por León Trotsky
En la cálida mañana tropical el buque tanque entró en el puerto de Tampico. Ignorábamos lo que nos esperaba. Nuestros pasaportes y revólveres seguían bajo la custodia del policía fascista, quien, dentro de las aguas territoriales mexicanas, mantenía el régimen creado por el gobierno “socialista” noruego. Advertía al policía y al capitán que mi esposa y yo nos negaríamos a desembarcar voluntariamente si nuestros amigos no estaban allí para recibirnos. Los vasallos noruegos de
Pero todo estaba dispuesto. El buque se detuvo y poco después se aproximó una chalupa con representantes de las autoridades locales, periodistas mexicanos y extranjeros y -lo más importante de todo- amigos dignos de confianza. Estaba Frida Rivera*, esposa del famoso artista, el cual no había podido acudir por encontrarse enfermo en un hospital; Max Shachtman*, periodista marxista y camarada, quien nos había visitado en Turquía, Francia y Noruega; y George Novack*, secretario del Comité Norteamericano de Defensa de León Trotsky. Tras cuatro meses de cárcel y aislamiento la recepción resultó sumamente cordial. El policía noruego, quien finalmente nos entregó nuestros pasaportes y revólveres, observaba avergonzado la actitud cortés del jefe de policía mexicano.
Desembarcamos y pisamos el suelo del Nuevo Mundo con cierta emoción. Aunque estábamos en enero, la tierra misma exudaba calor. Las torres petroleras de Tampico nos recordaban a Bakú. En el hotel no tardamos en sufrir las molestias ocasionadas por nuestro desconocimiento del idioma. A la diez de la noche partimos de Tampico hacia la capital en un tren especial enviado por el ministro de Comunicaciones, General Mujica[3].
No sólo el clima nos hacía sentir el contraste entre
Con gran interés observamos el paisaje tropical desde las ventanillas del tren. En la aldea de Cárdenas*, a mitad de camino entre Tampico y San Luis de Potosí, se acopló una locomotora más al tren para trepar la meseta. El aire refrescó; no tardamos en perder ese miedo que sienten los norteños hacia el trópico, y que nos había cogido al entrar en la candente atmósfera del Golfo de México. En la mañana del día 11 llegados a Lechería, pequeña estación en los suburbios de la capital, donde abrazamos a Diego Rivera*, quien había salido del hospital. A él más que a nadie debíamos nuestra liberación del cautiverio noruego. Le acompañaban otros amigos: Fritz Bach, ex comunista suizo y ahora profesor en México; Hidalgo, combatiente de la guerra civil mexicana en las huestes de Zapata; algunos jóvenes. Al mediodía llegamos a Coyoacán, suburbio de la ciudad de México, donde nos alojamos en
Desde Tampico había enviado un telegrama de agradecimiento al presidente Cárdenas, donde insistía en que me abstendría de la menor interferencia en la política mexicana. No dudaba por un instante de que los agentes responsables de
Mientras tanto, desde Europa llegaba una advertencia tras otra. No podía ser de otra manera: Stalin tiene mucho en juego. Sus cálculos primitivos basados en la sorpresa y la rapidez, sólo se cumplieron a medias. Mi traslado a México alteró súbitamente la relación de fuerzas en detrimento del Kremlin. Obtuve la posibilidad de apelar a la opinión pública mundial. ¿A dónde llegará todo esto? Los que conocían la endeblez y podredumbre de los fraudes judiciales se habrán planteado esta pregunta alarmados. Uno de los síntomas de la alarma de Moscú saltaba a la vista. Los comunistas mexicanos empezaron a dedicarme ediciones enteras, inclusive suplementos especiales, de su semanario, con materiales viejos y nuevos tomados de la cloaca de
Entre los extranjeros no tardó en destacarse el correponsal Kluckhohn, del New York Times[5]. Varias veces quizo utilizar el pretexto de la entrevista para someterme a un interrogatorio policial. No es difícil encontrar las fuentes de inspiración de tanto celo. En cuanto a la sección mexicana de
No sé si Stalin vaciló ante un nuevo proceso. Creo que sí. Sin embargo, mi partida hacia México debe haber puesto fin a sus vacilaciones. Ahora debía ahogar las nuevas revelaciones, a toda costa y lo antes posible, mediante nuevas y sensacionales acusaciones. Los preparativos para el juicio Radek*-Piatakov* se iniciaron en agosto[6]. Tal como era de prever, se eligió a Oslo como base de operaciones de la “conspiración”. Se debía facilitar el trabajo del gobierno noruego, que trataba de deportarme. Pero rápidamente se introdujeron nuevos elementos en el marco geográfico del fraude, que se había vuelto anticuado. Por intermedio de Vladimir Romm[7], vean ustedes, traté de obtener los secretos de estado de Washington; al mismo tiempo, por intermedio de Radek me preparaba a proveer de petróleo a Japón en caso de que éste fuera a la guerra contra Estados Unidos. A
El 19 de enero llegó el primer cable anunciando el juicio. El día 21 respondí con un artículo. El día 23 empezó el juicio en Moscú. Nuevamente, vivimos una semana de pesadilla. A pesar de que, con la experiencia del año anterior, el mecanismo del asunto resultaba claro de antemano, la atmósfera de horror moral aumentaba en lugar de disminuir. Los despachos de Moscú parecían los desvaríos de un demente. Era necesario releer cada línea una y otra vez para convencerse que detrás de los delirios había hombres vivos.
Conocía íntimamente a algunos de estos hombres. No eran peores que las demás personas. Al contrario algunos eran mucho mejores. Pero la mentira los había envenenado y el aparato totalitario los aplastó. Mienten contra sí mismos para permitirle a la camarilla dominante cubrir a otros de mentiras. Stalin se ha impuesto el objetivo de obligar a la humanidad a creer en crímenes imposibles. Nuevamente nos preguntábamos: ¿es tan estúpida la humanidad? Claro que no. Pero el hecho es que los fraudes judiciales de Stalin son tan monstruosos, que también parecen crímenes imposibles.
¿Cómo convencer a la humanidad de que la aparente imposibilidad es una monstruosa realidad? Las fuerzas son desiguales. Por un lado:
Sin embargo, yo no dudaba que los organizadores todopoderosos de la amalgama se encaminaban al desastre. La espiral de los fraudes de Stalin, que ya abarca un número excesivo de personas, hechos y lugares geográficos, sigue ampliándose. No se puede engañar a todos. No todos se dejan engañar. Desde luego que
Ya durante el proceso transmití a la prensa una serie de refutaciones documentales y le planteé al tribunal una serie de preguntas concretas que bastaban para destruir los testimonios más importantes de los acusados. Pero
Artículo publicado en Fourth International, en junio de 1941, donde apareció bajo el título de “Páginas del diario personal de Trotsky”. Aunque está fechado el 9 de enero, el artículo, salvo los cuatro primeros párrafos, fue escrito algunas semanas más tarde. Tomado de la versión publicada en Escritos, Tomo VIII, Pág. 98, Editorial Pluma.
Policía política de Stalin, antecesora de
General Francisco Mujica (1884-1954): ministro de Comunicaciones y Obras Públicas en el gabinete del presidente Cárdenas. Aseguró la estadía de Trotsky en México.
El Séptimo, y último, Congreso de
Según una carta enviada a Diego Rivera por dos secretarios de Trotsky, Frank L. Kluckhohn (1907-1970), corresponsal del New York Times, escribía artículos donde decía que las actividades revolucionarias de Trotsky le causaban grandes problemas al gobierno mexicano. Kluckhohn intentaba continuamente obtener declaraciones de Trotsky sobre problemas políticos generales, a pesar de que Trotsky se negaba a hablar de cualquier tema que no fuera los procesos de Moscú.
En enero de 1937 Stalin anunció un segundo juicio. En este caso fueron diecisiete acusados, encabezados por Radek y Piatakov. Trece de los diecisiete fueron hallados culpables y ejecutados. Iuri Piatakov (1890-1937) cumplió un papel destacado en
En su testimonio ante el tribunal, Vladimir Romm se declaró corresponsal de Izvestia en Ginebra (1930-34) y luego en Washington.
NOTAS:
[1]Artículo publicado en Fourth International, en junio de 1941, donde apareció bajo el título de “Páginas del diario personal de Trotsky”. Aunque está fechado el 9 de enero, el artículo, salvo los cuatro primeros párrafos, fue escrito algunas semanas más tarde. Tomado de la versión publicada en Escritos, Tomo VIII, Pág. 98, Editorial Pluma.
[2] Policía política de Stalin, antecesora de
[3]General Francisco Mujica (1884-1954): ministro de Comunicaciones y Obras Públicas en el gabinete del presidente Cárdenas. Aseguró la estadía de Trotsky en México.
[4]El Séptimo, y último, Congreso de
[5] Según una carta enviada a Diego Rivera por dos secretarios de Trotsky, Frank L. Kluckhohn (1907-1970), corresponsal del New York Times, escribía artículos donde decía que las actividades revolucionarias de Trotsky le causaban grandes problemas al gobierno mexicano. Kluckhohn intentaba continuamente obtener declaraciones de Trotsky sobre problemas políticos generales, a pesar de que Trotsky se negaba a hablar de cualquier tema que no fuera los procesos de Moscú.
[6] En enero de 1937 Stalin anunció un segundo juicio. En este caso fueron diecisiete acusados, encabezados por Radek y Piatakov. Trece de los diecisiete fueron hallados culpables y ejecutados. Iuri Piatakov (1890-1937) cumplió un papel destacado en
[7] En su testimonio ante el tribunal, Vladimir Romm se declaró corresponsal de Izvestia en Ginebra (1930-34) y luego en Washington.
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