martes, 3 de enero de 2012

LAS CLASES MEDÍAS, LA NUEVA BURGUESÍA Y LA APARICIÓN DEL "MEDIO PELO"


por Arturo Jauretche

EL PAPEL DE LAS CLASES MEDIAS EN LA REVOLUCIÓN NACIONAL

Las clases intermedias fueron las precursoras del mo¬vimiento político-social que correspondió a la tentativa del país para marchar por la industrialización hacia la inte¬gración de su economía. En "Los profetas del odio" seña¬lo que esas clases intermedias fueron las que primero tu¬vieron conciencia del hecho nacional; las que nutrieron en los años preparatorios del año 1945, desde el nacionalismo, desde F.O.R.J.A. y desde los sectores más capaces y tradi¬cionales de la intransigencia radical la siembra de la con¬ciencia emancipadora. En las instituciones armadas, en el clero, entre los profesionales, los estudiantes, los pequeños comerciantes e industriales, se formaron los primeros cua¬dros de la lucha. Mucho después llegó el proletariado a la misma para nutrirla con el elemento básico que le faltaba. Recuerdo que en 1941, celebrando el 6° aniversario de F.O.R.J.A. dije a mis camaradas: Día por día hemos visto cre¬cer el público alrededor de nuestras tribunas callejeras; sin prensa, porque nos está cerrada la información que no se le niega al más insignificante comité de barrio; sin radiotelefonía, porque a ningún precio se nos ha permitido el acceso a ella. El idioma que hablamos, que era sólo el de una pequeña minoría y hasta parecía exótico, hoy es el lenguaje del hombre de la calle. Puedo decirles en este ani¬versario, que estamos celebrando el triunfo de nuestras ideas. Pero estamos constatando al mismo tiempo nuestro fracaso como fuerza política: no hemos llegado a lo social, la gente nos comprende y nos apoya, pero no nos sigue. Hemos sembrado para quienes sepan inspirar la fe y la confianza que nosotros no logramos. No importa con tal que la labor se cumpla”.
Pero a pesar de haber correspondido a las clases intermedias la primera toma de conciencia de los proble¬mas nacionales y ser las beneficiarias más directas, es¬pecialmente la burguesía naciente, del cambio de condi¬ciones, no hubo una correlación en la marcha con la toma de conciencia de su papel histórico en la oportunidad que el destino les brindaba.
Cierto es que el peronismo cometió indiscutibles torpezas en sus relaciones con ellas. Por un lado lesionó, más allá de lo que era ine¬vitable conceptos éticos y estéticos incorporados a las modalidades adquiridas por las clases medias en su lenta decantación. Por otro las agobió con una propaganda masiva que si podía ser eficaz respecto de los trabajadores, era negativa respecto de ellas porque no supo destacar en qué medida eran beneficiarias del proceso que se estaba cumpliendo, como compensación de las lesiones que suponía. No supo tampoco comprender el individualismo de esas clases constituidas por sujetos celosos de su ego, proponiéndoles una estructura política burocrática, organizada verticalmente de arriba a abajo y en la que la personalidad de los militantes no contaba; así se convirtió la doctri¬na nacional cuya amplitud permitía la colaboración, o por lo menos el asentimiento desde el margen del hecho político en una doctrina de partido que exigía la sumisión ortodoxa y la disciplina de la obediencia más allá del pensamiento, a la consigna y hasta el slogan.
Esto mucho antes que esos errores culminaran con la pérdida de la cohesión en las Fuerzas Armadas que a través de episodios adjetivos se distanciaban de los objetivos nacionales que las habían hecho factores básicos del proceso, y se permeabilizaban a la penetración de las propagandas adversarias y extranjeras. Todo esto culminó en el inexplicable conflicto con la Iglesia que terminó por aislar al movimiento de los trabajadores, de los importantes sectores de clase media y burguesía que lo habían acompañado.
Es necesario hablar de errores de conducción. Otra cosa, sería si el propósito deliberado hubiera sido establecer una estructura fundada en un gobierno clasista. Pero eso no estaba ni estuvo aun después de la caída, en el ánimo de la conducción que tenía clara conciencia de las necesidades policlasistas del movimiento nacional que expresaba, y ni siquiera estaba en los mismos sectores del trabajo que lo acompañaron. El movimiento era, y no pretendió nunca ser otra cosa, un frente nacional para la formación de una Argentina moderna retomando el camino de la Patria Grande y abierto a la coincidencia de todos los grupos sociales no ligados a la situación de dependencia de la Patria Chica y sus intereses.
También existía la perturbación ideológica que desde el principio del movimiento, y conforme a la tradición de la “intelligentzia” colonialista había desorientado a gran parte de la clase media con la transferencia de la temática y los esquemas agitados por los partidos políticos y la gran prensa, destinados a confundir nuestros propios problemas con los de los bandos imperiales en lucha durante la guerra; ella gravitó sobre todo en los medios estudiantiles donde se produjo la paradoja de que un cacareado anti-imperialismo teórico se convirtió en el momento crítico en un instrumento exclusivamente dedicado a obstaculizar el desarrollo del movimiento nacional, sirviendo las políticas contra las que siempre adoctrinó.
Pero todo esto puede explicar una toma de posición accidental más dirigida contra los modos de ejecución de una política que contra la política en sí, ya que los intereses sociales y económicos de la clase como tal, coincidían con los del proceso que se estaba realizando salvo en el caso del sector relativamente reducido de la gente de entradas fijas: pequeños rentistas, jubilados, etc., que recibían el impacto del cambio de situación sin las amplias compensaciones que permitían al resto de las clases intermedias la multiplicación de sus actividades, el aumento de sus recursos y la ampliación de sus consumos hasta niveles inconcebibles pocos años antes.


MODIFICACIÓN EN LA CONDICIÓN ECONÓMICA DE LA CLASE MEDIA

En “Los profetas del odio” señalo este mejoramiento en la situación de la clase media:
Ahora el joven de la clase media desprecia el empleo público y lo llaman las actividades del comercio y de la industria, donde no tiene que hacer las largas colas de las madrugadas, esperando la aparición de "La Prensa" para estar en primera fila de los que se ofertan; el universi¬tario tiene trabajo abundante y hasta se da el lujo de ins¬talarse en la ciudad de sus padres; para el padre prolífico las muchas hijas no son problemas cuando hay salario y ocupación, y termina por ser un buen negocio, mientras casarlas es malo, y esto va a darle a la mujer un lugar digno en el marco social. Los muchachos cuyas lecturas no pasaban de “fijas y batacazos”, en materia financiera, están ahora al tanto de las cotizaciones de la bolsa; en las mesas de los cafés se habla de divisas y de cambios; todo el mundo tiene algo para ofertar en venta; todo el mundo es comprador de algo; la gente renuncia a los empleos públicos y bancarios para dedicarse a actividades privadas, ante el asombro de los viejos que dicen sentenciosos: "Es¬ta locura no puede durar", recordando el drama de su juventud.
Nos han amolado diciendo que la pasión por el empleo público es producto de nuestra filiación hispánica y que eso no sucede en los países anglosajones, pero ocurre que en cuanto nos asomamos a condiciones económicas parecidas a las anglosajonas, nuestros muchachos proceden como yanquis o londinenses... El comercio internacional ya no es un misterio reservado a unos cuantos alemanes, ingleses o franceses. Resulta que cualquiera puede ser exportador o importador, y la clase media aprende más de todas estas cosas en unos pocos años, que en medio siglo de enseñanzas financieras y económicas a cargo de la Universidad.
Aparece una nueva burguesía con la oportunidad de la industria y la expansión del comercio en el mercado interno. Sus elementos cons¬titutivos salen de esas clases intermedias y de la inmigración va consolidada aunque es importante el nuevo aporte inmigratorio. (La in¬migración que en el decenio 1931-1940 bajó a 73.000 de los 878.000 corres¬pondientes al decenio anterior —y este es un índice claro de la situación del país durante la Década Infame— sube en la década 1941-1950 a 386.000. Está constituida preferentemente por técnicos, ciertos o pretendidos, comerciantes y en general especializados. No se dirige a la ocupación rural y poco al asalariado, salvo los obreros muy es¬pecializados que pronto se convierten en patrones a favor de las circunstancias que facilita la improvisación de una clase industrial que con un mercado en crecimiento de demanda insatisfecha, y con el de¬cidido apoyo de la política bancaria y oficial, ofrece abundantes opor¬tunidades.


LAS CONTRADICCIONES EN EL SENO DE LA CLASE MEDIA

Pero ocurría que a nivel de las clases intermedias la transición era muy violenta y las ventajas económicas de la prosperidad que experimentaba el mayor número no eran suficientemente perceptibles para los componentes de una clase individualista en general y, por lo tanto, incapaz para apreciar los avances de cada uno en relación al grupo social al que pertenecía. (Cada uno cree que su mejora es par¬ticular y producto de sus aptitudes y no de las condiciones generales como el soldado que cree que en su pequeño rin¬cón operativo ha ganado la guerra porque venció al del rincón de enfrente. La modificación en el status de todos los grupos en ascenso sólo le parecía legítimo en lo que a él se refería).
Creo que sobre este particular debo de remitirme a lo que ya he dicho en "Los profetas del odio", publicado ha¬ce diez años.
Principiemos porque durante el anterior decenio, la depresión, la situación de las clases medias había retro¬cedido, como se ha dicho en el capítulo anterior, ya perdido el empuje ascensional que las movilizó verticalmente en la etapa expansiva de la sociedad agropecuaria.
Pintando ese momento, digo:
Allá, muy arriba, la clase propietaria del suelo, en un plano don¬de se mueven los personajes de las grandes firmas exportadoras e im¬portadoras, las altas figuras de la política tradicional y los gerentes de los grandes intereses extranjeros. Su riqueza y prosperidad nunca, llegarán a la que puede lograr una burguesía nacional, fundada en la industria y los negocios, pero parece constituir una nobleza y casi puede atribuírsele un origen divino: “fue siempre así”, forma parte del orden constituido y heredado, y su derecho, aunque reciente, no molesta a los segundones, aun de origen más cercano.
Después vienen los pequeños propietarios y rentistas, los funcionarios, los profesionales, los educadores, los intelectuales, los políticos de segundo y tercer orden, elementos activos o parasitarios de esa sociedad. Esta clase es pobre, pero lo disimula en la pobreza general; está constituida por los estratos superiores de la inmigración y los desclasados de la clase gobernante –primos pobres de la oligarquía--. En ella se recluían desde los maestros de escuela hasta los sacerdotes y los oficiales de las instituciones armadas, los estudiantes y algunas camadas de obreros calificados.
Esta clase no tiene horizontes. Asiste desde lejos a la fiesta donde conquistadores y cipayos lucen los esplendores de su poder. Está resignada; no aspira a superarse. La esperanza de sus hijos es heredar la modesta posición del padre; no tiene otro horizonte que el empleo público o entrar en una gran casa de comercio, y el título universitario es su máxima aspiración. A su vez, el doctor recién egresado no tiene cabida en su cuidad de origen y debe dirigirse a la campaña; si se queda, vegeta en mísero consultorio o anda por los juzgados puchuleando asuntos; si por casualidad siguió alguna carrera técnica, descubre que la producción colonial no tiene cabida para su ciencia. El padre con muchas hijas no sabe qué hacer con las “chancletas”, porque su única colocación decorosa posible es el matrimonio con otro pobrecito vergonzante de su misma clase.
Una parte de las clases medias está inmersa todavía en esa situación psicológica y subsisten sus escalas de valores, mientras se alternan las bases económicas y sociales. Fatalmente son influidas por la ambigüedad de las circunstancias. Sigo con “Los profetas del odio”:
Esta gente está habituada a reverenciar la prosperidad de los cipayos, de las castas del lujo, los negociados entre las altas figuras nativas y los rubios representantes de los imperios, y cada uno siente celos de la prosperidad del otro, sin fijarse en la propia. Es un viejo fenómeno que ya lo vimos también en tiempos del radicalismo, aunque en menor escala; nadie le lleva la cuenta a los automóviles ni a los trajes de un Anchorena o de un Álzala, ni al “mister” de la sociedad anónima extranjera, porque se parte del supuesto de que nació para tenerlos. ¡Pero todos se alborotan por el nuevo pantalón del inquilino de la pieza 31!
El Doctor se amarga porque ya no es tan importante; añora el tiempo en que fue el pequeño Dios casero del barrio o del pueblo... Ahora la gente se ha ensoberbecido... no permite al Doctor que la proteja con su tuteo, y si a más no viene, hasta le para el carro...
También ofende esa brusca promoción de industriales y hombres de negocios, salidos de su propia fila, con la chabacanería del enriquecido; es la burguesía, que no existía anteriormente, generada por las condiciones propicias y a la que llaman la “nueva oligarquía”, cuando es precisamente su negación: clase en constante formación, de altibajos frecuentes, y que suscita la admiración de sus adversarios cuando la ve actuar en los países anglosajones. Pero, a su vez, este nuevo rico, tan improvisado como el obrero que molesta a Martínez Estrada, es más ignorante que aquel: no sabe que su prosperidad es hija de las nuevas condiciones históricas y cree que todo es producto de su talento. Aspira al estilo de vida de las viejas clases admiradas a las que trata de imitar; tal vez en su escritorio, frente a la realidad de los negocios, comprende algo, pero le irritan los problemas con el sindicato. No ha adquirido todavía esa suficiencia y esa seguridad burguesa que permite mirar de frente a la aristocracia; suscita la envidia general, esclavo de sus utilidades de mercado negro que se ve obligado a gastar en automóviles coludos, y cuando regresa a su casa, la “gorda” en trance de señora bien y la hija casadera, que ha se ha vinculado algo en la escuela paga, ahora quieren apellido y asegurarse un sitio social aunque más no sea en la sociedad de San Isidro, que es ahora lo que fue el Club de Flores en mi mocedad. De visita, la “niña” y su madre asienten cuando oyen comentar que el “servicio” se ha vuelto insoportable, y las viejas señoras recuerdan las época en que se recogían chinitas para “hacerles un favor”: “Tan cómodas –dice alguna—para que los muchachos no se anduvieran enfermando por afuera..."
...Un gran sector, extraviado y deprimido ante el he¬cho nuevo, se siente desplazado por sus prejuicios que le hacen ver una derrota donde hay una victoria... Su media cultura de formación anterior, de la etapa semicolonial, tiene los valores éticos y estéticos de la época que perime, pero de sus filas salen los elementos constituyentes de la nueva burguesía, pues la ampliación del mercado interno, con la infinita gama de nuevas posibilidades —que va desde el desarrollo del comercio y de la pequeña industria hasta la abundante clientela del profesional— le ofrecen amplias ocasiones dignas y bien remuneradas; igual cosa sucede a los funcionarios y técnicos, y a los miembros de las fuerzas armadas, instituciones éstas cuyo verdadero vigor sólo se puede lograr por el desarrollo de la potencia que está implícita en la grandeza nacional; nunca por una po¬lítica sin destino propio, en cuyo caso les está reservada la función de represión y vigilancia que interesa a los ad¬ministradores externos de las condiciones del país.


"PLACEROS Y ROTARIANOS"

Un aspecto del hecho que estoy señalando ha sido des¬tacado por el doctor Mario Amadeo en su libro "Ayer-Hoy-Mañana", de donde tomo lo que sigue: En las comunidades pequeñas, en las ciudades de provincia o en los pueblos de campo, es donde ese corte horizontal se advierte con más nitidez. En ellos se ve claramente como el médico, el abo¬gado, el escribano, el comerciante acomodado, el "placero", forman una reducida corte a la que rodea la desconfianza del "popolo minuto". Ninguna cordialidad existe entre esos dos grupos, salvo la que accidentalmente puede surgir de vinculaciones personales. Políticamente se llaman "peronis¬tas" y "contras". Pero estas son las designaciones políticas, y por ende superficiales, del hecho más serio y profundo que intentamos destacar: la separación de clase que ha puesto frente a frente a dos Argentinas y que amenaza malograr nuestro destino nacional. Sí: que ha puesto fren¬te a frente a dos Argentinas. Porque no olvidemos el he¬cho que la Revolución de septiembre de 1955 no fue sola¬mente un movimiento en que un partido derrotó a su rival, o en que una fracción de las fuerzas armadas venció a la contraria, sino que fue una revolución en que una clase social impuso su criterio sobre otra.
Digamos ahora —prosigo— que esta separación de las clases, cuando se refiere a esa clase del médico, así abogado, del comerciante, del rotariano en una palabra, no se ha producido por obra del proleta¬riado. No creo que en la historia del mundo se haya producido un mo¬vimiento social de tanta profundidad con menos quebrantamientos en la superficie, con menos dramas, con menos desgarramientos. Por el contrario, esos rotarianos se han beneficiado con el ascenso de las clases colocadas en rango inferior; los profesionales han visto atestados sus consultorios y estudios, y los comerciantes, con un mercado comprador superior a la oferta, han redondeado sus mejores negocios. Tal vez los de ramos generales han sido privados de su poder, al sus¬tituir la banca, la función de crédito agrario que cumplían ellos cuan¬do no había banca para los productores argentinos; pero mejoraron sus ventas al contado.
Sencillamente los rotarianos —casi todos los "placeros" lo son— han considerado la decisión popular como un alzamiento contra el or¬den establecido.
"...Mientras los trabajadores tomaron rápidamente conciencia del momento histórico y del papel que le correspondía, este sector in¬termedio se quedó en gran parte atrás: no comprendió su papel histó¬rico ni la oportunidad que el destino le brindaba. El proletariado com¬prendió que su ascenso era simultáneo con la clase baja y con la aparición de la burguesía eludiendo la disyuntiva ofrecida por los socialistas y los comunistas. Supo que su enemigo inmediato era la condición semi-colonial del país y que la evolución industrialista re¬presentaba una etapa de avances con buen salario y buenas condiciones de vida; no se prestó al juego de los antiguos sindicalistas ideológicos, que conscientes o no, obstaculizaban la formación del capital nacional en beneficio del acoplador extranjero de la producción pri¬maria y barata. El proletariado comprendió la unidad vertical de todas las clases argentinas para realizar la Nación y sólo demandó que en el prorrateo de las utilidades le tocara su parte correspondiente. Las clases a las que era accesible el conocimiento de un hecho tan elemen¬tal, se quedaron atrás en su comprensión, con respecto a los más humildes. Pero, gran parte de la responsabilidad incumbe a esa falsa cultura, a esa traición de la "intelligentzia", que propone señalar este libro. Eso fue el producto de un periodismo, de un libro y de una enseñanza destinados a desvirtuar los hechos nacionales”.
“Es lógico que sólo obtengan resultados favorables en aquellos trabajados por este periodismo, esos libros y esos maestros. ¡Así fue como las alpargatas sirvieron al destino nacional mejor que los libros!”


HETEROGENEIDAD DE LA CLASE MEDIA

No caigamos en el error frecuente, cultivado con esmero por los teóricos de la lucha de clases, de hacer una sencilla dicotomía de aquel momento histórico dando por enfrentada la clase media con la clase trabajadora. Me remito a mi discurso del 6° Aniversario de F.O.R.J.A. en 1941, que va un poco más arriba, donde advertía que ya en nuestras ideas, la posición nacional estaba triunfante al mismo tiempo que señalo que no habíamos logrado penetrar en el campo obrero, misión que anticipo estaba reservada para otros. Cuando digo que el lenguaje que hablábamos, pocos años antes exótico, era ya el del hombre de la calle, me estoy refiriendo al hombre de la clase media. Que esa presencia revolucionaria de la clase media no se expresara en la mayoría estudiantil y no se reflejara en la información periodística, no obsta el hecho cierto de que este sector fuera tan vigoroso que había hecho posible, con su apoyo, la neutralidad de Castillo –a pesar de las reservas que suscitaban su origen y sus colaboradores—contra la coalición de todos los partidos políticos, oficialistas y de oposición, de la unanimidad de la gran prensa y de todas las capillas consagradas de la riqueza y del prestigio. La nueva Argentina estaba presente y lo estaba en esa parte considerable de la clase media, antes y después de la Revolución de 1943, y antes de que el Coronel Perón lograra el vigoroso apoyo de los trabajadores. La intelligentzia tuvo entonces una visión deformada de la clase media, como la tenía del país, y la sigue teniendo aun en los sectores que están corrigiendo sus errores del pasado, pero que no pueden apartarse todavía de los esquemas extraños que transfieren a la realidad argentina. Cierto es que también el peronismo fue influido a la larga por esa falsa aprecia¬ción y de ahí derivan los errores de conducción que se han señalado en su comportamiento para con la clase media.
La falsedad de apreciación también resulta de considerar las clases medias como un todo homogéneo, cuando son por naturaleza heterogéneas en su comportamiento, en sus esquemas ideológicos y en los múltiples matices de su composición vertical. No podemos referirnos a ella en con¬junto porque de su seno salen los profesores de Educación Democrática y los revisionistas, la casi totalidad de los fascistas y la casi totalidad de los comunistas, y tal vez más de éstos que de aquellos, como salían los neutralistas y belicistas, y de la misma salen los teóricos de la liberación nacional y los Cueto Rúa y los Krieger Vasena, los Alemann, Verrier, etc., etc., que instrumentan la dependencia. Del mismo modo no puede igualarse la situación de los sectores pauperizados en la depresión de la década infame con los que habían podido mantener ciertos niveles de je¬rarquía por una situación privilegiada dentro de la misma. Ignorar la existencia de gruesos contingentes de clase media adelantándose a la posición que habían de tomar los trabajadores, es reincidir en el error de creer que el mo¬vimiento peronista fue sólo el fruto de las prebendas y las ventajas, y no el fruto de un proceso de formación, que encontró en el apoyo de la nueva masa obrera —con sus conquistas— la base popular que rompió el equilibrio a su favor.
Desde luego que la clase media en conjunto vio alteradas muchas de las valoraciones en que se había formado y constituían parte de su ética y su estética, pero no reaccionó homogéneamente. Gran parte de ella comprendió la necesidad del cambio y participó del mismo como consecuencia aceptada de su pensamiento nacional ya definido, y porque también estuvo capacitada para recibir las ventajas compensatorias que le traía el ascenso general de la sociedad. Eso sí: este sector careció de medios de expresión políticos y culturales dentro del peronismo, pero al mismo tiempo no se dejó seducir por los prejuicios y las mistificaciones que intentaban perturbarla. A lo sumo se retrajo ante la imposibilidad de actuar para reaparecer de nuevo junto a los trabajadores después de septiembre de 1955. Allí está, y la clase media lo amplía constantemente con su cada vez más acelerada incorporación en la variada gama en que se expresa el pensamiento nacional. Porque esa es la cuestión y no el peronismo.
Estas salvedades nos van colocando dentro del tema específico de este libro, porque la posición que se atribuye a la clase media en conjunto pertenece, exclusivamente a los sectores de la misma que ya señalé hace diez años y que de nuevo individualizo con las transcripciones que hago de "Los profetas del odio".


APARECE EL "MEDIO PELO"

Se trata del sector de la misma más calificado intelectualmente, según las viejas medidas de nuestra cultura y ubicado en los niveles más altos de la clase. Es, como lo señalo, el que más provecho sacaba de la nueva situación, pero el más incapacitado para comprender su papel histórico por su falsa situación que lo coloca en el filo de la clase media y la burguesía, y al mismo tiempo fuera de ellas por su atribución de un status que cree superior a las mismas. Íntimamente no se siente parte de ellas.
Esta gente, por su procedencia, es de clase media, pero psicológicamente ya está disociada de la misma. Eco¬nómicamente también; podría hablarse respecto de ella de clase media alta, pero su comportamiento difiere de lo que se ha tenido por tal, ya que sus recursos y su manejo se sale del tradicional conservatismo ahorrista que tipifica ese nivel de la clase media, y de la discreción en la exteriorización de su prosperidad. Es ostentosa como corresponde a la burguesía. En realidad, es la burguesía incipiente de un país que comienza a construir su propio capitalismo. Pero la cuestión es que no quiere ser burguesía y rehuyendo el status adecuado entra en la simulación de otro que no le pertenece. No es ni "fu ni fa", ni "chicha ni limonada".
Se articula una situación equívoca y en esa equívoca situación viene a constituir gran parte del "medio pelo", y la cuestión, inimportante del punto de vista de los indivi¬duos —que sólo interesarían como elementos pintorescos— adquiere relevancia desde el punto de vista social, en cuan¬to al adquirir la dimensión de un grupo social importa la frustración de una burguesía que tiene finalidades a cum¬plir en el camino hacia la potencialización del país.
Se trata de los "placeros" de que habla Mario Amadeo refiriéndose a los pueblos rurales. Traslademos esos mis¬mos personajes a la gran ciudad; gente de altas entradas que olvidan que éstas han nacido en la nueva época, pro¬fesionales de éxito, escritores consagrados y, sobre todo, burgueses, triunfadores del comercio y de la industria que disponen de amplios recursos. Todo un conjunto de expre¬siones sociales que antes constituían el primer plano de la clase media de los barrios.
Pero a esta nueva promoción, dotada de mayores re¬cursos, el barrio le va chico; además, la importancia de barrio ha perdido significado al romperse las fronteras que los separaban y diluirse en la ciudad de los domicilios identificados por piso y departamento; en la intercomuni¬cación constante que, integrando los barrios en la totalidad urbana, ha confundido en el anónimo multitudinario las preeminencias locales que permitían la jerarquía.
Ahora a nivel de esta promoción de triunfadores, el barrio es disminuyente: un médico o un abogado de barrio no es más que eso, un médico o un abogado de barrio, lo que resulta peyorativo. Vivir en la fábrica o cerca de la fábrica desmonetiza al burgués entre los burgueses. (Mi¬randa, tal un símbolo, tuvo su domicilio porteño, hasta su muerte en Montevideo, en su fábrica de la calle Directorio. Pero Miranda era un burgués cabal y se jactaba de serlo. No tenía complejos).
El Jefe de Relaciones Públicas o el Ejecutivo de empresas no puede ofrecer su casa si vive en Villa Urquiza o en Flores. Cuanto menos, si en Barracas o la Boca.
Este es un hecho cierto y no se puede pretender que el burgués reme contra la corriente de sus intereses, que le exige una radicación. Sería antiburgués. Pero aquí ya comienza el juego de los engaños recíprocos que iremos viendo. Porque hay que salir del barrio para parecer "bien" ante los otros burgueses, que a su vez tienen que hacer lo mismo para aparecer bien ante éstos.
Excusado es decirlo, salir del barrio significa domi¬ciliarse en el Norte, de la Plaza San Martín a San Fer¬nando y de Santa Fe al río. Esto también puede obedecer a razones de comodidad y confort. De todos modos es com¬prensible burguesamente, porque hasta ahora es una cues¬tión de intereses y lo lógico es que el burgués, imagen clásica de la sensatez y el sentido práctico, haga lo que le conviene.
Lo grave es que las razones burguesas no son las decisivas. Lo son precisamente aquellas que no deben pesar en el burgués, las que lo disminuyen como tal y le quitan capacidad funcional.
Y aquí estamos ya en la ficción del status cuando no obedece a las exigencias prácticas de la burguesía, sino a la necesidad inversa: la ocultación o la disimulación de la condición burguesa. Porque si en el primer caso la actitud importa la afirmación en el propio status, en el segundo importa la evasión del mismo, es decir la frustración de la clase como burguesía.
Es el caso que he referido en una nota periodística.
La transcribo: Sé que un fulano se ha gastado quince millones de pesos en un departamento en la Avenida del Libertador. Nos encon¬tramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:
—Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de diez millones en un departamento de la Avenida del Libertador ...
—¿Y por que se aflige? —me pregunta inquieto.
—Y... por que la Avenida del Libertador no es "bien"...
—Pero entonces... ¿Qué es "bien"? —pregunta desesperado.
—"Bien" es de la Plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al bajo. Y dentro de ese radio, "bien", muy "bien", el "codo aristo¬crático de Arroyo", como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera...
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces lo remato.
—La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapi¬cería sobre el respaldo del asiento trasero del coche...
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento, no sé...
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "cien¬tífica" es así... cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la presti¬gia ante los burgueses.
Si quiere barrio, compra; y si qviere avenida y mujer distinguida, compra también. Podría citar casos que todos conocen. El que es bur¬gués de veras no se achica; no se acomoda a los esquemas y li¬mitaciones de los tilingos.


LA BURGUESÍA Y EL PRESTIGIO DE LA ESTANCIA

Si las pautas que adopta imponen el barrio, también imponen actividades prestigiosas.
La fábrica y el comercio no lo son. El profesorado universitario, la magistratura, los altos grados de las fuerzas armadas, el prestigio intelectual, lo son en mayor medida, pero no las máximas; son a lo sumo complementa¬rias, decorativas, para integrar con otras apariencias el núcleo cuyos títulos surgen de la propiedad de la tierra, cuan¬to más continuada mejor; pero esos prestigios no se trasmi¬ten hereditariamente: el status es casi personal y no conso¬lida la situación de la familia. Dan un acceso relativo a la alta clase, pero no pertenencia; constituyen una situación pro¬visoria que permite la admisión, pero nada más. Salvo cuando se llega a estas jerarquías como consecuencia de una decadencia patrimonial, pero en este caso descendien¬do. Un general, un profesor, un magistrado proveniente de la alta clase está indicando con esa posición, sobre todo el primero, no el ascenso, que significa su cargo respecto de la sociedad en general, sino el descenso que implica el tener que haber recurrido a esa actividad. Pero el burgués proveniente de la industria o del comercio, no tiene esas posibilidades intermedias, cuyo ejercicio y actitudes reclaman una situación anterior, superior a aquella de donde proviene.
El camino que se le abre como única perspectiva para obtener la consagración social, que busca al negarse como burgués, es también hacerse propietario de la tierra. En¬tonces, con paciencia y saliva, como el elefante, hará mé¬rito. Con plata abrirá las puertas de la Sociedad Rural y, anualmente irá anotando puntos, exposición por exposi¬ción, toro por toro. Las páginas de los remates de hacien¬da de los grandes diarios crearán el hábito de su nombre; cuando ya no erice la piel de nadie, habrá comenzado a madurar; pero dejará de erizar esas delicadas pieles más que por un acostumbramiento, por un olvido: cuando se olvide que fabrica palas, clavos, televisores, tornillos; que opera en la bolsa, que trabaja con listas de pagarés, etc.
El anónimo de las acciones facilitará ese olvido. Tam¬bién le permitirá disponer puestos en los directorios para los tronados de la vieja clase, en inteligente prorrata con los influyentes de la nueva era, que pueden ser políticos, generales, almirantes o hábiles gestores que ahora disi¬mulan haciendo public relations las actividades que antes groseramente se llamaban variablemente comisiones, coi¬mas y sobornos. Esta composición de los directorios en cierto modo expresa la ambigua situación del burgués: por un lado los padrinos sociales de su ascenso, por el otro los instrumentos útiles a su actividad capitalista.
Esa necesidad de entrar por la Sociedad Rural explica que mien¬tras; en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miren a un ganadero como a un "junta-bosta" aquí el empresario se siente disminuido ante el ganadero. Para salvar esa disminución es necesa¬rio comprar una estancia y tener cabaña —así sea de perros— porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club pueda lograr el ascen¬so social apetecido.
También es cierto que hay algo de cálculo burgués; este sabe que todavía el desarrollo integral del país sufre golpes como en 1930 y en 1955, y que su estabilidad corre riesgo en una sociedad en que lo úni¬co intangible es la riqueza inmovilizada en la gran propiedad, a cubierto además de las variaciones en el valor de la moneda porque su precio sigue el precio de esta, y aun va adelante de ella; además de ser tradición inconmovible su carácter sagrado, capitaliza todas las valoraciones que el conjunto de la sociedad introduce en la economía de la República. Allí no importa que los negocios sean malos o bue¬nos ni las aptitudes personales, porque funciona como una caja do ahorro capitalizante.


LA NUEVA BURGUESÍA REVERENCIA A LA ANTIGUA

Este es el elemento de cálculo financiero que puede justificar la ambigua posición de la burguesía, pero no es el decisivo.
Tal vez cuando el burgués ha llegado a los niveles del gran capitalismo estas pautas de ascenso no le sean im¬prescindibles. No creo que las necesite Fortabat ni tam¬poco Hirsch, por ejemplo. Pero de todos modos no deja de ser una concesión amable poder exhibir los productos de "San Jacinto" o "Las Lilas". Llevar un toro del ronzal se aviene mejor con el estilo de los altos niveles sociales que aparecerse con una bolsa de cemento o de harina sobre los hombros. O suscitar la imagen. "San Jacinto" y "Las Lilas" decoran Loma Negra y Molinos, e identifican me¬jor la jerarquía del personaje según el consenso de la alta clase.
Estoy entrando al tema del "medio pelo", y el Barrio Norte y la estancia son pautas que anticipo por la necesi¬dad de ubicar de entrada el problema que me lleva al tema y que ya he dicho es el de la frustración de la burguesía como tal, y que es lo que interesa.
No puedo imaginarme a Rockefeller o a Ford haciéndose perdo¬nar el petróleo y los automóviles por los farmers norteamericanos. Nuestros teorizadores de la sociedad capitalista, desde las columnas de los grandes diarios, como se ha hecho desde la escuela y desde la universidad, nos proponen constantemente como ejemplo, el desarrollo de la sociedad norteamericana, en el editorial, y seguidamente, en todo el resto del periódico afirman, difunden y sostienen la vigencia de las pautas correspondientes a la sociedad precapitalista, disociando la tesis abstracta de su pensamiento con la praxis que se opone. Allá hasta un ganadero tejano que encuentra petróleo en su campo, no dejará las botas ni el sombrero aludo —por el contrario, las lustrará para que brillen más y les ensanchará el ala— pero se comportará como hombre de negocios, como un burgués con toda la barba y si imita, imitará a la gente de Wall Street. Aquí los mismos predicadores de la eficiencia norteamericana promoverán el disimulo, y hasta el olvido de esa eficiencia, en obsequio de la conservación de las pautas de la sociedad agropecuaria.
Se repite, respecto de la nueva burguesía, lo que ya se señaló en el capítulo II de aquella "ausentista" de los primeros momentos de la expansión agropecuaria. Aquella frustración parece ser seguida por otra nueva. Los descendientes de la burguesía hipnotizada por los príncipes rusos, los nababs, la nobleza francesa, los lores ingleses, hipnotizan a estos burgueses de ahora que no necesitan viajar más lejos que al Barrio Norte para caer en el servilismo ridículo y simiesco en que aquellos cayeron en París, Londres y la Costa Azul.(1)


LA BÚSQUEDA DEL PRESTIGIO Y EL MEDIO PELO

El motor que dinamiza a la gente del "medio pelo" es la búsqueda del prestigio.
Desde que Vance Packard popularizó la terminología en su análisis de la sociedad norteamericana, ésta se suele emplear un poco peyorativamente, de lo que resulta que la búsqueda de prestigio acarrea desprestigio.
En mi análisis "medio pelo" quiero dejar aclarado que no es el hecho de la búsqueda de prestigio lo que motiva el ridículo de su equívoca situación.
Este surge en el caso de que la búsqueda no tiende a la afirmación de la personalidad de sus componentes que aspiran a un positivo status de ascenso; nace de la simu¬lación de situaciones falsas que obligan a ocultar la propia realidad de los componentes (en unos, la deficiente situa¬ción económica; en otros, la carencia de los elementos culturales que caracterizan el status imitado) y de la consi¬guiente adopción de pautas pertenecientes a otro grupo en que pretenden integrarse.
No es ni más ni menos que la situación pintada por Lucio López en "La gran aldea" (Ed. La Nación - 1909) al describir un baile de negros: "esos snobs de medio pelo son codiciados por el prestigio social que rodea sus nom¬bres". Se trata de los "morenos" que prestan servicio como ordenanzas en las grandes reparticiones públicas, y que repiten en su propio medio y ceremoniosamente, los moda¬les que han aprendido mientras están con las bandejas de¬lante de sus jefes. Hay aquí esa puntillosidad, esa preocu¬pación por evitar las gafes, ya referida citando a Mujica Láinez en su "Bomarzo", y que para los Orsini subsistiría aun en esos recién llegados que son los Farnesios. Entre esos dos extremos, Farnesios y "morenos" ordenanzas, lo que caracteriza la falsedad de la situación es que no afirma el status propio, sino la falta de uno auténtico y con sus propias pautas.
La búsqueda del prestigio está consustanciada con el hombre en cuanto animal social.
Existe en las sociedades primitivas aun antes de que estas estén organizadas en distintos estratos. Entonces la búsqueda es exclusivamente individual. Paul Radin (“El hombre primitivo como filósofo”, Ed. Eudeba, 1960), dice: “La búsqueda de prestigio representa simplemente la derivación de un realismo inexorable. Es posiblemente el hecho fundamental de la vida primitiva en todas partes, aunque, por supuesto, el tipo de prestigio buscado difiere según la tribu. Muchos se sacrifican para lograrlo. Desde que tal papel desempeña en la vida primitiva no nos extrañará que se lo encuentre asociado en la religión y la magia”.
(Muchos marxistas literalmente aferrados a la tesis de la lucha de clases, y desde que según el "Manifiesto comunista", "La historia de toda sociedad a nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de clases", podrán considerar esa sociedad primitiva y sin clases, como inexistente en la historia y por consecuencia imposible la bús¬queda del prestigio al margen de las mismas. Para su comodidad con¬viene recordarles la nota de Engels, con posterioridad a la fecha del "Manifiesto" y a la aparición de la "Sociedad primitiva'', de Morgan —cuyo conocimiento constituye uno de los fundamentos de la nota- limitando el alcance de la lucha de clases a la Historia escrita, que no comprende la sociedad primitiva).
Al referirme a la situación de la "gente inferior" en la sociedad tradicional he mostrado cómo la búsqueda del prestigio, imposibilitada más abajo en una sociedad verticalmente inmóvil, es individual. El individuo actúa como en la sociedad primitiva y el prestigio, como en esta, consiste en una jerarquía personal, a falta de un ascenso a otro grupo. Es lo que se ha dicho sobre la importancia que adquieren las dotes personales que colocan en primera línea, pero dentro de la clase, por las aptitudes en el trabajo, en el juego, en la guerra, en la política, en el canto, etc., atribuyendo a esa búsqueda del pres¬tigio personal el culto del coraje, por ser la condición de valiente la que da la más alta jerarquía.
Pero desde que la sociedad se conforma en niveles distintos y es factible ascender dentro de ellos, los móviles de la búsqueda del pres¬tigio dejan de ser puramente individuales. Ahora se trata de la adqui¬sición de un status que comprende al grupo familiar, persiste más allá del individuo y deja de ser inseparable de la conservación de las aptitudes individuales para el éxito: la jerarquía del nuevo status es social y no individual, permanente y no transitoria.
La búsqueda del prestigio no es, pues, un elemento exclusivo del "medio pelo". La practicaron la burguesía y las clases medias surgidas de la inmigración, y está indi¬solublemente unida a los móviles de ascenso que las carac¬terizaron. Lo que es nuevo, y además reciente es la natu¬raleza artificial y además desnaturalizante, de la búsque¬da de prestigio por este neoplasma social.


BURGUESÍA ANTERIOR AL MEDIO PELO

Ya se ha visto lo que ocurrió con la burguesía surgi¬da a principios de siglo, que afirmó su propio status pres¬cindiendo del reconocimiento de la alta clase.
Es cierto que por su procedencia extranjera buscó prestigio en las distinciones otorgadas por los gobiernos de sus patrias de origen, pero no renunció a su posición burguesa ni se sintió acomplejada por la necesidad de una consagración aristocrática. Si Guassone se envaneció con el título de Conde de Pasalaqua, no lo hizo renunciando a su más alto título de Rey del Trigo, ni escondió su ver¬güenza de serlo bajo la imitación del viejo estilo de la clase terrateniente argentina. Lo mismo el Conde Devoto, que edificó su palacio en el barrio que había fraccionado con su nombre. Si ambos devinieron propietarios de la tierra lo fueron en razón de su potencialidad burguesa y no para ocultamiento de la misma. Si los herederos de uno y otro han realizado la incorporación a la alta clase, esto lo prue¬ba más bien la aptitud conservadora de la misma, que el fal¬seamiento de las situaciones por aquellos. El orgullo de hacer su palacio en su propio barrio, del uno; y el título preferido a la consagración nobiliaria, del otro; están acre¬ditando una seguridad en su propio status burgués, una certidumbre del valor positivo de su situación que adquiere todo su realce por comparación con la actitud imitativa y de disimulo de la propia condición que caracteriza a la burguesía de las últimas promociones.
(No incluyo en esta a burgueses como Fortabat e Hirsch, ya mencionados en otro ejemplo, porque se trata de situaciones excep¬cionales. La suma de poder que cada uno representa y la arrogancia con que penetran en la alta clase no tiene nada de común con la falsa situación de los imitadores. En este caso la impresión que dan es más bien de una concesión amable al status donde los ubica su poder económico, con estancia y sin estancia, con cabaña y sin ca¬baña, sin disminución alguna de la condición burguesa que es la que prima en ellos y a la que no renuncian. Son capitanes de industria y de negocios, y sólo subsidiariamente propietarios de la tierra, como Sir Walter Raleigh o Drake eran corsarios y subsidiariamente no¬bles, y esto lo digo sin ningún ánimo peyorativo porque estoy esta¬bleciendo la diferencia entre los constructores de una época y los usufructuarios de situaciones anteriores que no aceptan la modifi¬cación de la estructura).
Con las pautas estéticas, el "medio pelo" asimila pautas éticas en las que la moral no se remite al resultado de las acciones sino a su forma; todo lo que es tradicional en relación con la adquisición o conservación de los bienes es moral, e inmoral el enriquecimiento por cualquier otro camino; así una especulación en tierras es correcta pero una especulación en valores de bolsa es una maniobra; como degrada unir el nombre de familia al lanzamiento de un nuevo pro¬ducto industrial y lo prestigia vender reproductores en una exposi¬ción, que agrega handicap social. Se presume un negociado en toda ventaja obtenida de los poderes públicos para el desarrollo de una actividad burguesa, y es una operación de fomento cuando la ventaja de cambio o fiscal es acordada a las formas de producción tradicionales.
Agregaré que las referencias que aquí se hacen no importan un juicio subjetivo sino objetivo porque se aplica el cartabón del interés racional y no de los grupos diversos que constituyen la sociedad, aplicando un criterio ético referido exclusivamente a la potencialización o decadencia del país con exclusión de la ética subjetiva del que analiza la situación, que como se ve corresponde a intereses de todos los casos.
La alta clase demuestra su fuerte espíritu de conser¬vación y una técnica adecuada, haciendo de su prestigio un instrumento de defensa al imponer sus pautas a los otros sectores de la sociedad.
Así, si normalmente ella conserva una actitud despec¬tiva tradicional para los miembros de las fuerzas armadas, en las circunstancias en que éstas se convierten en poder, sabe disimularlo para absorber sus altos niveles y comu¬nicarles con sus pautas la ideología y los prejuicios en que consolidan su vigencia. Lo mismo haría con los dirigentes sindicales si estos fueran susceptibles de captación, como lo hace sistemáticamente con los políticos de todos los par¬tidos, aun de los más adversos. No de gusto han previsto en los reglamentos de sus clubes el libre acceso a los mis¬mos legisladores, magistrados y altos funcionarios. Claro está que sólo da la apariencia de la situación, que como los lirios dura lo que el buen tiempo, porque la condición de estabilidad sólo la da el largo ejercicio de la propiedad de la tierra, es decir, ser de la clase, y no, alternar eventualmente con la misma.
El resultado es que los seducidos momentáneamente quedan enervados para su situación real, difícilmente lle¬gan a incorporarse y quedan rezagados en esa equívoca situación del "medio pelo".(2)
Tampoco las clases medias de las primeras promocio¬nes se deformaron por la adquisición de un falso status. Ya hemos visto cómo la jerarquía entre sus distintos niveles estaban determinadas dentro del barrio donde se estructuraba. Su búsqueda de ascenso correspondió al plano político, profesional, de la cátedra, de la milicia o de los negocios, cuando sus más altos representantes quisieron trascender de la situación de barrio. No apunto a la incor¬poración en la alta clase y mucho menos realzó la tragi¬comedia en que vive el "medio pelo".
Esto no ocurrió ni siquiera con el sector que había pertenecido a la "gente principal", y trucado su jerarquía en el "todo Buenos Aires" por el papel predominante que ocupó en el barrio.
Tampoco ocurrió con la alta clase media proveniente de la inmigración. Por eso fracasó la sutil política que realizaban entonces los conservadores tratando de crear un complejo disminuyente en los descendientes de inmi¬grantes que buscaban prestigio.
"La Mañana'" y "La Fronda", sucesivamente, bajo la dirección de Pancho Uriburu hacían una sistemática ridiculización de los apellidos inmigratorios de clase media, típicos del radicalismo yrigoyenista —y también de los criollos, no filtrados por la alta clase. Era una escalera a dos puntas: complacer a la propia clientela de la clase e intimidar a la del adversario. La crítica humorística se extendía a la cachería y cursilería de toda la gente nueva. Seguramente lo reciente del ascenso, la convivencia con los padres inmigrantes, testigos vivos de la modestia del origen, hasta en sus inflexiones idiomáticas y sus modali¬dades propias de los humildes estratos europeos de donde procedían, provocaban más bien una reacción adversa y defensiva con el orgullo expresado de ser nuevos y sentirse esperanzas del país.(3)
Esta clase media de barrio no intentó asumir las pautas de la alta sociedad de la clase alta: por el contrario, sentía superior las suyas. Así en lo moral. (Se atribuía a la clase alta una descomposición de costumbres muy parecida a la que hemos visto, le atribuye Beatriz Guido en los tipos representativos que novela. Había toda una literatura popular que difundía esa creencia y el rumor de supuestos escándalos llegaba a los ambientes de clase media que se confortaban con la imagen de su superioridad ética).(4)
Por otra parte, la ciudad era más chica y eso hacía más fácil la diferenciación de los niveles y que recayese el ridículo sobre el que intentaba franquearlo a través de la simulación de un status. La clase media tenía sus propias pautas y no deseaba cambiarlas por las de una sociedad que consideraba en descomposición. Sus gustos y cultura de barrio conformaban sus aspiraciones estéticas, sin que la deslumbrase la atracción de la vida mundana que veía reflejada en los periódicos, ni el esteticismo afranelado que creía propio de un mundo distinto al suyo y del que se sentía completa¬mente extraño. No existía en la clase media ni el snobismo ni la tilinguería que resultan siempre del afán de imitación. Existía sí el guarango por inadaptación a las pautas de la clase, en los que no habían logrado cumplir todos los extremos del status, o en los triunfadores de la fortuna en rápido ascenso y cuyas aceleradas varia¬ciones de posición les impedían el "afiatamiento". Porque el gua¬rango es un personaje inevitable de una sociedad en ascenso; casi el precio que se paga por el éxito personal.(5)
Existía lo cache. (Segovia en su "Diccionario de ar¬gentinismos": dícese de la persona o casa mal arreglada y sin gracia y gusto en el adorno. Igualmente Granada. Garzón en su "Diccionario argentino" trae la misma acep¬ción particularizándose con las prendas femeninas). Pero la cachería como expresión de mal gusto era generalmente individual. Más frecuente era lo cursi si se entiende por tal lo que con apariencia de elegancia o riqueza es ridículo y de mal gusto. Pero esta cursería o cursilería no estaba tan referida al vestido como a una actitud espiritual, y lo cursi es en definitiva una tentativa hacia la belleza, que yerra el camino.


ESTÉTICA DE LA CLASE MEDIA

Si la clase media no poseía la estética que la clase alta había aprendido y traído de Europa, tampoco tenía bases propias para elaborar en el breve término de su formación, proviniendo, como provenía, de una inmigración que sólo podía aportar los elementos estéticos de las clases bajas europeas. Los que dentro de ella representaban el sector desclasado de la gente principal sólo podían influirla en cuanto a los modos más o menos señoriles que conser¬vaban de la gran aldea, pues estaban desconectados de la estética de importación profesada en la clase alta.
No existían tampoco en la época los elementos masivos de difusión que permiten hoy universalizar con rapidez los gustos. Así la declamadora, el infatigable piano de las niñas casaderas, los juegos florales, los paisajes pintados por la alumna de la academia, y hasta los retratos de familia alternaban con los almohadones bordados, los encajes y las puntillas de confección caseras, les festivales artísticos, los bailes de sociedad, las retretas dominicales, la salida de la Iglesia y el paseo de la tarde por las cuadras tradicio¬nales, satisfacían las exigencias estéticas y sociales del medio. (Le ahorro al lector la descripción de los interiores remitiéndome a la tan exacta de la casa de la familia Di Giovanni hecha por la autora de "El incendio y las vís¬peras").
Cachería y cursilería, si. De ninguna manera snobismo o tilinguería.
La estética de le clase media expresaba una tentativa de creación con los escasos elementos de que disponía, casi todos provenientes de la decadencia del romanticismo, y difundidos por la literatura barata de las editoriales españolas y la poesía y la prosa de los escritores argentinos que llegaban al gran público, todos fuertemente influidos por las mismas fuentes literarias. (Los poetas de la época, de más alta jerarquía, eran todavía para escasos iniciados como se constata en lo mínimo de sus ediciones, y la buena literatura de la generación del 80 no había tenido la difusión que comenzó mucho después. En realidad la escuela normal era la que daba la medida de los valores estéticos y su difusión, y decir esto significa decirlo todo).
Esta clase media, cursi si se quiere, era auténtica. De la cursilería, como tentativa hacia la belleza podía salir un gusto de más calidad por maduración en el tiempo, a diferencia de la tilinguería y el snobismo del “medio pelo” donde inexorablemente no se puede crear nada porque falta el elemento esencial para la creación: la autenticidad.
El teatro de la época, refleja ya las posibilidades de una creación propia.
Los mínimos patrones de cultura Europea de la clase media estaban dados por la lírica para los italianos, y por la zarzuela y el sainete hispánico para los españoles; apun¬taba lo propio en el éxito en el teatro de las creaciones de los hermanos Podestá en el circo, continuando después, por la aparición de un teatro nacional, de carácter vernáculo en cuyo escenario no figuraban la alta sociedad. Esto de Florencio Sánchez a Vaccareza, y lo mismo de los precur¬sores, como Soria o Martiniano Leguizamón. Más aun, las mismas comedias, escritas por gente de primer nivel so¬cial, reflejaban los modos y las costumbres de una sociedad modesta, como el caso de Laferrère.
Las ficciones que podrían a la ligera equipararse con las del "medio pelo" no estaban dirigidas a atribuirse el status de la clase alta, sino a disimular las dificultades económicas que harían difícil el mantenimiento en el pro¬pio: una cosa es simular la pertenencia a un status ajeno y otra evitar la pérdida del que ya se tiene o intentar ascender dentro del mismo. Esto último es lo que refleja Laferrère en “Las de Barranco”, donde la familia venida a menos, una familia de militares, lucha contra el desclasamiento inevitable. Se trata de la pobreza vergonzante que es otra cosa que la pobreza desvergonzada, donde se abandona el decoro de la posición tirando la chancleta o la prosperidad mentida del "medio pelo", en que la repre¬sentación no atiende al decoro que se sacrifica a la pompa artificial.(6)
En el más alto nivel de la clase media había un grupo característico de la época. Eran los habitantes del llamado “Palacio de los Patos”, sito en la esquina de Ugarteche y Cabello. En general, la gente que allí vivía provenía del desclasamiento de la clase principal, pero no hacía el juego de simular su pertenencia a la alta sociedad porteña: sacando fuerza de flaqueza ese grupo social marcaba la distinción de su origen, pero aceptando su situación de venido a menos económicamente. De ahí el nombre que humorísticamente atribuyó al lugar de su residencia, marcando la existencia de un status particular que le permitía diferenciarse de otros niveles de la clase media, pero no intentando vivir una vida de simulación; era aquella de “pobre pero honrado”, que se glosaba en “pobre pero bien nacido”. Lo que se exhibía era cierto.
Se trata de no parecer menos, pero no de parecer más. Se desea ser más, pero la búsqueda del prestigio está única a la búsqueda de un ascenso real que resultará del ejercicio de las actividades que proporcionan recursos para ascender efectivamente con los mismos. No hay simulación; al o sumo el disimulo exigido por el decoro.


ANALOGÍAS Y DIFERENCIAS CON EL "MEDIO PELO"

En lo que va del presente capítulo se ha redundado insistiendo en las particularidades de la clase media y de la burguesía de principios de siglo, tema tratado con anterioridad. Pero al referirnos en particular al "medio pelo” que se origina casi contemporáneamente, en los últimos 20 ó 25 años, se hace necesaria la confrontación porque este procede de los mismos niveles económicos: de la alta clase media y de la burguesía. Esta confrontación permite com¬probar al mismo nivel social un distinto comportamiento: mientras la alta clase media y la burguesía de principios de siglo se comportaron como tales y fueron factores acti¬vos de la democratización del país a través de la transfor¬mación económica y política con la cual identificaron su destino, un numeroso grupo perteneciente a los equivalen¬tes sectores contemporáneos, toma el rumbo inverso para constituir este status, históricamente anómalo, caracteri¬zado por la adopción de pautas de imitación que marginan a sus componentes del proceso de avance de la sociedad argentina.
No hay que confundir esta adopción de pautas imita¬tivas con esa cierta seguridad social que la burguesía y la clase media descendiente de la inmigración adquieren por el simple transcurso del tiempo, en una decantación que por breve no deja de ser de la misma naturaleza que la que llevó a los descendientes de la primera burguesía porteña a constituirse en clase señorial, aun antes de la adop¬ción de los patrones aristocráticos europeos.
A este propósito, recuerdo que a principios del gobierno pero¬nista asistí a una reunión de la Legislatura de La Plata y me llamó la atención la actitud adoptada por los legisladores radicales con respecto a la bancada peronista. Era la reproducción exacta de la postura de los legisladores conservadores, en otra sesión presenciada en 1920, con respecto a la bancada radical: los radicales adoptaban ahora, como los conservadores antes, un aire de viejo estilo, una suficiencia sobradora de gente acostumbrada y que se mueve en su propio medio frente a las gafes y las torpezas parlamentarias de los recién llegados.
Pero esto es bastante natural y no significa la atribución de otro status. Al fin y al cabo aquellos conservadores de la Legislatura de La Plata tampoco simulaban un status superior a los radicales. No formaban parte de la alta clase aunque fueran sus instrumentos de gobierno: eran gente de la clase media también, cuando no de más bajo origen, como expresión del caudillismo pueblerinos en los que había caído la dirección de los partidos conservadores, hasta en rango de alta dirección –caso de Barceló—desde el momento en que, como se ha dicho antes, la alta clase se desvinculó del manejo político directo del país. Podría decirse que como extracción social era de origen más alto el radicalismo, cuyos representantes legislativos eran en general ganaderos o profesionales, es decir, gente de la alta clase media.
En el mismo sentido debe interpretarse ciertas reac¬ciones políticas, peyorativas para el movimiento social que irrumpe en la escena con la presencia de los "cabecitas negras". Tal es el caso de la expresión "aluvión zoológi¬co" del Dr. Ernesto Sanmartino, o aquello de "libros o alpargatas", del profesor Américo Ghioldi. Para éstos el hecho nuevo no significa la lesión de un supuesto status que se atribuye el medio pelo, sino el real a que pertene¬cían por la configuración que la superestructura cultural del país sostiene en el plano de la inteligencia. (Este tema será tratado más adelante, pero conviene adelantar la exis¬tencia de un status propio de la inteligencia en la cual rigen pautas de aceptación y de consagración, que coinci¬den con la estructura dependiente del país y al que la incorporación se hace paulatinamente según se acredita una conformación cultural correspondiente a la conformación colonial de la cultura).
La presencia del país real era una piedra en el tejado de vidrio de la "intelligentzia". Una multitud que margi¬naba los mentores aceptados —de derecha a izquierda— era para éstos un hecho antinatural, como para los uni¬tarios la presencia de las multitudes federales. El esquema de "civilización y barbarie" sigue vigente para ella con todas sus implicancias racistas y ese es el sentido de "alu¬vión" y "alpargatas". La inteligencia ha configurado su esquema dentro del cual se puede ser desde Maurrasiano a Leninista, pero que excluye una presencia social verná¬cula que ya está decretada "anticultural". Y mucho menos la posibilidad de que se constituyan elencos directivos que no hayan obtenido su legitimación como políticos o como intelectuales dentro de las pautas consagratorias estable¬cidas por las capillas vigentes en la inteligencia de confor¬mación foránea.
El fenómeno ya había ocurrido antes con el radicalismo Yrigoyenista en su brusca irrupción de 1916; no era el origen social el que determinaba la reacción de los “cultos” sino la alteración que suponía en sus escalas.
Una vez que el político, el escritor, o el artista han sido convenientemente pesados y medidos, pasa el filtro y se incorpora, porque en el plano de la inteligencia sigue vigente la división dela sociedad en dos capas culturales como ocurría con las clases de la sociedad tradicional, pero por causas distintas. No es el origen social el que determina la aceptación, ni siquiera el ideario; es conformarse en los esquemas culturales pre-establecidos. Una vez incorporado al status de la inteligencia, el sujeto hasta subconscientemente es la parte de ella, y todas las discordancias ideológicas dentro de la misma pueden existir pero sobre el supuesto de que se ajusten a la idea de la cultura que posee el status; así harán un frente común siempre que el país intente expresarse con otros módulos de cultura distintos por nacionales; eso es la barbarie.(7)
Así Gerchunoff se sentía cómodo entre los redactores de "La Fronda" y no con los italianitos y judíos que as¬cendían con el radicalismo, como Sanmartino y Ghioldi, gringuitos ayer, podían sentirse ahora cómodos con quienes les habían puesto el mote, en la medida en que el radi¬calismo o el socialismo, no amenazaban, sino que ya esta¬ban incorporados "en el plano de la cultura". Lo mismo Codovilla o los otros Ghioldi que, como los anteriores ya eran políticos cultos a la manera de los rivadavianos. Se trata en realidad de un común status cuyos miembros se suponen élite intelectual, dividida entre sí por las ideolo¬gías, pero conforme en conjunto en ser élite frente a la multitud innominada y sus mentores que tenían la inso¬lencia de considerarse inteligencia al margen del cartabón establecido. Podría, pues, hablarse de un medio pelo inte¬lectual, dándole mucha latitud a los términos, pero no se trata del medio pelo social, cuyo origen es otro, y otras sus pautas, aunque tenga de común con éste el rechazo a la presencia política de las masas en el Estado.


LOS ORÍGENES DEL MEDIO PELO Y LOS PRIMOS POBRES

El medio pelo procede de dos vertientes. Los primos pobres de la alta clase, y los enriquecidos recientes.
Al hablar de la composición de las clases medias y la incorporación a las mismas del sector de gente principal que no participando de la prosperidad de la clase alta, en el momento de la expansión agropecuaria y el vertiginoso enriquecimiento de los terratenientes argentinos, se señaló que algunos grupos de los económicamente desclasados no renunciaron a sentirse parte de la alta sociedad y mantu¬vieron, casi heroicamente, la ficción de su pertenencia.
Son los primos pobres de la oligarquía. Así los califi¬caba un miembro de la clase alta que me decía:
Son esos parientes remotos que te van a esperar al puerto cuando llegás de Europa. Uno ni los recuerda, pero tiene que ser cortés y comprenderlos... Ellos te comentan todas las pruebitas que has hecho en Saint Moritz, lo que perdiste o ganaste en Monte Carlo, los yates en que estuviste embarcado en el Mediterráneo y las Villas de que fuiste huésped en la Riviera. Conocen al dedillo los modelos que estrenó tu mujer y todos los chismes y cotorreos que han circu¬lado por la 'Colonia' en París.
Lo desagradable es que uno por corresponder a tanta preocupación quiere ensayar la reciprocidad y les equivoca los apellidos, y con mayor razón los sobrenombres. Fijate que a uno bigotudo a quien le llaman "Macho" le dije "Cototo'', confundiéndole con otro recontra-primo que es medio "para que me han dado esta escopeta"... Uno les confunde hasta los padres y les pregunta por la tía Aurelia, creyendo que es la madre cuando le advierten horrorizados que la tía Aurelia murió hace veinte años y soltera...
Son difíciles, muy difíciles. Además, uno resulta hasta vulgar, pues sus modos de hablar y tocar los temas es tan cuidadosa, que se tiene la sensación de ser poco bien...
En el fondo, son los parientes pobres que pinta Silvina Bullrich en "Los Burgueses'', a los que ya me he referido en una cita.
Muchas de esas familias vivían antes de la aparición del "medio pelo" como exiliados en el tiempo, recordando el landó de la abuelita cuando la "familia figuraba", y "esos de la otra cuadra" se bajaban de la vereda para darles paso.
"Esos de la otra cuadra" eran motivo de un tema frecuente, pues lo mismo podía tratarse de unos "mulatitos" que llevan el mismo apellido porque fueron esclavos de los tatarabuelos, que de los nietos de un "galleguito" al que el abuelo Gervasio hizo nombrar portero de la es¬cuela, y parece que lo ha olvidado desde que progresaron. Tenían en esto memoria de elefante y minuciosidades de hormiga.
Vivían nostálgicos del ayer y como todo "tiempo pa¬sado fue mejor", atribuían su situación actual a una espe¬cie de falta de respeto de los tiempos modernos que los había marginado de la primera línea, a la que en realidad nunca pertenecieron.
(En la estructura de la sociedad tradicional, en razón de la distancia que los separaba de los de abajo, el criollaje de la clase inferior y los "gringos" que empezaban a llegar, pero que todavía no hacían sombra con sus pretensiones de importancia, su papel fue, por comparación, de más alto rango).
Algunos reaccionaban con un nacionalismo cerril que los enfrentaba con la ideología "liberal" de la clase a que creían pertenecer. Mentalmente se ubicaban cumpliendo su función de élite conductora, pero no ya desde el landó de la abuela; les era agradable imaginarse en un Cadillac pasando rápido ante los gauchos a caballo, con plata en los aperos, y saludando respetuosamente: —¡Adiós, patroncito! —¡Que te vaya bien, m'hijo!... Una especie de Arcadia pastoril y tecnificada a la vez, pero donde cada uno está "donde debe estar". La mayoría y especialmente las mujeres seguían cultivando los mitos culturales de Eu¬ropa civilizadora prefiriendo trasladar la culpa de los tiem¬pos modernos a la incapacidad de los miembros masculinos de la familia, "inútiles como todos los criollos".
Ese galimatías era el tema obligado de toda reunión entre la gente del mismo grupo, y sus contradicciones eran imperceptibles para los contertulios porque la esencia del tema era la nostalgia.
Pero mejor ilustrará sobre esa mentalidad, la trascripción de unas líneas de una escritora contemporánea que por su gusto y cultura está más cerca de la alta clase ausentista, pero cuya extrac¬ción social y actitud psíquica corresponde a lo que estoy señalando. Se trata de Alicia Jurado en su biografía de Jorge Luis Borges (Ed. Eudeba, 1984). Es la versión femenina del grupo.
Dice de su biografiado: "Intelectualmente es demasiado argen¬tino para ser nacionalista y no ha hecho sino heredar la vieja tradición criolla de mirar hacia Europa; reprocharle esta preferen¬cia es ignorar el pensamiento de las viejas generaciones ilustradas que nos precedieron.” Y aquí se tira con todo contra los naciona¬listas: "La admiración por la mazorca, las tacuaras, el gaucho, la cultura diaguita y la bota de potro, es un invento relativamente reciente de los extranjeros que inmigraron al país, fatigados sin duda de los excesos de la civilización y deslumbrados por lo que suponen los encantos del salvajismo. Las antiguas familias argentinas están ahítas de barbarie desde hace tiempo para entusiasmarse con ninguno de sus símbolos; prefieren imitar a sus bisabuelos y buscar ejemplo en los países que la dejaron atrás". "Borges, en este aspecto, no difiere de los hombres que construyeron, en el último siglo, la estruc¬tura precaria y amada que hoy preferimos no llamar patria porque las palabras país o nación son más vagas y les duelen menos y nos sugieren menos comparaciones amargas." Para salvarnos de esa amargura, Borges "está realizando la tarea patriótica de mostrar al extranjero que en la Argentina hay algo más que un puñado de indígenas en vía de extinción y una creciente turba de indios vocacionales".
Lo que no impide que más adelante diga: "Borges escribe sobre tapias rosadas, aljibes y patios, gauchos y compadritos, próceres y montoneros; escribe, en una palabra, sobre la Argentina, de su año¬ranza." Pero la Argentina de los aljibes en lugar del agua corriente, y los montoneros en lugar del ejército moderno no se concilia muy bien con los ejemplos buscados por los bisabuelos y así la añoranza se compone de elementos tan contradictorios unos como el Cadillac y los gauchos con chapeado de plata, gratos a la imaginación nacionalista que biógrafa y biografiado repudian. Es cierto que le endosa la contradicción a Borges: “Si yo tuviera que reprocharle algo a Borges, sería más bien esa nostalgia por tipos tan repugnantes como el compadrito y el matón, más dignos del olvido que de la inmortalidad literaria."
Le reprocha a Borges esa nostalgia pero a renglón seguido le sale una propia que termina por identificarse con el del grupo social a que me estoy refiriendo: "Si lo hiciera —es decir, reflejará el país como reclaman algunos críticos a Borges"— sobre la realidad nacional que hoy vivimos, tendría que limitarse a temas, casas, hablares y psicología de italianos, que constituyen la esencia de la argentinidad del siglo XX. Es natural que a los nacionalistas, casi todos recién llegados al país, les ofenda la nostalgia de Borges por una patria que no les perteneció y que ellos han contribuido a borrar."
En definitiva: a Doña Alicia no hay p... atria que le venga bien; la de ayer por bárbara, la de hoy por gringa, y gringos son los nacionalistas que la quieren acriollar, y criollos los abuelos que la quisieron agringar. Es un europeismo que consiste en mirar el aljibe desde la ventanita del cuarto de baño: el agua corriente para uno y el balde para los otros.
Pero mejor es no tratar de explicar este galimatías que no es el resultado de un proceso consciente, como en el grupo que caracteriza, sino la subconsciente evasión hacia un mundo imaginario que tra¬duce en resentimiento contra el país real, la nostalgia de una su¬puesta situación perdida.


LOS BARRIOS RESIDENCIALES DEL EXTREMO NORTE

Poco después que comenzó la radicación de la alta clase en el Barrio Norte, comenzó la jerarquización de ciertas zonas también del norte, como residenciales, porque fueron elegidas por los gerentes y altos funcionarios de las empresas extranjeras, generalmente ingleses o ale¬manes que prefirieron domiciliarse cerca de las estaciones del ferrocarril Central Argentino, constituyendo grupos diferenciados de la población nativa.
No había respecto de estos las prevenciones que ori¬ginaban los inmigrantes de los países del Mediterráneo, pues se atribuía a los anglosajones y germánicos un nivel cultural superior al de los inmigrantes provenientes del medio día de Europa. Esto era conforme a los prejuicios racistas comunes a la ilustración de la época que a su vez germánicos y británicos cuidaban de evidenciar diferen¬ciándose meticulosamente de los nativos. A diferencia de los españoles, italianos, turcos y judíos, se trataba de gente "bien" y a ésta le resultaba fácil manifestarse como tal con los recursos que le proporcionaban sus empleos en las grandes empresas, de que estaban excluidos los nativos. Por otra parte, como ya se ha visto cuando se habló de la inmigración británica, inmediatamente posterior a la Independencia, se les exigían formas de vida diferencia¬das del común indígena y con un comportamiento en el que intentaban reproducir el estilo de las clases altas eu¬ropeas.
Especialmente en Belgrano Alto se constituyeron estos núcleos que se fueron extendiendo a las estaciones suburbanas del ferrocarril Central Argentino a medida que comenzaba el fraccionamiento de las viejas quintas. Los primos pobres allí radicados sintieron sus barrios ennoblecidos con la presencia de los nuevos vecinos y co¬menzaron a adoptar sus pautas con preferencia a las de la alta clase que les eran económicamente inaccesibles. También les era inaccesible los barrios del Socorro y el Pilar, en la parte distinguida de ésta. Durante bastante tiempo el modelo propuesto estuvo constituido por los residentes extranjeros y la aspiración máxima del sector fue asimilarse a ellos, tener acceso a sus clubes, practicar sus mismos deportes y vestirse de manera parecida. No se abandonó de la vieja sociedad, la indumentaria solemne del traje oscuro y la camisa de cuello, pechera y puños almidonados para ir el "centro", pero en el ambiente residencial fue elegante exhibir las indumentarias deportivas que esos extranjeros utilizaban allí. La práctica del tenis, el rugby y más adelante del golf, permitió el acercamiento y la adopción de hábitos comunes, distintos a los de la clase alta, que nunca fue muy deportiva como no lo habían sido sus modelos europeos de la aristocracia, salvo en dos deportes reales que además se ave¬nían con la condición de grandes propietarios rurales: la cría de caballos de carrera y su prolongación en los hipódromos, y más tarde el polo, dos modalidades deportivas a que eran ajenos gerentes y funcionarios, cuyos sueldos cuantiosos en cuanto al nivel de los me¬jores sueldos argentinos, no permitían esa clase de deporte dema¬siado costosos.
Pronto aparecieron los chicos típicos de esos barrios disfraza¬dos de inglesitos con la gorrita de colores en la punta de la cabeza y los sacos listados, que además advertían con su indumentaria que eran alumnos de las escuelas extranjeras en un principio des¬tinadas exclusivamente a los empleados coloniales.
En este momento bastante anterior a la aparición del "medio pelo", Belgrano, Vicente López y Olivos comienzan a constituir una especie de Barrio Norte con gente que adquiere un status propio de nivel superior al de la clase media de los otros barrios y que es el resultado de la simbiosis de pautas tradicionales con las aportadas por los residentes extranjeros de origen germánico y anglosajón. Se constituye una especie de sociedad distinta a la de la Alta Sociedad porteña, a la que no se tiene acceso, pero tampoco se busca. Extranjeros y nativos se encuentran satisfechos en el status así creado y van identificando grupos que, ya consolidados, serán el punto de referencia para el momento que la alta clase media y la burguesía que surgirá después de la modernización de la economía argentina intenten atribuirse un status calificado. Enton¬ces los recién llegados encontrarán en este grupo una ima¬gen de la Alta Sociedad, accesible, y éste a su vez se em¬peñará en jugar el papel que se le atribuye desnaturali¬zándose con la adopción de pautas que le eran extrañas.
Sobre esa base empezaron la comedia de equívocos que constituye el "medio pelo".


LA SOCIEDAD DE SAN ISIDRO

Entre esos barrios o pueblos residenciales el más ca¬racterizado e importante es San Isidro. Si en la simbiosis de primos pobres y gerentes extranjeros Belgrano acu¬sa el predominio de estos últimos, y son las familias tra¬dicionales las que tienen que adaptarse a ellos para con¬solidar el grupo social, en San Isidro las cosas ocurren a la inversa. Allí es mucho más denso el conjunto provenien¬te de la vieja clase y muchos de sus miembros mantienen un nivel económico que si no permite alternar con la alta clase, tolera una situación destacada y un contacto relati¬vamente frecuente a través de las viejas quintas de aqué¬lla. Muchos de los residentes conservan las propias, cuyo paulatino fraccionamiento proveerá al mantenimiento del nivel social, que en ninguna parte, como allí, será obsesivo. Compensan la falta de la propiedad territorial como fuen¬te de recursos, logrando una ubicación intermedia facili¬tada por las viejas vinculaciones, a que provee la magistratura, los altos empleos del estado y las cátedras de la Universidad y la enseñanza secundaria, para cuya obten¬ción se hayan mejor colocados que los competidores que ascienden con la clase media. Conservan todavía la posi¬ción despectiva de la alta clase, respecto del oficio de las armas, y dirigen pocos sus hijos a las escuelas navales y militares. Su preferencia es hacia las carreras universi¬tarias que abren camino a las posiciones burocráticas ya señaladas, y no desaprovechan el contacto creado con los residentes de las colonias extranjeras, de tal manera que hay numerosos apellidos del lugar en que ya es una tra¬dición el desempeño de altas funciones en las empresas que, por razones políticas, se reservan a los nativos, como los bufetes de abogados que las representan y dan a la vez que cuantiosos emolumentos, el prestigio profesional que la mentalidad liberal atribuye a esa clase de funciones.
San Isidro constituye el más denso núcleo de primos pobres; hay un respaldo recíproco en sociedad bastante cerrada con apellidos tradicionales que reproduce en escala pueblerina el modelo de la gente principal, anterior a la ruptura de la sociedad tradicio¬nal, y al desplazamiento hacia arriba de la alta clase: Constituirá es el momento del "medio pelo" una imagen apetecible de la alta sociedad y su mismo carácter cerrado con las dificultades del ingreso, hará más deseable para los nuevos la incorporación por la brecha que han abierto los gerentes de las empresas extranjeras.
La sociedad de San Isidro no se engaña como pueden engañarse los nuevos sobre su verdadera ubicación y para esta época sus miembros antiguos no juegan la comedia de ficciones a que después los arrastrará el entrevero del "medio pelo"; por ahora atienden más a conservar su pro¬pia jerarquía tradicional que a aparentar el nivel de la alta clase, con respecto a la cual se saben en situación económica inferior, pero a la que no ceden en la seguridad de la posición heredada.
Un poco marginados del país real que va creciendo el grupo social característico de San Isidro se conforma con su status y lo mantiene dificultosamente, pero con tenacidad, constituyendo como un oasis en el tiempo, ais¬lado de la "mediocridad" de las clases intermedias que surgen y diferenciado de la burguesía proveniente de la inmigración. (Conviene no olvidar que los británicos o germánicos burgueses de las empresas, constituyen para la mentalidad de la vieja gente principal un estrato dis¬tinguido que los coloniales con sus pautas no consideran burguesía).
Me tocó presidir el Banco de la Provincia de Buenos Aires precisamente en el proceso de transición a la socie¬dad moderna, y recuerdo dos casos particulares en que era muy difícil la provisión del gerente local: La Plata y San Isidro.
En la primera, ciudad casi exclusivamente burocráti¬ca y universitaria, que recién empezaba a transformarse, los grupos sociales más altamente calificados estaban cons¬tituidos por los altos empleados radicales y conservadores, y los profesionales vinculados a los gobiernos, según el turno. Su situación económica variaba con las contingen¬cias de la política, pero no la condición última de sus miembros sobre sus respectivas importancias. El gerente que debía atender fundamentalmente a las necesidades financieras de las fuerzas nuevas que surgían con la transformación de la economía, tenía que contemplar la situación crediticia mucho menos sólida que la importancia social de los grupos acostumbrados a una consideración especial. Para no hacerse de enemigos debía unir a sus condiciones bancarias la ductilidad política que le permitiese regular el crédito, según la responsabilidad económica, sin disminuir la consideración social.(8) No más fácil tarea era la del gerente de San Isidro que tenía que hacer una dicotomía entre los dos lados de la Avenida Maipú. A un lado estaba la industria que surgía en las innumerables villas que iban apareciendo, y en el comercio correspondiente; allí el trato debía ajustarse exclusivamente a las reglas del capitalismo y los fines promocionales que cumplía la banca. Del lado del río, había que dar poca plata y mucha diplomacia porque, en realidad, más que el dinero era estimada la consideración, que el gerente supiera conducirse en el trato como se debe cuando se trata con alguien que es “alguien”.
Era una sociedad atrincherada en el pasado en una anacrónica repetición de sí misma. No puedo menos de asociarlo a algo que refiere Ortega y Gasset en “Goethe desde adentro” (Ed. Revista de Occidente).
“Hay una villa andaluza, tendida en la costa mediterránea y que lleva un nombre encantador –Marbella--. Allí vivían, hasta hace un cuarto de siglo, unas cuantas familias de vieja hidalguía, que, no obstante arrastrar una existencia miserable, se obstinaban en darse aire de grandes señores antiguos, y celebraban espectrales fiestas de anacrónica pompa. Con motivo de una de estas fiestas, los pueblos del contorno le dedicaron esta copla:

En una CASI ciudad,
Unos CASI caballeros,
Sobre unos CASI caballos,
Hicieron CASI un torneo..."

Necesito apelar a la habitual aclaración de que cualquier similitud con personajes reales, etc., es una simple coin¬cidencia, pues se da la curiosa circunstancia de que el club más representativo de este grupo social sea el C.A.S.I. (Club Atlético San Isidro).

CAPÍTULO VIII de EL MEDIO PELO DE LA SOCIEDAD ARGENTINA

NOTAS

(1) Se ha citado anteriormente a Aldo Ferrer cuando dice que: la concentración de la propiedad territorial en pocas manos aglutinó la fuerza representativa en un grupo social que ejerció, consecuentemente, una poderosa influencia en la vida nacional. Este grupo se orientó, en respuesta a sus intereses inmediatos y los de los círculos extranjeros (particularmente los británicos) ... una política de libre comercio opuesta a la integración de la estructura económica del país, etc., etc.
La Sociedad Rural Argentina, fundada en 1866, es la expresión concreta de ese grupo.
José Luis de Imaz (“Los que mandan”, Ed. Eudeba – 1965), en el análisis que hace de su composición y especialmente de su elenco directivo, comprueba que la Sociedad representa geográficamente a la provincia de Buenos Aires y dentro de ésta, a los grandes propietarios. Habitualmente la Sociedad Rural pretende representar a los productores rurales por más que en ella no graviten los agricultores ni los pequeños ganaderos, que representan el grueso de la producción rural y cuyos intereses están frecuentemente en conflicto con la misma. Este hecho no hace más que repetir en grande una de las características frecuentes en la incomprensión de su papel de los sectores económicos. (Recuerdo que por 1947 ó 1948 la Cámara de la Bicicleta –no el neumático sino la entidad representativa—incluía importadores e industriales, cuyos intereses, como es lógico, eran contrapuestos, y eran gobernados por los importadores. Tardaron bastante los productores en comprender que tenían que formar un organismo aparte. Cosa parecida ocurre todavía con los productores de lana, generalmente gobernados por los exportadores, que suelen desdoblarse agregando a su función comercial el renglón producción. De tal manera, son productores al ser elegidos y exportadores al dirigir los organismos representativos o gravitar en las decisiones del gobierno).
La Sociedad Rural expresa, sustancialmente, a los invernadores y cabañeros.
El invernador no es un productor; es un comerciante que compra terneros de destete y los transforma en novillos. Es productor en cuanto a los kilos que el vacuno incorpora en el invierno, pero comerciante en cuanto adquiere el ternero. En este terreno su interés es encontrado con el del criador y tiene por consecuencia una doble personalidad: le interesa el buen precio para el novillo, pero le interesa el mal precio para el ternero. En cuanto comerciante no es el más alto escalón de la producción ganadera, sino el más bajo de su comercia¬lización; más que la prolongación del campo hacia el frigorífico, es la prolon¬gación del frigorífico hacia el campo, porque en definitiva, los malos negocios los traslada al criador. Hay más afinidad de intereses entre el frigorífico y el invernador que entre este y el criador. Aquellos generalmente coinciden; éstos son siempre encontrados.
El tema exige un largo desarrollo que se reserva para el futuro libro: "Política y Economía" que ya se mencionó.
Hubo una época en que los criadores tuvieron un grupo gremial representativo, las Confederaciones de Asociaciones Rurales y particularmente la de Buenos Aires y La Pampa, pero hace tiempo que han dejado de cumplir esa función, más que nada porque sus dirigentes han sido absorbidos también por las pautas de prestigio que emulan de la Sociedad Rural. Es interesante sobre este parti¬cular el libro de Julio Notta ("Crisis y solución del comercio exterior argentino", Ed. Problemas Nacionales - 1962) y las publicaciones periodísticas que allí se reproducen en cartas de ganaderos, especialmente las de Nemesio de Olariaga y Jorge y Horacio Pereda. Ya anteriormente me he referido al drama de don Lisandro de la Torre cuando su intención de defender la ganadería argentina se encontró en presencia de este hecho en que el grupo social que más respetaba lo enfrentó hasta el crimen.
La mayoría de los cabañeros tienen una situación análoga. Están organizados en función de las razas que se crearon para satisfacer el mercado británico y cualquier modificación en el tipo de hacienda, que surja de la sustitución de los mercados, amenaza el funcionamiento de su estructura. De tal modo, la Sociedad Rural, expresión de esos intereses, representa la conveniencia de reservar la producción argentina para lo que llama "mercado tradicional" y es opuesta a la formación de nuevas corrientes que no obliguen al criador a pasar por las horcas caudinas del invernador. De aquí que estén ligados a los intereses extranjeros, que se oponen a la diversificación productora, aun dentro de la economía exclusivamente agropecuaria. De tal manera, la Sociedad Rural expresa cuatro políticas de atraso: primero, en cuanto se opone a la industrialización del país; segundo en cuanto, dentro de la economía primaria que postula, representa un sistema de escasa diversificación en cuanto a la economía ganadera: tercero, en cuanto lucha por la estabilización de las actuales condiciones de producción y de mercado, porque se opone a una estructura socialmente más conveniente de la sociedad y su economía, para mantener la situación privilegiada de un sector correspondiente a una situación económica perimida; cuarto, en cuanto subordina a los grandes propietarios de la provincia de Buenos Aires la expansión gana¬dera del resto del país, que para ella sólo debe hacerse como proveedora de crías a su propio mercado de engorde, y no autonómicamente, con lo que reduce las posibilidades de ampliación del hinterland ganadero. Esto es lo que se calla cuando se enfatizan sus méritos indiscutibles en la promoción de una forma de ganadería.
Aparentemente más difícil de explicar resulta la frecuente coalición entre la Unión Industrial y la Sociedad Rural, como es el caso de A.C.I.E.L.
Lo vamos a comprender fácilmente si recordamos la actuación de la Unión Industrial en la “Década Infame”, donde esta entidad apoyó la política de restricciones al progreso interno, impuestas en el Tratado Roca-Runciman.
Aparte de la curiosa doble personalidad del presidente de la Unión Industrial, señor Luis Colombo, que reunía en sí su condición de industrial con la representante de Lengs Roberts, agente de la banca Baring, la explicación es obvia, y se sigue dando: hay grupos industriales consolidados que aceptan como conveniente el estacionamiento del mercado interno al que sirven, a cambio de una política que disminuya la producción, es decir, la posible competencia interna prefiriendo un mercado pobre en monopolio a un mercado rico en competencia, que es lo que significó la política de las Juntas Reguladoras. Concretando, un ejemplo: Luis Colombo, expresión de la bodega “El Globo”, puede preferir el achicamiento del mercado de vinos si se le da, como en el caso, la ventaja de una restricción en la oferta de los mismos; menos venta a mejor precio, y cuota asegurada. Es lo mismo que ocurre cuando persisten industrias obsoletas por su alto costo, que no podrían convivir con las más tecnificadas y de menor costo de producción. A estas últimas puede convenirles frenar su producción potencial, permitiendo vivir a las otras porque, restringiendo su producción, obtienen mayores utilidades de la menor venta ajustando el precio del mercado, al costo de las más caras.
Ya he advertido reiteradamente la inclusión indispensable de estas referencias económicas en el tema que se está tratando, y ésta es una de ellas.
Ya se ha hablado de la permeabilidad de la alta clase porteña que mantiene el control de la Sociedad Rural. José Luis Imaz (Op. Cit.) nos revela cómo la Generación del 80 frustró sus posibilidades de burguesía expansiva en la constitución de una sociedad de ricos dependientes. Pero se trata de los hechos visibles correspondientes a momentos críticos de la economía.
Más profundo y permanente es el proceso realizado a través de la imposición de pautas de prestigio social que van incorporando las nuevas promociones enriquecidas a la alta clase, disciplinándolas como consecuencia a la política de los propietarios de la tierra, tal vez sustituyendo, simplemente, a los tronados con los nuevos. También se ha visto cómo la Sociedad Rural es el instrumento de esta captación desde la calidad social se obtiene, como se ha dicho, llevando el toro del ronzal. El método es además paulatino y evita bruscas transiciones en el ascenso. La condición de estanciero, cabañero, no se adquiere en un día; requiere un lento aprendizaje en que se va haciendo también el aprendizaje del estilo y las pautas de la sociedad a que los nuevos aspiran a acceder.
Imaz, estudiando la composición de los dirigentes de la Sociedad Rural, clasifica seis grupos que marcan el proceso histórico de incorporación a la Sociedad Rural y que termina por ser el de la incorporación a la alta clase.
a) El elenco estable tradicional constituido por los propietarios de más antigua data; b) los que ascienden desde la inmigración radicada en la provincia de Buenos Aires (Galli, Campion, Duggan, Harriet, Genoud, etc.); c) estancieros regionales de la provincia de Buenos Aires, pero de menor resonancia; d) los provenientes de la industria, el transporte y servicios (Fano, Mihanovich); f) profesionales, especialmente abogados (Busso, Satanovsky).
Imaz señala la particularidad para los dos grupos últimos, en los que la actividad rural es nueva. En los otros casos, las actividades iniciales de los fundadores de las familias, en su totalidad inmigrantes, han estado directa o indirectamente vinculados al campo. Los dos últimos casos ya señalan concretamente la desviación de la burguesía hacia actividades rurales y marcan los puntos de partida más lejano de la peligrosa desviación para el desarrollo capitalista del país, que entraña el hecho de que a medida que el capitalismo nacional se consolida, abandone su camino de promoción de la potencia para enquistarse y ponerse al servicio de su condición dependiente.
Respecto de todos estos grupos que ya han adquirido status, Imaz dice que ya están identificados como miembros de la clase alta, a pesar del origen diferente; en el primero la situación está dada por la antigüedad en la propiedad de la tierra; en los demás el reconocimiento proviene de otras constantes, y las señala:
Habiendo sus padres adquirido campo, tras haber recibido en Buenos Aires una educación primaria y secundaria "que se debe", si han sido profesionales —abogados -mejor— y mantenido y acrecentado sus relaciones, si han aceptado y compartido las pautas del grupo -más prestigioso tras frecuentar determinados círculos, pueden obtener un reconocimiento en paridad.
Una vez ocurrido, todas las diferencias están borradas. E inconsciente¬mente la propiedad de sus tierras se retrotrae a épocas anteriores a las reales. De ahí la confusión; "buscadores de prestigio", terminan por ser identificados con la aristocracia tradicional.
Al ser asimilados y reconocidos, se les crea una nueva mentalidad de "status" y siendo su empeño mayor, poseyendo como todas las burguesías en ascenso fortuna para dedicarla al lujo ostensible, culminan su ascenso como caba¬ñeros. Es ahí precisamente donde se produce la identificación en el más alto grado. Reconocidos dentro del grupo, buscan sobre todo ser reconocidos por los que están, fuera del grupo. Al pasar a compartir ciertas pautas de las familias tradicionales —en cuya elaboración no intervinieron, creen en ella con la fe de los conversos, y tanto más desean exteriorizarlas cuanto más ajeno fue su origen.
Me contaba un industrial lo que le ocurrió con un colega suyo, ya novísimo y poderoso estanciero. En una reunión de empresarios, este personaje insistía constantemente en hablar de los "negros", terminología completamente extraña a su nivel industrial; parecía obsesionado con un tema que ya está normalizado en la actividad empresaria, desde que no hay cuestiones con los trabajadores aislados y todos los problemas se resuelven a nivel Sindicato-Empresa-Secretaría de Trabajo. El industrial del cuento tiene más de mil obreros y sus oyentes creían que se refería a ellos, cuando descubrieron que estaba hablando de los seis o siete peones que tiene en el campo; entonces todos sus oyentes soltaron la carcajada, tan visible era que se inventaba el mínimo problema para ponerse a tono con las pautas nuevas, a que creía obligarlo su condición de ganadero.
Del mismo calibre es otro que cree repetir las pautas, haciendo que cuando llega a la estancia, lo reciba todo el personal, como ha visto en alguna película inglesa. Conozco otro, que al serme presentado, me dio tres tarjetas, correspon¬diente cada una a la dirección de sus respectivas estancias. Este es un ex em¬pleado de banco y las estancias son de la mujer. Para datos más precisos vive en Pergamino, pero descuento que dentro de poco se enterrará en la avenida del Libertador, si no me lee a tiempo.
Esto no quiere decir que a la larga no resulten buenos estancieros. Re¬cuerdo que, hace años, viajando a Lincoln, me senté en el comedor con dos pana¬deros amigos del pago. En seguida ocupó el asiento vacante un joven minucio¬samente vestido de ganadero: botas de polo, breeches impecables, etc., etc.; lo que en el fútbol se llama un Gath y Chaves, como ya se sabe, siempre resulta un "pata dura".
Mis compañeros lo "calaron" enseguida y empezaron a tirarle de la len¬gua. Entró a hablar de la estancia, no dejando ostentación ni disparate por decir. Era el hijo de un comerciante poderoso y bajó, muy ufano, en una estación del trayecto.
No había terminado de descender, cuando mis amigos "le bajaron la caña" con su jocoso comentario de vieja clase y de "entendidos". Tres o cuatro años después, me encontré con los dos estancieros, en otro tren, y ahora se les llenaba la boca hablando de la eficiencia de aquel Gath y Chaves como productor, que ahora era su maestro. Se quedaron azorados cuando les recordé el episodio anterior.
Es que el burgués incorpora a la producción rural su capacidad de inno¬vación y su mentalidad mucho más moderna que la de los viejos. Lo recuerdo para que se vea que tengo presente las dos caras de la misma moneda. Sólo que al país le hacen más falta como burgueses que como señores, porque la dosis que tenemos de éstos, es excesiva para nuestra salud económica.
Siendo yo Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires y Maroglio Presidente del Banco Central, me señaló la conveniencia de no facilitarle recur¬sos a los industriales para la compra de campo; mi criterio era coincidente, pero señalé entonces que este nuevo aporte al medio rural, concretándonos exclusivamente a él, significaba un empuje hacia la modernización.
Los recuerdos, son como la hilacha del poncho; se tira de una y el poncho se viene detrás en hebras. Uno último para terminar.
A un poderoso industrial metalúrgico se le había negado un crédito, el hombre era peronista y quiso hacer valer la condición, cosa que no le sirvió; entonces se movió a través del sindicato porque se trataba, según él, de ampliar la producción y con ella la ocupación; del sindicato la vieron a Evita y por Evita llegaron, obreros y patrón, a verlo a Miranda.
Yo presencié la escena: obreros y empresario estaban unidos en la demanda del crédito, hasta que Miranda, con aquella agilidad mental y sentido de la oportunidad que tenía, le dijo al empresario: Usted, don Fulano, es un industrial de raza; ya lo era su padre y su empresa tiene una larga tradición en la metalurgia. Usted no es un mercachifle o un comerciante apresurado metido a industrial, como tantos otros a que el país tiene que recurrir para acelerar su transformación. Y usted necesita ese crédito porque ha distraído fondos de su empresa para hacerse estanciero, presionado por su mujer y sus hijos... A usted no se lo puede perdonar, precisamente porque es un industrial de veras.
Ahí mismo se acabó la confraternidad obrero-patronal; aquellos se le echaron encima...
Creo que esta anécdota no está demás, aunque sólo sea para comprobar que el asunto lo silbamos de memoria.

(2) La ridiculización sistemática de los radicales, en su época, no fue obstáculo a la captación individual de los mismos, y si esa habilidad no dio re¬sultados efectivos con el peronismo, no hay que olvidar la importante presencia de Evita, que lo evitó, respecto de muchos, con el celoso control de los funcionarios y dirigentes. La descabezada hipótesis de Beatriz Guido con Juan Duarte en el solarium del Jockey Club no hubiera sido tan descabellada sin la presencia de Evita.

(3) El recurso más socorrido de ese humorismo eran los equívocos a que se prestaban los apellidos inmigratorios. Por ejemplo: como don Hipólito padecía de una dolencia a la vejiga se acomodó el apellido tradicional del Dr. Oscar Meabe convirtiéndolo en el “Doctor Meabene” cuya habilidad profesional obtenía resultados satisfactorios para el enfermo que se expresaban con el nombre de un correligionario de la tercera: Don Plácido meo. Para dar una imagen anal de los políticos radicales contribuían tres apellidos inmigratorios de Rosario: Coulon, Coulin y Culaciatti que lo reforzaba con la imagen nativista el diputado riojano Julio del C. Moreno...

(4) Sebreli (Op. Cit.) dice que ciertos sectores de la burguesía industrial miran con desdén e indiferencia a la vieja burguesía ociosa, en general la compuesta por juerguistas, arruinados, corrompidos, viciosos, etc. La observación es cierta y válida para las antiguas burguesías pero hay que ubicarla en el tiempo; es uno de los anacronismos en que incurre Sebreli atribuyendo vigencia contemporánea, y viceversa, a situaciones de distinta época como a las anteriores a 1930 y las de estos últimos veinte años, en que han variado la composición de las clases, las ideas morales y políticas, y la estructura económica en que todo esto reposa. Ahora salvo Beatriz Guido y el “medio pelo” nadie tiene esa imagen de la alta sociedad la que se explica por el comportamiento de la misma que ha disminuido su boato y reservado para la intimidad fiestas y ex¬pansiones. A su vez la prensa ha reducido su "Vida Social", la atracción que representaba y ha sido ganado por los héroes del deporte, la cinematografía, la radio y la televisión que interesan mucho más al gran público. La única clientela que resta es el m”medio pelo”, pero ya no con curiosidad de “Cenicienta”; más bien como medio de estar “a la page” sobre lo que es bien.

(5) En "Filo, Contrafilo y Punta" (Ed. Pampa y Cielo - 1965) me re¬fiero al guarango y su contrafigura el tilingo.
"No sabemos si guarango y tilingo son términos nuestros. No hemos con¬sultado a la Academia. Pero indiscutiblemente son tipos nuestros y recíprocos.”
"El tilingo es al guarango lo que el polvo de la talla al diamante. O la viruta a la madera. Producto de un exceso de pulido, o de la garlopa que se pasa. Es la diferencia que hay entre tomar el vaso "a la que te criaste" y tomarlo con las puntas del índice y el pulgar y con el meñique apuntando a la distancia.
Pero digamos que en el guarango está contenido el brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada. En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una decadencia sin haber pasado por la plenitud."
"Si el guarango es un consentido, satisfecho de sí mismo y exultante de esa satisfacción, el tilingo es un acomplejado. El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin el ser. La pura forma que no pudo ser forma. El guarango pisa fuerte porque tiene donde pisar. El tilingo ni siquiera pisa: pasa, se desliza. Por eso el tilingo es un producto típico de lo colonial. Los imperios dan guarangos, sobre todo, cuando se hacen demasiado pronto. El caso de los EE.UU., por ejemplo".
"Cuando el guarango tiene plata no habla más que de Nueva York. Antes hablaba de Londres como el tilingo de París. Habla también de técnica y aspira a ser socio del Club Americano. Compra palos de golf pero sufre terriblemente porque no puede ir al fútbol. Al tilingo ya se le pasó la época del golf desde que los guarangos andan con los palos. El tilingo sigue en París y más bien se dirige hacia Oriente. Pasa por Rabindranath Tagore y Lanza del Vasto con unos granos de pimienta Mao-Tse-Tung. Se acicala con descuido para que no esté del todo ausente Sartre. Como la cocina francesa es un puntito "fessandé". Carga con el guarango como una desgracia nacional, de esa nación que es su "oficina". A veces tiene preocupaciones sociales, y se agobia, como si llevara "la pesada car¬ga del hombre blanco". Pero el "cabecita negra" no es bastante oscuro. Pre¬fiere ocuparse de otros colores más remotos. Y que no tienen demandas concretas.
"El guarango lo irrita. También irrita el guarango a los guarangos que ya son importantes. Entonces se juntan los guarangos importantes con los tilingos. No hay que olvidar que el tilingo sale del guarango por exceso de garlopa. Ti¬lingos y guarangos unidos contra los otros guarangos terminan por mezclarse y se vuelven contra el país que no es ni guarango ni tilingo. Y esa es la explicación psicológica de algunas revoluciones cuyas raíces son económicas y sociales pero utilizan estos instrumentos, porque los que manejan el país desde afuera saben cuales son nuestros puntos débiles".

(6) Es lo que los españoles, y también los cubanos, llaman dar la cara. Se trata como se ha dicho, más que de una búsqueda de prestigio de una conservación del decoro; no de atribuirse un alto status sino de no desmerecer en el que se tiene. Esto más que porteño es castizo. Es ilustrativo lo que pasaba con el veraneo.
La universalización en los últimos años nos ha hecho olvidar, lo impracticable, que era para todos los no ricos treinta o cincuenta años atrás. Me bastaría decir, que en mi época de estudiante, de cuarenta compañeros de curso, veranearían cinco o seis, que ahora es el número justo de los que no veranean. Gran parte de los veraneos entre la gente acomodada, no se hacían en las playas o sierras, sino en las estancias o quintas de los amigos. En la clase media modesta el veraneo consistía en la visita a amigos o parientes pueblerinos y los que no tenían este recurso, apelaban a una muy graciosa ficción, sobre todo en las familias con numerosas hijas casaderas: consistía en el veraneo de azotea, clásico entonces.
La familia, cerraba la puerta de la casa, que sólo se abría subrepticiamente en las primeras horas de la mañana, para que la “chinita protegida”, que se tenía para educarla, vestirla y alimentarla y de paso, para tareas domésticas, que iban desde cebar mate hasta lavar el patio, cocinar, etc., salía a hacer las compras de mercado y despensa.
Después usted podía echar la puerta abajo, que nadie le abría: la familia estaba veraneando y quedaba a cargo del visitante, averiguar dónde. El Diablo cojuelo de Quevedo, podía comprobar entonces, que las niñas estaban centradas en la azotea, mojándose, con la manguera de regar, y dándose el baño del sol, que habría de acreditar el veraneo, después del supuesto retorno.
Esto es muy madrileño y ahí viene, pues el clima de Madrid, en julio y agosto, es de un calor intolerable, pero aun más intolerable, es la disminución social, que frente a su propio medio, experimenta una familia que no veranea.
Los más pobres apelan al recurso de pasar dos o tres semanas hacinados en una habitación alquilada en una de las aldeas próximas a Madrid, término durante el cual, un familiar hace una excursión a un lugar de prestigio de donde despacha las consabidas tarjetas a sus relaciones, destinadas a amargarles el respectivo supuesto veraneo. Don Emilio Herrero decía de estos:
--“Esos que veranean en Naval-Carnero y fechas las tarjetas en Naval-Mouton” (Naval-Carnero es una aldea cercana a Madrid que fue escenario de muchos combates en la Guerra Civil).

(7) Hoy 15 de septiembre de 1966, "La Nación" informa ampliamente sobre la incorporación de Antonio Ghioldi a la "Academia de Ciencias Morales y Políticas". Trae una fotografía de los que le acompañan en el estrado: Carlos Sánchez Viamonte, Manuel Río, Isaac F. Rojas, Horacio C. Rivarola, Adolfo Lanús, Guillermo Garbarini Islas. En todas esas "academias" se buscará inútilmente un "peludista" antes o un peronista ahora, es decir, un hombre al que se lo suponga identificado con el pensamiento popular. Culturalmente esto sería heterogéneo. En cambio es homogéneo mezclar Ghioldi, Sánchez' Viamonte, Lanús y hasta el pensador y experto en ciencias morales Isaac F. Rojas. Se agita la mezcla y después se sirve y usted obtiene un cocktail “1930” ó “1955”, pero nunca una bebida de consumo popular; estas son anti-culturales.
Hay allí ex justitas, ex socialistas, ex conservadores, ex antipersonalistas y un rojista (el más feo contando a la izquierda de la fotografía que no es un "cabecita negra" como pudiera suponerse por su contraste en esa reunión de hombres blancos).
Las "academias" constituyen una síntesis de lo que se viene diciendo. Son el coronamiento del status de la "intelligentzia". Para acceder a ellas no hay que dar examen de aptitud, como se ve por la lista de los constituyentes de la plana mayor que comento; se trate de Ciencias Morales, Letras, como Medicina, Derecho o Astronomía. Más bien el examen es al revés. Hay que acreditar una continuada vida marginada de los fines y aspiraciones nacionales sin que importen las ideologías ni lo antecedentes sociales de procedencia.

(8) La Plata era una ciudad difícil como ocurre en toda estructura burocrática, con la variedad turnante de posiciones y los pequeños juegos de rivalidad y amistad interesados que son propios de esa situación. Es la imagen que dejó un poeta local, Pablo Navajas Jáuregui, fallecido en 1962, en un soneto que ha quedado clásico:
Noche, La Plata, en el centro...
Cuatro gatos y algún cusco;
nunca encuentro a los que busco,
nunca busco a los que encuentro...

El poeta quiere evadirse de ese mundillo de encuentros y desencuentros no buscados, y termina...

¡Cómo sueño en las metrópolis;
Roma, Atenas y su Aerópolis,
Madrid, París, vida mitos!
La Plata y sus pobres mozos,
ciudad de amigos gravosos
y de enemigos gratuitos.

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