lunes, 18 de junio de 2012

Homenaje a la Revolución Cubana


por Salvador Allende.

27 de julio de 1960

Rendimos homenaje a las milicias inmoladas hace siete años en el asalto al cuartel Moncada y lo hacemos expresando que los sectores populares de Chile, la inmensa mayoría del pueblo, siente, comparte y vive los ideales de la revolución cubana. Tal hecho no puede ser extraño para nadie porque, en la conciencia del pueblo chileno, existe la inmensa y profunda convicción de que América Latina está viviendo uno de los minutos más trascendentales de su historia; que las revoluciones mexicana y boliviana señalaron ya una etapa, y que la cubana marca con caracteres imborrables un proceso de superación, al dar sólidos pasos hacia la plena independencia económica y señalar, con su lucha, el camino que han de seguir los pueblos latinoamericanos para afianzar y acelerar la evolución política, económica y social que los lleve a ser auténtica y definitivamente libres.
Nosotros hemos expresado reiteradamente que, con estrategia y tácticas distintas, tal proceso deberá aflorar en los diversos países de América Latina para terminar con la etapa de vasallaje político, de explotación económica: para poner fin a la angustia, el hambre y la miseria de los miles y miles de hombres de esta parte del Hemisferio; para detener la voracidad implacable del imperialismo; para poner fin al régimen feudal de explotación de nuestras tierras; en resumen: para hacer posible el desarrollo económico y el cambio político capaces de crear un porvenir de dignidad y grandeza para el pueblo latinoamericano.
Por eso, los hombres de nuestras naciones miran con profundo y apasionado interés la revolución cubana, pues es un símbolo antiimperialista y antifeudal. La revolución latinoamericana, con características distintas en su táctica y estrategia -repito- en cada uno de nuestros pueblos, tendrá como fondo indiscutible una lucha emancipadora en lo económico, una frontal batalla contra el imperialismo y un combate decisivo contra el régimen feudal de explotación de la tierra y del trabajador del agro.
La revolución latinoamericana -pensamos y lo hemos dicho- deberá ser, además de antiimperialista y antifeudal, democrática, a fin de que la sientan, compartan y comprendan las masas ciudadanas. Deberá ser profundamente humana, al preocuparse de la realidad de la vida opaca, gris, sin destino ni juventud del hombre común latinoamericano, y darle un futuro de trabajo, salud y educación. Por ello, no puede extrañar a nadie que a lo largo y ancho de América del Sur exista un pensamiento solidario y de lealtad hacia Cuba, su gobierno y su revolución. He estado en tres oportunidades en esa nación y me enorgullezco de decirlo. He sido testigo presencial de lo que es un pueblo movilizado material y espiritualmente, al sentirse interpretado por su Gobierno en la etapa fecunda de una realización con características dramáticas de urgencia, pero con estabilidad permanente por su alcance y contenido.
He tenido ocasión de estar en otros países y de asistir a actos políticos en los Estados Unidos. Lo he hecho, también, en diversos países de América Latina, como Uruguay, Perú, Argentina, Venezuela. Estuve en el estadio Dinamo de Moscú. Fui testigo presencial de la celebración del quinto aniversario de la revolución en la República Popular China, y allí vi desfilar a setecientas mil personas. Pero nunca he visto, en proporción al número de habitantes, a un pueblo movilizado como lo vi en La Habana el 26 de julio del año pasado y como lo vi este año el primero de mayo. Ello sólo puede lograrse cuando un gobierno ha creado un sentido místico, cuando ha sido capaz de darle a los ciudadanos una gran tarea colectiva, al servicio de la patria.
En los actos del 1° de mayo de este año, comparativamente con el 26 de lulio pasado, pude notar una extraordinaria diferencia. El 26 de julio pasado estaban convocados los guajiros, o sea, los campesinos. Los vi desfilar por las calles de La Habana -ciudad calificada anteriormente como una especie de "cabaret" flotantecon expresiones dignas, conscientes de lo que significaban ahora, en esta etapa de la historia de su patria libre. La concentración fue un hecho inolvidable. En una gran explanada, cuatrocientos o quinientos mil campesinos, con sus casacas blancas, con sus grandes sombreros de paja, con sus machetes al cinto, y allá, destacándose a la distancia, la estatua de Martí parecía tomar vida, y, desde el silencio sonoro, volvían sus palabras a señalar el camino del sacrificio y la victoria.
Cuando golpeaban los machetes -forma que tienen los campesinos de expresar adhesión a las palabras de Fidel Castro-, yo sentía el anuncio de lo que esos sonidos sembraban en América: la reforma agraria.
Este año vi a un pueblo organizado, consciente, no una masa humana reunida espontáneamente, con fervor instintivo, como la de los campesinos de la vez anterior. Ahora se trata de un pueblo organizado, disciplinado, absolutamente consciente de la gran tarea que debe realizar. Las consignas, los gritos y, sobre todo, la alegría de esa inmensa multitud-más de 700 mil personas-, están señalando de qué manera están fundidos pueblo y Gobierno, revolución y pueblo, revolución y Gobierno.
He visto en Cuba las más grandes demostraciones de masas posibles de imaginar.

LA MALÉVOLA PROPAGANDA DE LOS SERVILES

Contrasta lo que yo he visto, lo que he leído, lo que he aprendido de lo realizado por la revolución cubana, con la inmensa, con la brutal, con la descompuesta, con la intencionada propaganda que, por medio de las agencias informativas internacionales, día a día y minuto a minuto, se lanza contra la revolución. Me parece innecesario destacar de qué manera la UPI, la AP y las agencias informativas controladas por el capital norteamericano han deformado y deforman lo ocurrido en Cuba. Tan sólo es comparable este tipo de información con la existente cuando se avecinaba ese gran atraco internacional perpetrado años atrás en contra de Guatemala.
Juan José Arévalo, el maestro presidente, nos definía a su país como el del 70%: porcentaje de analfabetos, de palúdicos, de descalzos y del presupuesto invertido en gastos militares.
La propaganda de ese entonces es la misma desatada hoy día, desde hace meses, en contra de Cuba.
Ayer era Guatemala el polvorín comunista que ponía en peligro la hermandad americana. Hoy es Cuba.
Ayer y hoy el Departamento de Estado norteamericano defiende, impúdicamente y por los peores métodos de presión económica y atropello, los intereses de sus connacionales, su influencia política.
Ayer y hoy, muchos gobiernos de Latinoamérica aceptan dócil y servilmente la voz de orden del poderoso país del Norte.
Como siempre, la raída bandera del anticomunismo se esgrime para atentar en contra de la soberanía de los pueblos: ayer, contra Guatemala; hoy, contra Cuba.

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