lunes, 18 de enero de 2010

EL MARCO ECONÓMICO DE LO SOCIAL Y LOS TRES FRACASOS DE LA BURGUESÍA


por Arturo Jauretche



EL "PROGRESO INDEFINIDO"... Y SUS LÍMITES


Las generaciones que se propusieron el "progreso in­definido", y lo fundaron en el exclusivo desarrollo agrope­cuario, actuaron como si estuviesen en presencia de un ho­rizonte cuyos límites fugan delante del que marcha. Fue­ron congruentes con el pensamiento filosófico de la época, como el personaje de la zarzuela: "hoy las ciencias adelan­tan que es una barbaridad". La superstición cientificista se alimentaba de una gran simplicidad que suponía que entre la lente del microscopio y la del telescopio podía ca­ber todo el universo. Pero mayor simplicidad fue ignorar que el límite de la expansión económica agropecuaria esta­ba dado por la extensión de las pampas, su fertilidad y la curva de las precipitaciones pluviales.

Mucho más adelante este límite podría ser trascendi­do corriendo la lana más al sur y al oeste o con la aparición de los sorgos, ampliando la zona agrícola-ganadera hacia tierras entonces consideradas semiáridas, o con la diver­sificación de la producción agraria en los regadíos o en las zonas tropicales y subtropicales, pero se haría para satis­facción de otros mercados, particularmente el interno al crecer, y esto estaba fuera del presupuesto del "progreso indefinido", que consistía en el intercambio cereal-carne por manufacturas.

También estaba fuera de ese presupuesto la relativa ampliación del espacio pampeano en sentido vertical, agre­gando algún pisito a la producción, por el mejor manejo de tierras, su abono, o por la aplicación a la genética al ce­real de lo que ya se hacía con el refinamiento de las hacien­das. En cambio estaba a la vista la disminución de la pro­ducción de cereales, inevitable por la erosión o el desgaste de los suelos en sucesivas cosechas expoliadoras y la inmo­vilización de gran parte de la todavía zona cerealera al convertirse en alfalfares destinados a la invernada de ha­ciendas.

Los límites de ese progreso estaban marcados por la geografía; una vez ocupado el espacio de la pampa húmeda se habría llegado al tope de las posibilidades de la produc­ción previsible para el intercambio con la metrópoli, en cuanto a la cantidad.


RELACIÓN DE LOS TÉRMINOS DEL INTERCAMBIO


En cuanto al precio, el error es más comprensible: todavía la ciencia económica no había esclarecido eso de "la relación adversa de los términos del intercambio", que consiste, simplemente, en saber que el proceso de transformación de la materia prima va incorporando costos a la misma y que éstos son absorbidos, en las distintas etapas de la transformación, por el salario y el capital del país donde se in­dustrializa, de manera tal que las materias primas, en cuanto produc­toras de riqueza, sólo benefician en la primera etapa al país que las produce y exporta en bruto, mientras se le incorporan riqueza en cada etapa de la transformación, en el país que las transforma.

(Así, al que exporta hierro o lana sólo le queda lo correspondiente a la producción minera o ganadera, mientras que el proceso que va del hierro o la lana a la máquina o el traje va dejando, en el país que importa la materia prima, todos los costos de las sucesivas modi­ficaciones, a los que se incorporan los costos de los instrumentos uti­lizados, desde el transporte y el seguro, a la remota labor de los que preparan las máquinas usadas en la transformación, sumados a la transformación misma. Con esto quiero decir que la valorización pri­maria es la única que beneficia al país productor de la materia, mien­tras que el país transformador incorpora los aumentos, o las economías originadas por el desarrollo técnico, a la capacidad de su propio mer­cado. Así, si a principios de siglo equis kilos de lana permiten com­prar una locomotora, treinta años después hacen falta cinco o seisveces más de lana para el mismo cambio, pues, en el mejor de los casos, el aumento del valor absoluto de la lana es un aumento que no com­pensa los innumerables aumentos correspondientes a los innumerables momentos de la transformación. Esta aclaración no es exactamente técnica, pero permite dar una idea al profano de en qué consiste ese enunciado un poco misterioso "de la relación adversa de los términos del intercambio").

La estadística al respecto nos puede ilustrar con precisión. Los índices usados traducen la capacidad adquisitiva de 100 unidades de materias primas respecto de los productos manufacturados.

Años Índices

(1958 = 100)

1876/1880 ................................ 147

1901/1910 ................................ 132

1930 .......................................... 105

1938 .......................................... 100

Pero cuando se trata de las materias primas que produce la Ar ­gentina la situación se hace mucho más onerosa. Así la relación de precios del intercambio de la Argentina , según la CEPAL ("El Des­arrollo Económico de la Argentina ", México, 1959, T. I, pág. 20), evo­luciona en la siguiente forma:

Año Índice

1949 ................................... 143,8

1953 ................................... 100

1957 ................................... 72,5

Lo que significa que en 10 años el poder adquisitivo de la materia prima argentina en producto industrial importado ha disminuido al filo de la mitad. (Ver nota en el Apéndice).


LA POBLACIÓN


La inmigración vino a satisfacer las exigencias del complejo de inferioridad racial que padeció aquella gene­ración de hispano-americanos avergonzados de su origen y que se liberaban del mismo calificando al resto de conna­cionales como víctimas de taras congénitas que los hacían inadecuados para la civilización; la promovieron, a pesar de sus reticencias en cuanto a los meridionales de Europa, porque su brazo y su técnica les eran imprescindibles para ese progreso soñado, y en función de ese progreso previe­ron un crecimiento de población por la continuidad de la ola inmigratoria y el crecimiento vegetativo de los hijos del país nuevo. Así el "progreso indefinido" tenía una meta muy distante que acuñó una frase de ritual conmemorati­vo : "El día en que cien millones de argentinos irán ante el trono del Altísimo, conducidos por la azul y blanca".

Ni vieron el límite del espacio geográfico apto para la economía que fundaban, ni vieron el límite de la población que cabía en ese espacio y con esa economía; jugaron la suerte definitiva del país a un destino de país chico cre­yendo que jugaban a la grandeza: creyendo que jugaban a la lotería jugaban a la quiniela; buscando el premio ma­yor jugaban a las dos cifras.

Cuando el país llegó a la décima parte de la población prevista y fue ocupado totalmente el espacio geográfico destinado a la carne y al cereal, el "progreso indefinido", en el orden agropecuario, se detuvo. En adelante todo pro­greso significaría una competencia, un factor de pertur­bación en la estrategia económica prevista para la Argen ­tina y, por consecuencia, todo el aparato de dirección eco­nómica que ellos habían dejado en manos del extranjero, por su incapacidad para realizarse como burguesía, se con­vertiría en el instrumento del antiprogreso.

Con esto creo que queda bien evidenciada la naturale­za real de un debate frecuente en el cual los partidarios del retorno al pasado invocan como su gran argumento el progresismo de aquellas generaciones para oponerlo al pro­gresismo de las nuevas, sin comprender que aquel progre­sismo apresurado, como economía dependiente, fue el pla­to de lentejas por el que los primogénitos vendieron las posibilidades de una economía nacional integrada, que fa­talmente reclamaría sus derechos una vez cubiertas las precarias posibilidades de aquel progresismo.


OLIGARQUÍA = DEPENDENCIA


O comprendiéndolo. Y aquí dejo la palabra a un eco­nomista que nos explicará la alianza de las fuerzas económicas internas correspondientes a ese progreso limitado, con las fuerzas extranjeras que dirigieron y aun dirigen los resortes esenciales de nuestra economía, que quedó en sus manos por la incapacidad de esas mismas fuerzas internas.

Dice Aldo Ferrer ("La economía argentina", Ed. Fon­do de Cultura Económica —1963—) : ... Finalmente, dado el papel clave que el sector agropecuario jugó en el des­arrollo económico del país durante la etapa de economía primaria exportadora, la concentración de la propiedad te­rritorial en pocas manos aglutinó la fuerza representativa del sector rural en un grupo social que ejerció, consecuentemente, una poderosa influencia en la vida nacional. Este grupo se orientó, en respuesta a sus intereses inmediatos y los de los círculos extranjeros (particularmente británi­cos) a los cuales se hallaban vinculados, hacia una política de libre comercio opuesta a la integración de la estructu­ra económica del país mediante el desarrollo de los sectores industriales básicos, naturalmente opuesta también a cual­quier reforma del régimen de tenencia de la tierra. La gra­vitación de este grupo no llegó a impedir el desarrollo del país en la etapa de la economía primaria exportadora, da­da la decisiva influencia de la expansión de la demanda, ex­terna y la posibilidad de seguir incorporando tierras de la zona pampeana a la producción. Sin embargo, después de 1930, cuando las nuevas condiciones del país exigían una transformación radical de su estructura económica, la per­manente gravitación del pensamiento económico y la acción política de ese grupo constituyó uno de los obstáculos bási­cos al desarrollo nacional.

Con lo dicho queda señalada la miopía de los hombres que desde 1853 han pasado en nuestra historia como los grandes visionarios del destino racional y también el proceso por el cual los continua­dores de aquellos "chicatos" ilustres se empeñan en ponerle al país las anteojeras que le impiden encontrar su verdadero camino, pues lo que en aquellos fue miopía en éstos es un estado de conciencia que resulta de la fusión de la estructura de sus intereses actuales con el mantenimiento de nuestra tradicional estructura económica.


GRAN BRETAÑA JUEGA SUS CARTAS


Ahora, dejando a los miopes conviene señalar a quién los condujo con su vista larga, porque siempre junto al cie­go hay un lazarillo que lo guía, como el de Tormes, contra el guardacantón.

El progreso agropecuario argentino se iba realizando a medida que el país encajaba como la pieza de un puzzle en la organización económica buscada por el Imperio Bri­tánico con su avanzada ideológica: la doctrina manchesteriana.

Si en un principio el Río de la Plata fue considerado por la política de Gran Bretaña como una de las tantas plazas comerciales ultramarinas interesantes al comercio de Su Majestad, el pensamiento se completó después en la fórmula de Cobden (Inglaterra será el taller del mundo y la América del Sur su granja) precisada luego en la con­formación exclusivamente agrícola-ganadera que hizo de nuestro país lo que Raúl Scalabrini Ortiz ha llamado "base y arma del abastecimiento británico".

Bastará para señalar lo acertado de esta afirmación leer las instrucciones que da Churchill —ya en nuestros días— a Lord Halifax al encargarle las negociaciones para la intervención norteamericana en la última guerra ("Memorias de Winston Churchill", Tomo VIII Ed. Boston): "Por otra parte nosotros seguimos la línea de EE.UU., en Sud América, tanto como es posible, en cuanto no sea cuestión de carne de vaca o carnero". La expresión de Cobden, América del Sud, se concreta de manera precisa: Río de la Plata. Si aquí Scalabrini Ortiz acuñaba su frase, allá Churchill la ratificaba.

El gran ministro británico lo hacía en el momento más dramá­tico de la historia inglesa, cuando ya no el Imperio sino la misma metrópoli estaba al borde del derrumbe del que sólo podía sacarla el éxito de la misión encomendada; en ese momento toda la América del Sur podía ser objeto de negociación con la metrópoli del Norte, toda, menos el Río de la Plata.


LA DÉCADA INFAME CONFIESA SU JUEGO


Esto nos permite fijar, y para más adelante, el alcance y los límites de ese progreso. Cuando en 1934 el vicepre­sidente de la República , Dr. Julio Roca, como embajador argentino (negociación del tratado Roca-Runciman) dice en Londres que: " La Argentina forma parte virtual del Imperio Británico", no hace más que confirmar la natura­leza dependiente de nuestra economía como pieza en el puzzle imperial. Si la frase es lesiva para nuestra sobera­nía y honor nacional y provocó las consiguientes reaccio­nes patrióticas en quienes las sentimos profundamente, es­to no ocurrió porque estuviéramos ajenos al conocimiento de esa realidad que, precisamente, estábamos denunciando. Lo indignante era la aceptación como destino definitivo y como finalidad por los gobernantes argentinos cuando ya la miopía de los fundadores no era posible. Porque el Dr. Julio Roca no lo expresaba como la comprobación de un hecho destinado a superarse, sino como ratificación de la conformidad de ese gobierno y los sectores que represen­taba con la condición de dependencia que allí se reconocía. El Tratado Roca-Runciman lo confirmó, porque fue un compromiso para que al precio de algunas ventajas a un sector dirigente del país se cristalizase definitivamente esa virtual incorporación al Imperio.

Así, las leyes votadas en 1935, y que constituyeron el estatuto legal del coloniaje, tuvieron por finalidad detener cualquier progreso argentino en otra dimensión que pudie­ra modificar su situación en el puzzle. La política del "pro­greso" devenía ya la del antiprogreso, y la fuerza que nos había impulsado a andar, era ahora la que nos detenía.

Sintetizando: se aceleró nuestro desarrollo para inte­grarnos eficazmente en el Imperio. Ahora éste había llega­do a los límites técnicamente exigidos y cualquier progreso de otro orden implicaría una alteración de la finalidad propuesta.


PRIMER FRACASO: LA GENERACIÓN CONSTITUYENTE. LIBERALISMO INTERNACIONAL O LIBERALISMO NACIONAL


Es que en toda colonización hay ese momento próspe­ro mientras se avanza hacia el límite óptimo de sus nece­sidades. Y el frenazo después. He ahí las dos fases de una misma política.

¿La adscripción de la Argentina al sistema de la di­visión internacional del trabajo era inevitable para los vencedores de Caseros? ¿La única perspectiva de progreso que se tenía por delante era la impuesta por la ortodoxia liberal y el libre juego de las fuerzas económicas nacionales e internacionales con que se adoctrinaban?

Ni teórica ni prácticamente era así. Lo que sí puede ser cierto es que las condiciones históricas determinaban la organización capitalista de la producción. Es cierto que era la hora del capitalismo en marcha, pero no la del in­ternacionalismo liberal. Los constituyentes del 53 busca­ron su inspiración en las instituciones de los Estados Uni­dos, y hay aquí que preguntarse por qué se quedaron en las apariencias jurídicas y eludieron la imitación práctica. ¿No entendieron la naturaleza profunda del debate entre Hamilton y Jefferson o la entendieron y vendieron después a las generaciones argentinas desde la Universidad , desde el libro y desde la prensa una interpretación superficial y formulista?

En ese debate está sintetizado el enfrentamiento entre el libera­lismo ortodoxo, que implicaba aferrarse a la división internacional del trabajo, y el liberalismo nacional, que construyó los Estados Unidos, que fue el instrumento de su grandeza y le sirvió para delimitar la esfera propia del desarrollo norteamericano por oposición a la subordinación económica a la metrópoli, que hubiera convertido la indepen­dencia en una ficción. ¿Entre tanto libro que leyeron "al divino botón" no encontraron una línea de las que habían escrito Carey e Ingersoll, y no tropezaron con un volumen del "Sistema de Economía Nacional" de List, que fueron los teóricos del desarrollo da una economía capitalista nacional, es decir, de un capitalismo y un liberalismo para los norteamericanos o, los alemanes, y no para los ingleses? ¿No sabían que esa heterodoxia que le cortó las alas al águila de la división inter­nacional del trabajo nutrió la gallina prolífica que ponía los huevos para los hijos de su tierra, defendiendo con la protección aduanera el fruto del trabajo nacional y promoviendo el desarrollo interno, con el Estado como propulsor de la grandeza? ¿Por qué se atrevieron a la doctrina liberal como mercadería de exportación para vender a zon­zos y no a la doctrina liberal, reelaborada en los Estados Unidos para la construcción de una economía liberal pero integrada?

Y contemporáneamente también, y más adelante, ¿por qué pres­cindieron del ejemplo de Alemania, que realizó su propia política li­beral, pero nacional, empezando por el “zollverein” hasta llegar a la construcción de la gran Alemania cuando el pensamiento político de Bismarck integró el pensamiento económico del mismo List, perse­guido por los príncipes como liberal y por los liberales como nacional?

Alemania, hasta ese momento, no había sido más que el mísero país del que habla Voltaire; el campo de batalla de franceses, suecos, austriacos y españoles, en el que nunca había pesado el interés de sus nacionales. Los factores materiales de la grandeza alemana habían estado siempre allí: sus puertos y sus ríos, el genio y la capacidad de trabajo de sus hombres, los bosques en las faldas de las montañas, los granos y las carnes en los valles y las llanuras, el hierro y el carbón en las entrañas de la tierra; todas las condiciones materiales de la grandeza que sólo se manifestaron cuando el pensamiento y la vo­luntad nacional se articularon para ponerlos a su servicio.

(Conviene recordarlo a los que creen que sólo los factores ma­teriales determinan la historia y subestiman el pensamiento y la voluntad que puede hacer una mísera dependencia de un país rico, y una metrópoli de un país pobre en recursos materiales.)


LA GUERRA DE SECESIÓN: EJEMPLO PRÁCTICO


Pero hubo después en los Estados Unidos la guerra de Secesión: allí se enfrentaron sangrientamente el Norte, li­beral nacionalista, con el Sur, adscripto a la producción ex­clusiva de materias primas, y puede decirse que la verda­dera independencia de los Estados Unidos se resolvió en el campo de batalla de Gettysburg. ¿Cómo fue que los pro­motores de la política liberal internacionalista siempre tratando de imitar a los Estados Unidos, no comprendie­ron el verdadero sentido de esa guerra, y cómo el "Desti­no Manifiesto" sólo podía cumplirse a condición de que el país industrial que promovía el desarrollo interno vencie­se al país de producción primaria que lo obstaculizaba? ¿Lectores pueriles de las doctrinas exportadas como los collares de abalorios para seducir a los indígenas, sólo vieron en aquella página dramática de la vida norteameri­cana la seducción lacrimógena de " La Cabaña del Tío Tom", sin percibir el trasfondo económico y político de los acontecimientos?

¿Y cómo es posible que generaciones y generaciones de juristas hayan acosado a los estudiantes de derecho y de economía con la vida de las instituciones norteamericanas a través de su permanente evolución, en la jurisprudencia del Supremo Tribunal, sin percibir el hecho económico que rigió y condujo esa construcción jurídica, en la que la vida fue acordándose a las exigencias de la realización econó­mica integral, según el país iba creciendo de la estrecha franja ori­ginal en el Atlántico hacia el Medio Oeste, los desiertos interiores y la costa del Pacífico, o el desborde sobre la tierra mexicana?

¿Lo vieron o no lo vieron? ¿Traidores o "chicatos"? Esa es la alternativa. En "Política y Ejército" he señalado un factor cultural que también pesó en esa ceguera. Desde el día siguiente de la inde­pendencia, directoriales y unitarios, cuyos continuadores habrían de ser los famosos "visionarios", partieron de la urgencia por hacer el país no según lo determinaban sus raíces —como se hace el árbol hasta la copa—, sino según un modelo a trasplantar. Quisieron realizar Europa en América y todo lo que Europa les ofrecía era válido; y sin valor lo que surgía de la realidad. Trabajaron para la destrucción de la Patria Grande , porque, consciente o subconscientemente, les es­torbaba a su apuro la montaña, la selva, el río y el hombre, por español, por indio o por mestizo.

Gobernar es poblar, como diría Alberdi, pero despoblando pri­mero como ellos lo hicieron para abrir la tierra a nuevos hombres que imaginaban no iban a ser americanos. Así es como también diría Alberdi, resumiendo sin saberlo el pensamiento original de su grupo: "El mal que aqueja a la Argentina es la extensión". Por eso había que achicarla. Empezó Rivadavia facilitando la segregación del Alto Perú y la Banda Oriental ; lo harían los unitarios en los largos años de la guerra civil buscando con la ayuda extranjera la segregación del Norte y la Mesopotamia ; lo haría Mitre abriendo un abismo de sangre y de luto con el Paraguay. Siempre estuvieron decididos a achicar el espacio, y así segregaron Buenos Aires frente al gobierno de Paraná. Reducir la patria a la pampa húmeda, fácilmente europeizable, permitía ahorrar tiempo en el camino de la grandeza concebida a través de la pequeñez. Congruentemente fue necesario destruir el Paraguay, que se había puesto a la vanguardia del progreso americano, cerrándole el camino al pernicioso progreso conseguido contra las normas manchesterianas.


EL PROFETA DEL LIBRE CAMBIO Y SUS APÓSTOLES


Y esto no es una afirmación al pasar. Oigámoslo a Mitre en la oración pronunciada saludando a los soldados que venían de desangrarse en los esteros paraguayos: "Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y victo­riosa campaña a recibir la larga y merecida ovación que el pueblo les consagre, podrá el comercio ver inscriptos en sus banderas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han postulado para mayor felicidad de los hombres”.

Y véase ahora esto de Sarmiento que ajusta perfecta­mente al alcance de esa libertad de comercio y el límite fijado por sus apóstoles: “La grandeza del Estado está en la pampa pastora, en las producciones del Norte y en el gran sistema de los ríos navegables cuya aorta es el Plata. Por otra parte, los españoles no somos ni industriales ni navegantes y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos a cambio de nuestras materias primas”. Así dirá Billinghurst: Llegaremos a exportar manufacturas dentro de mil años, y Vélez Sársfield, autor del Código Civil, codificará en una frase la política de una clase como inseparable del destino argentino: Es imposible proteger a los industriales, que son los pocos, sin dañar a los ganaderos, que son los más. Esa fue la mentalidad de los “visionarios” que sólo alcanzaron a verse la punta de la nariz; ésa la gente que bajé con las Tablas de la Ley del Sinaí del 53.

Así se crearon las condiciones del capitalismo, pero se impidió el surgimiento de un capitalismo nacional al ponerlo en indefensión frente a la economía imperial. Así también, a medida que el progreso de la economía dependiente consolidaba el poder de los intereses extranjeros en el país y ligaban a ellos, como se ha explicado en la cita de Ferrer, los beneficiarios de la economía puramente abastecedora, se hacía más difícil la aparición de una economía capitalista propia. A mayor prosperidad de la economía exclusivamente agropecuaria, ma­yor dificultad para fundar una economía nacional integrada. Así quedaron excluidas las posibilidades del desarrollo de una política li­beral nacional por la rápida expansión de una política liberal internacional. Anotemos como simple curiosidad el hecho que se ha señalado más arriba: en la deformación mental que hizo posible que la inteligencia argentina aceptara ese hecho la irrisión llegó hasta el punto de que el ejemplo de los Estados Unidos que hubiera servido para fundar una economía nacional integrada, fuera utilizado para impedirlo.


LA ARGENTINA PREINDUSTRIAL


¿Pudo, a nivel histórico 1853, planearse una política económica nacional? ¿Existía la posibilidad de surgimien­to de una burguesía nacional que cumpliera ese papel?

Existía. Y Juan Manuel de Rosas había sido su má­xima expresión. Lo que hay que saber es si Rosas no fue combatido por eso mismo y si el propósito de los vence­dores no fue precisamente aniquilar toda posibilidad de economía integrada, que él acababa de demostrar. Vencido políticamente, quedaba su camino económico para recorrer.

Rosas es uno de los pocos hombres de la alta clase que no desciende de los Pizarros de la vara de medir que en el contrabando y en el comercio exterior fundaron su abolen­go. Por eso no tuvo inconveniente en ser burgués. Fundó la estancia moderna y después fundó el saladero para in­dustrializar su producción, y fundó paralelamente el sala­dero de pescado para satisfacer la demanda del mercado interno. Y defendió los ríos interiores y promovió el des­arrollo náutico para que la burguesía argentina transpor­tara su producción; integró la economía del ganadero con la industrialización y la comercialización del producto y le dio a Buenos Aires la oportunidad de crear una burguesía a su manera. Pero además, con la Ley de Aduanas, de 1835, intentó realizar el mismo proceso que realizaba los Estados Unidos; frenó la importación y colocó al artesa­nado nacional del litoral y del interior en condiciones de afirmarse frente a la competencia extranjera de la impor­tación, abriéndole las posibilidades que la incorporación de la técnica hubiera representado, con la existencia de un Estado defensor y promovedor, para pasar del artesanado a la industria[1].

Pequeño intento, se dirá, pero para muestra basta un botón. Un botón construido mientras los unitarios, en insurrección permanente, obligaban a la guerra constante, y los grandes Imperios de la hora. Francia e Inglaterra y el vecino Brasil, agredían las fronteras argen­tinas, atacaban la navegación, bloqueaban los puertos, cañoneaban las fortificaciones y desembarcaban sobre nuestro territorio con la com­plicidad de sus aliados internos.

Pequeña muestra, pero grande si se ve lo que ocurrió después.

Transcribo, también de "Política y Ejército", lo que sigue: "Martín de Moussy señalaba los efectos de la libertad de comercio que Mitre había inscripto en las banderas del Ejército según su arenga: La industria disminuye día a día a consecuencia de la abundancia y ba­ratura de los tejidos de origen extranjero que inundan el país y con los cuales la industria indígena, operando a mano y con útiles sim­ples, no puede luchar de manera alguna.”

Dice José María Rosa: Los algodonales y arrozales del Norte se extinguieron por completo. En 1889 el primer Censo Nacional re­velaba que en provincias enteras apenas si malvivían madurando acei­tunas y cambalacheando pelos de cabra. ("Defensa y pérdida de la Independencia económica"). Ramos, de quien extraigo esta cita ("Revolución y Contrarrevolución en la Argentina "), nos informa que en 1869 había 90.030 tejedores sobre una población de 1.769.000 habi­tantes, y en 1895 sólo quedaban 30.380 tejedores en una población de 3.857.000. Lejos de importar máquinas de producción, el capitalismo europeo en expansión nos enviaba productos de consumo. No venía a contribuir a nuestro desarrollo capitalista, sino a frenarlo.


LA POSIBLE BURGUESÍA FRUSTRADA DE LA "PATRIA CHICA"


Ni los pálidos exiliados de Montevideo que echaron sebo después de Caseros, ni los generales uruguayos brasileristas traídos por Mitre para la guerra de exterminio de la población nativa, ni los pobretones doctores de la Constituyente , podían haber constituido una burguesía. Pero estaba vivita y coleando esa burguesía federal que se le había dado vuelta a Rosas después de la derrota o en sus vísperas, con la parentela del "tirano" a la cabeza, y ese mismo Dr. Vélez Sársfield, que venía directamente de los salones de Manuelita. Ellos pudieron pesar para que, aceptando la estructura liberal que se plagiaba de los Es­tados Unidos, se condicionase ésta al interés nacional como los mismos Estados Unidos habían hecho, asumiendo ellos mismos el papel económico que el "dictador" había repre­sentado y sostenido.

Pero aquellos doctores habían adquirido ya el hábito de actuar como agentes internacionales, y lo siguieron haciendo desde sus bufetes donde fundaron la dinastía de los abogados de empresas y maestros del derecho y la economía conveniente a la política anti­nacional. Los burgueses de Buenos Aires prefirieron disminuir los recursos de la Aduana —que a Rosas le habían servido para estable­cer el orden nacional— para facilitar el orden de la dependencia y excluyeron la protección económica que significaba la posibilidad de integrar una economía.

Desde Pavón se aplicó la política del país chico. Ahora los re­cursos aduaneros, que se limitaban y habían servido para pelear contra lo extranjero, serían útiles para aniquilar al interior; y la protección, que había sido la defensa económica de éste, desaparecía para abrir camino al importador. Ahora el interior no es más que un desgraciado remanente del país hispanoamericano, sólo tolerable en la medida que no estorbe la adaptación de las pampas al destino que le tenía reservado la división internacional del trabajo. Es lo que le permitiría decir a Sarmiento: "Pudimos en tres años introducir cien mil pobladores y ahogar en los pliegues de la industria a la chusma criolla inepta, incivil, ruda, que nos sale al paso a cada instante". Pero ya sabemos de qué industria habla Sarmiento, según lo dicho más arriba.


SEGUNDO FRACASO: LA BURGUESÍA PROSPERA SE SIENTE ARISTOCRACIA


Hacia el 80 se abre otra perspectiva. Es el momento en que comienza la brusca expansión agropecuaria del país.

Aldo Ferrer (Op. cit.) sintetiza de manera general el proceso de integración de los países productores de mate­rias primas en el mercado mundial. Dice (pág. 96) : "La apertura de los mercados europeos a la producción de ali­mentos y materias primas del exterior fue consecuencia del proceso de industrialización de los países de Europa, la Especialización creciente de éstos en la producción manu­facturera y la mejora de los medios de navegación de ul­tramar que rebajaron radicalmente los costos de transpor­te. Esto abrió en las economías de los países ajenos a la revolución tecnológica y a la industrialización de la época, llamados más tarde de la periferia, grandes posibilidades de inversión en las actividades destinadas a producir para los mercados de los países industrializados. Naturalmen­te, según se apuntó antes, los que más posibilidades ofrecían fueron aquellos de grandes recursos naturales y escasa población". Señala más adelante, llamando a estos países de "espacio abierto", que " la Argentina fue un caso típico de integración a la economía mundial de un espacio abier­to". Agrega, también, que las "inversiones se presentaron tanto en las actividades puramente exportadoras como en la ampliación del capital de infraestructura, particular­mente transportes, y también en los campos vinculados a las actividades de exportación, sus mecanismos comercia­les y financieros, y en el desarrollo de actividades destinadas a satisfacer las demandas de países periféricos".

Ya Scalabrini Ortiz en su "Historia de los FF.CC. Argentinos" ha mostrado cómo la inversión fue muy relativa y se hizo por capi­talización del trabajo nacional; lo mismo puede decirse de los ser­vicios públicos en general, uno de los cuales, el de la electricidad, ha historiado minuciosamente Jorge del Río. En cuanto a los me­canismos comerciales y financieros, conviene recordar que los ex­portadores y los importadores se financiaron antes y después del IAPI, a través de la banca por el ahorro nacional, es decir que lo mismo que el IAPI, pero con la correspondiente diferencia de destino de los márgenes que resultan del comercio exterior. Estos márgenes se convierten con el sistema restablecido después de 1955, en nuevas inversiones extranjeras cuando no son utilidades que se van.

Pero dejando de lado la cuestión del origen de esas inversiones, el hecho que anota Ferrer es el mismo que hemos señalado poniendo las iniciales a la política inteligentemente trazada; las inversiones en la infraestructura no están dirigidas a desarrollar el país sino a facilitar su deformación en el sentido de un desarrollo depen­diente.

La clase propietaria de la tierra, enriquecida bruscamente por la ampliación de sus dominios con la Conquista del Desierto, por el orden y la juridicidad, por el progreso técnico —alambrados, agua­das, genética, etc.—, por la contribución de los brazos inmigratorios y, sobre todo, por la demanda mundial dirigida a las producciones de la pampa húmeda, ha cuidado minuciosamente de mantener su hegemonía territorial, limitando por esto mismo la posibilidad de la formación de una fuerte burguesía de origen inmigratorio que podría haber nacido de una mejor distribución de la tierra y de una más amplia distribución de los frutos del trabajo.


EL ROQUISMO Y LA APARICIÓN DE UNA IDEA INDUSTRIALISTA


Pero en cambio el interior ha vencido a los portuarios y la federalización de Buenos Aires abre las perspectivas de una visión política nacional sustituyendo la exclusiva­mente porteña. Otro pensamiento económico que el vigente hasta ese momento acompaña a los vencedores. Avellaneda, con la modificación de la Tarifa de Avalúos, parece volver a la política económica señalada por Rosas. Están los dos Hernández, Vicente López, Roque Sáenz Peña, Es­tanislao Zeballos, Nicasio Oroño, Carlos Pellegrini, Aman­do Alcorta, Lucio Mansilla, el mismo Roca. Pellegrini sin­tetizará el pensamiento de esa generación: "No hay en el mundo un sólo estadista serio que sea librecambista en el sentido que aquí entienden esa teoría. Hoy todas las nacio­nes son proteccionistas, y diré algo más: siempre lo han sido, y tienen fatalmente que serlo para mantener su im­portancia económica y política. El proteccionismo puede hacerle práctico de muchas maneras, de las cuales las leyes de Aduana son sólo una, aunque sin duda la más eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto"

En el plano de la inteligencia política las cosas han cambiado; la generación del 80 parece no estar arrodillada ante "los apóstoles del libre cambio", como Mitre, ni creer en la ineptitud congénita de los argentinos como Sarmien­to. Con Roca llegan al gobierno nacional, si no la "chusma incivil" que dijo el sanjuanino, la "gente decente", los prin­cipales de provincia cuyos intereses difieren de los por­tuarios.

Pero todo queda en vagos enunciados teóricos. Pri­mero la lana, después la carne y los cereales, multiplican las cifras de la exportación; el roquismo, como tentativa de grandeza nacional, se desintegra en las pampas vencido por los títulos de propiedad que adquieren sus primates, ahora estancieros de la provincia.


UNA TRISTE PÁGINA DE HISTORIA


Quizá una de las páginas más tristes de la historia argentina es aquella entrega de la banda y el bastón que el general Roca hace al nuevo presidente Quintana. Es el mismo Quintana abogado del Banco de Londres y América del Sud que habla amenazado al mi­nistro de Relaciones Exteriores de Avellaneda, Bernardo de Irigoyen, con movilizar la escuadra inglesa por un incidente bancario en el Rosario.

Esos eran sus títulos, y los de gran señor con su atuendo lon­dinense, su oficio y filiación política mitrista que definen su ideología.

Abelardo Ramos (Op. Cit. Tomo II) nos relata el episodio:

Rodeado de un puñado de amigos y con un velo melancólico en sus ojos saltones, el general Julio Argentino Roca entregaba las in­signias del mando al Dr. Manuel Quintana, con su perilla blanca, retobado y despreciativo, enfundado a presión en su célebre levita.

... El mandatario saliente pronunció algunas banales palabras de cortesía. Quintana contestó al ceñirse la banda presidencial: “Soldado como sois, transmitís el mando en este momento a un hombre civil. Si tenemos el mismo espíritu conservador, no somos camaradas ni correligionarios y hemos nacido en dos ilustres ciudades argentinas más distanciadas entre sí que muchas capitales de Europa”. En esta respuesta desdeñosa, Quintana componía su autorretrato: se había sentido siempre más próximo a Londres que a Tucumán. Su alusión al común espíritu conservador no era menos que transparente: comprendía perfectamente el íntimo sentido de la declinación del roquismo y su incorporación al “statu quo” de la oligarquía triunfal.

Del soldado de Pavón, la Guerra del Paraguay, Santa Rosa y la Conquista del Desierto al estanciero de “ La Larga ”. Lo que no pudieron las armas lo hizo la estancia. Continuaría su hijo el mismo camino de declinaciones que ahora se rubricaban con la traición a Pellegrini.

En su mensaje al Congreso, Quintana sería más concreto advirtiendo sobre el final de toda tentativa de economía nacional. Se imponía reducir los impuestos, ahorrar en los gastos públicos y renunciar a “ciertos excesos del proteccionismo aduanero”. El mismo autor agrega que se renunciaba a la orientación proteccionista que había sido una forma desde la presidencia de Avellaneda en 1875 y que a pesar de su moderación había permitido crear las industrias nacionales en el último cuarto de siglo de la influencia roquista. Quintana agregaría en el mensaje; “... corregir las tarifas de otras naciones y aplicarlas sobre avalúos de verdad... moderar la protección de industrias precarias si hemos de asegurar con ello la prosperidad de las industrias capitales”.


LOS “CIVILISTAS” UTILIZAN A LOS MILITARES


Desde entonces, con una sola excepción, los generales que llegaron al poder terminan por entregarlo a civiles que enuncian estos “sanos” propósitos bajo la mirada complacida de las metrópolis económicas; convierten las armas nacidas para instrumento de la grandeza nacional en el recurro cómodo de esa clase de civilidad de que Manuel Quintana puede ser el símbolo.

Esto es lo que en definitiva dice también José Luis Imaz al hablar de las Fuerzas Armadas en "Los que Man­dan" (Ed. Eudeba): Sin funciones manifiestas no ha habido guerras—, el aparato bélico de las FF.AA. ha ter­minado por ser visualizado, por todos los grupos políticos, como instrumento potencialmente útil para satisfacer sus propios objetivos. Así, el recurso de las FF.AA. como fuente de legitimación ha terminado por ser una regla tá­cita del juego político argentino.

La regla es válida para la generalidad de los golpes militares, con sus "Batallones de Empujadores” y sus "Re­gimientos de Animémonos y Vayan" (civiles), que se sa­ben herederos pero no para el caso de 1913 que se engloba en el juicio. Aquí el Ejército falló a los viejos partidos políticos, a quienes el juego se les fue de la mano. Lo que sucedió al golpe de Estado fue un proceso nuevo y dis­tinto que instrumentó la única tentativa seria de economía nacional que hemos tenido. Porque la cuestión que define el hecho militar, es la de saber si éste se produce para restablecer el status quo de los viejos partidos políticos como guardianes de la economía dependiente, o para abrir las perspectivas de una política nacional para el país y para el mismo ejército, rompiendo el esquema preestablecido en obsequio al acceso al poder de la parte de sociedad capaz de realizarse nacionalmente porque no está ligada a la vieja estructura.

Pero no nos apartemos del tema que es el fracaso de la burguesía.

La burguesía argentina fracasa pro segunda vez.


FRACASAN LOS DEL "OCHENTA"


Ese momento de la incorporación de las pampas al mercado mundial, también ocurrió en Estados Unidos con sus cereales y carnes.

Entonces la burguesía norteamericana capitalizó la riqueza así generada. Complementó la producción con el manejo de la comercialización, de la navegación y de la banca. No se limitó a producir y vender sobre el lugar de producción entregando la parte del león a los exportado­res. La hizo suya, la reinvirtió y proyectó los recursos logrados sobre el desarrollo interno, acompañando la mar­cha hacia el Oeste.

Ya hemos visto que la burguesía inmediata a Caseros fue incapaz de continuar el papel económico señalado por Juan Manuel de Rosas. Puede ella justificar su incapaci­dad para cumplirlo en la gravitación de las ideologías, en la caída del pensamiento nacional, en la conducción po­lítica en manos del odio que quería borrar todo el pasado, y en su propia debilidad económica para emprender en ese momento la tarea.

Pero la situación es muy distinta del 80 en adelante; esa burguesía se encuentra bruscamente enriquecida y plena de poder. Tiene conductores políticos que señalan un rumbo de economía nacional; las provincias pesan en las decisiones del Estado; sólo les basta asumir su papel como burguesía ilustrándose con el ejemplo de sus congéneres contemporáneos de los EE.UU. y de Alemania. Y, sin em­bargo, no lo cumple; por el contrario, absorbe en sus filas a los políticos y pensadores que pudieron ser sus mentores, los incorpora a sus intereses y los somete a las pautas de su status imponiéndoles, junto con su falta de visión histó­rica, la subordinación a los intereses extranjeros que la di­rigen.


LOS AUSENTISTAS EN SU HORA DE "MEDIO PELO"


Es que esa burguesía de los descendientes de los Pizarro de la vara de medir prefiere creerse una aristocracia. Es la alta clase ausentista que reproduce en sus estancias los manors británicos y en sus palacios a la francesa el estilo de la alta sociedad parisiense. Es la burguesía ausentista que sube, en París y en Londres, la escalera del refinamiento finisecular después de haber saltado los es­calones del rastacuero y se identifica con las grandes me­trópolis del placer, la cultura, el dinero; entrega sus hijos a manos de "misses" y "mademoiselles" o a colegios pensionados de dirección extranjera, cuando no extranjeros directamente; se desentiende de la conducción del país, que deja en manos de protegidos de segunda fila —con to­do, mejores que ella, porque no se han descastado total­mente—. Imita a la burguesía norteamericana en el dispendio y le disputa el matrimonio de sus hijas con los títu­los de la nobleza tronada. Pero pretende ser una aristocra­cia, a diferencia de la "yanqui", que en su simplicidad arrogante se afirma como burguesía.

Carga sobre la espalda de esa burguesía argentina el complejo de inferioridad anti-indígena. anti-español y anti-católico, y en lugar de ser como la "yanki", ella misma, prefiere ser imitadora de la alta clase europea. Tal vez remedando al príncipe de Gales, que des­pués será Eduardo VII es un poco continental y un poco isleña y fabrica ese híbrido anglo-francés que después traslada a Buenos Aires en la arquitectura, en los modos y hasta en el lenguaje.

Los racistas habituales imputarán este fracaso psicológico de los terratenientes argentinos a la supuesta incapacidad hispánica hereda­da, cuando si de algo se ocuparon esos "burgueses" es de borrar toda huella de lo español.

Puestos a imitar, no imitaron a esta burguesía poderosa y cons­tructiva y sólo quisieron reproducir la imagen de los landlords en sus dominios territoriales. Anticipan el "medio pelo" contemporáneo en su arribismo de aquella etapa, porque en París y en Londres son el "medio pelo" de la alta sociedad; "medio pelo" que cree cotizarse por sus propios valores, hasta que la declinación de la divisa fuerte le destruye todo el fundamento de su prestigio internacional[2].

BUENOS AIRES Y SU CITY

No supieron ser en su país los hombres de la "city" y la "city" fue extranjera. Por la estúpida vanidad de esa clase, el país frustró la ocasión de capitalizar para el des­arrollo nacional la oportunidad que la historia le brindaba. Dilapidaron en consumo superfluo la parte de la renta nacional que la burguesía extranjera les dejó a cambio de la renuncia de su función histórica; cuando la divisa fuerte se acabó dejaron de ser ''los ricos del mundo" y volvieron para ser "los ricos del pueblo", no en razón de la riqueza que pudieron crear, sino del privilegio que les permitió acumular su condición de titulares del dominio, en la va­lorización de las tierras originada en la transformación y lo poco que invirtieron en la producción primaria. Volvie­ron a cuidar aquí ese orden en virtud del cual, ya pobres en el mundo, se les permitía ser ricos en el país por comparación con los más pobres, a condición de garantizarle a la infraestructura extranjera de la producción el cómodo usufructo del intercambio.

Así, la expansión agropecuaria, que fue la más grande oportunidad que tuvo el país de capitalizarse, como con­secuencia del fracaso de su burguesía sirvió para consoli­dar su situación de dependencia.

En la medida que esa clase no cumplió el papel que correspondía a una burguesía, se resignó a ser la fuerza interna dependiente cuya misión ha sido impedir toda modificación de la estructura. Es lo mismo que pasa con los ejércitos en todos los países periféricos: o intentan la realización nacional cumpliendo como tales con su destino histórico, o se convierten en una mera policía del orden conveniente a los de afuera. Esa diferencia que hay entre el soldado y el cipayo ocurre en el orden económico según la burguesía cumpla funciones nacionales o simplemente sea un sector dependiente.

LOS "PROGRESISTAS" DEVIENEN ANTIPROGRESISTAS

Cuando la producción agropecuaria llegó a los topes previsibles y la población siguió creciendo, ya no sólo dejó de cumplir su papel como burguesía, ante el peligro de que la realidad, imponiendo las leyes de la necesidad, al­terase la estructura a que se ligaba. De la euforia del progreso y su hipertensión, que vivió tirando manteca al techo, pasó a la lipotimia del miedo a la grandeza.

Quiero aquí recordar la frase de ritual de la vieja oli­garquía que he dicho al principio de la nota: '"Cien mi­llones de argentinos conducidos por la azul y blanca ante el trono del Altísimo". Y agregar dos citas que no me can­saré de reiterar, porque definen los dos extremos entre la euforia de los triunfadores y la derrota de los sometidos que quieren someter el país.

En 1956 el Dr. Ernesto Hueyo, ex ministro de la Dé ­cada Infame y personaje representativo de su clase, sos­tiene en un artículo de " La Prensa " que el país tiene ex­ceso de población y sólo se le ocurre una solución: que emigre el excedente de argentinos innecesario para la eco­nomía pastoril. En 1966 el presidente de la Sociedad Ru ­ral, Sr. Faustino Fano —un nuevo incorporado a la alta clase— expresa el pensamiento de la misma diciendo en el habitual banquete de la prensa extranjera —donde los pri­mates del país van a dar examen de buena conducta e higiene mental— que la población conveniente a la Repú ­blica está en la relación de cuatro vacunos por cada hombre. Ajustándonos al cálculo de este último, y partiendo de una existencia presumible de 45 a 50 millones de vacu­nos, hoy no debería tener más de 12 millones de habitantes. Si tiene 25 millones se ha excedido en el 100 por ciento. ¡A esto ha llegado la élite que se dice continuadora de la que jugaba a los 100 millones de habitantes y los prometía ante el trono del Señor!

Y lo terrible es que tiene razón si el esquema econó­mico argentino ha de ajustarse al destino que le tienen reservado al país los que se creen sus dirigentes por de­recho propio, los que habitualmente sacan al Ejército de sus cuarteles, los que habitualmente vuelven a meterlo en los mismos y los que ponen al frente de la economía a los expertos profesionales que se turnan en su dirección.


EN LOS LIMITES DE LA PAMPA


En 1914 —y no en 1930, como lo entiende Ferrer— el país ha llegado al límite potencial de su riqueza agro­pecuaria. Habrá coyunturas circunstanciales, como la ex­cepcional demanda posterior a la primera guerra o la falta de competencia internacional, o condiciones climáticas extraordinarias que permitan en algunos años superarlo.

De todos modos se sumará a los factores adversos la cada vez más adversa relación de los términos del intercambio; ya ni el préstamo internacional ni los saldos fa­vorables de la balanza comercial podrán compensar la de­manda creciente del mercado interno, que, además, afecta los saldos exportables, ni tampoco el servicio de amortiza­ciones y de intereses. Todo lo que el país avance sólo de­penderá de la expansión del mercado interno —de lo que el país sea capaz de producir y consumir para sí, es decir, de la diversificación de la producción y el alza de los ni­veles de consumo generada por el desarrollo de las fuer­zas internas, de la producción al salario—, de su capaci­tación para integrar una economía nacional que no repose en los saldos del comercio exterior. Este dejará de ser eje para ser sólo complementario, como lo es en EE.UU. y en todos los países que los "'expertos" cipayos nos propo­nen como ejemplo. Ese problema de población que pre­ocupa a Hueyo y a Fano, la eliminación del excedente de 13 millones de habitantes, sólo tiene dos soluciones: el ge­nocidio que puede consistir en el no te morirás, pero te irás secando de un pueblo condenado a la miseria endé­mica, que además facilite mano de obra barata para com­placer con el bajo costo "el mercado tradicional", o tomar el toro por las astas —el toro o el dueño del toro— y mar­char hacia la integración de la economía.

Para un argentino no hay otra alternativa que la se­gunda solución en lo inmediato. En lo mediato, volver a la expansión internacional, pero con la producción y los mercados diversificados.


AVANCES Y RETROCESOS


Desde 1914 estamos en eso: en la lucha del país nuevo y real con el país viejo y perimido, que para vivir él im­pide el surgimiento de nuestras fuerzas potenciales. Es un andar y desandar continuo; un avanzar tres pasos y re­troceder dos. En ese andar hacia adelante muchos sectores del interior han encontrado su solución transitoria en el crecimiento del mercado del litoral y sólo por él; el algodón del Chaco, el vino y la fruta de Mendoza y Río Negro, la yerba y el té de Misiones, los citrus de la Mesopotamia y del Norte, el tabaco, el azúcar, el arroz y la variada gama de productos que han permitido avanzar a algunas provin­cias de las condenadas a vegetar miserablemente en el mecanismo exportador-importador del litoral.

Las dos grandes guerras, la de 1914 y la de 1939, y la neutrali­dad mantenida a pesar de todas las presiones, rompieron en dos oportunidades críticas el esquema agro-importador y dieron lugar a un incipiente desarrollo industrial en la primera, que tuvo carácter mucho más, definido y profundo en la segunda. Las condiciones históricas favorables fueron relativamente acompañadas en la primera oportunidad, por el gobierno de Yrigoyen, con medidas imprecisas pero que ayudaron, como el cierre de la Caja de Conversión, el incremento de la actividad del Estado como promotor y el primer reconocimiento de los trabajadores como fuerza dinámica de la realización argen­tina en la segunda, desde la política inicial de Castillo, con la crea­ción del Banco Industrial y la creación de la Marina Mercante , a la decidida y enérgica política de Perón, ejecutada audazmente por Miranda y con la efectiva acción de los trabajadores que, con la lúcida conciencia de su papel, ocuparon el lugar vacante de la burguesía en la conducción nacional, pues la burguesía que surgía entonces, al amparo de condiciones favorables, tampoco tuvo conciencia de su valor histórico ni de la línea política de sus intereses.

1930 y 1955 son fechas equivalentes, y la Década In ­fame y la Revolución Libertadora se identifican en los fines, en la técnica revolucionaria, en los equipos de go­bierno y en el mismo aprovechamiento de las fuerzas militares destinadas al increíble papel de frenar la gran­deza nacional y cerrarle al país —cuya expresión armada de potencia son— el camino que les abriría la posibilidad de ser potencia.

No se trata aquí de hacer el análisis de la política económica del gobierno caído en 1955. Sólo bastará con decir que, cabalgando la única tentativa de política económica nacional en gran escala después del precario ensayo que pudo hacer Rosas. (Ésta analogía que quiso ser injuriosa resultó un cumplido y lo resultará cada vez más a medida que se vaya conociendo la historia verdadera de las “Tiranías Sangrientas” y la de sus adversarios). El establecimiento de prioridades, la concentración de la banca y el manejo de las divisas para proyectar sus recursos sobre las mismas, el manejo del comercio de exportación y el control de la infraestructura económica y la paralela redistribución de la renta, con la consiguiente promoción social del país, son caminos que habrá siempre que recorrer, corrigiendo errores, perfeccionando aciertos y aportando nuevas soluciones y perspectivas, porque son los únicos caminos posibles de una integración económica nacional.


EL TERCER FRACASO DE LA BURGUESÍA


Esta vez también la burguesía traicionó su destino. Y ahora no fue la burguesía tradicional, ya ligada defi­nitivamente al anti-progreso como expresión del país es­tático frente al país dinámico, porque el proceso de des­arrollo que se cumplió en la etapa 1945-1955 significaba la oportunidad de la aparición de un capitalismo nacional con fines nacionales.

Era el avance hacia una frontera interior de progreso donde todavía el capitalismo tiene un amplio margen de posibilidades y una tarea que cumplir. También los traba­jadores lo comprendían, demandando como precio el ascenso social que ese avance generaba, aceptando los már­genes de capitalización y reclamando sólo una distribución digna de la capacidad del consumo. Sociedad ésta signada por el inmigrante con la voluntad de los ascensos indivi­duales, levantó con el mismo sentido las masas criollas del interior secularmente resignadas a ser marginales de la historia; el movimiento social tuvo así características pro­pias del país, en que se conjugaron la demanda gremial de las reivindicaciones gregarias y la individual afirmación de las posibilidades personales; porque el movimiento so­cial se da en un país de frontera interior en las dos dimen­siones que la riqueza en expectativa permite, lo mismo que la fluidez de las situaciones de trabajo, originadas en una economía de expansión.


EL MEDIO PELO Y LA NUEVA BURGUESÍA


A la sombra de esa expansión del mercado interno y el correlativo desarrollo industrial surgió una nueva promoción de ricos, distinta a la de los propietarios de la tie­rra que venía de las clases medias, y aun del rango de los trabajadores manuales, y se complementaba con una inmigración reciente de individuos con aptitud técnica para el capitalismo.

Pero esta burguesía recorrió el mismo camino que los propietarios de la tierra, pero con minúscula.

Bajo la presión de una superestructura cultural que sólo da las satisfacciones complementarias del éxito social según los cánones de la vieja clase, buscó ávidamente la figuración, el prestigio y el buen tono. No lo fue a buscar como los modelos propuestos lo habían hecho a París o a Londres. Creyó encontrarla en la boite de lujo, en los de­partamentos del Barrio Norte, en los clubes supuestamente aristocráticos y malbarató su posición burguesa a cambio de una simulada situación social. No quiso ser guaranga, como corresponde a una burguesía en ascenso, y fue tilin­ga, como corresponde a la imitación de una aristocracia.

Eso la hizo incapaz de elaborar su propio ideario en correspondencia con la transformación que se operaba en el país, hasta el punto que los trabajadores tuvieron más clara conciencia del papel que les tocaba jugar a esa clase. Basta leer, después de 1955, la literatura sindical y la de la burguesía —con la sola excepción parcial de la CGE — para verificarlo.

Esta nueva burguesía evadió gran parte de sus recur­sos hacia la constitución de propiedades territoriales y ca­bañas que le abrieran el status de ascenso al plano social que buscaba. Fue incapaz de comprender que su lucha con el sindicato era a su vez la garantía del mercado que su industria estaba abasteciendo y que todo el sistema econó­mico que le molestaba, en cuanto significaba trabas a su libre disposición, era el que le permitía generar los bienes de que estaba disponiendo. Pero, ¿cómo iba a compren­derlo si no fue capaz de comprender que los chismes, las injurias y los dicterios que repetía contra los "nuevos" de la política o del gremio eran también dirigidos a su propia existencia? Así asimiló todos los prejuicios y todas las con­signas de los terratenientes, que eran sus enemigos natu­rales, sin comprender que los chistes, las injurias y los dicterios también eran válidos para ella. Como los propie­tarios de la tierra en su oportunidad, perdió el rumbo. Pero no se extravió como la vieja clase en los altos niveles del gran mundo internacional. Se extravió aquí nomás, entre San Isidro y La Recoleta , y no la llevaron de la mano los grandes señores de la aristocracia europea, sino unos pri­mos pobres de la oligarquía que jugaron ante ella el papel de vieja clase.

El tema del "medio pelo" es un filón inagotable para humoristas del lápiz y de la pluma. Tanto han "cargado" éstos que parece inexplicable la subsistencia de la actitud que lo caracteriza. Esto revela que se trata de algo más que una de esas modas pasajeras que constituyan las frivolidades de nuestra tilinguería; es que estamos en pre­sencia de un verdadero status correspondiente a un grupo social ya conformado.

Si este grupo social estuviera aislado no tendría im­portancia y hasta podríamos agradecerle la diversión que nos proporciona su espectáculo; pero lo grave es que ejerce magisterio y se extiende hasta ir absorbiendo la nueva burguesía y parte de la clase media con sus pautas de imitación, con su calcomanía de una supuesta aristocracia, y esto perjudica al país en el momento que reclama una ur­gente transformación que debe contar con el empuje crea­dor de la clase hija de esa transformación, en riesgo de cometer el mismo error de la burguesía del 80, confun­diendo esta vez el oro fix de sus mentores porteños con el oro viejo de los que guiaron a aquellos.


NOTAS:


[1] Esta hipótesis parece ratificada por las constancias del archivo del Foreing Office, sobre cuyos elementos ha trabajado el profesor H. A. Ferns en "Britain and Argentina in the Nineteenth Century", Edición Oxford 1959, donde dice: ltLa sociedad urbana y mercantil que surgió después de la caída de Rosas hubiese podido seguir el camino de los EE.UU., después de la guerra civil, si no hubiese existido una presión extranjera en favor de los terratenientes."

Las presiones extranjeras existieron entonces y siguen vigentes, y no sólo en el terreno económico; también en el de la cultura, porque las cadenas de la dependencia suelen estar unidas por el lazo de terciopelo de la obsecuencia nativa.

La editorial Emecé, que dirige el doctor Bonifacio del Carril, que no hace mucho ha sido ministro de Relaciones Exteriores, compró los derechos de tra­ducción, pero hay que suponer, para impedir su publicación, pues es un libro de éxito asegurado, y durante seis años impidió la versión castellana imprescin­dible por su documentación para un mejor conocimiento de nuestra historia. La señora Hilda Sánchez de Bustamante de Millán lo tradujo, pues entre un grupo de personas habíamos decidido correr los riesgos de una edición clandestina (algo así como una "invasión" de las Malvinas hecha por viejitos). Afortunada­mente vencieron los derechos de Emecé y ahora los ha adquirido la editorial Hachette S. A. y está próxima a publicarse, como me informó el mismo Ferns, que me fue presentado por Jorge Sábato, en un reciente viaje que repetirá en los primeros días de octubre de 1966.

De este episodio aparentemente inocuo puede aprenderse mucho; así, que un ministro de Relaciones Exteriores argentino haga lo posible para que igno­remos la documentación británica sobre el país, mostrando que es más papista que el Papa. No nos extrañemos; Quintana, el abogado que amenazó al ministro de Relaciones Exteriores, don Bernardo de Irigoyen, con la escuadra inglesa, fue Presidente de la República. Federico Pinedo, la primera vez que fue ministro, confesó en el recinto parlamentario que por 10.000 libras esterlinas había hecho el proyecto de Coordinación de Transportes auspiciado como gobernante; siguió de ministro y lo ha sido después, en dos oportunidades más.

Estos son hechos. Pero el que conoce política internacional podría conje­turar algo más con la próxima edición de Hachette S. A. ¿Esta editorial fran­cesa lo editaría si la actual política de Francia fuera la de la tercera República, es decir la de la prolongación continental de la isla? Esto le parecería hilar muy delgado a nuestra intelligentzia que ignora la sutileza de la política internacional, cuando se trata de nuestro país, ubicado en la estratósfera y ajeno a las especulaciones de los demás países. Y esto no es una imputación a Hachette, que en cual­quier caso está bien, sino a la estupidez de esa intelligentzia.

[2] Nada permite establecer la diferencia entre la actitud de la burguesía norteamericana y los terratenientes argentinos, como una referencia a las alianzas matrimoniales de las niñas "yanquis" y porteñas con los poseedores de títulos nobiliarios europeos.

Son conocidas las dotes aportadas por las hijas de los millonarios "yanquis".

He aquí algunas entre las más jugosas: Miss Forbes aporta en su matri­monio con el duque de Choiseul 1.000.000 de dólares; Miss Adela Simpson en su casamiento con el Duque de Tayllerand-Perigord "se pone" con 7.000.000 de dólares; 2.000.000 de dólares aporta Miss Wimarelle-Singer en su matrimonio con el Príncipe de Scey-Montboliard; Miss Gould aportó al Conde Boni de Castellane una dote de 15.000.000 de dólares!

Las norteamericanas no hacen ningún misterio; por el contrario estaban or­gullosas de contribuir al dorado de los blasones.

Una revista un tanto escandalosa, “Crapuillot”, que hace esta pequeña historia del amor internacional dice a este respecto: Las jóvenes norteamericanas introduciéndose en la vieja nobleza no experimentaban el sentimiento de ser elevadas a un rango social superior; entendían permanecer en las mismas y lucían el orgullo de aportar por lo menos tanto como el otro. No se sentían más pero no se sentían menos. Eran alianzas en el buen sentido y compraban títulos públicamente como públicamente los nobles pagaban el dinero con títulos. Tampoco éstos temían parecer burgueses, porque en definitiva opinaban como Madame de Sévigne: Les millions sont de bonne maison.

Tan clara era la posición de las jóvenes norteamericanas que Miss Gould, cuando el Conde Boni de Castellane le solicita que adopte su religión, le contesta, según versión del mismo conde: Jamás, pues es muy difícil divorciarse cuando se es católico. Era un affaire de negocios.

En cambio las argentinas, como jugaban la comedia de la aristocracia, necesitaban disimular la naturaleza financiera del pacto. Así tendremos que creer que el Duque de Luynes se casó con Juanita Díaz, la hija de Saturnino Unzué, a puro vigor de corazón. También el Conde de Bearn o el otro Boni de Castellane casados con herederas argentinas.

Pero la burguesía argentina constituida así en aristocracia, ha contribuido a resolver uno de los problemas más serios de Francia: la hija del Duque de Luynes y Juanita Díaz se casó con el Príncipe de Murat. De tal modo con la alianza de la casa de Luynes, con la casa de Murat, se ha sellado la unión de la nobleza borbónica con la bonapartista. Anotémosle este punto a los terratenientes argentinos que tal vez nos compensen de su fracaso como burgueses.

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