lunes, 8 de octubre de 2012
EL DESTINO DE UN CONTINENTE (11)
por Manuel Ugarte
CAPÍTULO
X
ANTE LA VICTORIA ANGLOSAJONA
EVOLUCIÓN DEL HISPANOAMERICANISMO. - LA SITUACIÓN DE EUROPA.
- LA PRIMACÍA MUNDIAL
DE LOS ESTADOS UNIDOS. - FRACASO DEL PANAMERICANISMO. -HACIA EL PORVENIR.
Los pueblos que deben
perdurar se conglomeran en torno de una filiación racial, alrededor del hilo de
oro de una cultura. Nuestra América, hispana por el origen, es esencialmente
latina por sus tendencias e inspiraciones. Si no hace pie en los antecedentes y
en los recuerdos, ¿de dónde sacaría, en medio de la dispersión y el
cosmopolitismo, la fuerza necesaria para preservar su personalidad? Pueblo que
surge renegando de su raza, es pueblo perdido. De acuerdo con esa dirección
todas las fibras deben llevarnos hacia España, Francia e Italia, que sostienen
la cúpula de la civilización secular. La personalidad nacional, las raíces
autóctonas, serán más fuertes, cuanto más copioso sea el riesgo ideal que las
fecunda desde los orígenes.
Al salir de Buenos
Aires, creí poder continuar con más éxito la obra emprendida. Los centros
fundados en diversos países de América se disolvían gradualmente. ¿Qué queda de
aquel maravilloso empuje que animó con sus entusiasmos a la juventud? Unos se
retiraron decepcionados por injusticias, otros perdieron rumbo durante la
conflagración, otros naufragaron en la brega de los partidos. No faltaron los
espíritus apresurados que buscan pretextos para ir desembarazándose de sus
ilusiones, y arrojando, al azar de la carrera, los propios pensamientos para
llegar más pronto. A ello se unió la pugna literaria, dado que el mismo
instinto de emulación que determinó la anarquía política se hace sentir en la
vida intelectual. Pero por encima de estas circunstancias subalternas y
aplicables a un número reducido de hombres, en medio de un conjunto sano y Heno
de vida generosa, hay que buscar las causas que hicieron ilusoria la tentativa
en la irritada desorientación a que dio lugar la guerra. Entre las avalanchas
enloquecidas, un ideal sólo podía ser la frágil hoja de papel que desaparece en
el remolino. Convencido de que en realidad conducía un barco de humo, soñé
intentar una acción diferente desde Europa, fundando una publicación de
carácter continental que reuniera los hilos dispersos, que sirviera de punto de
unión para las esperanzas. ¿Es necesario decir que estas ilusiones se
desvanecieron también y que no ha surgido hasta ahora el Mecenas que pueda
hacer posible esa nueva campaña? Porque quien había empezado la lucha quince
años antes, basado en su independencia económica, salía de Buenos Aires sin más
medio de vida que sus colaboraciones en los periódicos.
Llegué a España en 1919.
Para algunos resultará difícil conciliar mi admiración por la madre patria y
las críticas que en más de una oportunidad he formulado sobre algunas de sus
características. Todo ello nace de un deseo de verla grande. Las "hermosas
páginas" de la historia anglosajona, siempre han reportado ventajas; las
"hermosas páginas" de la nuestra, sólo nos han valido sacrificios. Y
es el ansia de una reacción que superponga a las excelencias conocidas una
conciencia práctica, lo que ha dado a veces a la pluma involuntaria aspereza.
El viejo símil de las
rocas azotadas por los elementos puede aplicarse a los pueblos que en la
historia desarrollan una acción preponderante. A veces cargan con el peso de
todas las culpas, y tienen que resignarse a ser responsables hasta de los crímenes
que se esforzaron por evitar. Al hacerse dueña de un mundo y de un siglo,
España exasperó las declamaciones humanitarias de sus rivales. Y no hay que
basar la historia en la diatriba. En lo que acierta plenamente la opinión es al
calificar la rémora administrativa y la inconsistencia de los métodos
colonizadores. Pero este es un fenómeno posterior a la conquista. El dueño del
Nuevo Mundo cayó de la jactancia en el ensimismamiento, juzgando que el empuje
realizado le conquistaba jerarquía perpetua. Olvidaba que, ya se trate de
pueblos o de aeroplanos, cuando la hélice vacila y se detiene el motor, empieza
el descenso, en forma de vuelo planeado o en forma de catástrofe, según la
habilidad de los pilotos. El tradicionalismo que se reflejó en el manejo de las
colonias no fue más que una desorientación traducida en inmovilidad. Es lo que
lo distingue del tradicionalismo inglés. El culto al pasado reviste en los dos
pueblos caracteres distintos. Lo que ha mantenido Inglaterra son las formas, y
lo que se eterniza en España son las inspiraciones. La mejor prueba de ello es que
las causas por las cuales se perdieron las colonias subsisten aún en su virtud
y operan sobre regiones sujetas al conjunto actual, El centralismo invoca
principios de los cuales se sirven los intereses particulares[147] y a veces las
influencias extrañas, prolongando a través de los siglos las direcciones que
fracasaron.
Con ello se enlaza un
error nuevo, que no es sólo de España, sino también de nuestra América. Me
refiero a la tendencia a intentar política internacional con fragmentos de
política interior, haciendo pesar en las relaciones con los demás pueblos las
controversias ciudadanas. Así ha ocurrido que estas inclinaciones han regulado
a veces la actitud de los partidos ante problemas nacionales, con gran
quebranto de los intereses comunes y del prestigio de la bandera, porque la
política interna, de suyo menguada, se inferioriza más aún al traspasar los
límites en forma de actitud colectiva.
Desde el punto de vista
material, España había dado indudablemente un salto enorme durante la guerra.
Nunca alcanzó la peseta tan alta cotización. Los puertos parecían dominar las
rutas comerciales. Barrios enteros se improvisaban en las ciudades,
transformadas por la prosperidad creciente. Surgían grandes hoteles modernos. Y
todo anunciaba fuerza, vitalidad, plétora de savia. Sin embargo, llegando al
fondo de las cosas, no era difícil comprobar que de la situación única en la
cual la colocaron los acontecimientos, España no había sacado más que ventajas
temporales y pasajeras, que debían desvanecerse así que el mundo reanudara su
actividad normal.
Desprovista, como
nuestras repúblicas del Sur, del sentido práctico que exprime el jugo de las
oportunidades, no había sabido retener, siquiera en parte, el presente de la
casualidad.
Lo que la marea trajo,
tendría que llevárselo la marea, dentro de un fatalismo extraño a la voluntad
de los hombres.
En lo que se refiere a la política, encontré a la España secular, desangrada
por la eterna guerra marroquí. No se hará nunca el cálculo de los tesoros y las
energías que se han hundido en África sin esperanza de provecho alguno. Duelo y
admira tan largo engaño y tan altiva obstinación. Vale decir que me hallé en
presencia de una nación distraída, donde sólo se concedía una sonrisa
indulgente al remoto hispanoamericanismo. Hasta contra la fiesta de la Raza , lírica expresión del anhelo
común, se escribían notas incrédulas en los periódicos. Me sorprendió en
algunos cierta inclinación a contemporizar con el imperialismo. No eran muchos.
Pero no faltaban políticos predispuestos a repetir lo que hizo México en la América Central , o
a renovar lo que realizó el A B C en México, sin advertir que el día en
que esa política se concrete se habrá consumado la última abdicación del
Imperio de Carlos V, evocando otras catástrofes de la historia, otros
hundimientos de irradiación y de poderío, que, al anular la influencia moral,
afianzaron para siempre la ruina de las derrotas militares.
Yo no llegaba a Madrid
como otros hispanoamericanos a renovar el simulacro de conferencia destinada a
repercutir en el diario oficial del terruño. Me guiaba una idea central.
Después de haber recorrido el Nuevo Mundo reclamando la conglomeración de
voluntades, quería exponer en Madrid el resultado del esfuerzo contra la
anulación de las supervivencias hispanas. Por eso fue mayor el desengaño cuando
por la primera vez desde el principio de estas andanzas me hallé ante una sala
casi vacía. La deferencia de las tres o cuatro docenas de auditores que siguieron
atentamente mi exposición; las palabras de don Miguel Moya, presidente entonces
de la Asociación
de la Prensa ,
uno de los pocos españoles representativos que concurrieron, y la espuma
abundante que hizo la Prensa
alrededor del acto, no alcanzaron, con ser manifestaciones muy valiosas, a
compensar aquella impresión. Al margen de las pequeñas vanidades, sorprendía la
indiferencia ante el más trascendental de los problemas.
Después supe que la masa
avanzada, a la cual había llegado, en forma inexacta, el eco de mi disidencia
con los socialistas de la
Argentina , entendió castigar una discrepancia que, a sus
ojos, tomaba proporciones de claudicación. Los núcleos intelectuales y la
juventud —que durante la guerra abrazaron la causa aliadófila, seducidos por todo
lo que ennoblece y levanta los espíritus, aunque no tiene aplicación segura en
los debates por la preeminencia mundial—, quisieron, por su parte, ver en él
que llegaba un elemento divergente. Una cuestión de política y una preferencia
de espectador en controversias universales, relegaban así a segundo plano la
preocupación esencial de velar sobre una corriente histórica que es la raíz de
nuestros pueblos. A ello se unió la abstención recelosa de ciertos elementos
conservadores, que seguían juzgando al viajero, respetuoso de todas las
doctrinas, como escritor de combate[148], y las leyendas que difundía la vieja prédica disolvente.
Si añadimos a esto el descrédito a que se había hecho acreedor cierto hispanoamericanismo
empírico que ensordecía los ámbitos sin más finalidad que la vibración del
momento, se comprende la reserva de la opinión.
Hay nombres venerados,
entre los hispanoamericanistas de España, y yo soy el primero en respetarlos;
pero domina también en ciertas zonas un espíritu demasiado conciliante que
empuja a algunos a dar saltos por encima de las realidades para seguir
ignorando el imperialismo. No faltan oradores que al abordar el tema olvidan la
presencia de soldados extranjeros en Cuba, en Panamá, en Santo Domingo, en
Nicaragua, y lo que es más grave: ignoran que esa ceguera favorece al invasor.
Para ellos no va el ideal más allá del aplauso de la asamblea, del elogio de
los periódicos, de la sonrisa consagradora del Rey. Y aterra la pequeñez a que
queda reducida la hermandad entre cien millones de hombres, cuando todo se
subordina a la preocupación de la música. El fenómeno tiene su equivalente en
el Nuevo Mundo. También existen en nuestras ciudades los que después de los
desembarcos, las invasiones y la presión de todas las horas, nos preguntan maravillados:
"¿Cree usted que el imperialismo pueda ser realmente un peligro para
nosotros?"
El verbo es el motor de
todas las realizaciones, el alma que anima y vivifica los movimientos humanos.
Pero en pueblos de oratoria fácil y suntuosa imaginación se ha hecho tanto
abuso de la metáfora sonora, que se mira con desconfianza cuanto parece
inclinado a renovar las vanas especulaciones. Mi prédica marcaba, desde luego,
una orientación diferente. Junto al hispanoamericanismo de juegos florales, más
aún; al margen de él, frente a él quizá, hay una dirección política de
aplicación real y benéfica, una fórmula diplomática de importancia mundial que
será mañana en cierto modo la antítesis de la anticuada melodía que nos ha
venido adormeciendo. Toda idea encierra un valor afirmativo y un valor
combativo, pensamiento y músculo. Separar estos componentes, es matarla. Y el
olvido de los que no han tenido en cuenta la acción que hay que desarrollar
frente a las ambiciones de otros pueblos, me ha parecido siempre particularmente
peligroso. No puede existir hispanoamericanismo viable sin un instinto de
defensa legítima, sin una protesta contra lo que lastima a los núcleos afines,
sin una concepción total del problema.
Sobre pocas cosas se ha
escrito con tan insistente acritud como sobre la tarea de "estrechar
lazos". Si la mitad del ingenio y de la tinta que se derrochan en
ridiculizar esa tendencia se empleara en ponerla en condiciones de evolucionar
provechosamente, otra sería la situación de nuestro conjunto. Algunos
consideran signo de superioridad mental hablar contra lo que la rutina traduce
con ayuda de un lugar común, sin advertir que la negación va resultando, con el
correr de los años, otro lugar común más lamentable.
Lo que importa no es
comprobar que las cosas se han hecho mal, sino hacerlas bien; sin buscar en los
errores de ayer una excusa para la inmovilidad del presente. Hay que plantear
el problema en sus verdaderos términos. El hispanoamericanismo no debe mirar
hacia el pasado, sino hacia el porvenir. Será combativo o desaparecerá.
La cordial hospitalidad[149] y las deferencias
múltiples que me fueron dispensadas en los comienzos de mi permanencia, no me
impidieron advertir cierta reserva que vamos a tratar de explicar. Cuando hablé
de la Rábida ,
en la Academia
de Cádiz, ante la estatua de Colón, o en el Ayuntamiento en presencia del Rey[150], encontré cortés
aprobación y simpatía. Pero sumando la impresión de esos momentos a las
observaciones que pude hacer durante los discursos de otros oradores, comprendí
que si se han desvanecido las desafinaciones que originó el separatismo,
perdura un malestar, fruto, en primer término, de la bifurcación de las vidas
y, en segundo término, y por ambas partes, de un mismo orgullo reservado y
tenaz.
Si el español fraterniza
en bloque con el hispanoamericano, en, quien no ve más que un hermano de raza,
en ciertos círculos encontramos actitudes menos resueltas, porque en realidad
no fue la nación la desposeída por la revolución de 1810, sino una oligarquía,
y es en sus descendientes y continuadores donde más claramente asoma la
inconfesada resistencia. El latinoamericano, por su parte, acaso sin quererlo,
ha acentuado la desintegración, formulando críticas no siempre justas,
atribuyéndose superioridades discutibles, y cultivando ironías tan desprovistas
de originalidad como de sentido político. Por eso cabe preguntarse, dentro del ambiente
sin reticencias en que escribimos esta obra, si existe en la realidad de los
hechos y de los estados del alma una íntima y completa confraternidad entre
España y las repúblicas que nacieron en su seno. La interrogación puede parecer
áspera, pero vale más formularla, dando margen a que cada cual conteste según
su conciencia, que prolongar el silencio propicio a todas las confusiones.
Mi probada adhesión
aleja toda sospecha. Pocos hispanoamericanos quieren a España como yo. Pero en
plena sinceridad debo declarar que, a mi juicio, falta entre la madre y las
hijas el isocronismo en las vibraciones, que sería indispensable para realizar
el porvenir. No nos referimos a empresas utópicas que sólo pueden nacer del
delirio verbal en asambleas de ideólogos. Ni aún en el plano de la diplomacia
cabe imaginar una acción única de España y los países ultramarinos, los pueblos
de América tienen su rotación, y España gira en la órbita de los intereses europeos.
Pero respetando estos rumbos, impuestos por las circunstancias, cabría en
cierto radio un enlace superior de finalidades. Sin invocar el pasado, sino la
realidad del momento, interpretando la identidad de idioma más que lazo
tradicional como facilidad ofrecida a la mutua comprensión, haciendo valer para
las aproximaciones por encima de las razones líricas los argumentos prácticos
de la común debilidad, se puede fundamentar una acción seria y fecunda. Sin embargo,
estas mismas direcciones experimentales requieren la base moral de una
fraternidad efectiva y franca. Y ese es el sentimiento que acaso no existe aún
con la debida intensidad entre nuestros pueblos.
Unas veces porque la
costumbre de recordar se sobrepone al instinto de prevenir, otras porque puede
más la susceptibilidad que el orgullo, no hay un empuje claro para definir la
situación con criterio actual. España evoca sus desilusiones de Metrópoli.
América rememora la sujeción colonial. Ambas se acusan todavía sin palabras,
dentro del fondo secreto de los espíritus. Y el principal obstáculo es la
obstinación en volver los ojos hacia ayer, cuando todas las ventanas están
sobre mañana.
Acaso los hombres nuevos
no se han encarado hasta ahora con la dificultad.
De rememorar la historia, debiera ser para buscar
lecciones, corrigiendo unos y otros las pasadas impericias. Ya hemos rendido
suficiente culto a los fantasmas. "Y hay preguntas que podemos hacer
colectivamente: ¿Qué rumbos tomó el oro de América? ¿Dónde están los
tesoros de las galeras famosas? Basta mirar en torno para comprender que la
riqueza de un Continente no hizo más que pasar por España para ir a los países
que la supieron captar sin esfuerzo, y que la sangría de la tierra nueva, como
el sacrificio de los conquistadores, se realizaron en beneficio de otras razas.
Lirismos, orgullos,
preocupaciones dinásticas, ambiciones pequeñas, hicieron abortar el ímpetu y
dieron lugar a que en las naciones jóvenes naciera cierto desinterés por las
cosas de una España que tan dolorosamente había dilapidado el porvenir. La
influencia anglosajona, representada según las regiones por Inglaterra o los
Estados Unidos, puso de relieve contrastes que abren horizontes a las antiguas
colonias, pero que entrañan grave peligro de desnacionalización. El deseo
legítimo de prosperar empujó a pedir a las fuentes en auge nuevas
inspiraciones. Y esa nutrición que fortifica y levanta, diluye la propia
personalidad. Claro está que la grandeza naciente deriva de la modernización de
los resortes. Pero la fuerza durable sólo puede venir de las raíces
vivificadas. Y todo se conciliaría si en los nuevos caminos, en la actividad
intensa, en la renovación mental, no viéramos unos y otros un obstáculo para la
magnificación de los antecedentes, si nos supiésemos levantar hasta una
concepción que abarque finalidades verdaderamente históricas.
Durante mi permanencia
en España continuó desarrollándose el drama de América. Se produjo la caída del
general Carranza, arrollado por una de esas tempestades fulminantes que traen
los vientos del Norte. Los delegados de la república de Santo Domingo, señores
Henríquez y Carbajal y Henríquez Ureña, que emprendieron, viaje a las
repúblicas del Sur para solicitar un apoyo moral en favor de su país, agobiado
bajo la ocupación extranjera, fueron recibidos fríamente y regresaron
decepcionados. Una tentativa de confederación parcial, auspiciada por la
opinión pública de Centro América, fracasó en manos de los que atendían, ante
todo, a elevarse o a contemporizar. Demás está decir que el telegrama que envié
al ministro de Relaciones del Salvador[151] quedó sin respuesta. Por otra parte, La Prensa , de
Buenos Aires, de 1º de
junio de 1920, publicó un largo telegrama de Nueva York en el cual, al hablar
de la gira de un senador portorriqueño, se decía que sus conferencias
"contrarrestarían el daño causado por Manuel Ugarte, uno de los más
acérrimos oradores contrarios a los Estados Unidos, que recibía un sueldo de un
Banco alemán que estaba realizando toda clase de esfuerzos para establecer
relaciones con la América
del Sur antes de la guerra". El mismo diario La Prensa me dio
cumplida satisfacción pocos días
después[152], pero de la calumnia algo queda, ya lo hemos dicho. Y ese
es el fin que se ha perseguido siempre. La carta que escribí con tal motivo[153] no fue publicada por ningún
diario, y la malévola versión hizo su obra.
Al seguir viaje de
España para Francia y al alejarme del ambiente amigo hacia el cual van mis
predilecciones más desinteresadas, puesto que de él no he recibido nunca
honores, condecoraciones o apoyos de ningún género, pensaba yo en la urgencia
de ampliar los horizontes.
Sin una vasta coalición de esperanzas y de intereses, el
latinoamericanismo marcará eternamente el paso alrededor de una sombra. Por
encima de los exclusivismos y las limitaciones que nos han traído a la
situación en que nos encontramos, conviene crear una acumulación de fuerzas
capaces de neutralizar los vientos invasores, o disolventes, de la política
internacional. Ante la perspectiva variable de los acontecimientos, nada es más
vano que anclar en una afirmación. Lo que era fácil en 1850 fue imposible en
1900, y lo que parecía realizable en el umbral del siglo, resulta absurdo
después de la guerra. Hay que vivir con el ritmo de la hora. El mal de España y
el de América —séame permitida esta apreciación conjunta— ha sido siempre querer
hacer entrar las realidades en los axiomas, en vez de deducir los axiomas de
las realidades. No cabe duda de que, por encima del empirismo, empieza a delinearse
la concepción práctica de una acción constructora, experimental, que acepta,
respeta y admira cuanto hicieron los predecesores, pero que de acuerdo con los
tiempos, desea ante todo obtener resultados. El latinoamericanismo ganará salud
al abrir las ventanas y al mismo tiempo que las ventanas, los ojos sobre la
realidad del siglo.
No hay que dejar que las
palabras se interpongan. Cuando nos dicen que en los pueblos anglosajones se
difunde el idioma castellano, lejos de interpretar el hecho como una victoria,
o como un homenaje, reflexionemos sobre la contradicción que lleva a propagar
nuestra lengua en Pensylvania, y a combatirla en Puerto Rico y en Filipinas. Al
margen de la manifestación aislada, hay que abarcar los móviles, el programa y
la lógica de los grandes movimientos. Salta a los ojos que los verdaderos
triunfadores de la guerra han sido los Estados Unidos, cuyo poder económico y
cuya influencia política no tienen hoy rival posible. Como el inevitable
expansionismo de este país debe realizarse ante todo en detrimento de las
supervivencias hispanas, se pone de manifiesto la magnitud de un problema y la inconsistencia
de los líricos planes de reconquista espiritual. Hace cincuenta años, acaso era
posible todavía equilibrar la fuerza imperialista con la influencia moral de
España. Hace quince años, ese resultado sólo pudo ser alcanzado movilizando
toda la latinidad. Para llegar a ese fin hoy, acaso baste apenas con la
influencia global de Europa. No hay que ver, pues, en la ampliación del gesto una
disminución de la tendencia, sino, por el contrario, un ímpetu para sacarla del
marasmo y darle al fin fuerza motriz.
Para comprender la
evolución posible de nuestra América, hay que tener en cuenta el panorama
general del mundo después de la profunda remoción. Veamos sobre todo la
situación de Francia, pero veámosla desde el punto de vista nuestro, que se
acerca en cuanto es posible al punto de vista francés, pero que conserva, desde
luego, el cuidado primordial de los intereses del conjunto latinoamericano. Al
defender su territorio, Francia defendió, consecuente con su papel en los
siglos, principios generales y superiores aplicables a todo el género humano.
Pero la gran nación, víctima de la doble diplomática, ha visto sus instintos
generosos usufructuados en síntesis final, por pueblos más utilitarios que
llevan la destreza hasta hacerla parecer hoy, dentro de las dificultades más
arduas, como elemento perturbador de la paz. Se siente una mortal desilusión al
descubrir los apetitos que se escondían tras las bellas palabras que llevaron a
la muerte a tantos millones de hombres. Y hay un grito mezclado de irritación y
descorazonamiento, un terremoto de ídolos y principios, una comprobación
indignada y angustiosa del engaño.
El simple escalonamiento
de las cotizaciones bursátiles, marca la proporción en que se repartieron los
beneficios: de la victoria. Y nada es más contradictorio que acusar de
voracidad precisamente a la nación que no ha cobrado.
En el programa
anglosajón, entraba el propósito de anular a Alemania, cuya competencia
comercial resultaba ruinosa; pero no figuró nunca, de más está decirlo, el fin
de favorecer una prosperidad francesa. Por el contrario, alcanzando el triunfo,
el mayor interés consistía en hacer imposible esa floración. Y así vemos hoy a
la nación victoriosa frustrada en sus esperanzas y empujada por imposiciones
del damero de Europa, a fomentar con el vecino un antagonismo durable que debe
disminuir forzosamente su movilidad y limitar su intervención en los debates
mundiales.
A estas comprobaciones de orden general, hay que añadir las
que nacen de nuestro propio medio. Uno de los fenómenos más significativos de
la posguerra, es el apresuramiento con que algunos francófilos de ayer se pronuncian
contra sus antiguas predilecciones. No es posible admitir que lo que
persiguieron a través de Francia, fue la sombra de Inglaterra o de los Estados
Unidos. Pero la eterna sugestión del cable, prepara los apasionamientos nuevos,
como ayer impuso los antiguos, obedeciendo a conveniencias que no siempre riman
con las nuestras. La diplomacia tiene también como, las batallas, el camouflage,
el humo que sirve para cubrir los movimientos, y es a través de todas las
sutilezas que debemos ver el panorama de la época atormentada en que nos toca
vivir.
Es la situación real, en
su complicación política y su confusión económica lo que urge contemplar
atentamente si queremos hacernos una idea de lo que cabe esperar o perseguir
dentro del nuevo estado de cosas. La guerra ha agotado la potencialidad financiera
de ciertas naciones. Por encima de las apariencias dictatoriales de Francia,
del cesarismo italiano, de la actividad nerviosa de muchos pueblos, hay una
depresión vital que emana de la formidable sangría de oro y de sangre
determinada por la crisis. El malestar se completa con la inquietud que
difunden las desavenencias cada vez más agrias, la rivalidad sorda, la lucha de
todos los instantes, dentro de una paz que a nadie favorece, fuera del núcleo
anglosajón. La anarquía reinante empuja a Rusia a poner todo su afán en
difundir principios de su revolución; a Alemania, a concentrar sus energías
para evitar el aniquilamiento; a Italia, a acentuar la fuerza de sus músculos
en la obra de solidificación interna; a Francia, a debatirse dentro de las
mayores dificultades para equilibrar su déficit, y en medio de la expectativa
de enormes 'zonas de producción y de consumo que suman ochenta millones de
hombres en América, cincuenta millones en África, ochocientos millones en Asia,
sólo asoman dos fuerzas de acción mundial que continúan irradiando plenamente: la Gran Bretaña , en
Europa, y Estados Unidos, en América. Pero ¿quiere esto decir que en la
universal victoria anglosajona sólo nos quede a los latinoamericanos la latitud
de elegir entre las dos ramas que se disputan el predominio?
No es posible dejar de
ver que ha habido en estos últimos años un desplazamiento fundamental de
fuerzas, y que nos hallamos en presencia de un nuevo mapamundi de intereses.
Nuestras repúblicas no pueden permanecer ajenas a la geografía política
naciente. La idea de un latinoamericanismo que se apoyaría en Europa para
mantener en el Nuevo Mundo el equilibrio entre dos civilizaciones, parece de
ardua realización cuando medimos la violencia de los conflictos, la urgencia de
las necesidades inmediatas que absorben la actividad de casi todas las grandes
potencias y el resultado final de la conflagración.
Sin embargo, todas las
naciones sienten la necesidad de buscar en mercados ultramarinos el equilibrio
de su balanza comercial. Y en esa urgencia común puede afirmarse la esperanza
nuestra para el porvenir. No podrá España ejercer una influencia decisiva; no
logrará Francia, retenida por sus inquietudes del momento, desarrollar la
acción que todos deseamos; pero del conjunto, sin exclusiones, podemos esperar
corrientes que equilibren o regulen los fenómenos del Nuevo Mundo, siempre que
logremos reaccionar contra los errores que nos debilitan.
Lo que son las revoluciones para ciertos pueblos de
América, son ciertas concesiones comerciales para otros. Ya no es el agente
oficioso que se inclina al oído de la ambición para decir al caudillo:
"tengo fusiles y dinero; usted puede ser presidente también", sino el
hombre de negocios que mientras inicia las cosas de tal suerte que los mismos
amenazados exclaman "nunca se han vendido tan caros los novillos",
prepara la fiscalización de los resortes vitales del país. El café del Brasil y
la ganadería de la Argentina ,
pueden sufrir las mismas vicisitudes que el azúcar de Cuba. Y cuando citamos estos
productos, nos referimos a todo en general. El mal deriva de que los verdaderos
dueños de la riqueza no piensan en hacerla valer, aumentando con su esfuerzo la
vitalidad común, sino en enajenarla, percibiendo un beneficio infinitamente
inferior, pero que les exime de preocupación o trabajo. ¡Cuántas concesiones de
ferrocarriles, cuántos negocios de todo orden se han conseguido con el único
fin de traspasarlos! Y como siempre son compañías extranjeras las que
adquieren, en nuestra hacienda, nuestra patria, nuestra bandera misma la que se
está enajenando. Antes de empuñar las armas en la contienda civil, o en las
estériles guerras entre nuestro conjunto, convendría aprender, en la paz, a
fabricarlas. Y no sólo en ese orden hemos de empezar por el principio, sino en
cuanto cabe realizar y mantener dentro de la colectividad. Desde el punto de
vista económico, cada una de nuestras repúblicas es un negocio mal planteado,
hasta cuando pretendemos dar prueba de perspicacia diligente. Nuestros
representantes en Europa han hecho esfuerzos para conseguir la introducción de
carnes congeladas, elaboradas, transportadas y vendidas por compañías inglesas
o norteamericanas, olvidando que ellas dejan todos los beneficios en Londres o
en Nueva York, sin que se sepa siquiera en el mundo cuál es la república de la
cual proceden los productos frigoríficos X and Company, South America.
En política
internacional no hay una verdad, sino tantas verdades como intereses
internacionales están en pugna; y no hemos de hacer al imperialismo el reproche
pueril de aprovechar las oportunidades que se le ofrecen. Por el contrario, se
puede decir que los Estados Unidos han sido siempre supremamente idealistas. No
en el sentido de ideologías que nada tienen que ver con el gobierno de los
pueblos. Pero sí desde el punto de vista de una concepción superior y vasta,
que persiguen, por encima de los mismos sacrificios impuestos a los demás, en
vista de la grandeza y el porvenir de su conjunto. Como hispanoamericano me
levanto contra esa política, arrojo al mar cuanto tengo y hago de mi vida una
protesta inextinguible contra la posible anulación de nuestras nacionalidades.
Pero engañaría a mis propios compatriotas, iría contra el mismo fin que
persigo, si para halagar la corriente y disculpar nuestras faltas me sorprendiese
ante maniobras que hallamos en cada recodo de la Historia Universal.
Todos los pueblos tienen defectos: los anglosajones los tienen contra los
demás, nosotros los tenemos contra nosotros mismos; y es más sensato tratar de
corregir estos últimos que los primeros. Sería ingenuidad clamar contra la
injusticia, puesto que ya hemos visto que cada núcleo extiende sus ambiciones
hasta donde le alcanzan los brazos. Resultaría locura desear la ruina de los
Estados Unidos, dado que al punto a que han llegado las cosas, esa ruina sería
la señal de nuestra catástrofe. La situación no se remedia con lamentaciones ni
con odios. Hay que encararse con la verdad en sus dos aspectos.
En el que nos lleve a comprender el verdadero volumen, a
hacernos una idea clara de lo que representa en el mundo esa prodigiosa entidad
que después de la guerra posee la mayor escuadra (ella que nos incita a
desarmar en los Congresos Panamericanos), manipula la mayor riqueza conocida y ejerce
una influencia preponderante sobre las naciones más fuertes. Si se intenta una
comparación, algunas repúblicas de nuestra América desaparecen en realidad. Una
sola compañía, la United
Fruit Company —que no tiene la importancia de la Standard Oil
Cº, , ni de otros monstruos análogos—, reparte como dividendo anual a sus
accionistas una suma superior a la de los presupuestos reunidos de los cinco
gobiernos de la
América Central. Los más poderosos imperios de Europa y de
Asia, antes de emprender una acción política, consultan la dirección del viento
en Washington, porque todos están pendientes, aun dentro de su radio exclusivo,
de los movimientos de la
Casa Blanca. Por la fuerza económica y por el prestigio de
las decisiones, sólo hay una palabra dominante. Dentro de la filosofía final,
se puede decir que el mayor resaltado de la guerra ha sido el desplazamiento
del eje político del mundo. Las ciudades se extienden, de Este a Oeste, y
parece que la dominación universal emigra en el mismo sentido. Después de las
hegemonías asiáticas, vino la preeminencia griega, más tarde el auge de Roma,
Hoy el Mediterráneo y hasta el Canal de la Mancha , se hallan equilibrados por nuevos centros
de atracción, y nos encontramos en presencia de otro salto prodigioso, que
puede dejar mañana a Europa en situación menos brillante. Hasta el mismo pueblo
progenitor se halla amenazado. La desintegración iniciada por el Canadá y
Australia podría comprometer el mismo poderío británico y acaso veremos, no es
nuevo en los siglos, a la antigua colonia tratando de primas sobre la metrópoli
de ayer, en una sustitución natural de las civilizaciones nuevas a las que,
después de llegar al apogeo, no siguieron acelerando su evolución.
El segundo aspecto de la
verdad es el que debe darnos la noción de nuestra situación exacta, la medida
de las posibilidades, el ángulo visual certero para apreciar el porvenir. El
ideal da a los pueblos una energía que es como un acento sobre una letra, y eso
es lo que necesita la América
latina para salir de la dispersión en que malgasta sus energías mejores. La difusión
de la instrucción pública en la
Argentina [155] y en el Uruguay, las leyes electorales democráticas, son
un punto de partida para la renovación del conjunto. La movilización de la
riqueza, la explotación de los recursos naturales, marcan una reacción vital de
gran trascendencia. Pero lo primero tiene que ser puesto al servicio de un alto
propósito, y lo segundo movido con manos propias. En la utilización de las
ventajas adquiridas, estará el secreto de los desarrollos futuros.
Tenemos fe en la juventud
de la América
latina; tenemos confianza en que las nuevas generaciones se esforzarán por
realizar la vida nueva, acelerando la depuración y el progreso de cada
república, y preparando la conjunción de propósitos y el itinerario común.
Muchos se hallan empeñados en poner el porvenir a la altura de sus
desilusiones, y a pesar de la lucha penosa que hemos reseñado, estamos lejos de
subrayar los pesimismos que engendran renunciamientos. La suerte dura mientras
dura la energía para tener a raya la adversidad. Cuanto más graves sean las
dificultades, mayor ha de ser nuestra firmeza para afrontarlas. La fuerza moral
acaba por sobreponerse a todas las fuerzas materiales. "Pero el optimismo
sólo es poderoso cuando se transforma en bandera de lucha. Y es sólo con ayuda
de la acción intensa y durable, convirtiendo el pensamiento en obras y la
voluntad en músculos que la juventud conseguirá vencer a las contingencias y
tomar la dirección de los acontecimientos.
De nuestro extremo Sur, triunfante y próspero, podría nacer
una fórmula de aplicación progresiva para todo el Continente. Entre las más
claras enseñanzas de la guerra se destaca un nuevo axioma: la importancia
ofensiva de los factores económicos, la eficacia guerrera de las actividades
pacíficas de los pueblos, la beligerancia que se traduce en producción
abundante de artículos de primera necesidad. La situación de Europa ha sido en
todo tiempo paradojal. Países que proveen al mundo de cuanto es imaginable,
desde el combustible y el hierro hasta los tejidos y las ideas, no hacen brotar
de su suelo en cantidad suficiente los elementos que exige su propia
alimentación. La última contienda fue un duelo de resistencias contra el hambre
y una justa de dinero y de ardides para procurarse elementos alimenticios. Esta
circunstancia puede ser aprovechada internacionalmente. En un siglo en que los
Gobiernos que conceden empréstitos estipulan cómo se ha de emplear el dinero y
dónde se efectuarán las compras; en una hora en que lo que se llamó
internacional desaparece, y en que la riqueza se esgrime nacionalmente,
continuando en la paz una guerra implacable, nosotros, que tenemos algo que
vale más que la riqueza, debemos aprender a utilizarlo en la forma más
provechosa para nuestra causa. Así como otros .saben el precio de lo que les
falta, debemos saber el precio de lo que nos sobra, estableciendo equivalencias
y dando lugar a una especie de pacto entre los Continentes. Europa está enferma
y atormentada, pero constituye una masa formidable, susceptible de contrapesar
por mucho tiempo, aunque sea en parte, las influencias decisivas. Hacia ella ha
de tender la voluntad fervorosa de nuestras democracias del Sur, sustituyendo gradualmente
a la adhesión unilateral que nació de la inexperiencia, una fórmula de
beneficios y garantías recíprocas, una correspondencia de actitudes basadas en
intereses concordantes. Ni en el orden económico, ni desde el punto de vista
cultural, ni en el campo de los movimientos internacionales, debe nuestra
América dejarse separar de Europa, porque en Europa está su único punto de
apoyo en los conflictos que se anuncian. El fracaso del panamericanismo en su
forma actual es tan evidente que hasta sus más fieles adeptos vacilan. Hace
largos años que el autor de este libro denuncia esa concepción política como
una habilidad del expansionismo del Norte, como una tendencia suicida de la
ingenuidad del Sur. El peligro que antes parecía basado en inducciones, se
apoya ahora en realidades. Los hechos están diciendo que no cabe ceñirse a una
evolución puramente continental, dentro de un Nuevo Mundo dominado por la
preeminencia de una nación. El panamericanismo y la doctrina de Monroe son dos
manifestaciones de una misma política, favorable exclusivamente a uno de los
países contrayentes. Pero ha llegado el momento en que las manifestaciones son
tan claras, que los mismos que antes nos motejaban de visionarios tienen la revelación
brusca de la verdad. No es esta la hora de formular reproches. Las faltas no
deben ser evocadas para distribuir censuras, sino para recoger enseñanzas,
porque por encima del ruido engañoso de los nombres y las actitudes, hay que
buscar las direcciones durables. El Congreso panamericano de Chile, donde flotó
un ambiente de desconfianza y hasta se desarrollaron escenas violentas [156], sólo
llegó a poner de manifiesto su incapacidad para abordar problemas como la
ocupación de Santo Domingo, la situación de Centroamérica o la intervención en
los asuntos internos de México. Los países del Sur, en vez de llevar a la
reunión un punto de vista aplicable a todas las repúblicas, en vez de erigirse
en centro de atracción solidaria para los pueblos afines, se abstuvieron ante
el mal de los otros, se enredaron en querellas secundarias, prolongaron la
desorientación tradicional. Contra todo esto tiene que reaccionar el
porvenir. "Si Cuba no ha de celebrar tratados con otras potencias por los
que merme nuestra soberanía, ¿por qué nos- impusieron los Estados Unidos como
precio irreductible a nuestra liberación la dolorosa cláusula
intervencionista?" —dice don Luis Machado y Ortega en su libro La Enmienda Platt ,
sintetizando en el caso local una argumentación aplicable a la situación de
varias repúblicas, a la teoría panamericana, a la doctrina de Monroe y a la
presión comercial que anuncia, para todos la irradiación cada, vez más intensa
de las exportaciones, los trusts y los empréstitos del Norte.
Por encima de los
errores, el destino de nuestra América tiene que ser grandioso. Lo que surge en
la Argentina
y en algunas de nuestras tierras es una nueva humanidad. Y pocos sentirán, como
el que escribe, el orgullo patriótico, que ha hecho temblar la pluma en algunos
pasajes de este libro. La evocación se hace más emocionante por la misma
distancia que nos separa del país natal. Es en la ausencia donde mejor
apreciamos la emoción sagrada de la patria. Y es diciendo todo nuestro
pensamiento como mejor la servimos. Lo que ha inspirado estas reflexiones es la
inquietud ante la ardua interrogación: ¿Cuál será el destino de nuestras
repúblicas? Pero no hay que interpretar como gesto de desaliento una voz de
alarma, no hay que ver una duda en el deseo de que se fortifique la voluntad de
las juventudes que tienen acción sobre los Gobiernos. El porvenir pertenece a
los que saben a dónde van. Los indecisos, los inorientados, los mudables,
pueden alcanzar victorias efímeras, pero no el triunfo que afianza en el
porvenir. Y el porvenir tomará el color que le dé nuestra previsión y nuestro
patriotismo. La patria será un reflejo de nuestro amor por ella. La América latina ocupará en
el mundo el lugar que le conquiste la voluntad de sus hijos.
Nuestros diplomáticos,
dando por resuelta una lucha que no se atrevieron a afrontar, han consentido
capitulaciones elásticas, que no tienen término ni límite, porque en la cadena
de las abdicaciones las tinieblas de la deferencia se confunden con las del
renunciamiento. Y lo que más asombra es el poco partido que han sabido sacar de
esa actitud. Puesto que se trataba de pactar con el imperialismo, era mejor
encararse con la dificultad y delimitar hasta dónde pueden ir las exigencias y
los abandonos. Aún después del desastre, Alemania ha podido preservar sus
raíces, su porvenir. Nosotros, vencidos sin guerra en la simple gravitación
cultural y comercial, pudimos obtener otras condiciones. Por eso hay que
combatir en la propia casa contra el aturdimiento, la impericia y la docilidad.
El imperialismo nace de las pusilanimidades. Y urge poner término a la neblina
en que nos están haciendo naufragar.
"En diplomacia todo
se improvisa", oí decir cierta vez a un político. No cabe mayor
despropósito. Hay que maniobrar en medio de las contingencias mudables con los
ojos fijos en un fin lejano y superior. Conviene tener en conjunto una política
latinoamericana a la cual se subordinen o se ajusten los intereses locales.
Urge enlazar esa política con las corrientes comerciales europeas que aspiran a
desarrollarse en nuestras comarcas.
En lo que se refiere al
orden interior, cada región ha de consultar sus distintivas y sus posibilidades
para desarrollar de una manera autónoma su personalidad. La fuerza de los
pueblos no consiste en repetir gestos ajenos, sino en movilizar sus recursos,
en descubrir el eje de su rotación futura. De sus minas de carbón sacó
Inglaterra el florecimiento industrial y la dominación de los mares. No es el
capricho el que ha hecho nacer en Estados Unidos minadas de fábricas alrededor
de Kansas, Springfield, Charleston o Pitsburgh, sino la existencia en esas
regiones de los elementos que debían alimentarlas. Hay una lógica del progreso
que nacionaliza los problemas, y a ella ha de ajustarse el desarrollo de
nuestras repúblicas. Consultar las posibilidades que ofrece cada zona y
explotarlas de acuerdo con iniciativas nacionales, ha de ser la aspiración de
cuantos desean el auge verdadero.
Robustecidas estas
direcciones sobre la base primera de la paz interior y exterior, y exaltadas
por un hálito de optimismo entusiasta, pueden determinar un movimiento
triunfal. Estamos asistiendo a la irrupción de fuerzas nuevas dentro de la
política del mundo, y la
América latina representará acaso mañana un importante papel
si, ateniéndose a las realidades, coordina los recursos que ofrece su volumen y
su vitalidad.
En los siglos ningún pueblo es definitivamente inferior, ni
superior en forma eterna. Los griegos, los romanos, los españoles de hoy, están lejos de conservar la influencia y el resplandor que
alcanzaron en otras épocas. Son numerosas las colectividades que se han elevado
desde situaciones inferiores para hacerse dirigentes. Hemos visto volver a la superficie
a naciones vencidas y reducidas al sometimiento, como hemos visto caer en la decadencia
a pueblos en otro tiempo triunfantes. Cuando César dominaba a los galos, estaba
lejos de pensar que Napoleón llegaría a hacer un día la campaña de Italia. Fue
una sublevación de esclavos lo que acabó con el imperio romano. La
inestabilidad de las cotizaciones nacionales y raciales permite considerar
nuestra situación actual como una etapa susceptible de cambiar, ya sea bajo la
influencia de circunstancias generales, ya a consecuencia de esfuerzos hechos
por la colectividad para transformar sus fuerzas negativas en fuerzas de
afirmación. El destino de la
América latina, depende, en último resorte, de los
latinoamericanos mismos.
Y hay que terminar con una
pregunta dirigida especialmente a la juventud: ¿Sabrán hacer ese esfuerzo los
latinoamericanos, apoyados en patriotismo, en los intereses de Europa, y en el
espíritu de la latinidad?
NOTAS
147 "Una
tonelada de carbón embarcada en Barcelona para Palma de Mallorca y transportada
en barco subvencionado por el Estado (diez horas de travesía), tiene de gastos
30 pesetas. La misma tonelada de carbón embarcada en Inglaterra en barcos no
subvencionados (veinte días de travesía), tiene de gastos 22 pesetas."-
(Informe del Ayuntamiento de Palma el ministro de Fomento, 24 de enero 1921.)
148 Razón y Fe, de Madrid, junio 1921.
149 “El
ilustre escritor argentino está de nuevo entre nosotros; no decimos que sea nuestro
huésped, porque su amor a España le hace ser un hijo adoptivo de nuestro
país." (ABC, de Madrid, 12 de abril 1919.)
150 Alguna
de estas oraciones figura en Mi campaña hispanoamericana.- (Editorial Cervantes,
Barcelona, 1922.)
151 Madrid,
6 de junio 1920. Ministro Relaciones. San Salvador. Póngome desinteresadamente
disposición ese Gobierno para grandioso proyecto unión centroamericana.
Entusiasta felicitación valiente patriótica actitud salvadoreña. - Manuel
Ugarte.
152 "El
escritor argentino tan torpemente tratado, es conocido dentro y fuera de nuestro
país por la independencia de sus juicios y la honradez de su criterio. En sus propagandas
políticas, a través del Continente, pudo ser censurado por el fuego que puso de
sus ideas, contrarias a la política que él suponía perniciosa y agresiva de los
Estados Unidos; pero nunca sospechando de servir por dinero la causa de ninguna
nación europea o de imperialismos comerciales. Tal comentario, como se comprenderá,
no lo hacemos para nuestro país, donde Ugarte es conocido y no necesita de más
luz sobre su vida que la proyectada por su conducta honesta y su talento
literario; la hacemos para el firmante, a quien le brindamos así la oportunidad
de rectificarse con altivez de consciencia, y para el público que fuera de aquí
pudiera acoger la misma versión. Debíamos esta actitud y esta palabra al
escritor ausente y amigo, y no vacilamos en adoptarla y en pronunciarla."—
(La Prensa ,
de Buenos Aires, 5 de junio 1920.)
153 Después
de resumir la lucha, decía: "¿Quién puede sacar de esta perseverante actitud,
de esta terca unidad de una vida, argumentos contra mi honradez o mi sinceridad?
Si yo fuera servidor de Alemania, estaría ahora con los Estados Unidos, único
país que actualmente defiende al imperio vencido. De haber sido negociante, hubiera
ganado sólida fortuna con sólo abstenerme de dar conferencias, dado que tantos
Gobiernos ensayaron todos los medios para impedirlas. Si me sedujera el arrivismo,
hubiera tomado precisamente el camino contrario al que llevo, porque
levantarse en América contra el coloso del Norte, ha sido en todo tiempo
sinónimo de pobreza, ostracismo y, en algunos casos, deshonor y muerte. Los
ejemplos abundan, desde Bolívar y San Martín, hasta los últimos presidentes
derrocados. Sólo el propósito de disminuir la autoridad moral de un hombre ha
podido dar lugar a la difamación absurda. Mi esfuerzo no ha tendido nunca a
alcanzar situaciones, sino a defender verdades, aun sabiendo que ellas cierran
el paso a las más legítimas ambiciones. No llegaré a ser nada en mi país, no
seré quizá nada en el Continente; pero cuando nuestras repúblicas, maniatadas
por el imperialismo desde el punto de vista político, diplomático o económico,
se vean obligadas, dentro de algunas décadas, a acatar en una u otra forma una
Enmienda Platt continental, alguien recordará que hubo un escritor que, en
medio de la mofa, el silencio o la injuria, predicó desde los comienzos la
resistencia coordinada del Sur, la única política que puede salvarnos. Y
entonces saldrán a luz las intrigas, las conspiraciones, las dolorosas pruebas
que viene sobrellevando esa individualidad aislada al pasear de ciudad en ciudad,
no sólo una aspiración racial, sino el nombre de su propia tierra, porque lo
que yo he hecho aclamar de Norte a Sur, es necesario que mi patria lo sepa una
vez por todas, ha sido a la vez un ideal continental y la bandera
argentina."
155 En el
año 1921 funcionaron en la
Argentina 9.648 escuelas primarias con 39.352 maestros y
1.195.382 alumnos.
158 "Santiago de Chile, 4 de mayo. En la penúltima
sesión plenaria de la
Conferencia panamericana, el dominicano Morillo y el haitiano
Hudicurt, entregaron a los delegados, presidente de la Conferencia ,
diplomáticos y corresponsales de la prensa extranjera, ejemplares de unos folletos
en que se protesta por la ocupación de sus países y pidiendo a la Conferencia que votara
una medida para impedir la violación de la soberanía de los pequeños pueblos de
América. Notóse visible disgusto de la delegación norteamericana. La prensa de
esta ciudad no ha dado información sobre el incidente. El presidente de la Conferencia dijo que
el asunto pasaría a comisión, aunque se teme que se guarde sobre él absoluto
silencio. Las palabras que Manuel Morillo dirigió a los delegados fueron
enérgicas, y ante la expectación general formuló la siguiente requisitoria.
Señores delegados: en nombre de las repúblicas de Haití y Santo Domingo,
reclamamos la reintegración de nuestra soberanía mutilada por ¡os Estados
Unidos, pedimos justicia. En este momento el presidente de la Conferencia hizo
callar a Morillo y la Policía
intentó sacarlo de la sala, no consiguiéndolo debido a la energía y sangre fría
del dominicano."- (El Universal, de México, 5 de mayo 1923)
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