de la verdad, y a la lucha con todas nuestras fuerzas contra la injusticia, aunque esto traiga, como consecuencia, la cárcel, las torturas, el secuestro y eventualmente la muerte. Frente a esta dura exigencia que existe desde los comienzos de la vida de la Iglesia, la vigorosa palabra de Cristo es nuestro constante aliento: "No teman a los que pueden matar el cuerpo. Teman, más bien, al que puede matar el cuerpo y el alma, y arrojarlos en la gehena (Mateo 10,28). Temamos a esta nueva gehenna que es esta sociedad de consumo; aunque sea de consumo para unos pocos y de hambre para muchos. Esta sociedad para cerrarnos, indiferentes a la terrible violencia que ella encierra. Temamos a esta sociedad que mientras sumerge al pueblo en el hambre y la opresión, propone a una minoría elegida el hedonismo y el erotismo como claves de la felicidad, olvidando una vez más a Jesucristo, quien nos advierte: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Vivimos en un evidente estado de violencia institucionalizada, solamente no perceptible para algún funcionario con mentalidad proscriptiva, e insensible al dolor del pueblo argentino.
¿No es violencia institucionalizada, acaso, la que sufre el obrero que apenas reúne 40.000 pesos mensuales, al tener que pagar el precio de la leche, la carne o el azúcar? ¡No es violencia institucionalizada el aumento cada vez más alarmante de mortalidad infantil, demostrada en las últimas estadísticas oficiales? Este aumento se explica, entre otras razones, porque muchos trabajadores están imposibilitados de pagar los medicamentos indispensables para la vida de sus hijos. Si alguien duda de esta afirmación, que baje a una de las numerosas Villas Miseria, higiénicamente bautizadas Villas de Emergencia, que representan el subconsciente de Buenos Aires. Ellas son la más contundente expresión de la violencia institucionalizada que padece el pueblo, al tener conciencia de que ahí, en la ciudad, hay más de cien mil departamentos vacíos.
La Comisión Permanente del Episcopado Argentino señaló ya el año pasado, la situación dramática de la clase obrera argentina; la creciente proletarización de la clase media; la claudicación de gran parte de los hombres de la Justicia, que hacen caso omiso a las fundadas denuncias de torturas y atropellos que sufren los argentinos. Monseñor Zaspe, arzobispo de Santa Fe, conocido por su serena prudencia en su reciente pastoral Conciencia política y Evangelio caracteriza así la situación que vivimos: “Los resultados de seis años de Revolución Argentina son completamente negativos”. Refiriéndose a los Gobiernos que se han ido sucediendo, califica como hechos muy graves la suspensión de das garantías a constitucionales, el estado de sitio, la extensión de la legislación represiva y la pena de muerte. Y añade "Sin embargo no hubo transformación revolucionaria. Solamente cambios en la conducción, realización de infraestructura, promoción del juego, innumerables planes económicos con los resultados conocidos, carestía de la vida, cierre de fuentes de trabajo inflación, fuga de divisas y capitales, éxodo rural, tambaleo del orden económico Los recientes acontecimientos de Mendoza, San Juan y Tucumán ensombrecen aún más el panorama.
Ahora bien, seamos honestos, ¿esto configura o no un estado de violencia institucionalizada? ¿Cómo no explicarse, entonces es, que surja como consecuencia inevitable, la respuesta violenta que puede llevarnos, si las causas que la engendran no son removidas a un baño de sangre entre argentinos? Algo que, ciertamente, el pueblo no quiere. Hace poco, la Comisión Episcopal Argentina, en ocasión del secuestro del doctor Sallustro, ha reflexionado sobre la realidad argentina, y la necesidad de "una justa convivencia nacional". Señaló que, "cómo pastores, nos pedimos a nosotros mismos entrar, profundamente, en las causas que están generando des encuentros y odios". Es necesario que también nosotros lo hagamos. Ante todo, los hombres que hoy tienen el poder. No será calificando de asesinos a los que responden con violencia a la violencia del régimen, como lograremos la verdaderas paz, como lo señala permanentemente Pablo VI, ésta es fruto de la Justicia.
Si el Gobierno elimina la legislación represiva, y convoca sí inmediato a las paritarias, como lo establece la Ley, entonces si los argentinos comenzarán a creer en una sincera actitud de conciliación nacional. Es necesaria la honestidad de los medios de difusión, castrados por la autocensura, que casi obsesivamente se han ocupado del secuestro del doctor Sallustro, y poca o ninguna atención han otorgado al secuestro de un obrero peronista ─Eduardo Monti─, llevado de comisaría en comisaría, sometido a salvajes torturas que le provocaron la muerte, al llegar a la cárcel de Olmos. Y que recién ahora comienzan a hablar de la situación de Norma Morello, maestra normal detenida por orden del II Cuerpo de Ejército, terriblemente torturada por haber sido fiel a su conducta de militante cristiana, y haber asumido las exigencias del Evangelio.
Nosotros, los hombres de iglesia que hemos contraído la enorme responsabilidad de ser los portavoces del mensaje de Cristo hasta las últimas consecuencias, debemos ser fieles al llamado del Señor y del magisterio: hoy más que nunca nos exigen asumir la defensa de todos los seres humanos pisoteados en su dignidad; pero, sobre todo, como lo recalca el Documento de Justicia del sínodo de Obispos, de los más pobres y oprimidos. Se trata, una vez más, de ser la voz de los que no tienen voz. La verdad os hará libres (Juan 8, 32).
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