miércoles, 21 de marzo de 2012

Tercera parte de MI VIDA Y MI DOCTRINA


por Hipólito Yrigoyen

XXXIX
No caben, pues, soluciones intermedias. Es necesario remontarse al verdadero origen de la situación porque atravesamos y, exhibir en las páginas diarias las profundas perturbaciones que trabajan la existencia nacional. La Reparación tiene que ser concordante con la magnitud de los esfuerzos ejecutados. De ahí la intransigencia en los propósitos y la inflexibilidad en las acciones.
Así como a los grandes males deben aplicarse grandes remedios, así también, a las hondas transgresiones y desvíos hay que oponerles rigurosas virtudes y absolutas integridades.
Nunca se vio una causa tan trascendente y admirablemente comprendida y defendida con tanto denuedo, como tributo y homenaje a la soberanía de la Nación, en el curso de su vida cívica. Sucesos tan eminentes serán el presagio cierto y persuasivo de que ya no podrán renovarse las usurpaciones del poder en el suelo argentino, y en ellos aprenderán las generaciones argentinas venideras, las altas lecciones de justicia y libertad, e integridad moral. Nadie juzgue, este planteamiento mío como de desmedida apreciación en su significación real, como también, de pronunciada afirmación en su acento. No es así, de mudo absoluto. Cobra mi palabra, en esta hora crucial de la patria, el solemne significa-do que impone el deber argentino y la suerte presente y futura de los destinos nacionales. Bien sabe Dios, el esfuerzo de espíritu que me ha demandado, quebrar la sobriedad con que siempre me he movido en el ámbito de las ideas con el fin de que tomaran estado público. He preferido someter mi acción y mi conducta, a la sanción de los hechos.
Durante la larga lucha contra el poder usurpado, la U. C. Radical ha mantenido como fuente de enseñanza y de disciplina mental, su fidelidad a los grandes principios de la revolución, siendo el labrador incansable de cuyas fatigas todos recogerán sus óptimos frutos. Al vencer cuantos obstáculos se oponían a su acción, encaminada a redimir a la Nación de todas las opresiones y vejámenes, ha demostrado el pueblo argentino, frente al mundo que nos mira, sus decisiones para realizar, ya fuera en el absoluto recogimiento de la abstención, o en la rebeldía de la intransigencia, como también, en la protesta armada o en el ejercicio del derecho electoral, la integridad de sus ideales.
Así ha conquistado sus atributos fundamentales, agregando a las glorias heredadas, este esfuerzo sostenido y limpio de la U. C. Radical, que se apreciará en su real magnitud, el día glorioso en que el pueblo argentino, en la plenitud de sus atributos, se sepa en la vigencia de la ley y el derecho, soberano dueño de sus destinos.
La reivindicación del honor de la Nación, la reasunción de sus atributos morales, la restauración de sus instituciones, la elevación de las clases trabajadoras, el restablecimiento de su soberanía, la vigencia de los fueros de la cultura, la estructuración económica y social, todo ello, expresión del desagravio histórico que entraña, no tiene nada más que una bandera: la de la patria, que flamea en el ámbito de toda la República, en solidaridades fraternales de un mismo grande destino.

XL
Nada se hará impunemente, y todos somos responsables de nuestras conductas y las leves se cumplirán con toda la exactitud de sus preceptos. Mediten en esto los empeñados en proseguir por una ruta fatal y que alientan impudentes las perspectivas de un funesto porvenir. Se lo aconseja todo el conocimiento de la ciencia política, en sus contenidos más vastos y profundos, y una experiencia de las luchas cívicas que ha servido para penetrar en el oculto sentido de las cosas y dilatarse en el porvenir.
Si fuera posible admitir que en el trajín de las especuladoras perfidias pudiérase desviar y engañar el criterio público, la fatalidad de la patria habría llegado a su grado máximo y si así sucediera, los males proseguirían su acción destructiva con todas sus consecuencias en la estabilidad y marcha de la Nación.
EL voto popular conculcado durante un tercio de siglo, con el escarnio de la ciudadanía, había llevado al país a la digna actitud abstencionista, heroica porque importaba, a la vez que no complicarse con las parodias electorales del régimen, la afirmación del ideal revolucionario. Esta posición indeclinable debía triunfar al fin, inaugurando sobre los desastres del pasado, la realidad jubilosa eje una nueva Era; de un derrotero por donde la nacionalidad redimida habrá de afianzar la expansión de sus altos destinos.
Hemos llegado por un esfuerzo de voluntad sin precedentes, en la historia de los pueblos redimidos, a un alto grado de perfección democrática y republicana, de donde podemos volver la vista al punto genésico de la nacionalidad, para llenarnos de justo orgullo y afirmarnos en la ruta que se prolonga delante nuestro.
No olvidemos que en la historia de la humanidad en sus fastos definitorios del curso de la vida colectiva, los más grandes caracteres, han poseído también sentimientos magnánimos y nunca procedieron a impulsos de las pasiones, sino por los equilibrados dictados de los juicios esclarecidos que los inspiraron. Al estudiar y ahondar en el análisis los acontecimientos históricos y las transformaciones producidas por los fenómenos sociales que los integran, incidiendo en los destinos de la humanidad, siempre se plantearon las mismas cuestiones con todas sus inevitables consecuencias. Y es precisamente, en las dificultades que tropiezan las soluciones y conquistas reparadoras y las penurias de los pueblos para alcanzarlas, donde adquiere la contienda todos los contornos épicos que caracterizan las grandes revoluciones políticas de sentido universal. La nuestra cumplida en estas tierras de la joven América, que es reserva segura para el viejo mundo, puede tener una saludable gravitación en el proceso formativo de sus propios sistemas de gobierno.
Pongamos una solución de continuidad a todas las malas causas y encaminémonos a la ejecución de la labor común que nos espera, plena de ansiedades y satisfacciones. Inauguremos esta época nueva con actitudes patrióticas, de alta inspiración idealista, que llenen de orgullo al país. Hemos dado va grandes pasos, y debemos terminar definitivamente la obra.
Cuando los hombres de Estado tienen la misión de ejecutar un mandato histórico, y lo interpretan fielmente, las soluciones concuerdan siempre con sus fundamentos y orientan la prosperidad nacional en todas las manifestaciones de la vida colectiva. Por ello, no hay nada más peligroso que las revoluciones que no cumplen los postulados que las generaron, ni nada más infiel que el hombre público cuando, al llegar a ejercer el mando insigne, se manifiesta en desacuerdo con las doctrinas sustentadas en el llano y que determinaron su advenimiento al poder. Para que las facultades políticas de los pueblos no sean ilusorias y deleznables en su ejercicio, deben tener como base primordial e irrevocable, los principios democráticos que estructuran las instituciones nacionales.
En una época en que las tendencias funestas de todo orden expanden su poderío dentro de los gobiernos y a la sombra de ellos, y tienden a transformar la virtud ingénita de la Nación, en descreimiento y perversiones de toda índole, el hombre de honor debe saber cuál es su puesto, en la emergencia. En esa definición del espíritu y la conducta, experimentará la más grata satisfacción de su vida, al contemplar que existe un foco de virtudes activas, lidiando con abnegada intrepidez para mantener las esencias de la vida pública en sus bases cardinales, al propio tiempo, que pugna con resolución patriótica por proseguir hacia la grandeza de su destino.

XLI
Ha llegado la hora de imprimir a la acción precursora de la regeneración general sus características propias, para que el régimen se precipite a su inevitable disolución o rectificando sus principios políticos concurra con sus propias fuerzas a la consolidación de la democracia argentina.
Si la U. C. Radical cayera en el error de confundirse con el medio imperante, tendría que convocarse nuevamente ala voluntad nacional porque se habría falseado su misión histórica y perdido su carácter político. Sería menester condensar nuevas fuerzas para continuar la lucha cada vez más dificultosa, porque a los males previstos y conocidos se habría agregado esta tremenda apostasía a su fe. Y no hay drama más siniestro que la pérdida de fe por un pueblo.
¡Ay de la Nación el día en que tan nobles sentimientos y heroicas decisiones se tornaran en bastardas ambiciones o en un frío calculador egoísmo! Quedaría a merced de la codicia y del predominio de la ambición, sin esperanza alguna, una vez que se hubiera consumado el último golpe. Y se habría sacrificado, de ese modo, al turbio apetito de los extraviados y los descreídos, el esfuerzo y la esperanza de muchas generaciones de hombres argentinos.
La resistencia perseverante al mal, unida en un solo propósito y luchando y esplendiendo las calidades de su concepto y de su disciplina, van firmemente canalizadas a la salvación de la patria, cualquiera fueren las jornadas duras que le resta cubrir en la reafirmación de sus ideales, y en el robustecimiento de su fe en el presente, como prenda de su porvenir.
Nada hay más dañoso que los gobiernos que se obstinan en ser negación de las legalidades y de las representaciones públicas, cuando la función del Estado se mueve en sentido reaccionario. Todas esas propensiones, son tan funestas a los ordenamientos de la función pública, que desnaturalizan la potestad nacional en el ejercicio de su ministerio y tienden a justificar todas las trasgresiones.
El pensamiento argentino triunfará al fin concretado en una aspiración superior y en una fuerza espiritual incorruptible, sustrayéndose a toda sugestión que no fuera la de la patriótica convocatoria por los sagrados intereses nacionales.
Si pudiera suceder que por ineptitud, por debilidad o por cualquier otro móvil se le hiciera declinar de su integridad, ese día aciago no sólo habrían cesado los inmensos beneficios conquistados, sino que se mostraría abierto el camino más franco a la regresión, a la descomposición y a la anarquía.
Todo debe hacerse dentro de un orden perfecto y del juego regular de las normas constitucionales y jurídicas, poniendo por encima de los intereses prevalentes, los sagrados de la Nación, para que resplandezca de nuevo el imperio de la justicia, en toda su augusta majestad.
Dos fuerzas antípodas luchan: la una con el espíritu del bien común, avalado por su trayectoria cívica, y la otra, con el peso de un pasado oscuro y apetitos insaciables por las ventajas del poder; la una, con la clara conciencia de su deber responsable, y la otra con el acre descreimiento que ampara la impunidad. La cesación de la una, llevará a detener por tiempo indefinido la marcha regular de la Nación y el logro de su luminoso porvenir. La continuación de la otra, acentuará su dominación a través de agravios arteros y trágicas desolaciones sin término, afirmando el triunfo de la Nación Argentina.

XLII
Todas las facciones se estrellan ante el pensamiento que anima a la U. C. Radical, porque se mantiene firme en la línea política trazada sin inclinarse a ningún lado, por su espíritu, sus sentimientos, su sabiduría y el fervor patriótico que la anima, contra las ingratitudes, las ambiciones, las pequeñeces, las miserias y las injusticias de los grupos militantes con todas sus exigencias.
Las funciones públicas en los gobiernos deben asumir el significado y el carácter que impone la situación en que se encuentra el país. Deben abarcar las manifestaciones múltiples y complejas del presente, como también, las idealidades del porvenir. Sus expresiones cardinales concretan en el cuadro de las actividades individuales y colectivas la encarnación soberana del sentimiento nacional. Desviar esa orientación o disminuir ese concepto para introducir en ellos actitudes extrañas, es nulificar en su esencia los móviles fundamentales que determinan siempre el proceso histórico de las grandes reivindicaciones sociales.
Los propósitos y los procedimientos tienen que ser fecundos en su amplitud, y armónicos, en su eficacia. Ellos deben reconstruir moral y políticamente a la Nación, para restablecer el rumbo de sus legítimas aspiraciones. Deben sancionarse con toda la imponente solemnidad que exige el presente y augura el porvenir.

XLIII
Es menester ahora tratar de que el resultado de los inmensos sacrificios cumplidos hasta aquí, importe la restauración de todos los atributos y los valores esenciales de la patria, por cuya conquista la ciudadanía se ofrendó en un esfuerzo heroico y sin renunciamientos.
Desdeñemos las torvas amenazas que contra la consumación de la obra se intentan, va que ella se defiende por su misma magnitud y pujanza. Si los conglomerados amorfos y utilitarios la censuran, ella ha de tender, sin duda alguna, a servir los sagrados intereses de la patria.
La historia certifica de la influencia orientadora y bienhechora que ejercen los gobiernos respetuosos de todos los derechos y todas las libertades. Comprueban también todos los desastres que provocan cuando falsean las leyes, desconocen sus mandatos y resguardan sus prevalencias personales, con el ejercicio arbitrario de la representación pública.
Así como la Reparación ha procedido desde todas las eminencias del poder, así debió consagrarse única y esencialmente a realizar las funciones del Estado en entidad genérica, conservándose en su virtualidad inmutable y no perdiendo la dignidad del sacerdocio que fue su culto.
Ahora le toca a la U. C. Radical custodiar celosamente las conquistas logradas, y prolongarlas en las tareas de mañana, con el mismo afán patriótico que puso en la acción revolucionaria. No olvidemos que nos pertenece, uno de los territorios más ricos y vastos del mundo, cuyas tierras pródigas y fértiles, se contienen entre mares infinitos y montañas imponentes; entre ríos caudalosos y pampas inmensas; y que el hombre que en esta heredad nace, crece y trabaja, es de un tipo racial que honra la especie humana, por las calidades de su espíritu y los arrestos generosos de su corazón, va que ha sido capaz de crear una entidad democrática de avanzada estructura jurídica, ajustada a un régimen constitucional igualitario, por el imperio pleno de la justicia, del derecho y de la libertad. No olvidemos, tampoco, que hemos realizado insignes acciones humanas, ora para alcanzar nuestra independencia, ora para libertar medio continente, afirmando siempre el predominio de las fuerzas morales.
Miremos, pues, con serenidad lo que significan estos bienes prodigiosos que poseemos, y, la obra que el hombre argentino, en su esfuerzo cotidiano, ha sumado, victoriosamente, a los dones de la Naturaleza, en todas las actividades, y no vayamos a naufragar en las playas, ni a sembrar en las arenas, ni a recoger en la ciénaga. Aquellas son nuestras grandes tradiciones y éstos son nuestros superiores mandatos.
Sigamos la visión y la señal rectora de los próceres que fundaron la patria, y remontemos cada vez más nuestro vuelo a impulso de nuestros ideales, concurriendo, de tal modo, pueblos y gobiernos, a labrar la prosperidad de la República, sobre la base de la más acendrada austeridad y legitimas ordenaciones institucionales. ¡Qué escenario reconfortador será para nosotros y para todos los hombres del mundo que vienen a nuestra tierra, a compartir nuestros sueños de grandeza y nuestras esperanzas de progreso!
Su doctrina de honor y de justicia es un sistema armonioso, uniforme e intangible. Instrumento político que ha dado ejemplaridad al sentimiento de la ciudadanía argentina, modelando su contextura espiritual, con la conciencia del deber cumplido, sin la más leve desviación, como homenaje perdurable al esfuerzo y al sacrificio de los mártires que ennoblecieron la lucha, con su denuedo y su idealismo.

XLIV
En esos tramos finales de nuestra ardua labor, en la cual ya hemos alcanzado la reparación de la civilidad argentina, invocamos los anhelos verdaderamente regeneradores y el espíritu que los anima, para que nuestros conciudadanos, sin distinción de banderías políticas, ni de credos personales, pongan término a las anormalidades públicas que tan graves daños han causado a la Nación, concluyendo con todas las afrentas inferidas a las instituciones democráticas. Se reconcilian, de este modo, en el ejercicio honrado del derecho y la justicia.
Debemos realizar acontecimientos rectores que sean dignos de las naciones más civilizadas del mundo. Al comienzo de nuestra vida independiente, presididos por hechos y sucesos de homérica heroicidad, supimos escribir páginas que honran la historia del hombre, en su lucha por ser independientes y soberanos. En la hora presente, dan-do continuidad histórica a la gesta emancipadora, afirmemos en el ideal de la Reparación nacional, nuestra decidida e irrevocable voluntad de ser libres.
Y por eso, es que estamos en condiciones de decir que la Providencia nos ha deparado la suerte de ser actores laboriosos de una de las transformaciones más trascendentales de nuestra evolución política, en el curso de los tiempos. Debemos perseverar en el cumplimiento de ese mandato histórico, cualesquiera sean las contingencias que nos demanden los sucesos. Afrontemos la contienda con la serenidad propia de la razón suprema de la patria, en conjunción armónica con la probidad y las energías en que los ciudadanos revelen sus cualidades, en medio de los contrastes de las duras pruebas. En las horas difíciles de los pueblos es cuando los hombres públicos dan la medida de su temperamento y la hondura de su patriotismo.
Apartemos nosotros todo lo que pueda desviarnos de la recta ruta trazada, y de tal modo, la Reparación trasuntará sus óptimos beneficios. Así como nos mantuvimos invulnerables en todos los infortunios de la nacionalidad, debemos afirmar la figuración histórica que hemos levantado para orgullo y honra de la República.
De la misma manera que nos sobrepusimos a todas las adversidades y desencantos, a través de una contienda entablada en forma tan desigual contra los sojuzgamientos y sumisiones a los falsos poderes, así debemos ahora desdeñar todos los prejuicios y temores, manteniendo los ideales en su fuente de pureza absoluta, sin sombrear su limpidez con nada que pudiera empañarlos, ya que no puede haber mayor satisfacción que ver culminar la patria por el camino de su grandeza.

XLV
Conservemos el prestigio que la obra ha alcanzado, para que los resultados finales sean dignos de la Nación. Grabemos cada vez más profunda-mente su carácter, profesándole la fe de sus inspiraciones y con el sentimiento patriótico con que fueron afrontados, y alejemos de nosotros toda consideración extraña a sus fundamentos generadores.
De otra manera desaparecerían los impulsos idealistas, se desvanecerían las nobles inspiraciones, y cesarían esos generosos sentimientos que elevan al hombre por encima de las pasiones deleznables. Sabemos bien que hemos empezado una nueva época y para trabajar incesantemente por su mejoramiento, debemos inspirarnos en las ideas evangélicas que la terminaron y que serán las fuentes de todas las conquistas sociales y políticas.
No olvidemos tampoco que nosotros hemos sido los predestinados por Dios, para ser los primeros que miráramos para abajo, que es sin duda alguna, la mejor manera de mirar para arriba. Abajo estaba el pueblo, y con él nos confundimos, hermanados.
El apostolado político que asumiera, afrontando en todo sentido sus consecuencias, no tuvo jamás debilitación alguna en su iniciación y en su trayectoria posterior y, por consiguiente, tampoco debe tenerla en su solución verdadera y total. Hay que pensar lo que sería del país, del gobierno de la Nación y del orden público, con la subsistencia, continuación y derivación de los regímenes fraudulentos.

XLVI
Cuando se abarca en una condensación tan vasta las decisivas expectativas de la patria, para los que tenemos puestos en ella los fervores más ciertos de la vida, no podemos menos que pensar sino en soluciones acordes con los imperiosos deberes que exige, abrigando el convencimiento de que las tendencias más impudentes y sacrificadoras de la República, generadoras del ominoso reciente pasado y de los estragos y las violencias más inauditas, y volverían a imperar inevitablemente en la vida del país.

XLVII
Llegar a concebir y culminar una doctrina de significado tan profundo como trascendente, era la extensión de la causa que la inspiraba, y dilucidarla y afirmarla en entidad absoluta con concordantes rigores y normas morales, cívicas y políticas. Y ello fue desde el llano, desde la oposición, sin más fuerzas que las propias, en un medio de declinaciones, de renuncios de la conducta, y dentro de una conflagración regimentada de durezas poderosas y opresoras, que operaban desde la eminencia de los gobiernos. Es de una grandeza tan excepcional y definitoria de los ideales a cuyo impulso se movía, que todo cuanto tienda a desconocerla o con mengua sopesarla, ya no servirá sino para certificar una torpe irreverencia, que lleva en sí misma implícita su inevitable descalificación.
El triunfo de tan alto ideal ha sido la empresa más trascendente que desde la gesta emancipadora, haya realizado el país, pues no sólo rescata la unidad histórica argentina, sino que habrá fundado e impuesto al pueblo una moral política nueva y una escuela cívica de claras y perdurables enseñanzas, sin las cuales se producirá en las sociedades una fatal declinación en todo lo que enaltece y dignifica la vida, y le infunde un sentido de responsabilidad moral al destino del hombre.
Los que tengan corazón de patriotas, los que ambicionan la grandeza de la Nación, su fortalecimiento interno y su esplendor exterior, deben profesar tales justas esperanzas, pensando solamente que por el bien común pueden llegar al logro de la realización de esas aspiraciones. Y si ocupan cargos representativos de la opinión pública, no deben olvidar que deliberan por causas sagradas y principios inmanentes. Los gobiernos pasan en su rotación constante; pero los sagrados dogmas permanecen inmutables a través de los tiempos. Además, desde la altura deben venir los grandes ejemplos, para que la ciudadanía vea en ellos la norma de conducta austera que señala los caminos rectos y afirmativos.

XLVIII
Los hombres de Estado fracasarán siempre que no contribuyan a extinguir las causas que perturban o dañan el desenvolvimiento natural y progresivo de los pueblos, y si distraen su atención del espíritu potencial de los tiempos, a cuyas direcciones tienen que inspirar los cauces orientadores.
Hay el deber de concurrir siempre a los justos anhelos de las transformaciones públicas con los resortes apropiados del gobierno, imprimiendo a la labor directiva el ritmo de la hora universal. Por otra parte, va lo ha dicho Platón: que el arte de gobernar consiste en hacer amar a los pueblos la Constitución y las leves.
Retardar la concurrencia interfiriendo acciones dilatorias de política utilitaria, es atentar dolosamente, colocado ajeno a la realidad circundante, contra los deberes que las responsabilidades irrecusables imponen. Esa es la obra que debemos cumplir y a la que nos impele la causa de la civilización en todo cuanto eleva el espíritu y embellece la vida de las sociedades y mantiene los principios de justicia arraigados en el sentimiento de la patria. ¿Cómo se explica, entonces, que la Reparación, a través de los preceptos del dogma haya podido ir nutriendo y modelando la conciencia de la ciudadanía argentina, si no respondiera, como lo hace, a una concepción arraigada en los sentimientos más extrañados de la raza?

XLIX
Es el ideal revolucionario lo que ha salvado la Patria. Sin la revolución, la Reparación no hubiera podido imponerse y el régimen hubiera dilatado sus usurpaciones llegando sin aprensión, sin escrúpulos, a torcer las corrientes de la historia, comprometiendo los destinos nacionales. Los que han caído envueltos en la bandera de convicciones tan altas, los que han ofrendado su sangre, su heroico esfuerzo con el fin de realizar esta obra y cimentar este apostolado, han merecido bien de la patria y sus nombres ilustres tienen el respeto y la gratitud eterna del pueblo argentino.
En la lucha ardiente y largamente sostenida, solo se buscó el desplazamiento de un mal que nos deprimía como pueblo y comunidad civilizada, persiguiendo un concepto y una finalidad superiores. Por esa causa el movimiento contó con pensadores y mártires que vivieron consagrados a la obra y murieron por cumplirla. Asimismo, la juventud le prestó su noble y puro idealismo, como los arrebatos de sus apasionados entusiasmos.
De ahí que podemos dar por terminados el antagonismo entre el pueblo y el gobierno -tremendo drama de la civilidad nacional- y, contemplar en la armoniosa unidad de sus finalidades, la imagen de la patria, renacida en su esplendorosa plenitud de sol y cielo.

L
La sentencia pronunciada por el pueblo argentino al proscribir al régimen de sus escenarios públicos es definitiva, y no existe potestad que pueda rever ese juicio condenatorio. Vencido en la contienda nacional, el sentimiento ciudadano ajusta sus deberes a los dictados inflexibles de la moral política que fundamentara la justicia de sus actitudes y le dieran trascendencia histórica.
Por tal razón debe ejecutar el pensamiento de su empinada idealidad con la firmeza incontrastable de la visión profunda de sus propósitos esenciales, y restaurar la plenitud de sus fueron sancionados definitivamente, ya que no existen ahora cuestión de fondo que debatir, sino grandes cuestiones de bien público que deben hacerse efectivas, ciñendo las funciones eminentes, al mandato de los pueblos. La salud de la patria es la primer solidaridad y el mayor de los problemas.
Por eso, frente ala difícil obra de la Reparación consumada, por medio de un esfuerzo que reclamó la acción de más de un tercio de siglo, toca al pueblo argentino conservarla como un culto y perfeccionarla como un ideal colectivo. Que nunca su idealismo y su fe sirvan para nutrir sentimientos pequeños o facciosos; el mandato de la Reparación nacional viene de Mayo. Hasta allí hay que elevar el pensamiento para no traicionar sus principios ni errar el camino.
Se recuerde siempre que son las leyes del avance armonioso y ordenado las que desarrollan progresivamente a las sociedades y las conducen a sus fines de conquista y perfección, y que luchando contra los obstáculos que se anteponen a tales fines superiores, es como los pueblos evidencian el genio de que están dotados. Es por ese espíritu que Dios ha puesto en el alma de la humanidad, que ella se encamina constantemente hacia adelante, señalando su eminencia en la historia universal.
Si se olvidaran estos preceptos, se rodaría por la pendiente inclinada en que se confunden las doctrinas por las causas ocasionales que las sustentan, para entremezclarse desvirtuando sus esencias y las finalidades que aseguran y fundamentan los destinos manifiestos de la Nación.

LI
Lo que importa, pues, es discernir el bien que hemos alcanzado y corresponder fielmente a sus consagraciones. La Nación que está investida de virtudes todopoderosas, debe trascender las más altas idealidades y las efectividades más encumbradas.
Los gobiernos pueden labrar la felicidad de los pueblos, orientando sus actividades en el movimiento integral de las acciones. En la verdad de la ley pareja y de una justicia social humanista y cristiana que tienda a resolver los derechos de los que menos tienen, armonizados con los poderosos, que lo tienen todo, hay campo para aplicar lealmente los preceptos de la Reparación nacional. Pero, en cambio, si ello se desestima, y se tiende únicamente a la prepotencia de la fuerza indiscriminada, que escuda la impunidad y la injusticia, y sanciona los fueros del privilegio, fatalmente se rueda por la pendiente que precipitaría al país al caos de la anarquía y la disolución.
Las grandes y justas aspiraciones impresas a las obras de los pueblos, demandan devociones patrióticas elevadas, y a veces, estoicas determinaciones en la afirmación de la propia fe. Pero la victoria pertenece siempre a los insobornables y limpios de conciencia y corazón. Por ello, la Nación debe ofrecer el ejemplar espectáculo de todas las actividades políticas, en lo social, económico y cultural, actuando en los escenarios conquistados por la libertad, a cubierto de la violencia y de las imposiciones sojuzgadoras que caracterizan el pasado.

LII
La salvación de la República estuvo concretada en las energías reparadoras que no solamente emanciparon y ennoblecieron la vida pública, sino que ensancharon ampliamente sus horizontes. Por tanto, no debe consentirse en desviaciones que interfieran la orientación histórica que con sublime heroísmo se trazó, porque sería ello renunciar a las grandezas que suman nuestra prócer predestinación.
La República Argentina, cumplirá fatalmente con su alto destino, consagrando la libertad y la justicia en sus representaciones públicas, como signo inconfundible de su tradición histórica, guardando leal armonía con su origen preclaro y abriendo nuevos escenarios a los perfeccionamientos de la vida universal.
Resta ahora que sus bases jurídicas se consoliden en absoluta correspondencia con sus fines. Sólo falta que este movimiento lleve la plenitud de su espíritu y su savia regeneradora al organismo social y político de los gobiernos, comunicándoles desde su elevado ámbito el estímulo del ejemplo, uniéndose al paso para prolongar los mandatos de la historia.
Atender nada más que el resultado inmediato, es entregarse inerme ala inconsistencia de la hora subsiguiente, que llega con su necesidad premiosa exigiendo a veces la virtud que menos teníamos decidida. Debemos afirmarnos en el convencimiento de que la solución debe buscarse tal como la hemos planteado con los más austeros preceptos morales y las legítimas consagraciones públicas, para así extinguir la planta maldita de las bastardas ambiciones y los subalternos aprovechamientos. Así cada día que avanza el tiempo, nuestras concepciones seguirán penetrando con mayores lucideces y con ejemplares enseñanzas en la declaración histórica de constructivas irradiaciones. El dogma político abarcará el desarrollo completo de la vida integral del país.
Se juzgará que mis preocupaciones y mi pensamiento resulten redundantes con la insistencia que giran alrededor de una idea central y dominante. Pero no es así. Debo encarar la cuestión fundamental de la supervivencia de la Reparación nacional, con el mismo interés patriótico que si se tratara de la supervivencia de la Nación, ya que ambas integran la realidad de un mismo destino.
De nada vale ninguna dignidad pública que no esté avalada por la certitud y la caracterización moral de aquel que la formula o aquellos que han hecho lo contrario de lo que ese juicio establece. Las inspiraciones del sentimiento patriótico tienen que guardar una absoluta armonía con la inflexibilidad que caracterizó la contienda nacional. La tarea que nos impone ese responsable deber es ardua, pero es necesario construir fundamentalmente la Nación, en la aplicación de auténticas soluciones de bien público.
Si cuando por medio de una unánime sanción nacional llegamos al gobierno -en una justa electoral desventajosa- buscando las cancelaciones del desastre causado por el régimen al país y a la ciudadanía, se creía va haber alcanzado la solución final; si ella se desviara, en defecciones culpables, el descontento nacional no tendría límites, porque ninguna tragedia moral para los pueblos es mayor que la que se origina en la frustración de sus esfuerzos o el malogro de sus conquistas. En ese caso la pérdida de la fe es un crimen de lesa patria.
La obra histórica misma, quebraría su continuidad en el tiempo si se la interceptara en su vigencia en la acción de gobierno, rescatando de la conciencia ciudadana sus benéficas idealidades y su espíritu renovador. El hombre de Estado fracasará siempre que no se proponga esforzadamente a extinguir las causas que malogren el desenvolvimiento natural de los pueblos, aplicando los resortes constitucionales y el orden jurídico con sabia escrupulosidad. No puede haber ficciones morales, políticas ni sociales que lo determinen para excusarse de cumplir los requerimientos esenciales de la comunidad. Los gobiernos que en tales oportunidades han sabido responder honradamente a esas esperanzas y a las aspiraciones de bien público, llenaron ciclos de la historia, e impusieron a las naciones la marcha del progreso y la felicidad. El carácter y la conducta no se revelan sólo al afrontar las imposiciones de las causas, sino que se expanden en sus influencias afirmativas, cuando llegan a solucionarlas con acentuaciones definitivas.
Por ello, el gran propósito cuyo signo es el de la suprema ley de la Nación, será mantenerse a la altura del mandato representativo, en la línea del decoro y rectitud que emana del precepto dogmático de la causa.
Dentro de las normas que fijan esos sabios preceptos de la Reparación, la concepción del Estado debe sustanciarse con mayor amplitud para responder a las exigencias perentorias de la Nación. La soberanía en sus expansiones definidas reclama la política tan lúcidamente sentida por el país, como reflejo de todas las inspiraciones del patriotismo, en la aplicación integral de las condignas soluciones.

LIII
La Reparación es un imperio de la dignidad argentina. Pero un imperio que se afirma y robustece en la aplicación y desarrollo de las fuerzas del espíritu. No fue, no pudo ser nunca, en su gestación originaria una confabulación de egoísmos, de intereses pequeños, de ambiciones bastardas o de ansias de poder. Fue, en cambio, una gran cruzada que emprende la argentinidad para retomar la marcha perdida de su tradición histórica, que viene de Mayo. Fue, asimismo, acción revolucionaria que, al mismo tiempo que se propone conservar las virtudes esenciales de la raza, en el ejercicio activo de prácticas cívicas idealistas y regeneradoras, se les iba formando una conciencia clara de sus deberes a los ciudadanos, y haciéndoles responsables del destino de la Nación. Por ello sus fundamentos dogmáticos y sus principios éticos deben difundirse sistemáticamente en el ámbito del país y bajo los auspicios de la más alta razón de Estado.
Se pretende a todo trance, por intermedio de confabulaciones inauditas, desviar la orientación de las soluciones sancionadas por el pueblo argentino, para convertirlas en fórmulas contraproducentes de oprobio y atraso. Si ello pudiera suceder caeríamos - lo afirmo una vez más-, en las más impudentes regresiones que de nuevo entregarían el país a las contingencias del pasado ominoso, desde que de todas partes se veía aparecer el recrudecimiento de las dolorosas prácticas abatidas, y ocupar posiciones estratégicas a las fuerzas del privilegio.
No es posible admitir que la causa del honor nacional y el destino de los argentinos, se deriven a una declinación en la cual se llegarían a confundir con las anormalidades de una época nefasta ya superada. Sería un verdadero sacrilegio, en contradicción con los lineamientos rectores de la obra de la U. C. Radical, y con la altura del ideal que estuvo revestida, y no estaría en concordancia con el heroico esfuerzo realizado por la ciudadanía para su conquista. La empresa formidable de la Reparación quedaría trunca y quién sabe qué extravíos y horas amargas le esperan al pueblo de los argentinos.

LIV
La Nación no debe ni puede consentir en tales funestas pretensiones, que entrañarían un grave peligro para la paz social de los argentinos y frustrarían su orientación histórica. De ocurrir ello, tornaríamos de nuevo a la Era revolucionaria, a la inseguridad, a la zozobra, a la prepotencia de los poderosos y al reinado de la injusticia. Es menester apercibirse de que las grandes soluciones reclamadas por la vida de una Nación no pueden ser detenidas por eventuales tendencias regresivas y mezquinos intereses coaligados, a espaldas de la voluntad popular. Es suprema ley de las evoluciones humanas que mientras no quede consumada una obra de carácter político y social, inspirada en la realidad telúrica de un pueblo, subsistirán las inquietudes y fenómenos latentes, que habrán de interferir en la conquista de su auténtico destino.
La sentencia histórica pronunciada por la opinión nacional proscribiendo al régimen del manejo de la cosa pública es inapelable e irreductible. Si por una fatalidad volviera a tomar las riendas del destino de la República, recrudecería la tragedia y de nuevo se volvería a la contienda cruenta en todo el territorio argentino. Es preferible, antes de caer en tales tremendas equivocaciones, hacerse cargo responsable y serenamente del problema político, en todos sus aspectos, y pensar que más allá de la lealtad a los principios y el respeto de los compatriotas, no queda otra cosa que la conciencia remordida y la pérdida de la paz del espíritu.
La U. C. Radical tiene fe en sus hombres, pero no obstante ello, queda convocada para mantener irreductiblemente los principios fundamentales que inspiraron su doctrina, y para hacer fracasar, al mismo tiempo, la posibilidad de que la Nación vuelva a las encrucijadas siniestras del pasado.

LV
Por otra parte, los gobiernos deben asumir el carácter y significado que les impone la situación en que encuentran el país. Sustraerse a su obligación por actitudes extrañas, es desvirtuar los móviles que determinaron el proceso histórico de la Reparación nacional. Los propósitos y los procedimientos tienen que ser rigurosamente armónicos en sus conclusiones. Los mandatarios que sean capaces de colocarse a la altura de estos actos que entrañan un sentido histórico serán dignos gobernantes del pueblo argentino, y no habrá ciudadano respetuoso de la justicia que no tribute su testimonio de adhesión ante la integridad y sabiduría de tales estadistas, que encaucen el país dentro de las direcciones fundamentales y permanentes.
De ese modo se consolidan las garantías de la libertad, del derecho y de la justicia; grandes palabras que habían perdido para los argentinos su verdadero significado. Hay que saber que las instituciones jurídicas más avanzadas, se malogran si no se ejercitan al amparo de una voluntad férrea y una decisión irrevocable que las encaucen por el camino constructivo que ellas mismas representan.
Esta alta y noble labor de los estadistas, está siempre expuesta al error, por la intervención de las facciones desplazadas de la función pública, que pretenden tornar al pasado regiminoso, sin haber aprendido nada en el ostracismo e inmune a toda posibilidad de enmienda y de renovación en sus prácticas democráticas.
La regeneración reclamada y alcanzada por todo el país, es incompatible con el predominio de las oligarquías que si tuvieran en sus manos los resortes de poder y la impunidad de los poderes nacionales, se afianzarían en sus sistemas de fuerza y regresión. El fraude, la violencia, el dolo, la agresión armada, los ultrajes a la ciudadanía y la torpe burla de la ley, serían los medios activos que concurrirían para oponerse a la Reparación sancionada por el pueblo argentino, y se habría consumado, así, una estafa siniestra al destino de la República Argentina.

LVI
En tal situación la voz del deber llama a todos los ciudadanos a rodear la bandera de la patria, y prestar a la acción reivindicatoria el apoyo de su esfuerzo y de su entusiasmo, en tanto que los gobiernos hacen cuanto pueden por desdorar su representación y suscitan resistencias y cometer excesos que tienden cada vez más a trastornar la tranquilidad del país. Por eso los momentos presentes tienen un valor decisivo, para el destino de la República, que puede terminar va con la redención de la patria, o de lo contrario, caer ignominiosamente bajo el imperio nefasto de la opresión.
La Nación no debe declinar por ninguna consideración de la frustración del ejercicio pleno de la soberanía. Ella se congregó para restablecer los principios que fundamentan su existencia y que jamás deben transigir en la consumación de las insidiosas tentativas que anularían sus sanciones y malograrían su vida institucional. Si se llegara a olvidar los propios credos, se caería en adaptaciones retrógradas con las declinaciones consiguientes de su carácter y su conducta.
Por eso la ventura y prosperidad, la atmósfera de libertad que tanto bien hace a la salud del pueblo, tuvieron real vigencia en el momento mismo de la restauración del ejercicio de la soberanía, y convirtieron la heredad patria, en auténtica tierra de promisión, para todos los doloridos del mundo, que pudieron darse a la tarea noble, mancomunados con los hijos del propio predio, de realizar la grandeza de la Nación.
Debemos ir hasta el fin, con la urgencia con que los acontecimientos se vayan desarrollando para mantener a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones frente al derecho común y ante el ejercicio de la soberanía. Es preciso no olvidar, en estos momentos solemnes de la vida de la República, que un golpe de timón equivocado dado a la nave del Estado bastaría para cambiar el rumbo de las direcciones nacionales, y hundirnos para mucho tiempo, quién sabe en qué extravíos y en qué horas de trágicas zozobras.

LVII
Llénase el espíritu y el pensamiento de perplejidades ante la posibilidad de que por cualquier causa pudiera desaparecer del escenario nacional la contienda reivindicatoria, teniendo en cuenta, que todavía no se ha alcanzado la solución total perseguida, en la recuperación del país, en todos los aspectos de la vida nacional. Tal hecho entrañaría una fatalidad, cuyas consecuencias desastrosas para la patria, únicamente podría medir y apreciar la Divina Providencia. Esa causa política, que es un movimiento de carácter nacional -pues representa lo auténticamente argentino-, se ha gestado en el tiempo nutriendo y decantando sus esencias, en la adversidad y el dolor. Por ello es fuerte y arraiga en el espíritu mismo de la raza.
Por eso, también, suma en sí lo mejor de la ciudadanía patria; aquella que cree exaltadamente en el destino superior del país. Representa el formidable poder de la opinión pública, gestado en las largas y duras luchas de sus contiendas cívicas: en la revolución, en la intransigencia y la abstención. La alimentó el idealismo puesto al servicio de la República en sus formas más puras. Se hizo de tal manera una suerte de religión laica, y tuvo una mística. Congregó bajo su bandera a los hombres de todas las clases sociales y todas las edades. Los jóvenes le dieron su exaltación y la pureza de los sentimientos; los obreros, la reciedumbre de sus brazos nervudos y los intelectuales las mejores inquietudes de sus espíritus. Por ello, es de la República la emoción más esclarecida que se dilata hacia el porvenir. Suprimamos con la mente la existencia viva y actuante de la Reparación, de las justas cívicas de la Nación, y nos encontraremos frente a la noche del caos y la anarquía.
Así con la República advino al mundo con su prodigiosa naturaleza, mostrando la alcurnia de su espíritu y la dimensión de su voluntad, así, con ese signo de imperio augural, y con esa misma irrevocable predestinación, debemos conservar la reivindicación redentora de la U. C. R., que ha escrito uno de los capítulos más gloriosos de la historia argentina. Así, erguidos y resueltos debemos mantenernos en este instante crucial del destino de la Nación, abnegados y decididos. Somos la patria misma, en la verdad de nuestros ideales y la virtud de nuestros sentimientos. En nosotros confía la República; demostremos que sabremos ser el nexo de su continuidad histórica.

LVIII
La U. C. Radical es -lo reitero, finalmente-, la patria misma. Movimiento de opinión nacional que enraíza en los orígenes de Mayo. Nunca doctrina alguna se consubstanció tan hondamente con el espíritu y los anhelos de una raza, manteniendo intactas las mejores tradiciones de su historia.
Yo puedo afirmar, con verdad meridiana, que es la existencia misma de la República, y por eso, prenda segura de trabajo, de paz, de libertad, de progreso y de justicia.
Dios depare al pueblo argentino, la ventura y la riqueza que merece, y que no decline nunca de la jerarquía espiritual que hoy representa, como una de las naciones más soberanas y generosas de la Tierra.


Buenos Aires, 1923.

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