viernes, 11 de mayo de 2012
EL DESTINO DE UN CONTINENTE (10)
por Manuel Ugarte
CAPÍTULO IX
EL GESTO DE ROOSEVELT. — MÉXICO, INVADIDO. — EL LIRISMO DEL
SUR. - NUEVA INVASIÓN A MÉXICO. - EL CARRIZAL. — LA INVASIÓN A SANTO
DOMINGO. — LA SUGESTIÓN
DEL CABLE. — EL GENERAL CARRANZA. — FILOSOFÍA DE LA CONFLAGRACIÓN.
El viaje del señor Teodoro Roosevelt en noviembre de 1913
puso en evidencia una vez más los errores de la política sudamericana. Los
sucesos de Panamá, subrayados por las frases imperativas del impetuoso
político, estaban frescos aún en la memoria. La invasión a Nicaragua y el
sojuzgamiento de aquel país, después de una lucha en que perecieron los mejores
patriotas, goteaba sangre sobre las conciencias. Sin embargo, nunca tuvo Buenos
Aires más aclamaciones para un viajero. Se le recibió en sesión solemne en la Cámara de Senadores. Se
revolucionaron en su honor las fórmulas protocolares. De más está recordar en
qué forma anunció el cable estas noticias al resto del Continente y el efecto
que ellas produjeron en las repúblicas hermanas, confirmando el malestar que
uno de los diarios más importantes de México traducía en términos airados (110).
Lejos del vano propósito de poner en evidencia las
equivocaciones políticas y más distante aún de la vanidad menguada que podría
llevar al que escribe a reivindicar el mérito de haber visto claro, me guía el
deseo de que si mañana se estudia el proceso que ha comprometido el porvenir de
un Continente, se pueda salvar la responsabilidad de nuestros pueblos, siempre
bien intencionados. Al margen de la estéril protesta y del grito hostil, lo que
se preconizaba era una acción coherente, una actitud armónica, una política.
Por encima de las manifestaciones ocasionales, que podían aparecer en medio de
la inmovilidad como estridencias de la lucha, flotaba una concepción,
susceptible de ser juzgada diversamente, pero que constituía un organismo, que
derivaba de una lógica, que se afirmaba en una posibilidad en el momento en que
estábamos.
La guerra no había roto todavía los equilibrios del mundo.
Francia, Inglaterra, Alemania, eran poderosas potencias que, en pleno triunfo y
prosperidad, sin inquietudes inmediatas de orden político o económico, trataban
de irradiar sobre el mundo su comercio, su influencia, su porvenir. Las
condiciones económicas estaban lejos de ser las actuales. El oro y la
influencia no habían emigrado todavía del viejo mundo al nuevo por la vía de
Nueva York. Los Estados Unidos tenían que contar con el contrapeso formidable
de una Europa organizada, productora de vida. En tales condiciones era
perfectamente factible en las repúblicas del Sur una acción serena de
conglomeración y enlace de los pueblos afines del Continente, tomando como
punto de apoyo de la palanca los intereses de las naciones dominantes en
Europa. Las mismas inquietudes locales que levantaban objeciones en la Argentina contra el
Brasil y en el Perú contra Chile, se hubieran encontrado atenuadas, dentro de
un sistema superior que transportaba los problemas del radio inmediato y
localista, al ambiente universal y durable. Las corrientes comerciales de
Europa dominaban en el Sur de una manera tan absoluta, que por encima de todas las
doctrinas el instinto vital de las naciones tradicionales podía ser esgrimido
como instrumento, no para hostilizar a pueblo alguno, sino para restablecer el
equilibrio de las razas y los destinos de la nueva humanidad. La latinidad de
Europa tendía a prolongarse, a ensancharse en las comarcas que se inspiraban en
su tradición. Había, además, el interés de crear en el Sur un contrapeso a la
fuerza de los Estados Unidos. El pensamiento político que llevó a Inglaterra en
1806 al Río de la Plata ,
que llevó a Francia y a Austria en 1864 a México, fue un error evidente; pero
algunas partículas de ese error podían ser utilizadas en el campo del comercio
y de la diplomacia. Bastaba para ello con ensanchar la visión de los
horizontes, fijando los ojos, más que en la hora, en el siglo; más que en el
grupo, en la colectividad. La inclinación íntima de todas las naciones de
nuestra América respondía a ese anhelo, las conveniencias económicas de los
grandes pueblos industriales hubieran visto en ello una satisfacción, y todo
parecía propicio, dentro de la volición inteligente, para emprender la nueva
ruta y afirmar una personalidad. Lo que dije en 1913 ll1 es de actualidad en
1923. Dentro del ajedrez o el ritmo que regala los gestos colectivos, hemos
perdido un tiempo en los movimientos irremediables de la historia.
La diplomacia del A B C se avino a desempeñar en México el
papel que México había desempeñado algunos años antes en la América Central.
Para inspirar confianza y dar carácter de mediación colectiva a lo que no era,
en realidad, mas que una intervención directa, los Estados Unidos se hicieron
acompañar por México, ufano entonces de la actuación que se le concedía, en
varios conflictos centroamericanos y, la gran nación azteca sabe cómo fue
recompensada su buena fe y lo que perdió en la aventura. Un procedimiento
análogo se empleó después en México. El A B C se encargó de atenuar asperezas,
facilitar acciones y cubrir ante el mundo la maniobra, sin obtener, en cambio,
mas que el natural resentimiento de los sacrificados. Porque lo que distingue
esta política —que el imperialismo, ampliando el radio de acción, trata de
hacer prosperar ahora en España, para escudar en el prestigio de los
progenitores una acción general en América— es, más que la lealtad flotante de
las actitudes, la nulidad dolorosa de los resultados. Ni México en la América Central ,
ni el A B C en México, ni España, mañana en América, obtendrán ventaja alguna
en el orden comercial, político o espiritual. Si algún cálculo se hizo en ese
orden de ideas, resultará siempre burlado; y sólo servirá para confirmar el
destino de los pueblos o de las razas que en vez de elevarse por la solidaridad
se disuelven por el egoísmo.
Como si después de la gira del señor Roosevelt se quisiera
saber hasta dónde podía ir la complacencia y el desconcierto general, se
desencadenó el avance sobre el Sur.
El 22 de abril de 1913, la escuadra del contraalmirante
Fletcher, apareció frente a Veracruz y se apoderó de la ciudad, venciendo una
resistencia improvisada, durante la cual, más de cuatrocientos hombres, alumnos
de la escuela naval, soldados del ejército regular, simples civiles patriotas,
pagaron con su vida la imprevisión, el desvío, la incapacidad de una política.
Sorprendido el país en medio de sus agitaciones internas, debilitado por largas
luchas, anarquizado por la legendaria declaración de que el desembarco iba
dirigido contra el Gobierno y no contra él, encontró, sin embargo, la fuerza
necesaria para preparar en el interior el levantamiento que modificó los planes
del invasor.
La impresión causada en Buenos Aires por estos sucesos fue
contradictoria. Los órganos oficiosos se mantuvieron impasibles. La opinión
pública, en cambio, se levantó instintivamente en un movimiento de reprobación.
Del empuje unánime nació el mismo día el Comité Pro-México con el apoyo de la Federación
universitaria y cerca de diez mil adhesiones. Los que asistiéronla la primera
reunión no han olvidado, seguramente, el significado. Muchos de los que
formaron parte de la Comisión ,
han ocupado después cargos políticos, como el doctor Diego Luis Molinari,
subsecretario de Relaciones Exteriores en el Gobierno del señor Irigoyen.
Obdulio Siri, ministro de la
Gobernación en la provincia, etc. El ímpetu generoso de las
generaciones nuevas, hacía surgir en todos los barrios de Buenos Aires y en
todas las ciudades de la
Argentina el remolino que puso en grandes dificultades al
Gobierno. Como presidente de la
Comisión , estuve al habla con las autoridades. Los diarios de
esos días dan cuenta de las entrevistas y conferencias a que dio lugar el
asunto(112), y de la resolución oficial, prohibiendo toda manifestación(113). Es
justo dejar constancia de la protesta de una parte de la prensa. El Diario
Español, entre otros, que después de recordar la facilidad con que se toleraron
en la Argentina las manifestaciones en favor de Cuba Libre, hiriendo así los sentimientos de
España, encaraba el problema en su faz general(114). De México llegaron
congratulaciones(115).
La mediación anunciada como acontecimiento digno de detener
las protestas, se circunscribió a discutir la medida en que se debía dar razón
al invasor. No quiero multiplicar las citas, ni recargar la frase con llamadas
inútiles, pero nada es más fácil que encontrar en la prensa mejicana del año
1914 y de los años siguientes, un centenar de artículos en los cuales se
condena la acción desarrollada por el A B C y se acumulan las más amargas
ironías sobre la fraternidad latinoamericana. En vez de favorecer al país
lastimado, las naciones del Sur acabaron por sancionar la intervención
extranjera, como el autor de esta obra lo había anunciado en varias
interviús(l16).
No pongo en duda la buena fe de los que intervinieron,
directa o indirectamente, en las negociaciones. No formulo cargos contra los
hombres ni contra los gobiernos. Si a mí se me han prestado, hasta dentro del
ideal, los propósitos más viles, yo me enorgullezco en reconocer, hasta dentro
del error, las buenas intenciones. Voy más lejos aún. Lo que fracasó en aquel
momento no fue la consciencia o la capacidad, sino el sistema y la política. La
única manera de solucionar las dificultades consiste en afrontarlas. Y el error
inicial estuvo en parecer ignorar, en fingir no ver, en negarse a tomar en
cuenta una situación general, un proceso de expansión, un fenómeno histórico,
dentro del cual el conflicto de México sólo era signo, accidente o etapa. Los
médicos consideraron la manifestación sin estudiar el mal que la había
determinado, y el remedio fue tan efímero, que la cicatriz se abrió un año
después.
El Comité Pro-México, transformado en Asociación
Latinoamericana durable(117), cuyo amplio programa abarcaba el problema en su
esencia final, emprendió entonces una obra de difusión patriótica, de
acercamiento, de comunión con los orígenes. Así celebramos el aniversario de
los fundadores de la nacionalidad, así protestamos contra una tentativa para
entregar a la Standard
Oil Company el petróleo de Comodoro Rivadavia, y así
celebramos, por la primera vez en Buenos Aires, el 12 de octubre de 1914, el
recuerdo de Cristóbal Colón.
En medio de esta actividad generadora de un alto
sentimiento, argentino a la vez y continental, nos sorprendió la guerra.
Mientras la conflagración fue juzgada desde un punto de
vista exclusivamente nuestro, sin las influencias imperiosas que se hicieron
sentir después, la impresión general sólo tradujo el estupor, la reacción
humanitaria, el orgullo acaso, de comprobar la paz en torno mientras las
grandes naciones, que tantas veces nos reprocharon nuestro convulsionismo, se
despedazaban en una hecatombe sin ejemplo. Pero en esta misma primera
impresión, ajena aún a la propaganda telegráfica, a la acción de los intereses
ajenos y a las presiones internacionales que se multiplicaron más tarde,
aparecía ya, en germen, el lirismo, que nos llevó a aquilatar acontecimientos
de tan trascendental importancia con un criterio literario, con una consciencia
ética, con una rememoración de lecturas. Juzgar la guerra en sí, como un
fenómeno social, y envanecernos de la circunstancia fortuita que parecía
colocarnos al margen del flagelo, era evidenciar una concepción incompleta de
lo que significa para el mundo una conmoción de tan vasta magnitud y de lo que
pueden ser para un país las imposiciones de la hora. La escolástica, las
humanidades, los sistemas filosóficos, no han tenido nunca conexión con la
política internacional. Y la visión ingenua, que inducía a condenar un
procedimiento independiente de nuestra voluntad, era tan engañosa como la idea
de que la distancia o la abstención podían ponernos completamente a cubierto
del cataclismo. En realidad, nos hallábamos ante una subversión de todas las
cosas. Lo que había estallado era un choque de fuerzas, y los principios
éticos, o su apariencia, sólo podían ser utilizados como valores concurrentes
al servicio de esas fuerzas, de acuerdo con lo que ha ocurrido en todos los
terremotos de la historia.
Olvidando que en achaques internacionales no cabe el
sentimiento, nuestro punto de vista fue, desde los comienzos, más literario que
político. De acuerdo con una educación lírica, dimos rienda libre a las más
nobles inspiraciones en favor de la perfectibilidad humana. Desgraciadamente,
los cataclismos no se realizan de acuerdo con las tablas de la ley, ni
utilizando la balanza de la
Justicia. La primera víctima fue Bélgica. Y la Asociación
Latinoamericana convocó a un mitin de protesta en el Prince
Georges Hall(118), porque entendía que al defender los derechos de una
nacionalidad pequeña defendía un principio que acaso tendrán que invocar mañana
las naciones de la
América Latina. Basta leer el discurso que pronuncié en esa
oportunidad(119) para medir el error de los que en el curso de la guerra me
denigraron después por considerarme germanófilo. Y basta observar la
contradicción entre la facilidad con que se concedió permiso para celebrar esta
asamblea y la absoluta prohibición que se nos opuso cuando quisimos, algunos
meses antes, concretar la misma protesta en favor de México para comprender el
fondo de una dirección diplomática. Si se hubiera defendido el principio de la
abstención frente a los beligerantes, mayor causa había para hacerlo en una
pavorosa conflagración mundial que ganaba terreno por minutos, que en un choque
limitado a dos países limítrofes. Pero dentro de la concepción política (es
político todo lo que es posible, la única discrepancia reside en el juicio que
nos merecen las posibilidades) de los que gobernaban, lo que debía ser
sacrificado es lo que estaba más cerca. En este ambiente se desencadenó la
segunda invasión a México, en agosto de 1915. El Wilson pacífico de los catorce
puntos y de las avenidas universales, juzgó propicio el momento en que la
atención del mundo se concentraba en Europa para perseguir en México a los
mismos hipotéticos bandidos que Roosevelt había perseguido en Panamá. Al mando
del general Pershing, que debía obtener después notoriedad en la gran guerra,
las tropas norteamericanas avanzaron hacía el Sur. Sin dar aviso esta vez a
ninguna autoridad, convoqué a un mitin en la plaza del Congreso, y ante más de
10.000 personas dije toda la verdad sobre la situación(120), condenando sobre
todo, la tendencia de una nueva "mediación", de la cual se empezaba a
hablar en los periódicos. El mitin fue subrayado por el inevitable conflicto(121)
con la fuerza pública y me valió al día siguiente una citación de la Policía (122).
Como el movimiento encontraba dificultades cada vez más
grandes, resolvimos tener un órgano en la Prensa. Los fondos con
que se intentó la aventura, reunidos entre media docena de personas, no
llegaban a 20.000 pesos. La
Patria , diario de la tarde, debía ser neutral frente a la
guerra europea (no publicamos más que los partes oficiales de los ejércitos en
lucha), entendía defender cuanto concurría a vigorizar nuestra nacionalidad,
desarrollar el empuje industrial, crear consciencia propia, y tendía a la unión
de las repúblicas latinas del Continente frente al imperialismo. Queríamos, en
el orden interior, una democracia nacionalista, en el orden exterior una
política autónoma.
El momento era propicio para desarrollar ese programa. Como
la penuria de las comunicaciones marítimas había hecho mermar considerablemente
las importaciones, se iniciaba una corriente para manufacturar dentro del país
los artículos de mayor consumo. En lo que se refiere a la acción exterior, la
concentración de las fuerzas mundiales hacia un problema, nos dejaba mayor
libertad de iniciativa dentro de nuestro radio. A mi juicio, la Argentina podía sacar de
la conmoción más ventajas que perjuicios, si maniobrando a la manera de los
Estados Unidos, aprovechaba la oportunidad para servir sus intereses y para
alzar la voz con más energía. Las naciones en lucha necesitaban víveres,
deseaban congraciarse las simpatías de los neutrales, evitaban toda
desavenencia con ellos. La oportunidad no podía ser más feliz para disminuir nuestra
deuda exterior y abrir la era de las iniciativas diplomáticas. La prédica del
diario coincidió de tal suerte con el instinto popular, que pocos días después
de su aparición la Policía
dispersaba de nuevo a los manifestantes bajo nuestros balcones. La Patria protestaba contra el
apresamiento de un barco argentino por la flota inglesa, y la juventud la
acompañaba en la reclamación con el entusiasmo que ponen siempre las nuevas
generaciones al defender un ideal patriótico. El inexplicable rigor de las autoridades
dio mayor nervio a la resistencia. Pero ¿qué podía, en realidad, un núcleo
universitario en medio de la corriente encontrada de intereses tan grandes como
los que representan en Buenos Aires las colonias extranjeras y los grupos
ligados a ellas en forma material o espiritual? ¿Era posible un empuje de
auténtica y reflexiva argentinidad en medio de un ambiente trabajado por
influencias tan poderosas? El eterno colonialismo latinoamericano resurgía más
que nunca al conjuro de la guerra. ¿Dónde estaban nuestras concepciones,
nuestros intereses, nuestros ideales, nuestra propia vida? La nación se hallaba
en realidad dividida en dos bandos, que correspondían a dos corrientes de
intereses europeos. Fascinadas las conciencias por los copiosos cables de las
potencias aliadas, o por los misteriosos radiogramas de los imperios centrales,
disputados los corazones entre dos apasionamientos, no quedaba lugar para una
concepción propia que tradujera la inquietad, las conveniencias, el orgullo,
los destinos nacionales. El precio que alcanzó el papel en aquella época y la
coalición de intereses hostiles, que llegó hasta obstaculizar la venta del
periódico, puso fin al cabo de cuatro meses a esta tentativa de nacionalismo
superior.
Fue precisamente el momento en que, a raíz de una
inexperiencia del diplomático argentino acreditado en La Paz se encendió nuevamente el
endémico conflicto con la república de Bolivia. El doctor Dardo Rocha, fundador
de la ciudad de La Plata y único ministro argentino que planteó esta cuestión en sus verdaderos términos
en los años 1895 y 1911, había trazado normas tan claras, que el asunto no
presentaba más dificultad que la capacidad de comprensión de los que debían
tramitarlo. Como ya había comentado el incidente en un artículo inspirado en el
sentimiento fraternal que debiera dirigir nuestra acción en Suramérica(123),
alguien indicó mi nombre para reemplazar a nuestro representante, el Sr. Acuña,
que acababa de salir bruscamente de La Paz. La idea encontró ambiente(124) favorable, el
órgano oficioso del Gobierno boliviano expresó espontáneamente su
beneplácito(125), el mismo doctor Dardo Rocha hizo una gestión ante el Gobierno
para auspiciar mi candidatura, y todo ello dio ocasión para que se pusiera una
vez más en evidencia la incertidumbre de la política sudamericana.
Yo no había solicitado nunca un cargo público. Por el
contrario, había renunciado una Candidatura a diputado y una candidatura a
senador. La tendencia de mi espíritu no fue jamás la de la disciplina, sino la
de las disidencias, basadas en la sinceridad. Pero era el caso de acabar con un
fantasma arcaico que desde hace medio siglo interrumpe la armonía entre los dos
pueblos. Aprovechando la oportunidad propicia, manifesté mi conformidad con el
ambiente que se había creado. Pero el ministro de Relaciones, dentro de la más
franca cortesía, evocó mis campañas latinoamericanas y me declaró que el
nombramiento era imposible. De aquí un cambio de cartas que no han sido
publicadas y los ecos enojosos en la
Prensa continental(126). Los diarios de Bolivia epilogaron
sobre el incidente, se nombró a un ministro que, como es de práctica, no pudo
soportar el clima de La Paz
al cabo de algunas semanas, y el conflicto inicial, a pesar de los años
transcurridos, está sujeto aún a nuevas convulsiones.
Los episodios trágicos de la guerra europea ejercían una
fascinación tan exclusiva, que casi todos habían olvidado la presencia en
tierra mejicana de un ejército invasor. Se seguía con banderitas en los mapas
las más ligeras oscilaciones de la línea de trincheras que separaba a los
beligerantes europeos; pero nadie sabía en Buenos Aires dónde quedaba el estado
de Chihuahua, ni mucho menos el Carrizal, donde se desarrolló, el 21 de junio
de 1916, el choque entre los patriotas mejicanos y las tropas norteamericanas
de ocupación(127). Cuando éstas iniciaron la retirada, nuestra Asociación celebró
una nueva asamblea popular(128) y de México llegaron nuevos telegramas de
reconocimiento(129).
Pero el significado del Carrizal va más allá de la pequeña
escaramuza guerrera. El combate, que duró dos horas y sólo puso en línea de
batalla algunos centenares de hombres, no tenía, desde el punto de vista
bélico, más que una importancia relativa. Considerado desde el punto de vista
político, marcaba, desde 1848, la primera vez que la América nuestra se
pronunciaba de una manera efectiva contra la invasión gradual que iba doblando
las resistencias. Era el primer tiro que se disparaba contra el uniforme que
parecía tener el privilegio de circular en los países circunvecinos como si se
hallaran abolidos los límites y las autonomías. No cayó en el Carrizal un grupo
de soldados, sino el respeto supersticioso que rodeaba a los agentes del
imperialismo. Lo que los presidentes de toda la América Latina no
se habían atrevido a intentar dentro de la pacífica diplomacia, lo realizó, con
el rifle en la mano, un simple coronel, y las sanciones trágicas, que evocan,
consternados, nuestros Gobiernos ante la menor disidencia, no se hicieron
sentir en ninguna forma. El ejército invasor recogió sus muertos y se retiró
del país. Pero ¿quiere esto decir que baste la arremetida sangrienta para
cambiar un destino? ¿Cabe deducir, como conclusión, que un esfuerzo militar
pueda salvarnos?
Nada sería más pueril que suponer que el imperialismo,
temeroso, renunció a la lucha. Hubiera sido fácil para los Estados Unidos
volcar 200.000 hombres sobre la frontera y llegar en quince días a la capital.
¿Por qué no lo hicieron? Para la concepción de los latinoamericanos, el gesto
estuvo lejos de ser brillante. Nosotros nos hubiéramos obstinado invocando el
honor militar y todos los principios. La psicología de la gran nación del Norte
es otra. Ante la resistencia que se anunciaba, con su cortejo de sorpresas y
guerrillas interminables en la montaña, se hizo un cálculo de ventajas e
inconvenientes, se planteó el problema en términos prácticos, teniendo en
cuenta el momento, los sacrificios que exigía la empresa, los beneficios que
podía reportar y la posibilidad de alcanzar el mismo fin por otros medios. En
lo que se refiere a la oportunidad, los acontecimientos que revolucionaban a
Europa obligaban a los Estados Unidos a reservar todo su poder para la
intervención decisiva, que ya asomaba en la mente de sus perspicaces
gobernantes. En lo que atañe a los gastos de la empresa y al esfuerzo que sería
necesario desarrollar, un general experto dio en cifras la síntesis del asunto.
En lo que toca a los beneficios posibles, parecieron insuficientes comparados
con los riesgos. El equilibrio mental, el sentido de las realidades, las
características más claras de aquel pueblo, evitaron la aventura. El mejor
deseo de Alemania tendía a inmovilizar a los Estados Unidos por intermedio de
México. Un reflejo de Europa serpenteó sobre la frontera. Y, además, dentro de
la mentalidad del siglo, ¿era necesario, era útil el empuje? Desde el punto de
vista económico, ¿no tenían los Estados Unidos en sus manos todo el porvenir
del país? Porque la misma conflagración formidable que devastaba al mundo
estaba probando axiomáticamente que el carbón, el petróleo, los víveres, los
capitales, la organización de las fuerzas de la paz, eran, aún en plena
batalla, más fuertes que los cañones. El mismo resultado final de la guerra nos
ha venido a revelar después que la victoria militar es una fórmula sobrepasada
por la evolución de la humanidad. Lo que antes fue un hecho concluyente, sólo
es hoy un hecho relativo, sujeto a fenómenos posteriores de actividad
industrial y comercial, a sutilezas diplomáticas, a fuerzas que no derivan de
la estrategia ni de la pólvora. Un imperialismo nuevo, basado en premisas
seguras, no podía dejarse burlar por impetuosidades contraproducentes. De aquí
la retirada, de la cual no pudieron sacar, en realidad, los mejicanos, por
noble y plausible que fuera el gesto, ninguna ventaja ulterior. Sólo
universalizando el esfuerzo y extendiéndolo por igual a todos los órdenes; sólo
movilizando, al par que el ímpetu guerrero, la potencialidad productora y
pensante del país; sólo ampliando ese espíritu de resistencia al campo
comercial e ideológico, hubiera podido dar frutos la pasajera ventaja.
Reuniéndolo todo en una frase, podemos decir que el Carrizal fue un intento,
pero no una realización, con lo cual no restamos méritos, desde luego, ni al
heroísmo personal de los que combatieron, ni al heroísmo moral, mucho más
grande todavía, de los que asumieron la responsabilidad de la actitud.
Todo esto pasó inadvertido, naturalmente, en medio del
estruendo que ensordecía las conciencias. La atención de nuestras ciudades
estaba acaparada de manera tan absoluta por la tragedia de Europa, que parecía
vano cuanto no coincidía con la ansiedad de las muchedumbres que corrían por
las calles, afónicas a fuerza de clamar en favor de unos o contra otros,
arrebatadas en el vértigo de otros intereses. La convicción de que se combaría
para acabar con la violencia en el mundo, quitaba significación a los mismos
atropellos. No era más que cuestión de tiempo. Con esperar unos meses, todo obedecería
en el planeta a la pauta de la más estricta equidad. ¿Para qué ocuparnos de lo
que ocurría en México, si la simple solución de la contienda entre los aliados
y los Imperios centrales debía resolver automáticamente todas las dificultades?
Todavía veo la sonrisa de piedad con que algunos escuchaban las objeciones.
"Carece usted de visión general —decían—; las pequeñas injusticias de
América son parte de la injusticia universal que se líquida".
No se ha producido en la Historia un caso de fascinación colectiva como el
que determinó en nuestras repúblicas la propaganda de las agencias. Los pocos
que nos negamos a aceptar en bloques las direcciones que se nos transmitían y
tratamos de enfocar los hechos desde el punto de vista de los intereses
latinoamericanos, fuimos cubiertos de injurias. No pongo en duda la sinceridad
de quienes sirvieron esos apasionamientos, aunque no faltaran los que
aprovechaban los remolinos para alcanzar una actuación efímera. ¡Era tan fácil
dejarse levantar por la corriente! Pero la inmensa mayoría obedecía al ímpetu
más sano. Es precisamente lo que robustece la objeción. Si el entusiasmo y la
combatividad que se exteriorizaron en favor de ideas generales o de
reivindicaciones de países ajenos a nuestro conjunto se hubieran puesto al
servicio de la propia causa latinoamericana, en un momento en que todas las
fuerzas de reacción estaban acaparadas por el cuidado de sus intereses,
nuestras repúblicas se hallarían hoy en una situación completamente distinta.
Aprovechando la hora, nuestro Continente hispano pudo nivelar sus finanzas,
crear industrias y recuperar el libre albedrío en los movimientos
internacionales. La timidez, la rutina, se opusieron a ello. Fuimos
consecuentes con la sujeción aun en un momento en que por la fuerza de las
circunstancias la sujeción dejaba de existir. Cuando antes se hundía una
galera, los galeotes aprovechaban para escapar. Cuando hoy se incendia un
presidio, los presos se descuelgan por las ventanas. Nosotros obramos como el
can atado a una rama débil. Nos retuvo, mis que la cadena, la superstición de
que debíamos obedecer. Y así salieron de Cuba, de Panamá, de Puerto Rico,
millares y millares de latinos de América que se hicieron matar anónimamente
bajo la bandera de los Estados Unidos(130), para mayor gloria de ese país,
mientras el imperialismo desembarcaba sus tropas en Santo Domingo,
estableciendo la dominación que se prolonga hasta nuestros días. ¿No estaba en
esta contradicción la mejor prueba del desconcierto y la anarquía continental?
El 14 de mayo de 1916, el pacífico presidente Wilson, a
quien aclamaba el orbe por sus declaraciones en favor del derecho que tienen
los pueblos a disponer de su suerte, envió a Santo Domingo una escuadra
encargada de poner orden en la pequeña república. Los antecedentes de esta
operación se hallan explicados en un artículo de Tulio M. Cestero(131), en el
Memorial de Protesta elevado a los embajadores de la Argentina , Brasil y
Chile, por los miembros de la Academia Colombina (132), y en el libro, ya citado,
de Isidro Fabela(133) No es este el momento de rehacer el proceso de la nueva
aventura imperialista. Lo que importa subrayar, dentro de los límites del
capítulo en que nos hallamos, es el silencio que guardó la América Latina. Con excepción de algunos diarios de Cuba, donde el ministro de Santo Domingo,
D. Manuel Morillo, logró hacer resonar su patriotismo lastimado, nadie alzó la
voz contra la violencia. Y, sin embargo, el diario oficial de la débil
república(134) traía el eco de los nombramientos y las destituciones de funcionarios
que decretaba el Sr. H. S. Knapp, Captain U. S. Navy, Commander Cruiser Force,
U. S. Atlantic Fleet, Commanding Forces in Occupation in Santo Domingo, como se
intitulaba, rindiendo culto a la brevedad anglosajona.
Las mismas interpelaciones formuladas en el Parlamento de
los Estados Unidos a raíz de atropellos realizados en la isla por las tropas de
ocupación no tuvieron repercusión alguna en América. En las Memorias que
escribo serenamente en mi retiro he de dar detalles sobre estos y otros incidentes,
atendiendo a la contribución que pueden aportar al conocimiento de la verdadera
situación, y he de incluir cartas y fotografías de documentos que arrojarán luz
sobre algunas cosas que parecen inexplicables. El mismo carácter patriótico y
popular de la campaña me granjeaba, al par que los odios, la colaboración
silenciosa de algunos de los mismos que intervenían en la acción, y todo ello
debe llegar a ser conocido cuando, por encima de nuestras vidas, se pueda
pensar en establecer verdades durables.
El argumento prestigioso de defender a Francia y de
preservar la civilización latina fue magnificada con éxito tan rotundo, que las
líneas reales del conflicto desaparecieron, y todo se redujo a una lucha entre
el idealismo y la noche. En favor de Francia estábamos todos; las fibras de
nuestro ser palpitaban unánimes en el culto de una tradición y un pensamiento,
que tan poderosamente ha intervenido en el desarrollo de la vida americana. Yo
era y soy personalmente un apasionado de la gran patria, donde he vivido buena
parte de mi juventud y donde he adquirido precisamente los conocimientos que me
permitieron desarrollar la campaña antiimperialista. Pero los términos del
problema eran otros.
Aunque estuviera en Francia el teatro de la guerra, los
intereses que se debatían eran de orden más general, y Francia misma, al
defender sus intereses directos, giraba dentro de la órbita de planes más
complicados, como ha venido a probarlo la liquidación difícil. Las guerras
antiguas se limitaban a un choque; las modernas revisten la forma de una
partida de ajedrez. El ataque a una pieza no importa una finalidad: marca un
episodio de la acción. Así como Bélgica fue una etapa para llegar a Francia,
ésta pudo resultar víctima en la pugna entre el mundo germano y el mundo
anglosajón. Claro está, que Francia, como Bélgica, defendía su territorio
invadido y no podía obrar de otra suerte. Pero es en la síntesis de las
consecuencias donde hay que buscar la armazón de una política que, en el curso
de su desarrollo, fue poniendo en evidencia los ardides y revelando los
objetivos. Inglaterra burló a Europa, y los Estados Unidos, al intervenir en
último resorte, burlaron a Inglaterra. Las dos ramas anglosajonas se
repartieron la preeminencia final, y la América latina, al apoyar románticamente a los
aliados, no sirvió, en realidad, los intereses de Francia, cuyo dolor se
exhibía para ganar prosélitos, sino la hegemonía final de los mismos que la
habían amenazado siempre. La situación actual lo está proclamando a voces.
Nuestro entusiasmo fue así una sugestión del cable, que nos deslumbraba con un
resplandor.
Dadas las perspectivas que se anunciaban y la necesidad que
en todos los tiempos ha hecho regular la política sobre intereses y no sobre
simpatías, algunos pensamos que importaba adoptar una actitud atenta
exclusivamente a preservar en medio de la tempestad el desarrollo y la
prolongación de nuestras repúblicas. ¿No había llegado el momento de recuperar,
aprovechando el entrevero, la Ubre
disposición de movimientos dentro de la diplomacia? Los pueblos se han acercado
o se han alejado siempre en la historia según la coincidencia o la antinomia de
sus necesidades. Y era en nombre de estas últimas que había que adoptar una
actitud de batalla mientras duraba el huracán.
Por esos días recibí del ministro mejicano acreditado en
Buenos Aires una nota de agradecimiento(138) y poco después una invitación de la Universidad de México
para ir a dictar en aquel Centro de estudios una serie de conferencias.
Dadas las circunstancias, el viaje tenía que dar lugar a las
maniobras habituales. Oficiosamente se hizo saber al ministro de México que la Argentina veía el gesto
con satisfacción, pero que el indicado para ir a aquel país no era el autor de
este libro. Había intelectuales de mayor mérito, que harían un papel
infinitamente más brillante. El ministro de México mantuvo su actitud, y la
subrayó, ofreciendo al invitado un banquete de despedida, al cual concurrieron
el embajador de España, el ministro de Portugal y todos los ministros
latinoamericanos acreditados en el país, pero al cual se excusaron de asistir
el secretario y subsecretario de Relaciones de la Argentina. Planteando
en estos términos, el éxodo tenía que hallarse erizado de dificultades. Dada la
inseguridad de las comunicaciones en el Atlántico, se adoptó el itinerario por
Chile y Panamá, con escala en la Habana. Pero los mayores obstáculos no estaban en
los transportes, sino en las resistencias de orden moral que se oponían a la
realización del proyecto. Hice antes de partir una visita al rector de la Universidad de Buenos
Aires, quien declinó mi ofrecimiento de llevar un mensaje de una Universidad a
otra, añadiendo que, a su juicio, el imperialismo no debía inquietar a la Argentina. El
presidente de la república, a quien pedí una audiencia, no pudo recibirme. Y
todo fue prudencia alrededor del franco tirador, que, dentro de las operaciones
generales de América, iba a aventurarse hasta una posición abandonada.
A llegar a Chile, interrogado por los periodistas, expliqué
en diversas interviús(139) las razones del viaje. Formamos una entidad distinta y
debemos tener una política nuestra. En momentos en que la guerra modifica las
perspectivas mundiales y asoman problemas inéditos, urge más que nunca estrechar
los vínculos entre las naciones afines del Nuevo Mundo. Tendremos que dejar de
lado las tendencias demasiado ideológicas que han predominado hasta ahora, para
encarar con sentido actual los rumbos posibles de nuestra diplomacia,
desligándola de las influencias y dándole una fuerza propia de locomoción. Tal
fue la síntesis de las declaraciones que algunos me reprocharon después. En lo
que se refiere a la guerra misma, no escondí que la intervención en ella de los
Estados Unidos planteaba para nuestras repúblicas un problema especial que no
podía ser resuelto por las simpatías hacía este o aquel país de Europa, sino
por un estudio directo de las conveniencias dentro del Continente,
El Gobierno del general Carranza marcaba en aquellos
momentos una hora especial de la política de América. Por la primera vez se
enfrentaba una de nuestras repúblicas con el imperialismo y hablaba de igual a
igual. Húmeda aún la sangre del último encuentro, fresca la visión de la
retirada, el país débil respondía en notas serenas, pero llenas de energía y a
veces de buen humor, a las intimaciones. Algunas tuvieron su hora de
celebridad, como aquella en que el general Aguilar, a raíz de una reclamación
de Inglaterra, hecha por intermedio de los Estados Unidos, lamentaba no poder
dar satisfacción al deseo formulado, impidiendo las incursiones de los
submarinos alemanes en las costas mejicanas, dada la carencia de escuadra
suficiente, y sugería la idea de que acaso fuera mejor evitar nuevos
contratiempos impidiendo que esos submarinos salieran de sus bases navales en
Europa.
Carranza realizaba el tipo del clásico general sudamericano
de las buenas épocas. Franco, sereno, paternal, poseído por un instinto
fanático de patriotismo y una bravura ingénita, ejercía influencia segura sobre
cuantos le rodeaban. Me recibió sin pompas protocolares, y durante la
audiencia, que duró más de hora y media, habló de resistencias conjuntas, de
ideales amplios, como jamás lo hizo ante mí otro presidente.
—En vista de los acontecimientos universales y dada la
situación especial de México —le pregunté—, ¿sería nociva para la política del
país una exteriorización completa de la verdad?
—Exponga usted cuanto crea necesario —repuso después de
ligera reflexión—, y tenga la certidumbre de que nunca dirá contra el
imperialismo más de lo que yo pienso.
Hablando después de las gestiones que se hicieron para
impedir mi llegada, refirió su diálogo con el ministro de los Estados Unidos.
El diplomático había hecho valer las relaciones que empezaban a restablecerse
entre las dos naciones después de retiradas las tropas de ocupación, y se quejó
del desaire que importaban los agasajos a un hombre sindicado como hostil a la
política de su patria.
—Es una invitación de la Universidad —contestó
Carranza—, y en México, como en los Estados Unidos, las Universidades son
autónomas. No puedo tomar ninguna medida para que el escritor que debe
visitarnos no desembarque en nuestras costas; pero si los Estados Unidos tienen
interés en que no venga, en sus manos está no dejarle pasar por Panamá.
Y el viejo patriota sonreía, acariciando su larga barba
blanca.
—También hice notar al ministro —agregó— que en caso de
haber podido yo prohibir la entrada al país de un hombre por haberse
pronunciado contra la política de la nación vecina, hubiera tenido que
solicitar la reciprocidad, porque en los Estados Unidos son muchos los que
hablan contra México y su gobierno.
Pocos días después fui recibido por el ministro de
Relaciones Exteriores.
—No se imagina usted —me confesó el general Aguilar— las
dificultades que hemos tenido que vencer para que usted llegue hasta México.
Completando lo que le contó el presidente, le diré que el propio representante
de la Argentina me hizo una visita para insinuarme que usted no traía ningún carácter oficial,
y que si era expulsado del país, él, corno diplomático, no formularía la menor
reclamación. La efusión con que fue recibido el viajero cuando desembarcó en
Veracruz(140), a su paso por Orizaba(141), y al llegar a la capital(142), acentuada
por las fiestas que organizaron los estudiantes, para quienes llevaba mensajes
de las Federaciones Universitarias de la Argentina y de Chile, no impidieron que, por
influencias ajenas a la voluntad del gobierno, se organizara la primera
conferencia en un local exiguo y tuviera por ese motivo que postergarse (143),
hasta que se realizó pocos días después en un teatro(144).
Una reseña sucinta de la evolución de nuestra diplomacia y
de las exigencias del momento no tenía, desde luego, nada susceptible de
molestar a ningún país. Incluida en el libro Mi campaña hispanoamericana ha
circulado después esa conferencia sin objeciones. Sin embargo, en aquellos
momentos levantó ásperas protestas de los que se hallaban obsesionados por el
problema europeo. La segunda acentuó la impresión de la primera, y el rector de
la Universidad ,
señor Macías, tuvo que hacer notar que esos actos, realizados en un teatro, no
tenían carácter oficial. Algo análogo ocurrió con una bandera mejicana que la Federación Universitaria
de México quería mandar a la Federación Universitaria de Buenos Aires. La bordaron las alumnas de las escuelas, se realizó la
ceremonia de la entrega(145), pero argumentando un detalle que faltaba, la enseña
quedó en la Universidad
y no me ha sido entregada nunca. La noble intención juvenil fue anulada por
maniobras subalternas, y el símbolo de un depósito de honor ofrecido por las
nuevas generaciones de un extremo del Continente a las del otro extremo se
redujo a una tentativa audaz que las pequeñas timideces interrumpieron en su
vuelo.
La presión ejercida sobre México en aquellos momentos era
tan formidable, que sólo la férrea voluntad de aquel pueblo podía resistirla.
Porque lo que pesaba sobre aquella república no era sólo la imposición del
vecino todopoderoso, sino la exigencia general de Europa que, obedeciendo a sus
intereses, quería arrojar a la hoguera todos los combustibles. De ello se
aprovechaba especialmente el imperialismo. Pero la resistencia fue tenaz; y se
mantuvo el trípode de la neutralidad latinoamericana, cuyo ángulo superior estaba
en México y cuya base residía en la actitud paralela de la Argentina y Chile.
Cuando después de visitar las ciudades de Puebla y
Guadalajara, me embarqué en Salina Cruz con rumbo al Sur, sentí más que nunca
en torno mío el peso de la vigilancia y de la intriga. En el plazo de cinco
días, desde mi salida de la capital hasta mi llegada al barco, fui víctima de
dos robos. Los ladrones se habían especializado en los papeles: la primera vez,
me sustrajeron mi valija-escritorio, y la segunda, un voluminoso paquete de
cartas que llevaba en el abrigo. Yo no tenía, desde luego, secretos que
ocultar. Nada más claro y más limpio que la campaña emprendida. Pero la
invitación mejicana, sumada a la continuidad del esfuerzo, hizo suponer quizá
que aquello obedecía a hilos invisibles. Al llegar a Chile un tercer robo
confirmó el sistema. Pero esta vez la operación se realizó con alevosía,
tratando de hacerme pasar, cuando denuncié el caso a las autoridades, como
víctima de un robo simulado. Se probó después hasta la evidencia la exactitud
del delito. Pero de la acusación, aunque sea levantada, algo queda siempre.
Una escuadra norteamericana recorría en ese momento el Sur
del Atlántico y era recibida con gran pompa en todos los puertos. El Brasil y
el Uruguay, como naciones beligerantes, puesto que había declarado la guerra a
Alemania} realizaban un gesto natural agasajando a un aliado. Pero la situación
de la Argentina
era diferente. Como neutral, tenía el deber de negarse a recibir en sus aguas o
en sus costas a ninguna de las fuerzas en lucha. No es necesario ser
especialista en derecho internacional para saber que neutralidad es equivalente
de abstención, de equidistancia. De acuerdo con esta teoría, el gobierno
argentino declinó el honor de la visita anunciada. Pero el visitante insistió,
y después de varios días de vacilaciones y sigilosas consultas, vino la
capitulación. Lo que constituye la gravedad del hecho no es la actitud, sino el
cambio de actitud bajo una presión. No ignoro las razones de orden local que
pudieron intervenir. En el terreno de la diplomacia, se puede decir que el
almirante Caperton, que había tomado Montevideo apoyándose en Río de Janeiro,
tomó después Buenos Aires apoyándose en Montevideo. La impresión nos puso en el
trance de subrayar con un gesto obsequioso una estéril resistencia. Era la hora
en que se ejercía la presión máxima para imponer una actitud. La cancillería
argentina estaba a punto de ceder, y romper también la neutralidad, lo cual
hubiera determinado, por el simple juego de los equilibrios, abandono de México
a la influencia extranjera. Fue en esta oportunidad que dirigí desde Chile al
canciller de la Argentina un telegrama que no obtuvo respuesta(146).
Porque hay que tener en cuenta que las dificultades sólo
empezaron para la América
latina desde que los Estados Unidos entraron en la guerra. Los aliados, en su
primera expresión, nunca ejercieron presiones sobre nosotros. Hicieron su
propaganda, difundieron sus argumentos, sacaron ventajas comerciales, trataron
de ganar adhesiones, pero todo ello dentro del respeto más estricto a las
autonomías regionales. La mejor prueba de ello es que el problema de nuestra
intervención en la guerra nunca se planteó en esa etapa. Sólo se impuso
después, cuando la América
del Norte intervino en el conflicto.
La expectativa de los Estados Unidos, sólo fue una fórmula
para dejar que se acentuaran los acontecimientos, hasta preparar el campo
propicio para intervenir en la dosis oportuna, teniendo en cuenta el propósito
primordial de asegurar la hegemonía sobre la América Latina y el
fin más vasto de anular la irradiación mundial de Europa, o de sobreponerse a
ella. Al entrar en la guerra trataron de arrastrar naturalmente al mayor número
de naciones satélites, y así fue como en el plazo de pocas horas, Panamá, Cuba
y otras repúblicas, se apresuraron a imitar la actitud, sin más urgencia o
motivo que su sujeción a otras rotaciones.
Sobre los demás países pesó desde ese momento una sugestión
de todas las horas. Con ayuda del cable se trató de influir sobre la decisión
de éstos, adelantando inexactamente la decisión de aquéllos, en un círculo
constantemente renovado de sutilezas. Por eso podemos decir que la neutralidad
de las pocas repúblicas que se mantuvieron firmes, no fue en ninguna forma un
signo de indiferencia hacia Francia. Ese reproche no nos lo hizo nunca Francia.
Sólo empezó a ser formulado cuando del prestigio de Francia se sirvieron otros.
Y la gran república latina, al amparo de cuya generosa hospitalidad escribimos
este libro, comprendió muy bien nuestras actitudes. ¿Cómo íbamos a estar los
latinoamericanos del lado de los Estados Unidos en una guerra que debía dar a
los Estados Unidos una influencia exclusiva sobre todas nuestras repúblicas y
la hegemonía mundial?
Por esos días llegó a Buenos Aires la misión Cabrera-Montes.
El general Carranza, sitiado nacional y personalmente, enviaba al extremo Sur
sus emisarios para intentar por lo menos una comunicación con las otras
repúblicas. No quiero hablar, para no alargar este capítulo, de las
dificultades que tuvieron que vencer el doctor Cabrera y el general Montes,
molestados y registrados durante la travesía, antes de llegar a Buenos Aires,
ni entiendo hacer referencia tampoco al brusco llamado del ministro de México
en Buenos Aires, señor Fabela, a quien le fueron robadas al llegar a Cuba las
valijas diplomáticas. Nada se nos ha dicho en América sobre el objeto de esa
embajada, ni sobre las proyectadas comunicaciones inalámbricas entre México y
Buenos Aires, ni sobre la posible creación de una línea directa de vapores
entre Progreso y Bahía Blanca, cuya vida se hallaba asegurada con el transporte
del sisal de Norte a Sur, y la conducción del trigo de Sur a Norte. Acaso hubo
un momento en que pudo realizarse la ilusión de un intercambio directo de
productos que hoy circulan con escalas e intermediarios extranjeros, y ese
precedente será utilizado en el porvenir.
Cuando, pasada la desorientación, reaparezcan las verdaderas
perspectivas, ha de asombrar que para combatir una idea se haya tratado de
hundir a un hombre. Nunca pensé que el hecho de trabajar en favor de mi patria
me valiera tantos odios. En el deseo de justificar la hostilidad, se llegó
hasta atribuirme actos innobles. Y el mal de la calumnia no está en la calumnia
misma, sino en la docilidad de los que la repiten. Hay insinuaciones que sólo
manchan a los que se inclinan a. recogerla. Esperé que saliera de la masa alguien
para decir: "No puede ser vil quien ha dedicado su vida entera a la
defensa de una doctrina; no puede ser venal quien sacrifica por su verdad
cuanto tiene y se pone al margen de los honores oficiales". Nadie alzó la
voz en mi favor. Me encontré solo, pobre, difamado, derrotado en mi ideal,
puesto que me quitaban el prestigio para defenderlo. Sin la convicción que
sostiene, hubiera renunciado a la lucha. Pero hay circunstancias en que la
forma extrema del valor consiste en esperar. Y confié, confío, en que al fin se
comprenderán los errores. Como hombre y como latinoamericano, no tengo más
mancha que la de haberme obstinado en un ideal. Y si lo digo, no es para que mi
patria repare la injusticia, sino para que la comprenda, devolviéndome la
posibilidad de ser útil en la evolución de sus destinos.
Así que terminó la guerra, en la forma incongruente que
tantas dificultades tenía que crear después, fui al ministerio a pedir un
pasaporte para Europa, invocando la invitación que acababa de recibir del
Centro de Cultura Hispanoamericana de Madrid.
Por renuncia de un colega, había asumido ocasionalmente el
ministro de Relaciones la dirección de la instrucción pública. Mientras
esperaba en la secretaría, llegó una delegación de estudiantes de la provincia
de Córdoba. Estaban en conflicto con las autoridades universitarias, se habían
declarado en huelga y pedían un interventor.
— ¿Nos permite usted que propongamos su nombre? —me dijeron
con el sano lirismo de la juventud.
El secretario del ministro me miró y los dos sonreímos.
Acaso interpretaron los delegados esa actitud como desdén. Sepan ahora, si caen
estas líneas bajo sus ojos, que el escepticismo nació de la antinomia entre la
hipótesis y la realidad. Yo salía precisamente del país ante la evidencia de
que nada podía pretender dentro de él, y había en la proposición una ironía
involuntaria que ponía en evidencia la situación.
¿Qué había significado, en balance final, la guerra para
nosotros? Ni se vendieron más caros nuestros productos, ni rescatamos las
deudas, ni alcanzamos personería nacional. La mayor parte de las repúblicas que
tomaron posición en el conflicto limitaron su beligerancia a apoderarse de dos
o tres barcos anclados en el puerro, y este discutible beneficio estuvo
contrapesado por tantas obligaciones, que no es posible tenerlo en cuenta. Las
que permanecieron neutrales consintieron préstamos (ellas, que estaban
endeudadas) y perdieron toda posibilidad de hacer valer su actitud. En cuanto a
los portorriqueños, los nicaragüenses, que cayeron bajo los pliegues de la
bandera norteamericana, no tendrán jamás un monumento ni serán recordados en el
que perpetúa las glorias de la república del Norte; dieron su sangre para
defender ideas generales cuando no había derramado una sola gota para
reconquistar su territorio. La sugestión, que absorbía las fuerzas de la India , las vidas del África,
la savia de todos los pueblos sojuzgados que se sacrificaban, los envolvió en
el remolino. ¿Con el alto fin de defender a Francia? ¿Con el propósito magno de
salvar el porvenir de Europa? Si hubiera sido así, bien muertos estaban. El
resultado hubiera sido noble y favorable para nuestras repúblicas. Pero el
único vencedor efectivo tenía que ser el rival cuyas fuerzas se acrecieron con
toda la sangre y todo el oro que ardía en las hogueras del Marne y de Verdun.
Sólo ayudaron a desplazar el eje de la política del mundo. Y frente a una
Europa desquiciada por luchas implacables, en medio de las ruinas del
cataclismo cuyas consecuencias no supimos prever, sólo cabe hoy, desde el punto
de vista nuestro, multiplicar preguntas o lamentaciones a las cuales sólo
contesta el silencio y la desorientación.
NOTAS
110 "Sí. Hay que decirlo tristemente. Las tres
repúblicas hermanas, tres grandes pueblos latinos que piensan como nosotros,
que viven con el mismo ideal, que alimentan las mismas esperanzas, se alían a
los enemigos jurados de nuestra raza en el Continente americano, rompiendo
bruscamente viejas tradiciones de sangre y de cultura. La Argentina , Brasil y
Chile en su entente con los Estados Unidos, no reconocen aún al Gobierno de
México. No culpamos por ello al pueblo de esas naciones, sino a sus Gobiernos,
que, sin duda, tuercen y contradicen el deseo de la opinión. ¿Qué dirá ahora
Manuel Ugarte?"— (El País, de México, 10 de septiembre 1913.)
111 " . . . El tiempo nos dirá que nuestro deber y
nuestros intereses aconsejaban una política absolutamente contraria a la que se
sigue. Cuando todos se den cuenta de ello, será tarde quizá." (Interviú de
La Tarde. Buenos
Aires, 28 de octubre 1913.)
112 "Por la mañana, Manuel Ugarte, citado por el jefe
de Policía, concurrió al Departamento Central, donde celebró una breve
conferencia con el señor Udabe. Este funcionario insinuó al señor Ugarte, en
nombre del ministro del Interior, la conveniencia de suspender la
manifestación. Por la tarde el señor Ugarte, a pedido del ministro de
Relaciones Exteriores, concurrió a la cancillería, donde celebró una
conferencia con el doctor Murature. El ministro le pidió que renunciara a la
idea de realizar la manifestación, pues sería inoportuna en los momentos
actuales en que se inician las gestiones de los mediadores." —- (La Prensa , de Buenos Aires, 29
de abril 1914.)
113 "El ministro del interior, por intermedio de la Jefatura de Policía, ha
comunicado al Comité Pro-México, que preside don Manuel Ugarte, que se ha
resuelto no autorizar la manifestación proyectada en homenaje al pueblo
hermano. El ministro del Interior se reserva las causas que le han inducido a
esta denegatoria, causas que son del dominio público en los términos de la
conferencia realizada ayer entre don Manuel Ugarte y el ministro de Relaciones
Exteriores."— (La Razón-,
de Buenos Aires, 29 de abril 1914.)
114 "Recientemente, cuando Ugarte regresó de su viaje
continental, pretendió dar una conferencia en el teatro Municipal. Su solicitud
fue rechazada, asegurándose que en el rechazo intervinieron influencias
poderosas. Ahora se niega al pueblo de Buenos Aires el derecho de demostrar a
un país hermano las simpatías que merece su actitud, aplaudiéndole en nombre de
la confraternidad americana. Indiscutiblemente los señores dirigentes del
Gobierno argentino, halagados por los aplausos de los últimos viajeros yanquis,
que tantos elogios les han prodigado, se inclinan del lado más fuerte. Es un
dato que el pueblo debe tomar en consideración para cuando el peligro se vaya
aproximando." — (Editorial de El Diario Español, de Buenos Aires, 29 de
abril 1914.)
115 La
Prensa , Buenos Aires. Asociación Periodistas Metropolitanos
ciudad México, fraternalmente suplícales comunicar Manuel Ugarte profunda
gratitud nuestra por su oportuna y valiente campaña Pro-México. Presidente,
Mariano Ceballos. Secretario, Juan Seauterey.
116 La
Argentina , de Buenos Aires, 22 de abril 1914. LA Mañana , de Buenos Aires, 23
de abril 1914. La Tarde ,
de Buenos Aires, 20 de abril 1914. La Argentina , de Buenos Aires, 23 de abril 1914.
Giornale d'ltalia, de Buenos Aires, 27 de abril 1914.
117 "EL Comité Pro-México, fundado con el fin inmediato
de exteriorizar el empuje de simpatía que nos solidariza con la república
hermana y de estrechar los lazos que su dolorosa situación robustece, no puede
considerar terminado su cometido mientras las tropas extranjeras ocupen el
pueblo de Veracruz, y mientras la solución internacional se halle pendiente del
arreglo de los conflictos interiores. Pero dado que la conflagración mejicana
ha contribuido a poner en evidencia los propósitos y los procedimientos de la
política imperialista; dado el encadenamiento visible entre los sucesos que se
desarrollan actualmente y los que hace algún tiempo tuvieron por teatro Cuba,
Puerto Rico, Colombia y Nicaragua, y dada la inadmisible ambición que lleva a
los Estados Unidos a desarrollar un plan de predominio y hegemonía en el Golfo
de México y en el resto de América, el Comité, sin perder de vista la cuestión
mejicana, resuelve habilitarse para encarar el problema en toda su amplitud,
transformándose, bajo el nombre de Asociación Latinoamericana, en un organismo
permanente, capacitado para hacer sentir su acción en todo momento y lugar,
siempre que así lo exijan los sentimientos cada vez más robustos de
confraternidad latinoamericana." — (De la Declaración de
Principios.)
118 "En la sala una enorme multitud entusiasta,
vibrante de generosos sentimientos, que respondía simpáticamente a todas las
emociones que se le transmitían, y aún las devolvía duplicadas. Tal fue la
afluencia de público, que la
Policía vióse en la imprescindible necesidad de cerrar las
puertas de acceso al teatro." (La Argentina , de Buenos Aires, 20 de Junio 1915)
119 Mi campaña hispanoamericana. — (EDITORIAL CERVANTES,
Barcelona, 1922.)
120 "La Asociación
Latinoamericana organizó espontáneamente hace poco un acto en
honor de Bélgica, ante el simple anuncio de una anexión posible. ¿Cómo no
íbamos a hacer lo mismo ahora que en nombre de sentimientos de fraternidad
intensamente compartidos nos expresa México su inquietud y su dolor? Hace pocos
días era la carta de general Carranza, jefe de los ejércitos constitucionales,
que revelaba a nuestro Gobierno las intenciones del invasor y pedía a la Argentina que no las
favoreciera con su apoyo. Ayer era el impresionante telegrama de las
agrupaciones obreras a los socialistas de la Argentina , en Sa cual
acusaban al imperialismo de estar urdiendo la más condenable de las intrigas.
Hoy es la juventud de allá la que se dirige a la juventud de aquí. Autoridades,
clase obrera, masa universitaria, parece que todo México estuviera de pie pata
gritarnos desde un extremo a otro del Continente: “No hay que colaborar en lo
que se prepara." ¿Con qué justicia apoyaremos otra intervención en México,
si México expresa de una manera tan definitiva su voluntad?" — (Fragmento
del discurso publicado por La
Argentina , de Buenos Aires, 23 de agosto 1915.)
121 Una vez terminados los discursos y dado por finalizado
el acto, los concurrentes, en manifestación pacífica, desearon acompañar a don
Manuel Ugarte hasta su domicilio, situado a muy corta distancia de la plaza del
Congreso. Al llegar la manifestación a la esquina de la plaza y la calle de
Rivadavia fue detenida por las fuerzas del Cuerpo de Seguridad, las que
ordenaron la inmediata disolución de la columna. Como la cabeza de la
manifestación intentara seguir adelante, malogrado la orden policial, los
agentes del escuadrón comenzaron a empujar con sus caballos. Ello motivó gritos
de protesta, carreras y un mayor empeño de los manifestantes en su intento de
acompañar al señor Ugarte. La violencia no se hizo esperar. Los agentes
cargaron contra la multitud persiguiéndola hasta en las aceras. Un grupo
numeroso que se había establecido en la calle Pozos entre Victoria y Rivadavia,
frente al domicilio del señor Ugarte, fue también disuelto por la fuerza. El
estudiante del Colegio Nacional Avellaneda, Raúl Regueira, fue detenido y
conducido a la comisaría sexta, siendo puesto en libertad poco después a
solicitud del señor Ugarte. Varias personas estuvieron más tarde en nuestra
redacción, protestando por la actitud que adoptó la policía."— (La Nación , de Buenos Aires, 23
de agosto 1913.)
122 Policía de la capital. Urgente. Hágase saber al señor
ligarte, calle Corrientes 2038, concurra mañana a las 10 a. m. al despacho del
señor jefe de Policía a efectos que se le comunicarán. — F. Correas.
123 “Por su carácter y sus destinos, la Argentina está obligada
a mostrarse ante las grandes naciones tan inconmovible y entera como en las
primeras épocas de su historia, ante las naciones menos fuertes tan deferente y
desinteresada como cuando nuestros antepasados recorrían el Continente
distribuyendo escarapelas de libertad." — (Editorial de La Patria , 25 de enero 1916.)
124 La Paz ,
febrero 3. El rumor del probable nombramiento del señor Manuel Ugarte en misión
especial, ha sido recibido con júbilo en Bolivia.— (La Razón , Buenos Aires, 3 de
febrero 1916.)
125 "Un telegrama que acabamos de recibir de Buenos
Aires, nos trae la grata noticia de la probabilidad de que sea nombrado enviado
extraordinario y ministro plenipotenciario en Bolivia, el distinguido literato
y eminente escritor de fama mundial don Manuel Ugarte. No podía el Gobierno
argentino hacer una elección más acertada, dado el gran prestigio de que este
notable personaje disfruta allí y las profundas simpatías y afectos que se le
profesan en Bolivia y muy especialmente en La Paz , donde es personalmente conocido y
sinceramente estimado. Su nombramiento honraría a la representación argentina y
sería recibido con placer y verdadera simpatía por el Gobierno y pueblo de
Bolivia, y sería tanto más oportuna, si se considera que Manuel Ugarte es el
más genuino representante de los elevados ideales de paz, justicia y
confraternidad americana a que todos aspiramos en este
Continente."—(Editorial de El Diario, La Paz , 2 de febrero 1916.)
126 "Buenos Aires, marzo 12 - De fuente perfectamente
fidedigna, tengo conocimiento de que el Gobierno argentino se abstuvo de
designar a Manuel Ugarte ministro plenipotenciario en Bolivia, por razón de que
es enemigo declarado de la política exterior que persigue el Gobierno de
Estados Unidos para con los países americanos." — (La Tribuna Popular ,
Montevideo, 12 de marzo 1916.)
127 Las tropas norteamericanas habían llegado hasta las
inmediaciones de Naquimipa, y como trataran de continuar el avance, el general
Treviño, jefe de las operaciones en Chihuahua, consultó al presidente Carranza.
La orden fue terminante. Si pretenden seguir avanzando, hay que impedirlo. En
la mañana del 21 de junio, el general Félix Gómez tuvo noticia de que un fuerte
destacamento mandado por el capitán J. Moore trataba de apoderarse de la vía
del ferrocarril central. Salió al encuentro de los invasores, dispuso su
defensa, y para evitar un derramamiento de sangre, se adelantó seguido
solamente por su asistente y el intérprete texano H. L. Spilliburg. Propuso que
se detuviera el avance. Moore contestó que continuaría su marcha a pesar de
todo. El general Gómez y su asistente cayeron muertos. Pero el segundo de la
columna mejicana, coronel Rivas, dio la señal del ataque y derrotó a las tropas
norteamericanas, haciéndoles numerosos muertos y diez y siete prisioneros,
quince de ellos hombres de color. Se apoderó además de toda la caballada y
municiones. El general Obregón, hoy presidente y por entonces ministro de la Guerra , contestó en estos
términos al parte del general Treviño. "Felicito a usted por el
cumplimiento que ha sabido dar a las órdenes que tiene de no permitir a las
fuerzas norteamericanas hacer nuevas incursiones al Sur, Este u Oeste del lagar
en que se encuentran. Con pena, y a la vez con envidia, me enteré de la muerte
del general Félix Gómez, a quien cabe la gloria de formar la vanguardia de los
que estamos dispuestos al sacrificio para defender la dignidad nacional. Los
prisioneros deben ser enviados a Chihuahua. Di cuenta de su mensaje al
ciudadano primer jefe.— Obregón."
128 "La reunión estaba anunciada para las nueve, pero
media hora antes de esta hora, la amplia sala, el vestíbulo y los pasillos de
la misma se hallaban totalmente ocupados por el público." — (La Prensa , Buenos Aires,
"El señor Ugarte fue calurosamente aplaudido por el público que escuchó
con evidente interés y visible emoción su largo discurso .Al final la asamblea
aprobó por aclamación dirigir el siguiente Telegrama al pueblo de México:
"Entusiasta asamblea popular se solidariza con el valiente pueblo
mejicano."— (La Nación ,
Buenos Aires, 27 de junio 1916.)
129 Washington, 21 de junio 1916. Dos representantes
obrerismo organizado de México, vamos Argentina secundar campaña de usted
contra política imperialista norteamericana descaradamente demostrada ahora. —
C. Loveira y B. Pagues. México, 20 de junio 1916. Como mejicano, como amigo,
agradézcole gestiones solidarizar intereses indohispanos. Agradeceréle
noticias. Salúdolo fraternalmente. — Juan- B. Delgado, jefe información
Relaciones Exteriores. México, 30 de junio 1916. Satisfáceme su cable. Pueblo
mejicano al defender su soberanía defiende también la de los pueblos
latinoamericanos. Saludos.— Venustiano Carranza-, presidente de la República. México ,
11 de julio 1916. He dirigídole dos cablegramas. Ayer conmemoróse fastuosamente
Centenario Independencia Argentina. Desfile suntuoso integrado elementos
intelectual y obrero. Discursos ante Consulado argentino y venezolano. Por
correo remítole alocución general Cándido Aguilar, ministro Relaciones,
pronunciada en Consulado argentino. Salúdole fraternalmente.— Juan B. Delgado,
jefe información.
130 Sólo la isla de Puerto Rico dio a los Estados Unidos
140.000 soldados, según L'Action Française (junio 1922) y Revue de l'Amerique
Latine (julio 1922).
131 Reforma Social, de Nueva York, diciembre 1916.
132 Imprenta Listín Diario, Santo Domingo, 1916.
133 Los Estados Unidos contra la libertad. Talleres gráficos
Lux, Barcelona, 1920.
134 Gaceta Oficial, Santo Domingo, 17 de enero y 21 de
febrero 1917.
135 La Federación Universitaria , organismo central de
las Sociedades estudiantiles argentinas, y la Asociación
Latinoamericana , institución fundada con el propósito de
estrechar los lazos entre las repúblicas afines de América, tienen el honor de
presentar los mejores votos de bienvenida al digno representante del pueblo
brasileño. La profunda satisfacción con que asistimos a esta entrevista de
cancilleres que marca una fecha memorable en la campaña de acercamiento, nos induce
a pedir a V. E. que, aprovechando la sana atmósfera de confraternidad y
poniendo a la vez de manifiesto los nobles propósitos del ABC, procure
encontrar, en compañía de S. E. el señor ministro de Relaciones Exteriores de
¡a Argentina, a quien hacemos el mismo pedido, la mejor manera de resolver la
condonación de la deuda y la devolución de los trofeos de guerra a la república
del Paraguay. Este acto simpático, que no necesita ser fundado porque es vieja
aspiración de los pueblos argentinos y brasileños, después de una guerra de
carácter tan peculiar que no dejó rencores, contribuiría a afianzar la
confianza recíproca entre todas las repúblicas de nuestra América. — El
presidente de la
Asociación Latinoamericana , Manuel Ugarte — El presidente de la Federación Universitaria ,
Osvaldo Loudet. —El secretario de la Federación Universitaria ,
Luis Curutchet, — Ell secretario de la Asociación
Latinoamericana , Bartolomé Zaneta."
136 En este estudio, publicado en La Nación , de Buenos Aires,
números del 16 y 20 de mayo 1916, y titulado "El ocaso socialista y la
guerra europea", decía: "Así como el siglo XVI fue el siglo de los
debates religiosos y el siglo XVIII el de los debates políticos, el siglo en
que estamos resultará el de los debates internacionales. Toda otra preocupación
será desoída y sacrificada, porque las nuevas influencias dominantes y el
desplazamiento producido por las modificaciones del mapa después de terminada
la guerra, mantendrán en constante inquietud y movimiento a las naciones. Las
repetidas anexiones, refundiciones y confederaciones que reducirán el número de
entidades autónomas existentes, darán a las rivalidades indestructibles mayor
amplitud y tenacidad. Con ello coincidirá una pavorosa expansión económica, y
como es cosa sabida que para dominar virtualmente a un país basta con
apoderarse de determinados resortes financieros, empezará la silenciosa y
desesperada defensa de los débiles, empeñados en evitar la captación de sus
fuerzas para que no desaparezca la autonomía real, dejando sólo en pie
menguadas nacionalidades de cartón. En medio de los conflictos provocados por
esta actividad substancial, encaminada a evitar vasallajes y a mantener ¡a
integridad de los grupos, surgirá una concepción nueva de la política, y demás
está decir que de las ya mentadas ideologías de la juventud, sólo quedará la
tendencia a la democratización total de la vida, no en nombre de ideales
remotos, sino en nombre de intereses inmediatos, más que para rendir culto a la
justicia, para llegar a una de las condiciones de la grandeza general."
134 Gaceta Oficial, Santo Domingo, 17 de enero y 21 de
febrero 1917.
135 La Federación Universitaria , organismo central de
las Sociedades estudiantiles argentinas, y la Asociación
Latinoamericana , institución fundada con el propósito de
estrechar los lazos entre las repúblicas afines de América, tienen el honor de
presentar los mejores votos de bienvenida al digno representante del pueblo
brasileño. La profunda satisfacción con que asistimos a esta entrevista de
cancilleres que marca una fecha memorable en la campaña de acercamiento, nos
induce a pedir a V. E. que, aprovechando la sana atmósfera de confraternidad y
poniendo a la vez de manifiesto los nobles propósitos del ABC, procure
encontrar, en compañía de S. E. el señor ministro de Relaciones Exteriores de
¡a Argentina, a quien hacemos el mismo pedido, la mejor manera de resolver la
condonación de la deuda y la devolución de los trofeos de guerra a la república
del Paraguay. Este acto simpático, que
no necesita ser fundado porque es vieja aspiración de los pueblos argentinos y
brasileños, después de una guerra de carácter tan peculiar que no dejó
rencores, contribuiría a afianzar la confianza recíproca entre todas las
repúblicas de nuestra América. — El presidente de la Asociación
Latinoamericana , Manuel Ugarte — El presidente de la Federación Universitaria ,
Osvaldo Loudet. —El secretario de la Federación Universitaria ,
Luis Curutchet, — Ell secretario de la Asociación
Latinoamericana , Bartolomé Zaneta."
136 En este estudio, publicado en La Nación , de Buenos Aires,
números del 16 y 20 de mayo 1916, y titulado "El ocaso socialista y la
guerra europea", decía: "Así como el siglo XVI fue el siglo de los
debates religiosos y el siglo XVIII el de los debates políticos, el siglo en
que estamos resultará el de los debates internacionales. Toda otra preocupación
será desoída y sacrificada, porque las nuevas influencias dominantes y el
desplazamiento producido por las modificaciones del mapa después de terminada
la guerra, mantendrán en constante inquietud y movimiento a las naciones. Las
repetidas anexiones, refundiciones y confederaciones que reducirán el número de
entidades autónomas existentes, darán a las rivalidades indestructibles mayor
amplitud y tenacidad. Con ello coincidirá una pavorosa expansión económica, y
como es cosa sabida que para dominar virtualmente a un país basta con
apoderarse de determinados resortes financieros, empezará la silenciosa y
desesperada defensa de los débiles, empeñados en evitar la captación de sus fuerzas
para que no desaparezca la autonomía real, dejando sólo en pie menguadas
nacionalidades de cartón. En medio de los conflictos provocados por esta
actividad substancial, encaminada a evitar vasallajes y a mantener ¡a
integridad de los grupos, surgirá una concepción nueva de la política, y demás
está decir que de las ya mentadas ideologías de la juventud, sólo quedará la
tendencia a la democratización total de la vida, no en nombre de ideales
remotos, sino en nombre de intereses inmediatos, más que para rendir culto a la
justicia, para llegar a una de las condiciones de la grandeza general."
137 El programa comprendía: Representación proporcional de
las minorías. Protección y fomento de las industrias nacionales para preparar
la emancipación económica del país. Reformas en la educación en el sentido de
abreviar el término de los estudios preparatorios, extender la enseñanza
profesional, crear escuelas para rodos los niños y definir un plan global de la
enseñanza argentina, de acuerdo con las características y las necesidades
nuestras. Abaratamiento de los servicios ferroviarios y acción enérgica del
Estado para hacer sentir su influencia sobre las Compañías. Abolición de la ley
de residencia y su substitución por una ley orgánica de inmigración. Cultivar,
especialmente, las relaciones económicas y diplomáticas con las repúblicas
vecinas. Valorización y fomento de las riquezas minerales y forestales del
país, especialmente e! combustible y su explotación por el Estado.
Reglamentación de las relaciones entre colonos y terratenientes y
establecimiento de Colonias agrícolas como medio de combatir el latifundio y
llegar a la subdivisión de la tierra. Impuesto al mayor valor de la propiedad
territorial, simplificación del régimen impositivo, abolición progresiva de los
impuestos al consumo. Eliminación de los obstáculos que impiden el crecimiento
de la marina mercante nacional. Transformación progresiva de la Deuda exterior por medio de
empréstitos internos. Extensión de los beneficios de las leyes de pensiones y
jubilaciones ya votadas, a los gremios que no gozan todavía de ese privilegio.
Ley de estabilidad de empleados públicos. Combatir los monopolios y propender
por todos los medios al abaratamiento de los artículos de consumo,
especialmente aquellos que son originarios del país y abundan en él. Estudiar
el problema de la desocupación y tomar medidas para que todo hombre válido
pueda encontrar oportunidad de ganarse la vida. Fomentar en todas las formas el
patriotismo, el sentimiento de las responsabilidades nacionales, la austeridad
política y el ímpetu reformador y creador que debe hacer la grandeza argentina.
138 Legación de México, Buenos Aires, 11 de diciembre 1916.
El general C. Aguilar, secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno de mi
país, me ha dirigido la nota que me complazco altamente en transcribir a usted:
"Por la atenta de usted, número 6, registro 6, de fecha 15 de agosto
próximo pasado, quedo enterado de lo que se sirve usted manifestarme respecto a
que el distinguido escritor argentino don Manuel Ugarte, con motivo de las
dificultades surgidas entre nuestro Gobierno y el de los Estados Unidos,
organizó una manifestación popular en favor de México. Sírvase usted expresar
al señor Ugarte los sinceros agradecimientos y simpatías personales del Gobierno
constitucionalista por su labor en pro de la unión de la raza." A los
agradecimientos del Gobierno de México, suplico a usted sea servido agregar las
expresiones de reconocimiento de parte mía, etc.
139 El Mercurio, de Santiago, 14 de febrero 1917. La Nación , de Santiago, 14 de
febrero 1917. La Opinión ,
de Santiago, 16 de febrero 1917. La
Unión , de Santiago, 17 de febrero 1917.
140 "La Confederación de Sindicatos Obreros hace
invitación en general a toda la clase obrera, especialmente a Los grupos sindicados,
para efectuar una demostración de cariño y simpatía al prohombre de los ideales
de unión latinoamericana."— (El Dictamen, de Veracruz, 8 de abril 1917.)
141 "El poeta salió en medio de cinco mil almas que
ansiaban dar la bienvenida al representante de la nación hermana. Desde la
estación hasta el hotel Diligencias, caminó entre el numeroso pueblo que no
cesaba de aplaudir y vitorear a nuestra nación y a nuestra raza."— (El
Pueblo, de México, 16 de abril 1917.)
142 "Cuando el silbato de la locomotora se hizo, oír a
lo lejos, un estremecimiento general se produjo en aquella ola humana, tal como
si quisiera desbordarse de entusiasmo para sintetizar su intensa simpatía por
el viajero."— (Excelsior, de México, 12 de abril 1917.)
143 "La conferencia de Ugarte, anunciada para anoche,
no se pudo realizar a causa de la gran concurrencia que se precipitó sobre el
salón de actos de la Escuela
de ingenieros, lugar destinado al efecto. En vista de que el salón estaba
completamente lleno desde antes de las seis y media, se pensó darla en el
patio, pero se tuvo que desistir también."— (El Demócrata, México, 10 de
mayo 1917.)
144 "Ugarte habló durante hora y media, y aunque la
mayor parte de conferencia la dijo con serenidad, tuvo períodos en que una
exaltación profunda y sincera marcó sus palabras, produciendo hondas
sensaciones que se resolvían al fin en aplausos estruendosos y
vehementes." — (Excelsior, de México, 13 de mayo 1917.) "Al concluir
el conferencista, estallaron vibrantes y prolongados aplausos de la concurrencia,
epilogando así anteriores aclamaciones estruendosas, aplausos que se repitieron
al abandonar el teatro acompañado de los miembros presentes de la Universidad Nacional. "—
(El Universal, de México, 13 de mayo 1917.)
145 "Fue el sentimiento de una sólida fraternidad
latinoamericana lo que indujo a nuestros estudiantes a poner en manos de Manuel
Ugarte nuestra enseña nacional. Los estudiantes quisieron quedar estrechamente
unidos a los de la juventud argentina con el lazo que mayor simbolismo encierra,
y que mayor significación tiene: nuestra nacionalidad; y fue de ver al
predicador de la doctrina de unión entre los pueblos latinos de la. América,
levantar con veneración nuestra bandera para después besarla respetuosamente.
Los estudiantes, electrizados por aquella acción, prorrumpieron en vivas a la Argentina y a la
juventud del país hermano." — (El Demócrata, 6 de junio 1917.)
146 "Un ciudadano argentino que nunca ha aspirado a los
puestos públicos, no ha seguido jamás la senda de los honores, sino la del
deber, se permite llamar respetuosamente la atención de ese Gobierno sobre la
necesidad de pesar serenamente los actos que pudieran alejarnos de la
neutralidad y de la paz propicia a todos los desarrollos futuros. Los
acontecimientos últimos, por dolorosos y censurable que sean —y yo soy el
primero en condenarlos—, no pueden hacernos desear que la América Latina olvide los agravios viejos por los entusiasmos nuevos y caiga mañana bajo la
influencia de Inglaterra, cuyos procedimientos lamentamos en Malvinas, y de los
Estados Unidos, que revelaron su programa en Panamá. Es con criterio
continental el margen de los impresionismos actuales, y deseoso de que
mantengamos dentro de la abstención un credo superiormente patriótico, que me
permito formular esta solicitud, desafiando en el presente la impopularidad y
asumiendo ante el porvenir las responsabilidades. Los hechos valen por sus
prolongaciones y hay que medir las que tendría la ruptura en el futuro de
América."
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario