por Manuel González Prada
martes, 23 de febrero de 2010
El comienzo
por Manuel González Prada
Por primera vez se ha celebrado la fiesta de mayo, no sólo en Lima sino en algunas otras ciudades o pueblos de la República. Se ha batido por calles y plazas una bandera que simboliza la revolución social, se ha dicho en reuniones públicas y se ha impreso en hojas sueltas o en diarios lo que entre nosotros nunca se había escuchado ni leído. Parece que las autoridades y gente de orden hubieran estado de acuerdo para dejar decir y hacer. El año entrante ¿sucederá lo mismo?
Seguramente, muchos de los que tomaron parte en las manifestaciones verificadas el 1 de mayo no se daban cuenta precisa de todo lo que ellas significaban, pues al lado de las banderas rojas se desplegaban los estandartes de las cofradías y a poco de retumbar los discursos del más puro internacionalismo, salían a resonar la música y los versos de la canción nacional.
Pero el solo hecho de congregarse gratuitamente para asistir a ceremonias que nada tienen de político ni de religioso prueba que todo el pueblo no es la canalla venal de los tabladillos eleccionarios; que hay una gran parte sana y deseosa de orientarse hacia algo nuevo y fecundo. Lo prueba, también, el haberse aplaudido la emisión de ciertas ideas que en años anteriores habrían desencadenado una verdadera tempestad.
En nuestro país se realiza hoy una cosa innegable: la aparición y la propagación de las doctrinas libertarias. Cada día nacen nuevos periódicos donde con más o menos lógica se siguen las huellas de los Kropotkin y de los Reclus: en Lima han aparecido últimamente Simiente Roja, Redención y El Hambriento, que agregados a Los Parias suman cuatro publicaciones de la misma índole en sólo la capital. Y no debemos admirarnos al ver que en Trujillo salen a luz La antorcha, El Zapatero y El Rebelde. En Chiclayo, Justicia va tomando un color más definido, probablemente por la influencia de Lombardozzi. El Ariete de Arequipa no anda muy lejos de Simiente Roja ni de Redención, pues Francisco Mostajo tiene más de rebelde al estilo de Juan Grave que de político a la moda peruana. La enumeración resultaría larga, si no quisiéramos omitir ninguna de las publicaciones con algún tinte socialista o libertario.
Las huestes seguirán engrosando, las cabezas se irán llenando de luz, y lo que hoy se reduce a la convicción de unos pocos, algún día será la doctrina de muchos: el inconsciente impulso de viajar hacia tierras desconocidas o adivinadas se irá transformando, poco a poco, en marcha consciente hacia regiones divisadas y conocidas.
Si hay un terreno llamado a recibir las ideas libertarias, es indudablemente la América del Sur y de un modo singular el Perú; aquí no existen las arraigadas tradiciones que en las viejas sociedades oponen tanta resistencia a la germinación de todo lo nuevo; aquí la manía de pronunciamientos que agitó a nuestros padres y abuelos se ha trocado en espíritu de rebeldía contra todo poder y toda autoridad; aquí, habiéndose perdido la fe en los hombres públicos y en las instituciones políticas, no queda ni el freno de la religión, porque todas las creencias van desapareciendo con asombrosa rapidez.
Muchos peruanos son anarquistas sin saberlo; profesan la doctrina pero se asustan con el nombre.
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