jueves, 28 de julio de 2011

EL CICLO ÁLGIDO

Llegamos al capítulo más importante del proceso nacionalista y antimperialista que estamos recopilando. Fue durante los años de 1940, 41 y 42, que llegó al cénit, en plenitud, la vigencia del verbo y de la acción del Drr Luis Alberto de Herrera.
Años de luchas sin treguas, y sin claudicaciones, en la defensa integral del principio de no intervención y de la autodeterminación de los pueblos. ¡De la soberanía!
Cuando se escriba la historia del antimperialismo en nuestro país, con justicia y sin pasiones sectarias, Luis Alberto de Herrera ocupará el lugar de honor. Tuvo fuerza moral para resistir a las presiones económicas, políticas y sociales del coloso y del medio ambiente. Gestiones oficiosas y oficiales (Edward Miller mediante) se hicieron para disuadirlo, para "ablandarlo", en su apasionada posición. También se "apretó el torniquete" en lo interno, incluyen¬do toda la gama de lo abominable. "Herrera a la cárcel", "Clausurar El Debate", fueron las muestras más elocuentes.
Pudo pensarse, juiciosamente, que se le acallaría, que se le amortiguaría el recio andar. ¡Pues con Herrera no!
Ya Carlos Real de Azúa, en un interesante estudio sobre su ¡personalidad,lo ha dicho. Parecía que encontraba un gozo especial en el ejercicio de la acción, de la lucha, en exacerbar las pasiones. Cuando mermaban las energías, él removía las aguas, creaba el oleaje. No era, por cierto (en la página de Joseph Rudyard Kipling), el barco nuevecito del astillero, pero sí el que se lanzaba a alta mar, al cortar de la marejada. ¡Así contra todos, cuánto más poderosos mejor!
En reminiscencias del tiempo primero, alguna vez dijo: "¡Qué tiempos agitados por nuestra propia agitación!" Y suya es la frase que mejor lo define: "La quilla de nuestro barco hiende mejor las aguas embravecidas".

LAS LISTAS NEGRAS

La circulación de las listas negras contó con su decidida oposición. ¡Tan fácil le hubiera resultado callarse! Pero su espíritu no estaba hecho para blanduras, ni para tener frente al oprobio la más mínima defección. Desde "El Debate", su invulnerable trinchera, organizó la condena y la resistencia a las vergonzantes "listas negras".
"Sobre todo americanos". Con este título, escribe el 31 de enero: "Como quien ha encontrado y explota un buen filón, hay escribas que le sacan el jugo a la catástrofe europea y en su función dócil hasta se vuelven iracundos contra la Conferencia de Panamá, porque ella decretó sabiamente la neutralidad en los mares americanos, en defensa del derecho, de legítimos intereses mun¬diales y de su comercio, que es su vida. Están esos tales tan a la orden de los intereses extranjeros, que se vuelven agresivos, hirientes, contra los espíritus Ubres de verdad y de insospechable honestidad crítica. Así contra nosotros, porque hemos tenido la entereza moral de decir lo que otros callan en cuanto al caso del pro¬fesional castigado sin proceso. Así contra nosotros, porque denunciamos la violación de la jurisdicción nacional, cuando el combate naval de Punta del Este. Así también contra nosotros, porque no abdicamos ante el poderoso —como ellos— nuestro albe-drío y porque condenamos la vergüenza y relajaciones de la "lista negra"[1], imperante en tierra oriental, con desmedro de las leyes del país. Nueva irascible arremetida contra nosotros, porque nosotros declaramos y sostenemos que no es concebible que, invocando la conveniencia de terceros, se pretenda arruinarnos, incluir a las carnes en el contrabando de guerra y obstaculizar la exportación de nuestras lanas. Quienes eso hagan —sean quienes fueren— conspiran contra nuestra estabilidad económica, así como contra toda América, y cometen un atentado contra los intereses esen¬ciales de la comunidad de naciones americanas".

NUEVA BOCA DE LEONES

El 2 de febrero editorializa, insistiendo: "Sabido es lo que ocurre con las bochornosas "listas negras", que en el seno de un país Ubre y neutral como el nuestro vienen creando un verdadero terror dentro del comercio. Mediante un detestable sistema de pesquisas secretas, vehículo de los mayores excesos y de toda clase de venganzas, se mantiene en constante sobresalto a los hombres de trabajo, expuestos a la denuncia de la nueva Boca de los Leones... Diciendo una cruda verdad, así lo proclamamos sea la que fuere la nación que ponga en práctica procedimientos. Hemos se¬ñalado esas sucias actividades clandestinas como atentatorias y contrarias al espíritu liberal de nuestras leyes..."
En dos líneas estuvo todo dicho: sin ambajes, crudamente, como fue siempre su decir. Marcado a fuego, como uno de los episo¬dios más tristes, quedó lo de "las listas negras": el estran-gulamiento económico!
¡Pero cuánto le costó!
Los que más genuflexiones le hacían al poderoso, fueron los que más saña pusieron en denostar a Herrera. A él también le llegó la "presión de la lista negra": intentaron proscribirlo.

Todo pasó. La ignominia y sus ejecutores, olvidados...
Quedó el cerno, lo que no perece: la virüidad, la pureza, el sacro santo esfuerzo —sin medir ventajas— por defender al más débil contra la injusticia.

BASES EN EL RIO DE LA PLATA

El otro episodio que enardeció su pasión nativa, fue el intento de implantar bases militares en nuestro país.
Ante su solo anuncio sentó de entrada su más radical oposición, iniciando una campaña en la prensa y desde los escaños parlamentarios, que no supo de tregua hasta el desestimiento de los inventores de tan peligrosa aventura que vulneraba la soberanía nacional.
¡A Herrera se le debe que la planta extranjera no hubiese hollado el suelo patrio! Aunque no existiese toda una tradición en defensa "del pago", hubiera bastado ese solo gesto de haberse opuesto a la implantación de bases en el Rio de la Plata, para ganarse la inmortalidad.
La sola mención de las bases, pues, enardecen su patriotismo y levantan su vocación nacionalista; Ubrando, entonces, hermosas y redentoras jornadas. Antecedentes hay que hablan por sí solos con autorizada elocuencia.
Su pensamiento se remonta a Artigas, a las luchas épicas del Fundador; su memoria artiguista se refleja en el Oribe de la Guerra Grande; y se enciende con el legado de Leandro Gómez y Paysandú.
De lo mucho escrito y dicho, elegimos un artículo de "El Deba¬te" y el discurso pronunciado por Herrera en la interpretación sobre las bases, planteada en el Senado por Eduardo Víctor Haedo, en nombre del Partido Nacional. Vamos a ellos.
"Habla el artiguismo" (16/11/1940). Se habla de bases mili¬tares y navales en el Uruguay. De tratativas secretas para su instalación y montaje, desarrolladas en países extranjeros y le¬janos. La prensa argentina, la estadounidense y la local se ocupan del grave asunto. Frente a ello, puntualizaremos algunas realida¬des, con crudeza y sinceridad. Cada "Base" de esas con sus diques, sus fondeaderos para acorazados de más de 40.000 toneladas, sus aeropuertos, sus almacenes, sus talleres, sus campos de aterrizaje, sus emplazamientos de concreto y sus cañones de largo alcance, costarán decenas de millones de dólares. ¿Puede hacer esto el país con sus recursos económicos propios? Decididamente, no! ¿Con qué dinero se haría entonces? Con oro extranjero que pagaríamos, tarde o temprano, al precio de nuestra soberanía y de nuestra libertad!... Se insinúa, para dorar la pildora, que las "bases" serían panamericanas, o sea, de todos para todos. Pero, ¿qué clase de conventillo internacional sería ese? ¿Quiénes administrarían esas peligrosas fortalezas? y ¿qué roces provocaría, en lo interno, y exterior del país, su uso internacional? Si así fuera, ¿no resultaría cosa de locos, de imbéciles o de suicidas? Encarando el tema desde el punto de vista de nuestros cordiales y fraternos vecinos, Argen¬tina y Brasil, ¿quién puede pensar que ellos admitirían semejante caballo de Troya, a colaborar en tales desatinos? El Brasil, acaso, que descongestiona su riqueza meridional, cada día más exhuberante y ubérrima, por los ríos Paraná y Uruguay, o la Ar¬gentina que drena su producción extraordinaria de Entre Ríos, Corrientes y Paraná por aquellas mismas vías fluviales, ¿van a tolerar por ventura, que se bloqueara el Río de la Plata con la boca de los cañones "evangélicos"...? "Bases" extranjeras en el Uruguay o "bases" propias levantadas con el oro extranjero, serían ¡eso sí! bases de nuestra inconmovible y futura esclavitud!... "Bases" en el Uruguay será, de hoy en adelante, una mala palabra que no podemos ni debemos pronunciar. ¡A otro perro con ese hueso! Y líbrenos Dios de nuestros "amigos", que de nuestros enemigos nosotros nos sabremos librar!"

¿BASES? ¡JAMAS!

Cinco días después de escrito este artículo, se realiza en el Senado la interpelación, promovida por el Partido Nacional, al
Ministro de Relaciones Exteriores. El Senador Dr. Luis Alberto de Herrera pronuncia un memorable discurso, que ofrecemos de los anales parlamentarios, respetando los sub-títulos (del propio Herrera) con que fue publicado en el conocido "El Partido Nacional y la Política Exterior del Uruguay".
"Soy resueltamente opuesto a las bases. Voy más lejos: creo que nunca se debió haber hablado de tales "bases". Personas muy dignas y de sinceridad que no es inferior a la que nosotros alen¬tamos, han dicho en la conversación callejera y animada: "no hay nada, no se ha hecho nada". Pero eso es secundario. ¿Cómo se van a sellar obligaciones si nada se puede hacer sin la intervención de este .Senado?... Fuera de eso, entiendo que este asunto de las "bases" es un tema prohibido. No comprendo como se está en él. Repito que tengo respeto por otras orientaciones, quizá compartidas por al¬gunas de nuestra relación, de nuestra estimación y hasta de nuestra afinidad política. Pienso que jamás se debió hablar de este asunto, inconveniente bajo todo concepto, y así proclamado por quie¬nes antes lo han estudiado en todas sus fases, mostrando, desde luego, lo construosamente ruinoso que sería para el país"...
"El culto de las armas no es el^nuestro". "...Y ahora nos lanzaríamos a la aventura realmente dramática de hipotecar nuestro porvenir?... Para eregir qué: ¿Acaso nuevas usinas? ¿Una red formidable de vialidad? ¿Esas carreteras tan requeridas para que nuestro país suelte de una vez sus energías y se lance a la agricultura intensa, al gran cultivo, a la ganadería moderna?... ¡No señor! Se nos endeudaría para crear un gigantesco aparato de guerra. Nunca pasó por nuestra imaginación de modestos vecinos de un país sin enemigos, que no tiene más culto que el de la paz interna y externa, nunca imaginamos —estaba fuera de nuestro horizonte visual, sentimental y crítico— que algún día se nos invi¬tara a defender el universo y para ello, en vez de golpear en ajenas puertas de naciones mucho más poderosas que la nuestra, ha¬bríamos de ser nosotros, como tantas veces ocurre —aquí también el hilo se corta por lo más delgado— habríamos de ser precisamente nosotros, con capacidades restringidas, que estamos en convales-cencia feliz, desde luego de muchas cosas, y que no tenemos fuerzas económicas ni militares, ni escuadra para cuidar nuestras bases, ni nunca la tendremos, los indicados para el sacrificio, para tener la personería de los "grandes", por su pujanza. Somos felices de decir que el culto de las armas no es el nuestro, ni será el culto de las generaciones venideras, porque no está en nuestro temperamento ni en nuestro destino superior y selecto, vivir pensando en la matanza, ni en la inmolación de pueblos, para beneficiarnos con su desven¬tura. No, señores; y al expresarlo así no me mueve un propósito de hostilidad para nadie. Es, desgraciadamente, esa falsa visión pasional la que empequeñece los temas y pretende dar intención torcida a lo que es una exposición franca y leal, que debiera ser respetada como se respetan las opiniones contrarias. Se quiere ver un propósito torvo donde no existe. En el caso, no es cuestión de dilatorias: opongo a las "bases" una excepción perentoria. Los criollos no las queremos, no aspiramos a pelear con nadie. En cambio, nos deslumhra la perspectiva de que nuestro país sea el primero en América —como va en el camino de serlo, si sale del sopor que actualmente lo anega, como se advierte cuando uno visita los países próximos y comprueba el vértigo de su progreso".

NO QUEREMOS BASES PARA NADIE

Entrando más al fondo de la cuestión, bajo otro aspecto, para nosotros no es cuestión de decir que las "bases" van a ser para Juan o para Pedro. Los que como yo pensamos, no queremos "bases" para nadie, porque sabemos que eso será poner en nuestras puertas una moneda de oro. Al día siguiente, todos se la dis¬putarían en beneficio ajeno y nunca en el nuestro, porque el desinterés de las naciones es muy bonito en el papel, pero en la vida real, sabemos el destino arriesgado de los desamparados del poder material. Esas "bases" serán para los Estados Unidos; se harán, con nuestros recursos, para ellos, señor Presidente. Eso es lo que quería subrayar. Precisamente, por proyectarse y por pensarse que esas "bases" son para los Estados Unidos, tengo mayores motivos, como latino y como filial de españoles y sudamericanos, para temerlas. Siento inquietud ante el crecimiento de Estados Unidos. El poder de Norte América es inmenso, abruma. Anuncia un nuevo Imperio Romano que asoma al mundo, y todos sabemos cual es la ley de los imperios: la fatalidad de sus crecimientos. Como hijo de estas tierras del Sur, lealmente lo declaro: siento, inquietud ante el crecimiento de Estados Unidos. Y, señores, es singular que le toque decir estas cosas, a quien en mucha parte ha sido educado en esa nación y que tantas veces se ha llenado la boca, como no vacila en hacerlo ahora también, elogiando sus virtudes, la significación de su evolución republicana y sus aspectos democráticos: aunque confieso que cada día me remito más a la democracia washing-toniana, que no es del todo la actual; más a la heredara de Ingla¬terra admirable que, siendo una monarquía, es la primera de las repúblicas por la bondad de sus libertades privadas y colectivas...
Me voy a permitir leer algunos apuntes para fundamentar me¬jor mis aserciones y para señalar cosas muy conocidas, pero que es bueno recordar. Cuando se independizan los Estados Unidos, el Márquez de Vérgenes, Ministro de Francia, le escribe al Embajador británico: "Yo estoy bien convencido de que no se detendrán en este punto y que avanzarán hacia el Sud, de donde expulsarán a sus habitantes, harán que se les sometan, sin dejar a las potencias de Europa ocupar en América ni una pulgada de terreno. Por supuesto que no es mañana cuando se manifestarán estas consecuencias. Ni vos, milord, ni yt> probablemente las veremos; pero no porque estén distantes, dejan de ser ciertísimas".
Esto lo dijo hace más de un siglo y medio y es tan galopante el crecimiento de la nación gigantesca, que quienes conocieron a esa nacionalidad en pañales ya comprendieron que de ahí arrancaba una adolescencia de empuje excepcional y aseguraron que el tiempo consagraría su pensamiento. El conde de Aranda, en 1783, escribe a su gobierno: "Esta república federal nación pigmea, por decirlo así, y ha necesitado del apoyo y fuerzas de dos estados tan poderosos como España y Francia para conseguir la independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante y aún coloso terrible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos potencias y sólo pensará en su engrandecimiento. Justi¬fica este modo de pensar lo que ha acontecido en todos los siglos en todas las naciones que han comenzado a engrandecerse. Doquiera el hombre es el mismo. La diferencia de los climas no cambia la na¬turaleza de nuestros sentimientos y el que encuentra ocasión de adquirir poder y elevarse no la desperdicia jamás". Esa voz profé-tica, en esta hora, en ambos hemisferios, con amargura se ve confirmada por los hechos tan trágicos que la humanidad vive. En 1823, John Quincy Adams, representante de Estados Unidos en Madrid, le escribe a su gobierno refiriéndose al ensanche territorial de su país y le dice: "Es obvio sin embargo, que para ese acon¬tecimiento no estamos todavía preparados, y que a primera vista se presentan numerosas y formidables objeciones contra la extensión de nuestros dominios territoriales dejando el mar por medio". Y entonces agrega: Pero "hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física" y refiriéndose siempre a zonas insulares, mar por medio, compara su inevitable absorción por Estados Uni¬dos a la ley de fatalidad que rige la caída de "una manzana separa¬da de un árbol por la fuerza del viento, que no puede, aunque quiera, dejar de caer al suelo"...
En 1853, Everet, ex Secretario de Estado dice: "Cómo ha de realizarse este ensanchamiento es cosa que está envuelta en los inexcrutables misterios del futuro. Si somos prudentes, se veri¬ficará teniendo por guía nuestro ejemplo. Espero y deseo que se haga por virtud de las artes de la paz, mediante las cuales los Esta¬dos bien gobernados se extiendan por continentes despoblados, o poblados sólo artificialmente". La fortuna engendra la fortuna, la tentación de ir más allá... Para la ambición de las naciones en desarrollo, y por lo tanto voraces, no existe el "nos plus ultra"... y por eso es que nos inquieta esta hora histórica y tremenda... Carfield, Presidente de la Cámara de los Estados Unidos, decía el año 1876 en su seno: "Soy contrario a la anexión de territorios si¬tuados al Sur de nosotros, habitados por pueblos que pertenecen a la raza latina, debilitada ésta por su mezcla de la raza india. No quiero en modo alguno que esa gente deteriorada venga a formar parte de nuestra población". Los que le sucedieron no tuvieron los inconvenientes que asaltaban a ese mandatario en esa ocasión, y continuaron entendiéndose...
En 1900, a raíz de la guerra con España, el Senador Lodge estampa lo siguiente: "Por espacio de treinta años el pueblo de Estados Unidos estuvo absorto en la tarea de desarrollar debi¬damente el territorio inmenso que forma su propio dominio. Su atención estuvo consagrada a concluir la conquista de su continen¬te, y a ligar unas con otras las diferentes partes que lo forman,por medio de vías férreas y por los lazos que producen el comercio, pero así como se completó este trabajo, era cierto que la raza viril, ambiciosa y emprendedora que le dio cuna, miraría hacia el ex¬terior, más allá de sus fronteras, y procurando extender sus in¬tereses en otras partes del mundo. Cuando el toque de llamada para la guerra resonó en el país (refiere a la guerra con España) el pueblo americano percibió, un poco deslumhrado al principio y después con firme y fija mirada, que durante sus años de aislamiento y absorción con sus negocios interiores, había crecido hasta volverse una gran potencia en el mundo... que había fundado un Imperio... que se hallaba en posesión de uno de los dos lados del Pacífico, que no podía ser indiferente por más tiempo a la suerte del otro, en el remoto Oriente... la culminación del movimiento de anexión de Haway, en el mismo año que presenció la guerra con España, no fue un mero accidente. Todo vino del instinto de la raza, que si se de¬tuvo en California fue sólo para pensar más despacio que debía seguir su marcha en rumbo hacia el Oriente, y que los americanos, y nadie más que ellos, deben ser dueños de los caminos del Pacífico". Un gran internacionalista cubano con cuya amistad me honré en la ausencia, don José Ignacio Rodríguez, en un libro de fibra comenta estas manifestaciones con espíritu prevenido, receloso: "Ma¬terialismo anticristiano y ateísta del que todo lo fía a la suerte, sin acordarse de Asiría y Babilonia que en sus días raciocinaron como raciocinia el Senador de Massachusetts". Vale la pena, dando fechas, protocolizar las etapas del avance vertiginoso, tan a menudo arbitrario.
En 1783, cuando todavía no eran independientes, los Estados Unidos aún dispersos, pero ya con naciente espíritu solidario, extienden su dominación hasta el Missisipí. En 1803, adquieren la Lousiana, zona inmensa de miles de kilómetros cuadrados. En 1819, la Florida; en 1845, Texas, arrancada a Méjico; en 1846, el Oregón; en 1848 a título de rectificación fronteriza, despojan a esa admirable república mejicana —que desde hace un siglo viene de¬fendiéndose contra el enorme peligro norteño— de nuevos terri¬torios, que constituyen la actual California, Nuevo Méjico, etc., otros cientos de miles de kilómetros. En 1854, a título de am¬pliación y de interpretación del último tratado, otra vez despoja a Méjico del Valle de Mesilla, uno de los más fecundos de la produc¬ción agraria. En 1867, por compra 600.000.000 de millas de Alaska En 1898, Hawai, proclamada primero república de cartón y después incorporada. En el mismo año, las Filipinas, Puerto Rico, y Guam, que valen un imperio. En 1899, una de las islas Samoa y en 1904 e desgarra a Panamá. En 1914 la base del Golfo de Fonseca, de la que hay tanto que hablar: algo parecido —y realizado— a lo que inten¬tan ahora por aquí... En 1916, por otra compra, las Antillas Danesas. Agregúese a esto, señor Presidente, las tantas zonas incorporadas al inmenso acervo.

YA ESTA LA PLANTA EN AMERICA DEL SUR

"A título de "bases", recién puesto el pie en las Bermudas, Jamaica, Trinidad, Santa Lucía, la Antigua Terranova, la isla de los Cocos y las islas Galápagos están en observación... El desenlace no es difícil presumirlo. Y también conseguida otra "base" en la Guayana. ¡Ya está la planta en la América del Sur!
Dice un notable comentarista de las negociaciones diplomá¬ticas que han tenido lugar entre los Estados Unidos y los países americanos, que al divulgarse el texto del tratado Chamorro-Bryan, "estalló" en toda América unánime protesta. En todas partes se celebraron mítines para execrarlo y poner de relieve su ilicitud, la abyecta sumisión del gobierno de Nicaragua, el atentado a la so¬beranía de esta república, el agravio a los derechos territoriales y de defensa y seguridad de Costa Rica, Honduras y El Salvador, y las funestas derivaciones que para todo el istmo llevan aparejadas. En
Honduras surgió una sociedad, la Defensa Nacional, que reunió más de treinta mil firmas, para exteriorizar la penosa impresión que produjo".
Hay que decir toda la verdad. Como lo subraya este escritor, hubo Senadores americanos que se pusieron del lado de la justicia internacional. El propio senador Root, ante la monstruosidad de ese tratado, llegó a manifestar: "Me asaltaron inquietudes y temores al pensar en la cuestión de si el gobierno de Nicaragua que celebró el tratado, es realmente el genuino representante de aquel pueblo y si puede ser mirado en Nicaragua y Centro América como un legítimo y Ubre agente para otorgarlo". Se dirigía Mr. Root a su colega Fuller, quien le contesta que "está completamente de acuerdo en cuanto a la conveniencia de la adquisición de la ruta del Canal de Nicaragua y la base naval de la bahía de Fonseca; pero como este derecho no puede ser concedido por Nicaragua solamente y sin duda no será concedido por los otros países interesados, Honduras y El Salvador, en la bahía de Fonseca y Costa Rica, en la ruta del canal es, a todas luces conveniente, al interés del mantenimiento de las relaciones cordiales, tratar, con las distintas partes interesadas en el asunto, especialmente en vista de la situación del actual go¬bierno de Nicaragua, el cual es obvio que se encuentra bajo nuestra influencia por virtud de las tropas acuarteladas en la capital.
Nosotros no tenemos necesidad inmediata de lo que Whister llamó "el arte de hacer enemigos con gentilezas" y mi deseo es cultivar y llevar a la práctica el arte de hacer amigos. El manejo discreto de la situación de Nicaragua ofrece la oportunidad. Los países afectados se dirigieron a la Corte de Justicia Cen¬troamericana, compuesta de altas figuras forenses, que falló declarando que era tan lleno de llagas jurídicas y morales el tratado que carecía de validez.
Y ¡asombrarse!, para que se aprecie como los organismos enormes, cuando se ponen en movimiento arbitrario, rompen las vallas, y no pueden detener su ímpetu de expansión, falta decir que esas negociaciones se celebraron bajo el gobierno del gran Presi¬dente Wilson! ¿Qué era el gobierno de Chamorro?... Era una de las más agraviantes y sangrientas caricaturas de gobiernos republicanos que se hayan visto en América. En revistas americanas se publicaron en la época, por valientes escritores, que se pusieron abiertamente del lado de la justicia, artículos lapi¬darios. Voy a disponer un minuto de la atención del Senado para que se vea como define esa situación el propio senador Lodge —de los
Estados Unidos— ese gobierno de parientes y de sicarios. Oírlo: "Diego Chamorro, presidente de Nicaragua; Rosendo Chamorro, Ministro del Interior; Salvador Chamorro, presidente del Consejo; Gustavo A. Arguello, hermano político del presidente Chamorro, Ministro de Hacienda; Agustín Chamorro consejero financiero; Miguel Vigil, hijo político del pr s'dente, F'ladelfio Chamorro Comandante militar de la C pital; Frutos Cham 'o, Comandante militar de la fortaleza principal de la . apital; L andró Chamorro Comandante de Corinto, el puerto princip 1 de Nicaragua; Carlos Chamorro, Comandante militar de la zona del Nort orusio Chamorro, Administrador de Aduanas; Octavio Chamorro Miembro del Congreso; Clarence Berghein, hijo político del ¿ resi dente Chamorro, cirujano militar; Agustín Bolaño Chamorro,
ónsul de Nicaragua en Nueva Orleans; Fernando Chamorro, cónsul de Nicaragua en San Francisco; Pedro J. Chamorro, onsu
n Londres; Carlos Chamorro Bernard, representante diplomático en El Salvador; Emiliano Chamorro, ministro de Nicaragua en Washington; Octavio César, hermano político del presidente Chamorro, agente financiero, y Diego M Chamorro, hijo, f regado a la Legación en Washington"...
¡En verdad! Ante este enunciado se siente indgnación, porque eso constituye la negación de la democracia que, es precisamerte la gloria y el honor de la gran nación que nos sirve e ma ^tra en el otro extremo del hemisferio. A la vez de ocupar militarmente a la débil república en vilipendio, se pactan adquisiciones estratégicas con esa pandilla. Se necesitó luego, en desagravio, LA EPOPEYA DE SANDINO!..."

SOY DECIDIDO PARTIDARIO DE LA DOCTRINA DE MONROE

"Hechas estas referencias, vuelvo al aspecto local del asunto en discusión. Por mi parte y alguien equivocándose, podrá atribuir¬me alguna incongruencia soy decidido partidario de la doctrina de Monroe. Creo que ella ha prestado servicios a la causa de los pue¬blos americanos, aunque a la verdad, sin ella, los pueblos americanos —evoco en primer término a Méjico— han sabido de¬fender, bravamente, con uñas y dientes, sus ideales y su indepen¬dencia contra todas las intervenciones extranjeras, sin protección ajena, librados a sus solas fuerzas.
Nadie ha podido afirmar dominio en un siglo de adolescencia tan difícil como la cruzada, y sufrida, en las repúblicas de este hemisferio. De cualquier manera que se le considere, hay que reconocer que la doctrina de Monroe es favorable para el nuevo mundo porque entraña, al fin y ab cabo, un telón de boca metálico, reforzado por uno de los imperios más poderosos de la tierra; pero, insisto, no la considero imprescindible; más pujante aún es, en la defensa, el alma nativa, invencible. El General San Martín, en su admirable retiro e infortunio —castigo de su inmensa gloria-escribió cartas conocidas sobre la materia, en las cuales es adorable ver y admirar como proclama su profunda fe en la fuerza de la resistencia —ya hace un siglo— de los países americanos. Hay una carta suya de Ñapóles, de Diciembre del 45, y otra de Boulogne Sur Mer, de Diciembre del 49, que son extraordinarias por su visión. Cuando estos^países no eran nada, él se dirige a amigos europeos y los exhorta a desistir de ser tentados por la aventura ambiciosa en las regiones tan ricas como son las del Río de la Plata. Cuaja sus re¬flexiones: ¿Qué pueden hacer ustedes? ¿Y después? Gentes aquellas de costumbres frugales, razas sufridas, soldados de nacimiento, y luego la pampa que ahogaría al intruso. ¿Qué hacen ustedes allá? ¿Cómo quedan y arraigan?"... Pienso hoy, ante los nuevos peligros que se anuncian —y así todos nuestros compatriotas— que el día que por acaso esos riesgos se congelaran, siempre tropezarían con los pechos de acero y el espíritu de sacrificio de estos grandes pue¬blos del Sur. ¿Qué haría, qué podría hacer el atacante en el caso problemático de que también se contagiara el delirio de los que antes vinieran?... Tomar las costas, estarse un rato por ahí, y después, la pampa a la vanguardia y a la retaguardia dos mil leguas de océano, precisamente para bien del hemisferio guarnecido por las enormes fuerzas navales de los Estados Unidos, que darían pronto cuenta del osado. La doctrina Monroe interesa a los uruguayos, como continentales, por un lado, y como nativos'de este ángulo, por otro, porque a sus espaldas está aquella gran potencia,, a la que es de crear que algún día se le caerá de las manos el "big-stick", el garrote, como se dijera cuando se violó la soberanía civil de Panamá para quedarse con el estrecho y con la zona que el poco tiempo se protocolizó en términos leoninos".

EL URUGUAY DEBE PROCURARSE BUENOS AMIGOS

"El Uruguay debe procurarse buenos amigos; los más que pueda conseguir. Lo son, desde luego, las repúblicas hermanas por origen, por fraternidad, y por el espíritu moderno de americanismo; pero es deseable que también lo sea de alguien que está bastante lejos, para no inspirarnos temor, y que posea bastante poder, para que con un gesto detenga el atentado que pretendiera sombrear nuestros destinos. En la materia, no improviso criterio. Mucho tiempo atrás, hace casi cuarenta años —deploro confesarme tan cerca de la ca¬ducidad — lo escribía y lo pensaba desde la ausencia, desde Estados Unidos cuando joven. '
Hoy, creyendo más en los hechos que en las palabras y la dialéctica oleaginosa, al modo ginebrino, me ratifico en que nuestro Uruguay debe cultivar la amistad de Estados Unidos, pero sin el menor desgarro de su soberanía; y por eso en la sesión secreta del otro día, cuyos términos yo no puedo revelar, insistí, como lo saben mis colegas, en ese mismo sentido. Y para terminar, voy a lo actual. Que demos bases o las prestemos para mi es idéntico; pero aún hacerlas con nuestro dinero y prestarlas después, lo que es un poco el negocio del "tío Bartolo"... De manera que nos sacrificaríamos, sufriríamos desmedro en provecho de terceros. Si consintiéramos la disminución, aún teórica, de nuestra soberanía, nos haríamos maldecir por nuestros descendientes: ¡qué otros vengan, con sus fines, a ocupar esas instalaciones belicosas, en las que nunca, como dije al principio, nadie pensó, jamás imaginadas!... Si fueran apare¬jos de paz, quedarían ahí, y el país fructificaría alguna cosecha; pero son instrumentos de guerra, que hay que mantener, gigantes¬cos, formidables, y no tenemos fuerzas ni técnicos para sostenerlos; d1) manera que fatalmente, cuando se descomponga, habrá que entregarlos a gente adventicia... No nos puede convenir nunca semejante perspectiva. Lo único deseable es que toda esa zona costera de nuestro país, que es riqueza además de ser una belleza, se desdoble, como está ocurriendo, en magníficas empresas del progreso, de bienestar y alegría para los naturales y el extranjero. Ese es nuestro porvenir, en otro aspecto radioso. No tenemos que buscar por otro lado: con los años, tratar de parecemos a Suiza, a Bélgica... Finlandia en mutilación. Polonia sacrificada, deben ser advertencia para nosotros... Por eso es que yo no me siento con valor para acompañar esta iniciativa, reñida con ideas que son verticales, que son vertebrales en mi espíritu. En nada las cambio, y en estos instantes las abono otra vez, sintiéndome un poco obligado a hablar de esta forma, porque creo que el lenguaje bizantino hace daño. Los pueblos, con alguna razón, están viviendo una hora de incredulidad. Se empieza a sospechar, en muchas partes, que los políticos no son todo lo bien que debieran ser, que tienen mucha culpa de las cosas que pasan. Del todo no se equivoca ese fácil veredicto popular, y uno de los modos de curar en carne propia esos males que desacreditan a la democracia —que es necesario conservar a todo precio, aunque yo no la confundo con la demagogia— creo sea ir derecho al alma del pueblo, hablarle claro: no engañarlo, no embaucarlo y tampoco adularlo. Por eso ha sido un acierto realizar esta sesión en ambiente público; que nadie pueda creer que se ha ocultado ni tapado nada; que todo se haya dicho por ambas partes y que se compruebe que en el pensamiento de todos no hay nada deshonesto. Planteo así, derechamente, el tema, señor Pre idente, y creo con esto quitarle el filo que alguien tal vez le puso, interesado en envenenar esta sana polémica patriótica.

LAS TRESCIENTAS MILLAS Y LA VOLUNTAD DE EE.UU.

Sólo se me ocurre agregar que pudo haber asentimiento en cuanto a la diplomacia de Estados Unidos, en tanto se tomaron decis ones de carácter internacional platónico; por ejemplo, cuando se ijaron las trescientas millas oceánicas, una de las más grandes extravagancias vistas. Alguna vez fui estudiante de derecho y, si no estoy del todo trascordado, por esa época y en la militancia de las relaciones internacionales eran sensato pretexto las tres millas, o las cinco, que el buen sentido inglés recomienda como más que suficientes. Pues señor: un buen día, sin comentario previo, sin que nada se hubiera debatido al respecto, sin que hubiera surgido un v-pisodio que apremiara a tomar medidas extraordinarias, se reúnen os delegados de las cancillerías y, como pasa a menudo en los Congresos, que las Comisiones lo tienen todo preparado y después no se hace más que suscribirlo —aunque en nuestro caso se habrá hecho con r servas, a la par de los demás países de América— se f rma un compromiso, estableciendo radio en el mar hasta las rescientas millas!
Aunque los sabios de Grecia así lo suscribieran, el criterio publico —el del buen aldeano, y yo me encuentro entre ellos— se pregunta por qué se ha sellado semejante tesis. ¿La respuesta?...
— Porque asi lo quiso Estados Unidos.
Absurdo que también nosotros tengamos que preocuparnos, sintiendo comprometido nuestro honor y nuestra responsabilidad por un barco que pueda perderse a cien leguas de distancia, como si abarcara hasta allí nuestra jurisdicción y sensibilidad territorial.
Muy diversos ese contacto y esa relación internacional del arriendo, o cosa similar, aquí, de "bases".

CADA DÍA SIENTO MEJOR A NUESTRA RAZA

"Me rebelo, serenamente, contra tamañas fantasías y cálculos, desde el fondo, por supuesto, de mi insignificancia. A la vez, me siento cada día más autóctono, porque cuando uno se inclina hacia la tierra, en la trayectoria inexorable, va dejando zonceras a la espalda y aprende filosofías que no están escritas. Cada día siento, comprendo mejor a nuestra raza.
Nosotros somos latino-ibéricos y también bastante italianos — en este mismo Senado, la mitad de sus componentes llevan esa sangre magnífica. Nosotros no pertenecemos a las razas rubias, somos ramas de las ibéricas, italianas e indias; a mucho honor. Aquí también "habernos muchos", como dicen al modo viejo, los gauchos, que en el fondo de los ojos —sin saberlo— en la tez, en la expresión lacónica mostramos al indio que llevamos adentro, que es la sangre nacional, la que nos hizo lo que somos, y estamos muy contentos de ser así.
De manera que aquí tenemos que defender, contra "pene¬traciones", lo hispano, lo que vive en nosotros, en nuestra memoria: las instituciones sabias, heredadas, que cada día más se reconocen, olvidando lo accidental de la lucha, en los días de la emancipación, con la madre patria. ¿Qué hijo no ha sido alguna vez impaciente, desagradecido con la madre?... Me asilo y me refugio en mi raza; yo no tengo interés en que vengan otras, aunque sean muy adelantadas, a imponerse corporativamente, con plan ulterior — cuanto más plutocrática más temibles— en el campo de nuestros sentimientos, de nuestros hondos afectos, que queremos sean inextinguibles, castizos, que no pierdan su profunda huella...
He citado la frase del gran ministro de la Unión, que fue presi¬dente en seguida, John Quincy Adams. Aludiendo a los países del Caribe, decía que según la ley de la gravitación universal, que fatal¬mente rige en el mundo físico no en el mundo oral, alguno de esos pueblos era "como una manzana separada de su árbol por la fuerza del viento, que no puede aunque quiera, dejar de caer al suelo".
Y bien: me permito modestamente decir, para terminar, con aquel inmenso mártir del patriotismo, José Martí, que los asuntos concernientes a la Patria "no son cuestión de cuenta corriente, no consisten en poner en paz el débito y el crédito", agregando, cual comentario final, que los pueblos de este Continente no caen como las manzanas, y que en nuestra América del Sur no hay viento, por fuerte que sea, capaz de arrancarlas del árbol!..."
Librada la batalla del Senado, se votó la siguiente moción: "Oídas las explicaciones del señor Ministro de Relaciones Ex¬teriores, el Senado pasa a la orden del día, declarando que, en ningún caso, prestará su aprobación a tratados o convenciones que autoricen la creación en nuestro territorio de bases aéreas o navales que importen una servidumbre de cualquier género para la nación, o una disminución de la soberanía del Estado".

PARA LAS MEJORES TRADICIONES DEL PAÍS!!!
LA QUILLA DE NUESTRO BARCO...

"El año 1941 se inició con una gran tensión internacional en el hemisferio americano. Los yankis mandaban y a cada día "apreta¬ban más el torniquete", en su apuro por arrastrar a las repúblicas iberoamericanas en su política bélica.
A tales extramos llegó la presión, que un periodista extranjero y su editorial se negaron a publicar un reportaje a Herrera, "por razones de oportunidad"...
El 30 de mayo, Herrera lo publicó con su firma y un sugestivo título: .
"La quilla de nuestro barco hiende mejor las aguas embraveci¬das" Se tejen diversos comentarios alrededor de un reportaje que hubo de llevarse adelante, sobre la actual política internacional, en relación con nuestro país. El tema es palpitante, está en la mesa de operaciones. Inquiridos al respecto, con cortesía, obligados por las circunstancias creadas, aquí lo abordaremos de frente y ca¬tegóricamente, como acostumbramos, a fin de acabar con las versiones truncas. Para no poner en mayor dificultad a quien nos interrogara, iremos derechos y en forma impersonal a la cuestión de fondo. Nosotros, antes que todo y por encima de todo, somos uruguayos. Fijada la premisa, sola se impone la consecuencia: nuestra máxima pasión es la del "pago". Por haberlo olvidado, más de una vez nuestra patria ha sufrido, en el pasado, grandes infor¬tunios. No queremos que ellos se repitan. Desde nuestro modesto plano, nos agotaremos en afán de evitarlo. Pero, ser buen uruguayo no consiste, en decirlo ruidosamente, sino en estar, per entero, al sendciQ'dél interés nacional. En la emergencia, el interés nacional manda no salir de la neutralidad, esmerarse en conservarla, siempre que así lo permita el honor. ¿Y puede, por ventura, juzgarse comprometido ese honor por lo muy trágico y deplorable que ocurre más allá de los mares? Pero, en pleno desvarío, más ingleses, alemanes o yankis que orientales, algunos —sin perjuicio de que¬darse cómodamente en su bufete— pretenden que nuestras juventudes corran a la inmolación en extraños climas? El buen sentido público, a eso terminantemente se opone. Establecido que, primero que todo, está lo NUESTRO, en el campo internacional y tratándose de cuestiones relacionadas con el Río de la Plata, nos declaramos sin esfuerzo y en homenaje equitativo a la realidad, miembros de un núcleo de naciones sub-astrales, ligadas por un inmenso sistema hidrográfico. No sólo los ribereños del estuario sino también los poseedores de sus afluentes, tienen título sobrado para poner atención, como partes, en el orden internacional, en la suerte de su salida al océano. Tanto así el Paraguay, como la Argentina el Brasil y aún Bolivia, a pesar de su enclaustramiento; en virtud del mismo. Creemos contarnos entre los nativos que con mayor brío hemos sostenido la soberanía oriental en el Plata, como sus ribereños; por manera, que no se podrá atribuir a flaqueza de espíritu la franca manifestación de que nadie tiene derecho a crear un Gibraltar en la desembocadura comón de los ríos del Sur. Ello importaría una amenaza al tránsito de medio continente: reconsti¬tuir, fuera de época, el cautiverio económico de los países de adentro: "la clausura de los ríos", como alguna vez lo hemos dicho. Los canales del Plata pasan junto a nuestras costas. Emplazar ca¬ñones que los dominen, por cuenta propia, sería merecer la fundada censura y el muy justificado reproche de los vecinos por allí obliga¬dos a desfilar. La más elemental cordura, pues, aconseja no hacer zonceras, no estorbar, no comprometer, ni siquiera en teoría el cruce de los bajeles por el gran boulevard fluvial y marítimo que es el orgullo y el bien de todos. Antes de emprender gestión alguna sobre el punto, el inexcusable error fue no pensar un poco en ese deber solidario que gravita sobre ambos ribereños del plata y sus tri¬butarios: a nadie le está consentido atar su perro a la puerta de una casa de apartamentos. Abundante razón de queja tendría cual¬quiera de los inquilinos...
Ahora viene el "panamericanismo". No lo discutimos. Am¬parado en la gloria de Bolívar. Naturalmente, nosotros estamos más **erca de Bolívar que de Blaine y sus continuadores. Es el "panamericanismo" una seductora abstracción. No escatimamos votos en sentido de que se acentúe y crezca, porque la humanidad afectiva siempre es buena, aunque solo escrito sea. Pero el panamericanismo no puede consentir en que uno fume y los otros escupan. Dejemos, desde luego, de lado, la paparrucha de las trescientas millas, inventada por Washington, a sus fines. Vamos más adentro: a "la mano que aprieta"... Vamos a lo concreto. ¿Por qué Estados Unidos —porque así le conviene— se apodere malamente de los buques ajenos, nosotros, manchándonos, ha¬bríamos de hacer lo mismo? Se hizo, y hubo que retroceder... ¿Por qué le beneficie estirar hasta el absurdo y lo vituperable su elástica Doctrina de Monroe, nosotros tendríamos que aplaudir? ¿Por qué vaya a la guerra —un imperialismo contra otro— allá también iríamos a su zaga, nosotros, como sus falderillos y ordenanzas?...
Aunque increíble parezca, no falta quien así lo pregone y reclame que ¡Allá marchemos! Así que la muchachada criolla aprendería a manejar el fusil para batirse, en las antípodas, por los yankis, bajo la resobada invocación "panamericanista"! Si tal hubieran presumido quienes, con toda buena fe, aprobaron la I.M.O., a buen seguro que su voto hubiera sido distinto. Sólo se pensó, entonces, en la acción defensiva: en habilitarnos para resguardar nuestro territorio. De ahí para adelante, nada. Perfec¬tamente explicado el fracaso del enrolamiento. Nadie se presenta. "Huelga de brazos cruzados", declarada por el buen juicio popular. Entendida, y cien veces aceptada la solidaridad continental, en cuanto a las dichosas emulaciones del progreso; pero cien veces repudiada, si para cultivarla y fomentarla, se nos trae la maldición de la guerra.
¡Matarnos, nosotros para mayor auge y esplendor de los Esta¬dos Unidos, por tantos motivos, es cierto, admirable, pero que, en el caso, hace su propio, egoísta, frío y calculado juego!
Viene de enriquecerse y sigue enriqueciéndose, con la mul¬tiplicación gigantesca de su comercio de armas; a peso de oro las cobra y por anticipado se las paga con pedazos del territorio ajeno; el oro del mundo es suyo, siendo, precisamente, ese fantástico monopolio del caudal amonedado un riesgo para la propia salud, comprometida por tanta glotonería y sus gorduras. ¡No, y mil veces no!
Neutrales desde nuestra remota orilla, a dos mil leguas del drama. Y más americanos que nunca; no porque Estados Unidos conjuga, a su modo y en su exclusivo provecho, el verbo continen¬tal, sjno porque cada día más alentados nos sentimos de ser tierra de promisión —sin hecatombes ni persecuciones judías— para to¬dos los que sufren y quieren paz, convivencia feliz, fraternidad. Y en cuanto a las manoseadas y condenadísimas "bases", dejarlas en el fondo del olvido, como un recuerdo muy ingrato y muy alecciona¬dor; porque, cien años después, no queremos, bajo ningún pretexto, que las querellas extranjeras y las ambiciones de "los grandes" tengan, otra vez, campo de lucha y de sangre en nuestas costas, ni que nos enganchen!
En resumen, siendo siempre útil repetirlo: totalmente uruguayos, por aquí nacidos y porque el alma así lo ordena. Como en el verso de Musset, digamos, con arresto y con halago: "Mi vaso es pequeño, pero yo bebo en mi vaso". Lealmente así lo sentimos y con igual lealtad así lo expresamos, sin contar probabilidades, ni medir ventajas. Más fácil, en diversos conceptos, fuera lo con¬trario...
Ni la demagogia, ni el espíritu oligárquico lo perdonan. En verdad, tiene algunos inconvenientes discrepar con los que están arriba, o creen estarlo, porque por un rato, materialmente lo están. ¡Cuestión de criterios y de modos!
La quilla de nuestro barco hiende mejor las aguas embraveci¬das: cuando corre el temporal y corta sus marejadas. Fieles a nuestro credo, a nuestras cosas y al pueblo que anda y arde en la calle y que sólo pide que no se le mienta. Nosotros, desde nuestra humildad, nunca le hemos mentido! Luis Alberto de Herrera".


NOTAS

[1] Las Listas Negras fueron listas en la cual a los ciudadanos uruguayos que supuestamente estuvieran involucrados con las potencias del Eje, no se les permitiría comerciar ni hacer ningún tipo de transacciones siendo estos altamente denigrados, por la sociedad.


Capitulo III de "Antiimperialismo y los yanquis"

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