jueves, 7 de julio de 2011

Concepto de raza


por Pedro Albizu Campos

Cuando el Presidente de la República del Plata, Don Hipólito Irigoyen, instituyó el Día de la Raza ¿a qué raza se refería el alto magistrado argentino? ¿Esquinaba su concepto, con una rancia predilección, el resto del gran mosaico étnico de América? Referíase el presidente argentino a la raza iberoamericana.

Para nosotros la raza nada tiene que ver con la biología. Ni tez lunada, ni cabello hervido, ni oblicuidad de ojo. Raza es una perpetuidad de virtudes y de instituciones características. Nos distinguimos por nuestra cultura, por nuestro valor, por nuestra hidalguía, por nuestro sentido católico de la civilización. Al realizarse la unidad española en la unión de los reinos aragonés y castellano y conquistada la independencia con la expulsión de los sarracenos, España, plena de sí misma se lanzó a la epopeya del Descubrimiento, la más grande epopeya de la contemporaneidad. El Descubrimiento del hombre por el hombre. ¡Sabe Dios qué cataclismo moral hizo posible la separación de la humanidad hasta el grado de desconocerse a sí misma! Con el Descubrimiento, España conquistó la unidad humana, dio al mundo su unidad geográfica, hizo de la tierra una esfera. El hombre no sabía dónde vivía. Su plano de residencia era una conjetura. España le dio la seguridad de estabilidad y al sentirse en firme el hombre comenzó de nuevo a andar. El descubrimiento abrió la senda para toda la investigación contemporánea en el terreno de las ciencias filosóficas y naturales. No sólo plasmó en sistema la ciencia de la navegación oceánica sino que trajo al hombre la conciencia del cosmos, puso al hombre a navegar en una inmensa flota de constelaciones por el espacio infinito. ¿Será infinito el cosmos en la eterna perspectiva de ese infinito espacio o será su destino un perpetuo hacinamiento y deshacinamiento en el milagro de la creación?

La primacía de la raza española en Europa probó el beneficio que un equilibrio de valor y de santidad puede dar al mundo. Hay una experiencia histórica que nos destina a buscarnos a nosotros mismos para devolver el equilibrio al mundo. Hoy el sentido racial resurge victorioso. Los amarillos se agrupan en Oriente para salvarse a sí mismos. Japón se siente providencialmente destinado a rehacer en Asia la unidad amarilla. Las razas etíopes reaccionan igualmente en África. Los anglosajones se reúnen rápidamente frente a la latinidad. Es ley secreta de la política norteamericana seguir la inercia de la política de su madre patria la Gran Bretaña. Todos tienen de nosotros sus armas espirituales porque nosotros fuimos los que, a sangre y fuego, con la cruz de la espada y con la espada de la cruz dimos a la vieja Europa y a la virgen América la tradición de virtud, de valentía, de pundonor, de sacrificio, de desprecio a la muerte y a los bienes materiales, que hacen de nuestra raza hoy la única esperanza del mundo.

En estos momentos en que la Europa tiembla ante la perspectiva de una catástrofe bélica, en las manos de dos hombres de nuestra raza reposa la paz del Universo. Fe plena en los valores de nuestra raza el mundo ha puesto su suerte en manos de dos hombres nuestros. Don Salvador de Madariaga y Linozo, de España y de Argentina, respectivamente, se enfrentan, fríos, serenos, rectos de responsabilidad, con el problema de la paz, el ideal de nuestra raza izado en la bandera del Cristianismo con que nuestros frailes trajeron la civilización a medio planeta y nuestros héroes dieron la vuelta al mundo.

¿Que hay peligro? Para nuestra Raza el peligro nunca ha existido.

La Palabra, Puerto Rico, 19 de octubre de 1935, p. 7.

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