viernes, 6 de julio de 2012

LOS JUDÍOS EN LA ARGENTINA: UN ENFOQUE ANTROPOLÓGICO. EL FACTOR ÉTNICO.



por Norberto Ceresole


La antropología, en estos tiempos de posmodernidad, al igual que muchas otras ciencias llamadas "humanas", ha sufrido un proceso de re-fundación ideológica acorde con la búsqueda de un mundo in-diferenciado. El canon, como veremos, señala a toda diferenciación como un pecado; o más bien ella, la diferenciación, está originada por el pecado (Génesis, La Torre de Babel). Dos procesos canonizados van en paralelo: el del Holocausto y el de la hegemonía teológica del judaísmo. Ambos tienen el mismo objetivo: asegurar la dominación de los dominadores en este "nuevo orden mundial".
Surje así el hoy llamado, en Occidente, "pensamiento único", que en esencia es una refundación del pensamiento científico, en el sentido de lograr una "indiferenciación del mundo". Las ciencias llamadas "humanas", que hasta este momento habían funcionado en base al estudio de las diversidades o identidades, se transforman en "el pensamiento de la unidad", de lo indiferenciado, de lo único (un dios, un pueblo, una lengua). Si la zoología, por ejemplo, fuese una "ciencia humana", hoy se definiría a las jirafas y a los elefantes como dos especies "casi iguales", porque ambas tienen cuatro patas, un aparato digestivo, etc.
Este proceso de re-fundación del pensamiento científico es una de las consecuencias más importantes de un proyecto de convergencia teológica entre un judaísmo hegemónico y un cristianismo subordinado. El objetivo es la in-diferenciación del mundo, la creación de "ciencias humanas" negadoras de las identidades, para lo cual es preciso crear una "ciencia de la unidad" en contraposición a la "vieja" ciencia de la diversidad.
Todo debe encontrarse bajo el manto de: un solo dios -Yahveh-, un solo pueblo -el elegido-, una sola lengua -la del imperio. De allí que, por ejemplo, en los últimos diccionarios occidentales de antropología el concepto "raza", que en otras épocas fue fundacional en esa disciplina, esté ahora presentado como algo ya inexistente.


Ethnos y Genos

La obsesión de los intelectuales judíos residentes en Occidente, básicamente los integrantes del judaísmo ilustrado, por reescribir y expurgar manuales y diccionarios -no sólo de antropología- no se condice con los fundamentos genéticos (o genealógicos) sobre los cuales ha sido redactado el Antiguo Testamento. Tal vez no exista ningún otro libro en la historia humana, diseñado como proyecto ideológico para incitar a la acción, donde se insista con tanta intensidad y pasión en la necesidad de mantener la pureza genética (genos) por encima de la pertenencia nacional (ethnos). Así como hay una historia ideológica narrada, también hay una historia de las palabras, un contexto social, económico y, sobre todo, internacional, dentro del cual esas palabras han sido utilizadas de la forma en que lo fueron.
La palabra griega ethnos fue interpretada de muy distinta manera por los dos "partidos" que fracturaron desde los orígenes la historia de Israel. El "partido" de Pinhas (ó Pinjás) Matatías-zelotes ("ortodoxos") reduce tennos a genos; los judíos asimilados a Roma ("helenistas") y, luego, los asimilados a Occidente, en cambio, revalorizan el ethnos. Generalmente se traduce ethnos por "nación" y genos por "familia o tribu". Es decir que el ethnos tendría un aglutinante cultural o religioso, mientras que el genos mantendría la unidad del grupo a través de la sangre y de la tierra, de la raza, propiamente dicha.
Los judíos asimilados -según se los ha definido desde los comienzos de la modernidad o emancipación- siempre entendieron por "nación" -ethnos- al conjunto de la diáspora: la nación judía como nación "universal" muy alejada de una visión "genética" elaborada por las tribus residentes en Canaán o Palestina o Israel.
La visión genética y/o genealógica del judaísmo es la corriente, al parecer mayoritaria, que hoy se llama fundamentalista. Hay una cosmovisión común entre los zelotes de los tiempos de la guerra judía contra los romanos –que también fue una guerra civil judía- y los colonos fundamentalistas de fines de este siglo XX dC.
También existe una continuidad muy clara entre un judío romanizado como Filón de Alejandría y cientos de miles de judíos laicos que hoy viven en la diáspora, en Nueva York, París o Buenos Aires. Asimismo es posible establecer una conexión entre Filón de Alejandría y la corriente religiosa judía antisionista (o antiterritorial), pero dejaremos esa línea de análisis para más adelante.
Generalmente se acepta que el Deuteronomio y los otros libros "históricos" del AT fueron generados, al nivel de tradición oral, en el "exilio" babilónico (539 aC.), para mantener la unidad de una élite (¿"burguesía"?) semiprisionera de los persas (las escrituras, propiamente dichas, de esa tradición oral, se realizan recién en los siglos II-I aC. Y de ellas sólo perduran las versiones o "traducciones" griegas. La primera redacción en hebreo aparece recién en la baja Edad Media.
No se percibe una auténtica enemistad entre esa "burguesía"[1] judía y la dirigencia burocrática, militar y religiosa del imperio persa, sino todo lo contrario. El Libro de Esdras es precisamente el manual político que Israel hereda y acepta de los persas, con toda su carga religiosa zaratustrana, y su sistema de gobierno claramente vertical y elitista (todo el poder para los "jueces"[2], proclama Esdras, con la misma convicción con que Lenin lanza su "todo el poder a los soviets", unos 25 siglos más tarde). Sin embargo, es esa "burguesía" genética judía quien estructura una enemistad radical con Roma (¿conflictos de intereses?, ¿choque entre sistemas productivos diferentes?[3] ¿o entre estadios productivos distintos?).
Es Esdras quien organiza el Estado luego del retorno del exilio babilónico de la élite judía a Palestina (445-433 aC.). Esa organización del Estado plantea y resuelve los temas básicos del judaísmo genético o fundamentalista: un Dios, un santuario, un pueblo, una elección, una alianza, una ley, una tierra[4]. Esos son los "siete pilares de la sabiduría" del judaísmo genético, elaborados en Babilonia con el fraternal asesoramiento de los persas zaratustranos.
Ese entramado teo-ideológico es lo que impulsa las dos rebeliones judías: contra el dominio seléucida (169-168 aC.) y contra Roma (66-70 dC.). La segunda guerra de los judíos, que finaliza con la ocupación de Jerusalén por Tito en el año 70 dC., es también, al igual que la primera, una guerra civil judía. Y además tiene la ventaja de haber sido relatada por Flavio Josefo, un judío palestino romanizado.
La primera guerra civil judía la inicia Matatías al degollar a un judío "asimilado" unos 200 años después del asesinato intrajudío cometido por Pinhas (ó Pinjás). Pero Pinhas es un personaje que existe en el plano exclusivo de la representación simbólica. Con el crimen cometido por Matatías, la "realidad histórica" pretende reemplazar a la ficción mitológica. Durante la segunda guerra civil judía, guerra contra Roma, los zelotes -y, dentro de ellos, los sicarios- se declaran herederos de Pinhas (o Pinjás) y de Matatías, y enemigos absolutos de los judíos "helenizados" o asimilados.
Toda la historia de Israel, desde sus orígenes míticos ubicados por simple voluntarismo político en los siglos XII-XI aC., hasta la caída de Jerusalén en el 70 dC., es un conflicto sangriento entre los judíos "étnicos" y los judíos "genéticos". ¿Qué fue lo que unió a ambas ramas del judaísmo durante la larga espera de la diáspora, hasta el año 1948 dC.? Lo que Filón de Alejandría llamó "el parentesco supremo": "El parentesco supremo consiste en una ciudadanía única (politeia mia), una ley idéntica (kai nomos o autos) y un Dios único (kai eis theos) que les ha sido reservado a todos los miembros del ethnos"[5]. Para Filón y para todos los judíos de la diáspora hasta nuestros días, "ciudadanía única" quiere decir que el ethnos judío está por encima de cualquier ciudadanía particular, de cualquier patriotismo específico. Es lo que actualmente se llama "doble lealtad", un eufemismo de "ciudadanía única-universal".
Hoy estamos otra vez en el plano de la historia humana concreta. No en la historia, casi siempre mítica, de los judíos, sino en la historia, mítica sólo en sus orígenes, de Israel. No es en absoluto extraño que el conflicto entre judíos genéticos y judíos étnicos se agudice en la exacta proporción en que se agudizan las contradicciones entre el Estado de Israel y su entorno "gentil". Dentro de esa doble guerra, nacional-genética y civil, se ubican los atentados de Buenos Aires.

Raza (genos) y ethnos ("nación" transnacional)

En Occidente "Raza" fue, en efecto, sustituido por "etnia", y "etnia" es definido así: "un grupo humano que posee una lengua, una historia, una cultura e instituciones propias, una religión propia, y que tiene conciencia de su unidad y de su unión". La etnia es entonces una diferenciación cultural, una diferenciación de la cual ha sido excluida la antropología física, el genos.
También dentro de las ciencias sociales francesas, fuertemente dominadas por la mística y la teología judías, la etnología retorna con fuerza renovada, a pesar de todo, y no sin autocríticas[6]. No es casual este retorno. La Nación francesa es el grupo humano dentro de Europa que más está afectado, hoy, por el problema de la identidad. Y el problema de la identidad, siempre, y en cualquier punto del planeta, pasa por una definición antropológica.
A partir de una tímida definición de etnia, el sociólogo alemán[7] Meter Waldmann[8] desarrolla, sin embargo, una interesante teoría del nacionalismo moderno basado en el factor étnico. La definición que hace Waldmann de nacionalismo como radicalismo étnico y como una conciencia aguda de la etnoterritorialidad es particularmente útil. Hoy no existe en el mundo ningún proceso revolucionario que no esté sustentado, en primer lugar, en un grupo étnico, es decir, en una diferenciación ligada a la etnoterritorialidad. Las guerras civiles centroamericanas no fueron sólo un conflicto étnico, sino algo mucho más amplio: un conflicto racial. Los campesinos y marginados eran hombres y mujeres de otra raza, enfrentada desde hace quinientos años con la raza blanca, es decir, con la "civilización occidental".
Pero la dirigencia de esas insurgencias tenía "el alma blanca", al igual que Frantz Fanon, y pretendió reducir un conflicto racial, etnoterritorial y etnohistórico, a un mero "conflicto social", según los cánones del pensamiento socio-económico europeo y norteamericano. Es por ello que terminaron como ministros democráticos de gobiernos blancos totalmente imbricados en el "nuevo orden mundial".

***

Una tarde, al comienzo de la primavera de 1997, sube al mismo vagón del Metro de Madrid donde yo viajaba, un joven matrimonio indígena, de los Andes suramericanos. El hombre llevaba en brazos a una niña, que podría tener un año de edad, aproximadamente.
Primero veamos el escenario. Los usuarios del Metro de Madrid- a diferencia del de París[9], del Underground de Londres, o del U-Bahn de las ciudades alemanas más populosas- son (aún) predominantemente blancos, es decir, son de raza blanca[10]. La entrada de la pareja con la niña llamó la atención.
Los rasgos faciales de la pareja eran ciertamente andinos (¿Ecuador?, ¿Perú?, ¿Bolivia?), pero los de la niña eran acusadamente andinos, extremadamente indígenas, literalmente asiáticos. Era como un grito profundo de una tierra perdida y de una cultura olvidada, que había sido -y sigue siendo- masacrada, expoliada y expulsada hacia la periferia de sus antiguos dominios terrestres por la raza de los blancos y, aun, por los diferentes tipos de mestizos.
Quedé fascinado ante el rostro de la niña. Un rostro no sólo bello casi en extremo, sino racialmente perfecto, sin una molécula de mestizaje. Era un rostro esencial y eternamente distinto a cualquier otro rostro de cualquier otro niño blanco.
Como un indomable ejército de sombras me atropellaron de inmediato los recuerdos.
Treinta años (¡treinta años!) antes de aquella tarde de finales de abril de 1997 yo me encontraba no en un Metro blanco de una ciudad que, contra toda lógica, se empeña en ser "europea" (sea lo que fuese ser "eso"), sino en la cima de los Andes peruanos. Era un joven intelectual "educado" en una universidad blanca, de una ciudad blanca, cosmopolita y culturalmente judaizada (Buenos Aires) y me encontraba provisto de la casi totalidad de la ideología (cultura) blanca (europea): desde Carlos Marx hasta Max Weber, y de la sociología norteamericana "progresista" de la época (que mucho más tarde supe era una herencia del exilio de la "Escuela de Frankfurt"), pasando -naturalmente- por Sigmund Freud y la recién iniciada escuela de sicosociología.
Junto a un pequeño grupo de hombres jóvenes de la élite blanca peruana recorríamos los pueblos de los imponentes Andes centrales peruanos. Durante meses convivimos con los supervivientes demográficos del gran Imperio Inca. Comíamos como ellos, dormíamos en sus casas, tratábamos -siempre con una total muy buena intención- de acompañarlos en sus trabajos.
Ellos nos toleraban más o menos amablemente. Siempre a la distancia. Se protegían de nosotros con la barrera idiomática: fingían no hablar castellano: sólo quechua o aimará. La mayoría del tiempo, en ese tiempo maravilloso, vivíamos a más de 3.000 metros de altura, y muchas veces a 3.500 metros. Era muy difícil respirar. Durante el día el sol era abrasador, durante la noche el frío era espantoso (menos 20 grados, menos 25 grados centígrados).
En un sentido muy concreto éramos, sin duda, un grupos de jóvenes heroicos. Muy al estilo "nuevo hombre". No sólo por el enorme sacrificio físico que ello comportaba sino, sobre todo, por el fin político que perseguíamos. "Campesino: el patrón no comerá más de tu pobreza". Hasta el día de mi muerte, y a pesar de todas las experiencias por las que pasé posteriormente en otros puntos del planeta, muy alejados de aquellas cumbres sobrecogedoras, no olvidaré jamás esa frase que había exclamado, bajo tortura blanca, el gran caudillo inca Tupác Amaru, antes de ser dificultosamente despedazado (desmembrado) por la tracción de cuatro vigorosos caballos españoles aferrados a sus extremidades.
Repartimos cientos de miles de carteles con esa frase impresa debajo de la figura, más bien abstracta, de un campesino. Recién ahora (treinta años después, y gracias a la pareja indígena con esa niña indígena que explosionó en mi conciencia en el Metro blanco de Madrid) veo con espanto el terrible error que habíamos cometido: confundir una clase social abstracta (el campesinado) con una raza explotada (pero viva y -aún- vigorosa) concreta. Esa raza está impregnada de una cultura absolutamente diferenciada respecto de la agresora cultura blanca-occidental. Que por supuesto ha sido adoptada por los mestizos y "cholos" de la burguesía dominadora[11] local.
La liberación de esa raza-cultura no podría provenir jamás de su "conciencia de clase", ni de su "conciencia nacional", ya que ambos son factores inexistentes en el mundo cultural indígena andino. Necesité treinta años para acceder al conocimiento de que sólo la conciencia de raza[12] podía convertirse en ideología liberadora no sólo de los indígenas de los Andes suramericanos, sino también de todos los explotados -blancos y no blancos- del mundo entero.
Conciencia de raza significa saberse miembro de un grupo humano diverso, constituyente de un genos distinto[13], aun cuando durante siglos haya sido considerada y haya vivido objetivamente como "raza inferior" sometida a la "raza superior" blanca-occidental y a las "burguesías nacionales" mestizas en lo físico y/o lo intelectual.
El "mercado mundial" se construyó sobre la base de la "superioridad de la raza blanca". De esa autoconciencia que asume el pensamiento occidental -desde sus orígenes griegos y democráticos, pero sobre todo desde el Iluminismo- surge el capitalismo como hecho mundial, y de allí las posteriores teorías sobre el sistema capitalista y las "clases" sociales.
La revolución de los tiempos por venir eclosionará sólo cuando los miembros de una "raza inferior" resistente -que haya demostrado a lo largo de los siglos su capacidad de resistencia- genere una conciencia de sí con capacidad para enfrentarse a la "raza superior". Las masas explotadas y avasalladas romperán con las servidumbres modernas sólo cuando puedan pensarse a sí mismas como "razas superiores"[14].
Algunos recuerdos son extremadamente crueles, sobre todo por el peso experiencial acumulado después de producido el hecho. En treinta años continuos de actividad política e intelectual intensa, vividos como una guerra natural y perpetua (que fueron en verdad treinta años de fracaso generacional a escala global, estrepitoso y sangriento), ese peso puede llegar a ser casi insoportable. Pero allí está. También nos permite desarrollar un pensamiento teórico basado no en la lectura de un libro, sino en la lectura de una experiencia personal casi intransferible.
El rostro de esa niña, sus extraordinarios rasgos raciales, la conciencia de que ellos no son sólo intransferibles, como las experiencias físicas personales, sino además eternos, todo ello me devolvió al pasado y me enfrentó ante una evidencia que tardó treinta años en producirse. Aquellos hombres y mujeres a los que pretendíamos dignificar no eran miembros de una categoría social genérica, sino supervivientes humanos concretos de una raza que se negó -con tesón y valor sobrehumano- a ser extirpada de la faz de la tierra. Subsidiariamente eran, además, campesinos. 
Supongo que se produjo en mí ese fenómeno que los creyentes denominan "visión"[15]. Visioné treinta años de mi vida en un instante -literalmente- infinitesimal. No sólo las líneas de fractura de la historia humana están localizadas -básicamente- en el factor racial, sino que, lo que es aún más importante, supe que existen "razas superiores". Como por ejemplo la raza a la que pertenece esa niña que durante cientos de generaciones se negó a morir y hoy goza del merecido milagro de su buena salud en el Metro blanco de Madrid.
Mientras miraba el rostro mágico de esa niña que nació en el Asia Continental y estructuró su cultura en los Andes suramericanos, pensaba que yo mismo debía viajar, pocos días después, y una vez más, a otro escenario infernal de opresión racial: el llamado Oriente Medio. Allí los judíos blancos asesinan a cada instante a los indígenas árabes. Naturalmente tienen la comprensión y el apoyo de casi toda la raza blanca occidental.
No es casual que fueran los judíos el primer grupo humano en el mundo moderno en constituirse en "burguesía". El proceso se realizó a partir de un orden lógico inmodificable. Ellos eran el pueblo elegido, luego adquirieron naturalmente la "conciencia dominante" y luego se convirtieron en "clase dominante"[16] porque previamente se habían autoasumido como pueblo, es decir, como raza dominante[17]. La esencia del dominio o de la dominación en la historia (la vieja dialéctica hegeliana de la relación amo-esclavo) es, en primer lugar, el ejercicio de una superioridad racial[18] proveniente de una autoconciencia de superioridad espiritual, en este caso, de origen teológico.
Hubo un judaísmo sin tierra, sin lengua y sin Ley. Fue el judaísmo de la Diáspora. Fue un judaísmo sin historia. "El pueblo judío no posee cronología propia para contar sus años. Ni el recuerdo de su historia ni las épocas que jalonaron sus legisladores le sirven de medida del tiempo porque el recuerdo histórico no representa aquí un punto fijo en el pasado al cual pueda sumársele un año más por cada año que pasa. El pasado es más bien un recuerdo que siempre está a la misma distancia, un recuerdo que no es un hecho pasado sino una realidad eternamente actual: cada individuo considera la salida de Egipto como si él mismo hubiera salido con ellos. No hay legislador a quien quepa el honor de haber renovado la ley con el paso del tiempo: hasta lo que se representa como novedad hay que entenderlo como estando ya presente y escrito en la ley eterna y revelada"[19].
Ahora hay un judaísmo con tierra, lengua y Ley. Es decir, un judaísmo histórico. Hay un paralelismo casi abrumador entre el retorno de la élite hebrea de Babilonia, y la llegada del sionismo a Palestina. En ambas coyunturas, los israelitas tuvieron dos posibilidades. Dedicarse a rehacer el Templo y restaurar las grandes tradiciones religiosas de Israel, lo que significaba incrementar los rasgos diferenciados del judaísmo, o bien no construir un Estado y "marchar al desierto" para la práctica escrupulosa de la Ley.
En ambos momentos históricos optaron por la primera alternativa. En ambos momentos hubo una renovación del Pacto, es decir, una reconstrucción del Templo, o sea: la guerra contra los otros. Hay un hilo invisible que une a Esdras con Netanyahu. "Y por eso Israel se va a referir a Dios no solamente como nación sino como una cosa distinta, que no es ni nación ni pura comunidad religiosa, sino iglesia nacional. Ahí es donde está la gravísima nueva situación que a Israel se le va a plantear Dios aparece no solamente como Dios del cosmos y como Dios de la historia de Israel, sino como Dios de la historia entera" (Xabier Zubiri, El Problema filosófico de la historia de las religiones -ver: nota (10)- op. cit, pgs. 224-225)
"La autoconciencia de los judíos como 'pueblo elegido' fue en parte aceptada y en parte rechazada por los cristianos... En la Europa del medioevo, los judíos -en parte libre y en parte forzosamente- constituían por lo general minorías mercantiles, y fueron así un elemento imprescindible en la formación de la economía monetaria y del 'capitalismo'"[20].

 Frantz Fanon

Fue quien más influyó sobre nosotros en aquellos años. El escritor negro Frantz Fanon, un médico psiquiatra nacido en la Martinica francesa había militado activamente en el FLN argelino. He vuelto a leer, también después de treinta años, los tres libros de Fanon: Los condenados de la tierra, Piel negra, máscara blanca y Escritos sobre la revolución africana.
Para Fanon la negritud, o la conciencia de ser árabe, produce, obviamente, hombres distintos al hombre blanco. La diferenciación racial, el colonialismo, la humillación del colonizado, produce odio, que es la materia prima para la generación de la violencia. No puede haber descolonización sin violencia. Pero la violencia así originada, a partir de la diferenciación racial y de la conciencia que el colonizado toma de ella, es efímera. Esa violencia no es la revolución.
Para asegurar el pasaje de la violencia racial a la revolución social, el colonizado, que odia sobre todo al blanco, tiene que transformar su alma. Es decir se tiene que convertir en "proletariado blanco", desde el punto de vista de su conciencia social. Mientras no transforme su naturaleza racial y la convierta en conciencia social, al mejor estilo del racionalismo europeo, la rebelión no devendrá en revolución. El negro, en definitiva, es un mero colonizado, mientras que el blanco es un simple colonizador.
Resultan particularmente patéticas las páginas de Escritos sobre la revolución africana, en las que Fanon apela a la izquierda blanca francesa -socialistas y comunistas- para que apoyen verdaderamente al proceso de la revolución argelina, y no se atengan a modelos más o menos estrictos de Comunidad Francesa abarcante de una Argelia "autónoma". Fanon, a diferencia de Lenin, murió con la idea de que la "verdadera" revolución era la revolución social europea.
Para Fanon, en última instancia, el racismo del hombre blanco contra el colonizado no blanco no es cualitativamente distinto del racismo del "ario" contra el judío. La negritud de Fanon estuvo siempre recubierta por el manto de plomo de la blancura del racionalismo europeo. En Piel negra, máscara blanca cita extensamente las ideas de Jean-Paul Sartre sobre la "cuestión judía". Ese gran hipócrita es quien prologa el último de los libros del "pobre negro", Los condenados de la tierra. Fanon es uno de los tantos prisioneros del modelo sartreano ario-judío, y lo aplica a las relaciones blanco-negro.
Lo curioso es que Fanon escribió sus ideas casi 20 años después de la fundación del Estado de Israel. El autor de la teoría sobre el colonialismo que más influencia tuvo en el "tercer mundo" de aquellos tiempos, no vio, simplemente, el fenómeno colonial por excelencia. Entre él y la realidad estaba la sombra de Jean-Paul Sartre y de todo un "marxismo-leninismo" laico existencial reelaborado para consumo exclusivo del "tercer mundo". Tal vez la re-lectura de los escritos de Fanon nos dé la clave del porqué la "revolución africana" abortó en un lago de sangre. Ni Fanon ni África pudieron finalmente pensar ni pensarse con independencia de Europa. Una vez más los blancos habían vencido.

El Diferenciador Racial

"Lo único que una persona no puede hacer en la vida es cambiar su naturaleza racial".
Una etnia es un subconjunto humano dentro de una raza. Y son las razas -entendidas como un conjunto de etnias- las que producen las grandes culturas, es decir, las religiones. ¿Cómo separar el Islam de la raza productora de esa religión: los árabes, un verdadero conjunto de etnias? El mismo concepto es aplicable a todas las grandes religiones existentes hoy en el mundo. "Los hombres no se entregan a Dios en abstracto sino como entidades absolutamente concretas, como individuos, y además como individuos que viven en una colectividad, inmersos en una situación religiosa. Ahí acontece el hecho de la diversidad. Cada religión está inscrita en su situación religiosa" (Xabier Zubiri, 120). Cada raza conforma una diferenciación: "Son cuerpos sociales absolutamente distintos, y es natural, que lleven a religiones distintas".
La religión es siempre de un pueblo, de alguien, ". Una religión es esencial y formalmente nuestra religión Por "nuestra" se entiende ante todo que pertenece a ese pueblo. Esto es lo que constituye su diferencia, su estructura formal. Y a esto no hace excepción ninguna religión en la historia. Ni tan siquiera la religión de Israel. La religión de Israel es universal sólo al final, poco tiempo antes de Cristo. A ningún israelita del tiempo de Jeremías o del tiempo de los profetas anteriores se le ha ocurrido pensar que el yahvismo es una religión a la que debe acceder todo el mundo. Al contrario: es la religión de ellos, de Israel. Solamente al final aparece cierto universalismo, y en forma muy determinada: se trata de un universalismo cuyo centro es, sin embargo, el propio Israel. Tampoco el cristianismo hace excepción a esto, pues la vida de Cristo sobre la tierra no es una `comedia'. Cristo quiso convencer de su función y de su persona a los israelitas. Si hubieran creído en él, la función de la religión de Israel hubiera sido esencialmente distinta de la que ha sido después. Ninguna religión hace excepción a este carácter de ser nuestra religión" (Zubiri, 121-122).
Los grandes conflictos intra e inter-religiosos que conmovieron a la humanidad expresaron diferenciaciones raciales: el cristianismo romano "occidental" respecto del mundo judío-oriental y, aun, respecto del propio cristianismo oriental original; el Islam "organizado" de los Omeyas respecto del "anarquismo" irredento de los "beduinos" (pastores) chiítas, la guerra civil alemana de los "treinta años", sur católico versus norte protestante, o más bien: tribus germanas romanizadas contra tribus germanas "bárbaras", y así un larguísimo etcétera.
Los conflictos intra-religiosos tienden a ser conflictos entre distintas etnias dentro de una misma raza. Los conflictos inter-religiosos tienden a ser conflictos entre razas distintas. El verdadero diferenciador de la historia, el fundamento de todas las grandes producciones "culturales" (religiones) y, por lo tanto, el motor de todos los conflictos, es la raza. O, mejor, la voluntad de diferenciación que emerge de las fronteras inter-raciales e intra-raciales (inter-étnicas).
Una persona puede ser, durante una parte de su vida, "proletaria" y, luego, "burguesa", o viceversa; puede ser también "burguesa" con ideología "proletaria", o viceversa, y al mismo tiempo profesar alguna religión oriental como el budismo, por ejemplo. Puede también disponer de dos o más nacionalidades. Cualquier persona puede ser, en un momento de su vida, de religión judía, luego convertirse al cristianismo y, finalmente, abrazar -incluso sinceramente- el Corán.
Es asimismo imaginable que alguien pueda hacer todo eso junto en el transcurso de su vida. Lo único que una persona no puede hacer en la vida es cambiar su naturaleza racial. Puede integrarse a otra cultura, adoptar una nacionalidad y una religión distintas, pero no puede cambiar su naturaleza racial. Durante un tiempo cambia incluso su mentalidad, su "forma de pensar", pero lo que no puede cambiar es su naturaleza racial. Por lo tanto ninguna integración será, finalmente, posible. Serán ficciones más o menos aceptadas por ambas partes, pero la crisis estallará un día u otro.
La crisis de los inmigrantes que hoy conmociona a gobiernos y sociedades en Europa Occidental y los Estados Unidos de América es, en definitiva, parte de una guerra racial, en la cual mexicanos y magrebíes cumplen la función de "proletariado externo", según el modelo de Toynbee.
La naturaleza racial de las personas y, por lo tanto, de los pueblos, es lo único eterno, intransferible e inmodificable que existe en la historia. Es esa naturaleza la que crea culturas y economías específicas, y religiones en conflicto.
Una raza no es, en nuestra definición, sólo un conjunto de personas que poseen rasgos físicos diferenciadores más o menos claros. Es sobre todo una forma de vida, una lengua, esto es, una relación armónica entre: rasgos físicos, entorno geográfico, creencia religiosa, cultura y posición relativa respecto de los centros decisionales de la economía global. Sólo cuando una raza considerada inferior por la raza-cultura dominante (blanca-cristiana a partir del descubrimiento de América) toma conciencia de sí, estará –a partir de ese momento- en capacidad de competir por la supervivencia, primero, y por la hegemonía, después.
Esa toma de conciencia es la antesala de una revolución. Ese magno suceso hoy sólo se puede originar a partir de las grandes desigualdades raciales, culturales y económicas que genera la naturaleza global de las relaciones internacionales. Las revoluciones ya no son -ni podrán serlo jamás en un futuro previsible- cuestiones de "clase" dentro de una misma raza-cultura. La clase obrera inglesa-británica fue fiel a la corona en todas las coyunturas históricas: fue una auténtica clase étnica. Y la clase obrera alemana sólo dio -finalmente- su sangre, por una causa nacional, es decir, por lealtad a una raza-cultura. La historia del siglo XX no refleja ningún caso de solidaridad permanente entre clases sociales pertenecientes a distintas razas-culturas.
Toda verdadera revolución presupone u origina una reforma religiosa. En el nacimiento o en la expansión de una revolución hay siempre una reforma religiosa. "Cuando desaparece el cuerpo social al que la religión pertenece, desaparece también la religión Pierde su razón de ser para el pueblo en cuestión Una religión desaparece de un cuerpo social al volverse tan inoperante como inútil para éste". (Zubiri, 177-178). Es decir, deja de existir la articulación entre religión y estructura social, se produce una disfuncionalidad " entre lo que un hombre pide a una religión y lo que la religión en cuestión le puede dar y le da efectivamente" (176). "Los conflictos sociales no sólo han repercutido en el orden religioso, sino que se han montado o se han querido justificar por motivos religiosos" (175).
Una raza explotada es siempre una "clase" oprimida. Las clases "oprimidas", hoy en Occidente, no se perciben a sí mismas como "clase revolucionaria". Mucho menos aún visualizan la alternativa de solidaridades con las razas explotadas del No-Occidente o de la Periferia de Occidente (como es el caso de la región Iberoamericana).
La solidaridad "horizontal" sólo es imaginable dentro de los mismos espacios raciales y culturales.
Cada gran movimiento religioso es el producto de una gran raza. La religión y, más genéricamente, la cultura, es la "superestructura ideológica" de la raza. Es lo que la representa con mayor rotundidad, es el factor dinámico de la historia. Los conflictos inter-religiosos e inter-culturales son las expresiones de conflictos más profundos entre razas y entre etnias. La cultura -la religión- expresa el conflicto, pero no lo determina.
El conflicto entre el mundo musulmán y el mundo judeo-cristiano, representado desde la última posguerra por el Estado de Israel implantado en Oriente Medio, no es más que la continuación crecientemente radicalizada de una antigua guerra entre la raza árabe -productora de la cultura musulmana- y la raza blanca europea -productora de la cultura cristiana (¿o judeo-cristiana?).
Las culturas (las religiones), si bien derivadas de la naturaleza del factor racial, cumplen un papel vitalmente dinámico en todos los procesos de conflicto. Es claro que una guerra casi perpetua entre la raza árabe y la raza blanca exigió la previa "arabización" de Turquía -núcleo étnico de poder del Imperio Otomano- a partir de la expansión del Islam (lo mismo ocurre con el antiguo Imperio Persa, que previamente había sido "helenizado" por Alejandro). Todo musulmán debe ser capaz de leer el Corán en idioma árabe. Turcos y Persas no son racialmente árabes, pero fueron "arabizados" por la cultura islámica, y ese hecho plantea una situación trascendente en la política internacional actual.
Otros dos elementos que inciden decisivamente en la acción histórica central que asume el factor racial son la geopolítica y la economía. La geopolítica -al igual que la cultura- condiciona -por otros medios- el desplazamiento del factor racial a lo largo de la historia. El empuje militar que durante siglos mantuvo el mundo árabe-musulmán (árabes, turcos y persas) en dirección a la Europa blanca y cristiana -el sentido de esa dirección- sólo puede ser explicado por condicionamientos geopolíticos perennes.
La relación raza-economía es también algo perfectamente claro y perceptible casi a simple vista. En el mundo occidental contemporáneo los conflictos entre ricos y pobres, entre propietarios y desposeídos, entre "burguesía" y "proletariado" son conflictos entre blancos (poseedores) y otras razas subalternizadas. Sólo en apariencia son conflictos entre clases.
La clase dominante se origina en la existencia previa de una raza dominante. El proletariado inglés del siglo XIX, que tanto afectó al espíritu de Engels en el emporio industrial de Manchester, sólo es concebible a partir de una previa expropiación de Irlanda por la nobleza inglesa y la posterior implantación del imperio británico en la casi totalidad del mundo no blanco. Ese proletariado inglés -siempre fiel a la corona- se origina porque hubo un mundo colonial (razas oprimidas) que lo sustentó económicamente, y al cual reprimió militarmente como fiel soldado de un Imperio al cual Marx define como "impulsor del progreso".
Esa relación de predominancia entre raza y clase[21] es aún más evidente, si cabe, en los Estados Unidos de Norteamérica, con su historia de esclavitud interior y de expansión exterior. Es por eso que en la actualidad la raza-clase dominante norteamericana, blanca, rica y cristiana (evangélico-protestante) ve con preocupación las curvas demográficas proyectadas para el siglo XXI dentro de los propios Estados Unidos. Sabe por experiencia histórica acumulada que la dominación racial antecede a la dominación económica, política y espiritual (cultural). Y que una de las formas de acceder a esa dominación racial es por el incremento de la expansión demográfica.
Desde el siglo XVIII, los escritores europeos que razonaron sobre las razas, lo hicieron sobre la base del automatismo que presuponía la superioridad natural de la raza blanca. Todo el desarrollo del mercado mundial que abre el descubrimiento de América por España[22] está basado en la explotación racial de enormes agrupamientos humanos indígenas y negros. En definitiva, la burguesía capitalista en la época moderna se consolida sobre la base de una superioridad racial previamente adquirida. Teniendo este hecho claramente presente fue que Karl Marx dijo que el mundo actual es "...judío hasta en su núcleo más íntimo", y que el significado definitivo de la emancipación de lo judíos lo constituirá realmente "la emancipación de la humanidad del judaísmo" (Karl Marx, La cuestión judía).
Ubicándonos en los años 20 de este siglo XX, vemos que en el "frente oriental" de la cultura alemana, como en la actualidad todo el mundo sabe, la versión soviética del marxismo-leninismo había teologizado el concepto de "clase obrera" o "proletariado". El leninismo soviético, con prolongada anterioridad al acceso de Hitler al poder, había santificado no al proletariado "en sí", sino a su representante, el partido del proletariado. De tal forma que se crea una categoría sociológica muy próxima a la de "raza obrera", en el sentido de que esa clase-raza-partido disponía de virtudes superiores a las de cualquier otra clase, raza, nación, religión o cultura de cualquier época de la historia humana. Esa clase-raza-partido sería -precisamente- la encargada de cerrar la historia, nada menos. Era, en un estricto sentido bíblico -Antiguo Testamento- una categoría mesiánica[23].
Hacia la misma época, en el frente occidental de la cultura alemana existía, perfectamente estructurado, y desde hacía mucho tiempo contando hacia atrás desde los años 20 de este siglo, un pensamiento y una práctica racista occidental, que no sólo estaba referida a la inferioridad de los habitantes de las colonias no europeas de Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, etc. También abarcaba a Alemania y a los alemanes, definidos como barbarie y bárbaros del este, respectivamente. El pensamiento racista europeo-blanco se fundamenta en la dicotomía griegos-bárbaros, es decir, en la escisión que produce la cultura occidental entre un "nosotros" y un "ellos", racionalizada por Aristóteles, en el siglo IV aC., a partir de su pensamiento sobre los pueblos esclavos, que es una teoría de la superioridad racial (helénica) propiamente dicha.
En Francia fue Arthur de Gobineu (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas) quien en el siglo XIX re-inicia un pensamiento racista e imperialista, que culminaría en los años treinta de este siglo con un nacionalismo francés (Charles Maurras) perfectamente estructurado (con muchísima anterioridad a la edición de Mein Kampf), agresivo y totalmente diferenciado del nacionalismo alemán.
Pero es naturalmente en Inglaterra donde con más fuerza arraiga el racismo imperial, es decir, la convicción profunda que asume la burguesía expansiva sobre la absoluta y definitiva superioridad de la raza blanca y la consiguiente hegemonía del sistema capitalista[24]. Hobbes fue el primer gran racista del Iluminismo capitalista inglés: "El hombre es el lobo del hombre". La plenitud llega con Malthus, quien elabora su famosa "ley" demográfica a pedido de la empresa que lo empleaba como directivo: la Compañía de las Indias Orientales. Sin embargo, fue Marx quien racionaliza finalmente el sistema británico de pensamiento (según una expresión de Oswald Spengler, en El socialismo prusiano), enlazando armónicamente la idea británica de la superioridad racial (recordemos sus opiniones sobre los mexicanos, los irlandeses y los indios -de la India-; y sobre personalidades como Simón Bolívar, entre otros) con la omnicomprensibidad del capitalismo: "La sociedad burguesa es la organización histórica de la producción más desarrollada y la más variada posible. Debido a este hecho, las categorías (de pensamiento) que expresan las relaciones de esta sociedad, y que permiten comprender su estructura, permiten al mismo tiempo comprender la estructura y las relaciones de producción de todas las formas de sociedad..." (Contribución a la crítica de la economía política).
Así, aprisionado entre la superioridad de la "raza obrera"[25] del comunismo soviético, y la superioridad de la raza occidental de los imperialismos británico y francés, surge la ideología germánica, que no es sino un "suspiro de una raza oprimida"[26]. Hay, sin embargo, un mundo cultural e ideológico de distancia entre la estrategia de alianzas inter-raciales que proponía el general-profesor Karl Haushofer y la política de aniquilamiento racial del general Sharon. Con el Estado de Israel ante nuestras narices, ¿Cuál es el valor que puede adquirir la condena al nacional-socialismo? ¿Acaso no fue Alemania una etnia disidente no occidental sino "fáustica", perseguida y reprimida por el "verdadero" Occidente?
Los conflictos internacionales del futuro se fundamentarán en el "factor racial". Él se perfila como la verdadera base de las diferenciaciones que distingue a las distintas culturas-economías que dividen entre sí a los distintos agrupamientos humanos, tanto en el orden internacional cuanto en el interior de cada sociedad.
Ante la verificable decadencia de Occidente, la idea de superioridad racial -ya sea para los incas, los eslavos, los alemanes, o los árabes- se constituye hoy en el núcleo de cualquier estrategia revolucionaria. De cualquier impulso geopolítico transformador. Es la esencia de los conflictos internacionales del futuro.
 
LA ETNODEMOCRACIA Y LA ETNOTERRITORIALIDAD

El fracaso de las "revoluciones raciales" no asumidas
Prácticamente todo el llamado "proceso de descolonización" registrado en el planeta a partir de la última posguerra fueron guerras de "liberación raciales no asumidas". Fueron las guerras de las distintas razas del mundo oprimido contra la hegemonía (en un sentido estrictamente gramsciano de la palabra) de la raza blanca, que se desarrollaron a lo largo y ancho de toda la geografía mundial, las que fueron denominadas "guerras de liberación nacional".
El subdesarrollo cultural (ideológico) de los propios actores de esas guerras les imposibilitó asumirlas como lo que realmente eran: guerras raciales de liberación. La gran excepción en este sentido fue la Juana de Arco argentina, Eva Perón, quien en unos escritos hechos poco antes de su trágica muerte (1952) -rescatados del olvido, hace pocos años, por mi querido amigo Fermín Chávez- manifiesta un pensamiento y una fuerza emotiva realmente original y verdaderamente revolucionaria, ya que traza una frontera etno-social e histórica infranqueable entre la raza de los humildes (descamisados) y la raza de los oligarcas (poseedores): "Yo estaré... con Perón y con mi pueblo, para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes de los pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad; y él sabe que me consume el amor por mi raza, que es el pueblo"[27].
En un primer momento, las guerras raciales de liberación quedaron sepultadas bajo la lápida de plomo del racionalismo, es decir, de la modernidad. Sus principales actores se asumieron a sí mismos como "nacionalistas" y "modernizadores".
Esta etapa ya está suficientemente estudiada, por lo menos en lo que respecta al mundo árabe. Algunos dirigentes de esas revoluciones cometieron, a escala de la política mundial, el mismo "pequeño" error -en otra escala, por supuesto- que cometimos mis amigos y yo hace treinta años en los Andes peruanos: mirábamos a los orgullosos sobrevivientes de una raza y de una civilización que había sobrevivido a la implantación del mercado mundial blanco, como si fueran meros campesinos. Mao Tse tung nos había "iluminado": en apariencia, pero sólo en apariencia, había reemplazado "clase obrera" por "campesinos" en el esquema racionalista del marxismo-leninismo. Pero en aquellos tiempos no veíamos sino apariencias.
 
Mayorías y minorías. Oprimidos y Opresores.

Siempre se ha definido a la Argentina como a una "colonia blanca". Pero desde el punto de vista antropológico Argentina es un Estado -en el sentido moderno del concepto- pero aún no es una Nación, ya que consta de por lo menos dos grupos étnicos que son fundamentalmente diferentes y difícilmente integrables, excepto por mecanismos de dominación de uno sobre el otro. Los núcleos de ambos grupos étnicos son inintegrables por su distinto origen, por su práctica confesional cotidiana -aun dentro del catolicismo-, por su historia y su cultura, pero sobre todo por su idiosincracia y sus concepciones políticas. El peronismo había amortiguado esa diferenciación confrontativa, pero la contrarrevolución blanca antiperonista volvió a abrir la brecha, en 1955.
Esas dos fracciones poblacionales, histórica y territorialmente enfrentadas, son indudablemente dos etnias distintas, esto es, dos grupos que poseen una historia, una cultura, un determinado territorio, vivencias religiosas, y conciencia de su unidad y, sobre todo, de su diferenciación, no con un "otro" (grupo étnico) convivencial, sino con su verdadero enemigo social, histórico, territorial y racial.
El grupo mayoritario es el "hispano-criollo", definido como "negros", o "Cabezas Negras", o "Cabecitas Negras", como lo denomina despectivamente el grupo cuantitativamente minoritario, bajo una forma diminutiva, naturalmente.
El grupo minoritario es el de los blancos-europeos cuya conciencia religiosa, racial, cultural, territorial e histórica los hace sentir naturalmente distintos a los "aborígenes"[28]. No sólo esencialmente distintos, sino sobre todo, superiores. El grupo cultural y religioso hegemónico dentro de la etnia minoritaria es el judío asquenazi. Sus vinculaciones con los terratenientes y financieros son las vinculaciones típicas de una clase-étnica, ya que tiene un remoto origen racial (marranos en el Río de la Plata) y religioso.
En el grupo minoritario es más clara la existencia de un núcleo étnico desde el cual se origina la ideología abarcante de todo el grupo o clase dominante. Por el control que ese núcleo mantiene sobre un aparato cultural que había sido previamente conformado, en el Siglo XIX, sobre la base del esquema racionalista europeo de "civilización versus barbarie"[29], la cultura blanca hegemónica tiende a arrastrar al conjunto de los blancos-europeos contra los "negros" (hispano-criollos) aborígenes.
De tal forma la minoría demográfica, con un núcleo etno-cultural incuestionablemente judío y una periferia judaizada, se transforma en mayoría política dentro de un sistema institucional que, por eso mismo, carece absolutamente de legitimidad. Su modernidad ha caducado hace ya mucho tiempo.
Una minoría étnica desde el punto de vista de proporción numérica respecto de la mayoría, se convierte en verdadera "mayoría", es decir en "clase hegemónica" a partir de su relación con el territorio (etnoterritorialidad): el factor territorial es vital en el proceso de autoconciencia que el etnogrupo elabora sobre sí mismo y sobre su "oponente" (enemigo).
En la Argentina el etnogrupo minoritario ha logrado apropiarse del heartland, del corazón espacial y, recientemente, ha elaborado una nueva Constitución Nacional, absolutamente "democrática" en lo formal, orientada a legalizar la independencia posible de ese heartland, respecto de su zona de influencia: los espacios etnoterritoriales de los "aborígenes". El entorno territorial de la mayoría "negra" es el resto del espacio llamado nacional, que es un espacio, in extremis, prescindible.
De esta manera, a partir de la relación grupo étnico/territorio (entendiendo por "territorio" la propiedad de los medios de producción, que en su origen fue la tierra) la minoría se transforma en mayoría. Naturalmente estamos haciendo referencia a un territorio, a un espacio, que no es meramente físico. Lo vital, ya logrado, es conquistar la hegemonía sobre los espacios culturales y, aun, espirituales. Para ello el grupo étnico minoritario se apoya en la ciencia occidental y en la teología institucional occidental, respectivamente.
"Se utiliza la denominación 'minoría' aun en casos en que el grupo en cuestión represente la mayoría de la población de un país, siempre que esté económica y políticamente dominado por una reducida capa social de diferente origen étnico"[30]. Ejemplo: la anterior situación en África del Sur, o los orígenes del Estado de Israel en Palestina[31].
Peter Waldmann plantea dos modelos distintos sobre el desarrollo de las relaciones entre minoría y mayoría, "... según que el grupo inmigrado se adapte a la etnia huésped o la someta... En el primer caso, continúa Waldmann, la relación tiende a desarrollarse armoniosamente, ya que la población autóctona puede mantener su posición dominante y limitar la corriente inmigratoria según su parecer. En cambio, si la población autóctona es vencida y dominada por los inmigrados, los futuros conflictos están programados de antemano, ya que los sometidos nunca olvidarán que el territorio les había pertenecido; además, al no emigrar en su mayoría, su amargura y sus deseos de revancha representará una amenaza permanante para los nuevos amos coloniales" (p.16).
La clase obrera argentina, pero sobre todo las masas de desocupados y marginados que habitan en las "Villas Miseria" (otro concepto entre irónico y despectivo acuñado por los ilustrados judíos y judaizados nativos) es el ejemplo típico de una "clase étnica". Su comportamiento político es indesligable de un marco nacional definido por esa misma clase en tanto mayoría étnica y demográfica de la sociedad. Asimismo, en la Argentina "... la relación entre la mayoría y la minoría no puede ser reducida a un simple esquema de dos clases"[32]. La Argentina es una sociedad afectada por un conflicto central que es el de las relaciones de dominación establecidas entre una minoría étnica -y aun, racial- que dispone históricamente[33] del poder, y que por lo tanto actúa como si fuese la "mayoría", y una mayoría étnica y racial que es obligada a actuar como "minoría".
La dominación -es decir la explotación- en una sociedad de este tipo, no se establece entre dos clases sino entre dos etnias -y, aun, entre dos razas-, una blanca-europea poseedora no sólo de los medios de producción sino sobre todo de los resortes del poder, y otra aborígen, los llamados "negros". La clase étnica tiene un núcleo autoconsiderado "superior"; asimismo se considera depositario del saber científico y teológico del mundo occidental, al cual pertenece económica y espiritualmente.
La etnia "inferior" es, sin embargo, la etnia mayoritaria. Dentro de esa etnia están las clases y grupos económicos explotados y marginados, desde las capas bajas de la clase media hasta los sectores marginales afectados por la más extrema exclusión.
Ahora bien, esa etnia "inferior" pero sin embargo cuantitativamente mayoritaria, se sigue considerando, empecinadamente, "propietaria histórica del territorio", es decir, depositaria de una cultura que, en su definición más exacta, es nacional. El nacionalismo es así un etnonacionalismo, y el patriotismo un etnopatriotismo. De la misma manera que el conflicto social es un conflicto etnosocial.

Etnia mayoritaria, etnia minoritaria, distribución del poder y control territorial.

La etnia cuantitativamente mayoritaria es políticamente minoritaria –no tiene "representantes" étnicos; se encuentra económicamente desposeída -carece de medios significativos de producción- al final de un proceso histórico de expropiación (desde los telares norteños hasta las fábricas militares de alta tecnología)[34]; y además está socialmente excluida: fue expulsada hacia territorios geográficos considerados secundarios por el sistema de poder edificado por la etnia blanca minoritaria (Patagonia, Noroeste, zonas marginales urbanas y suburbanas, etc.). Además, carece de cualquier tipo de presencia en los "aparatos culturales" de la "nación" así construida. Desde las universidades blancas, públicas y privadas, se considera que esa etnia mayoritaria carece, simplemente, de cultura y de ideología.
Naturalmente que ellas existen, pero están diferenciadas, son identitarias, por lo tanto invisibles a los ojos de los ilustrados e iluminados.
La etnia cuantitativamente minoritaria es políticamente mayoritaria –todos "los representantes del pueblo" expresan los diferentes matices de sus intereses- es la propietaria de los pincipales medios de producción y domina los enclaves territoriales estratégicos, principalmente los territorios urbanos y, en especial, el centro administrativo del país: la capital federal. Pero sobre todo esa etnia es absolutamente hegemónica en los "aparatos culturales", estatales y privados.
Hay, hoy en la Argentina, una etnia minoritaria dominante y una etnia mayoritaria dominada. Entre esos dos polos está planteado el conflicto, que es simultáneamente étnico, social, económico, cultural y religioso.
Por ello la gran lucha que se avecina no se dará bajo la forma de un enfrentamiento entre distintas facciones (partidos) de un mismo sistema. Ni siquiera entre dos clases antagónicas. Esas formas de acción ya se han agotado definitivamente.
El nuevo campo de combate estará delineado entre una concepción etnoterritorial de la política (la reconquista de la nación desde su periferia "bárbara" excluida) y un conjunto de partidos (de "izquierda", "centro" y "derecha") que representan el mismo "territorio", la misma "civilización y la misma etnia "extranjera": aquel fragmento de Argentina que hoy, luego de un largo proceso de despojo, dispone de la suficiente "velocidad" económica como para seguir viviendo en un status internacional periférico[35].
Cada día que pasa, la resistencia (fenómeno distinto y distante al de la "oposición") al gobierno es más un fenómeno etnosocial y etnoterritorial que un fenómeno simplemente político.
Por primera vez, tal vez desde 1945 (pero en ese entonces con un movimiento migratorio ya instalado en la Capital Federal Gran Buenos Aires y con acceso a importantes resortes del poder), asistimos a un fenómeno, no tanto político cuanto etnodemográfico, y más que "partidario", etnoterritorial. He aquí un hecho histórico trascendente que debe ser rescatado con toda urgencia: los espacios interiores se han proyectado, por fin, rodeando demográficamente al núcleo administrativo central, hegemonizado por una dirigencia blanca y occidental que logró extrañas formas autonómicas para el viejo puerto "unitario".
Ya más de la mitad de la población que vive en el Gran Buenos Aires (más de 8 millones de personas) no son nacidas en esos distritos, y sí en otras provincias. Si bien no existen datos oficiales al respecto, extrapolando diversas variables, es posible ver con exactitud cuáles son las provincias centrifugadoras de población y cuál la centripetadora. Las provincias con mayor tasa de crecimiento demográfico (nacimientos) son a su vez las de más bajo crecimiento poblacional absoluto. Los grandes cinturones de pobreza y marginalidad que rodean a las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, en ese orden decreciente, son las grandes bombas aspirantes de la población "excedente" de Tierra del Fuego, Neuquén, Santa Cruz, etc. Las grandes regiones despobladas son Patagonia y Noroeste[36].
Este proceso representa una guerra racial. Una guerra de exterminio colonial contra los "bárbaros" originales, primitivos habitantes de un territorio que hoy está siendo vaciado para beneficio exclusivo de la colonización económica en esta etapa de "nuevo orden mundial".
Rodeando al centro administrativo portuario (y a otras grandes unidades urbanas blancas con muchas similitudes con algunas regiones desarrolladas del "primer mundo") se han instalado los "Cabecitas negras" hambrientos y miserables, los "soldados negros", de un futuro "ejército popular" que hoy sólo necesita cuadros de conducción. Ese "etnoejército", ignorado por la clase política y las cúpulas militares, representa aproximadamente, sólo en el "gran Buenos Aires", el 15% de la población total del país. Expresa con claridad absoluta la actual degradación de la Argentina toda, pero también la posibilidad de su transformación revolucionaria.
Expresa, sobre todo, la naturaleza del conflicto futuro; la verdadera polarización de la sociedad argentina.
En el Gran Buenos Aires el 25% de los habitantes viven por debajo de lo que los estadísticos llaman "línea de pobreza". Lo importante del caso es saber que esa "línea de pobreza" ya no será "levantada" por las modificaciones naturales del ciclo económico (recesión/expansión/recesión). La expansión ("reactivación", "recuperación") dentro del ciclo no modificará la tendencia por la cual el funcionamiento tanto del plan económico como la racionalidad de la teología de la globalidad exigen una exclusión etno-social y etno-territorial constante y creciente.
Así funcionan hoy en la Argentina las relaciones entre política, sociedad y economía. Y no es para menos. En esas "villas miseria" instaladas entre el Gran Buenos Aires y la Capital Federal viven más ciudadanos que la totalidad de habitantes que hoy puebla la inmensidad de la Patagonia argentina.
Si bien gran parte de la pobreza, de la marginalidad y de la exclusión excede largamente la geografía "villera" en la Argentina[37], ya que ella es abarcante de toda una etnia, es decir, una cultura, los hombres que la producen y el suelo que pisan, conviene recordar que esos asentamientos de horror están habitados, en una gran mayoría por "negros"jóvenes. El 50% de la población total de las villas tiene "edad carcelaria" o, por lo menos, "pre-carcelaria". En efecto, el 50 por ciento de esa población son menores de 14 años, mientras que los menores de 22 años representan el 60% del total.
La forma que la violencia está tomando en la Argentina es idéntica a la de otras estructuras sociales "subdesarrolladas" y/o marginales respecto del "ecumene". Eclosionan en el seno del grupo social más reprimido y excluido, en toda la línea que va desde una cárcel hasta una villa miseria, desde donde en verdad se alimenta el incremento de la población carcelaria. Esa franja demográfica es joven, pobre y "negra". Ser pobre, ser "negro" y ser joven es ya, en sí, un pre-delito, dados los parámetros culturales dentro de los cuales se mueve nuestra sociedad "multi-racial" con hegemonía blanca, europea y con una clase media profundamente judaizada[38].
En esa amplia franja etnodemográfica de "negros", pobres y excluidos y, aún más, dentro de las crecientes poblaciones carcelarias, cada vez más jóvenes y cada vez con menos oportunidades, puede estar oculto el coraje que necesita la revolución nacional y etno-popular en esta etapa de las guerras globales interraciales.
La mecánica de las últimas rebeliones carcelarias demuestra que dentro de las prisiones se reproducen los mismos mecanismos de poder que existen fuera de ellas, sólo que sin la mediación de un sistema político, que es lo que ya está desapareciendo en la sociedad no carcelaria. En la prisión, el cumplimiento de una orden emitida, para asegurar su efectivo cumplimiento, debe estar basada en la pura violencia. Fuera de la prisión, la violencia, que es mucho más desmedida y, aun, efectiva, actúa sólo en última instancia, luego de un proceso tendiente a lograr consenso, en primera instancia. Esa primera fase es lo que desaparece cuando entra en crisis el sistema político.
En muchos casos la delincuencia es un acto de rebelión realizado por personas cuya formación cultural y política ha sido planificada y acotada por la etnominoría gobernante. La pregunta necesaria es ¿Por qué tan pocos excluidos -"negros", pobres y jóvenes- optan por el camino de la violencia social, siendo el caso de que sus opciones, dentro de la "legalidad" blanca, son cada vez más estrechas? En verdad ha sido esa "legalidad" no sólo "burguesa" sino además étnica quien los ha convertido en "penados".
Hay una gran similitud entre la violencia que ejercen los "delincuentes" sociales negros-pobres y la que ejercen los cuadros más bajos de las policías que también son pobres y "negros".
Naturalmente que el hombre no ha nacido esencialmente bueno. La violencia está incorporada, en grados diferentes, en los circuitos nerviosos de los individuos. Sólo que es mucho más probable que un violento rico-blanco puede causar mucho más daño social, dado el complejo entramado de "protecciones" de que dispone, desde las educativas hasta las de seguridad.
No hay más delincuentes sociales porque todavía existe el recuerdo de la existencia de un "Estado de bienestar", y la secreta esperanza, en esos grupos excluidos, de que retornará, algún día, mágicamente. En ese punto radica, precisamente, su incultura política: en su incapacidad de traducir la violencia individual que existe en ellos en "estado químicamente puro", por así decirlo.
En gran parte, muchos de esos hombres jóvenes que se han convertido en líderes en un mundo que sólo acepta el lenguaje de la violencia (es decir, que ha descartado absolutamente el lenguaje "político"), no han podido evadirse de la violencia pura proyectada hacia la violencia política, por falta de traductores. No pueden pasar del yo al nosotros.
En una época existió en la Argentina mucho coraje instalado en los sectores más iluminados (en el buen sentido de la palabra) de la clase media blanca. Pero era un coraje ideologizado que no pudo conectar con la "cultura popular negra". En gran parte aún afectada por el cálido recuerdo de un Estado de bienestar al que siempre invocó -en tanto pasado- la "resistencia" peronista. En gran parte esta Argentina oprobiosa que hoy existe se fundamentó en el enorme crimen que significaron esos "cadáveres necesarios"[39].
Puede que hoy no quede otro camino que ir hacia el segmento más violento del "bajo pueblo". Y comenzar por entender sus "penas", la naturaleza de las "penas" que sufren los "penados". Sólo a partir de allí se podría intentar "traducir" su violencia, orientándola hacia el enfrentamiento con una sociedad satánica que nos destruye a todos, todos los días. Todas las otras formas de existencia de los "negros" pobres -desde las sindicales hasta las religiosas- ya fueron conquistadas por el enemigo desde hace mucho tiempo.
Ese camino incluso debería ser promovido o al menos aceptado por aquellos sectores de las fuerzas de seguridad que deben convivir con el peligro de la violencia social de los excluidos. Sería la forma de evitar la estratificación en el tiempo de una "violencia horizontal" que enfrenta a "negro pobre" contra "negro pobre". La traducción, es decir, la politización de la violencia pura, su transformación en violencia organizada hacia objetivos polarizados entre el "nosotros" y el "ellos", sólo puede traer beneficios para los "negros de uniforme" y para una parte, al menos, de sus jefes.
A nivel de hipótesis en la Argentina se abre la posibilidad de la insurgencia de grupos político-militares que en gran parte constituyen antiguas y nuevas fracturas de las Fuerzas Armadas y , aun, de Seguridad, cuyas cúpulas son parte del campo enemigo. Las transformaciones profundas que proponemos sólo se podrán lograr desde un proceso de interacción entre nuevas organizaciones políticas emergentes y franjas de las fuerzas armadas y de seguridad que dispongan de un proyecto alternativo al de las actuales cúpulas.
La gran lucha que se avecina no se dará bajo la forma de un enfrentamiento entre distintas facciones (partidos) de un mismo sistema. Esa forma de acción ya se ha agotado definitivamente. El nuevo campo de combate estará delineado entre una concepción territorial de la política (la reconquista de la nación desde su periferia excluida) y un conjunto de partidos (de "izquierda", "centro" y "derecha") que representan el mismo "territorio": la Argentina que dispone de la suficiente "velocidad" económica como para seguir viviendo de un status internacional periférico.
Las Argentinas que marchan a velocidades económicas cada vez más lentas estuvieron hasta el momento falsamente representadas a través de "señores feudales" y de filiales de "partidos" cuya casa matriz tenía como función primordial evitar que esas regiones se integraran al núcleo económico de alta velocidad.
La ruptura de la unidad nacional y el fraccionamiento territorial se originan en esas fallas cuasi geológicas que nacen desde las distintas velocidades de los diversos espacios económicos de un mismo país, y que amenazan con convertirse en fracturas profundas e irreversibles.
Los recientes movimientos sociales que se han iniciado en regiones históricas tradicionales, de fuerte concentración demográfica (y, por lo tanto, de alta expulsión de población hacia otras zonas con velocidades más elevadas), y con contenidos culturales que hacen al fundamento de este país; esos movimientos sociales están inscriptos en el nuevo espacio de combate antes delineado. No son movimientos que aspiren a sumarse a filiales de partidos o de sindicatos cuya casa matriz está instalada en Buenos Aires. Son movimientos cuya única posibilidad de supervivencia está localizada en un giro copernicano de los contenidos políticos tradicionales. Incluso en una transformación esencial de los viejos discursos culturales, incluidos los discursos "nacionalistas".
A partir de la movilización popular del 16 de diciembre de 1993, ocurridos en la Provincia de Santiago del Estero, tuve el honor de ser convocado para elaborar los grandes lineamientos de un documento político representativo de la creciente conciencia existente sobre el vacío de poder que se avecina y sobre las formas y los mecanismos disponibles para enfrentarse a las líneas de fractura del poder tradicional.
El siguiente texto ejemplifica la creciente conciencia que existe sobre las enormes perspectivas que se abren para el ingreso a la Historia:

"MANIFIESTO DE LOS PUEBLOS DEL NOROESTE ARGENTINO

El viejo proyecto nacional, liberal y mercantilista, con epicentro en el puerto de Buenos Aires, ha llegado a su fin.
Ese modelo reconocía la hegemonía social de una oligarquía agraria, industrial y financiera de naturaleza intermediaria y ausentista; y la vigencia, impuesta con un alto costo social y geopolítico, de una cierta idea de nación dentro de la cual quedaban excluidos todos los hombres y tierras de la Argentina que no servían al modelo.
La permanencia en el tiempo de ese modelo que concebía a la Nación Argentina de manera unitarista (pero nunca unitaria, en el sentido de la necesaria igualdad que debe existir entre hombres y regiones de una misma Patria) provocó espantosas destrucciones humanas y geográficas. Millones de compatriotas fueron excluidos de los circuitos de la producción y del consumo. Cientos de miles de kilómetros cuadrados de espacio nacional pletóricos de vitalidad económica fueron expulsados de los negocios limitados y limitantes de la aristocracia financiera.
Así, ese modelo de país se convirtió en una inmensa e implacable maquinaria de producción de hombres sin tierra y de tierra sin hombres. Se fabricó una nación con una galería iconográfica de "próceres" de una libertad iluminista que nunca alumbró a los hombres de esta tierra. Una "patria" abstracta e irreal fue la imagen que pretendió reemplazar a los hombres reales de sus tierras concretas.
Los argentinos fuimos perdiendo rango, dignidad y territorio. Quedamos indefensos ante las agresiones externas e inertes ante los que gerenciaban el modelo de cara al interior pero al servicio del exterior. Millones de argentinos sin tierras, habitantes humillados de un país inmenso pero impedido de producir, se agolparon en los horribles paisajes devastados que rodean a los grandes centros urbanos.
Esos compatriotas que fueron expulsados de las regiones argentinas que conforman la patria real vaciada por el modelo oligárquico/financiero, ya no son siquiera mano de obra industrial barata: hoy conforman un miserable ejército de servicio en un país sin industrias, sin transportes y crecientemente fragmentado.
Los pueblos del Noroeste Argentino decimos que cada minuto que prolongue su existencia ese modelo devastador será un tiempo robado a nuestra existencia y a la existencia de nuestros hijos. Será un tiempo robado a todos los argentinos que pretenden hacer crecer a todas las regiones argentinas.
Afirmamos que queremos recuperar nuestras tierras malversadas por oligarquías que las pervierten manteniéndolas improductivas para perjudicar a los hombres y mujeres que nacieron en ellas. Pero fundamentalmente queremos recuperar a nuestros hombres, mujeres y niños que han quedado prisioneros de una mugre suburbana degradante e indigna. A ellos les hacemos llegar este mensaje de lucha allí donde estén. No sólo para hablarles de un retorno, sino para fomentar su capacidad de resistencia y de solidaridad, allí donde estén.
Queremos recuperar nuestras tierras y nuestras familias no para aislarnos de otras tierras y de otras familias argentinas, sino para construir un poder con capacidad para expulsar a los que hasta ahora lo utilizaron para degradarnos como pueblo y como patria.
Queremos construir una nueva patria con nuestros hombres enraizados en nuestra tierra. Y sabemos que ello nos llevará a un conflicto irreversible pero absolutamente necesario con los dueños de un país que lo gerencian en beneficio de intereses foráneos.
Proponemos la conformación de una nueva Nación Argentina bajo una forma política, económica y social radicalmente distinta a la que hasta el día de hoy ha implementado la oligarquía financiera. De una nación que renazca desde sus regiones históricas y geográficas, recuperando sus riquezas físicas y humanas sistemáticamente enajenadas.
Esta magna tarea, profundamente patriótica por lo integrativa y solidaria, exige una renovación absoluta en la manera de concebir a lo político y a la política. La visión de una Argentina integrada por regiones histórico/geográficas habitadas por productores solidarios, exige romper con una actividad política dentro de organizaciones subsidiarias de centrales ubicadas en un puerto que fue la sede tradicional de la aristrocracia financiera.
La lucha actual de nuestros pueblos nos ha hecho comprender que la política puede y debe ser entendida por nosotros como una actividad absolutamente independiente del unitarismo mercantilista. El centro de gravedad debe pasar de los "barrios altos" de la ciudad portuaria a los "barrios bajos" de las regiones históricas, donde se acumula un enorme potencial de resistencia que es, al mismo tiempo, nacional y popular, regional y solidario, integrativo e igualitario.
Por eso lanzamos el Movimiento de los Pueblos del Noroeste Argentino, que más que una idea política es un proyecto de vida con epicentro en nosotros mismos. Una voluntad de supervivencia alejada de cualquier actitud de subsidiariedad, sea ésta hacia la "izquierda", hacia el "centro" o hacia la "derecha" porteñas, tres formas simétricas que hacen a un mismo engaño, a una misma visión de país unitarista y exclusor.
Este Movimiento enraizado en la tierra, conformado por familias de nuestra tierra y por muchos otros argentinos de buena voluntad, aspira a conformar una expresión solidaria e integrativa de todo lo nacional, que ya no puede ser una definición histórica, cultural y geográfica aportada desde un único centro opresor. El país que proponemos será lo que realmente ya está siendo: una suma de culturas solidarias y su necesaria expansión productiva orientada a consolidar un nuevo poder nacional que nos aporte auténtica capacidad de supervivencia.
Como habitantes perpetuamente humillados por poderes hostiles disfrazados de una ideología liberal/nacional, no proponemos como alternativa ningún otro "nacionalismo" mágico, sino la puesta en marcha de hombres reales que se quieren apropiar de sus tierras para construir un nuevo país. Desde esa perspectiva hacemos también un llamado a nuestro Ejército del Norte, para que se convierta en una fuerza que proyecte dignidad y fortaleza al Ejército Argentino, que ha sido empujado a un estado de debilidad e indefensión coherente con la propuesta del modelo de la oligarquía financiera. Queremos, en definitiva, que los fusiles de nuestro ejército sean los fusiles de nuestro pueblo.
Santiago del Estero, Noroeste Argentino"

CAPÍTULO 4 de La Falsificación de la Realidad


NOTAS

[1] Existe una bibliografía muy amplia sobre interpretaciones marxistas de la Biblia (judía y cristiana). Destacaremos solamente las obras clásicas de los franceses F. Belo, Lectura política del Evangelio, Zero-Zyx, Madrid, 1975; y Michel Clévenot, Approches matérialistes de la Bible, París, 1976.
[2] Dirigencia político-militar y religiosa judía.
[3] Los textos sobre el "modo de producción asiático" se encuentran en Sur les sociétés précapitalistes, textes choisis de Marx, Engels, Lenin (con prefacio de M. Godelier), Sociales, París, 1977.
[4] Antonio González Lamadrid, Las tradiciones históricas de Israel, Verbo Divino, Estella (Navarra), 1993. La importancia del "santuario único" proviene no sólo de una necesidad de centralización política, sino de la fuerza infiltratoria de las "religiones impuras" en la periferia geográfica del Estado. Respecto de la "alianza" dice el Dr. González Lamadrid: "Entre los miles de documentos desenterrados por los arqueólogos en Anatolia, Siria y Mesopotamia, han aparecido varios ejemplares de tratados o pactos hititas, arameos y asirios, construidos sobre un esquema más o menos uniforme (que) presentan afinidades significativas con la alianza bíblica, hasta el punto de que muchos estudiosos creen que los autores sagrados se han podido inspirar en ellos a la hora de expresar las relaciones de Dios y su pueblo" op.cit, p.45.
[5] De specialibus legibus, IV, en Obras completas de Filón, Acervo Cultural, Buenos Aires, 1975.
[6] Philippe Poutignat y Joselyne Streiff-Fenard, Théories de l'ethnicité, PUF, París, 1995. Este libro incluye un trabajo de Fredrik Barth: Les groupes ethniques et leurs frontières.
[7] En Alemania, por supuesto, el concepto "raza" está absolutamente prohibido. Especialmente en las ciencias sociales.
[8] Peter Waldmann, Ethnischer Radikalismus. Utilizamos la traducción castellana: Radicalismo étnico, análisis comparados de las causas y efectos en conflictos étnicos violentos, Akal, Madrid, 1997. Waldmann, catedrático de sociología en la Universidad de Augsburg, analiza los casos concretos de
Irlanda del Norte, País Vasco, Canadá-Quebec y Cataluña; y define al nacionalismo contemporáneo como un radicalismo étnico. Así, la cuestión nacional, en el mundo pos-guerra fría, se manifiesta como la eclosión de etnias situadas dentro del territorio de los nuevos Estados. Así hoy se manifiesta el nacionalismo: como etnopatriotismo y etnoterritorialidad. Sin duda se trata de una definición precisa si analizamos los conflictos en el antiguo bloque socialista. No sólo en los Balcanes se manifestó -y se manifiesta- el conflicto bajo la forma de etnoterritorialidad. También lo hace en muchas otras regiones, como en el Cáucaso (chechenos versus rusos) y en Moldavia (rumanos versus rusos), para mencionar sólo a dos escenarios de conflictos. Sería un gravísimo error reducir los conflictos etnoterritoriales a meras diferenciaciones culturales. Por supuesto que ellas existen, pero como "superestructura".
[9] Marc Augé, Un ethnologue dans le métro, Hachette, París, 1987. "Es ciertamente un privilegio parisiense poder utilizar el plano del Metro como una ayuda de la memoria, como un desencadenador de recuerdos, espejo de bolsillo en el cual van a reflejarse y a agruparse en un instante las alondras del pasado".
[10] El concepto de raza que empleamos a lo largo de este trabajo es el que corresponde al utilizado antiguamente por la antropología física y, aun, por la mayoría de los antropólogos culturales. En nuestro caso está despojado de cualquier connotación -a priori- ideológica o moral. Señala simplemente un hecho que es posible medir con instrumentos diseñados científicamente. No hay ideología sin raza. El pensamiento occidental, desde Aristóteles, es la ideología de la raza blanca. La forma de producir pensamiento -entre el "mágico" y el "científico", pasando por el religioso- es algo específico de cada grupo étnico y/o racial. La relación entre el pensamiento y la práctica social del grupo, y no tanto sus elementos bio-antropológicos, aisladamente considerados, es lo que define a una etnia o una raza. Este hecho lo señala acertadamente el filósofo católico español Xabier Zubiri, en su obra El problema filosófico de la historia de las religiones (Alianza, Madrid, 1993). Toda religión, dice Zubiri, es nuestra religión. Es el pensamiento de un grupo, tribu o raza específico. Existe una articulación específica e irrepetible entre un pensamiento religioso y un grupo social "productor" de ese pensamiento.
[11] La relación que establecen los mestizos mentalmente occidentalizados ("blanquizados") con los indígenas explotados es, ante todo, una relación de dominación racial. Sobre esa base -y nunca a la inversa- se desarrolla la explotación económica, social y política.
[12] Cuando una raza oprimida por otra u otras comienza a pensarse a sí misma se produce un fenómeno absolutamente normal, tanto en el plano de lo individual como en el nivel social. Toda conciencia de sí produce el impulso hacia la independencia o la autonomía. En el plano social es absolutamente verificable que no puede existir liberación sin conciencia de superioridad, es decir, sin que el dominado adquiera previamente conciencia de superioridad. La superioridad es un pensamiento históricamente localizado, y no solamente la exaltación de uno o más rasgos físicos perennes. La liberación del proletariado que proclamó el comunismo se manifestó, en el plano cultural, como superioridad del proletariado en tanto clase-raza. Fue Ernst Nolte el primero en señalar la enorme influencia de esta conceptualización sobre la Alemania de los años 30. La idea nacionalista de raza aria, dice Nolte, no es más que una reacción a un desafío de "superioridad proletaria". El proletariado, en versión soviética, fue una clase étnica, o una raza social.
[13] Conciencia de raza es el pensamiento que un determinado grupo humano, racial y culturalmente diferenciado, desarrolla sobre sí mismo, en relación tanto con su entorno físico cuanto en relación con otros grupos humanos. En un principio es la conciencia de raza desarrollada en base a diferenciaciones físicas preexistentes e inmodificables, lo que define, en términos actuales, a una raza. No hay raza sin conciencia de raza. "Toda religión es nuestra religión" (Zubiri).
[14] Como lo puso de manifiesto la victoria militar vietnamita contra dos grandes potencias blanco-occidentales, la conciencia de superioridad es imprescindible para desarrollar el proceso de liberación. La conciencia de superioridad es la consecuencia de una interacción -aquí sí, dialéctica- entre pensamiento (subjetivo) y rasgos físicos diferenciales (objetivo). Ese pensamiento no es en absoluto similar a la secreción química de sustancias que produce un determinado nivel de organización biológica. El mejor ejemplo hoy existente que marca la diferencia en la calidad de los procesos (la biología respecto de la historia), lo muestra el comportamiento de la raza negra norte-americana. Su liberación se inicia con una toma de conciencia de sí, que se produce a partir de la adopción del Islam como pensamiento rector. El Islam fue el producto cultural de otra raza, la árabe. Pero su adopción por la negritud norte-americana demuestra su eficacia como factor catalizador de procesos políticos complejos y, sobre todo, de nuevo tipo.
[15] Tal vez una visión similar a la que tuvo Friedrich Engels, y que relata en su Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas: "En Manchester, me había dado yo de bruces con el hecho de que los fenómenos económicos, que hasta ahora no desempeñaban ningún papel o solamente un papel desdeñable en la historiografía, constituyen una potencia histórica decisiva, por lo menos en la historia moderna: de que forman la base sobre la que surgen las actuales contradicciones de clase ; y de que estas contradicciones de clase, en aquellos países en que han llegado a desarrollarse plenamente gracias a la gran industria... sirve a su vez de fundamento a la formación de los partidos políticos y, por consiguiente, a toda la historia política. Marx no sólo había llegado a la misma concepción (en 1844), sino que ya para entonces la había generalizado, en el sentido de que, en términos generales, no es el Estado el que condiciona y regula la sociedad civil, sino ésta la que condiciona y regula al Estado: de que, por tanto, la política y su historia deben explicarse partiendo de las relaciones económicas y de su desarrollo, y no a la inversa".
[16] "Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante". Marx, La Ideología alemana, Feuerbach, contraposición entre la concepción materialista e idealista.
[17] El dominio y la sumisión son los dos polos inexorables del movimiento de la historia. No hay liberación para todos. Sólo para los oprimidos, que se "liberan" oprimiendo a su opresor. Esa definición se autoexcluye, así, de pertenecer al cuerpo dogmático de los que sostienen un "fin de la historia". El final de la historia fue inicialmente planteado por el pensamiento religioso del "mundo antiguo". Fue el rasgo distintivo del judaísmo, que percibe el fin de la historia como el retorno del Mesías producido por la acción del pueblo elegido en la tierra prometida. Los cristianos y los musulmanes acentúan la Parusía como cierre de los movimientos históricos. En el mundo occidental, dos son los grandes sistemas de pensamiento que pivotan sobre el cierre de la historia: el marxismo y el neoliberalismo, a partir de la sociedad sin clases, uno, y del ciudadano satisfecho, otro. Sólo la polarización dominio/esclavitud deja abierta la historia, especialmente en las tres dimensiones dramáticas que siempre tuvo la vida humana: infinitud, injusticia y revolución.
[18] Desde sus mismos orígenes, los judíos se percibieron a sí mismos como raza diferenciada, es decir, como pueblo elegido. Siempre acentuando tanto los rasgos físicos de diferenciación (la genealogía) cuanto los rasgos culturales, es decir, religiosos. El pueblo judío está conectado entre sí y se sustenta a lo largo de la historia por la presencia de "un Libro" que fue adoptado por varias etnias y razas, familiarmente unidas entre sí. Sin embargo, hoy hay una etnia-raza dominante -la esquenazi- dentro del judaísmo, que se manifestó como tal a partir de la terrenalización del judaísmo, es decir, a partir de la construcción (política) del Estado de Israel. Esa relación entre dominación y sumisión -tan temida por tantos judíos religiosos no sionistas- dentro del mundo judío contemporáneo, es la base de los conflictos que actualmente sacuden a la sociedad y al Estado de Israel. La enorme fuerza que a lo largo de la historia propició la supervivencia del pueblo-raza judío -y la decadencia de otros, como los "arios"- está llegando a su fin: la teología se empantanó en la historia.
[19] Reyes Mate, Memoria de Occidente, actualidad de pensadores judíos olvidados, Anthropos, Barcelona, 1997, pag. 167.
[20] Ernst Nolte, Nietzsche y el nietzscheanismo, Alianza, Madrid, 1995, p. 116.
[21] La predominancia de la raza por sobre la clase, o la relación de causa a efecto que existe entre ellas, es uno de los temas más antiguos que genera la cultura occidental. Los historiadores de la antigüedad atribuyen a Hesíodo (Los trabajos y los días, un texto al que se supone escrito entre el 730 y el 690 aC.) el establecimiento de la división racial que diferencia a los hombres, y que causa las diferentes ubicaciones sociales de cada uno de ellos. Las "razas metálicas" de Hesíodo son verdaderos estamentos sociales. En lenguaje sociológico, los hombres de las razas de oro y de plata, son los miembros de la "clase dirigente" ("justos" los primeros, "injustos" los segundos, y por lo tanto exterminados finalmente por Zeus); los de la raza de bronce, los guerreros "sin cerebro"; los de la raza de los héroes, los "guerreros-filósofos" (los únicos seres humanos dignos, según una precisión posterior de Sócrates [quien acepta el "modelo social" de Hesíodo, construido unos dos siglos antes, en Platón, La República]) y, finalmente, los de la raza de hierro, quienes representan la función productora (el "proletariado" propiamente dicho). Tenemos así racialmente tipificada a la humanidad a partir de los documentos más antiguos escritos en lengua poscuneiforme (poscananea) que hoy se conocen, las Teogonías griegas: lo que significa que ellas ya nos hablan de clases raciales o de razas sociales.
[22] "La conquista española funda una sociedad nueva, porque instituye el mercado mundial y porque permite -al derramar sobre Europa un dinero barato- la acumulación primitiva del capital". Pierre Vilar, El tiempo del Quijote, en La decadencia económica de los imperios. A todos estos conceptos: "mercado mundial", "dinero barato", "acumulación primitiva" se los debería explicar a partir de un hecho básico que era -es- la explotación racial.
[23] La reacción alemana se podría definir como el "Suspiro de la Etnia Oprimida" en el sentido que Karl Marx le daba a la idea: "La religión es el opio del pueblo, el suspiro de la criatura oprimida", Tesis sobre Feuerbach, 11.
[24] La empresa colonial de Livingstone y Stanley no finaliza con la organización de la explotación del África negra, la India y otros espacios "de color". La empresa colonial británica genera una cultura incluso literaria, cuyo momento culminante se encuentra en las obras de Edgar Rice Burroughs y de Rudyard Kipling. Las novelas de ambos pretenden demostrar que la supremacía blanca es particularmente evidente en el mundo colonial.
[25] Para sociedades con fuertes conflictos confesionales, como el caso de Irlanda del Norte, se han desarrollado los conceptos de "clase étnica" y "clase confesional". "En la literatura especializada se está generalmente de acuerdo en que las relaciones entre los dos grupos confesionales no se pueden reducir a un simple esquema de dos clases, ya que ni los protestantes pertenecen en su totalidad a las capas altas y medias ni tanpoco todos los católicos a las bajas" (Peter Waldmann, Radicalismo étnico, op. cit, p. 199).
[26] Algunos grupos nacional-socialistas cometieron un grave error ideológico al definir el concepto de raza (superioridad racial) otorgándole un carácter determinante a la bio-antropología. La primacía de lo físico sobre lo cultural le quitó al nacional-socialismo la trascendencia que tuvo y tiene la idea de "pueblo judío". Fue esa perversión ideológica lo que evitó que el nacional-socialismo lograra diferenciarse lo suficiente de Occidente. Es imposible imaginar al judaísmo como raza opresora fuera del poder material de Occidente. Adolf Hitler redujo el problema a una dialéctica menor, equivocada y, por lo tanto, mortal para su propio pueblo. No percibió que la contradicción principal estaba localizada entre Occidente+judíos versus mundo germánico o raza aria+eslavos, en general. No aplicó al Occidente los mismos conceptos que aplicó al Oriente (mundo eslavo) de su tiempo, al que percibió gobernado por los judíos, en el mismo momento en que Stalin estaba procediendo a la desjudización del bolchevismo. Por lo tanto limitó fatalmente el problema judío a definiciones intrascendentes sobre la "raza judía" como "parásito del pueblo" o "bacteria de la humanidad".
[27] Eva Perón, Mi Mensaje, prologado por Fermín Chávez, en septiembre de 1987, Grijalbo, Barcelona, 1996, p. 119. Sucede que en la Argentina los humillados (para usar un concepto del Imam Hussein Fadlallah, ideólogo del movimiento liberador Hezbollah, genuino representante de la raza
árabe-musulmana) son los llamados, despectivamente, "cabezas negras" o, simplemente, "negros", por los blancos inmigrantes. Parte de esos blancos inmigrantes son judíos askenazis. El grito de Eva Perón tiene un carácter especialmente revolucionario en un país donde existía un Partido Comunista integrado por judíos askenazis, en un 90%.
[28] Utilizamos indistintamente la palabra "aborigen", u otras similares, no para designar una franja poblacional propiamente indígena, que en la Argentina es prácticamente inexistente, sino para definir al hombre de la tierra argentina, al hispano-criollo, que fue capaz de absorber y de subsistir luego de una importante inmigración "gringa" hasta ya bien entrado el siglo XX. Por lo demás no fueron las inmigraciones posteriores las que modifican el "perfil nacional", sino la incapacidad y/o complicidad de los "civilizadores" nativos para encuadrar culturalmente esa inmigración posterior, que se consolida con la etno-revolución antiperonista de 1955. Respecto a los "civilizadores" argentinos del Siglo XIX aún no se ha hecho -que yo sepa- un estudio relacional entre los orígenes de la oligarquía como clase social y el criptojudaísmo en el Río de la Plata. Ese estudio debería ser encarado en base a las modernas concepciones antropológicas que llevaron a muchos investigadores europeos, en los últimos años, a hablar de "clases étnicas" y de "clases confesionales" para referirse a fenómenos esencialmente nuevos como el etnonacionalismo en Irlanda del Norte, en Quebec (Canadá) y en el País Vasco.
[29] La totalidad del racionalismo europeo del siglo XIX, y muy especialmente el racionalismo colonial europeo, se manifestó bajo la forma de la alternativa excluyente "civilización versus barbarie". Son los colonizadores europeos los que se asumen como "civilizados" en relación a los indígenas colonizados, o "bárbaros". Pero, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina, el "civilizado" es jurídicamente extranjero respecto del "bárbaro". Creo que sólo en la Argentina "civilizados" y "bárbaros" no son técnicamente extranjeros unos de otros; son los civilizados los primeros en escribir la historia argentina. El momento extremo en la dicotomía "civilización" versus "barbarie", es decir, blancos versus aborígenes lo marca Theodor Herzl en El Estado Judío. Pero Herzl, a diferencia de los "ingenieros sociales" del Siglo XIX argentino, se manifiesta claramente como extranjero respecto de los "indígenas".
[30] Waldmann, op. cit, p.15 
[31] La invasión, pero sobre todo la colonización de Palestina por judíos blancos, europeos primero y norteamericanos después, se hizo según una metodología muy similar a la implementada en la Argentina hacia finales del siglo XIX por el general Roca en su Campaña del Desierto contra los indígenas, a los que exterminó. En ambos casos las poblaciones nativas fueron casi exterminadas. El Antiguo Testamento fue asimismo intensamente utilizado en los Estados Unidos de Norteamérica, convertiéndose allí en cobertura ideológica de la masacre de indios por blancos que evocaban al "Dios de Israel".
[32] Waldmann, op. cit. p.16.
[33] Es decir, que accede al poder según un proceso histórico perfectamente conocido y totalmente "cuantificable", desde el criptojudaísmo de la oligarquía terrateniente hasta el socialsionismo de un importante sector de la burguesía financiera actual.
[34] En esta etapa del proceso histórico argentino es el Ejército otra de las instituciones que finalmente se judaíza, luego de su "guerra sucia", de su catastrófica derrota en el Atlántico Sur y, finalmente, de su empeño por liquidar la industrialización militar. La judaización del ejército coincide con su descerebración tecnológica y su impotencia estratégica. Yo he escrito varios libros sobre la historia política e ideológica del ejército en la Argentina. Entre otros ver: Tecnología militar y estrategia nacional, ILCTRI, Buenos Aires, 1991. Hoy el ejército llamado argentino es un hecho cultural aberrante. El 8 de marzo de 1996, Día Internacional de la Mujer, su jefe de Estado Mayor condecoró a la judía alemana Emily Schindler con la "Gran Cruz al Mérito Civil", considerando tal vez que no existían mujeres argentinas con capacidad para merecer esa distinción. Comenzaba, simplemente, un proceso de control judío sobre el ejército que continuaría con la designación de un mediocre novelista judío como director del Centro de Estudios Estratégicos. Las derrotas militares y las cobardías estratégicas se pagan muy caro.
[35] Norberto Ceresole, Subversión, contrasubversión y disolución del poder, CEAM, Buenos Aires, 1996. En especial el Capítulo 8, que incluye el "Manifiesto de los pueblos del Noroeste Argentino".
[36] Ver: Proyecciones de la población por provincia según sexo y grupos de edad, 1990-2010, INDEC-Centro Latinoamericano de Demografía, Buenos Aires, 1995.
[37] Existe una franja aún más excluida de argentinos que viven en casas abandonadas, debajo de puentes o, simplemente, en las calles; y otra un poco menos excluida, pero mucho más numerosa, que está ligeramente por encima del nivel de subsistencia. Toda esa demografía tiene un origen y una naturaleza étnica absolutamente definida: son los "Cabecitas Negras" de los iluminados.
[38] La vida intelectual del país, el proceso de formación de valores, se ha convertido, desde hace décadas, en un coto reservado de la inteligentzia y la Inteligencia judías. La clase media blanca argentina, cualquiera sea su origen nacional o étnico, ha sido y es el receptor natural de problemáticas específicamente judías, que se manifiestan incluso en el lenguaje, los gestos y la "manera de ser" en general. Se trata de un grupo social que no ofrece resistencia a la vocación de dominio de la etnia y de la cultura judía, que se ha afianzado, en los últimos tiempos, como una minoría dotada de un verbo poderoso, que logró apropiarse de una parte esencial de lo que debió haber sido el "patrimonio nacional común vigorosamente construido".
[39] Norberto Ceresole, Argentina: Cultura y Nación ante el "fin de la Historia", en El ocaso de los poderes hegemónicos de la política mundial, ILCTRI, Buenos Aires, 1992. En toda América Latina los "asesores militares" (torturadores profesionales) y policiales israelíes, técnicos experimentados en guerra contra-insurreccional, jugaron un papel destacado en la represión "antiguerrillera", al mismo tiempo que el Estado de Israel hacía buenos negocios con los militares nativos que administraban el Estado.

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