miércoles, 30 de mayo de 2012

PARTIDA DE NACIMIENTO DEL "MEDIO PELO"

por Arturo Jauretche

            En el capítulo anterior se han mencionado las dos vertientes que concurren a la formación del medio pelo. Antes habíamos visto que también dos corrientes confluyeron en el origen de la clase media paralelas a aquellas.
            La primera –los primos pobres de la oligarquía—constituye el elemento básico que hace viable la constitución del grupo: apellidos relativamente antiguos y entre los cuales, usando varios es posible enganchar alguno de alta clase; un estilo, en cierto modo más tradicional que el de aquella, en cuanto menos influido por la europeización de su época ausentista; una religiosidad formal, de buen tono y poco ecuménica pues se condiciona a la calidad del lugar y feligresía de la parroquia. En resumen un ritualismo social que tiene marcados con minuciosidad los límites de lo que es “bien” y lo que no es “bien”, y da con eso la apariencia de un grupo cerrado. Cerrado, pero no tanto que no se pueda abrir con una llave de oro; lo suficiente para hacer apetecible la incorporación, pero no tanto para que sea difícil.
            Los nuevos constituyen la segunda vertiente y concurren desde variadas procedencias que iremos viendo, pero que fundamentalmente está constituida por elementos de la clase media alta, la “intelligentzia” y la burguesía de los últimos ascensos.
            En esta segunda vertiente del medio pelo, particularmente en la incorporación de los burgueses, el factor tiempo tuvo mucha importancia pues ya se ha visto que su equivalente anterior realizó su ascensión con un ritmo menos acelerado que el de la industrialización brusca, porque correspondía a la primera modernización de la sociedad, nacida de la expansión agropecuaria, en una ciudad más reducida y con sus sectores sociales menos con¬fundidos porque la alta clase, más distante del resto del país, se perfilaba más neta e individualizada. Además los apellidos extranjeros conservaban todavía una reso¬nancia exótica que se perdió con el acostumbramiento. En cuanto a la alta clase media empezaba a confundirse con los primos pobres de la oligarquía a través de una larga convivencia en las mismas funciones de nivel secun¬dario: profesores, altos funcionarios, jueces y secretarios, profesionales, altos grados de las fuerzas armadas.
En una sociedad en que las dignidades primeras estaban dadas por la propiedad de la tierra, todas esas jerarquías de segunda se igualaban en poco tiempo; daba tono también cualquier ante¬cedente anterior al 900, hasta el punto de que llegó a ser importante descender de un conscripto de Curumalal.
En este sentido, y hasta que el medio pelo se caracterizó por sus propias pautas, en el nivel básico de los primos pobres los criterios de aceptación fueron más amplios y modernos que los de la clase alta, y estuvieron más en relación con la sociedad real: estaban referidos al género de actividades desempeñadas que eran las de esa segunda línea de la sociedad tradicional.
A ese nivel, las actividades científicas, el ejercicio de la ma¬gistratura, la política, las letras, la espada, el sacerdocio, etc., repre¬sentaban jerarquías sin cotización en la alta sociedad, donde eran más bien signos de posición, pues a medida que se refinaban las razas ganaderas se producía un refinamiento social paralelo y la marca de la estancia y el nombre de la cabaña cons¬tituían escudos heráldicos que daban más lustre que los antepasados, que en ocasiones hasta se disimulaban. La única actividad no ganadera bien considerada era la de abogado de las grandes empresas extranjeras.


LA COLA DEL BARRIO NORTE

Para esta época había cambiado la geografía de Bue¬nos Aires (para emplear el título del ameno libro de Escardó). Se habían llenado las soluciones de continuidad que separaban los barrios y los medios de transporte habían fundido unos con otros. Ya vimos que el restricto barrio norte de los palacios de la alta sociedad prorrogaba su caudal en amplios faldones bajo cuya protección se vestían de etiqueta el Pilar, parte de Palermo y de Belgrano, y los aledaños Vicente López y San Isidro, en una larga franja recostada sobre la costa. La calle Santa Fe y sus continuaciones, Cabildo —con un pequeño desli¬zamiento hacia el alto Belgrano— y Maipú, marcaba algo asó como un límite de clases. La naturaleza lo había querido dando allí río y barrancas y las preocupaciones municipales habían ayudado a la naturaleza. Con mayor razón cuando el norte definió su carácter e intendentes y nuevos vecinos rivalizaron en marcarlo con reglas urbanísticas y de edificación. Ya el prestigio no se determinaba dentro de los viejos barrios porque las pautas estaban dadas por la ciudad en conjunto: más importante que ser importante en el barrio, era pertenecer a un barrio importante. Ahora vivir en el Sur descalifica y el oeste no es disminuyente, no ayuda. (En las crónicas periodís¬ticas, un tumulto de adolescentes se refiere como cosa de “jóvenes”, si ocurre de Santa Fe al Norte: si ocurre al Sur se trata de "muchachones". Es aquello de cuando “un pobre se divierte...”).
El mismo centro hace rato que está en baja; es un lujo que sólo se pueden permitir quienes están fuera de toda discusión posible. (Los Urquiza-Anchorena pueden vivir en la primera cuadra de Suipacha; pero éstos también pueden dejarse enterrar en la Chacarita sin desmedro. Hay una vieja familia que entierra en el Cementerio de Flores, pero esto es casi una compadrada de porteño viejo. Lo correcto es la Recoleta, pero ya Olivos se insinúa como una agradable variante. Agradable para la familia, y para la empresa que carga flete).
Los que tienen apellido, o para alcanzar uno los cargan en tres o cuatro andanas, no están en fondos como para una casa en el centro, y los que no tienen apellidos, y sí fondos no van a comprar una casa con frente de rejas y zaguán que no dice nada a los que pasan, y pueden creer que se trata de un inquilinato, como los que hay al otro lado de la Avenida de Mayo.
Algunos pueblos suburbanos del sur han tenido su prestigio como se ha dicho y conservan algunas de las antiguas quintas con sus palmeras, magnolias y coníferas y las enredaderas que suben por las paredes o caen sobre pérgolas derrengadas, Témperley, Lomas, Adrogué y hasta Banfield, se han quedado en un melancólico ayer; ya no atraen pues hay que pasar por Avellaneda, Lanús, Gerli, Talleres, y ellos mismos están invadidos por el cinturón obrero de Buenos Aires que crece. Igual le ocurre a Ramos Mejía y a Morón; y hasta Hurlingham, el Hurlingham de los ingleses, han sido desbordado como la Villa Ballester de los alemanes, como San Miguel que reforzaba su alta clase media con las familias de los militares, por su proximidad a Campo de Mayo, al igual que San Martín, con su viejo Colegio Militar. Ahora todos esos pueblos expresan el país que quiere ser moderno, actual, la potencia posible que se frustró cuando la alta clase no quiso ser burguesía y eligió un destino de ricos dependientes, que le duró, en el nivel internacional lo que la divisa fuerte, mientras lo permitió la renta diferencial. Burguesía y clase media emigran dentro del ámbito urbano repitiendo el proceso simiesco que cumplieron sus modelos de sesenta o setenta años antes pero hacia Europa. (Casi podría decirse que la clase media alta y la burguesía que han persistido en esos avecinamientos, revelan por este mismo hecho estar inmunizados a la influencia del “medio pelo”).
            Esto no significa que la tilinguería haya sido el único motivo de esa emigración; hay comprensibles razones estéticas, de comodidad y hasta climáticas; también de prestigio, pues ya hemos visto que su búsqueda se identifica con la naturaleza humana, pero precisamente lo que se propone es distinguir la búsqueda del prestigio en sí, que se opera naturalmente, de la actitud forzada que no intenta destacar el ascenso sino atribuirse una falsa pertenencia que es la del “medio pelo”, normándose por pautas que contradictoriamente tienden a disimular el ascenso bajo la apariencia de una situación proveniente de un origen más prestigioso que el propio; es decir, la aceptación de la naturaleza disminuyente del propio implícita en la aceptación de las pautas que se adoptan y que lo califican peyorativamente. (Ejemplificativamente recordaré lo dicho respecto de los matrimonios con titulares de la nobleza europea, de las de las princesas del dólar y las del peso moneda nacional entonces "poderoso caballero”. En el primer caso las norteamericanas adquirían títulos como una afirmación de su potencia burguesa, con el mismo criterio que compraban un castillo y lo trasladan piedra por piedra a su país. Era una transacción en que si había algún disminuido era el aristócrata que decoraba al burgués; en el segundo, la disminución era del que se incorporaba al título para adquirir un nuevo status que lo diferenciara de su condición anterior).
El elemento subjetivo en la búsqueda del prestigio es esencial, porque puede representar una afirmación de las motivaciones de ascenso, o inversamente, su negación. Esto es lo que hace que el problema del “medio pelo” tenga que tratarse más que como una sátira de costumbres –por sus aspectos ridículos-, como problema social en cuanto representa el enervamiento de las aptitudes de los grupos de ascenso necesarios para la potencialización del país.
            Ahora, hay que señalar un acontecimiento que es liminar en la formación del “medio pelo”, porque la conmoción produjo en la sociedad porteña polarizó la mayoría dela clase media alta, parte de la burguesía y la casi totalidad de la “intelligentzia” situada económica y socialmente en la clase media. De esa conmoción salieron también gran número de las pautas que uniforman su comportamiento actual.
            Este hecho, fue la Revolución de 1943 en lo político y su secuela económica y social. Porque allí se quebraron las tablas de valores culturales que aquellos sectores consideraban inamovibles e identificadas con la naturaleza del país.
            A diferencia de la clase alta, y aun de sus primos pobres, la alta clase media, la “intelligentzia” y la nueva burguesía, era hostiles al régimen de la “Década Infame” y sus fraudes y atropellos. Pero sus preocupaciones democráticas locales habían pasado a segundo término ante las internacionales, y en el común denominador de la guerra las diferencias internas perdían importancia. (Ya antes, la guerra civil española había puesto en el primer plano lo extranjero postergando lo nacional, hábilmente movilizado por la gran prensa y conforme a la mentalidad colonialista que atribuía al país una posición apendicular).
            Ya no se objetaba al gobierno de Castillo su origen fraudulento. Lo que se le objetaba era su política de la neutralidad, en lo que coincidían la unanimidad de las direcciones políticas e intelectuales consagradas –oficialistas y opositoras indistintamente—que, por otra parte, creían ser todo del país. En consecuencia ignoraban que para una gran parte de la opinión, ése era el único título de prestigio de Castillo. El grueso de la clase media ya había revisado, por la obra de los nacionalismos, de FORJA y muchos sectores intransigentes del radicalismo, todos los supuestos culturales de aquellos grupos y puesto en primer término el interés nacional. Carente de prensa y de medios masivos de expresión, el hecho era subestimado porque el fuego en el bosque no alcanzaba a las altas copas de los árboles, pero corría por la base del mismo y había penetrado todos sus intersticios. Cuando lo comprendieron tuvieron una primera explicación para su incapacidad de concebir nada propio; era “nazismo”, o, como decían en su pintoresco trabalenguas “nipo-nazi-falanjo-peronismo”. Cuando lo político apareció acompañado por lo social, se les terminó por derrumbar la estantería de las bibliotecas, pero Sarmiento apareció arriba de la librería amontonada con su “Civilización y Barbarie”; y les dio la otra explicación: las multitudes de la campaña –la “barbarie”—que marchaban contra la ciudad –“civilización”--.
            Incapaz de pensar fuera de la fórmula libresca importada no podía comprender un hecho simple. La guerra mundial, en medida mucho más amplia que la primera en la época de Yrigoyen, interrumpía el esquema que las leyes de la “Década Infame” habían intentado inmovilizar en la dependencia agro-importadora. Las necesidades del mercado interno insatisfecho creaba la demanda y la demanda promovía el desarrollo en la única oportunidad en que el sistema hasta entonces vigente no podía frenarlo. Esto significaba, a su vez, la plena ocupación que abría horizontes nuevos al grueso de la clase media, cosa que ya se ha visto, y provocaba una acelerada inmigración del interior hacia los centros industriales.


LA PRESENCIA DEL “CABECITA NEGRA”

La presencia del "cabecita negra" impactó fuertemen¬te la fisonomía urbana, y la lesión ideológica al colonialismo mental se agravó con una irrupción que alteraba la fisonomía de la ciudad inundando los centros de consumo y diversión, los medios de transporte, y se extendía hasta lugares de veraneo.
Hasta los descendientes inmediatos de la inmigración se sintieron lesionados. De ellos salió lo de "aluvión zoológico" y lo de "libros y alpargatas", y no de la gente tradicional en la que pudo ser comprensible. La ciudad parecía invadida, pero no hacía más que repetir lo ocurrido algunos decenios antes cuando llegaron sus padres en las terceras de los barcos de ultramar. A la multiparla de los extranjeros que golpeaba los oídos del transeúnte, sucedió el multiacento de las tonadas provincianas.
Era una multitud alegre y esperanzada que ascendía de golpe a niveles de progreso que ni siquiera había ima¬ginado. Esa multitud era alegre porque llegaba al tra¬bajo estable y al salario regular como a una fiesta en donde se sentía desacomodada, como ese cabello hirsuto del "peloduro" que identificaba al "cabecita" con el peine y el espejito. De la carencia de recursos para las cosas elementales, pasaba éste a una abundancia que no estaba en relación con sus hábitos de consumo —o mejor dicho de no consumo—: fue el apogeo de la venta de discos. pañuelos de seda, perfumes baratos, diversiones, del gasto superfluo en una palabra, y del ausentismo frecuente en el trabajo, que desapareció cuando los hábitos de consumo y las necesidades del nuevo nivel de vida se aprendieron en la única forma que se aprenden: por su ejercicio. En¬tonces se inventó el resentimiento, palabreja que ya se había usado antes para los padres de esos mismos “gringuitos” que la usaban ahora. En ambos casos, hubo una transferencia de la propia subjetividad lesionada, a quienes la lastimaban por el simple hecho de ascender y dar una imagen de la Argentina que no estaba en sus papeles.
Porque lo que ocurría era que el país real se hacía presente por fin gracias a las circunstancias favorables.


EL PENSAMIENTO DE LOS CULTOS

Hubo un sector de la clase media que se sintió el más agredido. La "intelligentzia", desde el profesor universi¬tario al maestro de escuela, pasando por el grueso de los profesionales, periodistas, artistas; se resintió en su sub¬jetividad de depositario de la "cultura" y fabricó una interpretación a la medida de sus aptitudes, de izquierda a derecha, y sin que sus diferencias doctrinarias impidie¬ran la unanimidad del pensamiento.
Los militares, los curas, toda esa clase media de la cual salieron el Presidente, el Vice, todos los gobernadores de provincias, la mayoría de los diputados, la totalidad de los funcionarios, los profesores "flor de ceibo" de la Universidad, constituían la indispensable clase media del "nazismo". Pero como había que explicar la presencia de los trabajadores, decretó que estos eran el lumpen proletariat, en un cóctel intelectual en que los marxistas aportaban la “terminología científica” y los liberales los supuestos básicos de la cultura tradicional. Así Perón era indistintamente Franco, Hitler, Mussolini, Rosas o Facundo con los cuadros nazi-faci-falanjo-peronista de la clase media y los depravados residuos de la digestión social, las multitudes obreras que lo apoyaban; alternativamente los degradados del proletariado, o los indígenas anteriores a la civilización. Lo que no se les ocurrió, ni se les podrá ocurrir nunca, era que se trataba de un hecho original y propio del país y de una transformación inevitable que estaba en la naturaleza de las modificaciones en las formas de la producción y el consumo.
Esta interpretación del hecho por la “intelligentzia” común a la izquierda y a la derecha, revela la existencia de una plataforma mental que no está dada por las ideologías particulares, sino por presupuestos generales que las unifican en un status de compenetración recíproca y convivencia que se repite cada vez que se encuentra frente al país real. Fue la repetición, a escala más grande porque era más profundo el proceso, de la actitud que adoptó la “intelligentzia” frente al yrigoyenismo en su oportunidad.


POLÍTICOS Y DOCTORES FUERA DE LA CANCHA

Los dirigentes de los partidos políticos opositores a los gobiernos de la "Década Infame" participaban de la actitud porque sus supuestos eran los mismos de la "Intelligentzia", aunque sus lecturas fueran mucho más pru¬dentes. Es que además, la presencia de ese país que habían olvidado —si es que alguna vez lo conocieron— alteraba el polígono de fuerzas, dentro de las cuales su acceso al poder era previsible, una vez que hubieron aceptado la restauración colonialista de la "Década Infame". En la presidencia Ortiz, eso ya estaba prácticamente resuelto y las presidencias Rawson y Ramírez ofrecían encami¬narse hacia sus soluciones "democráticas", con el visto bueno de las embajadas. Pero el hecho traía resultados imprevisibles. (Como en la cancha de fútbol, el problema ya no era el referee arbitrario que cambiaba el resultado de los partidos, sino el riesgo de quedarse fuera de la cancha. Las diferencias que habían tenido con los autores del fraude y las vejaciones aparecían como inimportantes; eran infracciones a las leyes del juego, pero el juego era el mismo).
Toda esa gente, con la clase media alta, se sintió agraviada porque estaba agraviado el orden dentro del cual estaba programado el país con sus jerarquías establecidas y el modo y el estilo con qué manejarse.
En Los Profetas del Odio digo:
El doctor, se amarga porque ya no es tan importante; añora el tiempo en que fue el pequeño Dios casero del barrio o del pueblo. Lo mismo le ocurría al intelectual. Y agrego: La gente lo veía pasar a Martínez Estrada y las comadres del conventillo decían: “Es escritor, sale en los diarios”. Y todos se quedaban mirándolo con los ojos abiertos. Ahora la gente se ha ensoberbecido y esto molesta al Sr. Martínez Estrada. Ni lo miran, del mismo modo porque no se permite al doctor que lo proteja con su tuteo, y si más no viene, hasta “le para el carro”. Existen por lo demás muchos sectores materiales lesionados; esto pasó ya con las reformas de Licurgo y de Solón... Ahí están los pequeños rentistas, la gente de entradas fijas...”
El ascenso masivo –que le físico y la modalidad del “cabecita negra” hace más evidente—es de una multitud, de gran movilidad urbana; está presente en todas partes pues la plena ocupación –que alcanza a todas las clases—provoca la aglomeración callejera, que con la ocupación se multiplican los desplazamientos; da recursos de acceso a medios de consumo antes restringidos por la necesidad y estrecha la ciudad dando sensación de apretujamiento. Disminuye la importancia de los individuos que hasta ese momento se han creído importantes; se pierden en el anónimo de las colas, tienen que esperar mesa en los restaurantes, viajar incómodos presionados por el número y ni siquiera en la hora del descanso, en las playas o en las sierras, pueden evitar este hecho terrible de ser uno de la multitud y nada más.
Es como pasar del pueblo –donde se es alguien—a la gran Ciudad donde no se es nadie.
Oscar Correa me contó una vez que la impresión más fuerte que le causó Buenos Aires de adolescente la recibió en el tranvía. En su Catamarca natal, donde se nace “niño” Correa. Y he aquí que en Buenos Aires, en el tranvía, el guarda lo señalaba diciéndole que se corriese más adelante sin decirle niño Correa, con la misma desaprensión que si se tratara de un “chango”. Oscar Correa contaba el episodio como una enseñanza que le había dado el “gallego” de los boletos. Pero la mayoría de la gente a que me estoy refiriendo está muy lejos de tener el buen sentido de Oscar Correa. (A mí mismo “me revienta” bastante cuando hablo por teléfono y no me entienden el apellido, o cuando le digo a alguien quien soy y descubro que no le significo nada, y eso que estoy acostumbrado a ser “punto”).
La reacción en los sectores mencionados es comprensible a la luz de sus prejuicios y mentalidad. El hecho nuevo afectaba un elemento básico del prestigio y le disminuía la significación.


UNA BURGUESÍA PARADÓJICA

            Otro es el caso de la nueva burguesía.
            En mi libro citado aclaro:
            “También ofende esta brusca promoción de industriales y hombres de negocios, salidos de sus propias filas con la chabacanería del enriquecido; es la burguesía, que no existía anteriormente, generada por las condiciones económicas propicias y a la que llaman “la nueva oligarquía”, cuando es precisamente su negación, clase en constante formación de altibajos frecuentes, y que suscita la admiración de sus adversarios cuando la ve actuar en los países anglosajones... No ha adquirido todavía esa suficiencia y esa seguridad burguesa que permite mirar de frente a la aristocracia; suscita la envidia general, esclava de sus utilidades de mercado negro que se ve obligada a gastar en automóviles coludos...
Esta burguesía tiene por delante un camino bien claro: definirse como tal. La división de la Unión Indus¬trial le da su oportunidad, pero en gran parte no la apro¬vecha. La misma improvisación, la misma rapidez de su ascenso le impiden tomar conciencia de su papel histórico. La rapidez del proceso ha hecho que la mayoría de los nuevos industriales sólo sean comerciantes que están en la actividad productora más como traficantes que como industriales.
Tenía que ser así inevitablemente, porque las circuns¬tancias obligaban a improvisar. A esta clase le correspon¬día sedimentarse y para hacerlo tenía que luchar por el mantenimiento de las condiciones que la habían favo¬recido; pero su dinero, en lugar de convertirse en un instrumento de poder, se tradujo en un instrumento de goce. En lugar de mirar por encima del hombro a los que la ridiculizaban, cayó pronto en el ridículo de imi¬tarlos.
En el mismo libro agrego: "Pero este nuevo rico, tan improvisado como el obrero que molesta a Martínez Es¬trada, es más ignorante que aquel (el obrero se entiende); no sabe que su prosperidad es hija de las nuevas con¬diciones históricas y cree que todo es producto de su ta¬lento. Aspira al estilo de vida de las viejas clases admira¬das a las que trata de imitar. Tal vez en su escritorio, fren¬te a la realidad de los negocios comprende algo, pero lo irritan los problemas con el sindicato. Cuando regresa a su casa, la "gorda" en trance de "señora bien", y la hija casadera, que ya se ha vinculado en la escuela paga, ahora quiere apellido y asegurarse un sitio social aunque más no sea en la sociedad de San Isidro. De visita "la niña" y su madre asienten cuando oyen comentar que el "servicio" se ha vuelto insoportable, y las viejas señoras recuerdan la época en que se recogían chinitas para "hacerles un favor" "—Tan cómodas, dice alguna, para que los chicos no se anduvieran enfermando por afuera...". Lo pe¬queño y adjetivo ha sido más fuerte que sus verdaderos intereses sociales y económicos, pues si hay un sector destinado a beneficiarse de la grandeza nacional lograda por la liberación económica, es este intermedio para quien fue escrita la palabra oportunidad."
La nueva burguesía está madura para entrar al "medio pelo" en razón de esa frustración en que abando¬na sus propias pautas de prestigio para asimilar las de sus adversarios.


UN ESTUDIO SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LA BURGUESÍA

José Luis de Imaz (Los que mandan, Eudeba 1965) al estudiar el empresariado argentino trae un subtítulo, los industriales, factor de poder fallido que basta para ra¬tificar lo que vengo diciendo. El estudio sobre lo que de¬terminan la vacancia del papel de la industria en la con¬ducción del país es demasiado extenso para resumirlo en su totalidad. Me limitaré a lo que tiene atingencia con el fracaso psicológico de la burguesía.
Hablando de la Unión Industrial refiere que en 1933 se realizó en el Luna Park la gran concentración de los hombres de Industria, que comprendía, no sólo a los empresarios, sino también empleados y obreros, vale decir todos los que en aquella difícil coyuntura del país se encon¬traban ante un porvenir incierto. Corrían los años de la gran depresión, con gran desocupación y un mercado inter¬no dificilísimo y grandes dificultades financieras. El pre¬sidente de la Unión Industrial, Don Luis Colombo exigía al Poder Ejecutivo en su discurso "que se adoptaran me¬didas en defensa de la producción fabril". Agrega que cuando partió la misión Roca a Gran Bretaña, que firmó el tratado de carnes, y "ante la posibilidad de una libera¬ción de las importaciones que significaban la ruina de los empresarios, Colombo dirigió un memorial y realizó un 'planteo' al Presidente Agustín P. Justo".
Fue el canto del cisne. Así dice Imaz: "A partir de entonces, en el treintenio siguiente, los empresarios no volvieron a realizar actos ni a tomar medidas concretas acordes con estos antecedentes de movilización gremial".
Imaz intenta explicar este cambio de actitud. —son sus pala¬bras— y se plantea varios interrogantes.
¿Por qué precisamente ahora los industriales parecen incapaces de articular sus intereses con la habilidad y pujanza con que antes lo hicieron? ¿Por qué razón las empresas no inciden en la toma de las grandes decisiones colectivas? ¿Por qué no obstante su peso econó¬mico, su rol en la modernización, de haber sido innovadores tecnoló¬gicos, los empresarios "no pesan" en la vida del país? ¿Qué impide a los empresarios constituirse en un factor de poder como las fuerzas armadas? ¿Qué frenos inhibitorios les retienen para articular sus intereses con la misma habilidad que los ganaderos de la Sociedad Rural?.[1]
Para todos los interrogantes Imaz tiene una acertada explicación:
A) Se trata de un sector nuevo y esto explica la carencia de conciencia y normas de grupo. (Pero el autor señala que el sindica¬lismo que le es contemporáneo la ha logrado.)
B) La diversidad de grupos que constituyen ese interés social de¬terminada por dos aspectos referidos al origen nacional o interna¬cional de las empresas, vinculadas las primeras a las reglas del libre juego, y las diferencias de volumen pues "hay dos estratos industria¬les, casi sin niveles medios" pues en el país en el 90 % de las em¬presas está al nivel del "taller que emplea menos de 10 personas como mano de obra permanente". "Como la Argentina es todavía subcapitalista, o mejor dicho como el desarrollo capitalista no ha sido armó¬nico, hay dos niveles empresariales", (muchas veces gran industria y capitalismo extranjero coinciden como pequeña y nacional, agrego por mi parte).
C) Diferencias de tipo personal, y de grupo y de orígenes que "es¬tablecen barreras de incomunicación". Junto a los viejos empresarios nacidos en los hogares fundadores, están los nuevos empresarios cu¬yas rápidas fortunas, atribuidos por los otros a vinculaciones políticas son mirados con recelo. Junto a las muy grandes empresas estado¬unidenses, británicas y alemanas, están las empresas de capital nacio¬nal constituidas en torno de antiguos grupos connacionales ingle¬ses, alemanes e italianos. Junto a las tradicionales empresas belgas y francesas de exportación, las novísimas de hasta ayer desconocidos árabes y judíos. A este propósito el autor señala la coincidencia por situaciones parecidas en el Brasil, señalados por Cardozo: Junto a una inmensa mayoría de industriales producto de la inmigración, actúa una minoría de segmentos de los antiguos estratos señoriles. Pero estos últimos poseen mucha más influencia política que los otros.
Este hecho dificulta la necesaria decantación... para construir una ideología industrial. Esto tiene atingencia con el ángulo desde el cual encaró el problema y se volverá sobre él.
D) Carencia de una conciencia objetiva política para ejercer el poder ni vocación para hacerlo. La preocupación que ha absorbido a los empresarios ha sido el logro del más alto status posible, en bene¬ficio único, exclusivo y personal, para sí, su familia, su grupo, su em¬presa "pero no para la entidad, cuerpo, institución o sector social. Los industriales buscan beneficios, única y exclusivamente para su em¬presa y no para la industria como un todo. Y aquí es concluyente en aquello en que estoy insistiendo: faltos de solidaridad no tienen otra motivación que la fabricación... de su propio status. Buscadores de prestigio su tiempo está absorbido por la empresa y por acumular lue¬go los más posibles indicadores externos del vestigio.
E) (Se vincula con lo anterior) Incapaces de generar su ideolo¬gía aceptaron las escalas de prestigio... de la estructura social an¬terior... hicieron suyo el marco valorativo de los sectores tradicionalmente rurales. Estos industriales ascendidos... compraron estan¬cias. .. para cubrirse con las viejas pautas de prestigio. Habían acce¬dido a la riqueza por una vía que no era la pecuaria ni la finanza tradicional, ni el ejercicio de la abogacía. De estancieros se hicieron cabañeros y "en vez de la defensa tozuda de sus propios intereses —como habían hecho cuando todavía eran marginales—, buscaron identificarse con los criterios, los puntos de vista y los argumentos del sector rural. Y en el seno de alguna entidad empresaria dejarían de lado sus argumentos específicos para plegarse a los elaborados por quienes en el país mejor articulan sus intereses personales.
F) Crisis de liderazgo. Desde 1925 hasta 1946 Luis Colombo —arquetípico self-made-man expresión de su época y del tipo de persona¬lidad que por entonces abundaba entre los empresarios— ejerció un liderazgo indiscutible. Su declinar personal es del grupo. Luego del gran error de 1946 —cuando volcó el aporte económico de la entidad en favor del candidato que habría de perder— la Unión Industrial fue intervenida. Después cuando se construyó ya no hubo el líder tipo patrón a la antigua dentro de un grupo de hombres que eran pa¬trones a la antigua". "Ahora lo ha sucedido una burocracia con geren¬tes impersonales". Tampoco es posible la existencia de una élite dirigente... por la ausencia de una capa empresarial de élite.
G) De todo esto resulta que los industriales no son factor de poder.


ASIMILACIÓN POR LA CLASE ALTA DE LA PRIMER BURGUESÍA

El proceso de asimilación de los industriales a las pautas de la clase terrateniente, empieza mucho antes que el conflicto de esta con el peronismo. Pero entonces la asimilación era directa y los industriales entraban pau¬latinamente a la composición de la alta clase. No es el proceso masivo que se opera con la capa industrial mucho más moderna que surge como contragolpe de la gran gue¬rra. La captación era individual, pero directa, y de grupos seleccionados dentro de la industria: los más poderosos. Lo que ocurrió después de 1943 se verá más adelante, pero se puede adelantar que por su carácter masivo y por com¬prender matices económicos y sociales mucho más variados, no se trató de una incorporación a la misma sino de la creación de una falsa imagen de la clase alta —es la que revela el libro de Beatriz Guido—, que promovió la fácil imitación de sus supuestas pautas a nivel mucho más bajo, el de los "primos pobres", pero surtió los mismos efectos para destruir la capacidad modernizadora de la burguesía recién aparecida: este nivel más bajo es la del "medio pelo".
Al hablar de la burguesía del principio de siglo he citado a Germani en cuanto señala que los inmigrantes que la constituyeron fueron indiferentes al reconocimiento de la alta clase, lo que facilitó su caracterización como burguesía. También Imaz opina lo mismo y explica ense¬guida lo que sucedió después: "Tampoco puede decirse que los empresarios hayan rechazado los valores del grupo dominante. Simplemente, no los tenían, o por lo menos no lo tenían los empresarios de la generación originaria inmigrante europea. Pero a medida que ascendían económi¬camente —y sobre todo a medida que eran reemplazados por la generación de sus hijos— cambiaba la mentalidad del grupo familiar, y en el tránsito cambiaban también las pautas y los valores. Y los hijos de los empresarios sobre todo, a medida que eran admitidos, a medida que se afiliaban y que empleaban los mismos gestos, usos, vo¬cablos y maneras de los sectores dirigentes, que ingresa¬ban a sus clubes y que confluían en los mismos centros de distracción y veraneo, buscaban imitar a la élite en todos los aspectos y guiarse por las mismas pautas valorativas de quienes constituían su gran modelo".
La alta clase los ponía "en capilla", por un tiempo, como al estudiante que está por dar examen; después los aceptaba. Ya hemos destacado su inteligente permeabilidad. Desde ese momento el tipo dejaba de pensar como indus¬trial para pensar como invernador o cabañero que era la nueva actividad que le daba status. (Esta "capilla" no existió para los industriales de origen anglosajón, germánico o escandinavo, y tampoco para los belgas, suizos ni franceses). Esto, como lo señala Imaz, sin decirlo, está vinculado a los supuestos racistas de nuestro liberalismo y que forman parte de las pautas. Así dice este autor: Cualesquiera que fuese su origen o extracción, mientras no hubiera prueba en contrario, se presumía a estos europeos identificados con los más altos status. Seguidamente, explica que los industriales de esta procedencia muchas veces se marginaron voluntariamente. Constituyeron una sociedad restringida, ajena a la sociedad global, con sus propias pautas, entre las que estaba también su racismo. No tenían complejo de inferioridad diferente a la alta clase porque tenían el de superioridad, que aquella les había aceptado en los supuestos de su cultura.
            Hay un hecho aquí que importa destacar, y es el caso de los judíos y árabes que continuaron marginados –aun por el “medio pelo”—después de 1943. Bloqueados en su ascenso se aferraron al “ascetismo burgués” y se convirtieron en “innovadores y modernistas”, lo cual los obligó a constituir sus propios y específicos centros de convergencia, como dice Imaz. Esto produce la situación paradójica de que los efectos del racismo que los aísla del país, facilite la tarea que como burguesía tienen que cum¬plir al servicio del mismo, cosa que no puede comprender el antisemitismo de muchos nacionalistas, porque el signo negativo se convierte así en positivo. Pero el racismo de la clase alta está condicionado a sus intereses y ya lo em¬pieza a superar. El día que judíos y árabes hayan roto la barrera —que por otra parte está bastante agujereada— la modernización del país, habrá perdido una de las pocas piezas útiles que le quedan en la capa burguesa.


LA ALTA SOCIEDAD, A PIE, POR LA CALLE

La alta clase había sido reticente, más bien despec¬tiva, frente al fenómeno yrigoyenista. Este, la desplazaba del poder político e introducía modificaciones económicas y sociales que afectaban en algo su situación privilegiada, pero no amenazaba a fondo la estructura de la dependen¬cia, y así la política extranjera y la alta clase fueron pru¬dentes en su oposición. Aun dentro de ellas, los sectores más capacitados comprendieron la conveniencia de atenuar las formas tradicionales de la sociedad con la misma com¬prensión que habían tenido Sáenz Peña e Indalecio Gómez.
Pero frente a la revolución de 1943, una vez que en 1945 hubo definido su carácter, su comportamiento fue muy distinto. Ya anteriormente se ha dicho que la alta clase se había desvinculado de la política, que había de¬jado en manos de representantes de segunda fila, caudillos electorales o jóvenes prometedores de la clase media, pres¬tando ocasionalmente algún nombre en contingencias im¬portantes. Ahora bajó violenta y unánimemente a la arena política e hizo suyas las banderas y los pretextos que la intelligentzia le facilitaba. Único grupo dirigente con cla¬ra conciencia histórica de su papel, comprendió que estaba en juego la transformación del país, que creía haber im¬pedido definitivamente con el Tratado Roca-Runciman. Bajo los pliegues de la democracia internacional les fue cómodo acompañarse con los representantes imperiales y se encolumnó detrás de un embajador extranjero. Todo el aparato de la superestructura cultural estuvo a su ser¬vicio con el monopolio de la prensa y sumó su prestigio al de los intelectuales. (Si no hubiera sido inventada la radio el país real hubiera sido aplastado; no ocurrió eso porque ésta echó su peso en la balanza y mientras el gran diario entraba por la puerta de calle, "la voz maldita" entraba por la puerta de la cocina. Al margen de lo que se está diciendo, anotemos que aquello fue una enseñanza para los expertos en publicidad y un rudo golpe para el prestigio publicitario periodístico).
Al servicio de la "democracia", la alta sociedad se democratizó: fue la euforia de los "primos pobres" que se vieron recibidos de nuevo, como hijos pródigos en las residencias de los parientes que los tenían olvidados, y la locura de los profesores, escritores, profesionales, rentis¬tas, que de pronto, se encontraron en un mano a mano, con gente de la que tenían una idea "miliunanochesca", esas damas y caballeros con los que confraternizaban en miti¬nes, clubes de barrio, ateneos, centros gremiales.[2] El escritor que hacía años pujaba por ser invitado a un té por Victoria Ocampo, se saturó de té en las residencias del barrio Norte, y las viejas señoras guardaron el agresivo impertinente para mirar con ternura a los obreros comunistas y socialistas. (En el seno de las reuniones íntimas después, la alta sociedad se divertía enumerando las "cursilerías" y "cacherías" que se iban descubriendo en este nuevo intercambio social, mientras que en los hogares de barrio y en los departamentos de living comedor y uno o dos dormitorios, se lloraba por los seis o siete días de prisión de alguna gran dama, o por el desaire de que había sido objeto un caballero).
Sólo Dios sabe los sacrificios que costó a la alta sociedad este péle méle tan poco comme il faut. Las grandes familias llegaron a tener intelectual y obrero propio que exhibían a las relaciones: un pobre tinterillo que había adocenado hasta el estilo para someterse a las pautas del gran diario, o un jubilado ferroviario, o algún metalúrgico con los dedos deformados que colocados junto a los
"bibelot" humanizaban la decoración. Los dirigentes radicales, que ritualmente habían silbado al Jockey Club en todas las manifestaciones, y habían decretado el boicot a "La Prensa", junto con los socialistas y los comunistas se enternecían con los precios económicos del comedor del Club, y encontraban la biblioteca mucho mejor organiza¬da, más científica, que la de sus propios centros y fermen¬tarios, olvidando su austera oposición a los hipódromos, y de donde salía ese menú excelente y barato y las lujosas encuadernaciones de la librería.[3]
Claro está que cuando todo este democratismo fracasó, la alta clase volvió a sus viejos cuarteles y olvidó la aventura de la que sólo quedaron anécdotas pintorescas que vinieron a fortificar su seguridad de que el buen tono no se adquiere, se hereda, salvo unos pocos que quedaron infectados por el virus de la política.
En 1955 volvió a repetirse el fenómeno y el entrevero consiguien¬te, pero mientras se consideró necesario. Después del 13 de noviem¬bre las cosas se pusieron en su lugar y la alta clase sólo reapareció en vida pública el día de los fusilamientos, para ratificarle al gobierno desde la Plaza Mayo, su democrática solidaridad. De que esta gen¬te se mueve como le conviene en la oportunidad, el lector puede darse una idea si busca en la colección de La Nación, la crónica del casa¬miento de la hija del Almirante Rojas. Esto ocurre después de la derrota de los "colorados". Rojas, que ha sido visto hasta como buen mo¬zo, deja de tener interés. Entre los concurrentes a la ceremonia reli¬giosa hay sólo dos apellidos de la alta clase: la señora de Gaínza Castro y la de Pereda. Los demás, brillan por su ausencia en el nutrido conjunto de familias de "medio pelo" y marinos.
Efectos del entrevero. Ese contacto de la alta clase media y la pequeña burguesía con los altos niveles sociales, bastó para perturbar definitivamente a capas muy extensas de los mismos. No entendieron que la alta sociedad había descendido ocasionalmente hacia ellos, sino que creyeron que eran ellos los que ascendían hacia aquella y así su reacción subjetiva contra la presencia del "cabecita negra" y las direcciones de clase media que no correspon¬dían, a sus cuadros mentales, se profundizó y consolidó. La Unidad Democrática, de mera asociación política circunstancial se convirtió en una especie de status social, porque a través de ella comenzaron a sentirse incorporados al ni¬vel de la otra clase: La Unidad Democrática era el status de la "gente bien" por oposición a la "chusma", a la "plebe".
Subjetivamente sintieron restaurada la sociedad tra¬dicional con sus dos únicas clases: la gente principal, parte sana y decente de la población y la inferior, y ellos, como en la sociedad tradicional, aceptando las diferencias de rango determinadas por la fortuna y por los mayores antecedentes genealógicos, sintieron que pertenecían a la misma clase, y comenzaron a adoptar las que creían sus pautas y a comportarse en correspondencia con la nueva situación que se atribuían. En esta convicción las consolidaba la misma derrota. Esta confirmaba la existencia de una aberración estética, moral e intelectual que obligaba a diferenciarse como grupo social de ese pueblo que ya no era el pueblo. En pequeño, lo que pasó en el Sur de los EE. UU. después de la guerra de Secesión, donde los blancos pobres que eran la última carta de la baraja en la sociedad aristocrática derrotada, adoptaron el mismo aire nostálgico de otras épocas —la postura dixit— que era lógico en los plantadores, y el todo tiempo pasado fue mejor, se incorporó a las pautas de los que poco antes compraban traje en "Los 49" y aun no habían perdido el hábito de ir de casa y puntualizar que sus padres eran "mi papá y mi mamá", en una extraña mezcla en que el personaje era la reproducción conjunta de "Mónica" y "Catita".[4] Ya estaban dados todos los elementos para la consti¬tución del "medio pelo".

Capitulo IX de EL MEDIO PELO EN LA SOCIEDAD ARGENTINA

NOTAS

[1] Anteriormente he explicado este canto del cisne que no excluye el valor de los elementos de la investigación de Imaz. Los planteos de la Unión Industrial terminaron porque a los más poderosos intereses directivos, las capitulaciones del tratado Roca-Runciman, en las leyes que constituyen el estatuto legal del coloniaje, se le dieron ventajas particulares anti-industriales como política general, que beneficiaban a sus empresas en particular, a través de la regulación bancaria y la regulación de la producción: estos intereses cambiaron la creación de un mercado en expansión y competencia, por un mercado pobre pero en monopolio. La Unión Industrial cambia de actitud desde ese momento.
Así se explica que la Unión Industrial, que se ha conmovido ante el anuncio del tratado Roca-Runciman, se silencia después que se firma, como la constata Imaz, y que en 1935, al sancionarse las leyes que regulan la producción y el transporte y organizan la banca central conforme a las directivas de Sir Otto Niemeyer, gerente del Banco de Inglaterra que viene al país a ese efecto, no sólo no se suma a la protesta popular, sino que apoya las sanciones. ¿Por qué, de 1933 a 1935, la Unión Industrial ha cambiado de postura frente al tratado Roca-Runciman?
Su intervención en el proceso político de 1946 que Imaz refiere está inspirado en esa política de atraso que se pacta entre Inglaterra y la Sociedad Rural y refrenda el gobierno argentino. El grupo dirigente de la Unión Industrial no está preocupado por el supuesto nazismo ni por la presencia bárbara del cabecita negra, como le ocurre a la clase media alta y a la intelligentzia. Se opone sencillamente a la modernización del país porque altera el statu-quo convenido entre los dirigentes de la Sociedad Rural y el gobierno inglés. Si la Sociedad Rural es congruente con sus intereses como grupo, y la alta clase media y la intelligentzia con su mentalidad en el caso de la Unión Industrial se trató de una traición consciente al desarrollo de la industria.
Después de 1955, atropellada la CGE (Confederación General Económica) que aglutinó a los industriales con conciencia histórica de su papel, la Unión Industrial resurge y nada documenta mejor la continuidad de su traición que la incorporación a ACIEL y su identificación en ésta con los intereses de la economía pastoril. Hasta Don Luis Colombo entró por el aro. Era efectivamente un “self-made-man” como dice Imaz, y no había sido asimilado por las pautas de prestigio de la vieja clase pero era bodeguero y le convino la reculación de la industria vitivinícola porque la disminución del mercado se compensaba ampliamente con el monopolio creado para las bodegas ya consolidadas. A la vez era representante de Lengs Roberts y Cía. y por tanto de Baring Brothers y de los intereses británicos interesados en el pacto Roca-Runciman. Fue un triste epílogo de una vida de luchador. Si un bel morire tuta una vita onora, también ocurre a la inversa. Lamuraglia que le sucedió en la presidencia de la Unión Industrial, era un caso clavado de lo que se dice sobre la búsqueda del prestigio...
[2] La campaña electoral de la Unidad Democrática en 1945 no desper¬dició ninguna de las coyunturas proselitistas que les ofrecía la simbiosis de la clase alta con la clase humilde; una de ellas fue la formación de una "Agru¬pación Democrática de Empleados de Librerías y Editoriales" cuyas primeras asambleas se hicieron en la Casa Radical. Lo curioso de esta "agrupación" no fue en sí misma ella, sino quienes la dirigían: como presidente la encabezaba Guillermo Kraft, siendo el secretario de la misma Santiago Rueda, dueños ambos de las editoriales epónimas.
Que el señor Kraft o el señor Rueda pertenezcan o no, a la clase alta según los cánones locales es un problema a resolver entre los terratenientes y la bur¬guesía; pero que sean empleados de comercio no lo aceptarían ni en broma los propietarios interesados; mucho menos los empleados de comercio. Pero el recuerdo nos sirve para actualizar la euforia democrática.
[3] Para esa época escribía yo en una revista populachera y humorística que se llamaba "Descamisada". Entre otras cosas, me divertía haciendo una sección social glosada de las de los grandes diarios y me esmeraba en describir la presentación en sociedad de los variados miembros de la familia Ghioldi —el socialista y los comunistas—, de Repetto, de Santander, Sanmartino y algunos dirigentes obreros que entonces se entreveraban con la alta clase. En una nota anterior he mencionado a María Rosa 0liver. Es interesante para percibir el confuso merengue de ideologías y clases sociales que se había producido, contar lo que me ocurrió una mañana en el Club Argentino, que era nuestro centro, en la calle Florida entre Corrientes y Sarmiento.
Yo no tenía la menor idea quien era María Rosa Oliver, pero como ésta viajaba constantemente y la crónica periodística destacaba su presencia en los altos círculos políticos y gobernantes de las metrópolis imperiales y democrá¬ticas, se me ocurrió utilizarla aprovechando su filiación comunista para atri¬buirle la tarea de “Consejera de modas” de los izquierdistas que se incorporaban al gran mundo. Sus supuestas cartas de Nueva York, París y Londres, los tenían al tanto a Codovilla, a los Ghioldi y demás demócratas del dernier-cri en materia de vestimenta y modales.
Una mañana estaba sentado en una mesa con Juan Pablo Oliver, cuando entró Libertario Ferrari, un importante dirigente gremial, viejo afiliado de FORJA que falleció poco después en un accidente de aviación.
Libertario se dirigió a mí y preguntándome:
—¡Che!... ¿ Quién es esa María Rosa Oliver que nombrás tanto en "Des¬camisada"?
Juan Pablo Oliver se apuró a advertir:
—Es mi hermana.
Yo lo ignoraba, y por la ideología no se me había ocurrido nunca el origen de alta clase de María Rosa.
Inútil es decir que, por solidaridad con el hermano que estaba en nuestra línea y es mi amigo, cambié de corresponsal.
[4] Escribir la “Amalia” de la segunda tiranía, ha sido intentado por muchos antes que por Beatriz Guido, pero sin el éxito editorial de ésta. Tal vez la mejor calidad literaria haya sido un obstáculo y también la incapacidad para expresar en plenitud la mentalidad del “medio pelo”. Pero una pauta inseparable de toda esa literatura es ese tono nostálgico, dixit, que induce a suponer pérdidas de situación. Un reincidente en el género es Manuel Peyrou que, efectivamente, era empleado del Ferrocarril Sur antes de su nacionalización y el encargado de recibir en Montevideo a los magnates ferroviarios que venían a Buenos Aires y prepararles las gacetillas periodísticas y las palabras oportunas. La posición no era muy importante como para provocar tales añoranzas. Tal vea sí los contactos, que lo ponían a nivel de Fitzbury Circus. Además se trata de una cuestión subjetiva.
            El lector que se interese para comprenderlo puede releer “Lo que el viento se llevó” con su atmósfera de verandas georgianas, pamelas, florantes vestidos de muselina, en su trópico “segundo imperio”. Aunque no creo que los gentleman de Fitzbury Circus reproduzcan la imagen elegante que el “plantador” daba a sus tenedores de libros y capataces de la “Institución peculiar”.

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