jueves, 9 de diciembre de 2010

LA SOCIEDAD URBANA SE MODIFICA


por Arturo Jauretche

Vamos a acercarnos ahora a los grandes centros urbanos. Dentro de estos, en especial a Buenos Aires, que será el caldo de cultivo del "medio pelo".
Pero todavía este momento no ha llegado.
Ahora es el de los "gringos" que ascienden —con la clase media que se constituye y la burguesía inmigratoria que apunta—, alterando el esquema tradicional; su carácter "gringo" provoca una cierta reacción tradicionalista no muy profunda, como se verá, porque la tradición de Buenos Aires es el antitradicionalismo, valga la paradoja: los "gringos" no tendrán que vencer la resistencia profunda que los criollos "inferiores" encontraban para su ascenso, ya que en el pensamiento de la "gente principal" la incorporación de los nuevos era un resultado natural de su política económica y racial.
Sin embargo, esta modificación de la estructura no fue muy perceptible para la clase alta, para la que la sociedad argentina seguía inmóvil: todo lo que ocurrió desde el mejoramiento de las razas vacunas, hasta su incorporación a la vida europea, significó sólo la incorporación de la Argentina a la civilización moderna.
Desde el alto nivel de los dueños de la tierra, lo que estaba sucediendo en la ciudad de tránsito entre Europa y el campo, era cosa de "escaleras abajo", porque no incidía ni en el patrimonio ni en su vida de relación. Ya hemos visto que para el autor de "Recuerdos del novecientos", todavía la clase media no existía.
Los "gringos", cuya misión era quedarse en el campo en las tareas rurales, invaden Buenos Aires, la cuidad por antonomasia, hasta el punto de que llegan a constituir la mayoría de la población adulta y se lanzan a actividades que no eran las presupuestas del bracero o de la chacra.

LA CAPITAL DE LA PAMPA GRINGA: ROSARIO

Aunque el tema de este trabajo se centra en Buenos Aires, es conveniente echar una ojeada a las otras dos ciudades más importantes del país, para ver los efectos diversos del impacto inmigratorio.
En Rosario, el surgimiento de la nueva sociedad es más directo que en Buenos Aires, pues no hay la alta clase preexistente que influye con sus pautas a estos nuevos y limita el ascenso al primer plano; aquí los "gringos" triunfadores irán directamente arriba, constituyendo una sociedad burguesa por excelencia. Apenas alguna protesta de viejo vecino, como el soneto leído en unos juegos florales:
Ciudad de Astengo, de Etchesortu y Casas
—sede del "Honorable" Benvenuto—
ciudad donde se funden dos mil razas,
pero no se funde ningún gringo fruto.

(Recuerdo sólo la primera cuarteta. ¿Para qué contar el merengue que se armó... Además, los viejos vecinos de Rosario, no eran muy viejos, o mejor dicho, antiguos).
Por esta razón la burguesía rosarina accede directamente a la clase alta local y su conflicto de status es con la clase alta tradicional de Santa Fe.
Rosario es la cabecera de la pampa "gringa", su capital, bruscamente nacida de un villorrio primitivo del que no se recuerda ni el nombre del fundador. Si Buenos Aires es la capital de los ganaderos, Rosario lo es de los chacareros. (Giberti, Op. Cit., explica la mayor densidad agrícola de la pampa "gringa" por la distancia con el frigorífico de las colonias santafecinas que ha permitido desarrollar la producción de cereal sin subordinarlo ni limitarlo como simple tarea de “hacer campo”, y también por la mejor política de asentamiento del colono). La alta clase terrateniente no tiene domicilio ni transitorio en Rosario. La burguesía rosarina pisa firme; hija del desarrollo agrario, se identifica totalmente con el progresismo liberal y no sólo carece de complejos frente a las viejas clases, sino que las mira por arriba del hombro, porque se siente con mejor derecho a conducir. No postula “reconocimiento” y será ella la que lo dará.
La “Liga del Sur”, cuna del Partido Demócrata Progresista, será su expresión política frente a los dos estratos tradicionales de la provincia: la vieja “gente principal”, de la capital santafesina, con sus terratenientes a la antigua porque todavía no ha llegado allí la estancia moderna y sus rangos modestos de las profesiones y la burocracia que tendrá su baluarte en el Norte. (En Barrancas, a mitad de camino entre Santa Fe y Rosario, está la barrera que separa las dos Santa Fe, con tal perdurabilidad que aun hoy las reuniones políticas de importancia, donde se decide sobre los gobernantes de la provincia, se realizan en ese lugar de frontera). [1]
Se está constituyendo una nueva estructura de alta burguesía a clase media, pero sólo sobre la base de la inmigración; los criollos están marginados del proceso ascensional. El inmigrante es proporcionalmente demasiado fuerte, y no hay integración rápida porque en cierto modo se da allí una segregación ecológica en que el extranjero triunfador se atribuye el status más alto.
El proceso que, veremos luego, realizó el radicalismo incorporando a la política nacional los hijos de inmigrantes, se realizó en Santa Fe con la “Liga del Sur”, pero marginando al criollaje. Aquí el radicalismo no contará con la clase media y la burguesía; sólo contará en el sur con unos pocos elementos de las viejas familias federales, pero sustancialmente con orilleros y paisanos de la “gente inferior” al que se unirá el peso de las viejas fuerzas conservadoras del Norte, que con su clientela electoral se le volcarán en la hora próxima a la victoria como único medio de parar al Sur. También con los colonos del Norte de origen extranjero, forzados por el localismo incompatible de los del Sur.

EL LÍMITE DE LA PAMPA GRINGA: CÓRDOBA

Córdoba es todavía una pequeña ciudad provinciana y su crecimiento moderno llegará mucho más tarde; después de 1914 y definitivamente después de 1945.
Los pobladores de la "pampa gringa" cordobesa, migrarán a Rosario, que es la capital de sus chacras, y les da la imagen apetecible.
La vieja ciudad de los doctores en los dos derechos, se mantiene en los estamentos de "parte sana" y "gente inferior". No existe nadie importante que no sea "doctor" o clérigo, dicen los alacranes porteños que por las dudas le llaman "doctor" al cochero que los lleva al hotel.
(Córdoba, devota y doctoral, es la capital de las sierras, y Rosario la de su "pampa gringa". En Villa María se levantará el Palace Hotel, que cuando se inaugura, es más moderno y más confortable que cualquiera de la capital provinciana. Es para los rosarinos en tránsito a las sierras).
Cuando en Buenos Aires se habla de Córdoba, se habla de las sierras: Cosquín para la tuberculosis, Ascochinga y Alta Gracia para los veraneantes distinguidos; recién apunta, más allá de Cosquín, tan mentado en la época de Koch, el valle de Punilla, que en La Falda y después de La Cumbre recogerá y disputará los veraneantes de la burguesía rosarina a los sitios anteriormente tradicionales, hasta que, mucho más tarde, el "aluvión zoológico" de provincianos en un próspero retorno de ruralismo vacacional, se desborda sobre todas las sierras. Por la calle Ancha se va a la Cuesta de Copina, para caer detrás de las Sierras Grandes, pues el General Roca había puesto de moda Mina Clavero, y la indispensable visita a la Villa del Tránsito y su Casa de Ejercicios con el sermón dominical del cura Brochero, del que los humildes recogen el Evangelio y los veraneantes el pintoresquismo.
Con Simón Luengo y la última tentativa, la Revolución de los "Rusos" de Chaval, se ha extinguido el Partido Federal que mantenía nexos entre alguna parte de la “gente principal” y la plebe. Los conflictos son ahora entre liberales y devotos, conflictos de “bien pensantes” que no se resuelven tan fácilmente como en Buenos Aires: la mujer a la iglesia y el hombre a la logia. Conflicto de clase alta en que los ateos son más “frailes” que en Buenos Aires y los católicos más “chupa cirios”, y cuya intensidad se mide por el provincianismo de los actores pero en el que no interviene la “gente inferior” de la que nadie se ocupa, como no sea algún curita de sotana raída como Brochero o algún anarquista que va a terminar en las sierras con los “fuelles” averiados por la intensa vida nocturna y la escasa alimentación diurna que impone “la idea”.
En Córdoba empieza el interior, el país no computado en el progresismo liberal sino como una incómoda carpa: lo será hasta que el agotamiento de la renta diferencial obligue a ver el país de otra manera.

BUENOS AIRES: INFRAESTRUCTURA DE LA EXPORTACIÓN

Vamos ahora a ese Buenos Aires de principios del siglo.
Dice Gino Germani: La Argentina tenía en 11869 una población de poco más de 1.700.000 habitantes; en 1959 había pasado amásde 20.000.000, aumentando así en casi doce veces en 90 años. En esta extraordinaria expansión, la inmigración contribuyó de manera decisiva. El mero crecimiento de la población extranjera en los tres períodos intercensales, significó –para los dos primeros—es decir, hasta 1914, alrededor del 35% del crecimiento total. Agrega que la concentración de extranjeros se produjo en determinadas zonas del país –las correspondientes a la pampa cerealera--, y dentro de ésta, en los núcleos urbanos, fundamentalmente en Buenos Aires: La aglomeración metropolitana del Gran Buenos Aires concentró, a lo largo de todo el período considerado entre el 40 y el 50% de la población extranjera total. La inmigración de ultramar representó, en efecto, la base del extraordinario crecimiento urbano en la Argentina y puede demostrarse que la formación de la aglomeración de Buenos Aires y de las grandes ciudades del país se debió principalmente al aporte de estos inmigrantes. En realidad, la época de mayor crecimiento urbano corresponde justamente al período de mayor inmigración.
Precisando las etapas del crecimiento urbano, el mismo autor señala su segundo momento: aquel en que el proceso de urbanización obedeció a las migraciones internas... Hay una distancia de más de medio siglo entre la iniciación de los dos procesos: el del "aluvión gringo" que dará la clase media y la primera burguesía y el "aluvión criollo" que llamarán zoológico, y que pondrá en definitiva crisis el esquema de "clase principal" y "clase inferior", incorporando a ésta como proletariado, en la moderna sociedad de clases; será la formación de un proletariado –obreros en lugar de peones y un oficio en lugar de los “siete” y ninguno bueno—o abriendo el acceso a muchos trabajadores criollos a niveles de clase media, y aun de pequeña burguesía.
Interesa determinar el por qué de la concentración urbana y el por qué de su carácter inmigratorio.
Ya en el capítulo anterior he preferido que la naturaleza de la producción cerealera, a pesar de ser primaria, no es apta, como la de la plantación tropical, para una composición simplista de la sociedad como la que venía rigiendo desde la Colonia. Agreguemos ahora que la agricultura en expansión no está destinada a satisfacer la demanda local, sino que su mercado es ultramarino, todo lo que exige el aparato ferroviario en abanico, la comercialización por el intermediario y la concentración portuaria. El puerto, estribo del puente hacia Europa, es un canal por donde debe pasar toda la producción, toda la comercialización, todo el transporte, toda la financiación y, recíprocamente, toda la importación y toda la estructura de distribución hacia el interior. El puerto determina también, por su condición de llave, la concentración de todo el aparato administrativo del Estado y se convierte en el gran centro de consumo y trabajo, donde son posibles, además de los consumos esenciales, los consumos de lujo y confort, la cultura, la difusión periodística, la formación profesional. Por allí pasa toda la riqueza que genera la pampa; allí deja caer la parte de numerario correspondiente a los gastos de distribución y comercialización interna que no se pueden evadir del país porque están incorporados al costo inevitable.
A este respecto dice Giberti (Op. Cit.) después de referirse al volumen de mercaderías para embarcar, así como el de productos para importar (carbón, rieles, máquinas, materiales de construcción, comestibles, manufacturas, etc.) que surge la necesidad de instalaciones portuarias capaces de movilizar ese tráfico... Al disponer Buenos Aires de un puerto con calado suficiente para grandes barcos de ultramar, robustece su dominio sobre el resto del país... concentra en peso entre el 70 y el 90% de las importaciones, y la mitad de las exportaciones, sobre todo productos ganaderos. Aun la mayor parte de los barcos que cargan en otros puertos del Paraná pasan Buenos Aires a completar sus cargas.
Toda esta concentración obliga a construir rápidamente una gran ciudad donde poco antes había una gran aldea. No se trata sólo de exportar e importar porque hay que establecer el asiento de toda esta maquinaria económica y hacerlo apresuradamente. Instalaciones portuarias y estaciones de ferrocarril, edificios para la administración de los negocios, para la banca; techo y habitación para la gente allí ocupada. Junto a las necesidades que determinan la formación de esta aglomeración urbana hay que satisfacer las que surgen de la aglomeración misma: hay que pavimentar calles, establecer teléfonos, alumbrado y energía, aguas corrientes y cloacas, y también paseos y jardines, edificios universitarios, palacio de tribunales, asiento para el Congreso, oficinas públicas, hospitales, escuelas y todos los servicios de una ciudad moderna.
Buenos Aires, en una palabra, está constituyendo la infraestructura del país agropecuario; y tiene que construirla adelantándose al mismo para recibir el progresivo aumento de producción. Por eso mismo, cuando aquélla se estabilice, Buenos Aires dejará de crecer porque el aparato es suficiente para la misma y en adelante su expansión estará vinculada al desarrollo interno.
Aquí está la razón de su gigantismo que no es otra cosa que ser el cuello del embudo que vuelca la producción en las bodegas de los barcos, y recibe de éstos la importación para distribuirla. Buenos Aires no es desmesurada sino en relación con la falta de crecimiento paralelo del país y esta es la explicación que no dan los que quieren eludir la verdad por el camino de la psicología o de lo jurídico. Parece contradecir esta afirmación el hecho de que Buenos Aires haya sido el asiento del posterior desarrollo interior, pero esto obedece a que el mercado ya estaba organizado así, con la acumulación del capital, la técnica y la mano de obra iniciales, como también el mayor marcado de consumo. El futuro no puede desvincularse del pasado hasta que en plazo razonable, y con dirección apropiada, se relacionen las fuerzas constructivas, que es lo que está ocurriendo con la aparición de centros industriales en el interior de que la actual Córdoba es un ejemplo.
Apresuradamente surge la gran ciudad: primero en función de las necesidades que determina el puerto que absorbe el grueso del comercio nacional; después en razón de las necesidades subsidiarias que origina la concentración. Y todo hay que hacerlo en un corto lapso, quince o veinte años, de manera tal, que las actividades productivas se multiplican al infinito porque se trata de la etapa inversionista, en la cual la ciudad gigantesca debe estar construida para que tenga sentido lo que está haciendo el agricultor con su arado o el ganadero con sus nuevas razas. Y aquí el extranjero que viene con los oficios y las aptitudes técnicas que reclama esa construcción apresurada, se encuentra en su clima, y en su técnica, mucho más aun que en el campo, donde la falta de un fraccionamiento de la tierra le resta posibilidades.
También el conglomerado urbano necesita un comercio minorista que no interesa a los grandes consorcios, como no interesa la producción local inevitable de todas las manufacturas de consumo inmediato o que no corresponden los rubros que se reserva la importación. Al Buenos Aires del personal de los frigoríficos o portuario, de los empleados ferroviarios, de los empleados de banco y de la administración, etc., se suma la multitud que construye el mismo Buenos Aires: la gran industria de Buenos Aires es construir Buenos Aires.
Es la hora de los albañiles italianos, de aquellos maestros de obra friulianos que dieron las características arquitectónicas que subsisten en los barrios del Sur; de los panaderos, los carpinteros y ebanistas, los sastres y las costureras, de todo un artesanado de cuyos miembros saldrán, a medida que asciendan, los pequeños comerciantes y también los educadores y los primeros industriales. Es como ocurrió cincuenta años después, la hora de los loteadores, cuya oferta hay que comprobar los días de lluvia, para saber si los terrenos no están debajo del agua, y también de la casita propia que los "gringos" construyen, como harán después los "cabecitas negras", pero más a extramuros, luego de su paso por las "villa miserias" a falta do Hotel de Inmigrantes, por donde aquellos pasaron, como hogar de tránsito.[2]

EL HOTEL DE INMIGRANTES, EL CONVENTILLO Y LA CASITA SUBURBANA

Ahí, al costado de la Dársena Norte, está el Hotel de Inmigrantes, un viejo edificio, cuyo destino suele variar con las necesidades de la burocracia. En la época de la inmigración, era eso que dice el nombre: Hotel, y ahí se alojaban los inmigrantes sin recursos, muchos con numerosa prole, a la espera de su primer trabajo. Allí estaba algo así como el trampolín de su destino. Del Hotel de Inmigrantes al conventillo se marcaron los primeros pasos en la ciudad; eran las puertas del misterio y la esperanza, después de los largos días en el hacinamiento de las terceras de a bordo.
El conventillo ocupa un lugar básico en la conformación social de Buenos Aires. Significó miseria y promiscuidad. Francisco Seeber, intendente de la Capital (1886-1890), dijo que había en la ciudad 3.000 conventillos donde viven 150.000 habitantes, todos construidos en flagrante oposición a las ordenanzas vigentes, donde la gente vive apiñada tradicionalmente, violando las reglas de la higiene y la moral.
Pero, al mismo tiempo, el conventillo es un mundo heterogéneo donde se barajan y se mezclan en el mismo mazo todas las cartas del Buenos Aires que está naciendo. Sergio Bagú transcribe el verso de Vaccarezza:

Un patio de conventillo
un italiano encargado
un "yoyega" retobado
una percanta, un vivillo,
dos malevos de cuchillo;
un chamuyo, una pasión,
choques, celos, discusión,
desafío, puñalada,
espamento, disparada,
auxilio, cana... telón!

A este propósito he dicho:
Cuando el teatro de Vaccarezza no se represente más, se exhumará como documento, y dirá más sobre la historia de Buenos Aires que todo lo que hemos escrito, con pretensiones de ensayo o estudio sobre la ciudad, en aquel paréntesis de treinta años, que empezó con el siglo. Tiempo en que los gringos del puerto pechaban como una sudestada sobre los últimos rincones criollos que restaban de la Gran Aldea.
Estos documentos ilustrarán sobre eso que he dicho del arquetipo, que nos salvó chupándose los "gringos" y haciendo que las aguas que se derramaban del puerto para adentro no se mezclaran con la tierra para dar el barro del buenas Aires de hoy.
La temática del "tano", del “gaita" y del "turco” fue casi obsesiva en el sainete; eso no se explica, si no se sabe que Buenos Aires, con una mayoría de población extranjera, era en ese memento de treinta años un digestor que estaba dirigiendo, asimilando, construyendo Buenos Aires dentro del país.
El patio del conventillo que se vio en el tablado, con sus tiestos florecidos, canciones, milongas, pitos de vigilantes, viejas Celestinas, mozas deslumbradas por las luces del centro, trabajadores derrengados, guapos y flojos, era el escenario de esa digestión social. (A J., "Los Profetas del Odio").
Sobre esa digestión social, Germani señala "la modalidad de vivienda" —el conventillo y su convivencia— que ejerció más bien una función integradora de las distintas nacionalidades; y quien dice el conventillo, dice la esquina, el almacén, el café, el potrero de los "picados" de fútbol, la escuela pública común, todo ese mundo de la infancia y la adolescencia de los porteños de la clase baja, que va incorporando pautas éticas y estéticas, modalidades que vienen del pasado tradicional y otras que han cruzado el mar, y que se comunican en la igualdad de las situaciones sociales, donde los grupos no se han separado en estancos sino que se disuelven por afinidades personales de contacto, que superan las afinidades preexistentes correspondientes al grupo originario, pues resulta más fuerte el común denominador que da la vida, que los denominadores particulares heredados. (El empleo del término denominador no es casual, porque la vida está practicando en Buenos Aires un intrincado proceso de multiplicaciones, divisiones, sumas y restas).[3]
La población extranjera de Buenos Aires excedió del 50% y no hay que olvidar que en casi su totalidad era adulta y masculina, es decir, la que trabajaba, andaba por la calle y los sitios públicos; a la vez gran parte de los argentinos que formaban el otro 50% eran hijos de inmigrantes en primera generación. Sólo el que vivió en medio de esa multitud y llenó sus ojos con la variopinta de sus ropas, y sus oídos con el ruido de cascada de todos los idiomas cayendo al mismo tiempo sobre el español o el lunfardo, puede medir la magnitud del milagro de asimilación que fe realizó en Buenos Aires, en el vértigo de unos pocos decenios. Y tiene que partir del conventillo para aproximar un poco la imagen.
Por otra parte, la nueva conformación social también partía del conventillo.
Los Pizarros y los Cortés de la vara de medir, la trincheta, la liana y la cuchara de albañil, cabalgaron su aventura sobre los lomos del progreso agropecuario, que aceleraba la formación urbana. Pero no todos los "gringos" triunfaron: la historia sólo recuerda a los vencedores, y así olvida que el mayor número quedó derrotado en el camino, no salió del conventillo y sus hijos se fueron mezclando con la "gente inferior", tal vez malevos o compadritos unos, trabajadores otros, en el obraje o como peones. O salieron del conventillo a la modesta casita suburbana del primitivo Gran Buenos Aires construida como ya se ha visto: Avellaneda o Quilmes, Talleres y Lanús por el Sur; Ciudadela, Caseros, San Martín, con sus villas, por el Oeste, y por el Norte en la línea de Belgrano R y en las orillas aun despobladas de la ciudad.
Estos "gringos" derrotados tuvieron su poeta y Carlos de la Púa en la "Crencha Engrasada" dijo el drama de muchos:

Vinieron de Italia, tenían veinte años,
con un bagayito por toda fortuna,
y, sin aliviadas, entre desengaños
llegaron a viejos sin ventaja alguna.

Vinieron los hijos.¡Todos malandrinos!
Vinieron las hijas. ¡Todas engrupidas!
Ellos son borrachos, chorros, asesinos,
y ellas, las mujeres, están en la vida.

LA FUSIÓN DE LAS NACIONALIDADES

Germani (Op. Cit.) señala que si hubo una segregación ecológica por colectividades, ésta fue disminuyendo con el tiempo; en Buenos Aires, la única que pudo tener ese carácter fue la de la Boca con su población xeneise salpicada pronto de elementos portuarios de habla guaraní, correntinos y paraguayos.
En el resto de la ciudad, la distribución de los inmigrantes de distintas nacionalidades —desde luego predominantemente italianos y españoles— fue bastante homogénea y proporcionada a la distribución de la mar reducida de adultos nativos, con las particularidades que señalaremos al hablar de los barrios. No hubo actitudes discriminatorias, como dice el mismo Germani, comparando con lo que ocurrió en Estados Unidos. No hubo diferencias de prestigio y tensiones hostiles entre los distintos grupos étnicos y con la población nativa en general. Lo que hubo, y también el sainete lo documenta, en el conflicto de "tanos", "gallegos", "turcos" y criollos, fueron rivalidades de prestigio nacional, pero sin referencias al prestigio social y a los status, porque no había discriminación en el orden económico y social; si más adelante los "turcos", judíos o armenios se agruparon con preferencia en determinados barrios, no fue porque en la ciudad, nativos o extranjeros, los excluyeran, sino por la persistencia de características propias traídas de afuera, a las que obedecen y también por el tipo de actividades preferentes que los llevan a formar un tipo de comercio parecido al del Medio Oriente. Es fácil constatar que a medida que los descendientes sustituyen a los inmigrantes originarios, la dispersión geográfica se opera, también, respecto de estos grupos. Del mismo modo la distinción por oficios se relaciona con sus preferencias propias y no por la imposición de un medio que los excluya de otros.
Los "gallegos", cargadores de la estación Sola, no tenían pretensiones de status con respecto a los italianos del puerto, ni los italianos de la cocina más pretensiones de prestigio que los españoles mozos o lavacopas, entra gastronómicos.
Tampoco el conflicto con los nativos excedió del aspecto pintoresco ya que la clase de los inferiores no tenía ningún status que defender, pues se sabía "última carta de la baraja" en la sociedad tradicional y además minoritario, por el escaso número de sus varones con relación al alvión masculino inmigratorio, en su nivel: el inmigrante no amenazaba desalojarlo, sino que por el contrario iba a cumplir actividades a que los criollos se mostraban renuentes; no invadió sus oficios tradicionales, particularmente los derivados de la tracción a sangre que se multiplicaba, antes de la aparición del automotor, con el acelerado progreso urbano, lo mismo que las actividades vinculadas con el abasto de carnes. (El frigorífico, extensión de esta técnica también absorbía preferentemente al obrero nativo).
De un horizonte económico en que el oficio era lo menos frecuente, y lo más, la posición de peón o doméstico, se pasaría a otro con la multiplicación de las construcciones y la aparición del desarrollo fabril primario, en que inmigrantes y criollos tenían las solidaridades del asalariado, más fuertes que las diferencias culturales, y que se expresan —es la época del anarquismo— por la literatura ideológica de los "agitadores" extranjeros y los payadores y poetas nativos del suburbio, y más concretamente con el nacimiento del sindicalismo. Hay, sí, una cuestión de prestigio pero que no radica como en los status en la afirmación de un distinto nivel social, es estético y se refiere al estilo de vida que surge de las distintas escalas de valores del nativo y del inmigrante.

LA OPOSICIÓN DE PAUTAS Y SU UNIFICACIÓN

Antes hemos hablado de la mentalidad del nativo de "clase inferior" formado en una sociedad estática donde no le es posible la acumulación de bienes, a diferencia del inmigrado, proveniente de una sociedad capitalista y acicateado hacia el ascenso, móvil que lo ha traído a América.
Así el "amarretismo" y la prodigalidad se oponen como vicios y virtudes de uno y otro, según quien haga la calificación, y también ese mismo afán de triunfo del que viene a buscarlo, con la resignación y el escepticismo del que ignora esa posibilidad. Algunos diálogos de Fray Mocho son ilustrativos y han constituido una temática de todos los hogares y ruedas modestas que hemos oído en la infancia (el "criollo" inútil y derrochador y el "gringo" amarrete y ventajero).[4]
Mientras para el inmigrante la valoración del oficio y de toda actividad se da en términos económicos, (¿cuáto voy ganando?), para el criollo, durante bastante tiempo, no es la retribución la que determina la elección, sino la calidad del mismo. Y es así renuente a muchas actividades que entiende lo disminuyen como individuo.
(Sin posibilidades de clasificarse por un ascenso en el status, el prestigio no tiene referencias económicas, ni símbolos correspondientes a la situación de familia o de grupo. Es puramente personal. En la guerra o en la política puede surgir de su capacidad individual de caudillo o jefe de partida; en el trabajo de su particular destreza que da renombre: renombre de domador, de rastreador, etc., en el campo; de desollador, de chatero, en la ciudad. Prestigia la guitarra y el ser poeta, o las dos cosas a la vez: payador; y buen bailarín, o la generosidad y la amistad. Y sobre todo ser guapo, que es la condición que acredita la medida del hombre en la prueba más definitiva por el más arriesgado de los cotejos, aquel en que la vida del contendiente es el premio).
Mucho se ha escrito entre nosotros sobre el culto del coraje, pero creo que se ha tenido poco en cuenta que es una manifestación del ego, en una sociedad que no daba formas gregarias de manifestar superioridad: sólo había situaciones de prestigio personal que no se transmitían a la familia ni se heredaban y donde además, como se ha visto, la ilegitimidad era lo más común en la filiación: (es cosa personal aunque se diga el "hijo e'tigre overo ha de ser"; pues tiene que mostrarlo y enseguida lo van a buscar para que lo pruebe. Es decir, para que lo acredite personalmente: es más compromiso que herencia).
Las posibilidades de la mala vida también se amplían con el crecimiento urbano y ofrecen en la nueva composición un derivativo que se conforma al mantenimiento de ese individualismo estético en que la habilidad en el cuchillo y la prestancia física constituyen condiciones que se requieren en el juego, las mujeres, el matonaje. En la simbiosis que se va produciendo, y a la que vamos enseguida, esta evasión se manifestará también, como señala Bagú, en los descendientes de los nuevos: el "vivillo" y los "malevos" pueden ser descendientes en primera generación de migrantes internacionales o internos.

LOS ARQUETIPOS NATIVOS DEL EXTRANJERO

En alguna publicación anterior he recordado una reflexión de Homero Manzi que considero fundamental para la apreciación de este momento de la sociedad argentina, particularmente de la porteña: la suerte del país estuvo en que el inmigrante en lugar de proponerse él, como arquetipo —y hubiera sido lo lógico y lo esperado, por los promotores del progresismo— se propuso como arquetipo el gaucho. Así en su ridícula imitación, el "cocoliche", se entregó a su nueva tierra. Lo comprueba toda la literatura popular de la época, del circo al tablado, de la letra de las canciones (milonga y tango), en que la idealización del criollo constituye el centro de toda la temática, lo mismo se trate de actores, autores, payadores y poetas, de viejo origen nacional, que se trate de los hijos de los recién llegados y aun de estos mismos, del "negro" Gabino Eseiza a Betinotti o Gardel, pasando por los autores del drama, de Florencio Sánchez al sainetero, de los folletines de Juan Moreira. Juan Cuello u Hormiga Negra a, más tarde, los novelones de Radio del Pueblo.
Así, mientras esto ocurría con los inmigrantes, la "clase dirigente" viajaba en busca de arquetipo.
En el plano cultural, paralelo a esta valorización estética popular del criollismo, marchaba a través de la escuela, del periódico, y de los resultados pragmáticos, la valoración de los elementos aportados por la actitud ante la vida que traía el inmigrante, y que correspondían a las exigencias de una sociedad más evolucionada. Hubo un juego constante durante más de treinta años de afirmaciones y negaciones, de contradicciones que se fueron resolviendo naturalmente en esa íntima convivencia; esa heterogeneidad de la composición que no permitió prevlecer a ninguno de los componentes, ni enquistarse, dio como es lógico, la síntesis que constituye hoy nuestra realidad, si existe una realidad del hombre argentino; y dentro de ella, el porteño que Raúl Scalabrini Ortiz ha definido en "El hombre que está solo y espera", que en la esquina de Corrientes y Esmeralda es un hombre de toda la ciudad, cuyas características sustanciales se encuentran, a poco que se rasque, en la intimidad de cada uno.
A principios de siglo algunos argentinos preocupados por las pérdidas de las características nacionales se inquietaron y dijeron palabras de advertencia, máxime ante los hechos producidos por los gobiernos de los países que proveían la inmigración y que a través de sus escuelas, las organizaciones mutuales y culturales, y otros variados estímulos a la cohesión con sus “colonias”, intentaban mantener la nacionalidad de sus emigrados y descendientes, casi en la acepción correcta de “colonias”. Ricardo Rojas en “La Restauración Nacionalista” abordó frontalmente le problema, sin mayor eco, pero éste se resolvió naturalmente.
Si no hubo enquistamiento por status no lo hubo tampoco por la nacionalidad, en cuanto a las colectividades más numerosas. (Por excepción ello ocurrió en cierta medida en algunas colonias rurales del Sur de Santa Fe y Córdoba, oriundos de la baja Italia –allí donde habría más tarde brotes de la maffia—y con algunos grupos provenientes del Norte de Europa, tal vez en este caso por la extracción cultural más alta de sus componentes y sus propios prejuicios de superioridad racial y cultural, coincidentes con los de la clase dirigente nativa, fundamentalmente por la jerarquía del papel económico que desempeñaron y que lo colocaba al nivel que ahora se llama de “ejecutivos”. [5]
Desde luego que el idioma de las colectividades más numerosas y las facilidades de su comprensión y aprendizaje recíproco actuaron favorablemente. De la misma manera la comunidad religiosa con las dos inmigraciones más importantes y de un confesionalismo más militante que el de los nativos, vinculado a la costumbre y la tradición más que a una religiosidad profunda.

LA NUEVA SITUACIÓN Y LA FAMILIA POPULAR

En españoles y en italianos, la familia es mucho más aglutinante que la nacionalidad. De sobra es conocida la tradicional solidez del núcleo familiar español y con respecto al italiano igualmente sólido, me parece de oportunidad citar lo que dice Luigi Barzini (“Los italianos”. Ed. Americana, 1966) sobre la doble faz de la familia italiana: la apariencia exterior en que el elemento masculino, con su orgullo y hasta su tiranía, parece ser el único que cuenta; y la realidad subyacente en que la mujer silenciosa y pausadamente es el eje vertebral dela misma, resumido así: En Italia los hombres gobiernan al país, pero las mujeres gobiernan a los hombres. Italia es en realidad, un cripto matriarcado. (“Madre hay una sola” será pintoresca muletilla de una literatura popular obsesionante desde "Pobre mi madre querida", de Betinotti a Gardel y a los dramones radiales de Pancho Staffa).
Vuelvo aquí al valor documental que tiene el teatro de la época y en cuya escena es inevitable la presencia modeladora de la mujer criolla casada con extranjero, que dice siempre la palabra de conciliación, que marca el rumbo de la fusión que se producirá en sus hijos, que son su objetivo. (Entre el "compadrito" y el "tano" siempre aparece la mujer criolla de éste, atemperando los roces y dando la solución pragmática, lo mismo que entre el viejo criollo, padre de la hembra, empacado en sus prejuicios estéticos, y el yerno "cocoliche"', el "bachicha", que pretende imponer sus valoraciones despectivas de lo indígena. Situada en un plano intermedio, resulta la permanente arbitradora, y así “la vieja” adquiere la categoría de un símbolo unificante en las tendencias dispares que podrían disociar el hogar. Porque el hijo del inmigrante toma frecuentemente del criollo una actitud peyorativa con respecto del padre, recubierta de un cariñoso humorismo—cosas del “viejo”--, que hasta pueden comentarse jocosamente con los amigos desde la criolledad que se atribuye, pero teniendo siempre presente, a través de la madre, una solidaridad profunda que corresponde al tono del sólido hogar que se ha constituido).
En ese sentido la inmigración aporta una valorización de la mujer a través de la valorización de la familia, que la convierte en un instrumento en el cambio de la estructura tradicional.
Ya se ha visto que la inmigración es esencialmente masculina y adulta, y esto explica la mucha mayor frecuencia del matrimonio de extranjero con nativa que de nativo con extranjera. De tal manera la sólida estructura de familia que pudo ser un factor de enquistamiento contribuye también a la fusión, con la unión mixta, en que es un elemento decisivo la mujer por el papel importante que desempeña en el hogar que se constituye, conforme a las pautas que trae el extranjero de las clases populares.[6]

EL ASCENSO SOCIAL DE LA MUJER

La inmigración ha incorporado un elemento básico que faltaba en la clase inferior, y cuya falta era factor sustancial de situación: la regularidad del vínculo matrimonial y el establecimiento de una situación de familia permanente que es facilitado por las nuevas condiciones económicas. En el mundo del inquilinato cada pieza es un mundo completo y los individuos no están aislados como en la clase inferior de la sociedad tradicional, sino recíprocamente apuntalados en una serie de normas comunes, en que la familia se perpetúa, a diferencia de la situación anterior en que cada adolescencia, como el pichón de ave, llevaba implícita la necesidad de volar y de valerse por sí, y para sí mismo, de gaucho a orillero, en el espacio abierto de las pampas o en las encrucijadas del suburbio porteño que conducían a la vida siempre provisoria de las orillas: la familia era también precaria con su perdurabilidad y reducida en su ramificación.
La mujer ante el extranjero gana posición: no es la cosa que se toma como un lujo, del varón nativo; ella hace el sacrificio de muchos prejuicios al unirse a ese extranjero desprovisto de los encantos que hacen el prestigio personal, según las estimaciones de su medio. Su unión es una concesión —siempre lo destaca— que hace forzándose en la estimación de otras aptitudes más prácticas, más positivas, pero menos brillantes. Ese matrimonio no es simplemente la unión de los sexos en el arrebato pasional de cuando era normal que la mujer fuera "presa" de conquista, "la Vicenta" que se saca en ancas del hogar paterno en la literatura gauchesca, y destinada a ser sólo un complemento en la vida del hombre. La compensación del "gringo" y sus aspectos negativos es la perspectiva del sólido hogar que empieza por el matrimonio legítimo que a éste puede exigir, y que éste desea porque se conforma a sus pautas y no podía exigirle al otro, en cuyas pautas contaba excepcionalmente. Esto determina en plazo de dos o tres generaciones que la legitimidad del vínculo y los hábitos familiares eliminen lo más definitorio de la clase menor: la falta de filiación legítima, porque ya todas las mujeres lo exigen, hasta al criollo. (Recordemos que estamos hablando de Buenos Aires y no del interior argentino donde el proceso que se cumple es inverso a medida que se profundiza el desamparo de la "gente inferior”).
Todo lo dicho anteriormente no importa excluir del sentimiento del criollo la estimación y el afecto para la mujer, que en páginas tan llenas de ternura nos canta Martín Fierro; tampoco el afecto para con los hijos. El criollo es, además, poco mujeriego, más bien casto, pero su idea de la pareja –agravada después por la descomposición de la sociedad patriarcal de que se habló antes—se aproxima a la unión libre en que la continuidad del afecto es lo que mantiene la cohesión; en cambio, en los inmigrantes existen normas rígidas en las que la pareja es sólo medio de un fin; el grupo familiar frente al cual pierden importancia hasta el amor y el afecto entre los cónyuges que cede su primer término a la conservación del matrimonio como base de aquél. La institución familiar adquiere esa perennidad de la española y la italiana, que implica una continuidad desde remotos abuelos a remotos descendientes, a veces bajo el mismo techo, el mismo solar, y en los mismos modos de vivir transmitidos de generación en generación, a diferencia del hogar criollo de la “clase inferior” de donde los hijos salían hacia el mundo definitivamente, apenas alcanzada la pubertad. (Claro está que cuando para el hogar criollo se daban condiciones económicas favorables –así en la “gente principal”—la estructura de la familia era la tradicional venida de España, hecho que también se dio en muchos casos en gente que, perteneciendo por calificación social a la “inferior” tuvo oportunidad de asentarse en forma estable en los excepcionales casos en que lo económico hizo posible la perdurabilidad de la familia aunque el vínculo no fuera legítimo).
Otra particularidad de la época referida a la mujer criolla es el papel que jugará en la nueva economía como parte activa. Si su papel ha sido secundario, complementario del otro sexo, también ha estado postergada como factor de producción para la obtención de recursos propios. Fuera de la atención de su hombre y de sus hijos en la niñez y los quehaceres domésticos, tiene solamente actividades accesorias en el servicio doméstico, en el lavado y planchado y en las escasas industrias caseras generalmente alimenticias. (Otras actividades femeninas: bordados, tejidos, costura, son labores "finas" que no se ejercen a nivel de la clase inferior. Más bien son actividades vergonzantes de los estratos femeninos más bajos de la "gente principal" que se ayudan con técnicas minuciosas heredadas y por lo tanto producto de situaciones de familia ajenas a las de la plebe del suburbio. Se cosa para fulana o mengana, se borda o se teje de encargo, se elaboran puntillas y algunas hacen la deliciosa repostería criolla, producto de recetas transmitidas de generación en generación, como los alfajores santafesinos de las señoras de Gonselvat. Son cosas que no están en el comercio y a las que se llega por recomendación si no hay una relación tradicional, y previo un juego de cortesías y reservas que disimulen el carácter comercial de la operación).
La ciudad de adultos masculinos crea necesidades de vestidos que generan actividades para las mujeres de la clase inferior. Del lavado y planchado individual se pasa al taller de lavado y planchado, una institución de la época donde, bajo la dirección de la patrona, numerosas ayudantas y aprendizas constituyen una célula colectiva de producción. (Aun subsisten los criollos renuentes al trabajo de “gringos” cuyo ocio en chancletas y camiseta musculosa, alternado entre el umbral del taller de la cónyuge y las visitas al boliche de la esquina, nos describirá Roberto Arlt en uno de sus más acertados bocetos porteños). Pero será la costura para la confección de la ropa que Buenos Aires suministrará a su población y a todo el país, la actividad femenina por excelencia. Son las chalequeras, pantaloneras, camiseras a destajo, que retiran y entregan semanalmente a los registros, el producto de las largas horas de labor sobre la Singer y la NewHome, cuyo pedaleo constituye el rumor inconfundible que sale de las piezas de los inquilinatos y de las casitas suburbanas.
Estamos aun muy lejos del momento en que la mujer entrará a la competencia del trabajo asalariado –ya aparecen las telefonistas—y participará en todas las actividades de la economía; pero se puede decir que es la primera que rompe masivamente la frontera que separaba a los oficios de “gringos”, de los oficios nativos, y aquí hay que anotarle a ella otro punto como factor coadyuvante a la fisonomía social, económica y cultural que define la transición entre la gran aldea y la ciudad.

LA CLASE "INFERIOR" SE EXTINGUE

Para el Centenario de 1910 criollos e inmigrantes se han unificado en el mercado del trabajo y compiten en las mismas actividades como cargadores, portuarios, ferroviarios, cocheros; y más, a medida que las fábricas van jerarquizando un nuevo concepto: el obrero, cuyo trabajo es indistinto a la nacionalidad del que lo ejecuta, y a sus costumbres, porque es un hecho nuevo que no está regido por las pautas calificantes de los oficios anteriores; el pito de la fábrica y el vencimiento de la quincena son iguales para todos, y el trabajo tendiente a la producción en serie, es extraño a pretéritas calificaciones. Seguirán desde luego, y más por una razón de destreza, siendo criollos los chateros y los trabajadores del abasto y sus industrias derivadas, y preferentemente entrarán a los servicios como porteros, mozos de café y de mostrador, y changadores, los españoles, mientras que por la misma razón, destreza técnica, en la construcción actuarán preferentemente los italianos, con los que, entreverados en los andamios, andarán los descendientes de esa confusa mezcla que ya dejan de ser simples aprendices y oficiales. En la mala vida ya no habrá distinciones de origen y en el depósito de contraventores de la calla Azcuénaga no será posible distinguir entre los prontuariados, los criollos y los hijos de inmigrantes; sólo en la prostitución, predominan las importadas. (Es la época en que se escribió el "Camino de Buenos Aires''). (Ver nota en el Apéndice).
La clase baja de la sociedad porteña no ha formado ese proletariado, que los dirigentes socialistas se empeñan en buscar; y no ocurrirá tampoco en los años sucesivos. No existe la ideología homogénea que llaman "conciencia de clase"; existe una solidaridad de intereses concretos en los premios, pero para fines inmediatos. A lo sumo como conciencia de clase lo que hay es una irritación de pobres contra ricos, la espontánea protesta social que origina la desigualdad y la comparación de la miseria de unos con la prosperidad de otros, y a la que resultaba más fácil llegar con la encendida protesta del anarquista y su ideología difusa; esto se traducirá en la calle, en la agitación social que altera la fiesta de la prosperidad de las altas clases que es el Centenario de 1910 y se prolonga hasta las jornadas trágicas de enero en 1918, siempre bajo el signo conductor de los anarquistas, cuyos centros y gremios contrastan con la actividad reposada del proselitismo socialista.

LA PSICOLOGÍA DEL "ASCENSO" EN LOS TRABAJADORES

El socialismo explicará su incapacidad de cavar hondo en el campo obrero con su remanida fórmula de la "política criolla", que es la transferencia a la política del juicio que tienen hecho sobre la ineptitud del nativo —pero que también ocurre para el hijo del inmigrante—; el socialismo requiere supuestos "niveles culturales", y así los maestros del mismo identificando su juicio con el de la "gente principal", atribuyen su fracaso a una irremediable falta de cultura popular que por su carácter congénito corresponde a un inconfesado racismo.
Por un lado descarta como objetivo el criollaje, que es para él "lumpen proletariat" indigno de su prédica —todavía lo será en 1945— y por el otro se opone, con su libre cambismo, a la industria nacional, única posibilidad de clase obrera como exige.
El hecho que no percibía, y que aun, en general, no perciben las izquierdas, no es exclusivo de Buenos Aires y del país, y se parece en mucho a lo que ocurrió en la sociedad norteamericana del siglo pasado, en la etapa de la inmigración masiva y la marcha hacia una frontera interior[7]. Se trataba de una sociedad en movimiento por la ampliación o modificación constante de sus bases económicas, la Argentina que se incorporaba al mercado mundial como productora de materias primas —sin perjuicio de que después, llegado el límite se intentara detenerla— era un país en desarrollo cuya estática se había roto y donde estaban abiertas las posibilidades del ascenso vertical. Eso es lo que precisamente buscaba el inmigrante; el único sector que no lo había buscado antes, ni había tenido perspectivas, el criollo, en Buenos Aires se incorporaba entonces a la misma actitud ante la ruptura de su situación cristalizada, y las nuevas posibilidades.
El carácter que los sociólogos atribuyen a la clase media que no se cristaliza sino que tiene una movilidad constante ascendente y descendente, era compartido por los estratos más bajos de la sociedad y aun lo es. Además, las condiciones cambiantes del trabajo, la aparición de nuevas actividades y la reunión frecuente en los mismos sujetos, de actividades de productor, de comerciante y hasta de especulador, facilitaban el cambio de las actividades, con mayor razón en quienes no tenían ningún status que cuidar: se alternaban las labores de la ciudad con los trabajos estacionales del campo, en las épocas de las cosechas, y se pasaba de un trabajo al otro, siempre tentando la aventura del éxito, cuyo objetivo había traído el inmigrante y cuya posibilidad era fácilmente constatable en el vecino de ayer de la pieza del inquilinato, en el compañero de trabajo que cambiaba el mismo y en la sucesión constante de individuos que, saliendo de las más modestas condiciones, estaban “parados” poco tiempo después. En una palabra: el comportamiento cultural de la clase baja no era, según los esquemas transferidos de la lucha de clases, y se parecía más al de las clases medias con una esperanza de ascenso en los hechos, ya que la mayoría de los individuos ubicados más alto, de origen inmigratorio de la clase media a la burguesía, eran de reciente ascenso. (Se trataba de los compadres del pueblo originario, los compañeros de la tercera del barco, muchos de los cuales habían vivido en la pieza de al lado durante largos años, o sus hijos, de muchos de los cuales el obrero había sido padrino en la piedra bautismal, cuando no estaban ligados por vínculos de parentesco que no había borrado todavía del todo las distancias de la fortuna).

LAS CARACTERÍSTICAS DEL INMIGRANTE

No comprender esta particularidad es además desconocer la naturaleza del fenómeno inmigratorio. Se emigra precisamente para salir del estrato de sociedad cristalizada a que se pertenece; no es el hambre, como se ha dicho con frecuencia, el móvil inmediato de la emigración, que sólo actúa excepcionalmente, y los emigrantes, ya se ha señalado, son individualmente fuertes, ansiosas de avance, con relación a los que se quedan, incapaces de tentar la aventura: son los nuevos conquistadores siguiendo la huella de los que se abrieron camino con la punta de la espada; pongamos herramientas, picardía, ambición, donde decimos espada y no habremos hecho más que adecuar el instrumental correspondiente a una misma psicología.
Por otra parte, no se emigra al azar como una tropa de carneros que toma por la primer puerta que encuentra en su camino. Se emigra hacia posibilidades que se sabe que existen, que pinta el paisano que ha venido antes, el pariente que "llama" y manda el pasaje. Se emigra con la voluntad y la aptitud del triunfo hacia el lugar donde las posibilidades existen. De que ellas existían es prueba lo masivo, continuado y firme de la inmigración. Cuando ellas dejan de existir también la inmigraron se detiene, cosa que puede estar determinada también por el agotamiento de las posibilidades del país de destino, como por la creación de otras condiciones locales en el país emigratorio o por la atracción de otro rumbo más prometedor. Bastará un ligero vistazo a la curva del movimiento inmigratorio en la Argentina, que se verá más adelante, para comprobar en su variado ritmo la influencia de estos factores propios de nuestro país, o de los países de emigración.
Creo que con lo dicho basta para explicar las particularidades de nuestra clase trabajadora en el ámbito del Gran Buenos Aires en la época a que me estoy refiriendo, y que corresponde a la fluidez económica y social del medio, elástico y cambiante, objetivamente, y a la composición de la misma, subjetivamente vinculada al fin mediato del ascenso por encima de las inmediatas solidaridades generadas en la comunidad de trabajo que expresa el gremio. Diferente situación era la de las clases trabajadoras europeas, donde todas las perspectivas eran colectivas, vinculadas a la suerte del grupo social y no a las posibilidades individuales. (Convendría ver ahora, en la Europa contemporánea, si la actitud de la clase obrera no ha variado con las nuevas condiciones económicas).
Eso explica también por qué el socialismo no pudo prosperar en el campo obrero más allá de un sector calificado, generalmente artesanal, con su conservatismo típico y que respondía a la tradición del socialismo europeo. También se asentó en los gremios de servicios públicos, donde se daban condiciones de estabilidad y de preeminencias aseguradas que eran de privilegio con respecto al resto de los trabajadores y las hacía renunciar a la aventura de la búsqueda de oportunidades— y en sucesivas incorporaciones también de la clase media baja, del pequeño comercio, y de empleados de carrera.
Fracasado como movimiento socialista-revolucionario y reformista—, cosechó su base electoral en los sectores más estacionarios del proletariado y la clase media que definieron las características de hormiguitas prácticas y partido municipal que le atribuyera Lisandro de la Torre con acertado diagnóstico: una especie de cuaquerismo de virtudes pasivas con soluciones edilicias y cooperativas, que era lo único que lo distinguía de los viejos partidos gobernantes en la comunidad de mitos históricos y económicos, los mismos próceres y la división internacional del trabajo.
En la trastienda de la farmacia pueblerina el idóneo de corbata voladora hablaba del mal cura y amenazaba con un socialismo internacional para cuando el pueblo se hubiera preparado “culturalmente”, ante la sonrisa alentadora del comisario y los “vecinos respetables” que estaban bien dispuestos para un “entonces” que se aseguraban remoto.
Mario Bravo escribía versos:
De pie, joven atleta de la joven escuela:
Vamos a nuestro estadio; hacia la plaza pública
Sin sables, sin cañones y sin escarapela.

Luego, cuando los trabajadores aparecieran en la "plaza pública" lo harían con ''sable, con cañón y con escarapela". Pero sería mucho después. Además “sin libros y en alpargatas”, como lo verá horrorizado un estudiante de la Escuela Normal Número 1 que ya había aprendido la “Teoría y práctica de la Historia”: Américo Ghioldi.
Esta vez serían criollos, pero también migrantes en busca de un ascenso que no por ser colectivo excluía la perspectiva de cambio individuales de situaciones, típicos de una sociedad en transformación.

NOTAS

[1] Ricardo Caballero (“Yrigoyen y la revolución de 1905”) nos cuenta una manifestación de la Liga del Sur por la calle Córdoba, de Rosario, donde la abundancia de extranjeros era tan grande que hasta desfiló la tripulación hindú de un barco inglés, tocada con sus turbantes. Unos mozos radicales desde un balcón gritaron “¡Viva Garibalde!” y la manifestación se detuvo a corear entusiasmada. Días después, por la misma calle desfiló la manifestación radical y todos levantaban la mano exhibiendo “la papeleta” que acreditaba su condición de nativos. Los de la Liga del Sur estaban en la vereda como espectadores y, junto a ellos, al borde de la columna marchaba un criollito de poncho con “pinta” de estanciero que, provocativamente, miraba a los espectadores exhibiendo en alto un billete de $50, mientras desafiaba: --¡cincuenta pesos al que me aparte un “gringo”!
Caballero es el caudillo de los carreros, cocheros y de la gente sin oficio del suburbio criollo; Villarruel, uno de los suyos, despachante de aduana, es el de los cargadores criollos del puerto; Juan Cepeda, de los “panzones” y la gente de acción. De los trabajadores sin oficio a la mala vida, este remanente de la que exige previamente un nivel de “cultura” porque en su increíble marxismo la política se expresa en niveles de alfabetización y no en niveles sociales. Mal socialismo, pero buen sarmientismo mitromarxista.

[2] Sergio Bagú en "Evolución histórica de la estratificación argentina" (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Buenos Aires), reproduce un cuadro comparativo de la distribución de la población económicamente activa en Francia y en la Argentina, del cual resulta que la primera tiene en 1954 la siguiente distribución: actividades primarias 27,5, secundarias 37,2 y terciarias 35,3, que parecen casi iguales a la de la Argentina en 1914, con 25,8, 35,7 y 35,4.
Comenta Bagú que si partiéramos del criterio que todo desarrollo económico en la época contemporánea se traduce por un desplazamiento de la población económicamente activa, de la rama primaria hacia la secundaria y de la secundaria hacia la terciaria, nos encontraríamos con una supuesta semejanza de desarrollo industrial en la Argentina de 1914 con la Francia de 11954, lo que es absurdo, pues la Argentina de 1914 en modo alguno podía ser asimilada a la Francia de 1954, pues se trata, respectivamente, de un país de producción primaria, más en 1914, y de una potencia manufacturera.
Bagú intenta explicar el equívoco diciendo que en la rama secundaria las actividades se distribuyen entre numerosos talleres artesanales, pequeñas fábricas manufactureras y algunos grandes establecimientos de la época, todos ellos sin gran tecnificación. En la rama terciaria encuentra que el sector está artificialmente abultado por un comercio minorista abundante y por un ejército de intermediarios.
La explicación es otra. En Francia, la producción agraria está dirigida al mercado interno y rodea el centro urbano de consumo de manera que el productor rural concurre con su producto a la feria y al molino. Integra el proceso de producción, como transportador y comercializador, de modo que absorbe en su actividad primaria las derivadas secundarias y terciarias. Distinta es la situación en un país esencialmente exportador, donde el grueso de la mano de obra, transporte, carga y descarga, comercialización y todas las actividades derivadas de la producción primaria se hacen al margen del productor, porque el producto no está terminado en la chacra sino en la bodega del embarque. Aquí la infraestructura de la producción primaria es la que genera esas actividades secundarias y terciarias que no tienen su correspondiente en el agro francés. El grueso de las actividades secundarias y tercianas se origina en Francia fuera de la producción primaria de la transformación: en adelante en la Argentina dentro de la producción primaria, hacia la etapa en que va a empezar la transformación. Esto revela algo que ya se ha dicho en el capítulo primero sobre la inaplicabilidad de las técnicas y hasta de la terminología importada. En Francia de 1954 las actividades secundarias y terciarias tienen un sentido completamente distinto al que tiene en la Argentina de 1914, aunque la índole de las tareas sea la misma si se las considera aisladas del medio que es el que determina su funcionamiento. Así, lo que en Francia es un índice de desarrollo, porque revela una sociedad de producción diversificada, en la Argentina significa una expresión de la monoproducción con la prevalencia del mercado externo sobre el Interno. No se puede hacer el análisis sin referirlo previamente a la naturaleza de la estructura económica a que pertenecen las actividades secundarias y terciarias.

[3] Carlos de la Púa nos describe en "Barrio Once" el entrevero de las progenies en la esquina, en la escuela, en el potrero...

Para vos Barrio Once, este verso emotivo
con un cacho grandote de cielo de rayuela.
Yo soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo.
Glorias de Jorqe Newbery, que alborotó la escuela.
Yo soy aquel que al rango no erraba culadera,
que hizo formidables proezas de billarda.
Rompedor de faroles con mi vieja gomera,
tuve dos enemigos: los botones y el guarda.
Y los bolsillos bolsas de bochones y miga,
llené toda la calle de repes y de chante.
¡Mi bolita lechera! ¿Dónde andarás amiga?
Y aquella mil colores, cachusa y atorrante!
Se fueron con el viejo pepino corralero,
el terror de los trompos, mi troyero baqueano.
Partía las cascarrias con su púa de acero
y a las chicas del barrio les zumbaba en la mano.
Se fueron con los cinco carozos de damasco
De mi cinente querido... ¡Payanita primera!
Si te habremos jugado con el grone y el vasco
y con Casimba, el hijo de la bicicletera.

¡Y Carlos de la Púa es una carta más en ese hereje de pistas y figuras!

[4] —¡Qué' me va' decir, amigo! Vea. Vez pasada dentré a trabajar en el resjuardo y conocí en la fonda ande almorzaba un muchacho lava-plato qu´era la roña andando ¿Quiere creer que un buen día ansí en silencio nomás y casi hasta sin lavarse la cara, salió comprando la casa...

—¡Quién sabe!.Acuérdate de que los criollos somos como los duraznos: nos conservamos en caña. Créame lo que le vi'a decir, anque paresca macana... Yo era más viejo hace diez años que ahura y más zonzo también. Me sabía venir aquí al puerto, ¿sabe a qué?... A insultar a los inmigrantes que llegaban y ellos como no m'entendían le jugaban risa. Después entré a trabajar en la descarga y poco a poco les fui tomando cariño, porque cuantos más llegaban más pesitos embolsicábamos nosotros, y hasta llegué a´cordarme de que mi abuelo también había sido de ellos...
Fray Mocho - "Cuadros de la ciudad".

[5] Recientemente, a raíz de las actividades dirigidas por Robert Kennedy contra la organización delictiva “Cossa nostra”, se reprodujo en “La Razón” una carta de un hijo de Mussolini dirigida a aquel, en la que el firmante señalaba que no toda la responsabilidad de la persistencia de modos delictivos propios de la baja Italia en los Estados Unidos es imputable a los inmigrantes. Señalaba que en el Brasil y en la República Argentina la proporción de meridionales italianos respecto de la población es muy superior, y que sin embargo el hecho “Cossa nostra” no se producía. Atribuía la responsabilidad a la estructura social del país del Norte, que conformaba los status desde prejuicios nacionales y racistas manteniendo como consecuencia para cada colonia las pautas vigentes en el país de origen: -- Io sono americano, nato brocolino, dice con frecuencia el paisano de Fiorello La Guardia, nacido en Brooklin, porque hay una relación entre los status y la consideración social y el origen racial que dificulta la fusión en el medio. Del alto nivel propio del anglosajón, el holandés o el escandinavo se desciende por el alemán, al irlandés, además católico –recordemos que hasta los Kennedy, el irlandés en política no podía pasar de los cargos municipales y policiales--. El irlandés a su vez le llamará “tallarín” al italiano, y más abajo están los sudamericanos hasta el negro que, a su vez, según Vance Packard, marca su superioridad sobre el portorriqueño, que es la última carta de la baraja.
Abonando lo que dice Mussolini sobre lo que ocurre en Brasil y en la Argentina, quiero recordar una anécdota.
Actuaba yo en política de barrio en la Sección Décima de la Capital, que se configura alrededor del mercado Spinetto, núcleo de trabajo caracterizado por la abundancia de “meridionales”. Había entre éstos un tal Pepe Loncésano, al que se suponía un poderoso “capo” de la maffia. Un día le pregunté qué había de verdad en la existencia de la famosa sociedad secreta, en ese ambiente del mercado. Y Pepe me contestó:
--¡Ma qué capo ni qué maffia!, y continuando en su idioma “cocoliche” me explicó a su manera que ésta requiere un ambiente de temor y de un clima que no existe en Buenos Aires porque la mezcla en que conviven los inmigrantes, les destruye las normas que traen y que sólo pueden conservarse por el aislamiento del grupo social. Y agregó que después está el problema de los hijos que se hacen cregoyos y no le llevan el apunte a las tradiciones paternas.
Terminó diciendo: --¡Ma qué capo! Si el mío figlio anda al café cun lu cúmpadrite cregoyo, el rusito de al lado, el galleguito et tuta la mersa y cuando ío paso frente a la vidriera il propio figlio mío dice riéndose: ¡Ahí va el capo! E la maffia e una cosa seria, e si es rieno lo figli, no puo andare.

[6] —Ese friolento medio recortao que esta´hi junto a las canastas, ha e ser el marido d'esa grandota con trazas de capataza... ¿Qué quiere apostar a qu´se tiene almacén p'al año que viene?... Véalo: tiene ojos de codicioso y de aporriao por la mujer... Mire amigo... ¿Sabe por qué se hacen ricos estos bichos?... Pues es porque Ie obedecen a las mujeres, que no saben sino juntar pesos y criar muchachos...
Fray Mocho: “Cuadros de la ciudad”.

[7] Germani, en “Argentina, sociedad de masas”, trae la siguiente cita: En un libro publicado en 1942, F. Serret nos cuenta que su primer empleo en Buenos Aires fue el de desbarbador en una fundición, luego pintor de letras, cuyo oficio no conocía, para tentar después el de profesor de matemáticas y francés con el mismo desenfado anterior. En una nueva y efímera experiencia tiene un conflicto con los alumnos y a los diez días será changador de bolsas de maíz en Zárate, por dos días. Pasa a ser mecánico de un aserradero en Córdoba, tendero, panadero, conductor de mulas, minero en Salta, empleado de farmacia, tapicero, pintor de arte, cocinero en la Quiaca y finalmente ingeniero, cargo al que llegó por un aviso en la prensa y para el que demuestra los mismos conocimientos que para los anteriores.
Desde luego que este francés es un campeón, pero si hago memoria de mis ascendientes recuerdo que mi abuelo paterno, de cuyos oficios no estoy muy enterado, trabajó en Zárate entre el 50 y el 60, que anduvo con carretas, que después fue fondero en Salto y Arrecifes, hornero más tarde y que tuvo en General Ponto cancha de pelota. Agregaré que mi bisabuelo materno vino como escultor a San Pablo y lo mataron los indios como ganadero cerca de Junín; mi abuelo materno vivió en Lincoln y Carlos Tejedor y había trabajado antes entre los primeros pobladores de Barranqueras y en Posadas, donde mi madre pasó la primera infancia. De un hermano de este abuelo, que se perdió, recuerdo que tenía una mano inválida, pues se le había helado como buscador de oro en Tierra del Fuego. Con esto, quiero señalar que el personaje citado por Germani es corriente en la extraordinaria movilidad del medio en la época y sus analogías con la formación de la sociedad norteamericana del Oeste.

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