martes, 24 de enero de 2012

SOCIALISMO DE ESTADO


por Rafael Uribe Uribe

(Conferencia dictada en el Teatro Municipal
de Bogota, en octubre de 1904).

Suele la prensa tomar la tarea docente más a lo serio de lo que fuera menester, para declararse depositaria única del saber político y económico y para estar llamando de continuo ante su Cátedra o su tribunal a abencerrajes y zegríes para calificar su ignorancia o su competencia y expedirles o negarles títulos de liberalismo o conservatismo y hasta de probidad o improbidad.
Cierto diario de la ciudad, en ejercicio mas que otro alguno de ese presuntuoso magisterio, viene fastidiándome hace algún tiempo con el mote de socialista de Estado, solo porque propuse que el Estado Contribuyera a remediar los males que él mismo ha producido, y que no se habrían presentado sin su arbitraria Intervención en las relaciones comerciales de los ciudadanos Porque el Estado reemplazó la moneda metálica, de estimación y curso libres, por el papel moneda, de estimación y Curso forzosos; porque lo ha emitido sin regla ni medida; porque repetidas veces ha quebrantado la fe pública con respecto a ese papel, o sea a la cantidad existente y a las promesas de cambio o valorización; y porque en virtud de ese atropello de la libertad económica suministró el instrumento del agio, trastornó las nociones del valor, desquició las bases de la propiedad y del trabajo, alteró la medida de los cambios y fundó los elementos del desastre, Sonsacando los capitales del empleo útil y reproductivo en las Industrias, para lanzarlos en el juego de bolsa y en la usura; de ahí deduje y deduzco todavía el deber en que esta quien tuvo la culpa de la perturbación para restablecer el orden económico o Intentarlo siquiera.
Pero ahora quiero Ir más lejos: en vez de rechazar, acepto la imputación de socialista de Estado y la reivindicaré en adelante como un título. No soy partidario del socialismo de abajo para arriba que niega la propiedad, ataca el capital, denigra la religión, procura subvertir el régimen legal y degenera, con lamentable frecuencia, en la propaganda por el hecho; pero declaro profesar el socialismo de arriba para abajo, por la amplitud de las funciones del Estado en la forma precisa que paso a expresar.
Todo hispanoamericano ha sido víctima de las teorías de publicistas europeos como Smith, Say, Bastiat, Stuart Mill, Spencer, Leroy y Beaulieu y demás predicadores del libre cambio absoluto y de las célebres máximas del laissez faire, laissez passer, un mínimum de gobierno y un máximum de libertad, mientras en el nuevo Continente hemos venido aplicando hace tres cuartos de siglo esas lucubraciones especialmente en lo económico; los países de esos escritores, Francia la primera, se han complacido en no escucharlos y en practicar todo lo contrario. De este modo, esas doctrinas han sido allá, casi en un todo, literatura para la exportación, que los americanos hemos pagado a doble costo el precio de los flamantes libros y la apertura de nuestros mercados a los productos europeos. A tal punto que si no fuera insospechable la buena fe de esos tratadistas, sería de pensar si no habrían obrado de acuerdo con sus gobiernos respectivos para tendernos una red, haciéndonos adoptar una línea de conducta que ellos se cuidaban bien de no seguir, conforme a la palabra del cura libertino: orad como os predico, no conforme al ejemplo que os doy. Lo cierto es que al paso que en Europa y Estados Unidos han adoptado prácticas sólidas, visibles y tangibles, que los tienen ricos, aquí nos hemos alimentado de idealismo etéreo, el manjar menos nutritivo que se conoce. Así estamos de pobres, flacos y desmirriados.
¿Qué nos han dicho los escritores europeos en materia de socialismo de Estado? Esto, en resumen: “El cáncer que mina a los países americanos que hablan español es el socialismo de Estado, que mata la iniciativa individual, fomenta la empleomanía, falsea su misión y corrompe la sociedad. No debiendo tener el gobierno más atribuciones que las de dar leyes, ejecutarlas y administrar justicia, se le adscriben, además, las de construir ferrocarriles y otras obras, dar educación, dirigir bancos, reglamentar la beneficencia y otras funciones exóticas. Un Estado empresario, banquero, maestro y limosnero no puede menos de olvidar sus deberes esenciales y cumplir mal las facultades ordinarias para que ha sido creado. Quien mucho abarca poco aprieta”.
Nadie negará que a los países hispanoamericanos los han aquejado desgracias inauditas y que algunos de ellos, como el nuestro, han estado al canto de la ruina y disolución total. Pero son muchas y muy complejas las causas que a tal situación los han traído, y si el mal entendido y peor practicado socialismo oficial ha podido ser una de ellas, mayor influencia han tenido la raza, la educación, el clima, y los hábitos y antecedentes históricos que desde la metrópoli española obraron en sus colonias.

EUROPA Y AMERICA

Las condiciones de estos países poco o nada tienen de común con los de Europa, y, por consiguiente, las teorías y las prácticas aceptables allá no pueden plantearse aquí sin el beneficio de inventario de una prudente adaptación. Escasea allá la tierra cultivable; y la que hay no produce sino a poder de abonos y labor; mientras en América tenemos vastas extensiones ubérrimas, no apropiadas todavía, y que cualquiera puede ocupar. De ahí que entre nosotros la propiedad no sea cuestión que se debate; aquella palabra de Proudhon que él creía tan grande que en mil años no resonaría otra igual: “la propiedad es un robo” suena en el dilatado Nuevo Mundo como una paradoja sin sentido, pues a ese titulo no hay aquí nadie que no pueda mediante centavos, hacerse ladrón, con solo capitular unos baldíos.

LA DIVISION DE CASTAS

El reinado de la libertad no ha podido aún abolir en la mayor parte de las naciones europeas la división de castas, procedente del sistema feudal: nobleza, clase media y pueblo. Monopolizan los unos la riqueza raíz, la influencia social y política, la buena educación y los goces de la existencia, en tanto que a los otros les toca invariablemente por ley de nacimiento el lote del trabajo y de la vida dura. El régimen monárquico predominante en todas esas naciones, menos dos, asegura por siglos todavía la permanencia de la desigualdad tradicional y humillante. En América, la república y la naturaleza nos han hecho a todos iguales ante la ley, si todavía no ante la costumbre, la fusión ya muy avanzada de las razas, ha destruido casi todo prejuicio de sangre; con talento, ciencia y virtudes no hay ninguna altura a donde un americano no pueda trepar, porque la conformación social o legal se la veda. Oscura por el color, pero mil veces luminosa por el talento y la virtud, es la huella de un Robles al través de nuestra política.
Para la ambición no hay aquí más barreras que las que cada cual lleve dentro de si mismo.

LA LUCHA ENTRE EL CAPITAL Y EL TRABAJO

Al través de las centurias han venido acumulándose en Europa enormes capitales, gran cultura intelectual y singulares aptitudes para las artes, aptitudes aumentadas por la selección, la herencia y la educación. Juntos, el dinero y la capacidad, han creado, por la sola virtud del interés particular, grandes fabricas e infinitas empresas. Pero al frente de los patronos se presentan los ejércitos de los obreros, las legiones densas y organizadas del pauperismo y del proletariado, animadas por un sentimiento, listo a convertirse en un pensamiento, pero conscientes ya de su derecho y resueltas a reivindicarlo. De ahí la lucha recia entre el capital y el trabajo, cuyos ecos nos llegan por el estallido de la dinamita, los estragos de las huelgas y la caída de los reyes o de los presidentes asesinados. ¿Qué caso semejante ocurre en nuestra América joven y libre? Pasara todavía un siglo, quizá dos, sin que esos conflictos se presenten aquí, sobre todo si desde ahora se encamina bien la marcha paralela de los intereses legítimos.

LOS NACIONALISMOS Y LA FUERZA

Complican en Europa una situación ya de suyo tirante y angustiosa, las rivalidades nacionales que obligan al sostenimiento de enormes ejércitos permanentes, causa de triple pérdida de riquezas: la que dejan de crear los millones de brazos sustraídos a la industria, el costo de alimentación, vestido, equipo y alojamiento del soldado, y el valor de los armamentos, municiones, artillería, caballos, medios de transporte y marina de guerra. Qué contraste entre el malestar y sacrificios que ese estado de cosas impone y que con frecuencia los lleva a costosas guerras internacionales, y la tranquilidad con que en cada país americano se puede deliberar sobre disminución del píe de fuerza, economías en el presupuesto de guerra y venta de buques, sin temor a los vecinos. Aclimatados al arbitramento para resolver las diferencias internacionales, y cerrada para siempre la era de las luchas civiles, son horizontes de paz y bienandanza los que se ofrecen a la vista de los patriotas americanos, que bien pueden decir a sus pueblos: “solo cíe vosotros mismos depende el desarrollo de vuestro progreso sin que presión extranjera pueda impedirlo”.

VIEJA Y NUEVA CIVILIZACION

Podría prolongar el parangón, ya muchas veces hecho, del respectivo estado económico y social de Europa y América, pero basta este esbozo para comprobar cuán distintas son las necesidades y las condiciones de las dos civilizaciones, caduca la una, nueva la otra, y cuán absurdo es medirlas con un mismo cartabón. Si enfermos están ambos continentes, la dolencia no es la misma y, por tanto, no puede ser uno mismo el procedimiento curativo, no digo yo que no leamos los libros europeos; al contrario, es menester que sigamos muy de cerca el pensamiento y la experiencia de esos países, pero sin casarnos irreflexivamente con sus sistemas, como lo hemos hecho hasta aquí. No es tanta la sangre que nos hemos hecho por nuestra propia cuenta, como la que hemos vertido por cuenta de Bentham, Tracy, Comte, Darwin, Renán, Zolá, Max Nordau y Nietzsche, de un lado, y el Vieulllot, Dupanloup, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y los autores del Syllabus, por otro. Ni filosofía, ni política, ni legislación, ni literatura original hemos tenido, siendo muy capaces de ello; hemos vivido afiliados a las sectas que en Europa se combaten a muerte en todos los campos de la actividad, y hemos creído muy inteligente, muy estético y muy caballeresco entrematarnos por teoremas que el pueblo a quien hemos arrastrado a los campos de muerte no supo nunca con qué salsa se comían. Por si debíamos adoptar el principio de la utilidad o del deber; por si las ideas entran por los sentidos o se despiertan y vacían en arquetipos preexistentes, al contacto con la sensación; por si hemos de clasificarnos entre creacionistas, evolucionistas y positivistas; por saber cómo debemos llamarnos, si clásicos, románticos o decadentes; y hasta por averiguar la preeminencia entre Wagner y Rosslni, hemos escrito entonces de polémica ardiente, y una vez recalentados los cascos hemos acabado por ir a vaciar la querella al aire libre y con las armas en la mano.

LAS TEORIAS EXTRAÑAS

Pero yo digo que hoy más, al conformar nuestras ideas y al traducirlas en prácticas, debemos tomar el promedio neutral de las teorías exageradas que nos llegan de ultramar, en vez de adoptar unas y otras servilmente. Verbigracia, entre el fatalista “dejar hacer” que asigna al Estado el papel de simple espectador y anonada sus funciones activas, y la fórmula que convierte al gobierno en único motor político y social, propietario único, dispensador de todo bien, y monopolizador de sus energías, hay una transacción a Igual distancia de esas peligrosas opiniones extremas y que debemos adoptar para las peculiares condiciones de América.

A PROBLEMAS PROPIOS SOLUCIONES PROPIAS

Partamos de estos dos principios:
1. El Estado no es órgano de simple conservación sino también de progreso; su fin exclusivo no es mantener el orden, la paz, la obediencia: esa es apenas una condición previa, indispensable para lograr más altos fines. Además de cuidar de lo que encuentra hecho y oponerse a todo deterioro, debe procurar el adelanto. Dentro de la sola conservación del orden, un gobierno puede ser de los peores que existen; para merecer que lo llamen bueno o excelente debe hacer algo más:
impulsar y promover tan poderosamente como pueda la prosperidad del país. Por supuesto que lo primero es la seguridad. Ella resulta de contener los alzamientos, reprimir los delitos, administrar justicia, respetar los contratos, mantenerse y mantener a los demás dentro de la órbita de la ley, y administrar con honradez y economía el tesoro público. Pero una vez sentado el pie en ese firme terreno, es imposible quedarse quieto: hay que Ir más adelante, so pena de ser derribados por el irresistible empuje de los rivales en la lucha por la vida; y
2. Las entidades naturales, o inmediatamente derivadas de la naturaleza, las que en lenguaje militar podrían llamarse las unidades de combate de un país, son el individuo, la familia, el municipio y la provincia o el departamento. Lo primero es reconocerles su autonomía, esto es, sus derechos, su esfera de acción propia, la libre disposición de sus recursos. Pero —y este es mi socialismo de Estado y el que creo debe regir en América— a dondequiera que no alcancen la Iniciativa o el esfuerzo Individual, municipal o seccional, ahí debe ir el esfuerzo colectivo. SI hay un progreso que realizar, pero que esté fuera del alcance de los medios limitados del individuo, del distrito o del departamento, la intervención nacional se impone y justifica por sí misma. O para casos como esos sirve el Estado, o yo no sé para qué existe. Los batallones, los ejércitos se forman, se disciplinan y se ponen bajo el mando de un jefe para lograr lo que no pueden los soldados dispersos. En este sentido, el socialismo es de naturaleza: las hormigas, las abejas, los castores nos lo enseñan, así para realizar las obras comunes como para atacar y defenderse.

EL SOCIALISMO ES UNIVERSAL

¿Y cuál es la nación del mundo que no haya siclo socialista? Caminos, carreteras, ferrocarriles, canales, telégrafos, puertos, dársenas, docks, higiene, instrucción pública, teatros, universidades, museos, colonización: casi todo lo constituido por las conquistas y las comodidades del progreso moderno, obra ha sido, en su mayor parte, del socialismo de Estado que todavía se practica en Europa y que bien lejos de debilitarse, gana terreno día por día; y eso que la riqueza particular y la gran cultura hacen allá menos necesaria la injerencia del Estado, que en estos países americanos, pobres, dbi1es y atrasados. Y, sin embargo, es aquí donde los boquirrubios del individualismo nos recetan el mínimum de gobierno y el dejad hacer. Es aquí, es en Colombia, por ejemplo, país en que hay departamentos como Magdalena y Tolima que tienen menos rentas que un solo ciudadano, como don José María Sierra, y en que la mayor parte de las municipalidades solo disponen de medios deficientes de existencia, es aquí donde se censura como socialismo el hecho de que con el tesoro formado por las contribuciones de todos, se acuda a la adquisición de aquellos bienes ante los cuales son Impotentes las fuerzas del Interés particular o de las entidades Inferiores.

NUESTRAS CONSTITUCIONES… SOCIALISTAS

Si socialismo es ese, socialismo es la Constitución del 86 que en sus incisos 17 y 18, artículo 76, manda al Congreso “fomentar las empresas útiles o benéficas dignas de estímulo y apoyo” y “decretar las obras públicas que hayan de emprenderse”; en sus incisos 17 y 21, articulo 120, ordena al poder ejecutivo “organizar el Banco Nacional y ejercer la inspección necesaria sobre los bancos de emisión y demás establecimientos de crédito, conforme a las leyes” y “ejercer el derecho de inspección y vigilancia sobre las Instituciones de interés común”; y pasando del socialismo nacional al departamental, socialista es en grado máximo el articulo 185, que faculta a las asambleas para “dirigir y fomentar la instrucción primaria y la beneficencia, las Industrias establecidas y la introducción de otras nuevas, la inmigración, la apertura de caminos y canales navegables, la construcción de vías férreas, la explotación de bosques, la canalización de ríos y cuanto se refiere a los Intereses seccionales y al adelantamiento interno”, siendo de advertir la singular anomalía de que el legislador constituyente fue más explícito y amplio para conferir atribuciones a dichas asambleas, las cuales, bajo el sistema centralista, nada son, nada tienen y nada pueden hacer para declarar las facultades del Congreso y del Ejecutivo Nacional, encarnación del poder soberano.
La Constitución de Rionegro no fue socialista en su letra, pero si en su práctica. El famoso principio federalista consignado en el artículo 16, conforme al cual “todos los asuntos de gobierno, cuyo ejercicio no delegaban los Estados expresa, especial y claramente, al gobierno general, eran de la exclusiva competencia de los Estados”, no impidió que la Unión se encargara de todo lo relativo a vías Interoceánicas, navegación de ríos, comercio exterior y de cabotaje, fortalezas, puertos, arsenales, diques, moneda, pesos, pesas y medidas, instrucción pública, correos y otros ramos, ya exclusivamente, ya en concurrencia con los Estados; ni Impidió tampoco que las diputaciones de ellos trajeran a la capital de la república, por principal misión, solicitar auxilios del tesoro nacional para aquellas obras que los Estados eran Incapaces de llevar a cabo por sí solos.
Es que las instituciones, por muy copiadas que parezcan o por mucho que se las corte sobre patrones extranjeros, no son fórmulas abstractas sino en parte, al menos, producto del país. Por muy ilusos que sean sus redactores o muy teóricos de gabinete, extraños a la vida práctica, siempre alcanzan a reflejarse en la Constitución y en las leyes el genio nacional y las exigencias peculiares del estado social.
Y entre nosotros, todo grita apelación al poder central, depositario de los recursos comunes, para vencer los obstáculos que la naturaleza nos atraviesa en el camino del porvenir y que la iniciativa individual no puede por sí sola dominar. Aparte de eso, el Interés privado es egoísta, imprevisor y transitorio. Su Imagen está en el explotador de nuestros bosques, que derriba el árbol de caucho o el de quina, no importándole nada los que vengan atrás, siempre que él alcance la plenitud de su efímero provecho. Solo el Estado, que es perpetuo, representa los intereses perpetuos de la sociedad; solo él puede hacer desembolsos reproductivos al través de los años; solo él puede, con larga visión, imponer sacrificios a las generaciones actuales para preparar a las venideras una existencia mejor. En nuestra Colombia, solo el esfuerzo colectivo, bien dirigido y honradamente manejado, puede sacarnos de la postración presente para convertirnos en lo que debemos ser: un pueblo rico, grande y glorioso, el primero en Hispanoamérica.

EL UNICO CAMINO: SOCIALISMO DE ESTADO

Mas para salir del abismo en que nos hallamos y levantarnos a la altura que nos corresponde por nuestra situación geográfica, a la riqueza del suelo, y el talento y las virtudes de la raza, no hay otro camino que el adoptado por las naciones europeas para llegar a su actual prosperidad: el socialismo de Estado, dentro de límites prudentes y ejercido con tino y probidad. Pero esto, aceptado conscientemente como una doctrina, como un plan fijo e invariable para desarrollarlo en el tiempo, no para tomarlo y abandonarlo sucesivamente, con floja voluntad veleidosa. En materias económicas, como en política, como en todo, hemos venido girando a todo viento, y dando tumbos a diestro y siniestro, como borrachos. Tracémonos, de hoy en adelante, una línea recta de conducta, y sigámosla, con tesón, a despecho de tropiezos accidentales. Oísteis hablar de las maravillas realizadas en Holanda en su lucha secular contra la invasión de las aguas del mar, del Océano poderoso y obstinado que ni un momento cesa de dar el salto a la costa baja amenazando tragársela. A la eternidad del ataque, el hombre ha contestado con la eternidad de la defensa; ¡y va triunfando!; lo que a nosotros nos amenaza es la invasión de la selva tropical, lujuriosa, tenaz y traicionera, mar verde como el otro, que al menor descuido ocupa la dehesa y el plantío de donde se le había desalojado, obstruye los caminos y se entra victorioso por las calles y plazas de las ciudades mismas, y avanzando sus raíces ocultas, socava los muros y de repente nos hace prisioneros, como en Wood Town, la ingeniosa fábula de Daudet. ¡Y con la selva, la barbarie! ¿Quién nos defiende contra los dos, como en Holanda contra el mar? Solo el Estado con su esfuerzo persistente, ilustrado y superior.
Harto lejos estoy de considerar al Estado como infalible. No puede ser él cosa distinta de los hombres, y éstos están, por naturaleza, sujetos al error. Con la adehala de que el error personal solo daña a quien lo comete; mientras que el error público suele causar, y muchas veces ha causado, la ruina de Las naciones. Mal pueden ignorarlo la raza a que perteneció Felipe II y el pueblo en que los estragos del papel moneda ofrecen el caso mas estupendo de la historia. Y no son solo los jefes del ejecutivo —reyes o presidentes— los falibles, sino también, y acaso más, los parlamentos. Del de la sesuda Inglaterra, cuenta Janson que de 1436 a l872 voto 18.160 medidas legislativas, de las cuales derogó en el mismo tiempo 14.000, o sea cuatro quintos de error reconocido por un quinto de aciertos. Y aun por contentos deberíamos darnos con poder decir de la humanidad que, de cada cinco veces, solo en cuatro peca y yerra. Herben Spencer agrega que en solo tres años, de 70 a 73, el parlamento inglés abrogó o modificó 3.532 leyes anteriores. Sirvanos esto de consuelo a los colombianos, en este tejer y destejer de nuestra teja legislativa, y esforcémonos siquiera porque los cambios obedezcan a la investigación, la pasión o el interés.

ESTADO: UNICO PUDIENTE

Pero siempre será cierto que al Estado compete la ejecución de las obras costosas, de utilidad común y largo aliento; las variaciones de la legislación en el sentido de la mejora social; la protección de todos los intereses que no pueden defenderse por si mismos, y el amparo de los débiles contra los fuertes. Colocado en la cumbre política y dotado del poder delegado por el pueblo, está obligado a mantener el equilibrio entre las aspiraciones encontradas de las clases, para impedir que las unas sacrifiquen y exploten a las otras.
Porque es necesario convenir que en Colombia está todo por hacer. Aquí hace veinte años que no se estudia, ni siquiera se lee; en ese tiempo, el mundo ha andado más aprisa que nunca y se ha transformado, al paso que nosotros hemos permanecido estacionarios, o lo que es peor, hemos desandado gran trecho de camino. La prueba es que al oír resonar esta palabra, socialismo, las beatas se persignan, los campesinos se asustan, y los hombres de caudal lo guardan porque se creen amenazados, pensando que se trata de la Comuna y el nihilismo. Sin embargo, en el Reichstag alemán se sientan y deliberan tranquilamente 60 diputados socialistas; raro es el parlamento europeo donde no los hay; figuran en el ministerio francés; celebran congresos que los gobiernos permiten y estimulan; desfilan por centenares de miles, en todas las ciudades, en su fiesta del 2 de mayo; y pocos son los inteligentes y los letrados que no confiesen hoy en Europa todo o parte de la doctrina socialista. Es que al propio tiempo que ésta ha Ido precisándose, las clases conservadoras han ido tranquilizándose acerca de las reivindicaciones socialistas y de su justicia. Despojadas sus fórmulas de su primera vaguedad tópica, han venido haciéndose cada día más prácticas y menos agresivas, y ya muchas de las proposiciones del programa socialista han entrado en la legislación.

CONCLUSIONES DEL SOCIALISMO EUROPEO

Voy a permitirme presentar, quizá por primera vez en Colombia, algunas conclusiones del socialismo europeo, para que se vea que no son herejías abominables y que bien podrían ser materia de reflexión para aplicarlas un día en nuestro país. Advierto, sí, que ni en la parte de este trabajo que precede, ni en la que sigue hay nada original: es apenas el resumen de mis últimas lecturas, adaptándolo, según mi regla, a las necesidades de nuestro país.

1º Cambiar el modo de elección del Senado para convertirlo en una verdadera Cámara de Trabajo.
La de representantes, elegida por el pueblo, lo representaría numéricamente; la del trabajo la eligirían los gremios, los propietarios urbanos y rurales, el comercio y la navegación, los agricultores, los industriales y obreros, los mineros, las universidades, las academias (medicina, jurisprudencia, ingeniería), la Iglesia, el ejército. SI el parlamento ha de ser como una reducción fotográfica del país, tal como es allí —en la Cámara del Trabajo— debe haber voceros de todos los cuerpos que en el país existen y tienen vida propia, voceros que traten con especial competencia los asuntos de su resorte, echados por lo regular a perder por entrometidos presuntuosos que no los conocen ni tienen interés en ellos. Así, una Cámara reflejaría la unidad de los elementos constitutivos nacionales, la otra la multiplicidad de los elementos históricos y sociales.
Nuestro Senado actual es uno de esos órganos atrofiados que quedan al través de las transformaciones selectivas. Tenía razón de ser bajo la Federación, elegidos sus miembros por las legislaturas de los Estados Soberanos para representarlos como sus plenipotenciarios. Abolidas las selecciones bajo el centralismo, el Senado es un remanente inútil, especie de aparecido del tiempo viejo, Ido para nunca más volver. Esa Cámara alta solo sirve para neutralizar la acción de la Cámara baja, para provocar conflictos y luchas estériles y para desacreditar el sistema parlamentario más de lo que ya lo está. ¿Es justo que se empleen días, semanas y aun meses, en largas y huecas discusiones políticas que le cuestan un dineral a nuestra nación empobrecida, ansiosa de salvarse, y que todo lo espera de quienes tan mal corresponden a su anhelo? Ahora bien: no pudiendo pagarnos rodajes de lujo en nuestra pobre maquinaria gubernamental, démosle ocupación a la exótica y sin par Cámara de los Pares, hagamos que la sangre vuelva a circular en el órgano atrofiado, atribuyéndole funciones que corresponden a un fin de la vida nacional, y en esta tierra nueva donde a nadie debe permitirse estar ocioso o de mero criticón de lo que hacen los demás, rejuvenezcamos esa Institución caduca, pongámosle oficio al Senado, y que eche a andar al compás de las exigencias del tiempo. Eso se logra formándolo por elección profesional emanada de los sindicatos o corporaciones que representen los gremios organizados y las entidades que ya existen en el país. Los socialistas piden que la Cámara del trabajo, así constituida, se divida en tres secciones: la de los intereses comunes (estadística, asistencia pública, comercio, finanzas, trabajos públicos, defensa nacional, relaciones entre el capital y el trabajo, enseñanzas, higiene); la de los intereses especiales: agricultura, minas, manufacturas, medios de transporte, bellas artes, pedagogía; y la de aplicaciones sociales: estimulo a los descubrimientos e invenciones, crédito, seguros, etc.
¿Os parece muy absurda esta primera proposición socialista? ¿E ella una de esas herejías políticas que apenas enunciadas ya están condenadas? Vivimos bajo el reinado de la abogadocracia, es la casta de los abogados, con su hueca fraseología y sus fórmulas sutiles, la que rige el país. En la composición de nuestros congresos predominan las llamadas profesiones liberales; políticos profesionales, legistas, médicos, literatos, periodistas; rara vez hay un comerciante, un agricultor o un ingeniero, nunca un industrial ni un hombre práctico. ¿Cómo se quiere que salgan buenas leyes de recinto donde predomina la retórica y la intriga?
Apelemos a las fuerzas vivas de la nación, si de veras queremos variar de rumbo. Entregados al expedienteo y al formalismo burocrático, nos marchitamos a la sombra de las oficinas; salgamos a tomar el aire y el sol, poniéndonos en contacto directo con la naturaleza y con el pueblo. Así recuperaba fuerzas Anteo; no siguiendo su ejemplo, nos asfixiaría en la altura el Hércules de la miseria. Vivimos en un mundo oficial, muerto; apresurémonos a respirar el ambiente de la vida moderna.

2º Reforma del sistema tributario.
No sé hasta dónde sea cierto lo que dice el general Reyes en su último mensaje; que ‘ha sido práctica constante en nuestro país no crear las contribuciones necesarias”. Lo que sí sé es que las que hay, están muy mal repartidas. Los pobres pagan mucho más que los ricos, proporcionalmente, es decir, fuera de toda proporción. Se viola con estos dos principios: uno de equidad y otro de conveniencia. Consiste el uno en que quien aprovecha de la seguridad amparadora del Estado, porque tiene más sobre qué recaiga, debe pagar más; y consiste el otro en que el impuesto puede y debe ser empleado como instrumento de nivelación, de manera que gravando poco las pequeñas fortunas y bastante las grandes, se procure el crecimiento de las primeras y la disminución de las segundas, en busca de un promedio Igualitario donde se eviten los peligros del desequilibrio.
Para esto proponen los socialistas varios medios, desde el impuesto progresivo sobre la renta y el aumento proporcional del Impuesto sobre la riqueza raíz, a partir de una cifra de capital determinado, hasta la exención de todo derecho para los artículos de primera necesidad, y otras medidas análogas.
¿Se sale esta petición socialista de los límites de una discusión aceptable y aun de una aplicación práctica posible?

3º En este mismo orden de ideas, proposiciones sobre la herencia.
Proponen los socialistas que se altere el orden legal en las sucesiones. Sientan esta premisa: en la creación de la riqueza, especialmente de los grandes caudales, entran por más de la mitad la intervención de la naturaleza y la protección del Estado, correspondiendo el resto al esfuerzo del trabajo Individual. Y deducen esta consecuencia: luego el Estado tiene derecho desde el 1 hasta el 50 por 100 de las fortunas, al punto que la muerte desposee a sus dueños. En el momento de la transmisión de la propiedad, es justo que el Estado recupere el equivalente de sus gastos, entrando a la parte de los que ayudó a producir.
Se exceptúa el peculio de los pobres; toma poco de los caudales cortos, algo más de los medianos y la mitad de los grandes, a partir del 1 por 100 sobre las herencias de cinco mil pesos hasta el 50 por 100 de las que pasen de un millón.
Pero hay más: como lo dice Karl Marx, ya no basta la abolición de los mayorazgos y de la mano muerta, reformas que en su tiempo parecieron de tan extremada audacia (y la segunda de las cuales ha sido abrogada prácticamente en Colombia, a espaldas de la ley); ni basta el ensanche de la libertad de testar: es la institución misma la que se pone en tela de discusión, como factor de la desigual repartición de las riquezas.
Nada más legítimo que el hombre goce del producto de su trabajo, que recoja el fruto de la simiente que sembró; pero parece menos legítimo que transmita el fruto de su trabajo a otro hombre, si eso ha de dar por resultado la ociosidad del que hereda y los vicios que la ociosidad engendra. Si no heredando sería, por necesidad, un ciudadano trabajador y virtuoso, es un mal la herencia que lo convierte en un holgazán corrompido.
Se niega que la voluntad del testador pueda siempre continuar viviendo en el heredero, lo que equivaldría a afirmar el dogma de la Inmortalidad terrestre; y admitiendo la facultad de testar, por lo que fortifica los lazos de la familia, se sostiene el derecho del Estado a suprimir o limitar esa facultad, en beneficio de las clases pobres, cuando culmina en el resultado de poner en posesión de fortunas imprevistas y aun inmerecidas a personas cuyo solo título a la herencia consiste en vínculos de parentesco lejano.
El principio se traduce en esta fórmula concreta: supresión de la herencia ab intestato y de la colateral entre parientes del cuarto grado en adelante. Los recursos procedentes de esta medida y la de retener del 1 al 50 por 100 de las herencias de cinco mil pesos para arriba, se dividirán entre la Nación y los Municipios para emplearlos en la instrucción y la asistencia públicas, en la disminución de los impuestos.
El fin es conservar los pequeños patrimonios, y hacer imposible la concentración de la riqueza en unas pocas familias, causa de injustas desigualdades sociales.
Sin duda es nueva y aun atrevida esta tercera proposición socialista; ¿pero quién podrá tenerla por pretensión descabellada e insostenible, desprovista de todo fundamento?

4º La intervención del Estado.
Para reglamentar el régimen del trabajo, ya han obtenido leyes en casi toda Europa, para limitar a ocho las horas en que el obrero deba permanecer en la fábrica o el taller, así como la prohibición del trabajo de los niños, la limitación del de las mujeres, el de las industrias peligrosas o insalubres, la inspección de las calderas de vapor y transmisiones de máquinas, el cubo de aire respirable en los talleres, el reposo dominical obligatorio para los adolescentes y para las mujeres, la restricción del trabajo nocturno para las obreras menores de edad, y otras reformas importantes.
Entre nosotros no existen grandes fábricas; los industriales son casi siempre empresarios y trabajan en sus habitaciones. Quizá no es tiempo todavía de limitar las horas de trabajo de los asalariados. Valdría más encaminar el esfuerzo colectivo, como he tenido el honor de proponerlo en la Cámara, al aprovechamiento de las caídas de agua para producir energía eléctrica que pudiera suministrar a domicilio y a precio moderado para los pequeños talleres, No estaría de más la vigilancia sobre las condiciones higiénicas de muchos de ellos.
En nombre de la libertad, suprimimos la instrucción obligatoria para los niños, sin caer en la cuenta de que eso era imponerles el trabajo obligatorio en beneficio exclusivo de sus padres o guardadores. No hay para qué sentar sobre eso una prohibición; basta con devolver- los a la escuela.
No considero prematuro legislar sobre los accidentes del trabajo. Si por descuido del empresario, se hunde el socavón de una mina y aplasta o asfixia a los obreros, ¿puede el Estado mirar el siniestro con indiferencia? Si de un andamio malhecho, cae y se mata el albañil, ¿debe quedar sin sanción el responsable? Ya en Europa se le obliga a indemnizar el daño causado. Conozco la explotación de los cafetales, trapiches o ingenios y demás empresas de tierras templadas o calientes, y os digo que seria oportuna y humana la ley que mandara a los patronos Suministrar asistencia médica a sus peones y mejorar los alojamientos.
Se otorga pensión a las viudas de los militares que mueren o se invalidan en nuestras guerras civiles, muchas veces obra de una bala perdida, o de alguna enfermedad buscada; se jubila a los empleados que han tenido la paciencia de vivir veinticinco años en la dulce ociosidad de las oficinas; pero a los nobles soldados y héroes del trabajo cuya campaña no es de pocos meses sino de toda la vida, y no sedentaria sino llena de fatigas, a esos servidores cuando caen víctimas de los accidentes naturales o de enfermedades Consiguientes, se les abandona a ellos y sus familias, y cuando la vejez los inutiliza, felices si se les reserva una cama de hospital o se les dé permiso para pedir limosna. ¿No pensáis que en el fondo de esto hay anomalía y que seria bueno comenzar a preocuparnos del modo de remediarla?

5º Mejora de la asistencia pública.
Hallan bien los socialistas que Francia gaste anualmente doscientos millones de francos en la caridad, que Inglaterra Sostenga más de un millón de indigentes, y que la ciudad de Nueva York emplee de ocho a diez millones de dólares con el mismo fin. Pero les parece mejor no recibir como limosna lo que consideran que se les debe de derecho, y creen preferible, a fomentar la imprevisión y la miseria, reemplazar el sistema de hospitales, hospicios y establecimientos semejantes, con otro mixto en que se combine la iniciativa privada con la asistencia pública, y en que en la caridad legal de organización burocrática, se sustituyan las visitas a los pobres vergonzan5 por los préstamos para procurarles trabajo, el pan necesario para no sucumbir y una especie de dirección moral dignificador en lugar del pordioseo que los abate y desmoraliza.
Grandes son los sentimientos filantrópicos de la sociedad colombiana. Solo falta dirigirlos mejor. Que la Izquierda sí vea lo que hace la derecha, en el sentido de que observe a dónde va a parar el óbolo, y si con él es mayor el mal que el bien que se causa, o si no podría aumentarse el bien, acordándolo con la santidad de la Intención. Hay que ilustrar a las clases ilustradas, decía Flaubert, sobre el mejor uso que pueden hacer de su influencia.
Una forma práctica de la asistencia es la que he Visto funcionar bien en las aldeas de Costa Rica: la institución del médico y del abogado de los pobres. Con sueldo de la república, receta el uno y suministra la droga por cuenta de la nación, a los pobres de solemnidad, declarados tales por certificado del alcalde o de la municipalidad Defiende el otro los derechos civiles y las garantías individuales de los mismos pobres, contra los abusos de los ricos y los atropellos de las autoridades, mucho mejor que nuestros personeros municipales, agentes del ministerio público de quienes nunca he sabido que se hayan puesto del lado del oprimido contra el opresor. El pequeño sueldo que el Estado pagara entre nosotros al médico y al abogado con título, sin perjuicio de que ellos les trabajaran a los pacientes, sería una ayuda de costa para la carrera profesional de muchos nuevos doctores que salen del claustro despistados a la vida, y que se pierden por la atracción de las ciudades, o dominados por el desaliento cambian de ocupación, si es que no se entregan a los vicios. Sería quizá una afirmación demagógica la de que en Colombia solo los pobres son castigados en lo criminal, por falta de medios de defensa, y la de que en lo civil tampoco alcanzan justicia, por la misma causa. Sin embargo, así como el médico de los pobres los libertaría de los curanderos, el abogado de los pobres los libraría de los rábulas, sobre todo si la institución se completaba con árbitros elegidos por el pueblo para juzgar gratuita y rápidamente las cuestiones contenciosas, civiles y comerciales, de cierta cuantía.

6 Finalmente enumeraré en bloque algunas otras de las aspiraciones socialistas, no impracticables en Colombia.
Protección racional a las industrias nacionales, de que habla el informe que tendré el honor de presentar a la Cámara, participación de los obreros asalariados en las ganancias de la industria o explotación en que se ocupan; organización oficial de las cajas de ahorros, puestas al alcance de todos los salarios, para libertar a las masas obreras de la esclavitud de la ignorancia, creación de bancos de anticipos que le hagan préstamos al obrero para ayudarle a establecerse; fundación de bancos hipotecarios que desempeñen el mismo papel respecto de la agricultura; desarrollo de los seguros y de todos los sistemas cooperativos; medidas preventivas y aun coercitivas contra el alza artificial de los víveres y demás artículos de primera necesidad, no permitiendo la compra a los revendedores, sino después de haberse surtido los demás; reforma de la legislación agraria en el sentido propuesto por Gladstone para Irlanda y empezando ya a poner en práctica, que consiste esencialmente en dar duración fija y larga a los contratos de arrendamientos de la tierra, destinando a la adquisición de ella una parte del canon, para trocar en propietarios a los siervos de la gleba; construcción en las ciudades de casitas de modelos a las cuales se aplique el mismo sistema; creación de ministerios técnicos, en especial el de agricultura, para la compra y difusión de las semillas y aclimatación de plantas nuevas, progreso de los cultivos y de la ganadería, repoblación de los bosques, etc., todo con el fin de mejorar en cantidad y calidad la alimentación del pueblo; el dinero que hubiéramos de gastar en fomentar la inmigración extranjera, empleémoslo en promover dislocaciones de la población nacional, tomándola de donde es densa, para trasladarla a donde falte y fundando colonias agrícolas; combatir el alcoholismo por todos los medios preventivos y represivos posibles; aplicar en las escuelas primarias y secundarias el sistema froebeliano, o de aprendizaje profesional, como lo dijo el General Reyes en su discurso inaugural, para constituir la enseñanza teórica y de “surmenage” intelectual, que deja a los alumnos desprovistos de conocimientos prácticos en la lucha por la vida, por el trabajo manual en las escuelas, que inspira a las generaciones nuevas el amor a la industria, ennoblece las artes, educa el ojo y la mano, y forma buenos obreros. Con fragmentos clásicos, retazos latinos, áridas reglas de gramática y sutilezas metafísicas, no se va hoy día a la conquista del pan; es enseñando hechos y la razón de los hechos, la sustancia, no la forma, como educaremos ciudadanos hábiles y fuertes, como formaremos con urgencia el presente y el porvenir de la Patria. Para alejar de la taberna a los obreros, el Estado debe procurarles distracciones encaminadas a la educación moral y estética, como teatros populares a bajo precio, museos, bibliotecas, escuelas dominicales y nocturnas, gimnasios públicos, retretas de las bandas oficiales y, sobre todo, cafés baratos donde a tiempo que se busquen mercados Inferiores para el consumo del grano, se tenga en mira producir la excitación de las facultades ideativas, propia del café, en vez de espolear los instintos innobles que el alcohol despierta o en lugar de permitir el embrutecimiento por la chicha. Todo lo cual puede resumirse en esta sola aspiración: hacer que el salarlo del obrero no se limite a lo puramente necesario para asegurar su subsistencia física, o hacer que ese salario y el tiempo que representa correspondan a la adquisición de mayor número de artículos o de servicios, inclusive su mejora moral y su progreso intelectual.
Pero antes que todo, la nación no debe pensar en dar un paso adelante sin abolir el reclutamiento y establecer el servicio militar obligatorio, para que todos los ciudadanos seamos iguales bajo las armas, como debemos serlo en el sufragio, en el pago de las contribuciones, en la protección de las autoridades y ante la justicia.

LAS REIVINDICACIONES SOCIALISTAS

Como se ve, casi todas las reivindicaciones socialistas están situadas en el terreno económico y se confunden con las aspiraciones de buen gobierno. Porque ¿quién podrá aseverar que nuestro sistema social y político es perfecto y que no requiere alteración? Presenciamos el contraste desolador entre la penuria de los que nada tienen y la abundancia de los que tienen mucho; y entre los que sufren demasiado y los que demasiado gozan; entre los que oprimen y los oprimidos; y sin embargo, al adaptar a la América Latina y a Colombia, en particular, estas peticiones de reforma, nadie pide que se haga tabla rasa de los existentes, para trazar en terreno limpio la ciudad nueva, sobre otro plan y otros principios. Es inútil trasladarse a la Isla Utopía del Canciller Tomás Moro, ni a la Civita Solís de Campanella, ni a la Nova Atlantis de Bacon,, ni al Falansterio de Fourier, ni al Salento de Fenelón o la Icaria de Cabet. Las bases del procedimiento están hechas de afirmaciones prácticas, no de negaciones o de ensueños. se dejan en pie todas las verdades morales y religiosas, la constitución de la familia, la necesidad del gobierno; no se ataca la propiedad en sí misma, nl se pretende realizar una igualdad paradójica o imposible, ni se predica la rebelión contra el orden establecido. Las apelaciones socialistas ya no son un toque de rebato para echarse sobre los bienes de los ricos y repartírselos como una presa. Hacen valer solamente el poder de la verdad y la fuerza del razonamiento para persuadir la conveniencia de una más equitativa distribución de la naturaleza y sus productos, a los cuales el Creador no puso marca de fábrica en favor de unos, con exclusión de otros, sino que los hizo para que los gozasen todas sus criaturas. Es innecesario que nadie se erija en Espartaco que encabece los gladiadores de la vida y los esclavos del trabajo para Irse sobre el derecho escrito. Por medios legales y pacíficos es como han de adelantarse las reformas. Se trata de impulsar la civilización, en manera alguna de retroceder en su camino; el ideal es un aumento de amor entre los hombres, no la propagación del odio y de la envidia; y es apoyándose en la misma organización social, en lugar de pedir su liquidación presente que —podría parar en bancarrota— como se quiere introducir con lentitud y mesura las reformas, puesto que modificar la habitación que hallamos hecha es de ordinario mejor que edificar sobre ruinas. Nada de cataclismo; el paso del presente al porvenir ha de verificarse por transición suave, bienhechora y regular.
Es necesario insistir en que el socialismo es o pretende ser únicamente una nueva economía política. El problema social es enteramente económico y no quiere ser resuelto fuera del dominio de los intereses. Es en ese terreno donde el debate debe situarse. La escuela clásica económica es hoy apenas un recuerdo histórico. Precisamente ante los ataques de los escritores socialistas la economía política ha tenido que revisar sus dogmas decrépitos o dañinos. Y lo que hoy existe con el nombre de esa ciencia —si ciencia es un conjunto de proposiciones conjeturales o fantásticas— más es obra de la ofensa socialita que de la defensiva de los mantenedores del viejo campo. Un indicio favorable es que las soluciones socialistas nada tienen de radicales y simplistas: son, al contrario, numerosas y complicadas, como son los males que aspiran a enmendar. Queda atrás el período de la declamación: están formulados los principios y forman todo un cuerpo de doctrina científica, precisa, segura de si misma. A las reformas socialistas así concebidas, solo pueden oponerse el egoísmo y el miedo; pero ya se ha dicho que los egoístas y los miedosos son verdaderos enfermos, a quienes no se ha de odiar, sino compadecer y curar.

SOCIALISMO Y CRISTIANISISMO

Se explica así que, despojadas las peticiones socialistas, de todo alcance irreligioso y demoledor, la gran voz de León XIII (Encíclica Rerum Novarum), se dejara oír en el debate, admitiendo la justicia de las reivindicaciones de los proletarios. Ni cómo podía hablar de otro modo el jefe de una Iglesia cuyo fundador fue artesano e hijo adoptivo de artesano; del que dijo: “Amaos los unos a los otros, bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”. Si vuestra justicia no es más llena y mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis al reino de los cielos. Ocupando sus manos en un arte mecánico y escogiendo por discípulos y apóstoles, no ricos ociosos, sino humildes pescadores, dignificó el trabajo, que el paganismo tenía postergado. El acta de emancipación de los obreros y su carta de nobleza fueron sellados con la sangre de Cristo sobre la Cruz del Calvario.
“El que no trabaja no debe comer” escribía San Pablo a los de Tesalónica y daba el ejemplo ganando el sustento con la aguja de coser pieles. Hay que reconocer, pues, que no existe ningún antagonismo entre la Iglesia y el progreso material del pueblo, y que el jefe de ella dijo bien cuando exclamó, no hace mucho tiempo: “Cosa admirable la religión cristiana, que parece no tener otro objeto que la felicidad de la otra vida, puede realizar también nuestro bienestar en ésta”. En efecto, la sentencia “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, más tiene de remedio contra el pecado que de expiación humillante; en todo caso fue dictada para todo el género humano, no para constituir en raza maldita una sola de sus porciones. Por lo menos, el Nuevo Testamento es doctrina de igualdad y de fraternidad.
Admiro al cristianismo porque es la religión del valor. A los que luchan los asiste con un pensamiento superior que les da fuerza para la resistencia y para el sacrificio, y más aún, para dominar su propia voluntad. Trabajar es vencerse, porque es sobreponerse a la pobreza y al cansancio.
Pero, doloroso es reconocer que al través de veinte siglos, muchas máximas cristianas han sido puestas en olvido. Fue dicho a los ricos que sólo eran depositarios de los bienes y que, como representantes de Dios para con los pobres, debían partir con ellos. Se les advirtió de los peligros de la riqueza y del deber riguroso de hacer los sacrificios, lo que los pobres hacen por resignación. Pero no pareciendo que deba esperarse por más tiempo el cumplimiento voluntario de esos mandatos, el Estado y la ley deben proveer a que no se queden escritos. De este modo, las reclamaciones socialistas tienden a la más efectiva práctica del Evangelio; y bien creo que el gran principio igualitario saintsimoniano, a cada uno según su capacidad, según sus obras, pudo brotar de los mismos divinos labios que pronunciaron el Sermón de la Montaña.
Bien está que con la predicación de la vida futura se induzca a los que inmerecidamente padecen a que soporten el sufrimiento sin rebelarse, y a los poderosos a que alivien la miseria por el ejercicio de la caridad. Pero ya no basta: es necesario tomar la doctrina evangélica íntegra y aplicarla a las costumbres y a las leyes, si se quiere que al fin reinen sobre la tierra sus principios. Hay que darle por asiento al orden político y social la garantía de los derechos, porque la sola abnegación ha resultado insuficiente.
Mas no porque se prescinda de toda amenaza de violencia, deben las clases superiores y directivas adormecerse en la rutina y en el goce de sus privilegios. Para prevenir el socialismo de la calle y de la plaza pública, no hay más medio que hacer bien entendido socialismo de Estado, y resolver los conflictos antes de que se presenten. Para ello, no basta esperar el simple desarrollo de lo establecido, confiando en que se cumpla la ley del Bastiat: todos los intereses legítimos son armónicos, porque ¿quién define esa legitimidad? lo que a diario presenciamos es precisamente el choque de los intereses. Para evitar las formas agudas, hay que prever. Tampoco basta la legislación común, esto es, el Código Civil y los códigos generales. Estamos en el siglo de la división del trabajo, y en la legislación el proceso consiste en especializar los principios jurídicos, tomando cada uno aparte y sacando todas sus consecuencias.
Preocupémonos por buscar y favorecer el bienestar del pueblo: ayuciémosle a obtener las concesiones progresivas a que tiene derecho, y a destruir los privilegios que lo colocan en posición de inferioridad; tengamos un poco más solicitud o siquiera compasión por los desheredados. Es deber imperioso para todos los que estamos consagrados al servicio del país, trabajar en la reforma social, para suprimir los abusos, extirpar los parásitos y destruir los instrumentos de tiranía. Santo y bueno que nuestros padres abolieran la esclavitud; toca a las nuevas generaciones llevar a cabo una labor no menos ardua y meritoria: redimir el pobre de la esclavitud embrutecedora de la miseria.
El socialismo que defiendo difiere tanto del absolutismo que mata la dignidad humana, como del individualismo, que mata la sociedad. No quiero que se trate al pueblo como un niño o como un perpetuo menor de edad, incapaz de regir sus propios negocios y siempre necesitado de tutela; ni opino porque se quite el hábito de luchar contra las dificultades, esperando del gobierno muchas cosas que debe fiar al propio esfuerzo; menos quiero que se aumente la omnipotencia oficial, a expensas de la apatía o enervamiento de los ciudadanos. Pero considerando que en el Estado existe la eminente dignidad y poder que lo hace superior a los Individuos y a las colectividades subalternas, pido que tome la iniciativa y dé el ejemplo; que fomente y estimule el espíritu público y la creación de asociaciones a quienes encargue de ciertos ramos y que cada vez les deje mayor latitud de acción, hasta acabar por dejarlas solas a la obra, en un movimiento de descentralización progresiva y de educación nacional para el uso de la libertad. No importaría que por lo pronto se la restringiera un poco, al modo como se le cogen rizos a la vela, para soltarlos a la hora del buen viento, o como se imponen privaciones los individuos, para llegar por el ahorro al capital y con el capital a la Independencia y las comodidades.
Yerran los que me atribuyen el pensamiento antiliberal de anonadar el ciudadano ante el Estado, para que sea este quien lo haga todo, reglamente la vida nacional hasta en sus menores detalles, sea el propietario único, el único distribuidor de la riqueza y convierta la nación en una máquina dirigida por uno o varios ingenieros, encargados de pensar por todos los demás, asimilados a meros rodajes mecánicos e Inconscientes, a la manera del Paraguay bajo los jesuitas o bajo el doctor Francia, por huir de la anarquía. No preconizo el cesarismo. El Estado-Provincia no es mi ideal. He sido, soy y seré autonomista toda mi vida. Bien lejos de querer sacrificar la diversidad a la unidad, profeso el principio del gobierno propio para el individuo, el municipio, el departamento y la nación, como cuerpos que giran al unísono en órbitas regulares bien definidas. Deseo que la paz no resulte de la Imposición, por un lado, y de la impotencia, por otro, sino que sea producto necesario de una buena constitución económica y política de la sociedad, del equilibrio de las fuerzas, de la ecuación y de la acción conmutativa de todos los partidos y grupos. Pero está visto que el individualismo es la disgregación y la dispersión de las fuerzas; y la dispersión es la debilidad. Se Impone la asociación por analogía, y por sobre las asociaciones, elevadas a la categoría de instituciones públicas, el Estado con su acción reguladora y equilibradora.
Y repito: en Colombia todo está por hacer. Como el siglo de vida Independiente que pronto cumpliremos, lo hemos pasado divertidos en el “sport” de la guerra, estamos singularmente retrasados en todas las sendas del progreso. Tenemos toda una nación por reconstruir. Nuestros padres y nosotros mismos creímos “hacer Patria” empleando los fusiles destructores. Necesitamos “hacer Patria” con las herramientas fecundas del trabajo.
Pero, ¿cómo se pretende que nos dejemos deslizar dormidos sobre la balsa, abandonados al amor de la corriente de las aguas perezosas y turbias de este Magdalena de nuestras costumbres? Así nunca llegaremos al mar donde hace tiempo navegan los bajeles de las demás naciones. Un remo llevamos en la mano, ¡voto a bríos! y debemos emplearlo para bogar más aprisa y en dirección determinada. Campo al Estado previsor y activo.
Yo he podido renunciar, como en efecto he renunciado, una vez por todas y para siempre, a ser un revolucionario con las armas, pero no he renunciado a ser un revolucionario y un agitador en el campo de las ideas. Cada mañana toco tropas a las que he venido profesando, y pasada la revista revaluadora, doy de baja sin pena a las que hallo inútiles para el servicio y las repongo con otras jóvenes y robustas. Querría que así procediesen todos, en vez de apacentarse en la inercia del pensamiento y de la acción. Si el país se pierde es por pereza. ¡Trabajemos!

No hay comentarios: