sábado, 17 de septiembre de 2011

UNA ESCRITORA DE MEDIO PELO PARA LECTORES DE MEDIO PELO


por Arturo Jauretche

La burguesía en riesgo de frustración a que me he re¬ferido en la última parte del capítulo anterior no consti¬tuye por sí sola el “medio pelo”; es sólo uno do los aportes al mismo. Corresponde determinar qué sectores sociales lo componen y cuáles son las pautas que lo rigen. Por con¬cretas que sean las bases donde reposa, el status expresa una serie de situaciones en que juegan normas éticas, estéticas, ideológicas, creando una serie de relaciones imponderables. Esto con mayor razón cuando se trata de un grupo definido más cultural que económicamente, y que desborda hacia la frontera de status superiores e infe¬riores. Sus límites son imprecisos por cuanto la posesión del status no es concreta, de naturaleza material ni materializable, sino un hecho anímico, una actitud más vinculada con la subjetividad del agente, que con la objetiva posesión del mismo.
Hay una expresión vernácula, "pillársela", que expre¬sa esa desvinculación entre el hecho objetivo y la subjeti¬vidad: cuando el tipo "se la pilla" actúa en función del status que se "ha pillado", aun a pesar de las circunstan¬cias que lo contradicen: y el estar ''pillado'' —creerse lo que no se es— tipifica al "medio pelo", mucho más que la expresión status.
Aquí un estudiante de sociología me apunta el con¬cepto técnico: es la disociación entre el "grupo de refe¬rencia" y el "grupo de pertenencia". Gracias, y adelante.
Digo status, también por aproximación, pues no puedo decir clase, que es concepto más limitado sobre todo en el orden socio-económico, pero debe tenerse presente que con status expreso más la actitud del "pillado" que su realidad objetivamente apreciada. Es lo que los marxistas llaman "falsa conciencia", refiriéndose a la clase media, (Peter Heintz - "Curso de Sociología" - Ed. Eudeba - 1965, como también me apunta el estudiante).
En esta tarea de aproximación, el libro de Beatriz Guido, "El incendio y las vísperas" me ha proporcionado una excelente cantera para la individualización de los "pi¬llados", que constituyen el "medio pelo" y el origen de mu¬chas de las pautas que los rigen.
Es el único interés del mismo ya que, como lo he dicho en al¬gún artículo periodístico, se trata de una autora marginal a la literatura, de un subproducto de la alfabetización. El lector debe com¬prender que el espacio que voy a dedicarle sólo se justifica por el interés del disector frente a la pieza anatómica.
Tampoco interesaría sin su éxito editorial, que es el que nos advierte de la existencia de un vasto sector para esa clase de mercadería.
Corresponde identificarlo. Como se verá enseguida, este libro no pudo suscitar ningún interés, sino todo lo contrario, en la clase alta a la que se pretende cortejar ignorando las pautas de la misma y la falsedad injuriosa de las que le atribuye la autora. Mucho menos en la clase obrera de presencia incidental y aun en la clase media como tal, de la que la autora fuga —una de las actitudes más definitorias del "medio pelo", propias de la simulación da status—, que con todo no evita las reminiscencias denunciadoras.
Sin la existencia de las "gordis" este éxito editorial sería incomprensible. Requiere un público en que se dé en las mismas medidas que en su libro, la ignorancia y la petu¬lancia intelectual, la falsedad en la posición y el aplomo para actuar del que la ignora, y que participe de una visión del país completamente sofisticada a través de una lente de convenciones deformantes y tenidas por ciertas. Entién¬dase, pues, que el análisis no es más que el pretexto para poner en evidencia la calidad de los lectores que son los que interesan; ellos son el objeto de la investigación a través de su proveedor intelectual. Por eso digo: una escri¬tora de "medio pelo" para lectores de "medio pelo".
Como el grupo se constituye en relación con los otros grupos sociales es esencial saber qué idea tiene de esos otros y particularmente los del propuesto como arquetipo: en este caso la clase alta.

LA CLASE ALTA SEGÚN EL "MEDIO PELO"

La novela gira alrededor de la familia Pradere, ex¬presiva, para la autora, de los más altos círculos de la sociedad porteña y su acción transcurre generalmente en el palacio de la misma en la calle Schiaffino y en su estan¬cia que lleva el indígena nombre de Bagatelle. También hay algunos episodios ocurridos en el Uruguay y en el Jockey Club y en las diversas garçoniérs que son aditamentos imprescindibles en toda familia de alto rango social.
Hay también la "fiel servidora" de los avisos fúnebres comme il faut. Se trata de Antola, cuyo retrato hace:
Sofía descubre el rostro olvidado de Antola: su ojo único, el pelo blanco desgreñado, pegado a las sienes (?), y esa sopa de pan y cebolla que es su único alimento desde tiempo inmemorial.
Quiere recordar algún momento fundamental de su vida en que Antola no estuviera presente. En las muertes como en las bodas —(esto de "bodas" me resulta un poco "mersa")—, revive segura de su poder, sedienta por humi¬llarlos, imponente en su fealdad, sin edad, sin formas, con el mismo cabello blanco sobre las sienes que peinaba el día que murió su madre. Sabedora de todos los secretos; del¬gados los muros para su oído de enferma insolente y justa, fiel e imprescindible en sus vidas, desaparece en las terra¬zas y bohardillas —junto a los murciélagos y los ratones—, para reaparecer victoriosa en los momentos decisivos de los Pradere. (Pág. 9 y 10).
Sofía, que es la oligárquica patrona ha descendido a la cocina, pues se trata de un 17 de Octubre y todo el per¬sonal de servicio, salvo la fantasmal y fiel servidora, ha abandonado la casa para concurrir a los actos programados por el “tirano sangriento”.(1)
Mientras la aristocrática señora busca algún condu¬mio, revolviendo cacerolas y estantes, hay un diálogo con Antola.
Dice la señora: —Te acordás de esos platos de loza inglesa decorados con Josefina, Napoleón, Robespierre y toda la Revolución Francesa? ¡Cierta gente adora comer sobre los vientres de los príncipes y déspotas! (Pag. 11).
Antola no se le achica, y eructando historia francesa y loza inglesa le contesta: —Te peleabas siempre con tus hermanos: sólo querías comer sobre el pecho de Napoleón. El diálogo continúa entre olla y olla y de banquito a banquito, hasta que la patrona exclama: —Yo comenzaría siempre. Aunque después temblaran los cimientos de Jeri¬có. Aquí Antola se achica porque no hay una loza que le haya formado una cultura de Antiguo Testamento, y le dice a su aristocrática interlocutora: —Alcánzame una olla. (Pág. 11).
Este diálogo de cocina puede dar una idea del lenguaje que el "medio pelo" atribuye a la gente de la alta sociedad: no conversa, platica.(2)
De la misma naturaleza refinada que las pláticas, es su ali¬mentación En todo el libro no se come más que caviar y bizcochos blackestones o crackers americanos, regados exclusivamente con champagne francés; ¡"minga" de vino o coca-cola! Hay una sola excepción: un desayuno con medias lunas, pero "chez Pradere", a las medias lunas las llama croissantes, como nos lo advierte Antola: Las trajeron ayer de la París... Croissantes, como las llaman ustedes. (Pág. 71). Como se ve también la oligarquía come medias lunas, pero en francés... como los uruguayos.
Sobre las costumbres de la alta sociedad nos anticipa algo la señora de Pradere enseguida que asciende de la cocina a los salones para revolcarse en las alfombras frente a la chimenea con un estudiarte de filosofía y letras que ha encontrado en la calle. El pobre estudiante no es un experto como la dama y el lujo de los salones lo tiene un poco "boleado" como a la autora lo que obliga a doña Sofía a apelar a todos sus recursos para evitar en su palacio otro paro, como el que ocurre en la calle. Para no ser menos la niña de los Pradere, Inés, se va a la garçonnière de Gramajo, un amigo de su padre que como corresponde es casado (pág. 22).
Para un día nefasto y de los negros no son malas las perfor¬mances.
Doña Beatriz entre tanto nos ha descripto los salones del pa¬lacio con una conaiscense de habitué a remates de residencias recar¬gadas de muebles, cristales, marfiles, alfombras, por los despiertos martilleros, el ambiente adecuado para tal lenguaje, tal alimenta¬ción, tal costumbre, tal moral sexual, según la visión "mediapelense" de la alta clase que revelan la autora y su entusiasta clientela.
Pero lo más extraordinario en la conducta sexual de la alta clase es el privilegio que reserva para sus hijos.
En la página 72, Inés está acostada con Pablo Alcobendas, el estudiante revolucionario que es su último amante y a quien le ha advertido que ha tenido cuatro anteriores. Alcobendas no se resigna a ese cuarto puesto no placé, y practica su examen. Dejemos a la autora que nos ilustre al respecto: Ella inmóvil, indefensa, permite que esa mano practique la tarea de reconocimiento y cuan¬do él encuentra lo que buscaba, ante la resistencia dolorosa de ella, susurra en el oído:
¡Los cuatro amantes, señorita, pertenecen a su ima¬ginación!
Inés (entre tanto) piensa: Las mujeres de cierta con¬dición tienen la virtud de parecer siempre vírgenes, después de ser poseídas por varios amantes.(Pág. 72).
¡Cómo para que las chicas del "medio pelo" no aspi¬ren a ser gente bien! ¡Con ese privilegio que da la alta clase!


LA CLASE ALTA EN SU CLUB (SIEMPRE SEGÚN EL "MEDIO PELO")

Recordemos que es 17 de Octubre. El jefe de la fami¬lia, don Alejandro Pradere, nos introduce en el Jockey Club, y nos guía por sus salones explicándonos sus prefe¬rencias pictóricas: Para mí, "Las Aves de Corral" de Castels, del salón Bouguereau; o "La Boda" o "El Hura¬cán". (Pág. 29).
En el solarium, Pradere y su hermano Ramón tienen una sorpresa. Allí está Juan Duarte. ¡Ni más ni menos!
Dice la autora: Y los Pradere vieron por primera vez a un hombre de facciones regulares, cabello pegado a las sienes; unos pequeños bigotes recortaban su boca; excesi¬vamente blanco, con esa piel de niño que no conoció el mar, sino sólo ríos y arroyos. Vestía una salida de baño de color amarillo; sobre el bolsillo izquierdo un escudo con un león español. Llevaba al cuello otra pequeña toalla de color ver¬de y calzaba sandalias romanas que dejaban ver sus dedos largos, casi perfectos. (Pág. 32).
El refinado Don Alejandro se pregunta: ¿Cómo no está en la Plaza de Mayo ese hijo de puta? (pág. 32). También yo me lo pre¬gunto, adjetivos al margen; ¡mucho más te lo hubieran preguntado Perón y Evita!
Esta familia Duarte es incongruente y no tiene idea de los niveles sociales, con esa piel blanca que sólo conoce ríos y arroyos. Esto de la coloración de la piel es para el "medio pelo", un inequí¬voco signo social. Así, más adelante, en la descripción de una orgía en el "cangrejal" —imaginaria playa de Punta del Este— Inesita pasa de los brazos de su amante Gramajo a otros... más poderosos, con una piel distinta a la de Alberto: un tostado de sol que delata infancias de río... (pág. 160). Son los brazos de Mattarazzi, un re¬pugnante burgués lleno de oro y de grasa, que anda entreverado con la gente bien y participa de la corrupción general de la clase alta. Pero a Inés no la engaña porque tiene la clave que Doña Beatriz difunde a pesar de su infancia rosarina, tan de río. ¡Ay!


LAS ABERRACIONES SEXUALES DE LA "GENTE BIEN"

En el Jockey tenemos la oportunidad de conocer otra de las debilidades sexuales de la alta clase: El "pigmalionismo", un vicio cuyo nombre ignora doña Beatriz a pesar de las descripciones escabrosas con que intenta matarle el punto a "Damiani" y a "Las memorias de una princesa rusa".(4)
Don Alejandro siente una curiosa debilidad por la "Diana", de Falguiere, que adorna las escalinatas del Jockey Club.
La Falguiere tiene el viento en los cabellos. Su sonrisa es más poderosa que la rigidez del mármol. Los senos pequeños levemente inclinados; no demasiado erguidos: el vientre de rítmica redondez, invitaba siempre a sus manos a sostenerlo. NO se atrevía a confesarse que había llegado a soñar, soñar despierto, que se acostaba con ella. Sólo para eso: para colocar sus manos rodeando la pelvis; en ese hueco que dan en llamar las ingles. (Pág. 30). (Eso que dan en llamar las ingles, es gracioso, ¿temerá Doña Beatriz que se molesten los ingleses por llamar ingles al “hueco”?). Esa misma tarde, al bajar la escalera de su casa, Pradere ha acariciado los glúteos de la “Diana” de su escalera (Pág. 12) y su hija Inés, que parece conocerlo, le había dicho muy respetuosamente: Le pondrías una casa como a una querida. (Pág. 30). Y el amor por la Diana no es puramente platónico. Nos dice la autora: Necesitaba tocarla antes de entrar al Jockey, como quien busca el agua bendita antes de entrar a un templo. (Pág. 30).
Y para que no quede ninguna duda la autora nos explica: Había traído de Bagatelle una bañera de su abuela, labrada en mármol de Carrara. La hizo depositar en uno de los vestuarios “de los viejos”, en el sótano. Y allí la tenía para “bañarla”. (A la “Diana” de Falguiere, se entiende). “Hace seis meses que no baña a su niña”, le decía Arizmendi un mozo del bar. “Después que vuelva de Europa. Me lleva una mañana entera..." contesta Pradere (Pág 30).
¡Cómo para no llevar una mañana! La autora nos ha informado que la “Diana” era de mármol rosa (pág. 183). No tiene la menor idea de lo que pesa el mármol y su tamaño, pues Pradere y el mozo del bar parece que juegan a las esquinitas con el mismo, de la escalera al sótano, con su bañera de Carrara, y del sótano a la escalera. Tampoco se le ha ocurrido imaginar la escena, el día del baño, con la jeneuse dorée, rural y deportiva, concentrada en el hall y festejando el espectáculo con relinchos, rebuznos y demás gritos de su rijosidad primitiva, en presencia de los refinamientos sexuales del consocio exquisito. ¡Qué socio se iba a perder ese plato!
En materia sexual Don Alejandro es muy amplio: en las páginas 85 y 86 se dice: Penetra ahora entre las sábanas de la cama de su mujer. Conoce sus adulterios. ¿Desde cuándo sabía que su mujer lo engañaba? Rechaza la palabra “engaño”: él también lo había hecho inmediatamente de nacer su hijo, en esa etapa en que las mujeres se ven obligadas a comentar los procesos biológicos del recién nacido, aunque la frase esté construida de esta manera: “Dice la nurse: el médico diagnosticó que José Luis tiene gastritis”. (De paso nos enteramos aquí que las madres de la alta sociedad no descienden hasta el médico pues de eso se encarga la nurse). La palabra gastritis ha traumatizado sexualmente al delicado señor Pradere: “Recuerda ahora que de niño le enseñaron que en las cortes de Inglaterra nos e pueden nombrar los órganos digestivos. “Digestión” es la palabra más despreciable del diccionario. Se puede hacer referencia al acto del amor de la manera más ruda y onomatopéyica: screw, “atornillar”, es menos ofensivo para una dama que decirle:”Y, ¿cómo se siente del estómago?” (La verdad que lo de screw no me suena muy onomatopéyicamente; ¿será que el amor inglés tiene ruidos distintos al criollo?).
Doña Beatriz nos dice que Don Alejandro no le perdonó a Sofía que pronunciara la palabra gastritis. No le importó, ni trató de averiguar nunca por qué lo engañaba (pág. 86). Pero si la gastritis lo alejó de ella, los cuernos lo reconciliaron, y es gracias a este estimulante que aparece en la cama de su mujer, después de sus canas al aire con los mármoles.
Sólo faltaba en la familia el incesto, pero Antola, la fiel servidora y fiscal de la sangre dice: -- Mirá que en tu familia ha habido incesto. Preguntale a Mujica Láinez que lo escribió y todo (pág. 71). Y le encaja a Manucho la indiscreción de haber lavado en público la ropa sucia de los Pradere.(5)


LA SOCIEDAD DE LA GENTE "QUE NO ES COMO UNO"

Hasta ahora hemos visto la imagen de la alta clase que tiene la autora y que lógicamente comparten sus lec¬tores afanosos de ambientarse.
Veremos incidentalmente la de los campesinos; sólo incidentalmente aparecerán también los obreros, pero vistos a través del lente "mediopelense", pues los "negros" no son obreros. Peyorativamente la autora pone en la bo¬ca de sus personajes una clara distinción entre el "alu¬vión zoológico", que constituyen la multitud y unos indivi¬duos selectos, generalmente con apellido italiano y de preferencia ferroviarios que esos sí, son obreros: en la imagen fubista del trabajador afiliado a los sindicatos científicos, es decir socialistas, comunistas o anarquistas.
La clase media aparece representada por algunos po¬licías degenerados y torturadores y por el héroe, Alcobendas, un joven estudiante que tiene un extraordinario me¬rengue fubista en la cabeza de lo que dan idea los retratos que adornan su habitación: Ingenieros, Aníbal Ponce, Gramsci, Proudhom, alternan, esa mortuoria galería. El pobre muchacho es el último amante de Inesita. Por poco tiempo pues en la comisaría diecisiete lo castran y des¬pués lo entregan al capricho sexual de un sujeto que res¬ponde al sugestivo apodo de "El Banano".
Pablo Alcobendas es hijo de una hermana del anarquista Di Giovanni y vive de las rentas de una casa de varios pisos que el tío anarquista dejó en herencia, dividida en propiedad horizontal entre los familiares, anticipándose en 1931 —más de 20 años— a la ley respectiva. En esa disposición de última voluntad a Pablo Alco¬bendas le tocó la parte del león: Yo soy el más afortunado porque mi departamento es el de planta baja y me lo alquilan médicas y prostitutas. No aclara si conjunta o alternativamente (Pág. 144).(6)


LA PAMPA Y LA ESTANCIA

Pasemos ahora a Bagatelle, porque Bagatelle, es el nudo del drama. Se trata de una estancia, que siendo, según Doña Beatriz, la más grande de la Provincia de Buenos Aires no tiene tanta importancia, para Alejandro Pradere, por su valor económico –don Alejandro es un exquisito que nunca habla de vacas ni de novillos, tarea que incumbe a su hermano Ramón—como por su casco principal y las obras de arte que contiene.
Oigamos algunas descripciones. El casco es un castillo normando, que se ve desde el camino a Mar del Plata; tiene un parque de ciervos, tiene cancha de polo, ¿qué es lo que no tiene Bagatelle? (Pág. 41). Fue construida a fines de siglo, por Alejandro Pradere, arquitecto, coleccionista de porcelanas y ornamentos, enamorado de Francia. Todo el encanto de un castillo del Loire, su armonía, su gracia y su misterio, todo fue importado desde Francia. No había visitante ilustre, desde entonces, que no admirara sus haras, sus puertas de alabastro, su lago artificial, cantado por Darío; el bosque de los ciervos, etc.... (Pág. 59). Los techos de Bagatelle, fueron decorados por diecisiete yeseros franceses. Cuatro figuras mitológicas: el invierno, el verano, la primavera y el otoño, defendían la entrada del castillo; reproducción en mármol de Carrara de las clásicas figuras atribuidas a Praxiteles (Pág. 60). Hay una terraza del amanecer (Pág. 61), y una terraza del atardecer. Hay también una fuente con cascadas, la fuente de los renacuajos, que eran silenciadas por un “concerto” de Cimarosa (Pág. 61). Hay también una playa en el Sur. Hay un reloj de jade y piedras preciosas, vajilla de Meisen, cristales de Bohemia, cubiertos de plata y vermeil, cuartos Imperio y Luis XV, salas victorianas, la sala Pueyrredón (Pág. 191 y otras) y así una heterogénea mezcla de catálogo de remate.
Y este príncipe de la pampa, Don Alejandro, se en¬cuentra enfrentado al más espantoso de los dramas: la amenaza de expropiación, por el “tirano sangriento”. Y transa, aceptando la deshonra de la embajada en el Uruguay. Es cierto que Pradere ha sido embajador en Londres hasta 1944, en la Década Infame. Pero esto dignifica para el “medio pelo”. No lo hace por el vil interés de vacas y hectáreas (¡qué son 30.000 hectáreas!) sino por el conjunto artístico, por la armoniosa conjunción de los Luises, Pompier y Barroco, que tres generaciones de Pradere, han acumulado en Bagatelle.
¿Qué son 30.000 hectáreas?, se ha dicho al pasar.
¿Ud. creerá lector, que no hay un argentino que no tenga idea de lo que es una hectárea de campo? Al fin, este es un país que está saliendo de los pañales agropecuarios. Un argentino, haya o no cursado la enseñanza pri¬maria, siente en la piel, la noción de espacio. Y sobre to¬do un hijo de la pampa, aunque sea de la pampa “gringa”, como Beatriz, la rosarina, y aunque tenga la piel blanca de quien "sólo ha conocido el agua de ríos y arroyos”.
Veamos la idea de 30.000 hectáreas que tiene Doña Beatriz.
Después de habernos ubicado el casco, Sobre el ca¬mino a Mar del Plata, (pág. 59), más abajo y en la misma página, nos informa que “el bosque de los ciervos” de Bagatelle, se halla sobre todo en la región que lindaba con Tandil. Además "encontraba el mar hacia el sur de la provincia, y sus playas de médanos agrestes, contenidos por pinos y abedules, insinuaban bosques futuros" (pág. 53). En la pág. 60, amplía la información, y también la estancia: Las treinta mil hectáreas se hinchaban al Norte en forma de vientre magnífico. Cerca de la provincia de La Pampa, el bosque de eucaliptos prometía atravesar la frontera. Hacia la provincia de Santa Fe, la pampa se afirmaba sin árboles ni cuchillas, ni siquiera un ombú..
Aquí Beatriz Guido padece exceder la ignorancia de su clientela de "medio pelo". Las falsas imágenes sobre la sociedad a que pretende pertenecer que se revelan en el lenguaje, la afectada cultura y alimentación y la vida se¬xual son gaffes inimportantes con respecto a la de la es¬tancia, que escritora y lectores parecen compartir. Porque la estancia no sólo es el esqueleto económico de la alta clase porteña sino que constituye la atmósfera imprescin¬dible de su existencia. En el total ausentismo o en la des¬preocupación más absoluta por ella como fuente de recur¬sos, el individuo de la alta clase porteña es esencialmen¬te un estanciero; del nacimiento a la muerte, cualquiera que sea el género de vida que adopte, cualquiera sea su ilustración y donde quiera que esté es estanciero; hasta cuando ya no se tiene estancia; ignorar la estancia es tan¬to como ignorarse a sí mismo.
¿Para qué maravillarnos de la ignorancia geográfica, si la his¬tórica le corre a la paleta? Porque no debemos olvidar que las 30.000 hectáreas (pág. 59), tenían su origen en una concesión hecha por el general Urquiza, al oficial primero (sic) Gastón Pradere, después de Caseros. Perdonemos esto de confundir un militar con un fun¬cionario administrativo, como ocurre con la asignación del grado, pero lo que es inadmisible es esta imagen de Urquiza repartiendo tierras en la provincia de Buenos Aires. Además esto constituye una deslealtad de Doña Beatriz con la línea Mayo-Caseros, que pasa precisamente por el meridiano histórico del "medio pelo", y para la que el único que distribuyó latifundios en la provincia da Buenos Aires, fue el primer "tirano prófugo y sangriento".
Este es el momento de señalar, la aparición de los campesinos. Parece que los arrendatarios del Sr. Pradere, no quieren saber nada con leyes de arrendamiento y otras zarandajas, y basta mencionar¬les cualquier clase de reforma agraria para que corran al osado agitador que la proponga.
No lo dice expresamente Doña Beatriz, pero nos informa, que cuando en 1944, lo cesantearon de la embajada de Londres, cargo que desempeñaba Alejandro Pradere, para gloria de los argentinos, lo fueron a esperar al puerto, delegaciones de todos los partidos políticos de la oposición: radicales, demócratas y hasta socialistas (pág. 82).
También los chacareros, todos: sí, todos (se explica el énfasis, pues parece que Doña Beatriz tuviera cierta sospecha de la invero¬similitud), y agrega entrando en detalle: un representante de cada parcela, con un letrero al frente que decía: "Unidos, los de Tandil, con don Alejandro Pradere". Se repetía: "los de Olavarría", "Azul", "Guerrero".


SÍNTESIS: EL LIBRO COMO REPERTORIO DEL "MEDIO PELO". SU SÍMBOLO POLÍTICO

He llegado a un punto que creo le permitirá al lector tener en este libro todos los elementos de juicio para ex¬plicarse por qué lo considero una cantera para investigar al "medio pelo" como advertí al principio del capítulo.
Tal vez el equívoco de su apellido ha inducido al lec¬tor de "medio pelo" para creer que se trataba de un tes¬tigo de la alta clase. Don Marcelo de Alvear cuando se sentía molesto con el Dr. Mario Guido, hacía jugar una diéresis sobre la "u" del apellido: Güido y no Guido. Cuan¬do el Dr. José María Guido no había llegado a presidente, oí a algún miembro de la familia Guido —la auténtica, que dirían ellos— hacer el mismo juego. No después, porque la gente cambia. Pero debo decir en obsequio de estos dos Guido, que en su modestia nunca jugaron al equívoco. La autora es hija del arquitecto Ángel Guido, rosarino, no sé si con diéresis o sin ella, que de paso conviene recordar fue funcionario peronista, además de autor del Monumen¬to a la Bandera, dos culpas o dos aciertos, según se mire. Pero la herencia paterna no se debe recibir con beneficio de inventario, quedándose con el monumento y no con el empleo.
Inducidos o no por el equívoco del apellido, los lectores han acep¬tado como buena la descripción de la clase alta, lo que los excluye de la misma —y los va situando—, pues de pertenecer a ella hubieran reaccionado adversamente al libro. La naturaleza antipopular de la novela excluye de sus lectores a la clase media baja y al proleta¬riado, que además no lee este género de literatura.
Tal vez la atracción ha sido política. Se trata de una novela histórica que pretende ser la "Amalia" de la "Segunda Tiranía", pues como tal la han aceptado sus lectores.
Pero la novela histórica supone cierto mínimo de ajuste a la realidad en la construcción de la trama, en la descripción del medio sobre el que se borda la acción y en los personajes, que deben ser congruentes con la época.
Además por su estilo, “El incendio y las vísperas” sólo puede ser ubicado en cuanto al tratamiento, en la escuela realista. Sabido es que su maestro, Emilio Zola, se vestía de fogonero y viajaba en tender de la locomotora para lograr el tono realista en la vida del ferroviario. La Sra. Guido pudo asesorarse en algunos ex socios del Jockey Club para que le explicaran cómo era la “Diana” de Falguiere, entre tantas cosas; y tal vez pudo conseguir que algún miembro de la clase alta la invitara a tomar te –por ejemplo Doña Victoria Ocampo, que es tan propicia a este género de atenciones--, para tener una idea del arreglo de las casas. Pudo también averiguar las pautas morales vigentes en la misma –cuáles son sus verdaderos defectos y sus virtudes—y no atenerse a los “chimentos” de antecocina que pueden facilitar las Antolas y las costureritas baratas, llamadas para aprovechar los restos de la haute couture, que encuentran los desvanes como rastros de un “Fin de fiesta”, algunas botellas vacías de champagne.
Hubo un tiempo en que cualquier bodrio antiperonista era de éxito, pero pasado el fervor del cincuenta y cinco, nada de eso camina sino que al contrario el éxito corre a favor de lo peronista aunque sea, también bodrio. El único sector que se mantiene firme en aquella histeria es el “medio pelo” y no por razones políticas, sino porque forma uno de los símbolos del mismo. El símbolo es el único valor que se ha tenido en cuenta, e identifica a los lectores explicando el origen del éxito, a lo que se suma el paralelo desconocimiento del alto medio propuesto como arquetipo, y de todos los sectores sociales del país, sumado al de su historia y geografía.
El libro expresa los símbolos del “medio pelo”, sus ideas, su desconexión con el país real y muy particularmente la arbitraria composición de las clases que supone, propio de un sector que creyendo imitar a la clase alta se imita a sí mismo, confundiendo los signos de aquella con los que él mismo se crea en su ambigua situación de “quiero y no puedo”, “de soy y no soy”. Es una visión del mundo a media luz de boite de lujo en que los concurrentes se dan “coba” recíprocamente, y se pasan moneda falsa como si se tratara de monedas de oro. Constituye así un muestrario de situaciones, juicios y pautas que reflejan la actitud espiritual que motiva la existencia de un status tan particular y que lo separa de las clases intermedias, en sí. Particularmente del punto de vista ético, porque el grupo ha perdido la noción de las normas morales de las mismas conducido sólo por la preocupación de lo que es “bien”. Ser “bien”, como ideal estético ha sustituido a ser “bien” como ideal ético, preocupación casi obsesiva de la vieja clase media.


LA EVASIÓN DE LA CLASE

La falsa situación del “medio pelo” principia por la evasión de la realidad; la autora nos permite ubicar su verdadera situación de clase por sus reminiscencias que resultan de una calidad literaria muy superior a su imaginación.
Describe la casa de Pablo el sobrino el anarquista Di Giovanni, último amante de la “Niña de la Pradere” en Adrogué: Un haz de luz penetra en ese hall literario sombrío, iluminado por la luz que atraviesa la claraboya de vidrios de colores: azul, amarillo y rojo. A ese hall abren la sala, el comedor, un escritorio y una mampara de vidrio que da a un primer patio, donde los helechos y la enamorada del muro crecen desde tiempo inmemorial, anterior a su nacimiento.
No espera encontrar a nadie en su cuarto: "nadie" son su madre y su tía; idénticamente magras, siempre vestidas de negro; siempre en el último cuarto de la casa, incorporadas a los baúles, a su ropa de niño, a la naftalina de los armarios y a la fotografía póstuma de su padre, junto a la mascarilla de Di Giovanni, hermano de su madre, fusi¬lado... Ingenieros, Aníbal Ponce, Gramsci, Proudhon, al¬ternaban en esa mortuoria galería. Allí están las dos mu¬jeres, con los ojos siempre desorbitados, como si aguarda¬ran irreparables noticias. (Pág. 42).
Más adelante: Atraviesan el pequeño hall, perfumado con los primeros jazmines. Trata de encontrar la luz de la sala; se equivoca y enciende la araña principal que ilumina por sobre todas las cosas el piano de cola, cubierto por un mantón de Manila.
Pablo se apresura a apagarla, y la reemplaza por una lámpara. Pocas veces habitan ese cuarto de la casa, le per¬tenece solamente a su madre y a su tía. Ellas lo mantienen con la celosías cerradas, como si el tiempo de esa sala hu¬biera terminado (pág. 46).
Esta sí es la descripción de un conocedor que ha vivido ese ambiente, y la única incongruencia es el piano, porque es de cola; (pero tal vez se trata de un recurso anarquista —no olvidemos que es la casa de la familia de Di Giovanni— para guardar bombas y ametralladoras. El finadito era así). Sigue la descripción: Tropieza con los almohado¬nes y con un gato de porcelana. La naftalina, el heliotropo y el narciso negro, el álbum de Chopin sobre el piano, marcan un tiempo de balcones abiertos, atardeceres nostálgicos y prolongadas siestas (pág. 48). ¡Esos son perfumes y no el Fracas que usaba Doña Sofía Pradere, o el Golden Medal, o el Tabac de Floris, de Alberto Gramajo! (pág. 24). (¡Pavada de fijador, el de los perfumes que usan los anar¬quistas y sus familias!).
(Aquí junto a la descripción de la vivienda va la de la lealtad con el difunto, que resulta de la actitud funera¬ria de esas mujeres "idénticas, magras, siempre vestidas de negro" en contraste con la de la alta sociedad que ya hemos visto: la familia Alcobendas —Di Giovanni no se "menefrega" en los antepasados como los Pradere de tan alta prosapia.)
Como se ve hay alguna aptitud literaria cuando la descripción se refiere al medio propio, del cual la autora se evade. No se trata de la cenicientomanía, de la muchachita humilde, que fuga, en una transferencia de la realidad hacia un sueño de príncipes, por el milagro del zapato de cristal. No. Hay aquí un trabajo meticuloso destinado a desorientar sobre la personalidad del escritor; de una sofisticación persistente en la transferencia de la personali¬dad por superposición a un medio extraño. Y hay la mis¬ma actitud en el lector que no percibe la falsedad y ridículo, porque pertenece al mismo "medio pelo", inserto en esa fal¬sedad y ridículo, viviendo una mistificación a base de ingentes sacrificios, que corresponde a su ausencia de rea¬lismo social y económico.
Y así hemos llegado al final de este capítulo, en que usted lector se ha aliviado de mi prosa con las transcrip¬ciones de una novelista de éxito.
Sólo me resta recordar la curiosa dedicatoria de "El incendio y las vísperas":
A mi padre, que murió por delicadeza.
Se comprende.

CAPÍTULO VII de EL MEDIO PELO DE LA SOCIEDAD ARGENTINA

NOTA

(1) El servicio doméstico de las grandes casas no está agremiado y sólo por una ignorancia total de su psicología y comportamiento habitual puede suponerse el abandono del trabajo el 17 de Octubre; esta gente cree tener un status especial con respecto al resto de domésticos y gastronómicos con los que no quiere ser comparado, empezando por no colocarse sino donde los patrones acrediten una posición social a su altura. En este sentido es más exigente que estos en el reclamo de certificados. Su mentalidad tiene más analogía con la de los intelectuales disciplinados por la gran prensa que con sus congéneres de actividad económica. En terrenos distintos, ambos grupos experimentan el halago de sus tareas, domésticas según se trate de los servicios a cuerpo o al espíritu.
Algo más sobre la erudición de los Pradere. Inés: Se sienta en un diván y deja que su padre le enseñe las páginas de ese incunable, pornográfico tal vez (pág. 18). Respecto de los incunables, su padre le informa: “... conseguí un regenerador de tejidos para la fibra del papiro" (pág. 18).
(2) Cualquier diccionario enciclopédico le podría haber informado a la autora que se llaman incunables los libros impresos desde 1450 fecha de la invención de la imprenta, hasta 1500. También le hubiera informado que no hay incunables peca¬minosos. Los primeros fueron de temas religiosos; leyendo a nuestro Rosarivo había aprendido que el primer incunable profano fue un Séneca impreso en 1463. La pornografía no alternaba con los Plinios, los Tito Livio, los Herbarios, los Cicerón, las Vidas Paralelas de Plutarco, los “Elementos de Geometría” de Euclides. A no ser que crea que el “Romance de la rosa” o “Claris de Mulieribus" contienen zafadurías. Además, una característica del incunable es el papel fuerte, áspero, desigual, según el mismo Rosarivo. Nada de papiro que es como confundir Gutenberg con Tutankamón o Cleopatra. Y no crea Doña Beatriz que exige mucho trabajo informarse antes de escribir un libro. A mí me ha bastado con consultarlo al "Chacho" Aquilanti, joven agente de una librería y amigo mío.
No puedo dejar de referir una anécdota, sobre la erudición pictórica que se despertó en la “tilinguería” con motivo del incendio del Jockey Club.
Una noche estábamos varios amigos en un café de la calle Santa Fe y Rodriguez Peña que ya no existe, cuando cayó a la mesa un “tilingo” típico.
Se comentaba el incendio y el “tilingo” se dolía de la pérdida de los cuadros. Pero en su afán enumerativo, no podía pasar de Goya: “El Goya”, decía... “el Goya... el Goya...”
César Aranguren lo pescó en el aire, y para ayudarlo le apuntó “¿Y los tres Pettinatos?”
El “tilingo” agarró el cable con todo entusiasmo: --¡Sí! ¡Los tres Pettinatos!, dijo.
Conviene recordar que el “Gordo” Pettinato era el Director de la Penitenciaría en tiempos de Perón, pero el mocito este sabía tanto de la Penitenciaría como de pintura. En obsequio del personaje, digamos que el nombre de Pettinato suena a pintor, aunque sea por una aproximación auditiva a “Los Petites Maîtres” o a Pettorutti.
(3) (Además se insistió tanto con los cuadros y la biblioteca que el “medio pelo” terminó por creer que los socios del Jockey Club, entre orgía y orgía, y partida y partida, se lo pasaban corriendo de la biblioteca a los cuadros y de los cuadros a la biblioteca).
No puedo dejar de referir una anécdota, sobre la erudición pictórica que se despertó en la “tilinguería” con motivo del incendio del Jockey Club.
Una noche estábamos varios amigos en un café de la calle Santa Fe y Rodriguez Peña que ya no existe, cuando cayó a la mesa un “tilingo” típico.
Se comentaba el incendio y el “tilingo” se dolía de la pérdida de los cuadros. Pero en su afán enumerativo, no podía pasar de Goya: “El Goya”, decía... “el Goya... el Goya...”
César Aranguren lo pescó en el aire, y para ayudarlo le apuntó “¿Y los tres Pettinatos?”
El “tilingo” agarró el cable con todo entusiasmo: --¡Sí! ¡Los tres Pettinatos!, dijo.
Conviene recordar que el “Gordo” Pettinato era el Director de la Penitenciaría en tiempos de Perón, pero el mocito este sabía tanto de la Penitenciaría como de pintura. En obsequio del personaje, digamos que el nombre de Pettinato suena a pintor, aunque sea por una aproximación auditiva a “Los Petites Maîtres” o a Pettorutti.
(4) Don Alejandro Pradere no ha inventado el vicio. Dicen que en la antigüedad fue muy solicitada la “Venus de Cnido” y modernamente la “Venus Berghese”, la Paulina Bonaparte, de Cánova. Algún tendero podría haberle informado a Doña Beatriz sobre cosas raras que suelen pasar con los maniquíes de la sección lingerie. Esta ignorancia de la autora me induce a suponer que su escabrosidad literaria es de “pega”. Lo que me complace por ella, aunque induzca a error a los adolescentes.
Otro ilustre precursor del señor Pradere según veo en “Capricho italiano”, de José Luis Muñoz Azpiri, fue Nerón: “El emperador Nerón –escribió Diego Angeli—fue un espíritu refinado cuyo sentido estético debía estar extremadamente desarrollado. Se sabe que se hacía seguir en sus viajes por una estatua, a la cual sentía particular afecto. El cuerpo de adolescente encontrado en su villa de Subiaco es admirable; constituye hoy el más preciado ornamento del Museo Nacional de Roma, etc., etc.” ¡Lástima de ignorancia! ¡Hubiera quedado tan bien Nerón con esto del incendio...”
Sin embargo estoy por creer que entre los extremos beocios y áticos del Jockey Club, se dan algunas notas “mediopelenses” que quizás sean las que han desorientado a Doña Beatriz. La Nación del 23 de julio de 1966 trae una crónica de la asamblea realizada en esa institución donde se decidió la compra, para sede social, de la residencia ubicada en la avenida Alvear 1345, una de las construcciones de la belle époque a que nos referiremos en otro lugar. No tienen desperdicio las palabras pronunciadas por un señor Vega Olmos, muy conocido por ser argentino, y que el citado periódico reproduce, supongo que con exquisita fruición del cronista.
Son éstas: “El Jockey Club se va a ubicar frente a algo tan sublime como la estatua de Pellegrini, fundador de la institución. En el lugar de las pocas virtudes argentinas que quedan”. El lugar, Arroyo de Libertad a Cerrito, lo que hay más son embajadas extranjeras.
El presidente Sr. Anasagasti, no quiso ser menos y cerró el acto diciendo: “Hoy han tenido ustedes la calidad que se supone en los socios del Jockey Club. Quieran Dios y la Virgen que así sea siempre”.
La Nación no refiere los entretelones que han determinado que la aprobación de una compra de muestras de una calidad excepcional, al parecer inhabitual, ya que el presidente de la institución considera necesaria destacarla, complicando a Dios y la Virgen. Si no estuvieran identificados los oradores, quedaría el recurso de atribuir las frases al “mediopelismo” del cronista. Pero se trata de socios.
(5) "Manucho" Mujica Láinez no sólo es responsable de haber divulgado el secreto incesto de los Pradere; este remedo de castillo que es Bagatelle está denunciando el "pastiche" de "Bomarzo". Pero Mujica Láinez conoce un medio al que tiene acceso y además, aunque sea de reojo, el país en que vive y sabe de la imposibilidad de un Orsini pampeano. Sabe también que la manga ancha de la moral renacentista, que “Manucho” comprende muy bien, no se puede generalizar a su clase.
Pero si los Orsini, duques de “Bomarzo” acusan un linaje que procede de los Longobardos o de Cónsules de la República Romana, el de los Pradere es más joven que la constitución del 53. Estos Pradere son unos recién llegados, como dice el Orsini de “Manucho”, de los Farnesio, pues tenían una “puntillosa prevención de parvenus”, “se fijaban en cosas que los Colonna y nosotros –los Orsini—hubiéramos pasado por alto, pues hacía siglos que no nos incomodaban”. Los Farnesio eran “medio pelo” respecto de aquellos, y “los atemorizaba el peligro de las gaffes que los ceñía con su aro de púas”, pues no tenían más que cuatro o cinco siglos de “familia bien”.
No es lo mismo ser “cornudo”, pigmalionista, y aceptar las diversiones de la “nena”, llamándose Orsini o Colonna, y en la Italia del Renacimiento, que en al muy agropecuaria República Argentina, llamándose Pradere. Por la misma razón de tiempo la adquisición del estilo de nuestra clase alta no es muy difícil, pero se está siempre en el riesgo de la “puntillosidad”, como sucede al “medio pelo” que lo único que adquiere es la imitación del lenguaje sincopado –un Oxfordismo de ex empleado de confianza del Ferrocarril Sud.
La autora ha tenido algunos dolores de cabeza por la identificación que el “medio pelo” hizo enseguida del apellido Pradere con otros. A fuerza de ignorar, ignoró que ese era el apellido de una de las familias terratenientes del sur de Buenos Aires. Por el tema de la expropiación, después cargaron a los Pereyra Iraola, que se alzaron como “leche hervida”. Y con razón. (Cuando yo era muchacho existía en la esquina de Bartolomé Mitre y Paraná una tienda especializada en ajuares, cuyo nombre era “La casa ideal de los novios”. Humorísticamente también se llamaba a la familia Pereyra Iraola con el nombre de la tienda, porque sus miembros varones se casaban, uniendo a su fortuna una castidad que era leyenda propia y que ratificaban como padres prolíficos. Cierta o no, esta leyenda excluye todo parecido con los Pradere de la novela). Después la “cargaron la mano” a los Victorica Roca por el hecho de haber sido Julio embajador de Perón. Pero en este caso la embajada no fue la alternativa de la expropiación del “Ojo de Agua”, pues Julio Victorica Roca fue peronista de los primeros, desde 1943. Es que el “medio pelo” se tomó en serio esta novela como histórica y estos Pradere como efectivos representantes de una clase que admira, pero que naturalmente repugna la falsa imagen que se da de ella. Una gaffe más del “puntilloso” medio pelo de la autora.
(6) Con mentalidad de fubista, como su personaje el estudiante Alcobendas, la autora ha idealizado el supuesto tío de éste, el anarquista Di Giovanni. Si hubiera descendido por Callao hacia donde ésta se aplebeya llamándose Entre Ríos y doblando por Moreno, pudo tener algunos datos sobre Di Giovanni que después pudo corroborar o rectificar con algún viejo sobreviviente de la "idea".
Di Giovanni era un anarquista que practicaba la acción directa, indiscrimi¬nada, que por su fanatismo y decisión podría ser emparentado con el grupo de Milán "Pensiero e Dinamita". Autor de un atentado en el Consulado de Italia que causó muchas victimas, chocó de inmediato con el grupo idealista de “La Protesta”, que era el de mayor ascendiente en el movimiento gremial anarquista, y de este choque resultó asesinado el periodista español Francisco López Arango, director del periódico. Pronto Di Giovanni fue un delincuente común que nadie puede idealizar, como por ejemplo podría ocurrir con Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, especialistas en asaltos de bancos, que nunca cometieron aten¬tados sangrientos y entregaron siempre la totalidad de los fondos "expropiados" al Comité Pro Presos de España, donde murieron combatiendo en la Guerra Civil.
Desde luego que Di Giovanni no dejó ninguna herencia en propiedad horizontal a una inexistente hermana suya, primero porque no tenía “ni medio” al morir y segundo porque dejó mujer y dos hijas en la mayor miseria. Además, es absurda la escena del fusilamiento en la Penitenciaría con la presencia de la hermana del fusilado, la madre de Alcobendas, con éste en brazos; y también imposible porque la cuenta de la edad que resulta en la novela, a la fecha del fusilamiento, el joven Alcobendas podía ser, cuando más, un “bacaray”. Aclaro que el fusilamiento ocurrió en 1931, y para Doña Beatriz, tan mal informada en esto como sobre el campo, que el “bacaray” es el ternero por nacer; eso que le llaman nonato en las peleterías. Y ahora sí que esto lo va a entender.

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