viernes, 22 de junio de 2012

EVOLUCION Y TENDENCIAS DE LAS ESCUELAS SOCIALISTAS

por Jorge Eliécer Gaitán
  

Sería errado pensar que a la concepción presente del socialismo la humanidad ha llegado por un impulso de revolución momentánea y no por factores determinantes y antecedentes del mundo físico. En cuatro grandes etapas podemos dividir la trayectoria recorrida por la humanidad en su lucha por la equidad social. Ellas son: Prehistoria del socialismo, Reformismo social, Socialismo utópico y Socialismo científico. Separadamente estudiaremos la fisonomía específica que las caracteriza.

I
Prehistoria del Socialismo

Lo que distingue con rasgos autónomos la lucha presocialista, es ser un fruto del instinto. Ante la desproporción económica y social, el hombre reacciona, mas su reacción no tiene una finalidad, ni ha sabido proporcionarse una norma. La conciencia le ha advertido lo evidente del mal, pero la falta de examen crítico no le ha permitido valorizar los elementos integrantes de tal estado y mucho menos descubrir las leyes de su causación. No existiendo ésta, su método de lucha y defensa no puede realizarse y su reacción carece de un tipo determinado de finalidad. En algunos casos es porque evidentemente no existen los factores económicos que autentiquen una lucha. No queremos hacer valer las luchas que desde oriente con Cristo, en Roma con los Gracos, a través de la edad media con los movimientos del norte itálico y de Castilla, y más tarde en el siglo XVI en Hungría, dieron manifestaciones de este instinto de justicia. Coloquémonos más cerca, donde el análisis encuentre elementos tangibles.
Hasta la mitad del siglo XVIII y a pesar de los sistemas de algunos pensadores, de que más adelante hablaremos, las masas permanecieron distanciadas de todo movimiento social.
Más tarde estos movimientos en las masas se presentan, pero revisten dos caracteres que imposibilitan colocarlos en las luchas propiamente sociales: o existe en realidad el movimiento proletario con sus tendencias reivindicadoras, pero el pueblo no tiene conciencia de ese espíritu que les corresponde, o el movimiento de las masas no es evidentemente proletario. Los movimientos conscientes en que las masas toman parte no tienen como causa y fin la defensa de sus intereses económicos, que siempre han estado en pugna con los de la clase poseedora.
Ha constituido un fuerte desvío histórico el considerar como movimientos socialistas los habidos en 1789, 1793, 1830 y 1848. Si analizamos los dos primeros, que corresponden a la Revolución Francesa, encontraremos, a pesar de las tentativas de demostración en contrario de Delbrück y otros, que el elemento caracterizante de la gran revolución fue eminentemente burgués. La lucha revolucionaria entonces se hizo por la Igualdad, por la Fraternidad, por la Libertad: pero una libertad como la que aún conservamos, una libertad como la entendía la burguesía y para la burguesía. Una igualdad sí, pero una igualdad que se presta a las mayores desigualdades. Además, aquella revolución se hizo por la propiedad. ¿Podría calificarse de socialista un tal sistema? Indudablemente que no.
De las ideas triunfantes en aquella revolución nació la forma jurídica de la libertad de contratación; forma contra la cual lucha el actual proletariado por considerar con exactitud que el derecho vigente nacido de la revolución francesa, en sus puntos esenciales, es el mismo de la tocatio conductio operarum del tiempo de los romanos. Es verdad que de tal revolución salieron aniquiladas las prescripciones del derecho germánico sobre las relaciones jurídicas de los trabajadores y patrones. La relación del trabajo se redujo a una simple fórmula contractual bajo los principios que informan en general esta modalidad del Derecho Civil. Pero esta consagración de la igualdad jurídica, hizo que el obrero perdiera la libertad de hecho que sí goza y gozaba el patrón. Sí existe la libertad contractual, pero una de las partes contratantes, el patrón, nada pierde con rechazar las propuestas de la otra y ésta por la necesidad tiene que someterse. ¿Qué libertad es esta?
No hay una coacción que la hace irrisoria? ¡Bella libertad ésta! Libertad del propietario para enriquecer- se y del obrero para morir de hambre. Por grandes que sean los perjuicios que el propietario reciba al no encontrar obreros, nunca podrán compararse a los de éstos, que no tienen otros bienes de entrada que su trabajo. Como decía alguno, a quien Trotsky cita, esta libertad es la hoja de parra con que cubre sus desnudeces el capitalismo.
Las características especiales del trabajo han hecho que la tan ponderada libertad y la falsa igualdad que nos son presentadas como una gran conquista, hayan colocado al proletario en condiciones muy peores de las que antes disfrutaba. Dentro de toda producción de mercancías se atiende a las necesidades del consumo, imposibilitando un superíuit por encima de las fuerzas de consumo. Con la mercancía trabajo no sucede esto. Los hombres aumentan, llegan a la vida necesitados de trabajar, pero como ya lo demostramos que la libre concurrencia hace del perfeccionamiento de la técnica un factor de exclusivo beneficio individual, tenemos, en consecuencia, multitud de obreros sin trabajo. Quien posee una casa y la alquila, un capital y lo presta, una mercancía y la vende, celebra los correspondientes contratos; pero quien compra o recibe a préstamo o toma en arriendo una casa, no enajena por virtud del contrato su independencia individual; en el trabajo todo lo contrario. El patrón que contrata al obrero adquiere cierto dominio sobre la persona del trabajador; luego es un absurdo la libertad del contrato de trabajo y su equiparación con las demás formas contractuales estatuidas por la Revolución Francesa; y por último, tal libertad ha traído la contingencia a la vida del trabajador. El sistema individualista hace depender la vida del obrero de un patrón o empresario que quiera ocuparlo.
Hoy las masas proletarias y asalariadas no pueden menos que señalar en sus fines una reacción profunda contra la libertad bajo la forma presente. ¿Qué le importa al hombre que se muere de hambre la libertad? El necesita es la independencia, y ésta no se logra sino con la igualdad económica. No necesitamos la libertad que hace esclavos; necesitamos la libertad que hace hombres, en el sentido de ser el fin de sí mismos. No queremos la ley hecha para el pueblo; necesitamos la ley hecha por el pueblo; o como decía Carlos Arango Vélez: No queremos la igualdad ante la ley, sino la igualdad en la ley. La primera nace de la ideología concebida en los hombres de la clase dirigente y proyectada hacia las multitudes; la segunda nace de los factores integrantes del desenvolvimiento del orden físico y proyectada en la legislación que debe ser eso: la manifestación concreta de la mecánica social.
Todas las leyes de la revolución francesa fueron hechas por los burgueses, por los poseedores con un fin de reacción contra los nobles para defender sus personales intereses, pero en ellas no tuvo participación el pueblo. Su labor fue la de defensa de la burguesía cayendo en el engaño de que los asalariados se defendían a sí mismos. Para comprobarlo, ahí están las leyes de 20 de octubre de 1789 sobre “motines”, la de 17 de julio de 1791 sobre “coaliciones”, y por último, la constitución de 3 de noviembre de 1791. Todas ellas nos revelan de manera nítida que allí no había un espíritu popular, sino burgués. Leyes como la segunda de las nombradas apenas sí son concebibles, y ella castiga con 500 libras de multa a todos aquellos que tomen parte en las asociaciones de defensa de sus intereses comunes.
Y por lo que hace al movimiento de 1793, que Sybel califica de comunista, podemos, analizando, encontrar las mismas características burguesas.
Tampoco es posible señalar como movimientos auténticamente socialistas la lucha de Baboeuf de 1796, pues sabemos que las masas estaban distanciadas de él. Igual carácter burgués se observa en las revoluciones de 1830, la inglesa de 1832 y la francesa de 1848. Ni menos podemos darle el carácter de movimientos socialistas a los actos de pillaje y destrucción que se inician en Inglaterra a fines del siglo y que hallan su culminación en Suiza, Italia y Alemania. Y no tienen tal carácter, pues que les falta el fin determinado y la organización consciente.
Y el último por analizar es el movimiento cartista inglés de 1837 a 1848. Si es verdad que a éste lo caracteriza una concentración obrera, no es menos cierto que estaba ausente de toda doctrina trascendental y el espíritu que lo animó era un espíritu grosero y cerradamente egoísta. Carecía del sentimiento humano, o mejor digamos, socialmente universal, porque porfían las auténticas escuelas socialistas. Su programa se reduce a una vulgar defensa sin ulteriores anhelos de sus intereses circunscritos. Era más bien un movimiento reformista sin proyecciones sobre la arquitectura social.
Todos estos movimientos, corno su peculiaridad lo delata, eran luchas democráticas pero no socialistas. Democracia burguesa, democracia de jerarquías. Era el movimiento político indispensable que más tarde permitiría vislumbrar a las masas el objetivo natural de sus afanes y la conciencia de sus derechos. Cuando quizá demostró una tendencia proletaria era informe y ausente de sistema, lo que le permitió a las clases burguesas aprovechar aquellas fuerzas en beneficio de sus intereses.

II
Reformismo Social

El análisis de la economía individualista, cuya más perfecta síntesis la dieron Adam Smith y David Ricardo, halló desde el último tercio impugnadores que lograron sistematizarla, encauzándola por rumbos precisos y dándole una finalidad apropiada. El estudio de estas diversas corrientes podemos reducirlo a dos grandes grupos. Por un lado, admitiendo el método de Sombart, que nos parece el más acertado, tenemos la corriente reformista y de otro lado la corriente revolucionaria. Dentro de la primera hallamos el grupo que reconoce la evidencia de las presentes injusticias. Mas el remedio que para ellas propone se halla vinculado estrictamente a un alto concepto de moral religiosa. Sus más conspicuos representantes los hallamos en Lamennais y Kingsley. Bastaría, pensaban ellos, reaccionar contra el actual exterminio del sistema capitalista, que no reconoce otro culto que el de Mammon para encaminar nuestros pasos por los senderos del Evangelio. Imbuídos los hombres en auténticas normas de cristianismo, es claro que conservando los patrones sus derechos y dulcificando la vida de los proletarios, se hallaría una fórmula de solución para el problema. Dentro de esta división, pero colocados en un plano no ya de ética religiosa, sino de ética social, podemos colocar las escuelas de Tomás Carlyle y Sismondi, quienes apelan al nuevo espíritu social que ha de animar a los hombres en el empeño de remediar las injusticias sociales. Muy cerca de estos, y por último, debemos incluir la corriente de quienes esperan el mejoramiento social del sentimiento altruista de los hombres, lejos de la religión y de la moral y unidos a un simple principio de filantropía. Allí militan Grisin, Nes y Pierre Leroux. Su lema siempre fue este: “Amaos los unos a los otros como hombres, y como hermanos”.
Hemos colocado estos grupos en la iniciación del movimiento social, porque si es verdad que no han cuajado en los perfectos moldes socialistas y tienen el pecado de olvidar la realidad social y los valores económicos determinantes que la caracterizan, su punto de vista no es la defensa exclusiva, solapada o franca, de la clase burguesa.
Todos estos sistemas o tendencias tienen dos puntos de contacto que hacen que no se les pueda calificar de socialistas: En el fondo ellas reconocen y aceptan la organización social presente, y segundo, piden bajo ese sistema que aceptan la reforma de las tendencias injustas que ha originado. Su crítica se dirige no precisamente al sistema en sí, sino a la extorsión extremada que se le ha dado. Para el final y cuando analicemos el socialismo científico, dejamos el apuntar la base errónea y sobre todo ineficaz de estas luchas sin doctrina y sin acierto.

III
Socialismo Utópico

Es con el socialismo utópico donde se marca la primera etapa revolucionaria en las luchas sociales. Dentro de este movimiento revolucionario podemos advertir dos grandes corrientes.
Es el primero, hoy abandonado, el grupo revolucionario retrospectivo. Pues que la actual sociedad, se decían ellos, ha dado muestras de traer al seno social y por virtud de su gran avance técnico, un malestar e injusticia desesperantes, es menester maldecir de una civilización que sólo torturas significa para el hombre, y volver al modo primitivo de la sociedad, al estado comunal. Sus más famosos sostenedores fueron Leopoldo von Haller y Adán Müller, quienes si no llegaban hasta los extremos por algunos pretendidos de la vida en común de las primitivas repúblicas griegas, no es menos cierto que su ideal reposaba en el sistema corporativo y en la edad feudal. Insistimos sobre el abandono absoluto que ha recibido esta doctrina a todas luces absurda, nacida de un superficial examen del juego de los valores sociales. Esta vida en común, vida de los tiempos primitivos, es un imposible y volver a ella constituiría la más vergonzosa claudicación cultural. Si quisiéramos ser exactos diríamos que propiamente esto es lo que debe llamarse “comunismo” y no lo que hoy por tal se entiende y apellida, pues según habrá ocasión de verse lo que hoy llaman “comunismo” es solamente “colectivismo”.
Esta modalidad del socialismo utópico que así merece tal denominación por el desconocimiento de las leyes de la evolución y progreso, distínguese de las otras escuelas utópicas de que vamos a hablar, en que éstas no tienen un sentido retrospectivo, pero aceptando el progreso proponen métodos de realización imposibles para el triunfo de la justicia social porque desconocen el determinismo económico que informa las transformaciones económicas y el desenvolvimiento social de los pueblos.
Diremos, pues, para una mejor precisión, que dentro de los sistemas revolucionarios —revolucionarios no en el sentido de que el vulgo le da a esta palabra, sino en la acepción científica que tiene, a saber, una impugnación de la organización social y económica presente para aceptar nuevos sistemas— se observa la tendencia retrospectiva estudiada y la evolutiva que vamos a estudiar.
Como tan variados son los sistemas propuestos y ellos obedecen a concepciones distintas de solución, conviene siquiera sea de modo somero analizarlos, para así mejor señalar sus características integrales y sus diferencias con el socialismo científico. Estos sistemas son:
Roberto Owen.— Nacido en Newton y educado conforme a los principios racionalistas del siglo XVIII. Propietario de las grandes fábricas de New-Lanarck, estableció en ellas su sistema basado en la reducción de la jornada de trabajo, el aumento de los salarios, supresión de las bebidas alcohólicas y construcción de habitaciones cómodas para los obreros. Su campaña fue recia contra el lujo y el despilfarro mirando como una necesidad la concentración de las fuerzas de producción en los artículos de necesidad. Sus intentos iban más allá llegando a proponer que la “artificial moneda metálica se sustituya por una moneda representativa del trabajo, ya que éste constituye la natural medida del valor y con la nueva moneda el aumento de la capacidad productora de los trabajadores levanta consigo el de su importancia como consumidores”. Los experimentos de sus fábricas, donde imperaba un sistema de socialización en los repartos, dieron magníficos resultados. Para él residía el fondo de la miseria en que la producción y el consumo presuponían la ganancia sobre el precio de costo importándole poco al capitalista el hecho esencial de que la demanda correspondiera o no a la oferta, lo que era absurdo. A pesar de sus triunfos y buenos resultados de sus experimentos fue derrotado y últimamente fracasó, como era natural, en sus géneros impulsos de transformación social. Como lo seguiremos observando en todos estos movimientos ellos no triunfaron definitivamente por el olvido de los factores que determinan las tendencias económicas, confiando ingenua y desmesuradamente en factores ideológicos y subjetivos que son efecto, pero no causa.
San Simón— La escuela fundada por el Conde de St. Simons y a la cual pertenecieron hombres de la talla de Compte, Blanqui, Carnot, se caracteriza por un marcado espíritu religioso. Para St. Simons la religión no debía acabarse, debía reformarse y orientarla, como él lo hizo, en un sentido de lucha por la equidad social. Todo su fin debía ser ése. Sus prosélitos se agrupaban en corporaciones bajo la denominación de comunidades sansimonianas. La síntesis de sus ideas y tendencias se hallan claramente determinadas en el manifiesto que después de muerto St. Simons dirigieron sus discípulos, Bazard y Enfantin, al Presidente de la Cámara Francesa. Ellos creen en la desigualdad de los hombres, pero quieren esa desigualdad a base de auténticos merecimientos y no de arbitrarios privilegios de nacimiento. Los medios de producción, tierras, máquinas, deben ser propiedad social, y en su trabajo los hombres deben recibir una recompensa proporcional a sus aptitudes y esfuerzos. Su característica reside en la lucha por la igualdad jurídica de la mujer, a quien la sociedad ha colocado en un grado de inferioridad indebido.
“Reclaman, decía aquel manifiesto —como los cristianos, que un solo hombre se una con una sola mujer, pero enseñan que la esposa ha de ser igual al esposo, y que por la gracia que Dios ha prestado a su sexo, ha de ser su compañera en el templo, en el Estado y en la familia, de manera que la personalidad social no sea como hoy, el hombre, sino el hombre y la mujer. La religión de St. Simons sójo quiere acabar con aquella venta vergonzosa o prostitución legal, que con el nombre de matrimonio, santifica hoy a menudo la horrible unión del sacrificio con el egoísmo, de la inteligencia con la ignorancia, de la juventud con la decrepitud” *
Karl Rodbertus. — Para éste todas las iniquidades existentes no nacen de las leyes naturales, cuyas consecuencias desfavorables para el proletariado sea imposible remediar. Como el Estado está compuesto de hombres de voluntad y de inteligencia, corresponde a éstos modificar la actual organización, afianzándola en una retribución que sólo el trabajo pueda otorgar, y estableciendo una libertad distinta de la presente, cuyo carácter esencialmente político no ofrece ninguna garantía para el proletariado por ser una libertad irrisoria. Su sistema está basado en la necesidad de una evolución lenta y gradual; esto lo diferencia un tanto de los demás socialistas utópicos.
Carlos Fourier. — El carácter de empleado de comercio qué tuvo en los principios de su vida le hizo inquirir sobre las actividades comerciales, delatándole que éstas por razón de la libre concurrencia se prestaban a los mayores fraudes e injusticias. Para Fourier la solución del problema reside en una gradual organización de vida socializada. Pedía él la fundación de grandes establecimientos, donde reunidos los menores bajo el cuidado de personas especiales, fueran adquiriendo los hábitos de la vida comunal. Hasta hoy, decía, el trabajo se ha convertido en una odiosa carga, pero tal odiosidad reside no en una repulsión del hombre hacia el trabajo, sino en la forma opresiva en que se realiza haciendo trabajar al hombre más tiempo del necesario en condiciones y medios impropios y no retribuyéndosele equitativamente. La solución la funda en lo que llama él la ley de la atracción. En la vida no hay fuerzas antagónicas; todos los elementos de la naturaleza se atraen mutuamente; por lo tanto, si la economía individual es destruida y se la reemplaza por la economía socialista, el hombre llegará con placer y entusiasmo al trabajo, redundando todo en la felicidad humana. Así con el sistema de Owen se desarrolló sobre la fábrica, el de Furier gira alrededor del comercio. La economía individualista ha traído todas las desgracias a la sociedad, y por lo tanto hay que transformarla.
L. Blanc. — El sistema de este reposa en una organización de federaciones centralizadas y organizadas por el Estado. Era su sistema similar al de Buchez que pedía la organización de grandes cooperativas pero no ya contratadas por el Estado, sino libres y pudiendo hacerse la competencia unas a otras. Para Blanc la historia es una sucesión de luchas no interrumpidas entre la burguesía y el proletariado. La burguesía dominadora se apoya en la economía individualista y esta es la razón de su preponderancia; es menester acabar con tal sistema económico para que no haya clases dominadoras sino, la necesaria armonía social. Las clases oprimidas no debían renunciar a la lucha política; antes bien, debían hacer sentir allí con todo el peso de su fuerza y en beneficio de sus intereses. La gran base de redención estaba en la organización de las cooperativas.
Así podríamos seguir dando una noción sintética de las diversas tendencias del socialismo utópico, pero basta con las enunciadas para adquirir un concepto de sus tendencias y la comprobación de su carácter revolucionario.

IV
Socialismo Científico

Luego del estudio que hemos hecho del juego de las cifras que integran la economía, no es necesario decir cuáles son las bases primordiales del socialismo científico, pues son las ya señaladas.
Sólo nos queda ahora por precisar el pensamiento filosófico que las resguarda, y ello lo conseguiremos señalando sus diferencias con los otros sistemas estudiados. Para una mejor comprensión sintetizaremos estas tendencias, a fin de hacer el examen global del asunto.
Hemos dicho que en las luchas sociales se observan dos grandes corrientes: reformismo y corrientes revolucionarias.
Dentro del primero quedan comprendidas todas las escuelas que tienden a una mejora para la condición de los hombres en desgracia. Allí está, precisamente, el puesto de lo que hoy se llama Acción Social Católica y sus similares.
Conforme a lo ya dicho, todos estos sistemas aceptan el orden económico presente y su labor se reduce a meras reformas adjetivas, Noble en verdad es el fin que las anima, pero erróneo e ineficaz es el medio que emplean. Mientras los fundamentos económicos sigan desarrollándose bajo un orden individualista, es de todo punto imposible la redención de las clases proletarias. Basta refrescar un poco el análisis que hemos hecho para comprenderlo.
Pero si de noble tienen mucho estas escuelas, más tienen de perjudicial. Siempre nos han dado la sensación de una morfina. Al dolor agudo y presente deparan ellas un calmante momentáneo que deja intacto el fondo mismo de la enfermedad. Ella persiste y los pueblos que sufren el espejismo de sus transitorias bondades pierden la mira exacta de su verdadero camino de redención. Si ya ha sido estudiado el problema en sus bases y se ha observado que el trabajador es un expoliado y que su expoliación proviene de la manera como el capital, la tierra y el trabajo se desenvuelven en el actual orden jurídico, es fácil comprender lo inocuo de una labor que deja intactas las causas profundas del mal.
El fundamento de estas tendencias se halla en la caridad. Y esto no es suficiente. La caridad es una virtud proterva y peligrosa. Proterva porque humilla, peligrosa porque no presta sus favores a base de derechos, sino a base de piedad. No queremos caridad para los hombres que por virtud de su trabajo adquieren el derecho a la justicia. La caridad preconstituye la desigualdad, que la hace odiosa. El obrero que ha trabajado durante toda una vida no debe sufrir la afrenta de que le dispensen unas monedas para que pase sus angustias bajo el tedio brumoso de los hospitales, o para que las pasen en el orfelinato sus pequeños hijos. No, esto es abominable. Lo necesario es que ese obrero, adquiera por razón de su trabajo el modo de atender a su subsistencia, a sus enfermedades, a la crianza de sus hijos sin que las manos de los amos ostenten las preseas del favor, que en el fondo no es sino la más irritante crueldad. Al trabajador se le arrebata el fruto de su esfuerzo y luego se le convierte en favorecido. ¡Mentida protección, falsa bondad!
Y sobre todo la caridad es injusta. Si en verdad algunas veces su mano llega a hombres que la merecen, en otras, las más, sólo encarna un cultivode1osimpo- Lentes, de los hombres que por el vicio cayeron en la total ruina. Harta razón tiene Spencer cuando la combate acervamente.
Nunca será motivo de halago el que las manos empurpuradas protejan los harapos de aquellos a quienes deben la púrpura. Que el hombre sólo tenga en proporción de sus necesidades y por razón de sus aptitudes.
Respecto de la faz revolucionaria, o socialismo propiamente dicho, ya hemos advertido que se observan tres corrientes: retrospectiva, progresiva utópica, y progresiva científica.
Bien está no olvidar que la primera propiamente nunca ha tenido próselitos, que nadie aspira hoy a volver a los tiempos primitivos. Y en Colombia es menester advertirlo, pues en el plano de incomprensión en que la ideología nacional rueda respecto de estas ideas no es extraño leer, como nosotros lo hemos leído en unas conferencias que sobre legislación se dictan en el Externado de Derecho y Ciencias Políticas de Bogotá, absurdos tan conspicuos como aquel de que el socialismo es la doctrina más conservadora. ¿En qué se funda esta afirmación? Pues en que dizque el socialismo trata de volver a la sociedad a los tiempos primitivos. Sabemos ya que esta tendencia por nadie es seguida, que el socialismo se funda sobre el gran avance técnico, sobre el gran progreso. Suponemos que dicho profesor enseña a sus alumnos las doctrinas actuales, pues tenemos entendido que su cátedra no es de paleontología social. En este caso se comete un grave error ya que, aun dado el caso de que el socialismo fuera lo que él cree, no se le podría tachar de conservador, pues si él se revela contra el orden existente es revolucionario, aun cuando en un sentido retrospectivo. Conservador es aquello que quiere mantener intacto lo existente, y tal vez no es el sistema individualista aquel que el socialismo pregona.
No está bien que así se mistifique el criterio de las generaciones jóvenes, y mucho menos en planteles nacidos como saludable reacción a las escuelas viejas, a los centros educativos que todavía experimentan torturaciones de posesos ante las ideas que no encajan dentro de los moldes rutinarios. Quizá la primera condición de los profesores debe residir en ser demasiado humanos. Y al hombre sólo le es permitido escandalizarse de los hombres que se escandalizan.
Llegamos a la parte cardinal. Hemos descrito las MUESTRAS PRACTICAS del socialismo utópico. Daremos ahora sus características fundamentales.
Hijos del gran siglo de las luces, todos estos hombres sus predicadores, tenían que mostrarse como grandes líricos, como extremados idealistas. Sus sistemas gozan de una poderosa fuerza centrífuga. Es algo que va de los cerebros hacia el medio. Impugnan el actual individualismo, pero piensan que para renovar la sociedad basta la propaganda constante y una buena dosis de fuerte voluntad. Si las cosas marchan como marchan, débese tan sólo a que los hombres aún no han descubierto las nuevas rutas, no saben dónde imperan los fueros de la justicia. Ha sido por ignorancia de los grandes principios de equidad por lo que los capitalistas oprimen al proletario. Pero si se predica, si las nuevas ideas se hacen conocer de todos los hombres, éstos abandonarán sus sistemas de extorsión, y voluntariamente, sin transiciones violentas la sociedad se transformará.
Repudian como es natural la lucha política y el empleo de la fuerza. ¿Para qué? Es innecesaria. La idea basta, la diafanidad del espíritu sabrá imponerse victoriosamente.
Aquí reside la utopía: le dan valor definitivo a ideas y sentimientos que son efectos y no causa. Para ellos es incomprensible que haya lucha de clase a clase, pues si al presente tal enemistad existe, se debe a que estas clases ignoraban los nuevos principios. Pero hoy conocidos es innecesaria la fuerza, pues la idea sabrá dominar.
Hemos dicho ya que no necesitamos analizar las ideas socialistas científicas, porque son las mismas que se han estudiado; mas para mejor comprender el fundamento filosófico de que hablábamos, debe compararse la anterior concepción utópica con las formas del pensamiento actual.
A estas utopías opone el socialismo científico una concepción distinta. No cree él, mal podría creerlo, que el actual estado social haya sido fruto de la voluntad espontánea de los hombres. No; hay una ley profunda que encamina y dirige siempre la dinámica de los hombres: el interés económico. La sociedad ha llegado al estado actual por virtud de mil factores determinantes que se hallan muy lejos del capricho de los hombres.
No basta predicar las nuevas ideas para que ellas se impongan a quienes usufructúan el actual estado social. Allí hay un interés económico que no permitirá a los que lo usufructúan abandonar sus posiciones. Desde que esto se considera se plantean tres hechos evidentes:
los intereses de la clase pudiente y los de la clase proletaria están en abierta pugna, hay una inevitable lucha de clases que los utopistas desconocen. Los intereses de unos y otros son diametralmente opuestos, los unos se contraponen a los otros. Segundo, este privilegio de la clase pudiente es mantenido por la fuerza que el determinismo económico ha establecido. Como hay contraposición, y las clases pudientes se sostienen a virtud de la fuerza, es menester enfrentar la fuerza a la fuerza, hecho que también niegan los utopistas. Sólo por la fuerza lograron los trabajadores imponer la equidad social. Y cuando hablamos de fuerza queremos precisar el concepto. No nos referimos a esa fuerza según la entienden ciertos especuladores de la conciencia popular; no nos referimos a esa fuerza de la asonada y del guijarro, de la tropelía brutal e inconsciente, a esta fuerza que es la debilidad en su forma más inepta. Nos referimos a la fuerza organizada y consciente, a la fuerza que deben emplear las clases oprimidas uniendo sus intereses y personas para contener los avances procelosos del gran capitalismo. Y esto en la lucha política, en el sindicato, en todas las actividades sociales. Tampoco a esto se alían los utopistas, pues si es verdad que, por ejemplo, ellos favorecían los sindicatos, no llevaban otra mira que dar con ellos una muestra de la bondad del sistema, bondad que una vez conocida aceptarían los capitalistas. Y tercero, tenemos como conclusión que el triunfo de las nuevas ideas sólo es posible a base de evolución, no despreciando los factores del orden físico, las características mesológicas y el momento histórico que atraviesa el país, sino todo lo contrario, acompañando su ritmo necesario y fecundo. En esto tampoco se acuerdan las nuevas ideas con las escuelas utópicas.
Piensan ellas, y lo peor es que también lo creen algunos de los que se dicen socialistas, que la transformación social es para una realización inmediata; este es un desconocimiento de los valores históricos que no puede ser aceptado. Precisamente porque se conviene en que las actividades sociales se desenvuelven bajo el determinismo económico, es por lo que se concluye que no es obra de momento, que no bastan los simples entusiasmos, sino que es menester darle tiempo al tiempo.
Que las realizaciones no pueden ser momentáneas y totales, sino progresivas y metódicas.
Así que el mismo Marx y los demás famosos pensadores socialistas aceptaran dentro de los programas sustantivos la organización sindicalista, no como un fin, sino como un medio para las posteriores y necesarias realizaciones. Y aun dentro del efectivo triunfo proclamaba el mismo Marx, y así lo ha realizado la misma Rusia, varias etapas: primero dictadura del proletariado, segundo socialismo de Estado y por último, colectivismo.
Es del caso repetir aquí lo ya anunciado, a saber, que en el día propiamente no existe el comunismo, sino el colectivismo, porque el comunismo es la vida en común de las primitivas ciudades.
Si algo nos recuerda este factor indispensable de la evolución, es el otro del medio específico, del cual es corolario.
Como los medios son distintos, distintas han de ser las actividades de los hombres, según el pueblo donde luchen.
Eso que nos haga ver como una simple muestra de ignorancia, las actividades dislocadas de quienes piensan que nada hay que adaptar con especialidad a nosotros, sino que basta simplemente copiar del extranjero.
Hablar, por ejemplo, del comunismo en Colombia, como parece que en las últimas épocas se ha hablado, es hacer gala de un desvío cerebral alarmante. El socialismo y lo que hoy se llama comunismo, no son escuelas que tengan diferencias esenciales, sino distinciones de procedimiento, y si de procedimiento hablamos, hemos de referirnos a especiales pueblos.
Esta distinción entre socialistas y comunistas tiene su origen en la consideración que se hacían los últimos de que, dada la gran labor ya realizada en pro de las nuevas ideas, había ya un medio perfectamente apropiado para tomar el poder por la fuerza; mas como los primeros sostuvieran que aun no se habla llegado a tal grado de evolución y que era menester una mayor lucha, quienes opinaban por la afirmativa resolvieron llamarse comunistas, a la par que los otros conservaron un nombre que si los separaba en los medios, les conservaba la fraternidad de las ideas integrales.
Y ahora preguntamos: ¿Podrá hablarse en Colombia de comunismo? ¿Por ventura tanta ha sido entre nosotros la labor empeñada en favor de la transformación social, que permita sostener que ha llegado ya la hora de aprovecharse del poder por la fuerza? Y si tal afirmación no puede hacerse, no pasa de ser una inocentada pueril esto de hablar de comunismo en un país donde no se ha realizado ni tan sólo la primera labor seria en beneficio de los ideales socialistas.
Somos revolucionarios sí, y debemos serlo; pero lo que no somos es revolucionaristas. Es el gran pecado de los pueblos que tienen algo de latinos: disfrazar con la policromía de laca del revolucionarismo su espesa cepa conservadora.
Ser revolucionario es ir contra el eje mismo de lo que se juzga absurdo y perjudicial; pero seriamente, metódicamente, centralmente. El revolucionario sabe que la labor es ardua, dura, difícil y por tanto considera que la realización no es para hoy, que las pirámides no se comienzan por el vértice. El revolucionario de ideas no comprende la revolución sino como la culminación de una evolución antecedente, orgánica y formal.
El revolucionarista grita, trepida, desplaza atmósferas de iracundia inofensiva; y como su mirada no va al fondo, cree que basta para el triunfo total cambiar de nombres; tomar los de sabor más acre y hacer sonar sus cascabeles de payaso político.
Estas razones de evolución nos han hecho pensar que en Colombia para tales labores es necesaria una táctica discreta sin ser débil, activa sin ser desorientada, tenaz sin ser impertinente.
No es permitido confundir la evolución con la inercia. Lucha y mas lucha, pero consciente. Guerra y más guerra a todas las iniquidades, pero bajo la fuerza de los ideales pulcros. Es así como comprendemos que la vida sólo es amable dentro de la inquietud. “Demos gracias a la naturaleza —decía Kant— por haber creado genios incompatibles, vanidades a las cuales exaspera la concurrencia, necesidades insaciables de posesión, de dominio y de poder. Sin ellas quedarían para siempre inactivas las mejores facultades del hombre. Este desea la paz, pero la naturaleza sabe bien lo que la especie exige, y quiere la discordia”.
Por otro lado, dentro del socialismo científico nada adquiere un carácter absoluto y sólo es permanente el devenir. Sus fundamentos primarios que se encuentran en la filosofía de Hegel y de Fuerbach, así lo enseñan. Se reconoce la existencia de lo presente, pero ello mismo implica su negación, su necesaria decadencia, su vida transitoria y momentánea.
Hay ideales, no se niegan, pero en vez de traerlos de lo alto, como decía Ferri ante la tumba de Lombroso, se extraen del fondo mismo de la tierra para lanzarlos al infinito. Lo ideal no es otra cosa que lo real traducido por el cerebro. El mundo sensible es la única realidad y la conciencia no es más que las percepciones registradas por el cerebro sobre el cual el medio se refleja o se marca como sobre blanda cera. “Las impresiones del mundo exterior en los hombres encuentran expresión en su cabeza, se reflejan en forma de sentimientos, ideas, inclinaciones y actos y determinaciones volitivas, en una palabra, como corrientes ideales, y se convierten en fuerzas ideales”. (Engels, “La Filosofía de Fuerbach”).
Aquí la otra gran diferencia con los utópicos. No se niega la existencia de las fuerzas ideales, pero se las considera en su real acepción; no son causas últimas, sino productos del medio, de los factores económicos. Todo está determinado dentro del materialismo histórico.
Nada mejor al respecto que la exposición de Engels: “La producción y el cambio de los productos son las bases del orden social; de que en la historia la distribución de los productos y la división en clases y estados se funda en lo que se produce, cómo se produce y en qué forma se cambia. Por consiguiente, las causas últimas de las transformaciones sociales y políticas no hay que buscarlas en la cabeza de los hombres, ni en su creciente amor por la verdad y la justicia, sino en las transformaciones d producciones y cambios; no hay que esperarlas de la filosofía, sino de la economía de la época en cuestión. La proclamación de que las instituciones sociales son irracionales e injustas; de que la razón se ha convertido en absurdo y las instituciones bienhechoras en una plaga, en un signo de que los medios de producción y de cambio han sufrido silenciosas modificaciones que no armonizan con el orden social formado a la par de ellos. Con ello ya queda dicho que los medios para suprimir los defectos descubiertos han de encontrarse más o menos desarrollados en los mismos nuevos métodos de producción. Los medios no han de inventarse en la cabeza, sino descubrirse por medio de ella en los hechos económicos presentes” (Federico Engels: Revolución de la Ciencia).
El análisis de Marx, Engels y otros, sobre la concepción materialista de los fenómenos históricos produjo una orientación fecunda de los elementos sociales, antes casi desconocidos por completo. La forma en el desenvolvimiento de la producción material, que siempre es una con relación a un especial tiempo y espacio, determina las concepciones de la vida moral jurídica y religiosa. No es la conciencia la que determina la existencia de los hombres; es la existencia social la que determina la conciencia. Como dice Marx: “Las fuerzas productivas materiales de la sociedad, en un momento determinado de su evolución entran en conflicto con el sistema de producción, o usando la expresión jurídica, con el sistema de propiedad dentro del cual se habían movido hasta entonces. Este sistema se convierte de una forma de desarrollo de las fuerzas productoras en sus cadenas. Entonces aparece una época de revolución social. Más o menos rápidamente todo el edificio se adapta a sus nuevos fundamentos económicos. Al estudiar estas transformaciones hay que distinguir siempre entre su aspecto económico, material, científicamente comprobable, y su aspecto jurídico, religioso, artístico y filosófico, en una palabra, las formas ideológicas por medio de las cuales los hombres adquieren conciencia del conflicto y toman parte en él”.
Si todas las diversas formas de la actividad social son diferentes, y como tal deben ser analizadas, es un hecho indisputable que ellas en sus diversas orientaciones tienen un punto básico común, una zona única de origen: el hecho económico.
Una renovación perfecta de las mil anomalías y los muchos dislates que ofrecen nuestras instituciones sólo es posible removiendo la causa primaria y profunda que las proyecta y define. ¿A qué, por ejemplo, pensar en una reforma sana, estable y evidente de nuestro sistema representativo, mientras no se haya independizado económicamente a las clases electoras? De lo que menos se pueden calificar los actuales congresos y demás corporaciones públicas deliberantes, es de acumuladores de la opinión pública, como deberían serlo. Ellas representan tan sólo los intereses de las clases privilegiadas. Porque allí se llega por medio del ardid doloso que fraguan los privilegiados, del soborno que ejecuta el patrón, de la coacción que pone en práctica el elemento oficial, Y el infeliz elector en sus nueve décimas partes en Colombia, no vota conscientemente, porque su estado económico no le ha permitido una educación que le faculte para el análisis, y sobre todo, porque si su voluntad se insubordina a la voluntad del propietario será arrojado a la calle, y hambre y miseria se enseñorearán sobre sus hijos y su esposa.
Mientras las multitudes no se ilustren y se instruyan, y esto sólo es posible cuando el trabajo permita a los hombres retener de la producción lo que en justicia le corresponde, vano y fútil es pensar en la equidad representativa.
Igual sobre todas las ramas del derecho que son el reflejo de un estado de alma colectivo. ¿A qué pensar en la transformación indispensable del actual derecho privado subjetivo hacia la forma experimental y objetiva, mientras el hecho económico no sea removido en sus cimientos? ¿Por ventura, dentro de una organización individualista económica, la forma de los contratos podrá hallar su valor jurídico con relación a un punto de vista de cooperación social? No; ellos como la cristalización práctica del derecho de propiedad presente, serán la imposición de una voluntad a otra, sin que hasta el presente nos hayan logrado demostrar los juristas clásicos la superioridad real de las voluntades en cuanto a sus transacciones comerciales.
Allí quedarán para no decir nada todas las sutiles diferenciaciones entre causa y objeto legales, que plantean problemas por modo pueril y complicados.
No diferente, sino por el contrario, más cierto, es el caso del Derecho Penal. A fuer de positivistas en esta materia, sabemos que hay tipos criminales en cuya etiología no puede afirmarse la presencia de factores sociales o económicos. Desde que Lombrosso diera su paso atrevido hacia la Antropología Criminal, sabemos perfectamente que las anomalías éticas de determinados hombres se deben a taras somáticas contra las cuales es imposible la reacción correccional. Son los casos de los criminales atípicos o de los anómalos.
Pero éstos que los penalistas designan con el nombre de criminales natos, son una excepción, una mínima parte de la gran fauna criminal. Los otros, la gran mayoría, deben su criminalidad al medio social despiadado y corruptor en que se desarrollan. Claro está que descartamos a quienes cometen delitos pasionales o de parecido orden. Porque en la casi totalidad de estos casos nos hallamos en presencia de individuos que científicamente no podrían ser calificados como criminales. No siempre el que comete un delito es un criminal. Para que exista el tipo del criminal se necesita que su acto sea como una prolongación en el mundo físico de su personal mundo psicológico. Pero los otros que, repetimos, son la mayoría, llegan al crimen porque la sociedad los empujó a fuerza de injusticia y de crueldad, o descuidándolos permitió que sus instintos perversos, que con una sana educación hubieran logrado nZiodificarse, se desarrollaran en una forma violenta y perjudicial. Hombres de la talla de Garófalo, impugnan la procedencia económica de los delitos, pero esto es demasiado evidente para negarlo. No es que la ocasión haga al ladrón, dice Garófalo, sino que lo revela. Equivalente es el pensamiento de Lacassagne:
la ocasión es el caldo de cultivo donde se desarrolla el microbio de la criminalidad. Sin negar esto, que en muchos casos no es del todo evidente, podemos aceptarlo como recio argumento en favor de nuestra doctrina. Porque si es esa ocasión, si es ese caldo o medio social el que por sus injusticias permite que los perversos instintos se revelen, procuremos cuanto antes purificar ese ambiente, destruir esa miseria que da la ocasión, esa crueldad que para los desheredados usan los hombres, y tendremos casi solventado el terrible problema. A la sociedad no le importa, porque no le perjudica, el que existan criminales potenciales, hombres con un instinto criminal subjetivo; lo grave y desolador para la sociedad es que esos instintos se revelen, que estas pasiones se objetivicen; y silo que permite su floración en la vida real, según el mismo Garófalo, es el medio, la ocasión, sanjemos el actual medio, poniendo un poco de piedad sobre el labio sitibundo de los parias. Hemos dicho piedad y nos equivocamos. Entronicemos en la República el Sagrado Corazón de la Justicia, para que el trabajo valga lo que hoy sólo le está permitido valer a la haraganería de los ricos.
Sustitutivos penales llamaba Ferri, y sustitutivos criminales Tarde, ambas denominaciones inexactas, a esta lucha contra la criminalidad fundada en razones sociales.
Este sí que es un problema hondo! Pero mucho nos hemos guardado de tratarlo aquí, a pesar de constituir uno de los soportes más firmes en favor de las luchas sociales, porque él merece una especial atención, y además, porque no perdemos la esperanza de concluir en breve para su publicación un estudio que ahora al respecto elaboramos.
Y si se piensa en el Derecho Internacional, igual criterio informa sus problemas. La última guerra de cuyas fatalidades aún no se libra el mundo, esta lucha de insanos apetitos que las naciones demuestran; estas impiedades diarias que ponen hielo en el corazón; estas pugnas internacionales, no hay para qué repetirlo, juegos de bolsa son, frutos de los dictadores de la producción. Entre las fauces siempre insaciables del capitalismo, la felicidad humana se pierde, el Arte se olvida, la Ciencia se abandona, y sobre el horizonte enrojecido claman las víctimas de un patriotismo adulterado. En nombre de la patria se obliga a los hombres a herir la entraña de los hombres, olvidando que la única víctima es esa misma patria que se invoca.
No es que el socialismo vaya contra la patria. Contra ese suave ritmo de la conciencia que nos habla del amor hacia el pedazo de tierra sobre el cual florecieron nuestros ensueños y al arrullo de cuyos mirajes entretejimos la corona de nardos de nuestras esperanzas, no; marcha contra un concepto distinto, avanza contra el nacionalismo, contra ese concepto económico egoísta y brutal. Contra el egoísmo cruel de pueblo a pueblo, que trae las guerras y dispone de la vida de los hombres desde el ambiente de las Cancillerías, olvidando los principios de la fraternidad humana. Cosa bien distinta, que no necesita explicación, es el sentimiento nacional, del sentimiento nacionalista.
Fronteras deben existir para que los hombres hagan pugna de perfeccionamiento, porque en la vida internacional con en la nacional la división del trabajo encarna un cuociente crecido de provechos y adelantos. Fronteras para que los hombres rivalicen en la equidad de sus instituciones, en el refinamiento de sus capacidades artísticas, en la continua laboración científica. Pero fronteras para que el imperialismo se expanda, para que los fuertes puedan abusar de los débiles, para que los pueblos capitalistas puedan encontrar vasallos en los pueblos débiles, para que unas guerras se sigan a otras, esto nunca. Y eso es nacionalismo. La humanidad es una y anarquizarla sembrando odios, y haciendo ver en cada pico de frontera, —la frontera es un hecho accidental en tanto que la especie es trascendental— una bandera a muerte, es un hecho que goza de todos los privilegios de la ineptitud, y más inepto es aceptarlo.
Y así podría seguirse en el análisis para la comprobación de que igual sucede en la Moral, en la Religión y en todas las manifestaciones trascendentales del pensamiento o del sentimiento. Toda reforma efectiva será problemática, mientras la igualdad social no sea un hecho comprobado.
Hablar entre nosotros de igualdad es prestar margen para que se hagan mil filosofías papandujas y badeas.
¿Pero cómo pretendéis la nivelación por lo bajo? ¿Cómo se os ocurre que todos los hombres sean iguales? ¿Es que’ desconocéis las leyes inmanentes de la selección?
La igualdad concebida por las nuevas ideas no es eso que se imagina. Se trata solamente, como lo indicaba Mallhon, de la igualdad inicial, y podríamos agregar que de la igualdad en el desarrollo del individuo.
¿Qué sucede hoy día? Ciertos hombres llegan a la vida favorecidos por el privilegio. Una gran herencia que ellos nunca laboraron, que en muchas veces es el resumen de incontadas injusticias, los coloca en un grado de superioridad social, lejos de todo mérito, de toda inteligencia, de toda voluntad.
Y si nacen con un privilegio absurdo, no es menos evidente que en su desarrollo esa riqueza adquirida sin base y sin razón les presta armas de predominio también inmerecido.
Entre tanto otros hombres, quizá llenos de grados máximos de capacidad y de virtud, por efecto de una organización económica absurda, se ven condenados a la impotencia, sus talentos se malogran y con perjuicio de la sociedad se hallan en la incapacidad absoluta para desarrollar esas cualidades que les son peculiares. Y como tal es nuestro estado que sólo hay virtudes que apoyar, talentos que admirar, esfuerzos que estimular, allí donde hay dinero, estos hombres, los auténticamente fuertes, caen en el fracaso y olvido, a la par que los otros, los débiles y torpes, recorren festejados las sendas de la victoria.
¿Dónde, pues, al presente, el principio de la selección? No existe, o mejor, se halla adulterado. Porque bajo este plano no son los hombres de verdaderos méritos quienes triunfan, sino los mejor favorecidos por lo injustificable o por la astucia ambigua y proclive. ¿Se nos podría afirmar que es el jovencito de club, en todas partes influyente y atendido, superior al bravo muchacho de provincia cuyo esfuerzo y talento se malogran? ¿Será éste el triunfo de los auténticamente fuertes? ¿En el matrimonio no vemos al presente, con perjuicio de la especie, que no se escoge a la mujer más digna, más virtuosa, ni al hombre de cualidades intelectuales y morales, sino a aquel que ofrezca una mejor dote?
La decantada selección natural es hoy una mentira. Se trata solamente del triunfo no de los hombres, sino del dinero, del más tortuoso, del dolosamente audaz. ¿Se nos ha demostrado que es superior el especulador de la ciudad al bravo campesino, sano y honrado?
No. El triunfo de la selección sólo será posible cuando por la realidad de la igualdad social todos los hombres nazcan en un mismo plano económico, y en su desarrollo encuentren iguales ayudas. Entonces sí sabremos quiénes son los verdaderos capaces. Con ello ganará la sociedad y será imposible el espectáculo repulsivo del hombre adulteradamente fuerte triunfando sobre el mentidamente débil.

CONCLUSION

“Autant la science est inattaquable
quand elle établit des faits,
autant elle est misérablement sujette
á l’erreur quand elle pretend établir des negations “.
CHARLES ROCHET

Sin embargo de todo esto, el agudo problema de seguro no tendrá para nuestros hombres otra atención que aquella de la yana promesa o de la negación rotunda; porque parece que a este nuestro pueblo, al igual del personaje de Poe, lo ha invadido la irremediable cobardía de no abrir los ojos, no tanto por esquivar la visión de horribles cosas cuanto por el fundado temor de no ver nada. Su espíritu sin puertas ni ventanas duerme la fatiga de su impotencia y de su temor.
Y así rueda nuestra vida política en un mar de angustias. Ni una bella idea, ni una noble pasión. Luchas exiguas, personalismos concupiscentes, rencores malsanos, en tanto que sobre la testa agobiada de la República florece la corona de todas la ignonias. Y nuestras pupilas jóvenes que soñaran refrigerarse en la palestra de las ardientes luchas, tan sólo encuentran la charca insalubre de la viscosa necedad ambiente.
Renovarse o morir, ha dicho D’Annunzio. Morir para renovarse, digamos los hijos de las generaciones nuevas. Es necesario que lo viejo muera para que lo nuevo nazca y se fortifique. La tumba del pasado ha de ser la cuna del futuro. Lo que hoy perece y se destruye es el abono indispensable para que mañana la semilla nueva se troque en racimo.
Cada concepción es hecha para el momento y no puede persistir más allá de su necesidad histórica. Sólo por ese grado de trasmutación constante en la sociedad se ha llegado al progreso. El concepto negativo —y esa es la peculiaridad de todo derecho individualista— es imperfecto y transitorio. El individualismo civil nació como una reacción contra la esclavitud, pero una vez aniquilada ésta, se dibujaron en la vida social todas las iniquidades que encarnaba. El individualismo nacional, la concentración de las grandes monarquías, fue una saludable reacción contra la conquista; pero una vez realizado el fin histórico que la determinara, dejó entrever su llagada vestimenta, hasta que las picas de los desheredados comprendieron la necesidad de purificar aquel ambiente que robaba el pan y la luz a los que eran, y aún son, caballeros en los jamelgos del infortunio. Y así llegará el día, porque el espíritu de la naturaleza es superior a todo convencionalismo, en que brille como una tersa gema de bondad, la igualdad social.
Ante el avance lento pero seguro de la justicia reparadora, la táctica primera ha sido la negación a priori. No es por modo nuevo como se nos puede ofrecer este recurso. Cuando las modernas doctrinas comenzaron en Europa a tomar cuerpo y del plano de los sentimentalismos- informes pasaron a la beligerancia en las ciencias económicas, los incondicionales del laisser faire contestaron con la negación absoluta del problema. En su obra “La Supuesta Cuestión Obrera”, John Prince Smith creía resumir toda la desoladora imposibilidad de cualquier intento reformista, en esta pregunta: “¿Cómo puede mejorarse la situación económica del trabajador, sin esperar antes la prosperidad de toda la economía nacional?” Igualmente reafirmaban la inexistencia del problema las obras por entonces famosas de Ure, Brougham, Bright y otros.
Sin embargo la idea se abrió y se abre paso. El entumecimiento suicida de las masas va siendo abandonado, y a la llamada persistente de la verdad, en los hombres que sólo han tenido ojos de piedra para no ver y oídos de piedra para no oír, se hace el espíritu.
Y es así como a través de tantas luchas aparecen hoy las ideas socialistas consagrando las verdaderas leyes naturales; es así como ellas se imponen a despecho de adulteraciones y fanatismos hijos del tiempo y del miedo que los hombres le tienen a la noble facultad de pensar y a la aún más eximia de sentir. Es así como los ánimos plenos de un ideal justiciero y ávidos de una inquietud creadora, han concebido el ideárium de la armonía social. Es así como en mitad del vivir ásimo, de desenvolverse abyecto, del sacrificio cruento, del hambre, de las multitudes en la hierática contemplación de la desgracia que las corroe, del eco lastimero de los que padecen, de todo este infierno malsano que hace hoy de la vida un veneno, es así como sobre todo ello se ha erguido el tronco nervudo del socialismo, reverdeciendo en gajos que deparan sombra pacificante y granando en frutos de carne purificada.

CAPITULO IV de LAS IDEAS SOCIALISTAS EN COLOMBIA

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