viernes, 28 de septiembre de 2012
MEXICO Y EL IMPERIALISMO BRITANICO
5 de junio de 1938
La campaña internacional que los círculos imperialistas están
realizando sobre la expropiación de las empresas petroleras mexicanas, hecha
por el gobierno, se ha distinguido por poseer todos los rasgos de las bacanales
propagandísticas del imperialismo: combina la impudicia, el engaño, la
especulación de la ignorancia con la certeza de su propia impunidad.
El gobierno británico inició esta campaña al declarar el
boicot al petróleo mexicano. El boicot, como es sabido, siempre involucra al
autoboicot y por lo tanto viene acompañado de grandes sacrificios por parte de
quien lo hace. Gran Bretaña era hasta hace poco el mayor consumidor de petróleo
mexicano; claro que no lo hizo por simpatía para con el pueblo mexicano, sino
considerando sus propios beneficios.
El mayor consumidor de petróleo en Gran Bretaña, es el mismo
estado, por su armada gigantesca y el rápido crecimiento de su fuerza aérea. El
boicot del gobierno inglés al petróleo mexicano significaba, entonces, un
boicot simultáneo no sólo de la industria británica, sino también de la defensa
nacional. El gobierno de Mr. Chamberlain ha mostrado con una franqueza inusual
que los beneficios de los ladrones capitalistas británicos están por encima de
los intereses del estado. Las clases y los pueblos oprimidos deben aprender
profundamente esta conclusión fundamental.
Tanto cronológica como lógicamente, el levantamiento del
general Cedillo resultó de la política de Chamberlain. La Doctrina Monroe le
aconseja al almirantazgo británico abstenerse de aplicar un bloqueo
naval-militar a las costas mexicanas. Deben actuar por medio de agentes
internos, quienes, en realidad no agitan abiertamente la bandera británica,
aunque favorecen a los mismos intereses que sirve Chamberlain, los intereses de
una pandilla de magnates del petróleo. Podemos estar seguros de que las negociaciones
de sus agentes con el general Cedillo no se han incluido en el Libro Blanco que
publicó la diplomacia británica hace pocos días. La diplomacia imperialista
realiza sus principales negocios bajo el amparo del secreto.
Con el objeto de comprometer la expropiación a los ojos de
la opinión pública burguesa, la presentan como una medida “comunista”.
Se combina aquí la ignorancia histórica con el engaño
consciente. El México semicolonial está luchando por su independencia nacional,
política y económica. Tal es el significado básico de la revolución mexicana en
esta etapa. Los magnates del petróleo no son capitalistas de masas, no son
burgueses corrientes. Habiéndose apoderado de las mayores riquezas naturales de
un país extranjero, sostenidos por sus billones y apoyados por las fuerzas
militares y diplomáticas de sus metrópolis, hacen lo posible por establecer en
el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista, sometiendo la
legislación, la jurisprudencia y la administración. Bajo estas condiciones, la
expropiación es el único medio efectivo para salvaguardar la independencia
nacional y las condiciones elementales de la democracia.
Qué dirección tome el posterior desarrollo económico de
México depende, decisivamente, de factores de carácter internacional. Pero esto
es cuestión del futuro. La revolución mexicana está ahora realizando el mismo
trabajo que, por ejemplo, hicieron los Estados Unidos de Norteamérica en tres
cuartos de siglo, empezando con la Guerra Revolucionaria de la Independencia y
terminado con la Guerra Civil por la abolición de la esclavitud y la unidad
nacional. El gobierno británico no sólo hizo todo lo posible a finales del
siglo XVIII para retener a los Estados Unidos bajo la categoría de colonia,
sino que más tarde, durante los años de la Guerra Civil, apoyó a los
esclavistas del sur contra los abolicionistas del norte, esforzándose, en
beneficio de sus intereses imperialistas, en hundir a la joven república, en un
estado de atraso económico y de desunión nacional.
También para los Chamberlains de ese tiempo, la expropiación
de los esclavistas aparecía como una diabólica medida “bolchevique”. En
realidad, la tarea histórica de los del norte consistía en limpiar el terreno
para un desarrollo de la sociedad burguesa democrático e independiente.
Precisamente esta tarea está siendo resuelta en esta etapa por el gobierno de
México. El general Cárdenas es uno de esos hombres de estado, en su país, que
han realizado tareas comparables a las de Washington, Jefferson, Abraham
Lincoln y el general Grant. Y, por supuesto, no es accidental que el gobierno
británico, también en este caso se encuentre a sí mismo al otro lado de la
trinchera histórica. Por absurdo que parezca, la prensa mundial, y
particularmente la francesa, continúa arrastrando mi nombre alrededor de la
expropiación de la industria petrolera. Si ya he negado esta estupidez, no es
porque le tema a la “responsabilidad”, como insinuó un locuaz agente de la GPU.
Al contrario, consideraría un honor asumir, aunque fuera una parte, de la responsabilidad
de esta medida valerosa y progresista del gobierno mexicano. Pero no tengo las
menores bases para ello. Supe por primera vez del decreto de expropiación por
los periódicos. Pero, naturalmente, esta no es la cuestión.
Se proponen dos metas al involucrar mi nombre. Primero, los
organizadores de la campaña desean impartirle a la expropiación un colorido
“bolchevique”. Segundo, se proponen darle un golpe al respeto nacional de
México. Los imperialistas se empeñan en presentar el hecho como si los hombres
de estado mexicano fueran incapaces de determinar su propio camino. ¡Una
psicología esclavista hereditaria, indigna y mezquina! Precisamente porque
México todavía hoy pertenece a aquellas naciones atrasadas, que apenas ahora se
ven impulsadas a luchar por su independencia, se engendran ideas más audaces en
sus hombres de estado que la que corresponde a las escorias conservadoras de un
gran pasado. ¡Hemos presenciado fenómenos similares en la historia más de una
vez!
El semanario francés Marianne, un destacado órgano del
Frente Popular francés, llegó a asegurar que en la cuestión del petróleo el
gobierno del general Cárdenas actuó no sólo con Trotsky, sino también... a
favor de los intereses de Hitler. Como pueden ver, se trata de privar del
petróleo, en caso de guerra, a las grandes “democracias” de corazón y, como
contrapartida, suplir a Alemania y a otra naciones fascistas. Esto no es ni una
pizca más sensato que los Juicios de Moscú. La humanidad se entera, no sin
asombro, que a Gran Bretaña se le ha privado del petróleo mexicano por la mala
voluntad del general Cárdenas y no por el propio boicot de Chamberlain. Pero
entonces, las “democracias” plantean una forma simple de paralizar el complot
“fascista”: ¡déjenlos comprar petróleo mexicano, una vez más petróleo mexicano
y de nuevo petróleo mexicano! Para cualquier persona honesta y sensible estaría
ahora fuera de toda duda que si México se encontrase forzado a vender oro
líquido a los países fascistas, la responsabilidad de este acto recaería total
y completamente sobre los gobiernos de las “democracias” imperialistas.
Detrás de Marianne y su gente están los instigadores de
Moscú. Esto parece absurdo a primera vista, ya que otros instigadores de la
misma escuela utilizan libretos diametralmente opuestos. Pero todo el secreto
está en el hecho de que los amigos de la GPU adaptan sus puntos de vista a las
graduaciones geográficas de latitud y longitud. Si algunos de ellos les promete
apoyo a México, otros pintan al general Cárdenas como aliado de Hitler. Desde
el último punto de vista, la rebelión del petróleo de Cárdenas debería de ser
vista, según parece, como una lucha en favor de los intereses de la democracia
mundial.
Sin embargo, abandonemos a su propia suerte a los payasos e
intrigantes. No estamos pensando en ellos sino en los obreros con conciencia de
clase del mundo entero. Sin sucumbir a las ilusiones y sin temer a las
calumnias, los obreros avanzados apoyarán completamente al pueblo mexicano en
su lucha contra los imperialistas. La expropiación del petróleo no es ni
socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente
progresista. Por supuesto, Marx no consideró que Abraham Lincoln fuese un
comunista; esto, sin embargo, no le impidió a Marx tener la más profunda
simpatía por la lucha que Lincoln dirigió. La Primera Internacional le envió al
presidente de la Guerra Civil un mensaje de felicitación, y Lincoln, en su
respuesta, agradeció inmensamente este apoyo moral.
El proletariado internacional
no tiene ninguna razón para identificar su programa con el programa del
gobierno mexicano. Los revolucionarios no tienen ninguna necesidad de cambiar
de color y de rendir pleitesía a la manera de la escuela de cortesanos de la
GPU, quienes, en un momento de peligro, venden y traicionan al más débil. Sin
renunciar a su propia identidad, todas las organizaciones honestas de la clase
obrera en el mundo entero, y principalmente en Gran Bretaña, tienen el deber de
asumir una posición irreconciliable contra los ladrones imperialistas, su
diplomacia, su prensa y sus áulicos fascistas. La causa de México, como la
causa de España, como la causa de China, es la causa de la clase obrera
internacional. La lucha por el petróleo mexicano es sólo una de las escaramuzas
de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos.
lunes, 24 de septiembre de 2012
SOBRE LA NECESIDAD DE UNA FEDERACIÓN GENERAL ENTRE LOS ESTADOS HISPANOAMERICANOS Y PLAN DE SU ORGANIZACIÓN.
por Bernardo Monteagudo
Cada siglo lleva en sí el germen de los sucesos que van a desenvolverse en el que sigue. Cada época extraordinaria, así en la naturaleza como en el orden social, anuncia una inmediata de fenómenos raros y de combinaciones prodigiosas. La revolución del mundo americano ha sido el desarrollo de las ideas del siglo XVIII y nuestro triunfo no es sino el eco de los rayos que han caído sobre los tronos que desde la Europa dominaban el resto de la tierra.
La independencia que hemos adquirido es un acontecimiento que, cambiando nuestro modo de ser y de existir en el universo, cancela todas las obligaciones que nos había dictado el espíritu del siglo XV y nos señala las nuevas relaciones en que vamos a entrar, los pactos de honor que debemos contraer y los principios que es preciso seguir para establecer sobre ellos el derecho público que rija en lo sucesivo los estados independientes cuya federación es el objeto de este ensayo y el término en que coinciden los deseos de orden y las esperanzas de libertad.
Ningún designio ha sido más antiguo entre los que han dirigido los negocios públicos, durante la revolución, que formar una liga general contra el común enemigo y llenar con la unión de todos el vacío que encontraba cada uno en sus propios recursos. Pero la inmensa distancia que separa las secciones que hoy son independientes y las dificultades de todo género que se presentaban para entablar comunicaciones y combinar planes importantes entre nuestros gobiernos provisorios, alejaban cada día más la esperanza de realizar el proyecto de la federación general. Hasta los últimos años se ignoraba en las secciones que se hallan al sur del Ecuador lo que pasaba en las del norte, mientras no se recibían noticias indirectas por la vía de Inglaterra o de los Estados Unidos. Cada desgracia que sufrían nuestros ejércitos hacía sentir infructuosamente la necesidad de estar todos ligados. Pero los obstáculos eran por entonces superiores a esa misma necesidad.
En el año 21, por primera vez, pareció practicable aquel designio. El Perú, aunque oprimido en su mayor parte, entró, sin embargo, en el sistema americano: Guayaquil y otros puertos del Pacífico se abrieron al comercio de los independientes: la victoria puso en contacto al septentrión y al mediodía: y el genio que hasta entonces había dirigido y aún dirige la guerra con más constancia y fortuna, emprendió poner en obra el plan de la confederación hispanoamericana.
Ningún proyecto de esta clase puede ejecutarse por la voluntad presunta y simultánea de los que deben tener parte en él. Es preciso que el impulso salga de una sola mano y que al fin tome alguno la iniciativa, cuando todos son iguales en interés y representación. El presidente de Colombia la tomó en este importantísimo negocio: y mandó plenipotenciarios cerca de los gobiernos de Méjico, del Perú, de Chile y Buenos Aires, para preparar, por medio de tratados particulares, la liga general de nuestro continente. En el Perú y en Méjico se efectuó la convención propuesta; y con modificaciones accidentales, los tratados con ambos gobiernos han sido ya ratificados por sus respectivas legislaturas. En Chile y Buenos Aires han ocurrido obstáculos que no podrán dejar de allanarse, mientras el interés común sea el único conciliador de las diferencias de opinión. Sólo falta que se pongan en ejecución los tratados existentes y que se instale la asamblea de los estados que han concurrido a ellos.
Mas observando que su instalación sufriría tantas demoras como la adopción del proyecto, si no la promoviese una de las partes contratantes, el gobierno del Perú se ha dirigido a los de Colombia y Méjico, con la idea de uniformarse sobre el tiempo y lugar en que deben reunirse los plenipotenciarios de cada estado. El aspecto general de los negocios públicos y la situación respectiva de los independientes, nos hacen esperar que en el año 25 se realizará sin duda la federación hispano americana bajo los auspicios de una asamblea, cuya política tendrá por base consolidar los derechos de los pueblos y no los de algunas familias que desconocen con el tiempo, el origen de los suyos.
Este es el resumen histórico de las medidas diplomáticas que se han tomado sobre el negocio de más trascendencia que puede actualmente presentarse a nuestros gobiernos. El examen de sus primeros intereses hará ver si merece una grande preferencia de atención o si ésta es de aquellas empresas que inventa el poder para excusar las hostilidades del fuerte contra el débil, o justificar las coaliciones que se forman con el fin de hacer retrogradar los pueblos.
Independencia, paz y garantías, estos son los intereses eminentemente nacionales de las repúblicas que acaban de nacer en el nuevo mundo. Cada uno de ellos exige la formación de un sistema político que supone la preexistencia de una asamblea o congreso donde se combinan las ideas y se admitan los principios que deben constituir aquel sistema y servirle de apoyo.
La independencia es el primer interés del nuevo mundo. Sacudir el yugo de la España, borrar hasta los vestigios de su dominación y no admitir otra alguna, son empresas que exigen y exigirán, por mucho tiempo, la acumulación de todos nuestros recursos y la uniformidad en el impulso que se les dé. Es verdad que en Ayacucho ha terminado la guerra continental contra la España; y que, de todo un mundo en que no se veían flamear sino los estandartes que trasplantaron consigo los Corteses, Pizarros, Almagros y Mendozas, apenas quedan tres puntos aislados donde se ven las armas de Castilla, no ya amenazando la seguridad del país, sino alimentando la cólera y recordando las calamidades que por ellas han sufrido los pueblos.
San Juan de Ulua, el Callao y Chiloé son los últimos atrincheramientos del poder español. Los dos primeros tardarán poco en rendirse, de grado o por fuerza a las armas de la libertad. El archipiélago de Chiloé, aunque requiere combinar más fuerzas y aprovechar los pocos meses que aquel clima permite emprender operaciones militares, seguirá en todo este año, la suerte del continente a que pertenece.
Sin embargo, la venganza vive en el corazón de los españoles. El odio que nos profesan aún no ha sido vencido. Y, aunque no les queda fuerza de que disponer contra nosotros, conservan pretensiones a que dan el nombre de derechos, para implorar en su favor los auxilios de la Santa Alianza dispuesto a prodigarlos a cualquiera que aspire a usurpar los derechos de los pueblos que son exclusivamente legítimos.
Al contemplar el aumento progresivo de nuestras fuerzas, la energía y recursos que ha desplegado cada república en la guerra de la revolución, el orgullo que ha dado la victoria a los libertadores de la patria, es fácil persuadirse que, si en la infancia de nuestro ser político, hemos triunfado aislados, de los ejércitos españoles superiores en fuerza y disciplina, con mayor razón podemos esperar el vencimiento, cuando poseemos la totalidad de los recursos del país y después que los campos de batalla, que son la escuela de la victoria, han estado abiertos a nuestros guerreros por más de catorce años. Mas también es necesario reflexionar que si hasta aquí nuestra lucha ha sido con una nación impotente, desacreditada y enferma de anarquía, el peligro que nos amenaza es entrar en contienda con la Santa Alianza que, al calcular las fuerzas necesarias para restablecer la legitimidad en los estados hispano americanos, tendrá bien presentes las circunstancias en que nos hallamos y de lo que somos hoy capaces.
Dos cuestiones ofrece este negocio cuyo rápido examen acabará de fijar nuestras ideas: la probabilidad de una nueva contienda y la masa de poder que puede emplearse contra nosotros en tal caso. Aun prescindiendo de los continuos rumores de hostilidad y de los datos casi oficiales que tenemos para conocer las miras de la Santa Alianza con respecto a la organización política del nuevo mundo, hay un fuerte argumento de analogía que nace de la marcha invariable que han seguido los gabinetes del norte de Europa en los negocios del mediodía. El restablecimiento de la legitimidad, voz que, en su sentido práctico, no significa sino fuerza y poder absoluto, ha sido el fin que se han propuesto los aliados. Su interés es el mismo en Europa y en América. Y sin en Nápoles y España no ha bastado la sombra del trono para preservar de la invasión a ambos territorios, la fuerza de nuestros gobiernos no será ciertamente la mejor garantía contra el sistema de la Santa Alianza. En cuanto a la masa del poder que se empleará contra nosotros en tal caso, ella será proporcional a la extensión del influjo que tengan las cortes de San Petersburgo, Berlín, Viena y París. Y no es prudente dudar que le sobran elementos para emprender la reconquista de América no ya en favor de la España que nunca recobrará sus antiguas posesiones, sino en favor del principio de la legitimidad, de ese talismán moderno que hoy sirve de divisa a los que condenan la soberanía de los pueblos, como el colmo del libertinaje en política.
Es verdad que el primer buque que zarpase de los puertos de Europa contra la libertad del nuevo mundo, daría la señal de alarma a todos los que forman el partido liberal en ambos hemisferios. Las Gran Bretaña y los Estados Unidos tomarían el lugar que les corresponde en esta contienda universal: la opinión, esa nueva potencia que hoy preside el destino de las naciones, estrecharía su alianza con nosotros y la victoria, después de favorecer alternativamente a ambos partidos, se decidiría por el de la justicia y obligaría a los sectarios del poder absoluto a buscar su salvación en el sistema representativo. Entretanto no debemos disimular que todas nuestras nuevas repúblicas en general y particularmente algunas de ellas, experimentarían en la contienda inmensos peligros que ni hoy es fácil prever, ni lo sería quizá entonces evitar, si faltase la uniformidad de acción y voluntad que supone un convenio celebrado de antemano y una asamblea que le amplíe o modifique según las circunstancias. Es preciso no olvidar que, en el caso a que nos contraemos, la vanguardia de la Santa Alianza se compondría de la seducción y de la intriga, tanto más temibles para nosotros, cuanto es mayor la herencia de preocupaciones y de vicios que nos ha dejado la España. Es preciso no olvidar que aún nos hallamos en un estado de ignorancia, que podría llamarse feliz sino fuese perjudicial algunas veces, de esos artificios políticos y de esas maniobras insidiosas que hacen marchar a los pueblos de precipicio en precipicio con la misma confianza que si caminasen por un terreno unido. Es preciso no olvidar, en fin, que todos los hábitos de la esclavitud son inveterados entre nosotros; y que los de la libertad empiezan apenas a formarse por la repetición de los experimentos políticos que han hecho nuestros gobiernos y de algunas lecciones útiles que hemos recibido en la escuela de la adversidad.
Al examinar los peligros del porvenir que nos ocupa, no debemos ver, con la quietud de la confianza, el nuevo imperio del Brasil. Es verdad que el trono de Pedro I, se ha levantado sobre las mismas ruinas en que la libertad ha elevado el suyo en el resto de América. Era necesario hacer la misma transición que hemos hecho nosotros del estado colonial al rango de naciones independientes. Pero es preciso decir, con sentimiento, que aquel soberano no muestra el respeto que debía a las instituciones liberales cuyo espíritu le puso el cetro en las manos, para que en ellas fuese un instrumento de libertad y nunca de opresión. Así es que, en el tribunal de la Santa Alianza, el proceso de Pedro I se ha juzgado de diferente modo que el nuestro: y él ha sido absuelto, a pesar del ejemplo que deja su conducta, porque al fin él no puede aparecer en la historia sino como el jefe de una conjuración contra la autoridad de su padre.
Todo nos inclina a creer que el gabinete imperial de Río de Janeiro se prestará a auxiliar las miras de la Santa Alianza contra las repúblicas del nuevo mundo: y que el Brasil vendrá a ser, quizá, el cuartel general del partido servil, como ya se asegura que es hoy el de los agentes secretos de la Santa Alianza. A más de los datos públicos que hay para recelar semejante deserción del sistema americano, se observa, en las relaciones del gobierno del Brasil con los del continente europeo, un carácter enfático cuya causa no es posible encontrar sino en la presente analogía de principios e intereses.
Esta rápida encadenación de escollos y peligros muestra la necesidad de formar una liga americana bajo el plan que se indicó al principio. Toda la previsión humana no alcanza a penetrar los accidentes y vicisitudes que sufrirán nuestras repúblicas hasta que se consolide su existencia. Entretanto las consecuencias de una campaña desgraciada, los efectos de algún tratado concluido en Europa entre los poderes que mantienen el equilibrio actual, algunos trastornos domésticos y la mutación de principios que es consiguiente, podrán favorecer las pretensiones del partido de la legitimidad, si no tomamos con tiempo una actividad uniforme de resistencia; y si no nos apresuramos a concluir un verdadero pacto, que podemos llamar de familia, que garantice nuestra independencia tanto en masa como en el detalle.
Esta obra pertenece a un congreso de plenipotenciarios de cada Estado que arreglen el contingente de tropas y la cantidad de subsidios que deben prestar los confederados en caso necesario. Cuanto más se piensa en las inmensas distancias que nos separan, en la gran demora que sufriría cualquiera combinación que importase el interés común y que exigiese el sufragio simultáneo de los gobiernos del Río de la Plata y de Méjico, de Chile y de Colombia, del Perú y de Guatemala, tanto más se toca la necesidad de un congreso que sea el depositario de toda la fuerza y voluntad de los confederados; y que pueda emplear ambas, sin demora, donde quiera que la independencia esté en peligro.
No es menester ocurrir a épocas muy distantes de nosotros, para encontrar ejemplos que justifiquen la medida de convocar un congreso de plenipotenciarios que complete las disposiciones tomadas en los tratados precedentes, aunque parece que ellos bastan para que se lleve a cabo la intención de las partes contratantes. La historia diplomática de Europa, en los últimos años, viene perfectamente en nuestro apoyo. Después que se disolvió el congreso de Chatillón en 1814, se celebró el tratado de la cuádruple alianza de Chaumont entre el Austria, la Gran Bretaña, la Prusia y la Suecia. En él se garantizó el sistema que debía darse a la Europa, se determinaron los subsidios que cada aliado daría por su parte y se acordaron otras medidas generales; extendiendo a veinte años la duración de la alianza. Tres meses después se firmó la paz de París y cada uno de los aliados concluyó un tratado particular con la Francia, aunque todos eran perfectamente idénticos con excepción de los artículos adicionales. En este tratado, que contiene varios declaraciones sobre el derecho público europeo y sobre la legislación de diferentes naciones, se dispone la reunión de un congreso general en Viena, para que reciban en él su complemento los arreglos anteriores. La historia de este célebre congreso y sus resultados con respecto a los intereses del sistema europeo, después de prestar un argumento en favor de nuestra idea, ofrece varias analogías aplicables al sistema americano y a las circunstancias en que nos hallamos.
Nuestros tratados de 6 de junio de 1822 y de 3 de octubre de 1823, participan del espíritu de la cuádruple de Chaumont y del tratado de París de 30 de mayo de 1814. Ambos contienen el pacto de una alianza ofensiva y defensiva; detallan subsidios y anuncian la determinación de continuar la guerra hasta destruir el poder español, así como los aliados de Chaumont se ligaron para destruir a Nápoles. También abrazan el convenio de celebrar una asamblea hispano americana, que nos sirva de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos y de conciliador de nuestras diferencias, guardando en todo esto una fuerte analogía con las estipulaciones de la paz del 30 de mayo.
Nos falta sólo insistir en una observación acerca del congreso de Viena. El se celebró después de la paz de París en el centro, por decirlo así, de la Europa, donde siendo tan fáciles y frecuentes las correspondencias diplomáticas, podría creerse menos necesaria su reunión con objetos que, a pesar de su importancia, podían arreglarse por medio de los mismos embajadores que residen en cada corte. Al contrario, la asamblea hispano americana de que se trata, debe reunirse para terminar la guerra con la España: para consolidar la independencia y nada menos que para hacer frente a la tremenda masa con que nos amenaza la Santa Alianza. Debe reunirse en el punto que convengan las partes contratantes, para que las conferencias diarias de sus plenipotenciarios anulen las grandes distancias que separan a sus gobiernos respectivos. Debe, en fin, reunirse, porque los objetos que ocuparán su atención, exigirán deliberaciones simultáneas que no pueden adoptarse sino por una asamblea de ministros cuyos poderes e instrucciones estén llenas de previsión y de sabiduría.
El segundo interés eminentemente nacional de nuestras nuevas repúblicas es la paz en el triple sentido que abraza a las naciones que no tengan parte en esta liga, a los confederados por ella y a las mismas naciones relativamente al equilibrio de sus fuerzas. En los tres casos, sin atribuir a la asamblea ninguna autoridad coercitiva que degradaría su institución, con todo podemos asegurar que al menos en los diez primeros años contados desde el reconocimiento de nuestra independencia, la dirección en grande de la política interior y exterior de la confederación debe estar a cargo de la asamblea de sus plenipotenciarios, para que ni se altere la paz ni se compre su conservación con sacrificio de las bases o intereses del sistema americano, aunque en la apariencia se consulten las ventajas peculiares de alguno de los confederados.
Sólo aquella misma asamblea podrá también con su influjo y empleando el ascendiente de sus augustos consejos mitigar los ímpetus del espíritu de localidad que en los primeros años será tan activo como funesto. La nueva interrupción de la paz y buena armonía entre las repúblicas hispano americanas causaría una conflagración continental a que nadie podría substraerse, por más que la distancia favoreciese al principio la neutralidad. Existen entre las repúblicas hispano americanas, afinidades políticas creadas por la revolución, que unidas a otras analogías morales y semejanzas físicas, hacen que la tempestad que sufre o el movimiento que recibe alguna de ellas, se comunique a las demás, así como en las montañas que se hallan inmediatas, se repite sucesivamente el eco del rayo que ha herido alguna de ellas.
Esta observación es aplicable, no sólo a los males de la guerra de una república con otra, sino a los que trae consigo la pérdida del equilibrio de las fuerzas de cada asociación, causa única de los movimientos convulsivos que padece el cuerpo político. No es decir que alcance el influjo de la asamblea ni el de ningún poder humano a prevenir las enfermedades a que él está sujeto. Pero desechar por esto uno de los mejores remedios que se ofrecen sería lo mismo que condenar la medicina sólo porque hay dolencias que ella no alcanza a curar radicalmente. No es, pues, dudable que la interposición de la asamblea en favor de la tranquilidad interior, las medidas indirectas y en fin, todo el poder de la confederación dirigido a su restablecimiento, serán la tabla en que salvemos de este naufragio que podría hacerse universal, porque una vez subvertido el orden, el peligro corre hasta los extremos. Debemos examinar, por conclusión, el género de garantías que necesitamos y las probabilidades que tenemos de encontrarlas todas en la asamblea hispano americana, que en este nuevo respecto será tan ventajosa para nuestros gobiernos, como lo fue el Congreso de Viena para las monarquías del viejo mundo.
Cada uno de nuestros gobiernos ha adquirido, durante la contienda gloriosa que hemos sostenido contra la España, derechos incontestables a la consideración de las autoridades que rigen el género humano, bajo las varias formas que se han adoptado en los países civilizados. La resolución intrépida de ser libres, el valor en los combates y la constancia en más de catorce años de peligros, han hecho familiares en todo el mundo los nombres de pueblos y ciudades de América, que antes sólo eran conocidos de los mejores geógrafos. Naturalmente se interesó al principio la curiosidad y por grados se ha fijado la atención en nuestros negocios.
El comercio ha encontrado nuevos mercados, el buen éxito de sus especulaciones ha revelado a los gabinetes de Europa grandes secretos para aumentar su respectivo poder, aumentando sus riquezas: todo ha contribuido a encarecer la importancia política de nuestras repúblicas; y los mismos partidos en que está dividida la Europa acerca de nuestra independencia, hacen más célebres los gobiernos en que se ha dividido el nuevo mundo, al sacudir el yugo que le oprimía.
Los grados de respeto, de crédito y poder que se acumularán en la asamblea de nuestros plenipotenciarios formarán una solemne garantía de nuestra independencia territorial y de la paz interna. Al emprender, en cualquier parte del globo, la subyugación de las repúblicas hispano americanas tendrá que calcular el que dirija esta empresa, no sólo las fuerzas marítimas y terrestres de la sección a que se dirige, sino las de toda la masa de los confederados, a los cuales se unirán, probablemente, la Gran Bretaña y los Estados Unidos: tendrá que calcular, no sólo el cúmulo de intereses europeos y americanos que va a violar en el Perú, en Colombia o en Méjico, sino que en todos lo estados septentrionales y meridionales de América, hasta donde se extiende la liga por la libertad: tendrá que calcular el entusiasmo de los pueblos invadidos, la fuerza de sus pasiones y los recursos del despecho a más de los obstáculos que opone la distancia de ambos hemisferios, el clima de nuestras costas, las escabrosas elevaciones de los Andes y los desiertos que en todas direcciones interrumpen la superficie habitable de esta tierra.
La paz interna de la confederación quedará igualmente garantida desde que exista una asamblea en que los intereses aislados de cada confederado se examinen con el mismo celo o imparcialidad que los de la liga entera. No hay sino un secreto para hacer sobrevivir las instituciones sociales a las vicisitudes que las rodean; inspirar confianza y sostenerla. Las leyes caen en el olvido y desaparecen los gobiernos luego que los pueblos reflexionan que su confianza no es ya sino la teoría de sus deseos. Mas la reunión de los hombres más eminentes por su patriotismo y luces, las relaciones directas que mantendrán con sus respectivos gobiernos y los efectos benéficos de un sistema dirigido por aquella asamblea, mantendrán la confianza que inspira la idea solemne de un congreso convocado bajo los auspicios de la libertad, para formar una liga en favor de ella.
Entre las causas que pueden perturbar la paz y amistad de los confederados, ninguna más obvia que la que resulta de la falta de reglas y principios que formen nuestro derecho público. Cada día ocurrirán grandes cuestiones sobre los derechos y deberes recíprocos de estas nuevas repúblicas. Los progresos del comercio y de la navegación, el aumento del cultivo en las fronteras y el resto de leyes y de formas góticas que nos quedan, exigirán repetidos tratados: y de estos nacerán dudas que servirán para evadirlos, si al menos en los primeros años la confianza en la imparcialidad de aquella asamblea no fuese la garantía general de todas las convenciones diplomáticas a que diese lugar el desenlace progresivo de nuestras necesidades.
Independencia, paz y garantías: éstos son los grandes resultados que debemos esperar de la asamblea continental, según se ha manifestado rápidamente en este ensayo. De las seis secciones políticas en que está actualmente dividida la América llamada antes española, las dos tercias partes han votado ya en favor de la liga republicana. Méjico, Colombia y el Perú han concluido tratado especiales sobre este objeto. Y sabemos que las provincias unidas del centro de América han dado instrucciones a su plenipotenciario cerca de Colombia y el Perú para acceder a aquella liga. Desde el mes de marzo de 1822, se publicó en Guatemala, en el Amigo de la Patria, un artículo sobre este plan, escrito con todo el fuego y elevación que caracterizan a su ilustrado autor el señor Valle. Su idea madre es la misma que ahora nos ocupa: formar un foco de luz que ilumine a la América: crear un poder que una las fuerzas de catorce millones de individuos: estrechar las relaciones de los americanos, uniéndolos por el gran lazo de un congreso común, para que aprendan a identificar sus intereses y formar a la letra una sola familia. Tenemos fundadas razones para creer que las secciones de Chile y el Río de la plata deferirán también al consejo de sus intereses, entrando en el sistema de la mayoría, como el único capaz de dar a la América, que por desgracia se llamó antes española, independencia, paz y garantías.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS
por José María Rosa
Un día llega al Fuerte de Buenos Aires un capitán de blandengues orientales, hombre de cuarenta años, de pocas y precisas palabras. Es 1811 y gobierna la Junta Grande; el deán Funes lo recibe: pide cincuenta pesos y ciento cincuenta sables para insureccionar la Banda Oriental contra los españoles.
– ¿Nada más?
– Nada más.
– Pero, ¿quién es usted?
– ¿Yo? El jefe de los orientales.
Con esta jactancia entraba José Gervasio de Artigas en la Historia. Poco después, provisto de los pesos y las espadas, derrotaba a los españoles en Las Piedras y ponía sitio a Montevideo.
El Caudillo
Artigas es el primer caudillo rioplatense en el orden del tiempo. Es también el padre generador de todo aquello que llamamos espíritu argentino, independencia absoluta, federalismo, gobiernos populares. Todo aquello que hicieron triunfar y supieron mantener los grandes caudillos de la nacionalidad: Güemes, Quiroga, Rosas.
Un caudillo es la multitud hecha símbolo y hecha acción. Por su voz se expresa el pueblo, en sus ademanes gesticula el país. Es el caudillo porque sabe interpretar a los suyos; dice y hace aquello deseado por la comunidad; el conductor es el primer conducido. José Gervasio de Artigas, oscuro oficial de Blandengues, podía jactarse de ser el jefe de los orientales; porque nadie conocía e interpretaba a sus paisanos como él.
Al frente de su montonera, el caudillo es la patria misma. Eso no lo atinaron o no lo quisieron comprender, los doctores de la ciudad, atiborrados de libros. No era, seguro, la república que soñaban con sus libros de Rosseau o Montesquieu; pero era la patria nativa por la cual se vive y se muere. Los doctores se estrellaron contra esa realidad que su inteligencia no les permitía comprender. Ese continuo estrellarse contra la realidad, esa lucha de liberales, extranjerizantes, monárquicos y unitarios contra algo que se obstinaba en ser nacionalista, popular, republicano y federal, es lo que se llaman “guerras civiles” en nuestra Historia.
El Triunvirato de Buenos Aires
A la Revolución Nacionalista y espontánea del 25 de Mayo de 1810, había sustituido el gobierno de los doctores, empeñados en interpretar con “las ideas del siglo” el hecho revolucionario. A la eclosión popular y Argentina había seguido la fase obstinadamente porteña y tontamente liberal del Primer Triunvirato. Tres porteños formaban el gobierno, pero el nervio estaba en el secretario, Bernardino Rivadavia, ejemplo de mentalidad ascuosa. Una llamada asamblea, formada solamente por porteños de “clase decente”, completaba el cuadro de autoridades. A la Revolución (con erre mayúscula), por la independencia, había sustituido la revolucioncita ideológica de Rivadavia (el mayo liberal y minoritario), que quieren festejar como si fuera el auténtico. Detrás de éste se encubría el predominio de una clase de nativos: la oligarquía – la “gente principal y sana” o gente decente – del puerto. La revolución consistía para ellos en cambiar el gobierno de funcionarios españoles por la hegemonía de decentes porteños. Los demás – provincias, pueblo, independencia – no contaba: todo con música de “libertad”, para engañar a los incautos.
Empezó Rivadavia por sustituir a Artigas del mando militar en el sitio de Montevideo. Un porteño, Rondeau, reemplazaría al jefe de los orientales; no era conveniente que alguien de prestigio popular y que además no era porteño, mandara las tropas. Artigas obedeció; aún era disciplinado y aún creía, el desengaño sería formidable, en el patriotismo de los hombres de la Capital.
Luego Rivadavia retiró la bandera azul y blanca que Belgrano inaugurara en las barracas de Rosario. ¿A qué izar banderas que podían tomarse como símbolos de una nacionalidad, si la revolución (con erre minúscula) no era nacionalista sino puramente liberal? Belgrano también obedeció aunque a regañadientes y a la espera del desquite.
Finalmente, Rivadavia ordenó que todos los ejércitos dejaran sus frentes de lucha y vinieran a proteger a Buenos Aires. El del Norte debería descender por “el camino del Perú” (Jujuy, Salta, Tucumán, Córdoba) y estacionarse en las afueras de la Capital. El de la Banda Oriental, dejar el sitio de Montevideo, abandonando a los españoles toda la provincia y aun parte de Entre Ríos.
Ocurre entonces uno de los episodios más emocionantes de la historia del Plata, silenciado o retaceado por los programas oficiales en su afán de callar todo lo que huela a pueblo.
Los orientales rodean a Artigas, que se apresta, a dejar el sitio, conforme a la orden superior, para replegarse sobre Buenos Aires. ¿Abandonará el Jefe a su pueblo? La orden es clara, y Artigas no quiere insubordinarse. Pero le duele dejar a los suyos a merced del enemigo. Medita un momento: no puede irse y dejar a los orientales; pero tampoco puede dejar de irse. Y da la orden extraordinaria: que todos, todos se vayan con él. Saca la espada de Las Piedras y señala el rumbo: hacia el Ayuí, en Entre Ríos, emigrará la provincia en masa.
Allá va la caravana interminable, inmensa. Todo un pueblo se desplaza para afirmar su voluntad de independencia contra los liberales porteños que lo entregan a los enemigos. A caballo, en carretas, a pie van hombres, mujeres, ancianos, niños; blancos, negros, indios. Cincuenta mil, prácticamente todos los habitantes de la campaña, que transportan con ellos lo que pueda llevarse y dejan sus casas y sus campos para salvar su patriotismo. A la cabeza marcha el caudillo, con una bandera acabada de crear: azul y blanca como la de Belgrano, pero en listas horizontales y cruzada en diagonal por la franja punzó del federalismo. Son argentinos todavía esos orientales, que Buenos Aires se empeña en arrojar de la nacionalidad; pero entendamos bien: argentinos y no porteños. Hermanos, que no entenados en Buenos Aires: eso significa la franja punzó sobre los colores patrios.
Se atemoriza el Triunvirato. Por un instante teme que Artigas venga en son de guerra contra Buenos Aires. “Aquí está acampado todo un pueblo arrancado de sus raíces” – escribe desde el Ayui el general Vedia, enviado a inspeccionar el éxodo –. Pero que no haya temor en el Triunvirato ni en el señor Rivadavia: están en el Ayuí pacíficamente a la espera que las cosas cambien y puedan volver a su querida provincia.
La Revolución del 8 de Octubre de 1812
Desde febrero está en Buenos Aires el coronel de caballería José de San Martín. Es un auténtico patriota que sueña con una patria grande, y se ha encontrado con la revolución pequeña de los rivadavianos. No, para eso se hubiera, quedado en Cádiz. Allí se podía luchar mejor por el liberalismo y el constitucionalismo.
No obstante, forma el regimiento de Granaderos a Caballo, plantel de un nuevo ejército ordenado y eficiente. En los diarios ejercicios de la plaza de Marte, conversa con sus soldados: mocetones traídos de las provincias, especialmente de las Misiones correntinas, donde naciera el coronel; también hay “orilleros” de Buenos Aires (siempre muy argentinos), y no faltan jóvenes “decentes”, pero de probado patriotismo. Todos se quejan de los errores del gobierno; todos quieren una verdadera Revolución por la independencia.
Un día – el 6 de octubre de 1812 – llega una noticia que llena de gran júbilo. A todos, menos a los hombres del gobierno. Belgrano ha desobedecido al Triunvirato y presentado batalla en Tucumán el 24 de setiembre. Tuvo una gran victoria. El 7 la ciudad se llena de manifestantes: ha ganado la Patria, pero también ha sido derrotado el gobierno. Hay pedreas contra los edificios públicos. En la mañana del 8 la conmoción popular es enorme. A San Martín se le encomienda poner orden con sus granaderos. El regimiento sale a la plaza, pero se hace intérprete del clamor del pueblo y marcha contra el Fuerte. ¡Que caiga el Primer Triunvirato, incapaz de comprender la Revolución! Lo reemplazará otro Triunvirato, con la misión de convocar a una auténtica Asamblea Nacional, donde estén representados todos los pueblos del interior. ¡Ah! Y esa Asamblea declarará la independencia, como lo quieren todos.
La Revolución (con mayúscula) ha retornado su cauce. Los liberales se ocultan derrotados o protestan de su inocencia.
El Congreso de Peñarol
Jubiloso, Artigas recibe en el Ayuí la noticia del 8 de octubre. Sin pausa, su pueblo cruza el Uruguay y retorna a su tierra. Artigas vuelve a poner sitio a Montevideo.
Llama a un “congreso provincial” en Peñarol, junto a los muros de Montevideo. Están representados los distintos pueblos y villas de la campaña oriental y también los patriotas emigrados de Montevideo, aún en poder de los españoles. Ilustres figuras se sientan en el pequeño recinto: el sacerdote Dámaso Larrañaga, Joaquín Suárez, Vidal, Barreiro. Designan los diputados a la Asamblea Nacional de Buenos Aires, les dan instrucciones precisas de declarar “la independencia absoluta” de España, conforme al clamor “de lo; pueblos” y establecer un régimen federal de gobierno, con capital fuera de Buenos Aires. Nombran a Artigas primer gobernador-militar de la provincia Oriental.
Desdichadamente, había fuerzas que conspiraban contra la Revolución. Los partidarios de la “revolucioncita”, vencidos el 8 de octubre, son hábiles y saben infiltrarse en las filas vencedoras. Al tiempo de reunirse el Congreso de Peñarol, San Martín ya ha sido desplazado de la orientación política revolucionaria.
capitulo seis de El Revisionismo Responde
viernes, 14 de septiembre de 2012
Socialismo y Ejército en la semi-colonia
por Jorge Abelardo Ramos
Dice el Evangelio que el número de tontos es infinito: y Lenin (citemos a Lenin, que siempre da prestigio) coincidía en cierto modo con ese aforismo, comentando que el socialismo solucionara los problemas fundamentales de la humanidad, pero no todos, porque aún en la sociedad socialista habrá lugar para los tontos.
Cubriéndonos cautelosamente bajo estas dos autoridades, es que nos atrevemos, un poco tímidamente, a mencionar esta del Ejército. Como la ciudad de Buenos Aires engendra cipayos a mayor velocidad que nuestras ubérrimas vacas paren terneros en la infinita pampa, porque para eso nació como ciudad puerto, vuelta de espaldas al país, y donde los cipayos pululan como masa consumidora de productos de importación (sea nylon o ideologías) es lógico que la mayor parte de los temas difundidos entre los muchachos de “la izquierda” europeizante sobre todo si es de cuño eslavo y cubre sus desnudeces teóricas con el pabellón “leninista”, se encuentra el de la interpretación del Ejército argentino. Nada suscita entre los neófitos más aversión que el planteamiento de una posición nueva: la observan como una aberración y la juzgan como una “revisión” del marxismo. ¡Qué destino el de Marx, el de Lenin, el de Trotsky y en general el de todos los maestros del socialismo! No los han enterrado sus adversarios de clase, sino sus seguidores ciegos. No por casualidad Marx exclamó un día amargamente que había sembrado dragones y cosechado pulgas.
La cuestión del Ejército argentino, tiene sin embargo, la más alta importancia. Viene de muy lejos, desde los orígenes de la vieja izquierda europea en nuestro país, esa negativa a considerar el Ejército como un fenómeno vivo, en evolución, contradictorio y sujeto a las luchas internas del pueblo argentino. Esto se explica; los fundadores de los movimientos socialista y comunista en la Argentina provenían, en su inmensa mayoría de países europeos, en especial del Imperio zarista, o de su dominio polaco, de los países eslavos atrasados en general y también del extinto Imperio austro húngaro, que oprimía a múltiples nacionalidades menores. La aplicación de las nociones socialistas, o del marxismo “en general”, a la realidad argentina, era improcedente, desde luego, pero en lo relativo a la función del Ejército, estaba envuelta en la visión que traían los inmigrantes de sus lugares de origen. Para ellos, el Ejército, en general y el argentino en particular, era similar a las castas prusianas, a las castas grandes rusas del zarismo (que hablaban francés entre el generalato, ahondando más aún el abismo entre ellas y el pueblo) y a las castas autro–húngaras, con los brillantes oficiales cubiertos de alamares y condecoraciones, lanzados de los salones con espejos al huracán de las represiones sangrientas.
Dicho de otro modo, asimilaban los ejércitos de los países opresores e imperiales a los ejércitos de los países dependientes o semicoloniales. Los inmigrantes de izquierda proyectaron esa visión de su pasado nacional a la óptica deformada de un país que apenas conocían y cuyo desarrollo histórico les era profundamente extraño. Hicieron escuela y las generaciones posteriores adoptaron ese criterio antimilitarista a secas, coincidiendo, cosa harto sospechosa, con la doctrina “antimilitarista” de “La Nación” y de “La Prensa”, de la “United Press” y de los partidos oligárquicos, que sólo admiten a los abogados y a los civiles como estadistas legítimos. Esta confusión de ideas e intereses se explicará si se juzga el problema diciendo que también el imperialismo angloyanqui es antimilitarista, pero en América Latina, no en Estados Unidos, donde cuando les conviene hacen de un inepto general como Eisenhower héroe nacional y dos veces presidente. Para el imperialismo, alentar a la izquierda latinoamericana, “fubista” o “marxista” en un antimilitarismo abstracto, significa imbuirlo de su propio contenido, esto es, impedir al marxismo o a sus portavoces influir en las corrientes del Ejército, así como en el pasado argentino influyeron en él el partido federal, el alsinismo, el roquismo, el yrigoyenismo, el peronismo y el nacionalismo católico. Del mismo modo, el imperialismo no mira con malos ojos la propagación de la doctrina del “socialismo puro”, del “internacionalismo” vacío y de tendencias aquellas que prescinden de considerar en su programa las tareas nacionales de nuestra revolución democrática.
Persigue con esa actitud, a la cual sirven los grupos “marxistas puros”, separar a la clase obrera del resto de la población no proletaria, despojarla de su condición de caudillo natural de la Nación y someterla, por ese aislamiento, sea a la la dirección de los jefes burgueses nacionales o a la acción reaccionaria del imperialismo y la oligarquía que pueden así imponer su voluntad al país y a la clase obrera simultáneamente.
El Ejército argentino puede jugar, como las restantes clases, un papel muy diverso. Se trata, en primer lugar, de una formación estatal armada, compuesta esencialmente de oficiales provenientes de la clase media; de ahí su heterogeneidad política, sus vacilaciones y sus reagrupamientos. Los estratos más altos del ejército han representado, y no solamente en nuestros días, la doble condición a que ha estado sometido el país en su conjunto: los intereses nacionales y los intereses de las potencias extranjeras. De ahí que hubo un ejército de Rondeau y uno de San Martín, un ejército montonero y otro del mitrismo porteño, un ejército contra la clase obrera en la Semana Trágica y otro con la clase obrera en las jornadas del 45.
La condición preliminar que define a un revolucionario es su aptitud para comprender la naturaleza de las fuerzas reales que desempeñan un papel en la sociedad argentina. Pero como el marxismo ha sido en nuestro país un artículo de importación, en muchos cerebros aun no ha florecido con raíces propias. La esencia del pensamiento socialista es su poder crítico para repensar lodo de nuevo y para extraer de la realidad nacional sus propias originalidades. Frente a los generales golpistas, gorilas y cipayos que se han empatotado desde 1955, no cabe sino una sola posición. Pero el Ejército en su conjunto refleja todas las tendencias de la sociedad argentina, no una sola.
Ya sabemos que el número de tontos es infinito, y que no se reclutan tan solo entre los izquierdistas del viejo estilo. Pero no nos interesan los tontos de otros campos, sino los de éste. Que recuerden, si esto no constituye un esfuerzo intelectual exagerado, que Lenin no vaciló en saludar la gesta de los “dekabristas”, oficiales zaristas jóvenes que subrayaron con su sangre su oposición al absolutismo. Se nos dirá que eran “dekabristas”, célebre palabra rusa, y no algo tan prosaico como “montonero” o “Perón”. Pero para Lenin, esa palabra era extranjera sino propia, porque casualmente Lenin también era ruso, y Chernichevsky era para él algo tan cercano como para nosotros el apellido Gómez. Por eso, porque era un revolucionario, no temió ser él mismo en su país. No participó jamás del “occidentalismo” y del “europeismo” de los refomistas mencheviques. Esa fue la causa de su triunfo.
viernes, 31 de agosto de 2012
CARTA AL PRESIDENTE KENNEDY
Madrid, Julio de l967
Mr. John Fitzgerald Kennedy
Presidente de los Estados Unidos de América.
(...)Usted Señor Presidente, ha afirmado con evidente buen juicio, que los problemas latinoamericanos tienen su solución en la Justicia social.
Hace quince años, los justicialistas en la República Argentina afirmamos lo mismo y lo hicimos doctrinaria y acabadamente en realizaciones fehacientes. Estados Unidos e Inglaterra colaboraron para que fuéramos derribados del gobierno, donde estábamos, elegidos por una mayoría sin precedentes en la historia política del país. De estas incongruencias suele estar empedrado el camino que conduce al fracaso. Las consecuencias no pueden cambiar porque hayan variado los presidentes de los Estados Unidos y usted debe cargar con el lastre tan negativo de sus predecesores. En los últimos quince años la República Argentina no ha recibido de Norteamérica sino perjuicios, tanto cuando nos bloquearon en l947 como cuando la invadieron sus compañías petroleras en l959.
Muchas veces he oído a funcionarios americanos preguntarse por la causa de la adversión que los pueblos iberoamericanos sienten por su país y su gobierno.
lunes, 27 de agosto de 2012
SEXTA CLASE DICTADA EL 10 DE MAYO DE 1951
por Eva Perón
Tomaré algunas consideraciones hechas en mi clase anterior sobre el capitalismo, para seguir estudiando las causas del peronismo.
En esa oportunidad dije que el peronismo nació en la historia el día en que los obreros, los primeros obreros, vale decir, el pueblo, se encontraron con Perón, después del 4 de Junio y antes del 17 de Octubre; y vieron en él la esperanza que habían perdido después de un siglo de oligarquía.
Ese encuentro se realiza por primera vez, el 27 de noviembre de 1943, cuando Perón decide crear la Secretaría de Trabajo y Previsión, y deseo dejar bien claro esto por varias razones. Primero porque yo debo enseñar la historia del peronismo; la verdadera historia, y además porque esto nos demuestra que el general Perón siguió, desde el primer momento de la revolución del 4 de Junio, un camino distinto del que siguieron los demás hombres de la revolución. Para él la revolución no consistía en cambiar un gobierno por otro, sino en cambiar la vida de la Nación.
En mi clase anterior dije que el peronismo no había nacido el 4 de Junio y que aquella fecha era el telón que se levantaba sobre el escenario donde se iba a desarrollar uno de los acontecimientos más destacables en la historia del mundo; y lo dije muy bien, porque ustedes conocen las razones que tengo para decir que el 17 de Octubre es una revolución tal que en el mundo no ha habido otra igual.
No puede compararse a ninguna otra revolución que la humanidad haya realizado.
La revolución del 4 de Junio no tiene de peronista nada más que la proclama, porque para nosotros, lo quiero dejar bien aclarado, la verdadera revolución es el 17 de Octubre.
viernes, 17 de agosto de 2012
Manifiesto de Montecristi
por José Martí
25 de marzo de 1895
El Partido Revolucionario Cubano a Cuba La revolución de
independencia, iniciada en Yara después de la preparación gloriosa y cruenta,
ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, en virtud del orden y
acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la isla, y de la
ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y
emancipación del país, para bien de América y del mundo ; y los representantes
electos de la revolución que hoy se confirma, reconocen y acatan su deber - sin
usurpar el acento y las declaraciones sólo propias de ]a majestad de la
república constituída - de repetir ante la patria que no se ha de ensangrentar
sin razón ni sin justa esperanza de triunfo, los propósitos precisos, hijos del
juicio y ajenos de la venganza, con que se ha compuesto, y llegará a su
victoria racional la guerra inextinguible que hoy lleva a los combates, en
conmovedora y prudente democracia, los elementos todos de la sociedad de Cuba.
La guerra no es, en el concepto sereno de los que aún hoy la representan, y la
revolución pública y responsable que los eligió, el insano triunfo de un
partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de
cubanos; sino la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado
en la guerra anterior para lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable
por la victoria o el sepulcro, sin causas bastantes profundas para sobreponerse
a las cobardías humanas y sus varios disfraces, y sin determinación tan
respetable por ir firmada por la muerte que debe imponer silencio a aquellos
cubanos menos venturosos que no se sienten poseídos de igual fe en las
capacidades de su pueblo ni de valor igual con que emanciparlo de su
servidumbre.
La guerra no es la tentativa caprichosa de una independencia
más temible que útil, que solo tendrían derecho a demorar o condenar los que
mostrasen la virtud y el propósito de conducirla a otra más viable y segura, y
que no debe en verdad apetecer un pueblo que no la pueda sustentar; sino el producto
disciplinado de la reunión de hombres enteros que en el reposo de la
experiencia se han decidido a encarar otra vez los peligros que conocen, y de
la congregación cordial de los cubanos de más diverso origen, convencidos de
que en la conquista de la libertad se adquieren mejor que en el abyecto
abatimiento las virtudes necesarias para mantenerla.
La guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus
hijos y en el acatamiento de la patria que se ganen podrá gozar respetado, y
aun amado, de la libertad, que sólo arrollará a los que le salgan,
imprevisores, al camino. Ni de desorden. ajeno a la moderación probada del
espíritu de Cuba, será cuna la guerra ; ni de la tiranía. - Los que la
fomentaron, y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre de ella, ante la
patria, su limpieza de todo odio, su indulgencia fraternal para con los cubanos
tímidos equivocados, su radical respeto al decoro del hombre, nervio del
combate y cimiento de la república ; su certidumbre de la aptitud de la guerra
para ordenarse de modo que contenga la redención que la inspira, la relación en
que un pueblo debe vivir con los demás, y la realidad que la guerra es, - y su
terminante voluntad de respetar, y hacer que se respete al español neutral y
honrado, en la guerra, después de ella, y de ser piadosa en el arrepentimiento,
e inflexible sólo con el vicio, el crimen y la inhumanidad. En la guerra que se
ha reanudado en Cuba no ve la revolución las causas del júbilo que pudieran
embargar al heroísmo irreflexivo, sino las responsabilidades que deben
preocupar a los fundadores de pueblos.
Entre Cuba en la guerra con. la plena seguridad, inaceptable
sólo a los cubanos sedentarios y parciales, de la competencia de sus hijos para
obtener el triunfo por la energía de la revolución pensadora y magnánima, y de
la capacidad de los cubanos, cultivada en diez años primeros de fusión sublime,
y en las prácticas modernas del gobierno y el trabajo, para salvar la patria
desde su raíz de los desacomodo.; y tanteos, necesarios al principio del siglo,
sin comunicaciones y sin preparación, en las repúblicas feudales y teóricas de
Hispano-América. Punible ignorancia o alevosía fuera desconocer las causas, a
menudo gloriosas y ya generalmente redimidas, de los trastornos americanos,
venidos del error de ajustar a moldes extranjeros, de dogma incierto o mera
relación a su lugar de origen, la realidad ingenua de los países que conocían
sólo de las libertades el ansia que las conquista, y la soberanía que se gana
por pelear en ellas. La concentración de la cultura meramente literaria en las
capitales, el erróneo apego de las repúblicas a las costumbres señoriales de la
colonia ; la creación de caudillos rivales consiguiente al trato receloso e
imperfecto de comarcas apartadas; la condición rudimentaria de la única
industria, agrícola y ganadera ; y el abandono y desdén de la fecunda raza
indígena en las disputas de credo o localidad que esas causas de los trastornos
en los pueblos de América, no son, de ningún modo, los problemas de la sociedad
cubana. Cuba vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor
celoso de su derecho y del ajeno; o de cultura mucho mayor, en lo más humilde
de él, que las masas llaneras o indias con que, a la voz de los héroes primados
de la emancipación, se mudaron de hatos en naciones las silenciosas colonias de
América ; y en el crucero del mundo, al servicio de la guerra, y a la fundación
de la nacionalidad le vienen a Cuba, del trabajo creador y conservador de los
pueblos más hábiles del orbe, y del propio esfuerzo en la persecución y miseria
del país, los hijos lúcidos, magnates o siervos, que de la época primera de
acomodo, ya vencida entre los componentes heterogéneos de la nación cubana,
salieron a preparar, o en la misma isla continuaron preparando, con su propio
perfeccionamiento, el de la nacionalidad a que concurren hoy con la firmeza de
sus personalidades laboriosas, y el seguro de su educación republicana. El
civismo de sus guerreros; el cultivo y benignidad de sus artesanos; el empleo
real y moderno de un número vasto de sus inteligencias y riquezas : la peculiar
moderación del campesino sazonado en el destierro y en la guerra ; el trato
íntimo y diario, y rápida e inevitable uniformación de las diversas secciones
del país ; la administración recíproca de las virtudes iguales entre los
cubanos que de las diferencias de la esclavitud pasaron a la hermandad del
sacrificio; y la benevolencia y aptitud creciente del liberto superiores a los
raros ejemplos de su desvío o encono, - -aseguran a Cuba, sin ilícita ilusión,
un porvenir en que las condiciones de asiento, y del trabajo inmediato de un
pueblo feraz en la república justa, excederán a las de disociación y
parcialidad provenientes de la pereza o arrogancia que la guerra a veces cría,
del rencor ofensivo de una minoría de amos caída de sus privilegios; de la
censurable premura con que- una minoría aún invisible de. libertos descontentos
pudiera aspirar, ron violación funesta del albedrío y naturaleza humanos, al
respeto social que sola y seguramente habrá de venirles de la igualdad probada
en las virtudes y talentos ; y de la súbita desposesión, en gran parte de los
pobladores letrados de las ciudades, de la suntuosidad o abundancia relativa
que hoy les viene de las gabelas inmorales y fáciles de la colonia, y de los
oficios que habrán de desaparecer de la libertad. - - Un pueblo libre, en el
trabajo abierto a todos, enclavado a las bocas del universo rico e industrial,
sustituirá, sin obstáculo, y con ventaja, después de una guerra inspirada en la
más pura abuegación, y manteniendo conforme a ella, a pueblo avergonzado donde
el bienestar solo se obtiene a cambio de la complicidad expresa o tácita con la
tiranía de los extranjeros menesterosos que lo desangran y corrompen. No dudan
de Cuba, ni de sus aptitudes para obtener y gobernar su independencia los que
en el heroísmo de la muerte y en el de la fundación callada de la patria ven
resplandecer de contínuo, en grandes y en pequeños, las dotes de concordia y
sensatez sólo inadvertibles para los que, fuera del alma real de su país, lo
juzgan con el arrogante concepto de sí propios, sin más poder de rebeldía y
creación que el que asoma tímidamente en la servidumbre de sus quehaceres
coloniales.
De otro temor quisiera acaso valerse hoy, so pretexto de
prudencia, la cobardía; el temor insensato, y jamás en Cuba justificado, a la
raza negra. La revolución, con su carga de mártires, y de guerreros
subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmiente la larga prueba
de la emigración, y de la tregua en la isla, la tacha de amenaza de la raza
negra con que se quisiese inicuamente levantar por los beneficiarios del
régimen de España, el miedo a la revolución. Cubanos hay ya en Cuba de uno y
otro color, olvidados para siempre, - con la guerra emancipadora y el trabajo
donde unidos se gradúan - del odio,en que los pudo dividir la esclavitud. La
novedad y aspereza de las relaciones sociales, consiguientes a la mudanza
súbita del hombre ajeno en propio, son menores que la sincera estimación del
cubano blanco por el alma igual, la afanosa cultura, el fervor del hombre
libre, y el amable carácter de su compatriota negro. Y si a la raza le nacieran
demagogos inmundos, o alma.; ávidas cuya impaciencia propia azuzase la de su
color, o en quien se convirtiera en injusticia con los demás la piedad por los
suyos, - con su agradecimiento y su cordura, y su amor a la patria, con su
convicción de la necesidad de desautorizar por la prueba patente de la
inteligencia y la virtud del cubano negro la opinión que aún reine de su
incapacidad para ellas, y con la posesión de todo lo real del derecho humano, y
el consuelo y la fuerza de la estimación de cuanto en los cubanos blancos hay
de justo y generoso, la misma raza extirparía en Cuba el peligro negro, sin que
tuviese que alzarse a él una sola mano blanca. La revolución lo sabe, y lo
proclama : la emigración lo proclama también. Allí no tiene el cubano negro
escuelas de ira como no tuvo en la guerra una sola culpa de ensoberbecimiento
indebido o de insubordinación. En sus hombres anduvo segura la república a que
no atentó jamás. Sólo los que odian al negro ven en el negro odio; y los que
con semejante miedo injusto traficasen, para sujetar, con inapetecible oficio,
las manos que pudieran erguirse a expulsar de la tierra cubana al ocupante corruptor.
En los habitantes españoles de Cuba, en vez de la deshonrosa
ira de la primera guerra, espera hallar la revolución, que ni lisonjea ni teme,
tan afectuosa neutralidad o tan veraz ayuda, que por ellas vendrá a ser la
guerra más breve, sus desastres menores, y más fácil y amiga la paz en que han
de vivir juntos padres e hijos. Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos
y los españoles la terminaremos. No nos maltraten, y no se les maltratará.
Respeten, y se les respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la
amistad. En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombres la libertad que él mismo ansía. Más que
saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida ; y la
república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen
en ella de la libertad y bienes que han de hallar aún por largo tiempo en la
lentitud, desidia y vicios políticos de la tierra propia. Este es el corazón de
Cuba, y así será la guerra. ¿Qué enemigos españoles tendrá verdaderamente la
revolución'? ¿Será el ejército, republicano en mucha parte, que ha aprendido a
respetar nuestro valor, como nosotros respetamos el suyo, y más sienten impulso
a veces de unírsenos que de combatirnos? ¿Serán los quintos, educados ya en las
ideas de humanidad, contrarias a derramar sangre de sus semejantes en provecho
de un cetro inútil o una patria codiciosa, los quintos segados en la flor de su
juventud para venir a defender, contra un pueblo que los acogiera alegres como
ciudadanos libres, un trono mal sujeto. sobre la nación vendida por sus guías,
con la complicidad de sus privilegios y sus logros? ?Será la masa, hoy humana y
culta, de artesanos y dependientes, a quienes, so pretexto de patria, arrastró
ayer a la ferocidad y al crimen del interés de los españoles acaudalados que
hoy, con lo más de sus fortunas salvas en España, muestran menos celo que aquel
con que ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando los sorprendió en ella la
guerra con toda su fortuna? ¿O serán los fundadores de familias y de industrias
cubanas, fatigados ya del fraude de España y de su desgobierno, y como el
cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos e imprudentes, sin miramientos
por la paz de sus casas y la conservación de una riqueza que el régimen de
España amenaza más que la revolución, se revuelvan contra la tierra que de
tristes rústicos los ha hecho esposos felices, y dueños de una prole capaz de
morir sin odio por asegurar al paure sangriento de suelo libre al fin de la
discordia permanente entre el criollo y el peninsular; donde la honrada fortuna
puede mantenerse sin cohecho y desarrollo sin zozobra, y el hijo no vea entre
el beso de sus labios y la mano de sus padres la sombra aborrecida del opresor
? ¿Que suerte elegirán los españoles : la guerra sin tregua, confesa o
disimulada, que amenaza y perturba las relaciones siempre inquietas y violentas
del país, o la paz definitiva, que jamás se conseguirá en Cuba sino con la
independencia? ¿Enconarán y ensangrentarán los españoles arraigados en Cuba la
guerra en que pueden quedar vencidos? ¿Ni con que derecho nos odiarán los
españoles, si los cubanos no los odiamos? La revolución emplea sin miedo este
lenguaje, porque el decreto de emancipar de una vez Cuba de la ineptitud y
corrupción irremediable del gobierno de España, y abrirla franca para todos los
hombres al mundo nuevo, es tan terminante como la voluntad de mirar como a
cubanos, sin tibio corazón ni amargas memorias, a los españoles que por su
pasión de libertad ayuden a conquistarla en Cuba, y a los que con su respeto a
la guerra de hoy rescaten la sangre que en la de ayer manó a sus golpes del
pecho de sus hijos.
En las formas en que se dé la revolución, conocedora de su
desinterés, no hallará sin duda pretexto de reproche la vígilante cobardía, que
en los errores formales del país naciente, o en su poca suma visible de
república, pudiese procurar razón con que negarle la sangre que le adeuda. No
tendrá el patriotismo puro causa de temor por la dignidad y suerte futura de la
patria. - La dificultad de las guerras de independencia en América, y la de sus
primeras nacionalidades, ha estado, más que en la discordia de sus héroes y en
la emulación y recelo inherentes al hombre, en la falta oportuna de forma que a
la vez contenga el espíritu de redención que, con apoyo de ímpetus menores,
promueve y nutre la guerra, - y las prácticas necesarias a la guerra, y que
ésta debe desembarazar y sostener. En la guerra inicial se ha de hallar el país
maneras tales de gobierno que a un tiempo satisfagan la inteligencia madura y
suspicaz de sus hijos cultos, y las condiciones requeridas para la ayuda y
respeto de los demás pueblos -, y permitan, en vez de entrabar, el desarrollo
pleno y término rápido de la guerra fatalmente necesaria a la felicidad
pública. Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y
de si propias nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la
conduzca a las parcialidades o a la tiranía. - Sin. atentar, con desordenado
concepto de su deber, al uso de las facultades íntegras de constitución, con
que se ordenen y acomoden, en su responsabilidad peculiar ante el mundo
contemporáneo, liberal e impaciente, los elementos expertos y novicios, por
igual movidos de ímpetu ejecutivo y pureza ideal, que con nobleza idéntica, y
el título inexpugnable de su sangre. se lanzan tras el alma y guía de los
primeros héroes, a abrir a la humanidad una república trabajadora; sólo es
lícito al Partido Revolucionario Cubano declarar su fe en que la revolución ha
de hallar formas que le aseguren, en la unidad y vigor indispensables a una
guerra culta, el entusiasmo de los cubanos, la confianza de los españoles y la
amistad del mundo. Conocer y íijar la realidad; componer en molde natural, la
realidad de las ideas que producen o apagan los hechos, y la de los hechos que
nacen de las ideas ; ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la
cultura de modo que no quede el decoro de un sólo hombre lastimado, ni el
sacrificio parezca inútil a un sólo cubano, ni la revolución inferior a la
cultura del país, no a la extranjera y desautorizada cultura que se enajena el
respeto de los hombres viriles por la ineficacia de los resultados y el
contraste lastimoso entre la poquedad real y la arrogancia de sus estériles
poseedores, sino al profundo conocimiento de la labor del hombre en rescate y
sostén de su dignidad : - ésos son los deberes, y los intentos, de la revolución.
Ella se regirá de modo que la guerra, pujante y capaz, dé pronto casa firme a
la nueva república.
La guerra sana y vigorosa desde el nacer con que hoy reanuda
Cuba, con todas las ventajas de su experiencia, y la victoria asegurada a las
determinaciones finales, el esfuerzo excelso, jamás recordado sin unión, de sus
inmarcecibles héroes, no es solo hoy el piadoso anhelo de dar vida plena al
pueblo que, bajo la inmortalidad y ocupación crecientes de un amo inepto,
desmigaja o pierde su fuerza superior en la patria sofocada o en los destierros
esparcidos. Ni es la guerra él insultante prurito de conquistar a Cuba con el
sacrificio tentador, la independencia política, que sin derecho pediría a los
cubanos su brazo si con ella no fuese la esperanza de crear una patria más a la
libertad del pensamiento, la equidad de las costumbres y la paz del trabajo. La
guerra de independencia de Cuba, nudo de haz de islas donde se ha de cruzar, en
plazo de pocos anos, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance
humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a
la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún
vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba
un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o
indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la
confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago
libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de
caer sobre el crucero del mundo. ¡ Apenas podría creerse que con semejantes
mártires, y de tal porvenir, hubiera cubanos que atasen a Cuba a la monarquía
podrida y aldeana de España. y a su miseria inerte y viciosa!
A la revolución cumplirá mañana el deber de explicar de
nuevo al país y a las naciones las causas locales, y de idea e interés
universal, con que para el adelanto y servicio de la humanidad reanuda el
pueblo emancipador de Yara y Guáimaro una guerra digna del respeto de sus
enemigos y el apoyo de los pueblos, por el rígido concepto del derecho del
hombre, y su aborrecimiento de la venganza estéril y la devastación inútil.
Hoy,. al proclamar desde el umbral de la tierra venerada el espíritu y
doctrinas que produjeron y alientan la guerra entera y humanitaria en que se
une aún más el pueblo de Cuba, invencible e indivisible, séanos lícito invocar,
como guía y ayuda de nuestro pueblo, a!os magnánimos fundadores, cuya labor
renueva el país agradecido, y al honor, que ha de impedir a los cubanos herir,
de palabra o de obra, a los que mueren por ellos. Y al declarar así, en nombre
de la patria, y deponer ante ella y ante su libre facultad de constitución, la
obra idéntica de dos generaciones, suscriben juntos la declaración por la responsabilidad
común de su representación, y en muestra de unidad y solidez de la revolución
cubana, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, creado para ordenar y
auxiliar ]a guerra actual, y el General en Jefe electo en él por todos los
miembros activos del Ejército Libertador.
Montecristi, 25 de Marzo de 1895.
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