viernes, 8 de enero de 2010

Análisis de la dependencia ARGENTINA (2)


por José María Rosa


CAPITULO l


LA COLONIA (1)

Las primeras industrias elaborativas de América Latina tuvieron su origen en el siglo XVII Las extractivas – como la minería – se explotaron inmediatamente después del descubrimiento.

América alcanzó un alto grado de progreso industrial, a partir del siglo XVII, hasta la caída del imperio español a fines del siglo XVIII.

En esos años la América española llegó a bastarse a sí misma, alcanzó la autarquía (2). La causa de la autarquía fue el monopolio español, el cual si en mínima parte significó la dependencia comercial hacia España, produjo en cambio la autonomía de América, sobre todo industrialmente.

Es cierto que el monopolio español no tuvo como mira la formación de una industria americana autóctona; sino que fue creado por causas militares principalmente. En 1588 el poderío marítimo español se derrumbó con el desastre de la Invencible, quedando España en la paradójica situación de ser la potencia colonial mayor del mundo, mas careciendo de una escuadra con la cual defender sus colonias. Por eso estableció el régimen de galeones, que convenientemente custodiados partían de un puerto único – generalmente Santo Domingo – e iban hacía otro puerto único español – casi siempre Cádiz –. La razón de los galeones era defender el tráfico comercial entre las colonias y la metrópoli de los bucaneros ingleses y holandeses que infestaban los mares.

Esta reducción del comercio hispanoamericano a una flota anual de galeones, aminoró extraordinariamente la dependencia hacia España de la economía americana. América tuvo entonces que producir lo que España no podía enviarle.

A la dificultad de transporte se le unió otra causa. Desde mediados del siglo XVI, España atravesaba una fuerte crisis, debido al alto valor que alcanzaron las mercaderías. La causa de esta crisis fue la importación de oro americano, que produjo un desequilibrio en el valor adquisitivo del dinero, con la grave consecuencia de que mientras el oro se hallaba acaparado en pocas manos, la demanda de mercaderías era general.

Los economistas españoles del siglo XVII creyeron que esta suba se debía a la salida de productos españoles para América. De allí que se tratara de evitar su envío al Nuevo Mundo, limitándose la exportación española a lo estrictamente indispensable.

Por eso tuvo América que bastarse a sí misma. Y ello le significó poblarse de industrias para abastecer el mercado interno en casi su totalidad.

Sin embargo, no toda la América española quedó encerrada en la barrera del monopolio, surgiendo debido a esto a la vida industrial. Hubo parte de ella – el Río de la Plata –, que quedó virtualmente fuera de esta política. Debido a la escasa protección de las costas del Atlántico sur, el contrabando se ejerció impunemente en ellas.

Tan tolerado fue el contrabando, tanto se lo consideró un hecho real, que la Aduana no fue creada en Buenos Aires sino en Córdoba – la famosa Aduana seca de 1622 – para impedir que los productos introducidos por ingleses y holandeses en Buenos Aires compitieran con los industrializados del norte. Y para que el oro y los metales preciosos no emigraran hacia el extranjero por la boca falsa del Río de la Plata.

La libertad de comercio del Río de la Plata – no por virtual menos real – acabó con la única riqueza natural de Buenos Aires: sus ganados cimarrones que llenaban la pampa. Los cueros de este ganado – necesario como materia prima en los talleres europeos – eran canjeados por alcoholes y abalorios a los contrabandistas, al precio impuesto por éstos. Buenos Aires, entregando los cueros de su riqueza pecuaria, no podía tener – y no tuvo – industrias dignas de consideración. Y no sólo no hubo industrias, sino que los contrabandistas acabaron por extinguir el ganado cimarrón. (3)


l. El Imperialismo y la colonia.

Hasta mediados del siglo XVIII, los productos americanos podían competir con los fabricados en Inglaterra, ya que entre ambos no existía mayor diferencia de costo ni de calidad. A fines del siglo XVIII ocurre un cambio tan importante en el modo de hilar y tejer en Inglaterra que llevará a una revolución económica, social y política en el mundo entero. Se produce la aplicación de la máquina – a fuerza humana primero y a vapor enseguida – en la elaboración de mercaderías. Es la “revolución industrial” inglesa, de más trascendencia histórica que la contemporánea revolución francesa. (4)

La gran fábrica reemplaza al modesto taller, y el gran capitalismo sustituye al pequeño capitalismo y a las viejas corporaciones. Comienza a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la era de la hegemonía británica.

La máquina, que permite producir más y a poco costo, en poco tiempo satura el mercado interno y necesita colocar en el exterior parte de su producción. Se hace necesario, imprescindible, encontrar mercados de consumo, y toda la política inglesa girará alrededor de esta cuestión, para ella absolutamente vital. Lo consigue gracias al liberalismo doctrinario que abre las puertas del continente a sus producciones baratas. Sin embargo, la Europa continental no tarda en reaccionar contra la avalancha de hilados y tejidos ingleses que obliga al cierre de sus talleres de mano. Así en 1804 empieza con Napoleón el “bloqueo continental” que cierra los puertos europeos a la entrada de mercaderías británicas. Las consecuencias del bloqueo no se hacen esperar: cierre de fábricas, despidos de obreros, hambre.

Como a partir de 1788 Inglaterra se ve obligada a reconocer como nación a los Estados Unidos, que comienzan su vida independiente con tarifas aduaneras protectoras de sus industrias incipientes, se le hace cuestión primordial la conquista política o económica de América Latina, el único lugar del mundo donde podía colocarse la producción inglesa. En 1805 la victoria naval de Trafalgar la hace dueña de los mares y permite esta expansión.

Es así que en 1806 y 1807 intenta la conquista política, en la cual fracasa; pero quedó la posibilidad de la conquista económica.

Desde 1807 ocupa el ministerio de guerra británico Roberto Enrique Stewart, vizconde de Castlereagh, y con él se produce un cambio en la política exterior inglesa. Contrario desde un principio a la expedición de Whitelocke, Castlereagh es partidario, con respecto a América Latina, de “aproximarse como mercaderes y no como enemigos”.

A partir de 1808, este cambio de política comienza a materializarse. El 2 de mayo España entra en guerra contra Napoleón, y por lo tanto, de enemiga que era de los ingleses, se transforma en su aliada. La Junta Central de Sevilla que dirige la insurrección española necesita el apoyo naval y militar inglés y envía a Londres a Juan Ruiz de Apodaca.

El 14 de enero de 1809, por el tratado Apodaca-Cánning se concierta la alianza militar anglo-española donde, en retribución de la ayuda bélica en la península, la Junta Central de Sevilla “dará facilidades al comercio inglés en América”.

A cambio de la independencia política de la metrópoli, la Junta entregaba la independencia económica de América. (5)


2. Apertura del puerto de Buenos Aires.

El 11 de febrero de 1809, Baltazar Hidalgo de Cisneros fue nombrado Virrey por la Junta Central de Sevilla. Es decir, poco tiempo después de la firma del tratado Apodaca-Cánning.

Poco después de la llegada de Cisneros a Buenos Aires (30 de julio de 1809) se llena este puerto de buques ingleses provenientes de Río de Janeiro, que enviaba el embajador inglés en el Brasil – el famoso Lord Strangford – “pues esa plaza estaba tan abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no habían podido evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de que se habían abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto al -comercio inglés los puertos españoles. ” (6) La casa comercial inglesa Dillon y Thwaites, consignataria de uno de los navíos, pide al virrey que le permita “por esta vez” comerciar sus productos. Este es el origen del expediente que dio lugar a la apertura del puerto de Buenos Aires.

El virrey conocía los términos del tratado anglo-español, pero dicho tratado solo establecía la promesa de una “facilidad” que aún no se había traducido en su correspondiente ley. Por eso ordena que se forme expediente: oye al Cabildo, al Consulado, al representante de los comerciantes en Cádiz, y al de los hacendados – la famosa “representación de los Hacendados” de Mariano Moreno –, concluyendo por otorgar el permiso. Como virrey carecía de autoridad para no hacer cumplir la ley que prohibía la libre introducción de mercaderías extranjeras, pero no obró como virrey, sino como marino que era ante una situación extraordinaria. Hallándose documentada la opinión favorable de la mayoría, quedaba a cubierto con la responsabilidad de otros, su propósito de hacer cumplir el – aún ignorado oficialmente – acuerdo con Inglaterra.

En dicho expediente se encuentran tres escritos importantísimos. Son los de Yañiz, síndico del Consulado, y Agüero, apoderado de los comerciantes gaditanos: ambos favorables al antiguo sistema protector. Y el de Mariano Moreno – firmado por un José de la Rosa – abogando por el librecambio. (7)

Agüero a su vez encuentra que la admisión del librecambio ha de producir la desunión del virreinato; incluso profetiza la segregación del Alto Perú. También examinó los posibles efectos del imperialismo económico inglés en la incipiente industria criolla. No sólo la industria local se vería precisada a cerrar por la mayor baratura de las manufacturas inglesas, sino que, una vez que esto sucediera podrían imponer el precio que quisieran, no solo a sus manufacturas sino incluso a nuestros propios productos.

A todos estos argumentos dictados con una lógica práctica, Moreno responde con una andanada de libros: Quesnay, los fisiócratas, Filangieri, Jovellanos, Adam Smith. Tan encerrado en sus teorías está, que llega a decir que la introducción de mercaderías inglesas, en lugar de significar un mal para los industriales criollos, ha de reportarles un gran bien, pues les permitiría imitar la producción británica.

En general, la Representación de los Hacendados, no tuvo mayor trascendencia en cuanto al acto en sí de la apertura del puerto de Buenos Aires.

Así, en 1809, seis meses antes de la Revolución de Mayo, el Río de la Plata pasaba a ser virtual colonia económica inglesa.


3. Política británica ante la Revolución de Mayo.

La caída de la Junta de Sevilla arrastra la de su representante en Buenos Aires, el virrey Cisneros. Si bien la ya fuerte población inglesa del puerto (había en 1810, 124 comerciantes y factores ingleses con un capital estimado entre 750.000 y 1.000.000 de libras) no intervino en los sucesos de mayo, recibió alborozada el nuevo orden político, que sabrá derivar en mejores ventajas económicas. (8)

Una doble política seguirá el gobierno inglés ante el hecho de la Revolución. Con mano visible ayuda a sus aliados españoles a recuperar el dominio, mientras con otra invisible apoye, a los insurrectos. Ejecuta aquélla el almirante Sydney Smith, jefe de la estación naval en Río de Janeiro, y cumple – secretamente – ésta su homónimo Lord Sydney Smythe vizconde de Strangford, embajador en la misma corte. En 1815, no obstante la reposición de Fernando VII en el trono de Madrid, la política inglesa sigue con su doble juego. Por un lado Castlereagh, que ocupa desde 1812 la Cancillería inglesa, vende armas a los rebeldes y facilita la llegada a sus filas de militares capacitados e instruidos; por el otro, se compromete con Fernando VII en el tratado del 5 de julio de 1814 a ayudarlo a reprimir la insurrección. De ambos saca provecho: obtiene de las nuevas repúblicas la ampliación del libre comercio, y logra del rey la promesa de hacer lo mismo si llegaba a recuperar América.

Mientras tanto, en el Río de la Plata, la Primera Junta adopta una política ambigua frente al libre comercio. Pese a que la causa del monopolio era la causa popular y la sostenida por las provincias, por una conveniencia política se mantuvo el régimen de 1809, ya que tampoco convenía enemistarse con Inglaterra.

Si los primeros gobiernos revolucionarios no abrogaron la Ordenanza de 1809; nada hicieron tampoco por ampliar la libertad pedida por el comercio inglés. La resolución del virrey solamente toleraba el comercio con extranjeros, sujetándolo a restricciones que la Primera Junta no creyó oportuno modificar. (9)

La Junta Grande restringe las facilidades al comercio inglés prohibiendo la “introducción de efectos al interior del país, por extranjeros” (10). Las provincias querían alejar lo más posible los resultados perniciosos de la Ordenanza de 1809.

Vencida la Junta Grande, que era una representación nacional, por la conjuración bonaerense del 7 de noviembre de 1811, fueron entregados todos los poderes al Triunvirato porteño. Cúpole a éste y a la Asamblea del XIII el triste honor de abrir franca y totalmente las puertas a la invasión económica extranjera: nueve días después de su creación, el Triunvirato – subsistiendo todavía la Junta – permitió la entrada, libre de derechos, del carbón de piedra europeo, no obstante la industria santafesina de carbón de leña. En la misma política, el 24 de febrero de 1812 se declaraba libre la introducción de azogues, maderas y otros productos. Finalmente, el 11 de setiembre, derogábanse totalmente los derechos de “círculo”, que, según la Ordenanza de Cisneros, pagarían los comerciantes extranjeros, así como la consignación obligatoria a comerciantes nacionales.

Bernardino Rivadavia, secretario y verdadero impulsor del Triunvirato, fue el alma de esta política. Y así como el 11 de setiembre consolidaba el colonialismo económico con la derogación de los derechos de “círculo”, el 20 de octubre abandonaba a los españoles – por sugestión de Lord Strangford – la Banda Oriental y los pueblos entrerrianos de la margen derecha del Uruguay, provocando con esta actitud la lógica reacción de Artigas y del entrerriano Ramírez. También ese mismo año producíase, por la actitud del Triunvirato ante las reclamaciones del Dr. Francia, el aislamiento definitivo del Paraguay.

Finalmente la Asamblea del año XIII, provinciana en apariencia, pero elegida y controlada por la Logia porteña, dictaría el 19 de octubre de 1813 la resolución definitiva, dejando nuevamente sin efecto la consignación – establecida el 8 de marzo – que se encontraban obligados a efectuar los comerciantes extranjeros. Desde esa fecha, éstos quedaron admitidos en libre e igual competencia en todas las actividades comerciales. Igualdad que, en la práctica, significaba hegemonía para los de afuera.

Las medidas del Triunvirato, y sobre todo las de la Asamblea, provocaron la explicable reacción del comercio y la industria locales. En 1815 se reúnen en “Junta General” y publican un manifiesto donde critican severamente la política liberal de la Asamblea, y piden una serie de puntos: que los comerciantes extranjeros emplearan dependientes nativos, que se prohibiera la navegación de cabotaje a los buques extranjeros, la prohibición de introducir manufacturas que pudieran producirse en el país, etc. (11)

Pero el gobierno tenía que desenvolverse entre el conflicto de los intereses económicos nacionales y las conveniencias diplomáticas internacionales. Y sacrificaba aquellos a éstas, cuando la necesidad urgía; de allí que a nada llegaran los industriales y comerciantes criollos. En la misma política, Venezuela rebajaba los derechos de importación para Estados Unidos e Inglaterra de 17 1/2% al 6 %, que significaba prácticamente entregar la industria local en pago de la ayuda foránea.

La independencia política se lograba al precio de la dependencia económica.

Al inclinarse hacía 1820 la guerra de la independencia hispanoamericana a favor de los insurrectos, Castlereagh pensó seriamente en reconocer el nuevo orden. Debería apresurarse antes de hacerlo Estados Unidos y Francia y sacar de América española los mejores frutos económicos y políticos. Y antes de madurar dos peligros en el nuevo mundo (que en el futuro podían llegar a uno solo): la unidad hispanoamericana sostenida por Bolívar y San Martín que acabaría con la disgregación localista trabajada desde Londres, y la explosión plebeya y nacionalista de las montoneras en el Plata, que amenazaba barrer del gobierno la complaciente clase “bien pensante” de firme mentalidad liberal. (12)

Para no dejar solo al Reino Unido en esta política, Castlereagh quiso asociarse con Francia, que trabajaba desde 1817 en el establecimiento de monarquías de la Casa Borbón, común a Francia y España, en los nuevos estados americanos. Muy bien podían unirse los propósitos dinásticos y de extensión cultural de Francia con los intereses mercantiles ingleses. Sin embargo, esta política no prospera debido al suicidio de Castlereagh en 1822.

A mediados de 1823 se hace cargo del Foreign Office, Jorge Cánning. Este no era muy partidario de monarquías Borbón ni ejércitos franceses; más bien deseaba una serie de repúblicas aristocráticas de nativos, sostenidas contra rebeliones plebeyas por mercenarios pagados por el dinero inglés. En esta gestión lo ayuda Joseph Planta, antiguo subsecretario de Castlereagh y ahora jefe del negociado de Hispanoamérica en el Foreign Office. Con Planta desenvuelve la política de empréstitos (ya iniciada bajo Castlereagh) para atar con firmeza a las nuevas repúblicas – aún no reconocidas – al dominio de Londres; manda cónsules generales con abundantes partidas de gastos reservados a fin de manejar discretamente las cosas mientras vence la resistencia de Jorge IV y Wellington al reconocimiento de la independencia.

El primer cónsul general en Buenos Aires, por recomendación de Planta – de quien era pariente – fue Sir Woodbine Parish.


Notas:


(1) El presente tema ha sido extraído y resumido del libro Defensa y Pérdida de nuestra Independencia Económica, y parcialmente de otras abras del autor que se citarán oportunamente.

(2) Ver Vocabulario al final de la obra.

(3) Ya en 1639 el Cabildo ordena que se suspendan los “permisos de vaquear” durante 6 años, debido a la escasez de ganado. En 1700 se cierran nuevamente las vaquerías por 4 años; en 1709 durante un año; en 1715 nuevamente durante 4 años. V. Defensa y Pérdida de nuestra Independencia Económica , p. 28.

(4) Rivadavia y el Imperialismo Financiero.

(5) Rivadavia y el Imperialismo Financiero.

(6) Petitorio de Dillon y Thwaites al virrey Cisneros, en D. L. Molinari, La Representación de los hacendados de Mariano Moreno; citado en Defensa y Pérdida de nuestra Independencia Económica .

(7) Yañiz sostiene que la libertad de comercio significaría la ruina de la industria americana. La técnica manufacturera vernácula no podría enfrentar al maquinismo de la industria inglesa, la cual por sus precios más baratos terminaría por arruinar las fábricas locales y reducir a la indigencia a una multitud de hombres y mujeres.

(8) Rivadavia y el Imperialismo Financiero.

(9) Defensa y Pérdida de nuestra Independencia Económica .

(10) Dictado el 28 de junio de 1811 a pedido del Cabildo de Mendoza. Citado en Defensa y Pérdida de nuestra Independencia Económica , p. 51.

(11) El Censor, Nº 5.

(12) Rivadavia y el Imperialismo Financiero.

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