jueves, 23 de septiembre de 2010

Los pobres de la tierra


por José Martí

Callados, amorosos, generosos, los obreros cubanos en el Norte, los héroes de la miseria, que fueron en la guerra de antes el sostén constante y fecundo, los mozos recién venidos del oprobio y de la aniquilación del país, trabajaron todo el día Diez de Octubre para la patria que acaso los más viejos de ellos no lleguen a ver libre; para la revolución cuyas glorias pudieran recaer, por la soberbia e injusticia del mundo, en hombres que olvidasen el derecho y el amor de los que les pusieron en las manos el arma del poder y de la gloria.-- ¡Ah, no! hermanos queridos. Esta vez no es así. Ni se ha adulado, suponiendo que la virtud es sólo de los pobres, y de los ricos nunca; ni se ha ofrecido sin derecho, en nombre de una república a quien nadie puede llevar moldes o frenos, el beneficio del país para una casta de cubanos, ricos soberbios o pobres codiciosos, sino la defensa ardiente, hasta la hora de morir, del derecho igual de todos los cubanos, ricos o pobres, a la opinión franca y al respeto pleno en los asuntos de su tierra: ni con otra moneda que con la del cariño sincero, y el amor armado en el decoro del hombre, y la viril fiereza de quien no se tiene por varón mientras haya en la tierra una criatura mermada o humillada, se compró esta vez esa fe tierna de los hombres del trabajo en la revolución que no los lisonjea, ni los olvida. No se ha bajado a la tiniebla: ni se ha adulado, cobarde, en la hora de la necesidad, a los que, en la verdad del seco corazón, se desdeña y aleja, o se mira como poco mientras no se necesita su ayuda; ni han apretado manos en la sombra la demagogia y la venganza.
Para salvar a la patria de crímenes se ha madurado el alma pura de esta revolución: no para cometerlos. Pero el cubano obrero, dispuesto ya para la libertad por su fatiga de hombre acorralado, y por la idea creadora que en la vida real ha desenvuelto,-- en vez de desatarse en invectivas, al amparo del cadalso español, contra los que, de una vez por todas, quieren, con la unión de las fuerzas posibles, sacar del cadalso en que está al honor de Cuba, y del destierro en que en su propio pueblo viven, a los cubanos -- en vez de morder las manos de los libertadores, y besar las manos de los déspotas a quienes aborrecen,-- en vez de ayudar, en lengua escarmentada, al Gobierno que en sus mayores desarrollos jamás consentiría, por su naturaleza e incapacidad política, y por las necesidades de sus hijos sobrantes o viciosos, la plena vida americana indispensable a Cuba para que no se le antepongan y la reemplacen sus competidores libres, -- en vez de negarse a dar de sus manos el socorro que, en las vueltas de la preocupación, desconozca acaso mañana, en la hora del triunfo de la República, a los que para ponerle al hombro un arma más privaron a su casa, en un mes triste, del pan, o del vino pobre, o del abrigo de la criatura, o de la medicina,-- en vez de esto, decimos, el cubano obrero bajó la cabeza sobre el trabajo el día de los héroes, y en el tesoro de la justicia y del honor humano, echó con las manos fuertes su óbolo sin nombre.
¡Ah, hermanos! A otros podrá parecer que no hay sublime grandeza en este sacrificio, que cae sobre tantos otros. Que el rico dé de lo que le sobra, es justo, y bien poco es, y no hay que celebrarlo, o la celebración debe ser menor, por ser menor el esfuerzo. Pero que el que, a puro afán, tiene apenas blancas las paredes del destierro y cubiertos los pies de sus hijos, quite de su jornal inseguro, que sin anuncio suele fallarle por meses, el pan y la carne que lleva medidos a su casa infeliz, y dé de su extrema necesidad a una república invisible y tal vez ingrata, sin esperanza de pago o de gloria, es mérito muy puro, en que no puede pensarse sin que se llene de amor el corazón y la patria de orgullo.
Sépanlo al menos. No trabajan para traidores. Un pueblo está hecho de hombres que resisten, y hombres que empujan: del acomodo que acapara, y de la justicia que se rebela: de la soberbia que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo: de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos: y el gobierno de un pueblo es el arte de ir encaminando sus realidades, bien sean rebeldías o preocupaciones, por la vía más breve posible, a la condición única de paz, que es aquella en que no hay un solo derecho mermado. En un día no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano. Pero no será ésta, no, la revolución que se avergüence, -- como tanto hijo insolente se avergüenza de su padre humilde,-- de los que en la hora de la soledad fueron sus abnegados mantenedores. Bello es, aunque terrible, después de bárbara batalla, ver huir por el humo, a los ruidos deshechos de la derrota, el pabellón que simboliza el exterminio de una raza de hijos a manos de sus padres, y el robo al mundo de un pueblo que puede ser bello y feliz. No menos bello, ni de menos poder, el día Diez de Octubre, era ver trabajando sin paga a los cubanos obreros, todos a la misma hora, todos recién salidos de sus tristes hogares, por la patria, ingrata acaso, que abandonan al sacrificio de los humildes los que mañana querrán, astutos, sentarse sobre ellos. Bello era ver, a una misma hora, tantos corazones altos, y tantas cabezas bajas.
¡Ah, los pobres de la tierra, ésos a quienes el elegante Ruskin llamaba "los más sagrados de entre nosotros"; ésos de quienes el rico colombiano Restrepo dijo que "en su seno sólo se encontraba la absoluta virtud"; ésos que jamás niegan su bolsa a la caridad, ni su sangre a la libertad! -- ¡Qué placer será,-- después de conquistada la patria al fuego de los pechos poderosos, y por sobre la barrera de los pechos enclenques,-- cuando todas las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos,-- entrarse, mano a mano, como único premio digno de la gran fatiga, por la casa pobre y por la escuela, regar el arte y la esperanza por los rincones coléricos y desamparados, amar sin miedo la virtud aunque no tenga mantel para su mesa, levantar en los pechos hundidos toda el alma del hombre! ¡Qué placer será la muerte, libre de complicidad con las injusticias del mundo, en un pueblo de almas levantadas! -- Callados,'amorosos, generosos, los cubanos obreros trabajaron, todos a la vez, el Diez de Octubre, por una patria que no les será ingrata.

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