lunes, 13 de septiembre de 2010

LA VOCACIÓN ANTIIMPERIALISTA


por Luis Alberto de Herrera

EL PRIMER IMPULSO

En 1902, "Desde Washington", comienza su largo derrotero antimperialista. Así lo escribe al Ministro de Relaciones Exteriores de la época, desde su cargo de secretario en la legación uruguaya:
"Washington, diciembre 15 de 1902. Ecxmo. señor Don Germán Roosen. Ministro de Relaciones Exteriores. Montevideo, Señor Ministro: Su Excelencia el señor Presidente de los Estados Unidos acaba de dirigir su mensaje al nuevo Congreso. Se trata de un meditado documento al que sólo me referiré en lo que nos es pertinente; esto es, a las declaraciones que contiene sobre política internacional. Las traduzco enseguida para exacto conocimiento de V.E. Dicen así: "Es de desear seriamente que todas las naciones de Sud América, tomen el rumbo que algunas de entre ellas ya han tomado con evidente éxito y que invitarán a sus playas el comercio, perfeccionando a la vez sus condiciones materiales y reconociendo que la estabilidad y el orden son los requisitos previos a todo desarrollo dichoso. Ninguna nación independiente de América tiene motivo para abrigar el más leve temor sobre una agresión de los Estados Unidos. Importa a cada cual imponer el orden dentro de sus propias fronteras y pagar sus obligaciones justas a sus acreedores extranjeros. Cuando esto hagan pueden estar ellas persuadidas de que, sean fuertes o débiles, nada tienen que temer de la intervención exterior. Más y más la creciente independencia y complejidad de la política internacional y de las relaciones económicas, da incumbencia a todos los poderes civilizados y ordenados del mundo para insistir en la buena política del globo". En otro párrafo se hace referencia al Tribunal de Arbitraje de La Haya, manifestándose el deseo de que todas las diferencias internacionales que puedan surgir en el futuro se diriman por los medios pacíficos. Lo indudable, señor Ministro, es que en el párrafo transcripto se avanza una grave advertencia a los países de Sud América. Allí se dice, a las claras, que las nacionalidades latino americanas están expuestas a una intervención de fuerza de parte de los Estados Unidos, cuando el desorden interno haga presa de ellas, más propiamente hablando, cuando los Estados Unidos juzguen que es llegado el caso de proceder así. Por supuesto que siendo tantas las tentaciones y encontrando cimiento en el motivo revolucionario, no importaría contrariedad asumir ese papel pacificador y de tan desastrosas consecuencias para la soberanía de los intervenidos. Se trata, pues, de un paso altamente significativo. El gobierno de Estados Unidos, por primera vez hace a la faz del mundo una declaración tan radical y amenazadora. No es ella otra cosa que un nuevo inciso de la ventajosésima doctrina de Monroe, cuyas proyecciones van aumentando con los años, a medida que aumentan las energías y voracidades del país que la creó. Queda constatado oficialmente que Estados Unidos se atribuye derechos jugosos de tutor, de inflexible tutor, sobre las naciones de Sud América. Entrego a la apreciación de V.E. tan arriesgada y pasmosa innovación internacional. Saludo a V.E. con mi consideración más distinguida. LUIS ALBERTO DE HERRERA".

EL URUGUAY INTERNACIONAL

Diez años después, Herrera va perfilando con nitidez su antimperialismo y, por supuesto, su natural recelo al crecimiento, ya voraz, de los Estados Unidos. Leemos en "El Uruguay Internacional" (escrito y editado en París, en 1912):
"El país de Washington no disimula ya sus voracidades, tan contradictorias con el consejo testamentario del patriarca. El arrebato del istmo a Colombia fundaría un proceso, si a veces no fuera Ilusión el derecho de los débiles. Los anales del despojo no ofrecen explicación más inicua de una gran iniquidad que la caída, a ese i aspecto, de labios del presidente Roosevelt: "I took Panamá" —yo bomé Panamá— así, a capricho, como se dispone de lo propio. ¿Qué diferencia media entre tal justificación y la que ensayaría, ante el magistrado, quien quitó al transeúnte su reloj? Siquiera en esta emergencia el agresor corre riesgo de castigo, por mano del agredido
0 por voz de la ley".
1 tel mismo libro, bastante desconocido por desgracia, y uno de lo* mojor logrados en opinión de Carlos Roxlo, reproducimos
iptos, con los que Herrera reitera su admiración histórica por
i ItlOOl Unidos, por su pujanza, por su organización interna; admiración que, evidentemente, no corre paralelamente a su i" " >i'ii"< nio on muteria de política internacional.
"Ahí está el ejemplo de lo:- Estados Unidos. ¿Qué nación puso jamás tanta base de equidad en sus orígenes? ¿No fueron sus crea dores aquellos pu. itanos que emigraron a las selvas vírgenes en procura de libertad civil y eligiosa? ¿No se educó la hermosa prole en el amor al derecho? ¿No se rompe un día y para siempre con la metrópoli por juzgar insoportable atropello el gravamen de algunos peniques impuestos al té y al papel sellado? ¡Deliciosas memorias! Cuando su noticia filtra en las viejas sociedades se esparce por el mundo, con un estupor, la esperanza de asistir al advenimiento, casi maravilloso, de una democracia prístina. Tocquevillo y La-boulaye, deslumhrados, marchan al encuentro de la nueva aurora. En sus honestas páginas flota el alivio de los grandes ensueños cumplidos. En efecto, aquellos peregrinos olvidados de la Europa; extraños a vulgares eodicias y a la definición del atentado cívico; trabajadores infatigables; con la plegaria encendida en el espíritu cuando descansa el brazo; austeros; equilibrados; libres del peligro vecinal; nietos y biznietos de quien, en éxtasis de muerte, aconsejara a sus descendientes no probar jamás la fruta del mal de la conquista, esos admirables peregrinos prometían ungirse heraldos de la justicia nacional. Sin embargo, ¡qué vuelco enorme han presenciado los tiempos!, como se ha hecho de tortuosa la línea recta bosquejada por los mayores cuáqueros; 4que infinita distancia separa a Franklin, enviado sereno de una humildad republicana, evangelizador de las virtudes desinteresadas, del imperialista presidente Roosevelt, victimario de pueblos y apóstol de la política del "big-stick" —del garrote— cernida sobre los organismos débiles "de nuestro hemisferio".
Así pensado y dicho apenas terminada la primera década del siglo, cuando tantos callaban el atropello y, por el contrario, subrayaban admiración sin límites por el creciente super-Estado, al colmo de tener por "salvadoras" sus intervenciones.
Estos apuntes rápidos del anti-intervencionismo en el Uruguay, van delineando lo que —a partir de 1939— será una obsesión en Herrera.
Adquieren inusitada fuerza las líneas transcriptas si se juzga que más que remoto, era remotísimo, en aquella época, el peligro yanki en nuestras costas. Así lo subraya en "El Uruguay Internacional", dedicado a analizar las relaciones de nuestro país con sus dos poderosos limítrofes; sobre todo con la Argentina y el problema jurisdiccional del Río de la Plata, defendiendo — con vigor— la tesis de la línea al medio en contraposición al talwer.
Sin embargo, insiste en denunciar al futuro invasor de América. Habla ya de las ,rariadas fondas de invasión. "¡Cuidarse de la seducción de los fuertes!" —proclama—. Y más aún: "¡Ciudarse del patronato económico!" —tan odioso o más que la infiltración ideológica o por la fuerza, por que es a la que más cuesta oponerse, la que nos toma más débiles.
Lo que le hace escribir, con acierto y clara percepción, a Carlos Zubillaga ("Herrera. La encrucijada nacionalista"):
"Por la vía del nacionalismo —una vía transitada con fervor místico— llega Herrera al antimperialismo. En este campo no reduce su aporte a la mera formulación de un rechazo teórico al imperialismo, sino que asume —con todos sus riesgos— una actividad militancia antimperialista, puesta de relieve en su acción diplomática, en su producción historiográfica, en sus intervenciones parlamentarias, en su acción política cotidiana. Proque hizo de su antimperialismo, arma de lucha permanente y vocación irrenunciable, sufrió en momentos de enajenación colectiva de los valores nacionales, el ataque desmesurado de muchos que demostraron a poco de andar, obsecuencia y servilismo frente a los poderes imperiales contemporáneos. Herrera no redujo, por otra parte, su comprensión del fenómeno imperialista a los aspectos exteriores del mismo, de más nítida proyección histórica, sino que indagó en la casualidad profunda del proceso y señaló la raíz económica del mismo".
Y transcribe, a continuación, estos párrafos de Herrera:
"El mejor fundamento de la autonomía política, arranca de la autonomía financiera, y del mismo modo que no es completamente libre, aunque lo parezca, el individuo que para gastar necesita recurrir al favor de sus amigos, sufren menoscabo en sus agitaciones externas las sociedades que piden eje para su desarrollo a las consideraciones, siempre molestas e hipotecarias, de los núcleos próximos".
Sigue Zubillaga:
"Esta comprensión de que en el origen del proceso imperialista se halla una motivación económica, le sirve para interpretar el caso cubano, al afirmar que mucho antes de estallar la guerra con España, los Estados Unidos decidían de la suerte económica de la isla. ("¿Dónde estaba, ya entonces, la verdadera metrópolis?", se pregunta). La conclusión que extrae del caso cubano, la vierte en una reflexión que es, a la vez, una advertencia: "Sugestivo el ejemplo precedente. Desde ya lo ofrecemos a la consideración de quienes sólo se alarman ante los gestos ejecutivos, sin advertir que lu política internacional más temible para los débCés es la acariciadora".

EL PROFETICO ALERTA

Con estos conceptos advierte, proféticamente al Uruguay del
12:
"...A todo esto ya Cuba era norteamericana por su dependencia comercial. La errada política arancelaria de la madre patria hizo más por la anexión que la fuerza de las armas. Dice el ilustre habanero doctor José Ignacio Rodríguez: "Poco a poco se ha viendo, sin que nadie pudiese remediarlo, que económicamente había dejado Cuba de ser una dependencia de España y se había convertido, del modo más completo y absoluto posible, de una dependencia americana". En 1886, el 94% de los productos cubanos pedía mercado a Estados Unidos. ¿Cómo sorprenderse de lo que ha sucedido y de lo que va a suceder? Las leyes de la vida han impuesto el patronato de la Unión. Que nuestro Uruguay comprenda el inmenso riesgo de estas subordinaciones a la economía vecina".
Párrafos más adelante, en el capítulo que lleva el sugestivo título: "Los pequeños pueblos: casos que enseñan", remata:
"Sellando la declaración del Congreso de que "el pueblo de la isla es y de derecho debe ser Ubre e independiente", las tropas americanas se retiraron apenas eligió Cuba su primer mandatario. ¿Asegura este antecedente que esa liberta*d no será interrumpida? Cuando la prosperidad económica de una nación depende de la benevolencia de otra nación vecina y mucho más poderosa, su autonomía, es también fruto de la ajena benevolencia. La enmienda Platt, que califica un menoscabo de soberanía, está en pie. Por otra parte, ya dos guerras civiles ha provocado la intervención yanki. Que tan elocuente ejemplo de una absorción inevitable nos arranque a la indiferencia internacional en que vinimos".
Para toda esta interpretación del caso cubano (que Zubillaga lo asocia a su comprensión de las motivaciones económicas en los procesos imperialistas), Herrera tuvo siempre vivida en su mente y en sus sentimientos, la exposición que José Martí realizara en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas Americanas, en marzo de 1981; que reproducimos:
"Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. La política es obra de los hombres, que rinden sus sentimientos al interés, o sacrifican al interés una parte de sus sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiere ser li bre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir alguno, prefiera al que lo necesite menos.

EN EL MISMO MERIDIANO

En abril de 1914, los estudiantes y el pueblo, organizados por una Comisión que presidió el poeta Fernán Silva Valdés (su abuelo Juan Valdés, fue soldado de Oribe), realizaron una manifestación pública por las calles de Montevideo, condenando la intervención de Estados Unidos en México.
En deplorable actitud, el Poder Ejecutivo ejercido por José Batlle y Ordoñez, le ofreció excusas a la embajada yanki por: "los excesos cometidos ayer por un grupo de jóvenes exaltados... ".
Luis Alberto de Herrera, que ocupaba una banca en la Cámara de Representantes, no vaciló un segundo, planteando un pedido de interpelación al Ministro de .Relaciones Exteriores. Del libro "Luis Alberto de Herrera. Su vida\'Sus obras. Sus ideas", de César Pintos Diago, tomamos la versión de los hechos:
"Fundando su pedido de interpelación al Ministro de Relaciones Exteriores, dijo que el diario oficial —El Día— dirigido por S. E. el presidente de la República, había combatido en columnas editoriales la manifestación juvenil realizada contra el intervencionismo, abriendo un intenso y decidido comentario a favor del derecho de intervención, sosteniendo que "cuando una nación incurre en desvarios internos es un derecho legítimo, que deben aplicarlo con urgencia sus vecinos, intervenir por las armas y llevar la tranquilidad a ese hogar convulsionado por la anarquía". Encuentro que esa afirmación del señor presidente de la República es de verdadera gravedad — dijo el Dr. Herrera— y que ella no debe pasar en silencio. Luego agregó: "Ningún país de Sud América, ni aún los más fuertes y los más capaces territorialmente y por su población, se permite conceder a nadie, ni en doctrina, el derecho de intervenir en las sociedades infortunadas. Pues sí los grandes países, vecinos de este mundo occidental no lo entienden así, ¿cómo es posible que nuestro Uruguay, pequeño y tan castigado en todo tiempo por las intervenciones que en tiempos terribles trajeron a su seno los desvarios de blancos y colorados, como es posible que en twU< puta, esa tesis, a la que debemos tantos desastres y más de una mutilación territorial, cómo es posible, repito, que éste país la acepte como buena?'...'
Conformando esta doctrina que, como oriental, juzgo esencialmente peligrosa, el Poder Ejecutivo, después de la manifestación creyó del caso enviar al señor Ministro de Relaciones Exteriores a dar explicaciones a su excelencia el señor ministro norteamericano sobre excesos que no habían existido, colmando, sin necesidad, las manifestaciones de cortesía. Estas actitudes de actualidad despiertan en el pensamiento otras memorias complementarias y que es del caso subrayar. Se ha dicho que durante aquel trágico desgarramiento de 1904, el Poder Ejecutivo de entonces solicitó, categóricamente, la intervención norteamericana para resolver así los asuntos internos de la familia uruguaya. Por mucho tiempo me ha parecido tan enorme, tan fuera de toda presunción lógica, tal aserto, que me he rehusado a creerlo. No veo como es posible que después de haber salido del período tormentoso de nuestra vida nacional, voluntariamente, y sin motivos, yolvamos al círculo dantesco de las intervenciones que tantafe veces recorriéramos antes. Pero Confieso que en presencia de estas actitudes correlativas del criterio oficial, es del caso tomar'en consideración aquel extraordinario aserto que murmura la op^iniórf y que ha sido recogido y refrendado desde las columnas de órganos autorizados de la prensa diaria. Por estas breves circunstancias, que no tendré inconveniente en ampliar si procediera, es que hago moción para que se invite a S. E. el señor Ministro de Relaciones Exteriores a que concurra a la Cámara en la sesión próxima, a dar explicaciones so bre la conducta oficial en los asuntos de México, y en las circunstancias que los rodean".
Estas manifestaciones, por sí solas, valen un proceso.

PRIMERA GUERRA MUNDIAL

En 1914 se desató la conflagración mundial. En el 17, cuando ya se anticipaba el final a favor de los aliados! Estados Unidos entra en guerra con Alemania. De inmediato comienzan las presiones en América, para atar a las jóvenes naciones al carro bélico de los yankis.
¿A qué título y por qué interés, dados nuestros modestos medios guerreros y ya prácticamente liquidado el pleito?
Herrera se opone y acuña el sello que volverá a utilizar veinticinco años después: "acto deslucido e indecoroso declarar la guerra a los vencidos".
Por lo demás ¿qué hay en el trasfondo? La estrategia aparece clara, por lo menos para los que saben ver o, en el caso, para los que quieren ver. La entrada de los países sudamericanos les crearía una dependencia solidaria, militar, política y económica de los norteamericanos. Caerían en sus garras, de las que ¿cuándo se soltarían?
. El Partido Nacional proclamó la neutralidad y el Dr. Washington Beltran fue su personero en memorable debate parlamentario.
Herrera no trepidó en denunciar, ante la opinión pública americana, el interés utilitario, sin un adarme de romanticismo, de los vecinos del Norte. "La Democracia" reprodujo un reportaje que se le hiciera en Buenos Aires, donde expuso con claridad y valentía su pensamiento:

NEUTRALIDAD

"...Este criterio estrictamente prescindente debe ser sobre todo evangélico para los países pequeños que, además de sus milicias organizadas, también necesitan de los grandes amparos del derecho. Para ellos siempre fue funestísima la política de las intervenciones, mediante equivocaciones humanitarias y redentoras que nunca faltan. Empeñosamente trabaja la cancillería norteamericana para obtener la adhesión de los países sudamericanos a su política guerrera. ¿Qué razón decorosa darán ellos para acompañarla en la aventura, que a ella le interesa y a nosotros no? Hemos de salir en jauría, a morder en las piernas de los germanos, mejor dicho, a morder a nadie, porque nada podemos, a fin de complacer a Estados Unidos? Ayer oía decir a un inteligente hombre de negocios que las conveniencias financieras, la posibilidad de colocar nuevos empréstitos, imponían seguir a los yankis en su nueva política mundial. Es en verdad doloroso que se rebajen tanto los grandes ideales que deben regir el desarrollo de los pueblos, al extremo de subordinarlos a la cotización de los títulos de la bolsa. ¿Y el penacho?... Por lo demás, los propios norteamericanos nos dan, con su propia historia, normas de conducta frente a la tempestad exterior. Siguiendo el consejo sabio de Washington, durante un siglo largo, Estados Unidos se mantuvo prescindente en todas las catástrofes ajenas al país. Estaba en embrión la nacionalidad, y todo inducía a sustraerse al peligro de otras complicaciones. No digo ya las grandes guerras europeas, ni siquiera los tremendos sucesos que tuvieron a Sud América por teatro, consiguiendo apurar el paso ni dí'U'tier la vista de los gobiernos norteamericanos. La emancipación de Sud América sólo tuvo platónicas aprobaciones de Estados Unidos; al Congeso de Panamá, convocado por Bolívar, llegaron tarde sus delegados; la monarquía exótica en México no lo llevó a romper lanzas con Europa, aunque varios lustros antes sus tropas entraron en el territorio de la hoy infortunada república, para arrebatarle inicuamente la flor de sus estados. Para eso sí, había fuerza, como la hubo después para apoderarse de Puerto Rico, de Haití y crear la república artificial de Panamá, ultrajando en su debilidad a la valerosa Colombia. Todo el siglo XIX, todos los colores de nuestra organización, todas las difíciles contingencias de nuestro ascenso, penoso y muchas veces terrible, fueron absolutamente ignoradas por Estados Unidos. Apenas el crimen de la guerra contra Paraguay detiene su atención sin conseguir perturbar mayormente su indiferencia. La causa de la libertad no le debe en Sud América a Estados Unidos ni un adarme de sacrificio o de pasión romántica. Guardóme de reprochárselos; sólo señalo un hecho notorio que es oportuno poner de manifiesto cuando, en un arranque de demencia o de excesiva frialdad utilitaria, se proclama que deben las repúblicas españolas atar sus destinos a la guerra, al destino imperialista de los Estados Unidos".

EL MACABRO DESFILE

"Son las nuestras, nacionalidades que están en embrión —como antes aquella— que deben aplicar toda su voluntad activa al desarrollo de sus maravillosas energías materiales, preparando el florecimiento de las morales, más embrionarias todavía. En vez de deslumhrar, más bien apesadumbra el caso ofrecido por la República de Cuba, que como lo proclama su Congreso, entra en la guerra europea por la sola razón de que Estados Unidos entra: ¡por gratitud! Dios nos libre de esas gratitudes que con el máximo peligro que puede gravitar sobre las nacionalidades jóvenes! ¡Son esas las virtudes de la enmienda Platt!
También se anuncia que Panamá, creación de Estados Unidos, se incorporará al macabro desfile ¡a título de defender el canal!... Por otra parte, se olvida que Norte América, que ha aumentado, como nadie, la hoguera con la leña prestada por sus ingentes cargamentos de armas y municiones, se apresta al combate después de ostentarse como pacificadora, cuando a ella le cabe máxima responsabilidad moral por el auxilio otorgado a los contendientes, mediante fabulosas ganancias. Después de negociar, groseramente, durante tres años, con el dolor europeo, porfiado el trabajo homicida en carne extraña, de sus manufacturas, ahora le suena la hora cómoda de romper una lanza por el ideal. ¡Fácil pretexto, para irse preparando contra el Japón o para evitarse, más adelante, la rivalidad mundial de Alemania! ¿Y hemos, las repúblicas sudamericanas, de seguir en su política personal!sima a la inmensa y calculadora nación del Norte, todo porque, a mil quinientas leguas de distancia, ella forma parte de este mismo hemisferio? Más de una vez he declarado como ciudadano uruguayo que nuestra acción diplomática, lejos como estamos de la esfera de influencia del coloso, debe dirigirse a intensificar nuestras vinculaciones con Estados Unidos, que pueden aportar un saludable contrapeso moral a este continente, sin salirse de la línea; pero este criterio, mezclado con el recuerdo admirativo que guardo de aquello pujante nación, no me ofusca al extremo de encontrar que debemos guerrear con Alemania por la inaudita razón de que Estados Unidos con ella guerrea..."

Capitulo I de "Antiimperialismo y los yanquis"

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