lunes, 7 de marzo de 2011

LA AFIRMACIÓN

por Luis Alberto de Herrera

CONTRA EL PACTO_KELLOGG

El voto del Dr. Luis Alberto de Herrera contra el Pacto Kellogg, constituyó un claro pronunciamiento internacional.
Fue, además, su primer acto antimpenalista en carácter de go¬bernante. Ocupaba en ese momento un cargo en el Consejo Nacional de Administración; tenia funciones ejecutivas. Adquirió, pues, su voto, una significación especialísima; fue la afirmación de su vocación antimperialista; la historia lo recogió como una actitud y una conducta muy claras y expresivas.
Del libro biográfico de Pintos Diago, ya citado, extractamos la crónica de la sesión del Consejo, realizada en octubre de 1928:
"Al discutise en el seno del Consejo Nacional de Adminis¬tración el mensaje de la presidencia de la República, que lo consultaba sobre el pacto antibélico de que es autor el canciller norteamericano Mr. Kellogg, y que acaba de ser firmado por las grandes potencias, manifestó el Dr. Luis Alberto de Herrera su decisión de votar contra la adhesión del Uruguay al referido pacto, por dos razones fundamentales: por la necesidad de imprimir cada vez mayor vigor a la personalidad moral de América y por el sar¬casmo que importa tal acertó pacifista de Estados Unidos y su exaltación teórica del derecho de los pueblos, a la misma hora que sus tropas arrasan con el derecho en Nicaragua".
Dijo: "Para estar en paz con todo el mundo, nosotros no precisamos el pacto Kellogg. Tampoco tenemos por qué incorporar¬nos al candido coro. Después de un siglo de independencia, ya es tiempo de que las repúblicas colombianas piensen y procedan con criterio propio, examinando los asuntos externos desde sus propios puntos de vista. En cuanto al segundo aspecto de la cuestión, considera que en las circunstancias actuales, el pacto Kellogg debe sonar a hueco en los oídos sud y centro americanos. Dice su cláusula esencial, como lo destaca el mensaje de la Presidencia, que por él "se condene la guerra para el arreglo de conflictos inter¬nacionales, renunciando a ella como instrumento de política nacional en sus relaciones mutuas, reconociendo que el arreglo o la solución de todos los conflictos y litigios de cualquier naturaleza o de cualquier origen que sea, que puedan surgir entre ellos, sólo de¬berán buscarse por medios pacíficos". Y bien: esas bellas promesas están totalmente desautorizadas por la política atentatoria que se desarrolla en Nicaragua. La conciencia continental condena acerbamente ese odioso atropello, también condenado por gran parte del pueblo de los Estados Unidos.
Con la resistencia de Sandino están nuestros corazones. Ante lo que sucede en Nicaragua enmudece el elogio al pacto Kellogg. El sentimiento de verdadero panamericanismo nos identifica con el dolor de la pequeña y valerosa república, esclarecida por su derecho y por su propia debilidad. Artigas, el primero, reconoció en su famoso decreto autorizando el corso, la hermandad de las repúblicas nacientes. A través de cien años se han estrechado esos vínculos fraternos, de tan noble tradición entre nosotros. Vota, pues, contra la ahesión al pacto Kellogg por entender que mientras haya un solo soldado norteamericano en Nicaragua, el pacto Kellogg no pasa de ser otra "tira de papel".
Esta fue la única voz oficial que se levantó contra la doctrina norteamericana, incompatible con los hechos nicaragüenses. Manuel Ugarte, eminente americanista argentino, lo felicita desde Niza, diciendole: "Así debe vibrar la voz de nuestra América".

LA CAUSA SANDINISTA

Vuelve a apuntar Carlos Zubillaga en su documentado y severo estudio sobre la personalidad de Herrera:
"La causa nicaragüense encuentra en Herrera — en su exaltada definición antimperialista— un vocero desinteresado y eficaz. Vincula la agresión a la tierra de Sandino con la secesión panameña, y la actitud de desembozada prepotencia pacifista en la Conferencia Panamericana de La Habana, brindando en una página de inusual severidad, habida cuenta de su posición política de entonces, el juicio condenatorio de las ambiciones imperiales norteamericanas".
Sigue, reproduciendo los conceptos de Herrera:
"Fuera de duda, la acción de Estados Unidos en Nicaragua presenta los más odiosos caracteres. Para condenarla, no es si¬quiera necesario tomarla en detalle. A la misma hora en que se extermina, en guerra desigual y tan bochornosa, por lo mismo, para el fuerte, a los bravos de Sandino, que encarnan el derecho sagrado do las patrias, se inaugura, con palabras sacramentales de paz, la asamblea corintia de La Habana. Con razón, abundó en ironías la prensa europea. Dos modos distintos y un solo fin verdadero: repe¬tir en Nicaragua lo que antes se hiciera en Panamá. Arrebatar, porque así conviene, el solar ajeno. El presidente Roosevelt lo hizo, invocando, con singular rudeza, la doctrina inicua del garrote, del bigstick. El presidente Coolidge opta por pasar, sin verlo, junto al atentado, absorvido en lalectura del evangelio, predilecto del puri¬tanismo. A pesar de ser tan repudiables las dos actitudes, quizá sea preferible, por su misma y confesada crudeza, la de quien dijo todo lo que quería y no la de quien quiere todo lo contrario de lo que dice".

LA DECADA DEL 30

El año 1931 estuvo signado por urgencias de política interna que polarizaron la atención de Luis Alberto de Herrera. No por ello, el ojo avizor, dejó de ver los problemas americanos que se desenca¬denaban.
Y aquí es necesario poner el énfasis; ya que es muy común — en algunos historiadores— la tendencia a limitar la concepción nacionalista y antimperialista de Herrera al solar nativo, con despreocupación del panorama americano. Con solo leer las actas del Directorio del Partido Nacional y las colecciones de "El Deba¬te", surje nítida su constante preocupación por las americanas pa¬trias hermanas. En cuanto a las Conferencias Panamericanas, puso siempre especial celo y vigilancia porque no fuera vulnerado el principio de no intervención; y, las más de las veces, sin que fuera nuestro país el agraviado, se levantó condenatoria su voz contra la agresión ajena.
Terminamos de examinar el caso de la Nicaragua de Sandino; otras vendrían en el panorama de latinoamérica, como lo veremos.
La dictadura de Uriburu en la Argentina mereció su severa condena, expresada en múltiples intervenciones y artículos lapi¬darios en "El Debate", así como con el ofrecimiento de su casa al gobernante derrocado, Hipólito Irigoyen, "caso de que resuelva venir a estas playas..."
Al prologar el libro "Del Plata a Usuhaia", de Salvador de Almenara, en clara referencia al confinamiento de Irigoyen en la isla Martín García, complementada con la analogía histórica, escri¬be para el bronce: "Irigoyen en 1828 habría sido fusilado; Dorrego en 1931 estaría en Martín García".
En julio de 1931, recala en Montevideo rumbo al destierro, Carlos María de Alvear; Herrera lo recibe, en acto de confratemi¬dad platense y de solidaridad en el infortunio.
También en Chile había sido derrocado el presidente Alesandrí, por el dictador Ibañez. Herrera, desde "El Debate", asumió personería por el presidente derrocado; y cuando, a su vez, cayó Ibañez, escribió alborozado: "Resurgió el pueblo chileno. Ha caído un dictador".
En Cuba usurpaba el poder el dictador Machado y el pueblo cubano se lanzó a la insurrección. No demoró Herrera en tomar posición; así escribió en agosto del 31: "Se tambalea la dictadura de Machado en Cuba. La rebelión cubana es una acción nacional contra quien ha transformado la república en una monarquía".
Saludó, en setiembre del mismo año, la incorporación de México a la Liga de las Naciones, de la que estuviera ausente por su posición ante la doctrina de Monroe y la política de absorción norteamericana.
Iguales actitudes fundamentó ante problemas similares de las repúblicas americanas. Así con Nicaragua, otra vez. Con los sugestivos título y subtítulo: "La Epopeya de la Libertad" — Nicaragua y Sandino—, escribe el Io de octubre:
"Un telegrama llegado ayer, nos trasmite en su laconismo trágico, la noticia de un nuevo choque entre Sandino, el romántico defensor de las libertades, y tropas de desembarco americanas, de¬fensoras de los intereses de los Banqueros de Wall Street.
En esta guerra infame que soporta Nicaragua por el solo hecho de ser un territorio estratégico para la construcción de un nuevo canal, cuyo dominio es codiciado por EE.UU. no sólo desde el punto de vista militar que ya de por sí es fundamental, dado que el de Panamá es fácil de obstruir en cualquier momento de peligro, sino también desde el punto de vista económico puesto que la distancia a recorrer entre costas Orientales y Occidentales de EE.UU. se re¬ducirán en 1.608 kilom. Hoy por hoy Nicaragua representa el dolor sangriento de América, que se debate entre las guerras del im¬perialismo, que no se para a escarniar el derecho siempre invocado en sus campañas de rapiña. "...Pero América, esa América cantada por el poeta de la oda vibrante y soberana: esa América que tembló de huracanes y que vive de amor no puede ceder el paso sin ver manchadas de oprobio las páginas de la historia. Sandino, un héroe continuador de la obra de los grandes libertadores —Washington, Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre— águila el mismo desde su montaña abrupta, vigila, acecha para caer a golpes de ala sobre los fusileros liberticidas ciervos del dólar, salvándose así la dignidad de su pueblo, mientras los hermanos de América —¡todos sus her¬manos! — pregonan el plan de defensa contra el avance insolente del actual imperialismo. Nicaragua doliente, Nicaragua sangrienta, es hoy el símbolo de la América libre, amenazada por el tirano moder¬no: el dólar".

CONFERENCIA DE MONTEVIDEO

La VII Conferencia de Montevideo, inaugurada el 3 de diciembre de 1933, marcó un hito importante en las relaciones entre EE.UU. y América Latina.
Desde las páginas de "El Debate", el Herrerismo prestó pre¬ferente atención al desarrollo de la Conferencia; y si bien es cierto que mostró un cauteloso optimismo ante el "giro anunciado por Estados Unidos", también es cierto que destacó profusamente toda manifestación latinoamericana, tendiente a salvaguardar sus derechos. Por ejemplo: cuando el delegado cubano, Ángel Alberto Geraudy, reclamó enfáticamente una declaración tajante sobre la no intervención, al tiempo que denunciaba que los EE.UU. estaban interviniendo en su patria y anunciaba el retiro de su delegación; Herrera destacó con grandes titulares: "Fue vibrante el alegato de Cuba contra las intervenciones".
También dio amplia publicidad a las declaraciones de los delegados de Ecuador, Cuba y Haití, sintetizadas así: "Expresan un criterio contrario en absoluto a las intervenciones y la más amplia independencia y soberanía de las naciones".
Del 15 al 19 de diciembre la Conferencia entró en el período fuerte de las definiciones. "El Debate", a través de sus titulares y artículos editoriales, fue marcando la tónica de las mismas. Mientras el 15 informaba: "Mr. Hull anunció una nueva era de la política internacional de los Estados Unidos"; al otro día se ufana¬ba: "Se sancionó el repudio a las intervenciones". "Por unanimidad 20 naciones aclamaron el principio de no intervención". "Por primera vez en la historia de las siete conferencias panamericanas, se resuelve el problema palpitante de América".
Harto concluyentes son estos testimonios, que jalonan una etapa importante en la política antimperialista del Partido Nacional.
También le da importancia fundamental a la posición la¬tinoamericana ante la ponencia yanki sobre sistemas arancelarios, transcribiendo las declaraciones del delegado de Ecuador, Dr. Antonio Parra: "La única manera que tienen nuestros Estados para independizarse es la de crear una unidad económica".
El 26 de diciembre, al clausurarse la Conferencia, editorializa con satisfacción patriótica, resumiendo los resultados en tres fundamentales: 1) Orientación antitarifista y creación de un or¬ganismo interamericano para la orientación económica-financiera de los 21 países; 2) No intervención; 3) Reafirmación del pacifis¬mo.
Esta última fue el epílogo para la guerra del Chaco al anun¬ciarse la paz entre Paraguay y Bolivia y declararse al 19 de diciembre de 1933 el "Día de la Paz de América" (El conflicto se estiraría, artificialmente, por los "intereses creados", hasta 1935).
Finalmente merece un párrafo la decisión adoptada por la Conferencia, referida al revisionismo histórico, materia prioritaria para el Herrerismo. "El Debate" publicó una entrevista al delegado paraguayo, Dr. Justo Pastor Benítez, quien pronunció una frase memorable: "La revisión de los textos de Historia podría llamarse la condonación de las deudas morales de los pueblos".

LA "BUENA VECINDAD"

Pero ¿cómo interpretar, si no conciliar, la anunciada nueva política, de la "Buena Vecindad", del presidente Franklin Delano Roosevelt, con los verdaderos propósitos imperialistas?
Es imposible, para una cabal interpretación del drama la¬tinoamericano con relación a su poderoso vecino norteño, sus¬traerse a observar, aunque más no sea a vuelo de pluma, a los "buenos vecinos".
Cuba, para empezar: ¿no era, acaso, un feudo norteamericano? La Enmienda Platt le había dado a los yankis el control militar, político y económico de la isla. Y cuando en 1933 Grau San Martín asumió el poder, sin miramientos ni recato, Summer Welles (emba¬jador de los EE.UU.) comenzó a preparar su derrocamiento. Y cuando cayó Grau y empezó el tiempo del sargento Batista, aquel pudo acusar, sin reticencias, al gobierno de Washington como responsable de su caída.
Guatemala, Honduras y Costa Rica, con los Ubico, los Tiburcio Carias y los Jiménez, eran feudos de la United Fruit. El Salva¬dor con Maximiliano Hernández; el "protectorado" de Panamá; Trujillo en la República Dominicana; por citar los más notorios, fueron ejemplos típicos de que dio en llamarse "las republiquetas del Caribe".
El drama de Nicaragua con el asesinato de Sandino y la "entronización" de los Somoza; la dictadura de Juan Vicente Gómez en Venezuela; fueron hechos en los que también —cier¬tamente— no estuvieron ajenos los Estados Unidos.
¿Dónde, pues, la buena vecindad?
Después, aún, vendrá e* ueii^^muento de Getulio Vargas en Brasil; lo de Spuille Braden en la Argentina; lo de "las bases" por nuestras playas; la dependencia de Colombia con el presidente Santos; los "vaivenes" de Alesandri en Chile; la vía cruxis de México con su "peligrosa" vecindad; Morínigo en el Paraguay, como ejemplo elocuente de la tragedia paraguaya.
¡Habría tanto qué escribir de este período!
Sin olvidar los sucesivos derrocamientos en Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Puerto Rico..., que hicieron trágico el panorama latinoamericano y escribieron el infortunio de los Germán Busch, Velazco Ibarra, Paz Estenssoro, Gaitán, Haya de la Torre, Albizu Campos,...
¡Todos con su fe nacionalista y antimperialista a cuestas!
Toda la década del 30, la pre-guerra, estuvo signada por las "intervenciones" más o menos descaradas de las embajadas yankis en los países latinoamericanos.
La nueva política, entonces, que registró lo más resonante con la supresión de la Enmienda Platt y el retiro de "los marines" de América Latina, tuvo el precio de admitir cualquier gobierno, por espúreo que fuera su origen, con tal de que fuese un "buen vecino" de los Estados Unidos.

LA DECLARACIÓN DE LIMA

Todo este panorama americano de pre-guerra se cierra con la Declaración de Lima (diciembre de 1938), complementaria de la Conferencia de la Paz celebrada en Buenos Aires en 1936.
El 23 de noviembre de 1938, ante la inminencia de la Conferen¬cia, Herrera —previendo y previniendo— pregunta desde las columnas de "El Debate": ¿Qué programa tiene la Conferencia de Lima? (...) ¿Qué ha probado que la América del Sur está en peligro? (...) ¿Quién ha pedido protección a Estados Unidos? (...) ¿No hay algo de alucinación y de miedo en esa pesadilla guerrera que padece Estados Unidos?"
El día 14, ya inaugurada la Conferencia, arremete con este ti¬tular: "Hermandad continental, sin cláusulas de vasallaje".
Hasta que el día 19, formulada la Declaración de Lima, luego de trabajosos esfuerzos, durante los cuales la Argentina consiguió incluir importantes modificaciones a la ponencia inicial de Estados Unidos, el Herrerismo saca sus propias conclusiones; muy jugosas por cierto:
"LA CONFERENCIA DE LIMA. Epílogo. La Conferencia de Lima terminó sus tareas. De las laboriosas sesiones ¿qué queda?
Aparte de la obra cultural y sanitaria cuyos resultados son como los de todas las demás Conferencias panamericanas especializadas que se reúnen periódicamente; de la cuestión internacional del momento, nos interesa saber ¿qué aporte representa la VIII Conferencia Panamericana a la paz y a la prosperidad económica de los pueblos latinoamericanos? (...) Abarca los "platónicos" ideales panamericanos en toda su gravedad y comprende todas sus consecuencias. En efecto: 1) El "generoso" propósito de la soli¬daridad panamericana traerá aparejado el rearme de la América LatirUi y por lo tanto la suscripción de empréstitos en dollars para comprar armas. 2) El contrato de empréstitos creará el des¬plazamiento de las preferencias comerciales de Europa hacia Esta¬dos Unidos, con grave daño de los intereses económicos de América Latina. 3) Automáticamente las bases navales, pero sobre todo, aéreas, de nuestras repúblicas pasarán con el pretexto de organizar su defensa a manos de los Estados Unidos". He aquí la realidad cruda y dura de los democráticos votos del venerable Mr. Hull. Su estampa de apóstol de la paz, se luce con dulce elocuencia en las conferencias panamericanas; sin embargo, la realidad "que es lo que es —y no lo que parece y lo que desearíamos que.fuera—, nos descubre en Mr. Hull al profeta de la guerra, queriendo arrastrar a naciones felices y jóvenes —ajenas a los planes europeos o asiáticos de EE.UU. — con declaraciones que no responden ni a la historia, ni a la sangre, ni al porvenir de la América española. ¿Peligros remo¬tos? El único peligro para América T.:*:~% ha siáu hasta ahora la voracidad de Estados Unidos".

¡CONCLUYENTE!
CONFERENCIA DE PANAMÁ

El año 1939 marcó el tragicismo del inicio de la segunda guerra mundial, a un cuarto de siglo de declarada la primera.
América se proclamó neutral, sin excepciones, organizándose en Panamá una conferencia consultiva.
Paz y Neutralidad — al tiempo que diseñó la tercera posición— fu» el grito patriótico de Luis Alberto de Herrera Con esta fe se mostró optimista por la anunciada reunión, aunque, no abdicando de sus naturales recelos, pidió que todo lo que se hiciese tuviera luego sanción legislativa. Tenía la mitad del Senado y sabía que por allí no pasaría ninguna iniquidad ni entregamiento.
Del ejemplar de "El Debate" del 19 de setiembre de 1939, transcribimos un editorial, en el que —con la inspiración de
Herrera— se analiza y define claramente la posición del Partido Nacional ante los problemas que agitan al mundo:
"El criterio con que a nuestro juicio deben ser encarados los temas que serán objeto de deliberación en la conferencia a reunirse próximamente en Panamá, debe sintetizarse en la consecución de dos objetivos primordiales: el mantenimiento de la neutralidad y las consecuencias que necesariamente han de derivar de la guerra en el orden económico-financiero para nuestro continente. Y, se añade a esta proposición, la de que se hace indispensable evitar que los anhelos de "espacio vital" en la América del Sur, se conviertan en realidades más o menos inmediatas. El mal ejemplo cunde y contra él, en el caso concreto de la doctrina inventada por el régimen nazi, es necesario estar prevenidos. Pero, quienes así se han pronunciado ya, omiten todo cuanto por otras vías que no sean las que las aspiraciones de "espacio vital" puedan abrir en la órbita de Hispanoamérica, es suceptible, también de "minar" las democracias que sus jóvenes Estados encarnan."...

EL NAZI COMUNISMO

"Si la Conferencia de Panamá ha d§ considerar el problema de lo que podemos denominar la defensa de las teorías políticas inherentes al predominio democrático, desvinculadas o no de las gravitaciones que a su respecto puedan ejercer las mudanzas económicas, producto de la actual contienda bélica, preciso será que sus miembros dirijan la vista tanto a los peligros de la derecha como a los de la izquierda, —en realidad hoy constituyen uno solo, por la fusión inconcebible del nazismo con el comunismo— puesto que ese invento insólito del "espacio vital" no representa una concepción menos sugerente, por lo que hace a sus medios posibles de obtención que la que traducen los planes comunistas, para — según declaración reciente de uno de sus cabecillas— "acabar con todo lo que se opone a los intereses de clase", finalidad para cuyo logro se afirma proyectar en estos precisos momentos "un golpe estratégico para aplastar al enemigo". Y no debe presumirse que en la calificación de "enemigo" no están comprendidas las democracias americanas. No es asunto baladí, el que refiere a la me¬jor defensa de las democracias, a una aplicación escrupulosa y sistematizada de los postulados políticos y sociales que les dan jerarquía en la estructuración gubernamental de las naciones. Este aspecto del problema que hoy plantean las pugnas ideológicas, en el terreno político, es el que menos se justiprecia cuando se trata de hacer prevalecer una u otra tendencia militante. Sin embargo, no es en otro ninguno, donde con mayor significación se encierra la clave de la verdadera defensa de un régimen democrático. Las fallas que a éste se le atribuyen, no están, por cierto, en la doctrina que lo sustenta, sino en la forma como ésta es interpretada y transforma¬da en acción concreta de gobierno. La idea permanece invulnerable, pero las aplicaciones no armonizan, generalmente, en los fines en que aquella reposa y para los cuales ha sido filosóficamente conce¬bida. De aquí se sigue, que para hacer eficaz la defensa de las democracias americanas, independientemente de la obra de cola¬boración colectiva inspirada en comunes ideales, es imprescindible la particular de cada gobierno, dentro de los límites políticos que le están trazados. Porque si la primera es de orden trascendente en los dominios del derecho internacional, la segunda debe estimarse de necesidad vital, a los efectos de fortalecer la fe de los pueblos respecto de las ventajas que el sistema ofrece del punto de vista de la preminencia de los derechos del individuo en sus relaciones recíprocas y del de la posesión de los fueros de soberanía al amparo de la libertad y de la justicia distributiva."
En las líneas que acabamos de leer, el Partido muestra su doctrina, con una precisión y amplitud tal, que puede llamarse —a justo título— una doctrina eminentemente americana.
Queda —bien sentado— el criterio autonómico e independiente de derechas e izquierdas, con un objetivo claro de orientalidad que apunta, convergentemente, al nacionalismo y al antimperialismo. Y por esa vía llega, natualmente, al americanismo.
El Partido no improvisa en la materia, el Partido recoge la herencia histórica con firme raíz federal y artiguista, cuajada en el legado lavallejista: Libertad o Muerte. Oribe se sintetiza en Independencia-Nacionalidad-Americanismo. Independencia o Muerte está gritando, heroicamente, Leandro Gómez ante los escombros de Paysandú y frente a la metralla flonsta-mitrista-brasileña. In¬dependencia y Libertad exige la lanza de Timoteo Aparicio. Todo por la Patria, fue la consigna de la causa por la libertad civil y polí¬tica, v la consecuente inmolación de Aparicio Saravia.
La defensa del sistema democrático, es la base subsiguiente a la doctrina matriz; y se emparenta —por vía natural— con los principios fundamentales: libertad, soberanía, derechos del indivi¬duo, justicia social.
Leer dos veces el editorial transcripto, importa beber —con avidez— en la fuente prístina del origen y destino del Partido Nacional.

CONFERENCIA DE LA HABANA

Finalizadas las reuniones de Panamá, que recomendaran "el establecimiento de la zona de seguridad" y "la libre circulación de las listas negras"; de inmediato comenzaron los sondeos para nm> próxima conferencia a realizarse en La Habana, donde se propondría el establecimiento del "cartel económico panamericano". (Contaron con la frontal oposición del Herrerismo).
De las ediciones de "El Debate" de esa época, extractamos dos artículos jugosísimos, en los que Herrera desenmascara el "interés yanki" en lo que atañe al hemisferio colombiano, y denuncia lo que más tarde serla el estrangulamiento económico.
En efecto, después, con creciente crudeza, se soportaron las presiones de las organizaciones económicas internacionales, dirigi¬das desde y por Estados Uñidos, sucediéndose bajo diferentes ró¬tulos: "Plan de Ayuda Económica a América Latina", "Alianza para el Progreso", "Fondo Monetario Internacional",...

EL CARTEL ECONÓMICO


"El Debate" (27/6/1940). "Los sudamericanos no tienen por qué entrar por el "cartel económico" que pomposamente se le ofrece desde el otro extremo del continente. Más de una vez, hemos se¬ñalado el doble aspecto egoísta y politiquero de la serie de ruidosas actitudes —a pretexto de "conmovedor" panamericanismo— que presentan los gestos internacionales de la Unión, en lo que atañe al hemisferio colombiano. Por una parte, se sirve la política domés¬tica; por la otra, se ata al propio interés mercantil el destino económico de las repúblicas sudamericanas".

"El Debate" (15/7/1940). "Como la palabra de los muy po¬derosos tiene siempre, aunque no se quisiera, inflexiones demasiado apremiantes, nunca se insistirá con exceso sobre la necesidad de que las delegaciones a la Conferencia de La Habana resistan a la se ducción estadounidense. Así lo decimos refiriendo, con especial mo¬tivo a la muestra. Nos apresuramos a reconocer lo difícil y aún desagradable, que resulta discrepar y resistir cuando el invitante se multiplica en cordialidad, desde luego, singularmente interesadas; pero ANTES QUE TODO, está nuestro propio interés económico".

LOS MANDATOS COLECTIVOS

Siempre refiriéndose a los puntos que serán tratados en la publicitada Conferencia de La Habana, editorializa mencionando el régimen de mandatos colectivos sobre las colonias europeas en el continente americano. Reproducimos estos sabrosos párrafos:
"...Cambiar de dueños, es acaso el único camino que debemos aconsejar a los hermanos continentales sometidos todavía al régimen de la colonia? Creemos confiadamente que el juicio ilustra¬do y valiente de los delegados a la Conferencia de La Habana ofrecerá otras soluciones más en concordancia con la historia de La Revolución Americana". "...Elemental parece seguir la norma polí¬tica de excluir para siempre el régimen colonial de la América li¬bre". ...Con tanta más razón debemos apoyar el deber elemental de luchar con todos los medios por la independencia nacional de las colonias". "...Es la única solución legítima que debiera adoptar la Conferencia de La Habana, interpretando el eco legendario de los Libertadores: Washington, Bolívar, Morelos, San Martín, O'Higgins, Artigas, Martí..."
Al editorial le hace digno corolario el artículo "Como la tin¬torera" aparecido en el mismo ejemplar, con el particular e incon¬fundible estilo de Herrera:
"A título, también de que no sufra melladura la resobada doctrina de Monroe, alguien pedirá —ya todo preparado de an¬temano— que "desinteresadamente" Estados Unidos, sacrificán¬dose como de costumbre, acepte ejercer mandato sobre las posesiones holandesas y francesas en América, a pesar de que tal no piden las respectivas metrópolis. ¿Puede alguien aseverar sin¬ceramente que corren riesgo de invasión Las Guayanas? Corre, sí, riesgo de que los Estados Unidos se queden arbitrariamente con ellas, a pretexto de "mandato", de necesidad militar, de cancelación de deudas atrasadas... Lo deplorable es que se quiera asociar a las patrias americanas y latinas a la gran farsa politiquera de los plutócratas neoyorquinos que a rio revuelto, aprovechan la oportunidad para pescar..."
En ediciones siguienes continúa Herrera, implacable: "¡Ah, no! Las Repúblicas sudamericanas no pueden entrar en eso. Pues tendría que ver que, a título de un peligro más que remo¬to, pero arteramente invocable como "cuco" circunstancial —muy ventajoso para quienes lo alega— la Unión echara la mano sobre las Guayanas y las islas del Caribe, que jamás le pertenecieron! La teoría de "los mandatos" fue hipócritamente creada por la descon¬ceptuada Liga de las Naciones para disfrazar conquistas terri¬toriales. En este hemisferio, nadie puede adherir a semejante extra¬vío. No es concebible que eso se admita".

NACIONALISMO BENDITO


Suelen anotarse, por historiadores, algunas limitaciones en la militancia antimperialista de Herrera.

Carlos Zubillaga, por citar un ejemplo, señala debilidades en su concepción nacionalista y algunas actitudes incongruentes, referi¬das — principalmente— a su exaltación de la doctrina Monroe; pero también —justo es destacarlo— se apresura a recurrir a ex¬presiones del propio Herrera, que las desestima: ("alguien equi¬vocándose, podrá atribuirme alguna incongruencia").
Por supuesto que no se está, durante sesenta años, martillando, sin que alguna vez el martillo no se desvíe. De cualquier
manera, es demasiado denso el pensamiento herrerista en la materia, para que puedan anotársele debilidades o incongruencias.
Serían —en definitiva— meras actitudes "sueltas", impuestas por
motivos circunstanciales y no de fondo; a las que Herrera solía
hacer concesiones de momento. Luego y desde atrás la línea es
vertical y homogénea, como que está afirmada en un estricto sentido de nacionalismo: nacionalismo bendito, como él mismo
proclamaba. ?
El referido historiador, con absoluta objetividad y honestidad crítica, se encarga de subrayarlo:
"Sea como fuere, al promediar la década del 40, Herrera recti¬fica plenamente sus juicios sobre la doctrina Monroe, y en una rei¬terada prédica periodística, cuestiona este instrumento de la polí¬tica exterior norteamericana, retomando el tono de las lejanas advertencias que como diplomático afectuara a comienzos del siglo e integrando, en forma congruente, este aspecto de su pensamiento internacional al esquema general de la opción nacionalista y antim¬perialista".
No es necesario abundar en lo de "rectifica plenamente sus juicios sobre la doctrina Monroe"; que no hay tal.
Herrera, a través de toda su actuación, hace continuas in¬vocaciones a la doctrina, "beneficiosa en su alcance defensivo"; pero — concomitan temente— recela del abuso que de ella hacen los Estados Unidos.
Así (más adelante lo veremos) en su discurso en el Senado so¬bre las bases, en pleno 1941, afirma: "Soy decidido partidario de la doctrina de Monroe". Diez años después (también lo veremos) ante Edward Miller, repite:"En su alcance defensivo aceptada la doctrina Monroe". Pero siempre agregó: "A título también de que no sufra melladura la resobada doctrina de Monroe", como lo dice en el artículo arriba transcripto; o el: ¿Por qué le beneficie estirar hasta el abuso y lo vituperable su elástica doctrina de Monroe, nosotros tendremos que aplaudir?
No hay rectificación tal, entonces. Siempre hubo una misma linea de conducta; graduando las limitaciones de la doctrina a sus alcan¬ces defensivos. Un examen atento de la política internacional de Herrera, lo pone, claramente, de manifiesto.

DESPUÉS DE LA HABANA

Finalizada la Conferencia, ufanos volvieron a sus lares los mandatarios de las repúblicas sureñas. Se había frenado, aparentemente, al coloso. Pero, a poco andar...
"La teoría en el tintero" (19/8/1940). La Conferencia de La Habana, moderando proposiciones irrefrenadas, acordó juiciosamente: Io) que lo del cartel económico se redujera a la simple colocación de los sobrantes de la producción, luego de servi¬dos los mercados universales, y 2o) que sólo se pondría la mano en las posesiones americanas de las naciones europeas (Francia, Ingla¬terra y Holanda) cuando ellas corrieran riesgo de caer en manos de otras potencias ultramarinas. En tal caso, se confiaría el gobierno accidental de dichas posesiones a la autoridad conjunta de varias repúblicas de este hemisferio. Por lo demés, y en última instancia, ¡sus habitantes decidirían de su suerte por propio pronunciamiento. Fundamental esta resolución.
Pero no ha pasado un mes desde la celebración de este otro cónclave espectacular. En efecto, en estos momentos, Estados Uni¬dos, por su sola cuenta y conveniencia, está en negociaciones con Inglaterra sobré las islas Jamaica, Trinidad y Vírgenes. Cuestión de trueque: una mano recibe barcos y la otra paga con bases na¬vales, con el consabido arriendo de los 99 años. En plata: la Unión adquiere nuevos territorios americanos, mediante una tratativa contraria a lo resuelto en La Habana. Otra vez aquello de, a mar re¬vuelto, ganancia de pescadores... Lo impuesto habría sido enterar del asunto a las cancillerías, por cuanto en La Habana se prohi¬bieron expresamente las adquisiciones territoriales en el continente y se dispuso que nada se haría sin el común consenso y, sobre tod, sin consultar a las soberanías insulares: ¡qué ellas decidieran de su destino!
Pero nada de eso se ha hecho. Todas las promesas y obligaciones de respeto al "prójimo" han quedado en aguas de borrajas. Y... Estados Unidos saca la cosecha.

Capitulo II de "Antiimperialismo y los yanquis"

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