viernes, 14 de septiembre de 2012

Socialismo y Ejército en la semi-colonia


por Jorge Abelardo Ramos

Dice el Evangelio que el número de tontos es infinito: y Lenin (citemos a Lenin, que siempre da prestigio) coincidía en cierto modo con ese aforismo, comentando que el socialismo solucionara los problemas fundamentales de la humanidad, pero no todos, porque aún en la sociedad socialista habrá lugar para los tontos.

Cubriéndonos cautelosamente bajo estas dos autoridades, es que nos atrevemos, un poco tímidamente, a mencionar esta del Ejército. Como la ciudad de Buenos Aires engendra cipayos a mayor velocidad que nuestras ubérrimas vacas paren terneros en la infinita pampa, porque para eso nació como ciudad puerto, vuelta de espaldas al país, y donde los cipayos pululan como masa consumidora de productos de importación (sea nylon o ideologías) es lógico que la mayor parte de los temas difundidos entre los muchachos de “la izquierda” europeizante sobre todo si es de cuño eslavo y cubre sus desnudeces teóricas con el pabellón “leninista”, se encuentra el de la interpretación del Ejército argentino. Nada suscita entre los neófitos más aversión que el planteamiento de una posición nueva: la observan como una aberración y la juzgan como una “revisión” del marxismo. ¡Qué destino el de Marx, el de Lenin, el de Trotsky y en general el de todos los maestros del socialismo! No los han enterrado sus adversarios de clase, sino sus seguidores ciegos. No por casualidad Marx exclamó un día amargamente que había sembrado dragones y cosechado pulgas.

La cuestión del Ejército argentino, tiene sin embargo, la más alta importancia. Viene de muy lejos, desde los orígenes de la vieja izquierda europea en nuestro país, esa negativa a considerar el Ejército como un fenómeno vivo, en evolución, contradictorio y sujeto a las luchas internas del pueblo argentino. Esto se explica; los fundadores de los movimientos socialista y comunista en la Argentina provenían, en su inmensa mayoría de países europeos, en especial del Imperio zarista, o de su dominio polaco, de los países eslavos atrasados en general y también del extinto Imperio austro húngaro, que oprimía a múltiples nacionalidades menores. La aplicación de las nociones socialistas, o del marxismo “en general”, a la realidad argentina, era improcedente, desde luego, pero en lo relativo a la función del Ejército, estaba envuelta en la visión que traían los inmigrantes de sus lugares de origen. Para ellos, el Ejército, en general y el argentino en particular, era similar a las castas prusianas, a las castas grandes rusas del zarismo (que hablaban francés entre el generalato, ahondando más aún el abismo entre ellas y el pueblo) y a las castas autro–húngaras, con los brillantes oficiales cubiertos de alamares y condecoraciones, lanzados de los salones con espejos al huracán de las represiones sangrientas.

Dicho de otro modo, asimilaban los ejércitos de los países opresores e imperiales a los ejércitos de los países dependientes o semicoloniales. Los inmigrantes de izquierda proyectaron esa visión de su pasado nacional a la óptica deformada de un país que apenas conocían y cuyo desarrollo histórico les era profundamente extraño. Hicieron escuela y las generaciones posteriores adoptaron ese criterio antimilitarista a secas, coincidiendo, cosa harto sospechosa, con la doctrina “antimilitarista” de “La Nación” y de “La Prensa”, de la “United Press” y de los partidos oligárquicos, que sólo admiten a los abogados y a los civiles como estadistas legítimos. Esta confusión de ideas e intereses se explicará si se juzga el problema diciendo que también el imperialismo angloyanqui es antimilitarista, pero en América Latina, no en Estados Unidos, donde cuando les conviene hacen de un inepto general como Eisenhower héroe nacional y dos veces presidente. Para el imperialismo, alentar a la izquierda latinoamericana, “fubista” o “marxista” en un antimilitarismo abstracto, significa imbuirlo de su propio contenido, esto es, impedir al marxismo o a sus portavoces influir en las corrientes del Ejército, así como en el pasado argentino influyeron en él el partido federal, el alsinismo, el roquismo, el yrigoyenismo, el peronismo y el nacionalismo católico. Del mismo modo, el imperialismo no mira con malos ojos la propagación de la doctrina del “socialismo puro”, del “internacionalismo” vacío y de tendencias aquellas que prescinden de considerar en su programa las tareas nacionales de nuestra revolución democrática.

Persigue con esa actitud, a la cual sirven los grupos “marxistas puros”, separar a la clase obrera del resto de la población no proletaria, despojarla de su condición de caudillo natural de la Nación y someterla, por ese aislamiento, sea a la la dirección de los jefes burgueses nacionales o a la acción reaccionaria del imperialismo y la oligarquía que pueden así imponer su voluntad al país y a la clase obrera simultáneamente.

El Ejército argentino puede jugar, como las restantes clases, un papel muy diverso. Se trata, en primer lugar, de una formación estatal armada, compuesta esencialmente de oficiales provenientes de la clase media; de ahí su heterogeneidad política, sus vacilaciones y sus reagrupamientos. Los estratos más altos del ejército han representado, y no solamente en nuestros días, la doble condición a que ha estado sometido el país en su conjunto: los intereses nacionales y los intereses de las potencias extranjeras. De ahí que hubo un ejército de Rondeau y uno de San Martín, un ejército montonero y otro del mitrismo porteño, un ejército contra la clase obrera en la Semana Trágica y otro con la clase obrera en las jornadas del 45.

La condición preliminar que define a un revolucionario es su aptitud para comprender la naturaleza de las fuerzas reales que desempeñan un papel en la sociedad argentina. Pero como el marxismo ha sido en nuestro país un artículo de importación, en muchos cerebros aun no ha florecido con raíces propias. La esencia del pensamiento socialista es su poder crítico para repensar lodo de nuevo y para extraer de la realidad nacional sus propias originalidades. Frente a los generales golpistas, gorilas y cipayos que se han empatotado desde 1955, no cabe sino una sola posición. Pero el Ejército en su conjunto refleja todas las tendencias de la sociedad argentina, no una sola.

Ya sabemos que el número de tontos es infinito, y que no se reclutan tan solo entre los izquierdistas del viejo estilo. Pero no nos interesan los tontos de otros campos, sino los de éste. Que recuerden, si esto no constituye un esfuerzo intelectual exagerado, que Lenin no vaciló en saludar la gesta de los “dekabristas”, oficiales zaristas jóvenes que subrayaron con su sangre su oposición al absolutismo. Se nos dirá que eran “dekabristas”, célebre palabra rusa, y no algo tan prosaico como “montonero” o “Perón”. Pero para Lenin, esa palabra era extranjera sino propia, porque casualmente Lenin también era ruso, y Chernichevsky era para él algo tan cercano como para nosotros el apellido Gómez. Por eso, porque era un revolucionario, no temió ser él mismo en su país. No participó jamás del “occidentalismo” y del “europeismo” de los refomistas mencheviques. Esa fue la causa de su triunfo.

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