jueves, 30 de septiembre de 2010

PRIMERA CLASE DICTADA EL 15 DE MARZO DE 1951


por Eva Perón

Es para mí un placer y un honor muy grande poder hablar a los peronistas desde esta tribuna y, sobre todo, poder hacerles llegar mi modesta voz en una de las materias más queridas para los peronistas: "La historia del peronismo".
Cuando el director de la Escuela Superior Peronista me pidió que yo dictase un curso extraordinario en ella, advertí su gran importancia y quise medir la responsabilidad que significaba para mí el narrar, en cierto modo, el extraordinario capítulo de nuestra historia que estamos viviendo y que las generaciones venideras sabrán apreciar, porque en él estamos construyendo la grandeza de la Nación.
Yo me alegré, entonces, porque hablar de la historia del movimiento peronista, era, en cierto modo, recordar con ustedes, con los alumnos de esta escuela, con hombres y mujeres peronistas de corazón, todas las jornadas de lucha y de gloria
de nuestro movimiento, vividas en estos pocos años, en una Patria tan cara para nosotros. Cuando el doctor Mendé me habló para que dictara esta clase, pensé que si bien significaba una gran responsabilidad, hablar de la historia del movimiento peronista era un honor para mí, que había vivido sus difíciles momentos, su gestación, sus triunfos y la culminación de sus realidades. Por eso acepté dictar este curso.
Pensé que estos siete años del movimiento peronista podían medirse con los pocos años de mi vida, porque los he vivido con gran intensidad. Y digo pocos años, porque para mí es lo mismo que para aquella viejita a quien San Martín le preguntó qué edad tenía, y que contestó al Libertador que era muy niña, porque tenía la edad de la Patria. Para mí la vida empieza el día en que mi camino se encontró con el camino del general Perón, día que yo siempre he llamado con orgullo "mi día maravilloso". Es por eso que desde el día en que conocí al general Perón, yo le dediqué mis ensueños de argentina y abracé la causa del pueblo y de la Patria, dando gracias a Dios de que me hubiese iluminado para que, joven aún, pudiera brindar mi vida al servicio de una causa tan noble como es ésta de Perón.
Yo me di cuenta de que la historia del peronismo necesitaba una explicación y de que esa explicación sólo se puede dar ubicando al peronismo en la historia de nuestro pueblo, y, más aún, en la historia del mundo. Y advertí que era también necesario poseer algunos conocimientos de historia universal y de la filosofía de la historia; y aunque siempre he tenido un amor extraordinario pro la historia, reconozco que solamente me he detenido en las páginas de los grandes hombres, porque he querido siempre hacer un paralelo entre los grandes hombres y el general Perón. Es que la comparación de nuestro Líder con los genios de la humanidad siempre me resultó interesante, y he llegado tal vez por mi fanatismo por esta causa que he tomado como bandera –y todas las causas grandes necesitan de fanáticos, porque de lo contrario no tendríamos ni héroes ni santos-, a hacer un paralelo entre los grandes hombres y el general Perón.
Todos ellos –los grandes hombres del pasado- lucharon por un imperio, por encontrarse a sí mismos... pero el general Perón lucha por algo más grandes: lucha por encontrar la felicidad del pueblo argentino. Solamente con estos conocimientos de historia, en los que he me detenido bastante, y con el gran amor por la causa de Perón, yo voy a tratar de cumplir aquí con este curso y explicarles a ustedes la historia de nuestro movimiento, como lo veo en medio de la historia del mundo y de la historia de los pueblos.
El General, en su discurso inaugural, hizo un elogio a la intuición femenina; yo creo también en la intuición femenina de una manera especial y me permito recurrir a esa intuición en esta Escuela en que las alumnas y alumnos de una cultura superior pueden colaborar conmigo para tratar de profundizar y de ahondar nuestra historia del peronismo. La intuición no es para mí otra cosa que la inteligencia del corazón; por eso es también facultad y virtud de las mujeres, porque nosotras vivimos guiadas más bien por el corazón que por la inteligencia.
Los hombres viven de acuerdo con lo que razonan; nosotras vivimos de acuerdo con lo que sentimos; el amor nos domina el corazón, y todo lo vemos en la vida con los ojos del amor.
Yo aquí, como mujer y como peronista, voy a tratar de profundizar la historia del peronismo con el corazón. Los hombres sienten y sufren menos que nosotras; no es un defecto, la naturaleza que es sabia sabrá por qué lo ha hecho. Pero nosotras las mujeres, cuando amamos a un niño, cuando amamos a un anciano, tratamos de consolidar su felicidad. Los hombres con más facilidad pueden destruir, pueden matar. Ellos no saben lo que cuesta un hombre; nosotras, sí.
Cuando una mujer tiene la intuición de que un hijo que está lejos está enfermo o le ha pasado una desgracia, es que siente y ve con los ojos del alma y el corazón; es que la mirada se ha alargado más allá; es la mirada del amor, que es la que siente, que es la que presiente y lo ve todo. Es por eso que yo he querido ser, como mujer argentina, la eterna vigía de la Revolución, porque quiero ser una esperanza dentro de nuestro movimiento, para poder colaborar con la obra patriótica y ciclópea de nuestro Líder de construir una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Pero para poder lograr la obra ciclópea del general Perón, hay que buscar la luz en otros factores: en el pueblo y en el Líder. La historia del peronismo que yo vengo a dictar aquí, no será más que la historia de ellos, de esos grandes amores
de mi vida, que junto con la Patria llenan todo mi corazón. Para que esta historia
de siete años que todos nosotros vivimos tan felizmente sea explicada, tenemos que empezar aceptando que debemos comenzar por definir quiénes fueron sus personajes. Pero en realidad, si se analiza a fondo todos los personajes de las épocas de los pueblos, hallaremos allí dos clases de personajes: los genios y los pueblos, y aquí, en la historia del peronismo, no hay más que dos personajes, solamente dos: Perón y el pueblo. Y es por eso que estos dos personajes, o sea el genio y el pueblo van escribiendo con tintas brillantes y obscuras, los millares y millares de capítulos que componen la vida de la humanidad.
En general la historia del mundo es la suma de esas dos historias que corren juntas. Yo sé que sobre este tema de los pueblos y de los grandes hombres es mucho lo que se ha escrito y que quizá mis puntos de vista en esta materia sean discutibles, pero yo tengo sobre toda otra explicación, una ventaja extraordinaria. Nosotros estamos viviendo una época maravillosa, una época que no se da en todos los países ni tampoco en todos los siglos, y ésta es una verdad indiscutible.
Los críticos, los supercríticos, los detractores de Perón, podrán escribir la historia como les parezca, como se les antoje, deformando o tergiversando, o decir la verdad, pero lo que no podrán decir, explicar ni negar jamás, es que el pueblo lo quiso a Perón.
Explicar este hecho, es casi explicar toda la historia del peronismo, pero este hecho resultaría inexplicable si no repasamos en la historia universal, el problema
de los pueblos y de los hombres o el problema de los hombres y de los grandes pueblos. Hoy quiero decir sobre esto solamente algunas cosas, algunos conceptos generales, para analizar en una segunda clase, ya profundamente, en particular, el tema de los pueblos en la historia, y luego, en otra clase, la apasionante materia de los grandes hombres, para después abordar el tema de la agrupación de hombres en el mundo y tomar después el de las revoluciones, para llegar así a nuestra revolución justicialista, y hacer la comparación, que será siempre ventajosa, porque nuestra revolución ha sido hecha por un grande hombre apoyado por un pueblo que buscaba su felicidad y cuyo camino le marcó su conductor.
Solamente quiero hoy analizar un problema un poco general: el de los grandes hombres, narrando algunas anécdotas para explicar cosas o casos que son a veces inexplicables.
Cuando nosotros, desde este balcón alto del siglo XX damos vuelta hacia el pasado, advertimos en seguida que la historia del mundo no es un camino que viene recto hacia nosotros. No; la historia que nosotros vemos desde aquí se nos parece un camino montañoso, que tiene sus valles y sus montes; los valles son los ciclos vacíos de los grandes pueblos, los ciclos en que los pueblos han perdido su tiempo luchando sin objetivos y sin grandes ideales. Los montes son aquellas etapas altas del camino, en que se ha dado el milagro de que el hombre encuentra la manera de conducir a un pueblo hacia sus altas regiones, o de que un pueblo ha encontrado a un hombre que lo ha sabido conducir para escribir una página brillante en la historia de la humanidad.
Algunos creen que la historia la hacen solamente avanzar las grandes personalidades: éstos son los individualistas de la historia. Carlyle, por ejemplo, decía en su gran obra: "Ros herus" que "la historia universal es, en el fondo, la historia de los grandes hombres".
Otros en cambio, afirman que la historia es obra exclusiva de los pueblos: son los colectivistas de la historia. Ellos son los que afirman, por ejemplo, que aun cuando San Martín no hubiese venido a conducir a los ejércitos criollos a su destino de gloria, otro hubiera ocupado su lugar y hecho lo mismo.
Yo creo que la verdad aquí, como en tantas partes, reside en una tercera posición.
Nada haría un pueblo sin un conductor, ni hada haría un gran conductor sin un gran pueblo que lo acompañase y lo alentara en sus grandes ideales. Y tampoco vale un pueblo preparado para recibir a un genio, si el genio no nace
allí, en ese siglo y en ese pueblo.
Los genios no tienen explicación en el medio en que nacen. No son los pueblos ni los siglos las causas de los grandes genios. Por eso muchas veces la historia tiene que resignarse a dar como única explicación del genio la que dio de Napoleón, llamándolo simplemente el hombre del siglo, el corso singular, o el escultor de su tiempo.
A veces, como en el caso de Napoleón, ni el mismo genio se explica, y debe acudir a una frase inexplicable: "yo soy un trozo de roca lanzado en el espacio".
De él pudo decir tal vez con cierta razón, uno de los historiadores de la época: "Napoleón llegaba de edades remotas", lo que es dar una explicación a algo inexplicable.
Los grandes hombres no tienen su causa en el medio en que se desarrollan, pero tampoco los pueblos solos pueden avanzar en la historia sin tener quien los conduzca. Por eso es que no todos los siglos ni todos los pueblos tienen la gracia de encontrar al hombre que necesitan. Y es una verdad indiscutible que los pueblos sienten necesidad de grandes encarnaciones; es así como pueblos que no las han tenido, han exaltado ciertas figuras imaginarias, como hicieron los romanos con Rómulo y los españoles con el Cid, figuras mitológicas, convirtiéndolos en personajes más o menos gloriosos, que pasaron a ser arquetipos de la nacionalidad.
Al mirar la historia de la humanidad desde este punto de vista no encontramos otra cosa que pueblos en busca de grandes hombres y, también, muchas veces hombres en busca de grandes pueblos. Cuando se encuentran los dos, entonces el siglo se viste de gloria y marca en la historia una página brillante, para que en ella se escriban sus hazañas y sus nombres. Lo importante es que los dos, pueblo y genio, se encuentren.
A ustedes les parecerá extraño que yo, una mujer humilde de la Patria, al tomar un tema eminentemente partidario como la historia del peronismo, esté divagando entre pueblos y grandes hombres y haya ido a tocar la historia universal para hablar de una cuestión tan contemporánea como la nuestra. Pero es que quiero hacer con ustedes un estudio profundo de la historia del peronismo, porque Perón, que es para mí de los grandes, no sólo por sus grandes obras sino también –como lo vamos a ver en clases posteriores- por sus pequeñas cosas, ha realizado esto que repasando la historia no hemos visto en ningún otro hombre, con la perfección con que las lleva a cabo un hombre singular de los quilates del general Perón.
La historia del peronismo, como la definiré más adelante, se reduce a dos personajes: el genio y el pueblo, Perón y los descamisados. Para tomarla, hay que tomarla profundamente, y yo quiero llevar esto un poco por la historia universal, para después situarnos en la historia que nosotros los argentinos estamos escribiendo a diario con nuestro apoyo, con nuestra fe y con nuestro trabajo silencioso y a veces de renunciamiento, para colaborar con la obra ciclópea y patriótica del general Perón.
Decía un gran escritor, en sus "Reflexiones de la historia del mundo", que no le es dado a cada época tener su grande hombre y no le es dado tampoco a cada genio encontrar su siglo, y tal vez haya en alguna parte grandes hombres para grandes cosas que no existen. Mucha gente piensa que los grandes hombres no podrían surgir en estos tiempos de progreso y de civilización, que han creado grandes masas de hombres cuya cultura superior impediría que se desarrolle un hombre o un personaje extraordinario, que solamente podría llegar a conducir hombres poco cultos u hombres y mujeres poco civilizados. Pero este argumento se derrumba: el culto de los héroes no es de los incivilizados sino de los civilizados. Será tal vez, sin duda, mucho más difícil que una personalidad genial triunfe en un pueblo culto, pero allí donde triunfe ese hombre, tendrá también el derecho de ser honrado con el título de grande. Más aún, podemos afirmar con la experiencia de la historia, que los pueblos más cultos son los que han tenido siempre la suerte de ser iluminados por los meteoros de los genios y creo que a veces los grandes hombres se encuentran, por esta misma razón, en el mismo siglo y aun en el mismo pueblo, como Aristóteles y Alejandro, como Goethe y Napoleón y como Bolívar y San Martín. Muchas veces incluso la historia nos muestra cómo estos grandes hombres se enfrentan unos a otros, y así se ha dado el diálogo de Alejandro con Diógenes: ¿Qué quieres de mí? –preguntó Alejandro a Diógenes-. Que te alejes de mí porque me quitas el sol –le respondió Diógenes-. Y dice la historia que Alejandro se fue murmurando: "Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes".
Evidentemente la aparición de hombres extraordinarios en la historia, no está sujeta a ninguna ley. Los genios conductores pueden aparecer en medio de pueblos cuya masa tenga un nivel cultural inferior. La historia es creación de los hombres que saben iluminar el siglo con la marca de su propio carácter y sus propias realizaciones y que se destacan de sus contemporáneos, como una montaña en medio de una llanura. Por eso son grandes.
La historia es también la creación de los pueblos, porque los pueblos sin conductores casi no avanzan en la historia, como tampoco la historia avanza nunca sin grandes pueblos aunque tengan grandes conductores, porque éstos sucumben por falta de colaboración, a veces por cobardía y a veces por incomprensión.
A mí me ha de ser un poco difícil presentar aquí la figura de nuestro gran conductor, porque solamente tengo la elocuencia de una mujer sencilla, de pueblo.
Presentarlo a Perón o descubrir su personalidad, es tan difícil como a un poeta o a un pintor querer pintar o descubrir al sol. Para ver cómo es el sol, que salgan y lo vean, y aun viéndolo, se deslumbrarán. Yo, para poder describirlo a Perón, los invito a ustedes a que salgan y lo vean.
Me he preguntado, estudiando un poco a los grandes hombres para poder también estudiar a un hombre extraordinario de los quilates del general Perón: ¿cómo podría remediarse esto de que los grandes pueblos y los genios, no se encuentren en el mismo siglo? Creo que he ha sido posible llegar a una conclusión, conclusión que es más bien producto de un razonamiento lógico, que me ha sido dado por la experiencia de nuestro movimiento en la historia de nuestro pueblo y en la historia del mundo.
Nuestro pueblo ha vivido una larga noche, hasta encontrar a un genio como es el general Perón. Y ha podido mantener sus valores morales y espirituales intactos, para reconocer al genio, apoyarlo, iluminarlo y darle fe con su cariño, con su consecuencia y con su tenacidad constante ante los debates de los intereses más crudos del más rancio capitalismo.
Nosotros, como bien dice nuestro Presidente, podemos jactarnos de que lo mejor que tenemos es el pueblo. La grandeza de Napoleón –volviendo hacia los grandes de la historia universal-, reside no tanto en haber iluminado su propio tiempo como en haber creado en el pueblo un estado de conciencia que ha sobrepasado a su siglo y a su genio. Por eso, a pesar de que Napoleón hizo padecer tanto a los franceses, éstos siguen inclinándose ante su memoria en Los Inválidos.
Y lo más importante aun es que siguen sintiéndose unidos a él. Y ese sentimiento, ese estado de conciencia, que por unir a todo un pueblo, puede en cierto modo llamarse conciencia social, es lo que nuestro querido Líder ha logrado; y tenemos nosotros que ayudarle a afianzar la conciencia social que permita que cuando él, el grande, tenga que alejarse de nosotros por la ley de la vida, el pueblo pueda sobreponerse a los hombres de menos quilates –porque no todos son grandes hombres- para imponerles su acción. La doctrina debe estar arraigada en el corazón del pueblo, para que éste pueda hacerla cumplir al más mediocre de todos los gobernantes que pudiera venir. Nosotros estaremos unidos al nombre del general Perón, que, por grande, sobrepasará un siglo. Si no ocurriera así, los argentinos no mereceríamos el calificativo de gran pueblo, por no haber sabido valorar y aquilatar a un hombre de los quilates del general Perón.
Cuando un pueblo tiene la desgracia de quedarse sin su conductor, como decía hace un momento, la verdad histórica nos prueba que solamente puede seguir su camino en la noche sin perderse, si su conductor desaparecido ha logrado crear en el pueblo esa conciencia social, dándole unidad, que es como decir dándole un ideal común, un mismo espíritu, que es el espíritu que forman y que dejan como un sello permanente e indeleble en los corazones de los pueblos, los grandes conductores. Yo, que tengo el placer de compartir casi todas las horas del día con todos los hombres humildes de mi Patria, puedo casi asegurar desde esta tribuna que el general Perón ha logrado ya esa conciencia social, que ha inculcado en el pueblo argentino.
Nosotros la tenemos que perfeccionar, y para ello no podemos distraer la doctrina del genio para crear caudillos; no podemos distraer la doctrina del conductor, que es la felicidad de todos los argentinos, para favorecer a un grupo.
Para favorecernos a nosotros mismos debemos ser amplios, grandes como la doctrina del General, y utilizarla para engrandecer a la Patria; utilizarla para consolidar la independencia económica; utilizarla para lograr la felicidad del pueblo argentino y utilizarla para que por siempre sepan todos los pueblos del mundo que los argentinos somos políticamente soberanos, económicamente libres y socialmente justos.
Esta tribuna se ha abierto para inculcar en todos los peronistas –y yo me alegro que ustedes sean peronistas que están en la lucha- que no se dejen llevar por un entusiasmo pasajero, para que piensen que los pueblos que quieren consolidar un movimiento no tienen más que un hombre grande, y que los grandes hombres no nacen por docenas, ni dos en un siglo; nace uno, y tenemos que bendecir a Dios que nos haya favorecido con el meteoro del genio entre nosotros.
Además, debemos convencernos que no es lo mismo servir a un genio, que servir a un caudillo; que no debemos tomar la política como un fin, sino como un medio para servir al prócer y a la causa. Por lo tanto, nosotros nos debemos sentir apóstoles de la obra y servidores de la causa de un gran hombre.
Los caudillos en nuestro país han utilizado siempre a los hombres humildes y han utilizado sus puestos de lucha para servir a intereses mezquinos o bastardos.
Ellos, llegados al poder, han olvidado al pueblo y a veces e incluso lo han desconocido.
Por eso nosotros, los argentinos, y sobre todo los peronistas, que tenemos el privilegio de tener un genio, como yo lo califico desde este momento al general Perón, no nos podemos detener en la baja politiquería de servir a un caudillo, de querer "levantar" hombres, porque ha aparecido en la República Argentina un genio y los genios nacen; no se hacen.
Por tratarse de compañeros que están en la lucha honrosa de hacer conocer nuestra doctrina, de tratar de inculcarla a muchos otros compañeros que luchan por ideales comunes, me he de referir a este punto expresamente en otra clase.
Yo nunca me he dejado de preocupar lo suficiente cuando veo a hombres humildes que son utilizados por los políticos en sus intereses mezquinos y bastardos, girando al genio y queriendo vivir bajo su sombra. No se olviden, compañeros y compañeras, que toda luz tiene sombra; tratemos nosotros de ser luz, nunca la sombra.
Como este tema sobre los métodos y la acción en las unidades básicas y su relación con la política mezquina no está dentro del temario de estas clases, cuando terminen estos cursos voy a pedirle al señor director que me permita dar una clase especial sobre esta materia, para los compañeros y compañeras, interpretando y auscultando así los sentimientos de nuestro gran Líder.
Cuenta la historia que uno de los hombres que estuvo más cerca de Napoleón fue Fouché; y nadie se explicaba por qué, siendo Napoleón un genio y un conocedor de hombres, siempre lo tenía tan cerca y lo distinguía. Pero, siendo que Fouché le era desleal, Napoleón lo tenía demasiado cerca porque lo conocía demasiado bien y necesitaba controlarlo.
Tratemos nosotros de estar cerca del corazón del Líder, pero lealmente con nuestro trabajo honrado, luchando y trabajando para llevar agua al molino del líder común, que es llevarla al pueblo y a nuestro movimiento. Nosotros gastamos nuestras energías reconociendo que tenemos un conductor y un maestro, que tenemos un guía y un Líder. Y pensemos que todas las patrias, al crear un símbolo, lo han hecho para mantener su unidad espiritual y nacional. Nosotros, que no hemos tenido que andar por muchos siglos buscando al hombre, como lo buscaba Diógenes; que lo hemos encontrado, porque él ha venido a nosotros, nos ha hablado y nos ha traído sus ensueños patrióticos y sus magníficas realizaciones; nosotros pongámonos entonces a trabajar honradamente, pongamos el hombro y el corazón para que las futuras generaciones de los argentinos puedan decir que esta generación ha sido benemérita para la Patria, porque habiendo encontrado al genio lo supo apoyar y acompañar sin retaceos y sin mezquindades.
Nosotros hemos encontrado al hombre; no tenemos ya más que un solo problema: que cuando el hombre se vaya, como dijo nuestro Líder, la doctrina quede, para que sea la bandera de todo el pueblo argentino.
No ha de ser la aspiración del pueblo argentino –y sobre todo la de nosotros, los peronistas, a quienes me dirijo al hablar en esta clase- la de trabajar con ropa hecha. Nosotros queremos una obra de arte, y las obras de arte no se venden en serie sino que son obras de un artista que las ha creado. Por lo tanto, no se pueden comprar al por mayor ni fabricarlas todos los días.
Nosotros tenemos una obra de arte; sepamos aprovecharla para bien de la Patria; sepamos aprovecharla para nuestros hijos y para todos los que vendrán, y tratemos que los argentinos del mañana no tengan que decir, al hablar de ese hombre que está quemando su vida en aras de la felicidad de la Patria y de su grandeza: ¡Cuánto hicieron sufrir los argentinos, por su incomprensión, a un patriota! Sobre todo, nosotros, los peronistas que tenemos el insigne honor de compartir la responsabilidad de construir esta Nueva Argentina, debemos brigar la esperanza y juramentarnos trabajando todos por Perón, por la Patria y por su pueblo.
La historia de los pueblos es, en síntesis, como lo veremos en nuestra próxima clase, la historia de sus luchas por conseguir esta unidad y este espíritu del que estoy hablando, porque los pueblos saben que solamente este espíritu y esta unidad podrán salvarnos de los períodos vacíos en los que la noche cae sin ninguna estrella, aun sobre los pueblos que creyeron alcanzar el privilegio de la eternidad.
Es necesario que repasemos todas estas cosas de la historia universal para entender nuestro movimiento peronista y apreciarlo debidamente. Al pueblo argentino hay que mirarlo a través de sus vicisitudes y también, por qué no decirlo, a través de las vicisitudes de los demás pueblos. Tendríamos que analizar el problema de la conciencia social que nuestro Líder proclamó como necesidad fundamental.
El general Perón hace unos días, al inaugurar el Congreso Interamericano de Seguridad Social, proclamó que él ambicionaba crear una conciencia nacional y que creía que todos los pueblos deberían tratar de lograrla, para que los pueblos, una vez que la tuvieran, pudieran aplicarla a los gobernantes que se desviaran del buen camino, para que cumplieran sus inquietudes y sus esperanzas. Unicamente un hombre sincero y honrado, un gobernante de los quilates del general Perón, puede hablar con esa sinceridad, con la sinceridad de un apóstol.
Unicamente el general Perón puede decir, con la frente bien alta, que quiere que el pueblo, en cualquier momento y en todo instante, le señale el camino. El General sólo quiere –cosa rara en este siglo- auscultar los latidos del corazón popular.
Y tendremos que buscar en la historia de los grandes hombres, la unidad que nos permita medir la grandeza de nuestro Líder.
Será éste nuestro primer trabajo. Empezaremos por estudiar la pequeña grande historia de estos años de la revolución peronista. Yo invito a los alumnos de esta escuela superior para que hagan el camino conmigo, aunque yo no pueda guiarlos con toda la ciencia necesaria. Ustedes me podrán perdonar pensando que pongo en este trabajo, que para mí es tan difícil, todo mi amor, mi fe y mi fervor peronista.
Los críticos de la historia dicen que no se puede escribir la historia ni hablar de ella, si se lo hace con fanatismo, y que nadie puede ser historiador si se deja dominar por la pasión fervorosa de una causa determinada. Por eso yo me excluyo de antemano. Yo no quiero, en realidad, hacer historia, aunque la materia se llame así. Yo no podría renegar jamás de mi fanatismo apasionado por la causa de Perón. Yo solamente quiero hacer lo que dije aquí el día que inauguramos esta Escuela: que aprendamos, si es posible, que aprendamos a querer aun más al general Perón. Eso es lo que voy a hacer y lo confieso honradamente pensando en Perón, en su doctrina y en el movimiento. Desde aquí yo trataré de hacer la historia del peronismo.
Yo quisiera que las compañeras y los compañeros alumnos, en la próxima clase que dictaré en esta Escuela Superior Peronista, quieran hacerme llegar cualquier pregunta para aclarar cualquier punto de vista dentro de las líneas doctrinarias en que hemos encarado estos cursos. Yo voy a hacer aquí la historia del peronismo al servicio de la doctrina, de Perón y de la causa. Puedo tal vez hacerlo porque saben bien todos ustedes los peronistas de la Patria, que Eva Perón, por ser Eva Perón, es una misma cosa con Perón: donde está Perón, está Eva Perón.
Y yo pretendo ser eso, porque quiero que cuando vean llegar a Eva Perón ustedes sientan la presencia superior del Líder de la nacionalidad. No ambiciono nada más que comprenderlo en sus inquietudes, en sus sueños y en sus ideales patrióticos. En estos ocho años de mi vida junto al Líder, no he hecho más que auscultar su corazón, para interpretarlo y conocerlo y también para llegar mi pensamiento a los compañeros que luchan por ideales comunes.
Ustedes habrán visto que Eva Perón jamás ha hecho una cuestión personal; y como yo sé que es desgraciado aquel que no se equivoca nunca, porque no hace nada, al equivocarme he reconocido inmediatamente el error y me he retirado, para que no fuera a ser yo la causa de un error que pudiera perjudicar al movimiento.
Así deben ser ustedes, honrados para reconocer cuando se equivocan, y honrados y valientes para hacer llegar, en cualquier momento, a todos los peronistas, la voz sincera, valiente y doctrinaria de nuestra causa. Ha de ser grande la causa del General cuando nosotros, en lugar de someternos y conformarnos con los viejos comités, escuchando la voz del Líder, formamos unidades básicas de la Nueva Argentina en la vida política, tanto en lo que se refiere a los compañeros como a las compañeras.
Pero no nos conformamos con eso los peronistas, porque el general Perón es hombre de creaciones y de realizaciones. Es por eso que se ha creado esta Escuela Superior Peronista, para esclarecer mentes, para que conozcan, sientan y comprendan aún más, si es posible, esta doctrina, de la cual algunos de ustedes serán los realizadores y otros, como dijo nuestro querido Presidente y Líder, los predicadores, que irán por todos los caminos polvorientos de la Patria desparramando las verdades de esta Nueva Argentina y de un genio al que debemos aprovechar: no se olviden que –según dijo Napoleón- los genios son un meteoro que se queman para iluminar un siglo.

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