viernes, 11 de mayo de 2012

EL DESTINO DE UN CONTINENTE (10)

por Manuel Ugarte 

CAPÍTULO IX
LA PRUEBA DE LA GUERRA

EL GESTO DE ROOSEVELT. — MÉXICO, INVADIDO. — EL LIRISMO DEL SUR. - NUEVA INVASIÓN A MÉXICO. - EL CARRIZAL. — LA INVASIÓN A SANTO DOMINGO. — LA SUGESTIÓN DEL CABLE. — EL GENERAL CARRANZA. — FILOSOFÍA DE LA CONFLAGRACIÓN.

El viaje del señor Teodoro Roosevelt en noviembre de 1913 puso en evidencia una vez más los errores de la política sudamericana. Los sucesos de Panamá, subrayados por las frases imperativas del impetuoso político, estaban frescos aún en la memoria. La invasión a Nicaragua y el sojuzgamiento de aquel país, después de una lucha en que perecieron los mejores patriotas, goteaba sangre sobre las conciencias. Sin embargo, nunca tuvo Buenos Aires más aclamaciones para un viajero. Se le recibió en sesión solemne en la Cámara de Senadores. Se revolucionaron en su honor las fórmulas protocolares. De más está recordar en qué forma anunció el cable estas noticias al resto del Continente y el efecto que ellas produjeron en las repúblicas hermanas, confirmando el malestar que uno de los diarios más importantes de México traducía en términos airados (110).
Lejos del vano propósito de poner en evidencia las equivocaciones políticas y más distante aún de la vanidad menguada que podría llevar al que escribe a reivindicar el mérito de haber visto claro, me guía el deseo de que si mañana se estudia el proceso que ha comprometido el porvenir de un Continente, se pueda salvar la responsabilidad de nuestros pueblos, siempre bien intencionados. Al margen de la estéril protesta y del grito hostil, lo que se preconizaba era una acción coherente, una actitud armónica, una política. Por encima de las manifestaciones ocasionales, que podían aparecer en medio de la inmovilidad como estridencias de la lucha, flotaba una concepción, susceptible de ser juzgada diversamente, pero que constituía un organismo, que derivaba de una lógica, que se afirmaba en una posibilidad en el momento en que estábamos.
La guerra no había roto todavía los equilibrios del mundo. Francia, Inglaterra, Alemania, eran poderosas potencias que, en pleno triunfo y prosperidad, sin inquietudes inmediatas de orden político o económico, trataban de irradiar sobre el mundo su comercio, su influencia, su porvenir. Las condiciones económicas estaban lejos de ser las actuales. El oro y la influencia no habían emigrado todavía del viejo mundo al nuevo por la vía de Nueva York. Los Estados Unidos tenían que contar con el contrapeso formidable de una Europa organizada, productora de vida. En tales condiciones era perfectamente factible en las repúblicas del Sur una acción serena de conglomeración y enlace de los pueblos afines del Continente, tomando como punto de apoyo de la palanca los intereses de las naciones dominantes en Europa. Las mismas inquietudes locales que levantaban objeciones en la Argentina contra el Brasil y en el Perú contra Chile, se hubieran encontrado atenuadas, dentro de un sistema superior que transportaba los problemas del radio inmediato y localista, al ambiente universal y durable. Las corrientes comerciales de Europa dominaban en el Sur de una manera tan absoluta, que por encima de todas las doctrinas el instinto vital de las naciones tradicionales podía ser esgrimido como instrumento, no para hostilizar a pueblo alguno, sino para restablecer el equilibrio de las razas y los destinos de la nueva humanidad. La latinidad de Europa tendía a prolongarse, a ensancharse en las comarcas que se inspiraban en su tradición. Había, además, el interés de crear en el Sur un contrapeso a la fuerza de los Estados Unidos. El pensamiento político que llevó a Inglaterra en 1806 al Río de la Plata, que llevó a Francia y a Austria en 1864 a México, fue un error evidente; pero algunas partículas de ese error podían ser utilizadas en el campo del comercio y de la diplomacia. Bastaba para ello con ensanchar la visión de los horizontes, fijando los ojos, más que en la hora, en el siglo; más que en el grupo, en la colectividad. La inclinación íntima de todas las naciones de nuestra América respondía a ese anhelo, las conveniencias económicas de los grandes pueblos industriales hubieran visto en ello una satisfacción, y todo parecía propicio, dentro de la volición inteligente, para emprender la nueva ruta y afirmar una personalidad. Lo que dije en 1913 ll1 es de actualidad en 1923. Dentro del ajedrez o el ritmo que regala los gestos colectivos, hemos perdido un tiempo en los movimientos irremediables de la historia.
La diplomacia del A B C se avino a desempeñar en México el papel que México había desempeñado algunos años antes en la América Central. Para inspirar confianza y dar carácter de mediación colectiva a lo que no era, en realidad, mas que una intervención directa, los Estados Unidos se hicieron acompañar por México, ufano entonces de la actuación que se le concedía, en varios conflictos centroamericanos y, la gran nación azteca sabe cómo fue recompensada su buena fe y lo que perdió en la aventura. Un procedimiento análogo se empleó después en México. El A B C se encargó de atenuar asperezas, facilitar acciones y cubrir ante el mundo la maniobra, sin obtener, en cambio, mas que el natural resentimiento de los sacrificados. Porque lo que distingue esta política —que el imperialismo, ampliando el radio de acción, trata de hacer prosperar ahora en España, para escudar en el prestigio de los progenitores una acción general en América— es, más que la lealtad flotante de las actitudes, la nulidad dolorosa de los resultados. Ni México en la América Central, ni el A B C en México, ni España, mañana en América, obtendrán ventaja alguna en el orden comercial, político o espiritual. Si algún cálculo se hizo en ese orden de ideas, resultará siempre burlado; y sólo servirá para confirmar el destino de los pueblos o de las razas que en vez de elevarse por la solidaridad se disuelven por el egoísmo.
Como si después de la gira del señor Roosevelt se quisiera saber hasta dónde podía ir la complacencia y el desconcierto general, se desencadenó el avance sobre el Sur.
El 22 de abril de 1913, la escuadra del contraalmirante Fletcher, apareció frente a Veracruz y se apoderó de la ciudad, venciendo una resistencia improvisada, durante la cual, más de cuatrocientos hombres, alumnos de la escuela naval, soldados del ejército regular, simples civiles patriotas, pagaron con su vida la imprevisión, el desvío, la incapacidad de una política. Sorprendido el país en medio de sus agitaciones internas, debilitado por largas luchas, anarquizado por la legendaria declaración de que el desembarco iba dirigido contra el Gobierno y no contra él, encontró, sin embargo, la fuerza necesaria para preparar en el interior el levantamiento que modificó los planes del invasor.
La impresión causada en Buenos Aires por estos sucesos fue contradictoria. Los órganos oficiosos se mantuvieron impasibles. La opinión pública, en cambio, se levantó instintivamente en un movimiento de reprobación. Del empuje unánime nació el mismo día el Comité Pro-México con el apoyo de la Federación universitaria y cerca de diez mil adhesiones. Los que asistiéronla la primera reunión no han olvidado, seguramente, el significado. Muchos de los que formaron parte de la Comisión, han ocupado después cargos políticos, como el doctor Diego Luis Molinari, subsecretario de Relaciones Exteriores en el Gobierno del señor Irigoyen. Obdulio Siri, ministro de la Gobernación en la provincia, etc. El ímpetu generoso de las generaciones nuevas, hacía surgir en todos los barrios de Buenos Aires y en todas las ciudades de la Argentina el remolino que puso en grandes dificultades al Gobierno. Como presidente de la Comisión, estuve al habla con las autoridades. Los diarios de esos días dan cuenta de las entrevistas y conferencias a que dio lugar el asunto(112), y de la resolución oficial, prohibiendo toda manifestación(113). Es justo dejar constancia de la protesta de una parte de la prensa. El Diario Español, entre otros, que después de recordar la facilidad con que se toleraron en la Argentina las manifestaciones en favor de Cuba Libre, hiriendo así los sentimientos de España, encaraba el problema en su faz general(114). De México llegaron congratulaciones(115).
La mediación anunciada como acontecimiento digno de detener las protestas, se circunscribió a discutir la medida en que se debía dar razón al invasor. No quiero multiplicar las citas, ni recargar la frase con llamadas inútiles, pero nada es más fácil que encontrar en la prensa mejicana del año 1914 y de los años siguientes, un centenar de artículos en los cuales se condena la acción desarrollada por el A B C y se acumulan las más amargas ironías sobre la fraternidad latinoamericana. En vez de favorecer al país lastimado, las naciones del Sur acabaron por sancionar la intervención extranjera, como el autor de esta obra lo había anunciado en varias interviús(l16).
No pongo en duda la buena fe de los que intervinieron, directa o indirectamente, en las negociaciones. No formulo cargos contra los hombres ni contra los gobiernos. Si a mí se me han prestado, hasta dentro del ideal, los propósitos más viles, yo me enorgullezco en reconocer, hasta dentro del error, las buenas intenciones. Voy más lejos aún. Lo que fracasó en aquel momento no fue la consciencia o la capacidad, sino el sistema y la política. La única manera de solucionar las dificultades consiste en afrontarlas. Y el error inicial estuvo en parecer ignorar, en fingir no ver, en negarse a tomar en cuenta una situación general, un proceso de expansión, un fenómeno histórico, dentro del cual el conflicto de México sólo era signo, accidente o etapa. Los médicos consideraron la manifestación sin estudiar el mal que la había determinado, y el remedio fue tan efímero, que la cicatriz se abrió un año después.
El Comité Pro-México, transformado en Asociación Latinoamericana durable(117), cuyo amplio programa abarcaba el problema en su esencia final, emprendió entonces una obra de difusión patriótica, de acercamiento, de comunión con los orígenes. Así celebramos el aniversario de los fundadores de la nacionalidad, así protestamos contra una tentativa para entregar a la Standard Oil Company el petróleo de Comodoro Rivadavia, y así celebramos, por la primera vez en Buenos Aires, el 12 de octubre de 1914, el recuerdo de Cristóbal Colón.
En medio de esta actividad generadora de un alto sentimiento, argentino a la vez y continental, nos sorprendió la guerra.
Mientras la conflagración fue juzgada desde un punto de vista exclusivamente nuestro, sin las influencias imperiosas que se hicieron sentir después, la impresión general sólo tradujo el estupor, la reacción humanitaria, el orgullo acaso, de comprobar la paz en torno mientras las grandes naciones, que tantas veces nos reprocharon nuestro convulsionismo, se despedazaban en una hecatombe sin ejemplo. Pero en esta misma primera impresión, ajena aún a la propaganda telegráfica, a la acción de los intereses ajenos y a las presiones internacionales que se multiplicaron más tarde, aparecía ya, en germen, el lirismo, que nos llevó a aquilatar acontecimientos de tan trascendental importancia con un criterio literario, con una consciencia ética, con una rememoración de lecturas. Juzgar la guerra en sí, como un fenómeno social, y envanecernos de la circunstancia fortuita que parecía colocarnos al margen del flagelo, era evidenciar una concepción incompleta de lo que significa para el mundo una conmoción de tan vasta magnitud y de lo que pueden ser para un país las imposiciones de la hora. La escolástica, las humanidades, los sistemas filosóficos, no han tenido nunca conexión con la política internacional. Y la visión ingenua, que inducía a condenar un procedimiento independiente de nuestra voluntad, era tan engañosa como la idea de que la distancia o la abstención podían ponernos completamente a cubierto del cataclismo. En realidad, nos hallábamos ante una subversión de todas las cosas. Lo que había estallado era un choque de fuerzas, y los principios éticos, o su apariencia, sólo podían ser utilizados como valores concurrentes al servicio de esas fuerzas, de acuerdo con lo que ha ocurrido en todos los terremotos de la historia.
Olvidando que en achaques internacionales no cabe el sentimiento, nuestro punto de vista fue, desde los comienzos, más literario que político. De acuerdo con una educación lírica, dimos rienda libre a las más nobles inspiraciones en favor de la perfectibilidad humana. Desgraciadamente, los cataclismos no se realizan de acuerdo con las tablas de la ley, ni utilizando la balanza de la Justicia. La primera víctima fue Bélgica. Y la Asociación Latinoamericana convocó a un mitin de protesta en el Prince Georges Hall(118), porque entendía que al defender los derechos de una nacionalidad pequeña defendía un principio que acaso tendrán que invocar mañana las naciones de la América Latina. Basta leer el discurso que pronuncié en esa oportunidad(119) para medir el error de los que en el curso de la guerra me denigraron después por considerarme germanófilo. Y basta observar la contradicción entre la facilidad con que se concedió permiso para celebrar esta asamblea y la absoluta prohibición que se nos opuso cuando quisimos, algunos meses antes, concretar la misma protesta en favor de México para comprender el fondo de una dirección diplomática. Si se hubiera defendido el principio de la abstención frente a los beligerantes, mayor causa había para hacerlo en una pavorosa conflagración mundial que ganaba terreno por minutos, que en un choque limitado a dos países limítrofes. Pero dentro de la concepción política (es político todo lo que es posible, la única discrepancia reside en el juicio que nos merecen las posibilidades) de los que gobernaban, lo que debía ser sacrificado es lo que estaba más cerca. En este ambiente se desencadenó la segunda invasión a México, en agosto de 1915. El Wilson pacífico de los catorce puntos y de las avenidas universales, juzgó propicio el momento en que la atención del mundo se concentraba en Europa para perseguir en México a los mismos hipotéticos bandidos que Roosevelt había perseguido en Panamá. Al mando del general Pershing, que debía obtener después notoriedad en la gran guerra, las tropas norteamericanas avanzaron hacía el Sur. Sin dar aviso esta vez a ninguna autoridad, convoqué a un mitin en la plaza del Congreso, y ante más de 10.000 personas dije toda la verdad sobre la situación(120), condenando sobre todo, la tendencia de una nueva "mediación", de la cual se empezaba a hablar en los periódicos. El mitin fue subrayado por el inevitable conflicto(121) con la fuerza pública y me valió al día siguiente una citación de la Policía(122).
Como el movimiento encontraba dificultades cada vez más grandes, resolvimos tener un órgano en la Prensa. Los fondos con que se intentó la aventura, reunidos entre media docena de personas, no llegaban a 20.000 pesos. La Patria, diario de la tarde, debía ser neutral frente a la guerra europea (no publicamos más que los partes oficiales de los ejércitos en lucha), entendía defender cuanto concurría a vigorizar nuestra nacionalidad, desarrollar el empuje industrial, crear consciencia propia, y tendía a la unión de las repúblicas latinas del Continente frente al imperialismo. Queríamos, en el orden interior, una democracia nacionalista, en el orden exterior una política autónoma.
El momento era propicio para desarrollar ese programa. Como la penuria de las comunicaciones marítimas había hecho mermar considerablemente las importaciones, se iniciaba una corriente para manufacturar dentro del país los artículos de mayor consumo. En lo que se refiere a la acción exterior, la concentración de las fuerzas mundiales hacia un problema, nos dejaba mayor libertad de iniciativa dentro de nuestro radio. A mi juicio, la Argentina podía sacar de la conmoción más ventajas que perjuicios, si maniobrando a la manera de los Estados Unidos, aprovechaba la oportunidad para servir sus intereses y para alzar la voz con más energía. Las naciones en lucha necesitaban víveres, deseaban congraciarse las simpatías de los neutrales, evitaban toda desavenencia con ellos. La oportunidad no podía ser más feliz para disminuir nuestra deuda exterior y abrir la era de las iniciativas diplomáticas. La prédica del diario coincidió de tal suerte con el instinto popular, que pocos días después de su aparición la Policía dispersaba de nuevo a los manifestantes bajo nuestros balcones. La Patria protestaba contra el apresamiento de un barco argentino por la flota inglesa, y la juventud la acompañaba en la reclamación con el entusiasmo que ponen siempre las nuevas generaciones al defender un ideal patriótico. El inexplicable rigor de las autoridades dio mayor nervio a la resistencia. Pero ¿qué podía, en realidad, un núcleo universitario en medio de la corriente encontrada de intereses tan grandes como los que representan en Buenos Aires las colonias extranjeras y los grupos ligados a ellas en forma material o espiritual? ¿Era posible un empuje de auténtica y reflexiva argentinidad en medio de un ambiente trabajado por influencias tan poderosas? El eterno colonialismo latinoamericano resurgía más que nunca al conjuro de la guerra. ¿Dónde estaban nuestras concepciones, nuestros intereses, nuestros ideales, nuestra propia vida? La nación se hallaba en realidad dividida en dos bandos, que correspondían a dos corrientes de intereses europeos. Fascinadas las conciencias por los copiosos cables de las potencias aliadas, o por los misteriosos radiogramas de los imperios centrales, disputados los corazones entre dos apasionamientos, no quedaba lugar para una concepción propia que tradujera la inquietad, las conveniencias, el orgullo, los destinos nacionales. El precio que alcanzó el papel en aquella época y la coalición de intereses hostiles, que llegó hasta obstaculizar la venta del periódico, puso fin al cabo de cuatro meses a esta tentativa de nacionalismo superior.
Fue precisamente el momento en que, a raíz de una inexperiencia del diplomático argentino acreditado en La Paz se encendió nuevamente el endémico conflicto con la república de Bolivia. El doctor Dardo Rocha, fundador de la ciudad de La Plata y único ministro argentino que planteó esta cuestión en sus verdaderos términos en los años 1895 y 1911, había trazado normas tan claras, que el asunto no presentaba más dificultad que la capacidad de comprensión de los que debían tramitarlo. Como ya había comentado el incidente en un artículo inspirado en el sentimiento fraternal que debiera dirigir nuestra acción en Suramérica(123), alguien indicó mi nombre para reemplazar a nuestro representante, el Sr. Acuña, que acababa de salir bruscamente de La Paz. La idea encontró ambiente(124) favorable, el órgano oficioso del Gobierno boliviano expresó espontáneamente su beneplácito(125), el mismo doctor Dardo Rocha hizo una gestión ante el Gobierno para auspiciar mi candidatura, y todo ello dio ocasión para que se pusiera una vez más en evidencia la incertidumbre de la política sudamericana.
Yo no había solicitado nunca un cargo público. Por el contrario, había renunciado una Candidatura a diputado y una candidatura a senador. La tendencia de mi espíritu no fue jamás la de la disciplina, sino la de las disidencias, basadas en la sinceridad. Pero era el caso de acabar con un fantasma arcaico que desde hace medio siglo interrumpe la armonía entre los dos pueblos. Aprovechando la oportunidad propicia, manifesté mi conformidad con el ambiente que se había creado. Pero el ministro de Relaciones, dentro de la más franca cortesía, evocó mis campañas latinoamericanas y me declaró que el nombramiento era imposible. De aquí un cambio de cartas que no han sido publicadas y los ecos enojosos en la Prensa continental(126). Los diarios de Bolivia epilogaron sobre el incidente, se nombró a un ministro que, como es de práctica, no pudo soportar el clima de La Paz al cabo de algunas semanas, y el conflicto inicial, a pesar de los años transcurridos, está sujeto aún a nuevas convulsiones.
Los episodios trágicos de la guerra europea ejercían una fascinación tan exclusiva, que casi todos habían olvidado la presencia en tierra mejicana de un ejército invasor. Se seguía con banderitas en los mapas las más ligeras oscilaciones de la línea de trincheras que separaba a los beligerantes europeos; pero nadie sabía en Buenos Aires dónde quedaba el estado de Chihuahua, ni mucho menos el Carrizal, donde se desarrolló, el 21 de junio de 1916, el choque entre los patriotas mejicanos y las tropas norteamericanas de ocupación(127). Cuando éstas iniciaron la retirada, nuestra Asociación celebró una nueva asamblea popular(128) y de México llegaron nuevos telegramas de reconocimiento(129).
Pero el significado del Carrizal va más allá de la pequeña escaramuza guerrera. El combate, que duró dos horas y sólo puso en línea de batalla algunos centenares de hombres, no tenía, desde el punto de vista bélico, más que una importancia relativa. Considerado desde el punto de vista político, marcaba, desde 1848, la primera vez que la América nuestra se pronunciaba de una manera efectiva contra la invasión gradual que iba doblando las resistencias. Era el primer tiro que se disparaba contra el uniforme que parecía tener el privilegio de circular en los países circunvecinos como si se hallaran abolidos los límites y las autonomías. No cayó en el Carrizal un grupo de soldados, sino el respeto supersticioso que rodeaba a los agentes del imperialismo. Lo que los presidentes de toda la América Latina no se habían atrevido a intentar dentro de la pacífica diplomacia, lo realizó, con el rifle en la mano, un simple coronel, y las sanciones trágicas, que evocan, consternados, nuestros Gobiernos ante la menor disidencia, no se hicieron sentir en ninguna forma. El ejército invasor recogió sus muertos y se retiró del país. Pero ¿quiere esto decir que baste la arremetida sangrienta para cambiar un destino? ¿Cabe deducir, como conclusión, que un esfuerzo militar pueda salvarnos?
Nada sería más pueril que suponer que el imperialismo, temeroso, renunció a la lucha. Hubiera sido fácil para los Estados Unidos volcar 200.000 hombres sobre la frontera y llegar en quince días a la capital. ¿Por qué no lo hicieron? Para la concepción de los latinoamericanos, el gesto estuvo lejos de ser brillante. Nosotros nos hubiéramos obstinado invocando el honor militar y todos los principios. La psicología de la gran nación del Norte es otra. Ante la resistencia que se anunciaba, con su cortejo de sorpresas y guerrillas interminables en la montaña, se hizo un cálculo de ventajas e inconvenientes, se planteó el problema en términos prácticos, teniendo en cuenta el momento, los sacrificios que exigía la empresa, los beneficios que podía reportar y la posibilidad de alcanzar el mismo fin por otros medios. En lo que se refiere a la oportunidad, los acontecimientos que revolucionaban a Europa obligaban a los Estados Unidos a reservar todo su poder para la intervención decisiva, que ya asomaba en la mente de sus perspicaces gobernantes. En lo que atañe a los gastos de la empresa y al esfuerzo que sería necesario desarrollar, un general experto dio en cifras la síntesis del asunto. En lo que toca a los beneficios posibles, parecieron insuficientes comparados con los riesgos. El equilibrio mental, el sentido de las realidades, las características más claras de aquel pueblo, evitaron la aventura. El mejor deseo de Alemania tendía a inmovilizar a los Estados Unidos por intermedio de México. Un reflejo de Europa serpenteó sobre la frontera. Y, además, dentro de la mentalidad del siglo, ¿era necesario, era útil el empuje? Desde el punto de vista económico, ¿no tenían los Estados Unidos en sus manos todo el porvenir del país? Porque la misma conflagración formidable que devastaba al mundo estaba probando axiomáticamente que el carbón, el petróleo, los víveres, los capitales, la organización de las fuerzas de la paz, eran, aún en plena batalla, más fuertes que los cañones. El mismo resultado final de la guerra nos ha venido a revelar después que la victoria militar es una fórmula sobrepasada por la evolución de la humanidad. Lo que antes fue un hecho concluyente, sólo es hoy un hecho relativo, sujeto a fenómenos posteriores de actividad industrial y comercial, a sutilezas diplomáticas, a fuerzas que no derivan de la estrategia ni de la pólvora. Un imperialismo nuevo, basado en premisas seguras, no podía dejarse burlar por impetuosidades contraproducentes. De aquí la retirada, de la cual no pudieron sacar, en realidad, los mejicanos, por noble y plausible que fuera el gesto, ninguna ventaja ulterior. Sólo universalizando el esfuerzo y extendiéndolo por igual a todos los órdenes; sólo movilizando, al par que el ímpetu guerrero, la potencialidad productora y pensante del país; sólo ampliando ese espíritu de resistencia al campo comercial e ideológico, hubiera podido dar frutos la pasajera ventaja. Reuniéndolo todo en una frase, podemos decir que el Carrizal fue un intento, pero no una realización, con lo cual no restamos méritos, desde luego, ni al heroísmo personal de los que combatieron, ni al heroísmo moral, mucho más grande todavía, de los que asumieron la responsabilidad de la actitud.
Todo esto pasó inadvertido, naturalmente, en medio del estruendo que ensordecía las conciencias. La atención de nuestras ciudades estaba acaparada de manera tan absoluta por la tragedia de Europa, que parecía vano cuanto no coincidía con la ansiedad de las muchedumbres que corrían por las calles, afónicas a fuerza de clamar en favor de unos o contra otros, arrebatadas en el vértigo de otros intereses. La convicción de que se combaría para acabar con la violencia en el mundo, quitaba significación a los mismos atropellos. No era más que cuestión de tiempo. Con esperar unos meses, todo obedecería en el planeta a la pauta de la más estricta equidad. ¿Para qué ocuparnos de lo que ocurría en México, si la simple solución de la contienda entre los aliados y los Imperios centrales debía resolver automáticamente todas las dificultades? Todavía veo la sonrisa de piedad con que algunos escuchaban las objeciones. "Carece usted de visión general —decían—; las pequeñas injusticias de América son parte de la injusticia universal que se líquida".
No se ha producido en la Historia un caso de fascinación colectiva como el que determinó en nuestras repúblicas la propaganda de las agencias. Los pocos que nos negamos a aceptar en bloques las direcciones que se nos transmitían y tratamos de enfocar los hechos desde el punto de vista de los intereses latinoamericanos, fuimos cubiertos de injurias. No pongo en duda la sinceridad de quienes sirvieron esos apasionamientos, aunque no faltaran los que aprovechaban los remolinos para alcanzar una actuación efímera. ¡Era tan fácil dejarse levantar por la corriente! Pero la inmensa mayoría obedecía al ímpetu más sano. Es precisamente lo que robustece la objeción. Si el entusiasmo y la combatividad que se exteriorizaron en favor de ideas generales o de reivindicaciones de países ajenos a nuestro conjunto se hubieran puesto al servicio de la propia causa latinoamericana, en un momento en que todas las fuerzas de reacción estaban acaparadas por el cuidado de sus intereses, nuestras repúblicas se hallarían hoy en una situación completamente distinta. Aprovechando la hora, nuestro Continente hispano pudo nivelar sus finanzas, crear industrias y recuperar el libre albedrío en los movimientos internacionales. La timidez, la rutina, se opusieron a ello. Fuimos consecuentes con la sujeción aun en un momento en que por la fuerza de las circunstancias la sujeción dejaba de existir. Cuando antes se hundía una galera, los galeotes aprovechaban para escapar. Cuando hoy se incendia un presidio, los presos se descuelgan por las ventanas. Nosotros obramos como el can atado a una rama débil. Nos retuvo, mis que la cadena, la superstición de que debíamos obedecer. Y así salieron de Cuba, de Panamá, de Puerto Rico, millares y millares de latinos de América que se hicieron matar anónimamente bajo la bandera de los Estados Unidos(130), para mayor gloria de ese país, mientras el imperialismo desembarcaba sus tropas en Santo Domingo, estableciendo la dominación que se prolonga hasta nuestros días. ¿No estaba en esta contradicción la mejor prueba del desconcierto y la anarquía continental?
El 14 de mayo de 1916, el pacífico presidente Wilson, a quien aclamaba el orbe por sus declaraciones en favor del derecho que tienen los pueblos a disponer de su suerte, envió a Santo Domingo una escuadra encargada de poner orden en la pequeña república. Los antecedentes de esta operación se hallan explicados en un artículo de Tulio M. Cestero(131), en el Memorial de Protesta elevado a los embajadores de la Argentina, Brasil y Chile, por los miembros de la Academia Colombina(132), y en el libro, ya citado, de Isidro Fabela(133) No es este el momento de rehacer el proceso de la nueva aventura imperialista. Lo que importa subrayar, dentro de los límites del capítulo en que nos hallamos, es el silencio que guardó la América Latina. Con excepción de algunos diarios de Cuba, donde el ministro de Santo Domingo, D. Manuel Morillo, logró hacer resonar su patriotismo lastimado, nadie alzó la voz contra la violencia. Y, sin embargo, el diario oficial de la débil república(134) traía el eco de los nombramientos y las destituciones de funcionarios que decretaba el Sr. H. S. Knapp, Captain U. S. Navy, Commander Cruiser Force, U. S. Atlantic Fleet, Commanding Forces in Occupation in Santo Domingo, como se intitulaba, rindiendo culto a la brevedad anglosajona.
Las mismas interpelaciones formuladas en el Parlamento de los Estados Unidos a raíz de atropellos realizados en la isla por las tropas de ocupación no tuvieron repercusión alguna en América. En las Memorias que escribo serenamente en mi retiro he de dar detalles sobre estos y otros incidentes, atendiendo a la contribución que pueden aportar al conocimiento de la verdadera situación, y he de incluir cartas y fotografías de documentos que arrojarán luz sobre algunas cosas que parecen inexplicables. El mismo carácter patriótico y popular de la campaña me granjeaba, al par que los odios, la colaboración silenciosa de algunos de los mismos que intervenían en la acción, y todo ello debe llegar a ser conocido cuando, por encima de nuestras vidas, se pueda pensar en establecer verdades durables.
La Protesta de la Asociación Latinoamericana en esta ocasión, así como el Mensaje que enviamos al canciller del Brasil((135), y el estudio que publiqué sobre la filosofía de la guerra(136), estaban de tal suerte al margen de la preocupación reinante, que parecieron fruto de una obstinación anacrónica. Una tentativa para formar un Comité Popular encaminado a crear, aprovechando las circunstancias, un fuerte ambiente nacional(137), tuvo la misma suerte. No había más horizonte que el de la guerra, y cuanto evolucionaba en otras órbitas estaba fuera de la humanidad.
El argumento prestigioso de defender a Francia y de preservar la civilización latina fue magnificada con éxito tan rotundo, que las líneas reales del conflicto desaparecieron, y todo se redujo a una lucha entre el idealismo y la noche. En favor de Francia estábamos todos; las fibras de nuestro ser palpitaban unánimes en el culto de una tradición y un pensamiento, que tan poderosamente ha intervenido en el desarrollo de la vida americana. Yo era y soy personalmente un apasionado de la gran patria, donde he vivido buena parte de mi juventud y donde he adquirido precisamente los conocimientos que me permitieron desarrollar la campaña antiimperialista. Pero los términos del problema eran otros.
Aunque estuviera en Francia el teatro de la guerra, los intereses que se debatían eran de orden más general, y Francia misma, al defender sus intereses directos, giraba dentro de la órbita de planes más complicados, como ha venido a probarlo la liquidación difícil. Las guerras antiguas se limitaban a un choque; las modernas revisten la forma de una partida de ajedrez. El ataque a una pieza no importa una finalidad: marca un episodio de la acción. Así como Bélgica fue una etapa para llegar a Francia, ésta pudo resultar víctima en la pugna entre el mundo germano y el mundo anglosajón. Claro está, que Francia, como Bélgica, defendía su territorio invadido y no podía obrar de otra suerte. Pero es en la síntesis de las consecuencias donde hay que buscar la armazón de una política que, en el curso de su desarrollo, fue poniendo en evidencia los ardides y revelando los objetivos. Inglaterra burló a Europa, y los Estados Unidos, al intervenir en último resorte, burlaron a Inglaterra. Las dos ramas anglosajonas se repartieron la preeminencia final, y la América latina, al apoyar románticamente a los aliados, no sirvió, en realidad, los intereses de Francia, cuyo dolor se exhibía para ganar prosélitos, sino la hegemonía final de los mismos que la habían amenazado siempre. La situación actual lo está proclamando a voces. Nuestro entusiasmo fue así una sugestión del cable, que nos deslumbraba con un resplandor.
Dadas las perspectivas que se anunciaban y la necesidad que en todos los tiempos ha hecho regular la política sobre intereses y no sobre simpatías, algunos pensamos que importaba adoptar una actitud atenta exclusivamente a preservar en medio de la tempestad el desarrollo y la prolongación de nuestras repúblicas. ¿No había llegado el momento de recuperar, aprovechando el entrevero, la Ubre disposición de movimientos dentro de la diplomacia? Los pueblos se han acercado o se han alejado siempre en la historia según la coincidencia o la antinomia de sus necesidades. Y era en nombre de estas últimas que había que adoptar una actitud de batalla mientras duraba el huracán.
Por esos días recibí del ministro mejicano acreditado en Buenos Aires una nota de agradecimiento(138) y poco después una invitación de la Universidad de México para ir a dictar en aquel Centro de estudios una serie de conferencias.
Dadas las circunstancias, el viaje tenía que dar lugar a las maniobras habituales. Oficiosamente se hizo saber al ministro de México que la Argentina veía el gesto con satisfacción, pero que el indicado para ir a aquel país no era el autor de este libro. Había intelectuales de mayor mérito, que harían un papel infinitamente más brillante. El ministro de México mantuvo su actitud, y la subrayó, ofreciendo al invitado un banquete de despedida, al cual concurrieron el embajador de España, el ministro de Portugal y todos los ministros latinoamericanos acreditados en el país, pero al cual se excusaron de asistir el secretario y subsecretario de Relaciones de la Argentina. Planteando en estos términos, el éxodo tenía que hallarse erizado de dificultades. Dada la inseguridad de las comunicaciones en el Atlántico, se adoptó el itinerario por Chile y Panamá, con escala en la Habana. Pero los mayores obstáculos no estaban en los transportes, sino en las resistencias de orden moral que se oponían a la realización del proyecto. Hice antes de partir una visita al rector de la Universidad de Buenos Aires, quien declinó mi ofrecimiento de llevar un mensaje de una Universidad a otra, añadiendo que, a su juicio, el imperialismo no debía inquietar a la Argentina. El presidente de la república, a quien pedí una audiencia, no pudo recibirme. Y todo fue prudencia alrededor del franco tirador, que, dentro de las operaciones generales de América, iba a aventurarse hasta una posición abandonada.
A llegar a Chile, interrogado por los periodistas, expliqué en diversas interviús(139) las razones del viaje. Formamos una entidad distinta y debemos tener una política nuestra. En momentos en que la guerra modifica las perspectivas mundiales y asoman problemas inéditos, urge más que nunca estrechar los vínculos entre las naciones afines del Nuevo Mundo. Tendremos que dejar de lado las tendencias demasiado ideológicas que han predominado hasta ahora, para encarar con sentido actual los rumbos posibles de nuestra diplomacia, desligándola de las influencias y dándole una fuerza propia de locomoción. Tal fue la síntesis de las declaraciones que algunos me reprocharon después. En lo que se refiere a la guerra misma, no escondí que la intervención en ella de los Estados Unidos planteaba para nuestras repúblicas un problema especial que no podía ser resuelto por las simpatías hacía este o aquel país de Europa, sino por un estudio directo de las conveniencias dentro del Continente,
El Gobierno del general Carranza marcaba en aquellos momentos una hora especial de la política de América. Por la primera vez se enfrentaba una de nuestras repúblicas con el imperialismo y hablaba de igual a igual. Húmeda aún la sangre del último encuentro, fresca la visión de la retirada, el país débil respondía en notas serenas, pero llenas de energía y a veces de buen humor, a las intimaciones. Algunas tuvieron su hora de celebridad, como aquella en que el general Aguilar, a raíz de una reclamación de Inglaterra, hecha por intermedio de los Estados Unidos, lamentaba no poder dar satisfacción al deseo formulado, impidiendo las incursiones de los submarinos alemanes en las costas mejicanas, dada la carencia de escuadra suficiente, y sugería la idea de que acaso fuera mejor evitar nuevos contratiempos impidiendo que esos submarinos salieran de sus bases navales en Europa.
Carranza realizaba el tipo del clásico general sudamericano de las buenas épocas. Franco, sereno, paternal, poseído por un instinto fanático de patriotismo y una bravura ingénita, ejercía influencia segura sobre cuantos le rodeaban. Me recibió sin pompas protocolares, y durante la audiencia, que duró más de hora y media, habló de resistencias conjuntas, de ideales amplios, como jamás lo hizo ante mí otro presidente.
—En vista de los acontecimientos universales y dada la situación especial de México —le pregunté—, ¿sería nociva para la política del país una exteriorización completa de la verdad?
—Exponga usted cuanto crea necesario —repuso después de ligera reflexión—, y tenga la certidumbre de que nunca dirá contra el imperialismo más de lo que yo pienso.
Hablando después de las gestiones que se hicieron para impedir mi llegada, refirió su diálogo con el ministro de los Estados Unidos. El diplomático había hecho valer las relaciones que empezaban a restablecerse entre las dos naciones después de retiradas las tropas de ocupación, y se quejó del desaire que importaban los agasajos a un hombre sindicado como hostil a la política de su patria.
—Es una invitación de la Universidad —contestó Carranza—, y en México, como en los Estados Unidos, las Universidades son autónomas. No puedo tomar ninguna medida para que el escritor que debe visitarnos no desembarque en nuestras costas; pero si los Estados Unidos tienen interés en que no venga, en sus manos está no dejarle pasar por Panamá.
Y el viejo patriota sonreía, acariciando su larga barba blanca.
—También hice notar al ministro —agregó— que en caso de haber podido yo prohibir la entrada al país de un hombre por haberse pronunciado contra la política de la nación vecina, hubiera tenido que solicitar la reciprocidad, porque en los Estados Unidos son muchos los que hablan contra México y su gobierno.
Pocos días después fui recibido por el ministro de Relaciones Exteriores.
—No se imagina usted —me confesó el general Aguilar— las dificultades que hemos tenido que vencer para que usted llegue hasta México. Completando lo que le contó el presidente, le diré que el propio representante de la Argentina me hizo una visita para insinuarme que usted no traía ningún carácter oficial, y que si era expulsado del país, él, corno diplomático, no formularía la menor reclamación. La efusión con que fue recibido el viajero cuando desembarcó en Veracruz(140), a su paso por Orizaba(141), y al llegar a la capital(142), acentuada por las fiestas que organizaron los estudiantes, para quienes llevaba mensajes de las Federaciones Universitarias de la Argentina y de Chile, no impidieron que, por influencias ajenas a la voluntad del gobierno, se organizara la primera conferencia en un local exiguo y tuviera por ese motivo que postergarse (143), hasta que se realizó pocos días después en un teatro(144).
Una reseña sucinta de la evolución de nuestra diplomacia y de las exigencias del momento no tenía, desde luego, nada susceptible de molestar a ningún país. Incluida en el libro Mi campaña hispanoamericana ha circulado después esa conferencia sin objeciones. Sin embargo, en aquellos momentos levantó ásperas protestas de los que se hallaban obsesionados por el problema europeo. La segunda acentuó la impresión de la primera, y el rector de la Universidad, señor Macías, tuvo que hacer notar que esos actos, realizados en un teatro, no tenían carácter oficial. Algo análogo ocurrió con una bandera mejicana que la Federación Universitaria de México quería mandar a la Federación Universitaria de Buenos Aires. La bordaron las alumnas de las escuelas, se realizó la ceremonia de la entrega(145), pero argumentando un detalle que faltaba, la enseña quedó en la Universidad y no me ha sido entregada nunca. La noble intención juvenil fue anulada por maniobras subalternas, y el símbolo de un depósito de honor ofrecido por las nuevas generaciones de un extremo del Continente a las del otro extremo se redujo a una tentativa audaz que las pequeñas timideces interrumpieron en su vuelo.
La presión ejercida sobre México en aquellos momentos era tan formidable, que sólo la férrea voluntad de aquel pueblo podía resistirla. Porque lo que pesaba sobre aquella república no era sólo la imposición del vecino todopoderoso, sino la exigencia general de Europa que, obedeciendo a sus intereses, quería arrojar a la hoguera todos los combustibles. De ello se aprovechaba especialmente el imperialismo. Pero la resistencia fue tenaz; y se mantuvo el trípode de la neutralidad latinoamericana, cuyo ángulo superior estaba en México y cuya base residía en la actitud paralela de la Argentina y Chile.
Cuando después de visitar las ciudades de Puebla y Guadalajara, me embarqué en Salina Cruz con rumbo al Sur, sentí más que nunca en torno mío el peso de la vigilancia y de la intriga. En el plazo de cinco días, desde mi salida de la capital hasta mi llegada al barco, fui víctima de dos robos. Los ladrones se habían especializado en los papeles: la primera vez, me sustrajeron mi valija-escritorio, y la segunda, un voluminoso paquete de cartas que llevaba en el abrigo. Yo no tenía, desde luego, secretos que ocultar. Nada más claro y más limpio que la campaña emprendida. Pero la invitación mejicana, sumada a la continuidad del esfuerzo, hizo suponer quizá que aquello obedecía a hilos invisibles. Al llegar a Chile un tercer robo confirmó el sistema. Pero esta vez la operación se realizó con alevosía, tratando de hacerme pasar, cuando denuncié el caso a las autoridades, como víctima de un robo simulado. Se probó después hasta la evidencia la exactitud del delito. Pero de la acusación, aunque sea levantada, algo queda siempre.
Una escuadra norteamericana recorría en ese momento el Sur del Atlántico y era recibida con gran pompa en todos los puertos. El Brasil y el Uruguay, como naciones beligerantes, puesto que había declarado la guerra a Alemania} realizaban un gesto natural agasajando a un aliado. Pero la situación de la Argentina era diferente. Como neutral, tenía el deber de negarse a recibir en sus aguas o en sus costas a ninguna de las fuerzas en lucha. No es necesario ser especialista en derecho internacional para saber que neutralidad es equivalente de abstención, de equidistancia. De acuerdo con esta teoría, el gobierno argentino declinó el honor de la visita anunciada. Pero el visitante insistió, y después de varios días de vacilaciones y sigilosas consultas, vino la capitulación. Lo que constituye la gravedad del hecho no es la actitud, sino el cambio de actitud bajo una presión. No ignoro las razones de orden local que pudieron intervenir. En el terreno de la diplomacia, se puede decir que el almirante Caperton, que había tomado Montevideo apoyándose en Río de Janeiro, tomó después Buenos Aires apoyándose en Montevideo. La impresión nos puso en el trance de subrayar con un gesto obsequioso una estéril resistencia. Era la hora en que se ejercía la presión máxima para imponer una actitud. La cancillería argentina estaba a punto de ceder, y romper también la neutralidad, lo cual hubiera determinado, por el simple juego de los equilibrios, abandono de México a la influencia extranjera. Fue en esta oportunidad que dirigí desde Chile al canciller de la Argentina un telegrama que no obtuvo respuesta(146).
Porque hay que tener en cuenta que las dificultades sólo empezaron para la América latina desde que los Estados Unidos entraron en la guerra. Los aliados, en su primera expresión, nunca ejercieron presiones sobre nosotros. Hicieron su propaganda, difundieron sus argumentos, sacaron ventajas comerciales, trataron de ganar adhesiones, pero todo ello dentro del respeto más estricto a las autonomías regionales. La mejor prueba de ello es que el problema de nuestra intervención en la guerra nunca se planteó en esa etapa. Sólo se impuso después, cuando la América del Norte intervino en el conflicto.
La expectativa de los Estados Unidos, sólo fue una fórmula para dejar que se acentuaran los acontecimientos, hasta preparar el campo propicio para intervenir en la dosis oportuna, teniendo en cuenta el propósito primordial de asegurar la hegemonía sobre la América Latina y el fin más vasto de anular la irradiación mundial de Europa, o de sobreponerse a ella. Al entrar en la guerra trataron de arrastrar naturalmente al mayor número de naciones satélites, y así fue como en el plazo de pocas horas, Panamá, Cuba y otras repúblicas, se apresuraron a imitar la actitud, sin más urgencia o motivo que su sujeción a otras rotaciones.
Sobre los demás países pesó desde ese momento una sugestión de todas las horas. Con ayuda del cable se trató de influir sobre la decisión de éstos, adelantando inexactamente la decisión de aquéllos, en un círculo constantemente renovado de sutilezas. Por eso podemos decir que la neutralidad de las pocas repúblicas que se mantuvieron firmes, no fue en ninguna forma un signo de indiferencia hacia Francia. Ese reproche no nos lo hizo nunca Francia. Sólo empezó a ser formulado cuando del prestigio de Francia se sirvieron otros. Y la gran república latina, al amparo de cuya generosa hospitalidad escribimos este libro, comprendió muy bien nuestras actitudes. ¿Cómo íbamos a estar los latinoamericanos del lado de los Estados Unidos en una guerra que debía dar a los Estados Unidos una influencia exclusiva sobre todas nuestras repúblicas y la hegemonía mundial?
Por esos días llegó a Buenos Aires la misión Cabrera-Montes. El general Carranza, sitiado nacional y personalmente, enviaba al extremo Sur sus emisarios para intentar por lo menos una comunicación con las otras repúblicas. No quiero hablar, para no alargar este capítulo, de las dificultades que tuvieron que vencer el doctor Cabrera y el general Montes, molestados y registrados durante la travesía, antes de llegar a Buenos Aires, ni entiendo hacer referencia tampoco al brusco llamado del ministro de México en Buenos Aires, señor Fabela, a quien le fueron robadas al llegar a Cuba las valijas diplomáticas. Nada se nos ha dicho en América sobre el objeto de esa embajada, ni sobre las proyectadas comunicaciones inalámbricas entre México y Buenos Aires, ni sobre la posible creación de una línea directa de vapores entre Progreso y Bahía Blanca, cuya vida se hallaba asegurada con el transporte del sisal de Norte a Sur, y la conducción del trigo de Sur a Norte. Acaso hubo un momento en que pudo realizarse la ilusión de un intercambio directo de productos que hoy circulan con escalas e intermediarios extranjeros, y ese precedente será utilizado en el porvenir.
Cuando, pasada la desorientación, reaparezcan las verdaderas perspectivas, ha de asombrar que para combatir una idea se haya tratado de hundir a un hombre. Nunca pensé que el hecho de trabajar en favor de mi patria me valiera tantos odios. En el deseo de justificar la hostilidad, se llegó hasta atribuirme actos innobles. Y el mal de la calumnia no está en la calumnia misma, sino en la docilidad de los que la repiten. Hay insinuaciones que sólo manchan a los que se inclinan a. recogerla. Esperé que saliera de la masa alguien para decir: "No puede ser vil quien ha dedicado su vida entera a la defensa de una doctrina; no puede ser venal quien sacrifica por su verdad cuanto tiene y se pone al margen de los honores oficiales". Nadie alzó la voz en mi favor. Me encontré solo, pobre, difamado, derrotado en mi ideal, puesto que me quitaban el prestigio para defenderlo. Sin la convicción que sostiene, hubiera renunciado a la lucha. Pero hay circunstancias en que la forma extrema del valor consiste en esperar. Y confié, confío, en que al fin se comprenderán los errores. Como hombre y como latinoamericano, no tengo más mancha que la de haberme obstinado en un ideal. Y si lo digo, no es para que mi patria repare la injusticia, sino para que la comprenda, devolviéndome la posibilidad de ser útil en la evolución de sus destinos.
Así que terminó la guerra, en la forma incongruente que tantas dificultades tenía que crear después, fui al ministerio a pedir un pasaporte para Europa, invocando la invitación que acababa de recibir del Centro de Cultura Hispanoamericana de Madrid.
Por renuncia de un colega, había asumido ocasionalmente el ministro de Relaciones la dirección de la instrucción pública. Mientras esperaba en la secretaría, llegó una delegación de estudiantes de la provincia de Córdoba. Estaban en conflicto con las autoridades universitarias, se habían declarado en huelga y pedían un interventor.
— ¿Nos permite usted que propongamos su nombre? —me dijeron con el sano lirismo de la juventud.
El secretario del ministro me miró y los dos sonreímos. Acaso interpretaron los delegados esa actitud como desdén. Sepan ahora, si caen estas líneas bajo sus ojos, que el escepticismo nació de la antinomia entre la hipótesis y la realidad. Yo salía precisamente del país ante la evidencia de que nada podía pretender dentro de él, y había en la proposición una ironía involuntaria que ponía en evidencia la situación.
¿Qué había significado, en balance final, la guerra para nosotros? Ni se vendieron más caros nuestros productos, ni rescatamos las deudas, ni alcanzamos personería nacional. La mayor parte de las repúblicas que tomaron posición en el conflicto limitaron su beligerancia a apoderarse de dos o tres barcos anclados en el puerro, y este discutible beneficio estuvo contrapesado por tantas obligaciones, que no es posible tenerlo en cuenta. Las que permanecieron neutrales consintieron préstamos (ellas, que estaban endeudadas) y perdieron toda posibilidad de hacer valer su actitud. En cuanto a los portorriqueños, los nicaragüenses, que cayeron bajo los pliegues de la bandera norteamericana, no tendrán jamás un monumento ni serán recordados en el que perpetúa las glorias de la república del Norte; dieron su sangre para defender ideas generales cuando no había derramado una sola gota para reconquistar su territorio. La sugestión, que absorbía las fuerzas de la India, las vidas del África, la savia de todos los pueblos sojuzgados que se sacrificaban, los envolvió en el remolino. ¿Con el alto fin de defender a Francia? ¿Con el propósito magno de salvar el porvenir de Europa? Si hubiera sido así, bien muertos estaban. El resultado hubiera sido noble y favorable para nuestras repúblicas. Pero el único vencedor efectivo tenía que ser el rival cuyas fuerzas se acrecieron con toda la sangre y todo el oro que ardía en las hogueras del Marne y de Verdun. Sólo ayudaron a desplazar el eje de la política del mundo. Y frente a una Europa desquiciada por luchas implacables, en medio de las ruinas del cataclismo cuyas consecuencias no supimos prever, sólo cabe hoy, desde el punto de vista nuestro, multiplicar preguntas o lamentaciones a las cuales sólo contesta el silencio y la desorientación.

NOTAS

110 "Sí. Hay que decirlo tristemente. Las tres repúblicas hermanas, tres grandes pueblos latinos que piensan como nosotros, que viven con el mismo ideal, que alimentan las mismas esperanzas, se alían a los enemigos jurados de nuestra raza en el Continente americano, rompiendo bruscamente viejas tradiciones de sangre y de cultura. La Argentina, Brasil y Chile en su entente con los Estados Unidos, no reconocen aún al Gobierno de México. No culpamos por ello al pueblo de esas naciones, sino a sus Gobiernos, que, sin duda, tuercen y contradicen el deseo de la opinión. ¿Qué dirá ahora Manuel Ugarte?"— (El País, de México, 10 de septiembre 1913.)
111 " . . . El tiempo nos dirá que nuestro deber y nuestros intereses aconsejaban una política absolutamente contraria a la que se sigue. Cuando todos se den cuenta de ello, será tarde quizá." (Interviú de La Tarde. Buenos Aires, 28 de octubre 1913.)
112 "Por la mañana, Manuel Ugarte, citado por el jefe de Policía, concurrió al Departamento Central, donde celebró una breve conferencia con el señor Udabe. Este funcionario insinuó al señor Ugarte, en nombre del ministro del Interior, la conveniencia de suspender la manifestación. Por la tarde el señor Ugarte, a pedido del ministro de Relaciones Exteriores, concurrió a la cancillería, donde celebró una conferencia con el doctor Murature. El ministro le pidió que renunciara a la idea de realizar la manifestación, pues sería inoportuna en los momentos actuales en que se inician las gestiones de los mediadores." —- (La Prensa, de Buenos Aires, 29 de abril 1914.)
113 "El ministro del interior, por intermedio de la Jefatura de Policía, ha comunicado al Comité Pro-México, que preside don Manuel Ugarte, que se ha resuelto no autorizar la manifestación proyectada en homenaje al pueblo hermano. El ministro del Interior se reserva las causas que le han inducido a esta denegatoria, causas que son del dominio público en los términos de la conferencia realizada ayer entre don Manuel Ugarte y el ministro de Relaciones Exteriores."— (La Razón-, de Buenos Aires, 29 de abril 1914.)
114 "Recientemente, cuando Ugarte regresó de su viaje continental, pretendió dar una conferencia en el teatro Municipal. Su solicitud fue rechazada, asegurándose que en el rechazo intervinieron influencias poderosas. Ahora se niega al pueblo de Buenos Aires el derecho de demostrar a un país hermano las simpatías que merece su actitud, aplaudiéndole en nombre de la confraternidad americana. Indiscutiblemente los señores dirigentes del Gobierno argentino, halagados por los aplausos de los últimos viajeros yanquis, que tantos elogios les han prodigado, se inclinan del lado más fuerte. Es un dato que el pueblo debe tomar en consideración para cuando el peligro se vaya aproximando." — (Editorial de El Diario Español, de Buenos Aires, 29 de abril 1914.)
115 La Prensa, Buenos Aires. Asociación Periodistas Metropolitanos ciudad México, fraternalmente suplícales comunicar Manuel Ugarte profunda gratitud nuestra por su oportuna y valiente campaña Pro-México. Presidente, Mariano Ceballos. Secretario, Juan Seauterey.
116 La Argentina, de Buenos Aires, 22 de abril 1914. LA Mañana, de Buenos Aires, 23 de abril 1914. La Tarde, de Buenos Aires, 20 de abril 1914. La Argentina, de Buenos Aires, 23 de abril 1914. Giornale d'ltalia, de Buenos Aires, 27 de abril 1914.
117 "EL Comité Pro-México, fundado con el fin inmediato de exteriorizar el empuje de simpatía que nos solidariza con la república hermana y de estrechar los lazos que su dolorosa situación robustece, no puede considerar terminado su cometido mientras las tropas extranjeras ocupen el pueblo de Veracruz, y mientras la solución internacional se halle pendiente del arreglo de los conflictos interiores. Pero dado que la conflagración mejicana ha contribuido a poner en evidencia los propósitos y los procedimientos de la política imperialista; dado el encadenamiento visible entre los sucesos que se desarrollan actualmente y los que hace algún tiempo tuvieron por teatro Cuba, Puerto Rico, Colombia y Nicaragua, y dada la inadmisible ambición que lleva a los Estados Unidos a desarrollar un plan de predominio y hegemonía en el Golfo de México y en el resto de América, el Comité, sin perder de vista la cuestión mejicana, resuelve habilitarse para encarar el problema en toda su amplitud, transformándose, bajo el nombre de Asociación Latinoamericana, en un organismo permanente, capacitado para hacer sentir su acción en todo momento y lugar, siempre que así lo exijan los sentimientos cada vez más robustos de confraternidad latinoamericana." — (De la Declaración de Principios.)
118 "En la sala una enorme multitud entusiasta, vibrante de generosos sentimientos, que respondía simpáticamente a todas las emociones que se le transmitían, y aún las devolvía duplicadas. Tal fue la afluencia de público, que la Policía vióse en la imprescindible necesidad de cerrar las puertas de acceso al teatro." (La Argentina, de Buenos Aires, 20 de Junio 1915)
119 Mi campaña hispanoamericana. — (EDITORIAL CERVANTES, Barcelona, 1922.)
120 "La Asociación Latinoamericana organizó espontáneamente hace poco un acto en honor de Bélgica, ante el simple anuncio de una anexión posible. ¿Cómo no íbamos a hacer lo mismo ahora que en nombre de sentimientos de fraternidad intensamente compartidos nos expresa México su inquietud y su dolor? Hace pocos días era la carta de general Carranza, jefe de los ejércitos constitucionales, que revelaba a nuestro Gobierno las intenciones del invasor y pedía a la Argentina que no las favoreciera con su apoyo. Ayer era el impresionante telegrama de las agrupaciones obreras a los socialistas de la Argentina, en Sa cual acusaban al imperialismo de estar urdiendo la más condenable de las intrigas. Hoy es la juventud de allá la que se dirige a la juventud de aquí. Autoridades, clase obrera, masa universitaria, parece que todo México estuviera de pie pata gritarnos desde un extremo a otro del Continente: “No hay que colaborar en lo que se prepara." ¿Con qué justicia apoyaremos otra intervención en México, si México expresa de una manera tan definitiva su voluntad?" — (Fragmento del discurso publicado por La Argentina, de Buenos Aires, 23 de agosto 1915.)
121 Una vez terminados los discursos y dado por finalizado el acto, los concurrentes, en manifestación pacífica, desearon acompañar a don Manuel Ugarte hasta su domicilio, situado a muy corta distancia de la plaza del Congreso. Al llegar la manifestación a la esquina de la plaza y la calle de Rivadavia fue detenida por las fuerzas del Cuerpo de Seguridad, las que ordenaron la inmediata disolución de la columna. Como la cabeza de la manifestación intentara seguir adelante, malogrado la orden policial, los agentes del escuadrón comenzaron a empujar con sus caballos. Ello motivó gritos de protesta, carreras y un mayor empeño de los manifestantes en su intento de acompañar al señor Ugarte. La violencia no se hizo esperar. Los agentes cargaron contra la multitud persiguiéndola hasta en las aceras. Un grupo numeroso que se había establecido en la calle Pozos entre Victoria y Rivadavia, frente al domicilio del señor Ugarte, fue también disuelto por la fuerza. El estudiante del Colegio Nacional Avellaneda, Raúl Regueira, fue detenido y conducido a la comisaría sexta, siendo puesto en libertad poco después a solicitud del señor Ugarte. Varias personas estuvieron más tarde en nuestra redacción, protestando por la actitud que adoptó la policía."— (La Nación, de Buenos Aires, 23 de agosto 1913.)
122 Policía de la capital. Urgente. Hágase saber al señor ligarte, calle Corrientes 2038, concurra mañana a las 10 a. m. al despacho del señor jefe de Policía a efectos que se le comunicarán. — F. Correas.
123 “Por su carácter y sus destinos, la Argentina está obligada a mostrarse ante las grandes naciones tan inconmovible y entera como en las primeras épocas de su historia, ante las naciones menos fuertes tan deferente y desinteresada como cuando nuestros antepasados recorrían el Continente distribuyendo escarapelas de libertad." — (Editorial de La Patria, 25 de enero 1916.)
124 La Paz, febrero 3. El rumor del probable nombramiento del señor Manuel Ugarte en misión especial, ha sido recibido con júbilo en Bolivia.— (La Razón, Buenos Aires, 3 de febrero 1916.)
125 "Un telegrama que acabamos de recibir de Buenos Aires, nos trae la grata noticia de la probabilidad de que sea nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Bolivia, el distinguido literato y eminente escritor de fama mundial don Manuel Ugarte. No podía el Gobierno argentino hacer una elección más acertada, dado el gran prestigio de que este notable personaje disfruta allí y las profundas simpatías y afectos que se le profesan en Bolivia y muy especialmente en La Paz, donde es personalmente conocido y sinceramente estimado. Su nombramiento honraría a la representación argentina y sería recibido con placer y verdadera simpatía por el Gobierno y pueblo de Bolivia, y sería tanto más oportuna, si se considera que Manuel Ugarte es el más genuino representante de los elevados ideales de paz, justicia y confraternidad americana a que todos aspiramos en este Continente."—(Editorial de El Diario, La Paz, 2 de febrero 1916.)
126 "Buenos Aires, marzo 12 - De fuente perfectamente fidedigna, tengo conocimiento de que el Gobierno argentino se abstuvo de designar a Manuel Ugarte ministro plenipotenciario en Bolivia, por razón de que es enemigo declarado de la política exterior que persigue el Gobierno de Estados Unidos para con los países americanos." — (La Tribuna Popular, Montevideo, 12 de marzo 1916.)
127 Las tropas norteamericanas habían llegado hasta las inmediaciones de Naquimipa, y como trataran de continuar el avance, el general Treviño, jefe de las operaciones en Chihuahua, consultó al presidente Carranza. La orden fue terminante. Si pretenden seguir avanzando, hay que impedirlo. En la mañana del 21 de junio, el general Félix Gómez tuvo noticia de que un fuerte destacamento mandado por el capitán J. Moore trataba de apoderarse de la vía del ferrocarril central. Salió al encuentro de los invasores, dispuso su defensa, y para evitar un derramamiento de sangre, se adelantó seguido solamente por su asistente y el intérprete texano H. L. Spilliburg. Propuso que se detuviera el avance. Moore contestó que continuaría su marcha a pesar de todo. El general Gómez y su asistente cayeron muertos. Pero el segundo de la columna mejicana, coronel Rivas, dio la señal del ataque y derrotó a las tropas norteamericanas, haciéndoles numerosos muertos y diez y siete prisioneros, quince de ellos hombres de color. Se apoderó además de toda la caballada y municiones. El general Obregón, hoy presidente y por entonces ministro de la Guerra, contestó en estos términos al parte del general Treviño. "Felicito a usted por el cumplimiento que ha sabido dar a las órdenes que tiene de no permitir a las fuerzas norteamericanas hacer nuevas incursiones al Sur, Este u Oeste del lagar en que se encuentran. Con pena, y a la vez con envidia, me enteré de la muerte del general Félix Gómez, a quien cabe la gloria de formar la vanguardia de los que estamos dispuestos al sacrificio para defender la dignidad nacional. Los prisioneros deben ser enviados a Chihuahua. Di cuenta de su mensaje al ciudadano primer jefe.— Obregón."
128 "La reunión estaba anunciada para las nueve, pero media hora antes de esta hora, la amplia sala, el vestíbulo y los pasillos de la misma se hallaban totalmente ocupados por el público." — (La Prensa, Buenos Aires, "El señor Ugarte fue calurosamente aplaudido por el público que escuchó con evidente interés y visible emoción su largo discurso .Al final la asamblea aprobó por aclamación dirigir el siguiente Telegrama al pueblo de México: "Entusiasta asamblea popular se solidariza con el valiente pueblo mejicano."— (La Nación, Buenos Aires, 27 de junio 1916.)
129 Washington, 21 de junio 1916. Dos representantes obrerismo organizado de México, vamos Argentina secundar campaña de usted contra política imperialista norteamericana descaradamente demostrada ahora. — C. Loveira y B. Pagues. México, 20 de junio 1916. Como mejicano, como amigo, agradézcole gestiones solidarizar intereses indohispanos. Agradeceréle noticias. Salúdolo fraternalmente. — Juan- B. Delgado, jefe información Relaciones Exteriores. México, 30 de junio 1916. Satisfáceme su cable. Pueblo mejicano al defender su soberanía defiende también la de los pueblos latinoamericanos. Saludos.— Venustiano Carranza-, presidente de la República. México, 11 de julio 1916. He dirigídole dos cablegramas. Ayer conmemoróse fastuosamente Centenario Independencia Argentina. Desfile suntuoso integrado elementos intelectual y obrero. Discursos ante Consulado argentino y venezolano. Por correo remítole alocución general Cándido Aguilar, ministro Relaciones, pronunciada en Consulado argentino. Salúdole fraternalmente.— Juan B. Delgado, jefe información.
130 Sólo la isla de Puerto Rico dio a los Estados Unidos 140.000 soldados, según L'Action Française (junio 1922) y Revue de l'Amerique Latine (julio 1922).
131 Reforma Social, de Nueva York, diciembre 1916.
132 Imprenta Listín Diario, Santo Domingo, 1916.
133 Los Estados Unidos contra la libertad. Talleres gráficos Lux, Barcelona, 1920.
134 Gaceta Oficial, Santo Domingo, 17 de enero y 21 de febrero 1917.
135 La Federación Universitaria, organismo central de las Sociedades estudiantiles argentinas, y la Asociación Latinoamericana, institución fundada con el propósito de estrechar los lazos entre las repúblicas afines de América, tienen el honor de presentar los mejores votos de bienvenida al digno representante del pueblo brasileño. La profunda satisfacción con que asistimos a esta entrevista de cancilleres que marca una fecha memorable en la campaña de acercamiento, nos induce a pedir a V. E. que, aprovechando la sana atmósfera de confraternidad y poniendo a la vez de manifiesto los nobles propósitos del ABC, procure encontrar, en compañía de S. E. el señor ministro de Relaciones Exteriores de ¡a Argentina, a quien hacemos el mismo pedido, la mejor manera de resolver la condonación de la deuda y la devolución de los trofeos de guerra a la república del Paraguay. Este acto simpático, que no necesita ser fundado porque es vieja aspiración de los pueblos argentinos y brasileños, después de una guerra de carácter tan peculiar que no dejó rencores, contribuiría a afianzar la confianza recíproca entre todas las repúblicas de nuestra América. — El presidente de la Asociación Latinoamericana, Manuel Ugarte — El presidente de la Federación Universitaria, Osvaldo Loudet. —El secretario de la Federación Universitaria, Luis Curutchet, — Ell secretario de la Asociación Latinoamericana, Bartolomé Zaneta."
136 En este estudio, publicado en La Nación, de Buenos Aires, números del 16 y 20 de mayo 1916, y titulado "El ocaso socialista y la guerra europea", decía: "Así como el siglo XVI fue el siglo de los debates religiosos y el siglo XVIII el de los debates políticos, el siglo en que estamos resultará el de los debates internacionales. Toda otra preocupación será desoída y sacrificada, porque las nuevas influencias dominantes y el desplazamiento producido por las modificaciones del mapa después de terminada la guerra, mantendrán en constante inquietud y movimiento a las naciones. Las repetidas anexiones, refundiciones y confederaciones que reducirán el número de entidades autónomas existentes, darán a las rivalidades indestructibles mayor amplitud y tenacidad. Con ello coincidirá una pavorosa expansión económica, y como es cosa sabida que para dominar virtualmente a un país basta con apoderarse de determinados resortes financieros, empezará la silenciosa y desesperada defensa de los débiles, empeñados en evitar la captación de sus fuerzas para que no desaparezca la autonomía real, dejando sólo en pie menguadas nacionalidades de cartón. En medio de los conflictos provocados por esta actividad substancial, encaminada a evitar vasallajes y a mantener ¡a integridad de los grupos, surgirá una concepción nueva de la política, y demás está decir que de las ya mentadas ideologías de la juventud, sólo quedará la tendencia a la democratización total de la vida, no en nombre de ideales remotos, sino en nombre de intereses inmediatos, más que para rendir culto a la justicia, para llegar a una de las condiciones de la grandeza general."
134 Gaceta Oficial, Santo Domingo, 17 de enero y 21 de febrero 1917.
135 La Federación Universitaria, organismo central de las Sociedades estudiantiles argentinas, y la Asociación Latinoamericana, institución fundada con el propósito de estrechar los lazos entre las repúblicas afines de América, tienen el honor de presentar los mejores votos de bienvenida al digno representante del pueblo brasileño. La profunda satisfacción con que asistimos a esta entrevista de cancilleres que marca una fecha memorable en la campaña de acercamiento, nos induce a pedir a V. E. que, aprovechando la sana atmósfera de confraternidad y poniendo a la vez de manifiesto los nobles propósitos del ABC, procure encontrar, en compañía de S. E. el señor ministro de Relaciones Exteriores de ¡a Argentina, a quien hacemos el mismo pedido, la mejor manera de resolver la condonación de la deuda y la devolución de los trofeos de guerra a la república del Paraguay.  Este acto simpático, que no necesita ser fundado porque es vieja aspiración de los pueblos argentinos y brasileños, después de una guerra de carácter tan peculiar que no dejó rencores, contribuiría a afianzar la confianza recíproca entre todas las repúblicas de nuestra América. — El presidente de la Asociación Latinoamericana, Manuel Ugarte — El presidente de la Federación Universitaria, Osvaldo Loudet. —El secretario de la Federación Universitaria, Luis Curutchet, — Ell secretario de la Asociación Latinoamericana, Bartolomé Zaneta."
136 En este estudio, publicado en La Nación, de Buenos Aires, números del 16 y 20 de mayo 1916, y titulado "El ocaso socialista y la guerra europea", decía: "Así como el siglo XVI fue el siglo de los debates religiosos y el siglo XVIII el de los debates políticos, el siglo en que estamos resultará el de los debates internacionales. Toda otra preocupación será desoída y sacrificada, porque las nuevas influencias dominantes y el desplazamiento producido por las modificaciones del mapa después de terminada la guerra, mantendrán en constante inquietud y movimiento a las naciones. Las repetidas anexiones, refundiciones y confederaciones que reducirán el número de entidades autónomas existentes, darán a las rivalidades indestructibles mayor amplitud y tenacidad. Con ello coincidirá una pavorosa expansión económica, y como es cosa sabida que para dominar virtualmente a un país basta con apoderarse de determinados resortes financieros, empezará la silenciosa y desesperada defensa de los débiles, empeñados en evitar la captación de sus fuerzas para que no desaparezca la autonomía real, dejando sólo en pie menguadas nacionalidades de cartón. En medio de los conflictos provocados por esta actividad substancial, encaminada a evitar vasallajes y a mantener ¡a integridad de los grupos, surgirá una concepción nueva de la política, y demás está decir que de las ya mentadas ideologías de la juventud, sólo quedará la tendencia a la democratización total de la vida, no en nombre de ideales remotos, sino en nombre de intereses inmediatos, más que para rendir culto a la justicia, para llegar a una de las condiciones de la grandeza general."
137 El programa comprendía: Representación proporcional de las minorías. Protección y fomento de las industrias nacionales para preparar la emancipación económica del país. Reformas en la educación en el sentido de abreviar el término de los estudios preparatorios, extender la enseñanza profesional, crear escuelas para rodos los niños y definir un plan global de la enseñanza argentina, de acuerdo con las características y las necesidades nuestras. Abaratamiento de los servicios ferroviarios y acción enérgica del Estado para hacer sentir su influencia sobre las Compañías. Abolición de la ley de residencia y su substitución por una ley orgánica de inmigración. Cultivar, especialmente, las relaciones económicas y diplomáticas con las repúblicas vecinas. Valorización y fomento de las riquezas minerales y forestales del país, especialmente e! combustible y su explotación por el Estado. Reglamentación de las relaciones entre colonos y terratenientes y establecimiento de Colonias agrícolas como medio de combatir el latifundio y llegar a la subdivisión de la tierra. Impuesto al mayor valor de la propiedad territorial, simplificación del régimen impositivo, abolición progresiva de los impuestos al consumo. Eliminación de los obstáculos que impiden el crecimiento de la marina mercante nacional. Transformación progresiva de la Deuda exterior por medio de empréstitos internos. Extensión de los beneficios de las leyes de pensiones y jubilaciones ya votadas, a los gremios que no gozan todavía de ese privilegio. Ley de estabilidad de empleados públicos. Combatir los monopolios y propender por todos los medios al abaratamiento de los artículos de consumo, especialmente aquellos que son originarios del país y abundan en él. Estudiar el problema de la desocupación y tomar medidas para que todo hombre válido pueda encontrar oportunidad de ganarse la vida. Fomentar en todas las formas el patriotismo, el sentimiento de las responsabilidades nacionales, la austeridad política y el ímpetu reformador y creador que debe hacer la grandeza argentina.
138 Legación de México, Buenos Aires, 11 de diciembre 1916. El general C. Aguilar, secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno de mi país, me ha dirigido la nota que me complazco altamente en transcribir a usted: "Por la atenta de usted, número 6, registro 6, de fecha 15 de agosto próximo pasado, quedo enterado de lo que se sirve usted manifestarme respecto a que el distinguido escritor argentino don Manuel Ugarte, con motivo de las dificultades surgidas entre nuestro Gobierno y el de los Estados Unidos, organizó una manifestación popular en favor de México. Sírvase usted expresar al señor Ugarte los sinceros agradecimientos y simpatías personales del Gobierno constitucionalista por su labor en pro de la unión de la raza." A los agradecimientos del Gobierno de México, suplico a usted sea servido agregar las expresiones de reconocimiento de parte mía, etc.
139 El Mercurio, de Santiago, 14 de febrero 1917. La Nación, de Santiago, 14 de febrero 1917. La Opinión, de Santiago, 16 de febrero 1917. La Unión, de Santiago, 17 de febrero 1917.
140 "La Confederación de Sindicatos Obreros hace invitación en general a toda la clase obrera, especialmente a Los grupos sindicados, para efectuar una demostración de cariño y simpatía al prohombre de los ideales de unión latinoamericana."— (El Dictamen, de Veracruz, 8 de abril 1917.)
141 "El poeta salió en medio de cinco mil almas que ansiaban dar la bienvenida al representante de la nación hermana. Desde la estación hasta el hotel Diligencias, caminó entre el numeroso pueblo que no cesaba de aplaudir y vitorear a nuestra nación y a nuestra raza."— (El Pueblo, de México, 16 de abril 1917.)
142 "Cuando el silbato de la locomotora se hizo, oír a lo lejos, un estremecimiento general se produjo en aquella ola humana, tal como si quisiera desbordarse de entusiasmo para sintetizar su intensa simpatía por el viajero."— (Excelsior, de México, 12 de abril 1917.)
143 "La conferencia de Ugarte, anunciada para anoche, no se pudo realizar a causa de la gran concurrencia que se precipitó sobre el salón de actos de la Escuela de ingenieros, lugar destinado al efecto. En vista de que el salón estaba completamente lleno desde antes de las seis y media, se pensó darla en el patio, pero se tuvo que desistir también."— (El Demócrata, México, 10 de mayo 1917.)
144 "Ugarte habló durante hora y media, y aunque la mayor parte de conferencia la dijo con serenidad, tuvo períodos en que una exaltación profunda y sincera marcó sus palabras, produciendo hondas sensaciones que se resolvían al fin en aplausos estruendosos y vehementes." — (Excelsior, de México, 13 de mayo 1917.) "Al concluir el conferencista, estallaron vibrantes y prolongados aplausos de la concurrencia, epilogando así anteriores aclamaciones estruendosas, aplausos que se repitieron al abandonar el teatro acompañado de los miembros presentes de la Universidad Nacional."— (El Universal, de México, 13 de mayo 1917.)
145 "Fue el sentimiento de una sólida fraternidad latinoamericana lo que indujo a nuestros estudiantes a poner en manos de Manuel Ugarte nuestra enseña nacional. Los estudiantes quisieron quedar estrechamente unidos a los de la juventud argentina con el lazo que mayor simbolismo encierra, y que mayor significación tiene: nuestra nacionalidad; y fue de ver al predicador de la doctrina de unión entre los pueblos latinos de la. América, levantar con veneración nuestra bandera para después besarla respetuosamente. Los estudiantes, electrizados por aquella acción, prorrumpieron en vivas a la Argentina y a la juventud del país hermano." — (El Demócrata, 6 de junio 1917.)
146 "Un ciudadano argentino que nunca ha aspirado a los puestos públicos, no ha seguido jamás la senda de los honores, sino la del deber, se permite llamar respetuosamente la atención de ese Gobierno sobre la necesidad de pesar serenamente los actos que pudieran alejarnos de la neutralidad y de la paz propicia a todos los desarrollos futuros. Los acontecimientos últimos, por dolorosos y censurable que sean —y yo soy el primero en condenarlos—, no pueden hacernos desear que la América Latina olvide los agravios viejos por los entusiasmos nuevos y caiga mañana bajo la influencia de Inglaterra, cuyos procedimientos lamentamos en Malvinas, y de los Estados Unidos, que revelaron su programa en Panamá. Es con criterio continental el margen de los impresionismos actuales, y deseoso de que mantengamos dentro de la abstención un credo superiormente patriótico, que me permito formular esta solicitud, desafiando en el presente la impopularidad y asumiendo ante el porvenir las responsabilidades. Los hechos valen por sus prolongaciones y hay que medir las que tendría la ruptura en el futuro de América."

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