jueves, 20 de febrero de 2014

LA CULTURA DE RIVADAVIA

por José María Rosa

Bernardino Rivadavia fue tenido por un hombre culto por sus contemporáneos. Más que por un hombre culto, por un sabio: su mote Padre de las Luces no tenía intención irónica. Casi todos creían en el enorme talento y los considerables conocimientos de Rivadavia: hasta San Martín (por lo menos en 1823), y el mismo Rosas en sus cartas de 1830 y 1834, ambos desconfiados por naturaleza de valores ficticios, reconocen su “vasta erudición”. Entre quienes no creyeron en la cultura de Rivadavia, y llegaron a burlarse inexorablemente del Padre de las Luces estuvieron el padre Castañeda hombre de sólida formación filosófica, y Pedro de Angelis, humanista y erudito a toda prueba.
¿Nuestra opinión?... Rivadavia no escribió un libro, ni dictó una cátedra. Su talento y conocimientos se manifestaron, por lo tanto, en su conversación particular, epístolas, discursos y decretos de gobierno. Nadie ha mencionado una frase feliz o un giro brillante de la conversación de Rivadavia, y sus cartas no pasan de una medianía. Los discursos no revelan precisamente ese enorme talento. En el inaugural de la presidencia, dijo: “...Organizar los elementos sociales que ellos tienen (los Estados) de manera que produzcan cada vez, en menor tiempo, el resultado mayor y mejor. Esto es lo que hay de verdad cuando se dice que se crea, y esto también pone delante de vosotros (los diputados) uno de aquellos avisos de refracción que el Presidente no puede dejar de recomendar el que los señores diputados lo tengan siempre delante de sí, y es el que sólo la sanción que regle lo que existe o para cortar el deterioro o para que produzca todo lo que da su vigor natural tiene efecto, y por consiguiente, obtendrá la autoridad que da el acierto y la duración que sólo puede garantir el bien”. En esta frase se encuentra de todo: anfibologia, solecismos, barbarismos, monotonía. Y después de descifrar con trabajo ese aviso de refracción que la Presidencia recomienda a los diputados tener delante de sí, resulta que se reduce a una verdad de Pero Grullo: quitar lo malo y dejar lo bueno.
Quedan sus decretos de gobierno. En el Registro Oficial de Rivadavia han encontrado sus admiradores la prueba de sus conocimientos y su afán civilizador. Aunque sea por las tapas. Alguna vez un diputado o senador comparó a Rivadavia con Rosas, por supuesto en beneficio de aquél, por el número de decretos de gobierno producidos por uno y otro.
En sus decretos de gobierno, Rivadavia enseñaba de todo: para nombrar a un jardinero con 50 pesos mensuales dictaba una cátedra de botánica en quince artículos cuya parte dispositiva se resume: “las funciones del jardinero son... plantar y cultivar todo árbol de utilidad para paseo, combustible y todo género de combustible; plantar y cultivar todo género de flores, árboles frutales, plantas medicinales, granos, pastos y hortalizas”. (Registro Nacional Nº 1998, tomo II, pág. 135). Crea una Academia de Medicina y Ciencias Exactas para encargarse de “formar una colección demostrativa de la geología y de las aves del país”: tamaña colección de despropósitos no puede ser más estrafalaria, pero está allí en el decreto del 31 de diciembre de 1823. Y no solamente hace danzar juntas a la medicina, a las ciencias exactas, a la geología y a las aves del país para ilustración de los lectores del Registro Oficial, sino que dicta un Reglamento para la Escuela de Partos, en enero de 1824, dando una completa enseñanza de ginecología y obstetricia: el objeto del primer año de estudios es conocer “las partes huesosas que constituyen la pelvis, el útero, el feto y sus dependencias, la vejiga, la orina y el recto”.
En estos decretos administrativos está el sólido pedestal de la cultura de Rivadavia. O nuestros gigantes padres los conocieron solamente por las tapas, como el diputado o senador de marras, o se impresionaron demasiado por la música de las palabras.


capitulo nueve de El Revisionismo Responde

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