jueves, 2 de junio de 2011

El federalismo de J. Hernández y el raro federalismo de nuestros días


por Enrique Rivera

Sin pena ni gloria terminó el Año Hernandiano. Tal como transcurrió. La temática hernandiana -la reivindicación del gaucho, motivo de su libro Martín Fierro y bandera de sus actividades políticas- estaba muy lejos de coincidir con el tipo de gobierno que el pueblo argentino soportó el año 1972. Pero si miramos las cosas un poco más atentamente, advertimos que la oligarquía hace muchos años abandonó su culto martinfierrista. Cuando a fines del siglo pasado y comienzos del actual la inmigración europea proveyó de obreros a las ciudades y éstos profesaban la ideología anarquista o socialista, las clases conservadoras argentinas se acordaron del Martín Fierro. E intentaron contraponer a los apátridas la nobleza y generosidad del solitario pastor de la llanura. Pero a partir de la segunda guerra mundial cuando el gaucho se transforma en el cabecita negra, en el obrero fabril que apoyaba al peronismo, la oligarquía pensó que su tradicional fuerza electoral la abandonaba. Caído Perón y ante la lealtad de los trabajadores argentinos a su líder, se dedicó furiosa y sistemáticamente a demoler la imagen que había construído.

Un cuchillero desertor

Y ocurren casos como el siguiente. Jorge Luis Borges en los años que van de 1920 a 1930 integra como figura principal un núcleo de escritores modernistas que tenían establecida su sede en plena calle Florida. Publican una revista. Y al elegir el nombre se deciden por Martín Fierro. Encontrándonos que sus páginas nada tienen que ver con su título. Resultando gracioso ver ahora mismo que dicha revista se exhibe en las vitrinas del museo gauchesco de San Antonio de Areco con su primera página dedicada a los cuentos de Rudiard Kipling (escritor inglés) o a las divagaciones del poeta italiano Marinetti (futurista). Actitud que, naturalmente, Borges cambió completamente.

¡Cómo para invocar a Martín Fierro estaba Borges al ver a sus descendientes en la Plaza de Mayo reclamando la presencia de Perón. ¿Qué dijo? Sencillamente que Martín Fierro era un cuchillero desertor y que mal podía ser símbolo de la nacionalidad. Que si todos los milicos hubieran desertado como él los indios dominarían todavía la pampa. A todo esto se agregaron estudios más o menos "científicos" (como los de Coni o los de Ortelli) destinados a demostrar que los gauchos eran unos malandrines y el Martín Fierro la glorificación del malandrinaje. Esta actitud maliciosa, reticente y desconfiada fue la que presidió todo el año hernandiano en cuanto a celebraciones oficiales.

La actualidad de un tema hernandiano

Existe, además, otra razón importante para esta desvaída celebración. Y es la enorme actualidad del tema político fundamental de la vida de José Hernández, el que tratamos en nuestro número anterior al hacer su presentación histórica: la cuestión de la Capital Federal de la República Argentina. Tema al que está estrechamente ligado otro: el de extrañas reivindicaciones federalistas de partidos políticos provinciales.

Como es sabido el problema de la ciudad capital de los argentinos no había sido resuelto ni en 1810, ni en 1816, ni al dictarse la constitución de 1853, ni tampoco al reformarse en 1860 con la reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación Argentina. La provincia retenía a la ciudad de Buenos Aires (con su puerto y aduana) y nada quería saber de cederla para que fuera sede de las autoridades nacionales.

El federalismo democrático

Hernández pertenecía al esclarecido núcleo de porteños que, en cambio, consideraba a la ciudad de Buenos Aires como la capital histórica del país, como la única posible. En la lucha entre provinciales y porteños tomó enérgica y lúcido partido por los federales. En sus trabajos y en sus discursos parlamentarios fundamentó brillantemente su posición desenmascarando la política unitaria que obstaculizaba la solución del problema. En esta política de federalismo democrático no estaba solo. Lo acompañaban muchos otros, entre ellos Hipólito Yrigoyen que votó en el congreso de 1880 con los representantes del interior en favor de la segregación de la ciudad de Buenos Aires para convertila en Capital Federal de la República Argentina.

Trasladar la Capital al interior

La actualidad del asunto, repetimos, ha vuelto a agitar los espíritus argentinos. Bajo la bandera del federalismo y en nombre de las provincias se intenta llevar la Capital Federal al interior. Se ha estructurado toda una ideología basada en la llamada macrocefalía porteña, en la ciudad monstruo que devora las fuerzas nacionales. Escritores del interior hay que a Buenos Aires ni siquiera la llaman así sino que peyorativamente la designan como "el puerto". Concentrándose todo en un movimiento político que postula a Francisco Manrique a presidente de la República. Y que tiene como máximo ideólogo al cordobés Agulla, quien en un reciente reportaje aparecido en la revista Confirmado afirma que Buenos Aires es "el exterior". ¡Delirio puro! Pero que tiene raíces bien concretas.

Las raíces concretas de Manrique

Todo este delirio manriquiano, supuestamente federalista, trata de lograr entre otras cosas, lo siguiente. 1) Encubrir a los verdaderos responsables de los problemas del país o sea a los monopolios y el empresariado apátrida desviando la atención hacia un problema artificialmente planteado. 2) Siguiendo el ejemplo de otros países se procura sacar a la capital del gran Buenos Aires para alejar a sus autoridades nacionales de la presión de los trabajadores, les obsesiona el temor de un nuevo 17 de octubre. 3) Se quiere contraponer a los pueblos del interior con la masa trabajadora de la capital como si sus problemas no fueran los mismos, así como sus luchas y esperanzas. 4) Se quiere suministrar una base teórica y emocional a una increíble candidatura cuyo candidato nunca dice nada, nunca se compromete a nada como no sea trasladar la capital al interior en un asunto que dadas las condiciones porque atraviesa la Argentina podría concentrarse recién para las calendas griegas.

La mistificación ideológica

Consiste en encubrir esos cuatro puntos concretos con el ropaje del federalismo. El federalismo histórico de José Hernández consistió en que todas las provincias le quitaron a la oligarquía la ciudad de Buenos Aires para convertirla en la capital del país, en el hogar de todos los argentinos. Los federalistas de nuevo cuño, en cambio, nada dicen que se hará con la ciudad y el gran Buenos Aires al dejar de ser la Capital.

Porque, naturalmente, los que los Agulla y Manrique intentan es devolverle la ciudad a la provincia de Buenos Aires. Y todo ésto se pretende hacer invocando la lucha contra el centralismo. ¡Cómo si la creación de un organismo político que contaría con más de la mitad del poder económico de la República, pudiera servir a dicho fin!

Una mistificación histórica

El ropaje del federalismo oculta también un hecho fundamental incurriendo en otra mistificación de tipo histórico. Tanto Manrique como Perón son políticos de larga actuación en el país y -para usar una acertada frase- siendo la realidad la única verdad, veamos como procedió uno y otro frente a este problema del centralismo y del federalismo.

Una de las aspiraciones del gobierno justicialista fue instalar en el país una fábrica de automóviles. Como las potencias industriales se manifestaban remisas en colaborar con este propósito hizo construir los primeros automóviles en la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba. Más tarde se presentó una ocasión propicia. Un gran industrial de la costa del Pacífico de Estados Unidos (que durante la guerra había creado un enorme complejo industrial destinado a suministrar a los ejércitos aliados los famosos jeeps y había intentado después de terminada la guerra, competir con los cuatro gigantes de la industria automotriz yanqui) resolvió dedicarse a sus primitivas actividades, el aluminio entre otras. Rápidamente el gobierno justicialista entró en negociaciones con el hijo de dicho industrial, Kaiser, y logró que instalara la actual fábrica IKA-Renault. Llegó inclusive a hacerse un aporte de capital.

El "federalista Manrique y el "centralista" Perón

Cuando el gobierno de Perón, pues, teniendo todas las cartas en la mano, tuvo que decidir donde se instalaba la fábrica, eligió acertadamente la ciudad de Córdoba. Los monopolios internacionales vieron que corrían el serio peligro de perder el mercado argentino. Se les aclaró entonces la mollera y tuvieron que instalar fábricas en el país.

Pero ya el gobierno justicialista había sido derribado llegando la hora política de Manrique. Factotum del gobierno de Aramburu (era jefe de la Casa Militar), ostentando el alto grado de capitán de navío en la Marina, tenía vara alta a través de los gobiernos posteriores al punto que fue ministro de los gobiernos de Onganía, Levingston y Lanusse. ¿Dónde se instalaron las fábricas de automóviles en el período Manrique?

Todas en el gran Buenos Aires. Con lo queda bien claro que el federal Manrique favoreció la política de los monopolios mientras que el gobierno supuestamente centralista de Perón llevó la más importante de las industrias a una ciudad del interior. La realidad, repetimos, es la única verdad.

Monopolios y gobierno popular

La explicación de una y otra conducta es bien simple. El dominio tecnológico logrado en los últimos tiempos por los monopolios, la subordinación financiera del país, su dependencia paralela con respecto a materias primas y maquinarias importadas, hacen que los monopolios prefieran afincarse en los grandes centros productores. Logran con ello un desnivel de desarrollo que favorece sus propósitos de dominación y subordinación económica. En cambio, un gobierno popular, basado en el apoyo del pueblo, integrado en los sindicatos y demás organismos populares, orienta su política hacia la creación de una tecnología nacional que explote los recursos naturales del país y que lógicamente se dirige hacia las zonas más propicias. Vemos, pues, cuán inconsistentes son los argumentos de los trasnochados federalistas de nuestra época.

Todavía más argumentos

Los federales actuales al estilo Agulla-Manrique procuran con toda su cháchara varios objetivos. En primer lugar pretenden dar una explicación de la pobreza y degradación de las masas populares dejando a salvo la acción de los monopolios explotadores de la riqueza nacional. En segundo término quieren proveer de elementos ideológicos a las clases medias del interior para contraponerla a la clase obrera del gran Buenos Aires (los "porteños" como ellos dicen). Y fundalmentalmente seguir la tendencia de las clases dominantes de sacar a las autoridades gubernamentales de los grandes centros productores para llevarlas lejos de las presiones populares.

En este último aspecto y a simple título ilustrativo podemos señalar dos ejemplos: Brasil sacó su capital de Río de Janeiro y creó un centro administrativo en el desierto (Brasilia). La India creó una capital (Nueva Delhi) para apartar al gobierno de Calcuta.

La vida de los "porteños"

Sin embargo ¡cuán lejos está la imagen que quieren presentar estos federalistas de la verdadera manera de vivir de los "porteños"! El provinciano que llega a la capital no sale del centro o de los barrios residenciales y queda naturalmente deslumbrado. Compara la fastuosidad con lo misérrimo de su lugar de origen y saca sus conclusiones. Conclusiones fatales, claro está. Hoy podría repetirse con Rubén Darío: Buenos Aires es dolor, dolor y dolor. Una simple cifra: el 10% de la población o sea casi un millón de personas, vive en villas de emergencia. Otro dato: en casi todo el gran Buenos Aires no hay aguas corrientes ni cloacas. Tampoco universidades porque cinco millones de habitantes del gran Buenos Aires no tienen una universidad y tienen contadísimos establecimientos de enseñanza secundaria. Es decir, que desde el punto de vista de los servicios sanitarios y de la educación, Buenos Aires está en condiciones de absoluta inferioridad con respecto a las más atrasada de los capitales de provincia.

Estos son los "porteños". Donde debe trabajar toda la familia en uno o dos empleos para poder subsistir. En el centro mismo de Buenos Aires infinidad de esos enormes edificios no son sino pensiones o departamentos compartidos por varias familias, es decir, conventillos modernos. En síntesis, miseria y trabajo (cuando lo hay). El núcleo de los privilegiados es muy reducido.

El año hernandiano

Sin pena ni gloria, repetimos, pasó el año hernandiano. Quienes conocen profundamente la realidad saben que en todo ésto de la herencia política e ideológica que nos dejó José Hernández, falta aún el rabo por desollar. En la misma medida en que el año 1973 marcará un comienzo del retorno del pueblo a plantear importantes aspectos de su retorno al comando de su destino, lo será también para cumplir con sus ideales.

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