viernes, 16 de noviembre de 2012

LA COMPOSICIÓN SOCIAL DEL “MEDIO PELO”. PERMEABILIDAD Y FILTRO


por Arturo Jauretche

La estatua de Garibaldi en Plaza Italia, que desde el principio del siglo ha presenciado sucesivamente la so­ciabilidad dominical de las parejas inmigratorias, y las de cabecitas negras, preside también el ingreso a la alta sociedad porteña, pues ya se ha dicho que se entra a ésta por las puertas de la Sociedad Rural y llevando el toro del cabestro; ella ha visto llegar los aspirantes a las exposi­ciones, primero como espectadores, después como compra­dores y ¡al fin! después de largos años, como expositores. Después como miembros de la directiva, ya prestigiados en las crónicas sociales.
Esto es lo que Imaz refiere, en otros términos, cuando habla de los descendientes de la burguesía inmigratoria de principios de siglo —aquellos burgueses indiferentes al "reconocimiento", según Germani— que en su casi totalidad optaron por la incorporación a la alta clase propietaria de la tierra: si la primera generación practicó el aforismo burgués de que el dinero no tiene olor, la segunda percibió que, socialmente, en la Argentina perfuma y que el aroma del estiércol es más "bien" que el del aceite y los combus­tibles. En alguna otra parte ya había señalado la distinta actitud que a este respecto se tiene en Europa o en EE.UU., donde un banquero o un industrial consideran a un ganadero un "juntabosta". Aquí la actitud es inversa por ­las dos partes.
Este orden en la preeminencia social ocasiona que la alta burguesía termine por adoptar conjuntamente con las pautas de comportamiento de la alta clase tradicional, las pautas ideológicas que la ponen a su servicio en per­juicio y oposición de las que correspondían a su condición originaria y a las necesidades de modernización económica y social.[1]
Se ha visto oportunamente la permeabilidad de la alta clase porteña. Pero este proceso de integración de los nuevos lo hace paulatinamente, lo que le permite recibir­los, generalmente en segunda generación, cuando ya han limado la guaranguería original de los triunfadores y absorbido las normas de comportamiento que les permite cubrir los claros de los que se desplazan por los accidentes de la fortuna o por la división hereditaria de los patri­monios.
No basta comprar campo para ser estanciero. Esto requiere una adecuación al modo rural en que los estancieros vecinos de más modes­ta posición social que la alta clase, y de mucho más débil situación económica que el nuevo propietario, son los que dictan cátedra; es un curso preparatorio como el de las escuelas británicas en que los futuros gentlemen deben someterse al ablandamiento que imponen los alum­nos de los años superiores, con pullas y humillaciones de toda clase.
El estanciero “Gath & Chaves” tiene que ir renunciando al atuendo deslumbrante, usando más frecuentemente la bombacha que los breeches de corte impecable y hasta la alpargata en lugar de la bota de polo; debe archivar la silla inglesa reemplazándola con un recado de pato aunque el caballo se pase el día en el palenque y ol­vidar el respeto que se merece el coche último modelo, dejándolo embarrado. Debe ajustar por lo menos en apariencia, su mentalidad de giro diario en los negocios al obligado giro anual de la producción y en lugar de ser terminante en sus conclusiones debe hacerse elu­sivo acostumbrándose a la idea de que su voluntad e inteligencia no son el factor decisivo, sino Dios y el Gobierno que siempre están con­tra el ganadero, y llorar siempre porque las cosas andan mal, cuando no son perfectas, y siguen mal cuando lo son, porque podrían ser mejores. Debe frenar su afán de iniciativa, que es un arrastre de la época industrial, y antes de aplicarlas averiguar qué ganadero im­portante ya lo ha hecho, para que no se le rían si fracasa y para que le perdonen el éxito, si acierta, pues los ganaderos de la zona saben todo lo que puede saberse y algunas cosas más como Pico de la Mi­rándola.
También debe aprender mil detalles como por ejemplo que no es imprescindible que el personal en pleno lo esté esperando cuando llega de la Capital, como ha visto en alguna película, y que no ne­cesita dar varias tarjetas, una por estancia, cuando es presentado a alguien. En una palabra debe aprender la cazurronería campesina en la que embotará la estridencia guaranga del triunfador urbano, para desde ahí perfilarse para empezar el aprendizaje del buen tono, que le permitirá el ascenso social.
El aprendizaje técnico es secundario porque como tiene el há­bito y las aptitudes de dominar técnicas más difíciles, y que exigen mayor velocidad en la decisión en poco tiempo sabrá mucho más que sus vecinos, pero a condición de que lo disimule, y que sean ellos los que lo descubran. Así debe adoptar una actitud dramática frente a los cinco o seis vencimientos anuales del crédito rural, aunque en sus actividades de la ciudad haya aprendido a tapar diez o doce agujeros diarios en su malabarismo bancario; y aunque está acostumbra­do a llevarse por delante a todo el mundo según lo exigen sus ne­gocios, debe mantener una conducta de correcta amabilidad con el gerente local, el comisario, el intendente, el feriero y los modestos doctores que concurren al club pueblerino, y hasta con el jefe de estación y los contratistas de máquinas agrícolas, pues el descrédito del "fanfa", que corresponde por nacimiento a todo porteño, y más a los porteños con plata, lo está acechando en veinte leguas a la redonda, y después se corre, de estancia a estancia de lugareños, por un misterioso sistema de comunicaciones que el porteño no descu­brirá jamás.
Paralelamente adquirirá las normas reverenciales por los grandes rematadores y consignatarios, que lo presti­giarán cobrándole sus comisiones, y a través de los cuales irá aprendiendo paulatinamente, así como en las ferias y exposiciones locales, las tablas de valores correspondientes a las cabañas y sus propietarios, así como el conocimiento de las razas que dan más prestigio social. Llegará un día en que no necesitará remitir a plaza y el frigorífico le mandará el revisor.
Entonces ya estará maduro, cuando en una exposición Don Narciso, Miguel Alfredo o Don Silvestre, según la época (Don Faustino no viste tanto) lo saluden desde lejos con la mano, o se acerquen y lo reconozcan por el nombre.[2]
Entretanto la familia, con los chicos en el colegio que corresponde y escalonando paulatinamente relaciones en los veraneos reiterados en la playa indicada, las canastas y las fiestas de beneficencia, se irá capacitando poco a poco, al adquirir las pautas de comportamiento social necesarias en el nuevo status que también exigen esfuerzos porque las mujeres son más “difíciles” que los hombres en esto del “reconocimiento”.
Nada de esto significa que alguien, grupo o persona regule la filtración ascendente. La aceptación se hace subconsciente por el propio status de la clase que hace el proceso selectivo fisiológicamente, como una cuestión de hecho que se va cumpliendo por etapas.
Sin embargo, deduzco de lo observado por Imaz, que en muchos casos hay un discernimiento que revela con­ciencia del proceso. Así cuando analiza la composición por apellidos de las sucesivas comisiones directivas de la So­ciedad Rural; el número de los antiguos y los recientes está inteligentemente dosificado, y los antiguos saben poner en el primer plano los líderes nuevos que aportan el empuje del neófito para lograr las mayores ventajas posibles, cuando las circunstancias son muy favorables. Se percibe por ejemplo, que en el momento en que el grueso de la renta nacional fue transferido a la clase ganadera, en el gobierno del General Aramburu, asumió el liderazgo de la misma Dr. Mercier, ganadero consorte, que le resultó muy eficaz. En otras circunstancias a este desco­nocido le hubieran aprovechado a lo sumo sus aptitudes de ginecólogo para un curso de tacto rectal, tan beneficio­so para aumentar el porcentual de las pariciones.
El actual presidente de la Sociedad Rural, Faustino Fano pasó, ya hace muchos años, del comercio de tejidos a la ganadería, donde desde luego se ha destacado por sus aptitudes. Ha dado el mejor examen de adopción de la ideología económica agroimportadora, pues lo que le queda de burgués está radicado en Inglaterra, que es donde corresponde; con más precisión en Manchester, en sus fábricas de tejidos, para rentar en la Argentina como ex­clusivo productor rural, libre de todo pecado industrialista. S.M.B. lo debe mirar con ojos tiernos, recordando aquello que escribió el economista inglés W. H. Dawson en el siglo pasado, frente al surgimiento de la Alemania industrial: "—Hubiéramos preferido, que Alemania hubiera continuado concentrando su atención en la producción de música, poesía y filosofía, dejándonos el cuidado de proveer al mundo de máquinas, telas y algodón" (Friederick Clairmonte - Liberalismo Económico y Subdesarrollo. Ed. Ter­cer Mundo. Bogotá, 1963). Póngase novillos y cereales en lugar de disciplinas "tan cultas y germánicas" y la expre­sión de deseos conservará todo su sentido.
En cambio, en los momentos difíciles, con igual inteligencia se recurre a los apellidos tradicionales, cuyos por­tadores conocen mejor que los neófitos la flexibilidad ne­cesaria para capear los temporales. Es lo que ocurrió ba­jo el gobierno de Perón.
También la alta clase suele tener sus herejes.
A veces algunos individuos de la alta clase se dejan contagiar por el virus de las innovaciones y se resbalan hasta el campo ar­tístico o industrial contrariando las pautas vigentes.
Así, a Victoria Ocampo, durante mucho tiempo no le perdona­ron su modernismo, oponiéndole la reticencia de la gazmoñería, y tardaron bastante en comprender en qué medida la culta dama, por el simple hecho de transferir su visión europeizante y formar nú­cleo en su redor era —al margen de sus propósitos que conceptúo generosos— un aliado tácito del sector de donde provenía, y que vino a cumplir en el terreno de las letras la tarea que la Sociedad Rural cumplía respecto de la burguesía, rigiendo en forma parecida el prestigio de los literatos arribistas que, como la burguesía, buscaban el sello de lo que es "bien" tradicionalmente: un prestigio con el sello de "las formas tradicionales". Actitud parecida es la adoptada con algunos industriales de apellido tradicional —tal el caso de al­gunos Pereyra Iraola. Si triunfan se los ignora, pero si vuelven derrotados al redil se los aplaude, cuando les queda como volver. No le quedó a Nemesio de Olariaga, que aunque no de origen tan anti­guo, estaba en el nivel de la gran ganadería.


IDIOSINCRASIA DE LA BURGUESÍA RECIENTE

Como se ve, la incorporación a la clase alta no es cues­tión de decir: golpeá que te van a abrir. La misma permea­bilidad que surge del espíritu conservador de aquella, exige la práctica del ritual que se ha referido para graduar el ingreso.
La nueva burguesía originada en la expansión indus­trial de la última guerra y de crecimiento mucho más rá­pido que la de principios de siglo, como se ha visto en el capítulo anterior, no alcanzó a tomar conciencia de su propio status, ni siquiera a sedimentarse en el conocimiento de los factores económicos que determinaban su ascenso, pues sus miembros, más comerciantes que industriales, se creyeron más hijos de sus aptitudes financieras —cosa bastante cierta— que de sus conocimientos técnicos; pasó aun con los enriquecidos que proviniendo del taller podían haber sido modelados en el proceso previo de su enriquecimiento. Faltó ese amor a la propia obra, esa identidad con la creación que en su sector tiene el hom­bre de campo, y que habían tenido los viejos industriales. Además, hubo la seguridad y la soberbia de los hijos de la inflación que se mueven sobre una nebulosa de situa­ciones que terminan por atribuir al propio genio. Cada uno se creyó un fenómeno de la naturaleza y se atribuyó personalmente los éxitos nacidos de condiciones históricas favorables. En cambio, los obstáculos, las dificultades con los trabajadores, los problemas impositivos y los incon­venientes de la planificación eran culpa del "intervencionismo de Estado" al que al mismo tiempo pedían pro­tección.
Imaz ha señalado su incapacidad para actuar como grupo, como conjunto expresivo de una conciencia empresaria, lo que es bastante lógico por la ya mencionada impro­visación en que la empresa era más una aventura comer­cial que el producto de una vocación. Faltó la conciencia del interés común y general a la industria, y los irritaban los mismos problemas salariales de previsión y de política obrera que les creaban el mercado, como les molestaban las dificultades de cambio o de crédito que establecían las prioridades de las cuales se beneficiaban. En su incapa­cidad para percibir el encuadre de una política general de la cual eran hijos, sólo percibían las restricciones que ésta les imponía, que les resultaban trabas burocráticas opues­tas a la expansión de su genialidad creadora. Como el comunista del cuento que pensaba tener dos casas con la que ya tenía y la que le iba a tocar en el reparto, querían las ventajas del intervencionismo de Estado, que experi­mentaban, y la de la libre empresa con que los adoctrinaban sus adversarios económicos que ellos empezaban ya a ver como sus libertadores. Se sumaron al resentimiento de la alta clase media, y los "primos pobres de la oligarquía" que experimentaron las molestias que le creaba a su tradi­ción y gustos de "gente calificada", los aspectos groseros y masivos que la convivencia urbana creaba por la inte­gración de la sociedad con la vieja clase criolla postergada. Estos tampoco supieron apreciar que la nueva situación, con la creación de oportunidades, había levantado su nivel de vida, porque lo midieron no en razón de su mejora, sino en razón del acortamiento de distancia con las clases más modestas que en su extrema pobreza de antes le daban una imagen de mejor posición propia.
También hay que computar la incapacidad del peronismo para dar a la burguesía y a la clase media un lugar en el proceso de transformación. Es curioso que la mentalidad militar de Perón perdieses el sentido de la importancia de los factores sociales de poder para quedarse en la estimación puramente cuantitativa del caudillo liberal.
A través de Miranda, todavía esa burguesía podía sentir que uno de los suyos orientaba algo. Después de la representatividad de la misma y de la alta clase media quedó a nivel Cereijo, y aun los más simpatizantes y partidarios tuvieron que optar entre retraerse o renunciar a expresar algo distinto que el coro burocrático.
El militante obrero podía sentirse expresado por el dirigente gremial. El de la burguesía y clase media no tenía expresión ni en el poder ni en el movimiento político. Quedaron destruidos los elementos compensatorios que intelectualmente hubieran impedido la absorción masiva por la mentalidad de la clase ganadera de los elementos altos de las clases intermedias y la burguesía naciente. Esto hubiera sido lógico si la conducción se hubiese propuesto la construcción de una sociedad fundada exclusivamente en el proletariado. Pero nada había más ajeno a su propósito, que era cumplir con la modernización de la estructura de sociedad preexistente.
            En el capítulo anterior se ha señalado la importancia que tuvo en ese momento histórico el descenso a la arena política de la alta clase, que despertó en estos factores, hasta entonces distantes de ella, la idea de una permanente vinculación, como si la Unidad Democrática en lugar de ser una empresa política circunstancial, fuera la democratización de la sociedad porteña para dividirla en dos grupos con sus status respectivos: la “gente culta”, y la multitud morena y la desacreditada burocracia del peronismo. Un retorno a la sociedad tradicional.
            Burguesía, alta clase media y los “primos pobres”, se sintieron por un momento al nivel de la alta clase. Cuando ella se retrajo y volvió al espacio reducido del gran mundo, surgió la desesperación por mantener el status que se creía haber adquirido. Para la nueva burguesía comprar estancia pareció la solución. Pero pronto percibió que había un largo camino por delante, que esta gente apresurada no estaba dispuesta a recorrer. Pero tampoco ya los "primos pobres" se resignaron a volver a su medianía social ni los miembros de la alta clase media; al margen de la clase alta, y sin proponérselo ésta y sin que participara para nada, comenzó la elaboración del "medio pelo".


BUSCA DE PRESTIGIO Y "MEDIO PELO"

La búsqueda del prestigio, especialmente por la bur­guesía y la clase media alta, había cambiado de significado: ya no era la evidencia de su propio triunfo en los rangos de la propia clase sino la incorporación a la vieja sociedad, el objetivo que podía satisfacerla. No tenía, por otra parte, una muy clara percepción de la diferencia entre la alta sociedad y "los primos pobres"; y como estos eran accesibles se constituyeron en su modelo, y su nivel de incorporación. A su vez, los segundones que habían vi­vido en un hosco marginamiento social, se encontraron con un público que les atribuía el rango siempre apetecido: estaban en el escenario, el telón se había levantado, el pú­blico aplaudía y todo el problema consistía en seguir el libreto.
Jugaron el papel que los bien dispuestos oyentes lo atribuían y empezaron a comportarse como si efectivamente fueran la clase alta; pero la comedia pronto fue drama, porque a medida que se producía el entrevero, las ventajas sociales que les llevaban a sus adeptos no alcanzaban a compensar la desventaja económica.
Salían del modesto y decoroso papel que se habían asignado compatible con la escasez de los recursos, para ponerse a la luz de las candilejas. Era como una compañía de cómicos de la legua que se presenta de pronto en el escenario de un teatro lujoso con la uti­lería ajada y descolorida de la compañía ambulante frente a un pú­blico en que relucen los brillantes de los espectadores de la platea y los palcos. Había que poner el atuendo y el comportamiento a nivel económico del público y empezó la vida de pie forzado para las dos vertientes que concurren a la formación del "medio pelo".
Una aporta los signos del status y otra los recursos. Esta sufre porque se ve reprimida en su natural tendencia a mostrar la prosperidad y el éxito a través de los signos de la riqueza que es necesario morigerar. La otra, porque sin los recursos no le es posible imponer la prevalencia de sus signos; además, sabe que no está tomada en sí, sino como imagen de la alta clase, y necesita disimular la es­casez de medios económicos porque no hacerlo implica confesar su verdadera situación y desprestigiarse ante los que la imitan, creyendo que imitan a los de más arriba. Es un círculo vicioso de recíprocos engaños en que la situación más difícil es la de quienes tienen más cómoda situación social pero más incómoda posición económica.
A medida que vayamos viendo las pautas que rigen el comportamiento del "medio pelo" iremos percibiendo las particularidades de la falsa situación que importa.
Desde el ángulo del "medio pelo", por ejemplo, el au­tomóvil es un signo de status; también un instrumento de transporte, pero esto es subsidiario. Pronto el automóvil chico, que se ha comprado con enorme sacrificio y endeu­dándose, exige su reemplazo por el coludo, pues no se pue­de ser menos que el recién llegado que está "aprendiendo de uno" a comportarse pero lo "sobra" desde el último modelo. Hay que explicar que el automóvil chico "es para que mi mujer vaya a hacer las compras" y proveerse ense­guida del coludo correspondiente. Eso sí, hay que cuidarse de que no sea un Valiant, que según los informes del me­cánico es muy bueno, pero socialmente es propio de bote­lleros y abastecedores. El Peugeot —que es "yeyó" en la parla tilinga, como el Citroen es "milonguita" peyorati­vamente, porque "los hombres te han hecho mal"— es el desiderátum pues combina una presentación discreta, de "buen tono", con la categoría. Pero estos "canallas" de los franceses —seguramente gente de De Gaulle, (adelantemos que el antidepaullismo está entre las pautas)— se han apro­vechado del prestigio para llevarlo a las nubes y no fían ni un pito, ni siquiera a un módico interés del 30 por ciento acumulativo. En fin, se hace un sacrificio y se lo com­pra. No sirve de nada porque al día siguiente uno de los neófitos se aparece ¡nada menos que con un "Mercedes"!...
El automóvil, además, representa, fuera de su costo de compra, mantenimiento y reparaciones, la necesidad de usarlo, combustibles, y si va al centro, estacionamientos —¡hay que ver cómo "aplican" estos industriales de baldío!— y lo peor son los fines de semana, lógicamente en la quinta de los nuevos —porque los antiguos no las tienen ni tampoco los de la clase media alta—. Si bien se va como invitado, no se puede caer con las manos vacías a una casa donde los "guarangos" asan media vaquillona o empiezan la comida con el inevitable cóctel de langostinos. Y a veces ponen caviar que, como lo ha enseñado Beatriz Guido, es el alimento natural de la alta clase. (Comentario obligado: "Ya no es como el de antes de la guerra"... que da tono de consumidor consuetudinario, y está entre las pautas nostálgicas). Además, hay whisky inglés y sin estampilla, como co­rresponde: ¡puro de embajada!
(Con esto del whisky, los "primos pobres" que conservan la línea hasta con el caviar, se descarrilan. Tener pileta de natación en verano y dando whisky, es para el dueño de casa motivo de un interrogante: ¿Quién consume más líquido? ¿La pileta o las visitas? Un burgués de estos me mandó una tarjeta de socio vitalicio de un club ignorado. Cuando averigüé de qué se trataba descubrí que separó de su casaquinta la pileta, con una tapia, y edificó un vestuario y un bar al lado de ella. Fundó el club y puso de cantinero a un paisano de la vecindad. Entonces le mandó tarjetas de socio vitalicio a todas sus relaciones y él tiene la suya y concurre como socio pero no como proveedor de whisky. Pero, evidentemente, se trata de un tipo en que todavía predominan las pautas de ahorro anteriores a su ascenso).
Hay un lindo chalet en un pueblo de la costa. A la puerta están los dos coches de la familia. Si entráis comprobaréis que se trata de una familia prolífera y longeva. Allí viven los abuelos, la tía soltera, el matrimonio y seis o siete criaturas, en una casita con living comedor, y dos dormitorios. Entonces tenéis que imaginar lo que ocurre des­pués de las once de la noche: es el imperio del Gicovate y el Blicamcepero. Empiezan a salir camas y colchones de los lugares más inverosímiles, en una magia de utilería.
Esto ocurre también en los sectores más modestos de la clase media, pero por necesidad, o en familias obreras. Pero en el caso las camas son honradamente camas.
Y sin embargo esa familia es propietaria del chalet y tiene su pedacito de jardín con un cedro azul que empezó a crecer indiscreta­mente tapándolo todo. Podría prescindir del cedro y de uno de los automóviles y, con su importe, edificar uno o dos dormitorios y un baño más. Pero nadie se entera –ellos lo creen—del drama nocturno y lo que importa es la representación: el auto se ve, la falta de confort, no. Habrá que vivir mal para vivir “bien”.[3]
                A la mañana hay que hacer cola por el cuarto de baño. El café con leche es aguado, y a mediodía y a la noche, el condumio escaso. Es cierto que se llaman almuerzo y “comida”, como corresponde, y no comida y cena, como dicen “los del Mercedes” y se comenta divertidamente llenando la boca de palabras y burlas a falta de cosas más consistentes.
                Lo que “allá lejos y hace tiempo”, cuando empezó el ascenso, decir “mi mujer” era agraviante; se era “esposa” porque se tenía libreta de casamiento que muchas veces hubo que exhibir a las vecinas incrédulas, o para darle por los dientes a alguna mal casada.
            La situación es para los antiguos peor que la de los parientes pobres de los Barros, ya mencionados, citando a Silvina Bullrich, porque ante estos no había que disimular la pobreza y hasta convenía evitar la ostentación. Pero, ¿cómo mostrarla ante estos nuevos que son a la vez discípulos y competidores en la búsqueda del status? Porque ahora los dos buscan status: los que lo tenían relativamente se han entrampado en el juego porque ya no muestran el suyo sino el que los nuevos creen que tienen, y se obligan a sostener una posición que además terminan por creer cierta. Y si el nuevo tiene que encargarle a Ruiz Pizarro que le pinte un antepasado a la manera de "Prilidiano", el an­tiguo no está en mejor situación, porque por más que remonte en la historia no puede pasar de la descolorida fotografía con que se inauguró el álbum familiar. La verdad que esa rama de la familia nunca estuvo en fondos para hacerse pintar; en esta materia están mejor colocados los provenientes de la clase media alta, pues hay retratos familiares pintados por "nenas", ahora tías viejas o abuelas, que iban a "la Academia" en el barrio desde el cual se han mudado. Pero eso es viejo sin ser antiguo y, además, irremediablemente "cursi".


LA EQUÍVOCA SITUACIÓN AMBIENTAL

El "medio pelo" se amplía aceleradamente desde que los altos empleados son "executives", y los que arreglan los sobornos hacen "publica relations"; unas veces para la empresa donde trabajan, y otras, por ellos mismos, con el pretexto de que lo exige la empresa, comienzan también la dura vida de la representación.
Al margen del "medio pelo" esto de la representación se ha convertido en una exigencia vital. Pero esto puede tener límites ra­zonables. En Montevideo, por ejemplo, recuerdo una época en que hasta los analfabetos llevaban "Marcha" bajo el brazo, porque suponía calidad intelectual. Esta cultura de sobaco ilustrado se repite aquí con la mayoría de las revistas caras: las políticas dan aire de “estar en la pomada”, las de hogar y confort, de estar ampliando los horizontes, y las extranjeras son el acabose, sobre todo las que están en "idioma" como dice Catita. Sin embargo hay muchos compradores que las leen. (Pero esto no es el “medio pelo” porque no se propone acreditar un status colectivo, sino un prestigio individual. Además, induce a suponer que se preocupa de “cosas serias”, lo que el “medio pelo” entiende –ya hemos visto la visión de Beatriz Guido—no ocurre en la alta sociedad en la que las preocupaciones son exclusivamente de alto nivel artístico o sexual. Salvo cuando se trata de "los negros", de los que en realidad la alta clase se ha olvidado).
Un sociólogo científico podría encuestar en muchas localidades del suburbio Norte, la dicotomía del comercio minorista de la Av. Maipú hacia el río, y comprobaría que la clientela de "medio pelo", si es burguesa, compra al contado, pero la otra estira la cuenta corriente que no se le puede negar por su relevancia social. Entonces identifica­ría las dos vertientes.
Cuando las "señoras gordas" se reúnen para sus in­terminables canastas y demás actividades típicas de "gen­te bien", una vez que se han hablado las generalidades habituales en que todos coinciden por la aplicación de comunes pautas ideológicas en el comentario de la actua­lidad, es fácil percibir las dos vertientes en ciertos cortes de silencio, imposibles entre mujeres, fuera de este medio. Alguien ha mencionado "la parentela"; el antepasado Juez, Teniente Coronel, diputado o conscripto de Curumalal.[4] Otras veces, y es lo más frecuente, se insiste en designar a las personas de que se habla con un apodo o diminutivo familiar. Si el neófito muerde preguntando de quién se trata, se lo aplasta con el apellido, este sí, verdadera­mente de la alta clase. Así, se dice: "El otro día me dijo Felicito...", como quien no dice nada, para ver si pican.
Una parte de los contertulios guarda un silencio incómodo; es la que se toma la revancha en seguida hablando del último viaje a Europa y sobre todo a EE.UU., y de las cosas que se trajeron. Porque toda esta gente es cositera; (cositeros son esos tipos que no pueden aguan­tarse de comprar cuanto chiche aparece por ahí en expo­sición, sobre todo si es de fabricación extranjera y ha en­trado de contrabando.)
Hay algunas burguesas que se abusan hablando del nuevo tapado de visón. Los primos pobres, son los que ahora callan.
Tanto embroman con los viajes los nuevos, que los "primos pobres" tienen que mandar las "nenas" en una excursión, que después habrá que pagar en 36 meses, y que además les impondrá un terrible trabajo: pasarse dos o tres meses leyendo algo sobre lo que se vio, porque en la visión fugaz y universal que la excursión permite, los cuadros, cuando se recuerdan, cambian de museo, y las ciudades de nación. Menos mal que se han traído el proyector y las diapo­sitivas. ¡Perdón! Ahora se llaman Slides.


¿STATUS O IMAGEN DE STATUS? SUS ÚLTIMAS VARIANTES

Estoy dando una visión desordenada de un hecho so­cial a través de un abigarrado conjunto de anécdotas, situaciones ciertas o hipotéticas, de hechos inimportantes y otros significativos y saltando de un grupo a otro en un deliberado desorden. Quiero evidenciar, precisamente, esa situación, que es la que suscita la observación in vivo del comportamiento del "medio pelo", las imágenes con­tradictorias que ofrece y lo desparejo de su composición tanto social como en el tiempo, porque constantemente se van agregando nuevos aportes y va cambiando la edad de sus actores como las situaciones económicas de los mismos, en la constante crisis de su composición desde que no es un status con una caracterización precisa, sino la imagen de un status que se configura caprichosamente en la me­dida en que la imaginación de cada uno de sus componentes busca el prestigio dentro de muy variables pautas de comportamiento estético y unas pocas ideológicas más permanentes.[5]
Para la comodidad de la exposición, lo he designado frecuentemente como status, pero aquí quiero dejar establecido de una manera precisa, que más que status es la imagen de un status.
Así, por ejemplo, con referencia a la perdurabilidad, la que vende Beatriz Guido es ya un poco pasatista, más bien para "señoras gordas".
Hay así, un tipo más internacional, que soslaya un po­co a los "primos pobres" y de más directa procedencia burguesa. Una expresión fácilmente constatable es un re­matador de apellido De Rhone, sobre el que no recuerdo si en "Primera Plana", "Confirmado" o "Extra" se ha escrito un gracioso comentario y cuyo rico repertorio "mediopelense" internacional está al alcance del lector que quiera tomarse la molestia de concurrir a una de sus ac­tuaciones.
El personaje originalmente modisto polaco, ha cam­biado de actividad. Con lenguaje untuoso, la deliberadamente marcada pronunciación extranjera, y un esteticismo de tipo que se encuentra en el país por circunstancias desafortunadas, extrañando como un intelectual nativo, el ambiente europeo propio de su "cultura", llena el oído del auditorio con una riqueza idiomática de portero de gran hotel. Con aire de experto da a los compradores que tie­nen la fortuna de adquirir las piezas que vende, la sensación de que también lo son, y recalca siempre la ventaja de la calidad de lo importado sobre todo lo de producción nacional, particularmente en pintura. Cuando vende un pintor argentino, parece que le hace un favor, y que sufre un desgarramiento cuando tiene que desprenderse de al­guna supuesta firma de cotización mundial. Nada se re­mata sin pesar su cotización en todas las monedas fuertes, lo que le da oportunidad para referencias despectivas al peso moneda nacional.
La tónica en todo es la siguiente: está rematando platería inglesa con una inevitable referencia histórica matizada de inglés, algunas expresiones francesas y otras italianas, y después del punzón aplica —sin que venga el caso— su propio punzón a la platería colonial. Entonces, con un aire displicente, dice: "No me egplico pogqué hay kente que compga plateguía colonial. Yo de ninguna manega la tendría en mi casa de Punta Chica" (sic).
En realidad el sector de "medio pelo" que se mueve dentro de esta nueva característica, está dejando de ex­perimentar acomplejamiento social frente a la alta clase, pero desgraciadamente ya ha perdido las pautas "gua­rangas" que expresaban su potencial y resbala más bien hacia la tilinguería y el snobismo, que también lo exclu­yen de la función potencial de la burguesía para actuar en la modernización del país; en las pautas ideológicas, económicas y sociales, sigue regido por la mentalidad li­beral, ahora en la versión directamente importada: está en internacionalista.
Otro matiz más extenso es esencialmente juvenil. Constituye la clientela de Landrú en su "Gente Como Uno". Está influenciado por factores muy heterogéneos, donde las pautas del "medio pelo" pierden importancia ante las internacionales que provienen del mundo de los play-boys. En realidad del "medio pelo" sólo conservan la actitud frente al "negro" traducida en la postura con relación al "mersa", y la preocupación por justificarse socialmente en el amaneramiento del lenguaje, en la elec­ción de los sitios de diversión y en la necesidad de sacri­ficarse exigiendo la selección a través del precio de las consumiciones, con el consiguiente perjuicio de los padres de "medio pelo" y aun de otros sectores donde la regis­tradora está descuidada o confiada a su vigilancia por el optimismo paterno. Abundan aquí los estudiantes crónicos que utilizan la universidad como contacto de relaciones públicas.
Pero aun en el enfrentamiento al "mersa", en que aplica la actitud de los padres de "medio pelo" con refe­rencia al "negro", la diferencia que establece no es de nivel económico, porque con frecuencia el "mersa" es la expresión pura de la burguesía joven en ascenso, que no se ha sofisticado.
En realidad aquí estamos ante un hecho de disgre­gación del status que el "medio pelo" se atribuyó. Lo que el humorismo de Landrú ha divulgado está más dentro de las fronteras de la moda que de los status, y la gene­ralización del tipo, particularmente en el mundo de la juventud femenina, preanuncia su desaparición, como to­das las modas que mueren a medida que descienden hacia los otros niveles sociales, donde subsisten un tiempo entre los que llegaron tarde.
Al apreciar las pautas por las que rige el "medio pelo", convendrá tenerlo presente, porque las variantes que se han señalado sólo coinciden en figuras y ya pier­den las características definitorias del status o de la ima­gen de status que determina el comportamiento como gru­po social.


CAPITULO X de EL MEDIO PELO EN LA SOCIEDAD ARGENTINA


NOTAS

1. Esta búsqueda del status por los enriquecidos —que los enerva para cumplir las tareas inherentes a la burguesía— va acompañada de la pau­latina transferencia de sus activos al medio rural que absorbe las utilidades que debieron destinarse a reinversión y reservas; el resultado se traduce en un exagerado crecimiento de sus pasivos bancarios, impositivos y de previsión, el atraso en la tecnificación o la dependencia de deudas en moneda fuerte, que colocan a las empresas en situación difícil. Esto no se compensa con la cierta modernización que incorporan al campo —donde, ya se ha dicho—, resul­tan productores modernistas. La separación de los patrimonios que permite la sociedad anónima y que debiera ser un instrumento de progreso, deviene en instrumento de atraso, en el terreno en que debían cumplir su función, y así, a través de ello, el país va sufriendo las desventajas del capitalismo, sin el apro­vechamiento de sus ventajas.

2. Tampoco los auténticos ganaderos del interior a pesar de su cazurronería y cuidada sencillez de costumbres impuesta por el tono democrático de la sociedad de la provincia de Buenos Aires –donde hay algunas excepciones del tipo de Coronel Suárez, con una imitación lugareña de alta clase—están vacunados contra la influencia subordinante de las pautas de prestigio. En otra época –hace veinticinco o treinta años—los criadores habían logrado comprender su interés encontrado, con el de los invernadores, que ya hemos visto con anterioridad lo mismo que los productores ganaderos del interior. Fue la época en que la Confederación de Sociedades Rurales del Interior y la Provincia de Buenos Aires, tuvo vida propia y comenzó a plantear las diferencias. Participé entonces en algunos de sus Congresos con una representación prestada. Fue la época en que actuaron los señores Heguy, Salvat y Nemesio de Olariaga entre los que recuerdo.
                Ha pasado mucha agua bajo los puentes desde entonces y ahora la Confederación de Sociedades Rurales forma parte del coro de la Sociedad Rural que es la prima donna indiscutida, en ese elenco donde también canta sus papelitos la Unión Industrial a través de A.C.I.E.L. Me recuerdan la ya mencionada cámara de la bicicleta donde los fabricantes creían estar bien representados por los importadores y un poco la Asociación Lanera. A los economistas liberales y marxistas les corresponde explicar estas aberraciones del sentido común económico que resultan de la prevalencia de elementos culturales como son las pautas, que por su propia inercia producen resultados que no están regidos ni “por el libre juego de los intereses” ni “por el rígido determinismo de lo económico”.

3. Conviene anotar aquí que en los últimos años se percibe en las nuevas promociones descendientes de la clase alta –tal vez bajo la influencia de la división de los patrimonios—una tendencia a hacerse efectivos hombres de campo, radicándose en él, e interviniendo en la dirección y trabajos inmediatos de la producción con una actividad progresista distinta a la que caracterizó a la vieja clase de mentalidad rentista. Lamentablemente se nota un proceso inverso en los estancieros medios, que en masa se ha radicado en el barrio Norte de la capital dejando de vivir en sus establecimientos. En el capítulo anterior se ha señalado que este tipo de estanciero de la provincia de Buenos Aires solía tener casa en los barrios cercanos a las estaciones, pero ésta era una escala, y ahora la escala empieza a ser la estancia, a la que se va cada vez menos.
                Como se trata de establecimientos de 500 a 1200 hectáreas, la atención personal es imprescindible sí se quiere realizar una producción moderna. Los trabajos no pueden ser confiados a un simple capataz ganadero, y no se puede tener un técnico porque el grueso de las utilidades es absorbido por los consumos superfluos de la ciudad que multiplican por cuatro el presupuesto de cuando se vivía en la estancia. Esta emigración del agro de la que no se habla pero que ha comprado gran parte de los departamentos del barrio Norte edificados en los últimos diez años suele justificarse con argumentos que proporciona el “medio pelo” y son los que hacen las mujeres –(Educar los chicos, la salud del abuelito, etc., etc.)--, pero hasta rascar un poco para comprobar que lo que hay detrás de todo es una preocupación de estatus, antes ausente en el medio rural, y que se va haciendo más grave a medida que se produce esta urbanización de los propietarios medios.
                Señalo estas cosas porque mi preocupación es que las falsas pautas deforman la función económica de cada sector productivo, y la misma crítica que se centra en el abandono de sus pautas propias por la burguesía es válido para las partes del sector agropecuario que abandona la que corresponde a su propia naturaleza. Se trata de que cada uno cumpla su función en la modernización de la sociedad argentina y así como los productores rurales deben serlo verdaderamente, se le exige lo mismo a los industriales.

4. Leyendo las pruebas un corrector joven me recuerda constante­mente que las nuevas generaciones no tienen ni noticias de muchos sobreenten­didos que los de nuestra edad damos como conocimiento general. Entre éstos está los de los conscriptos de Curumalal que me obliga a explicar.
Se trata de lo siguiente: La primera conscripción de la ley del servicio militar obligatorio realizó maniobras en las sierras de este nombre en el suroeste de la provincia de Buenos Aires en 1896, bajo las órdenes del General Luis María Campos, y esto ocurrió cuando el conflicto con Chile agitaba la opinión pú­blica. Así se sumaron a la novedad, un estado de tensión patriótica y la incorporación de una juventud para la que la vida en campamento era una aventura, pues hasta entonces el ejército había estado formado por los milicos de los regi­mientos de línea y una oficialidad que se había hecho en el rigor de la vida cuartelera y de campaña con una formación casi exclusivamente empírica. La conscripción de Curumalal tuvo en cierta medida el prestigio social de los ri­fleros del 80 para la jeneusse d'oré de principio de siglo, se fue embelleciendo con el recuerdo y terminó por incorporarse al patrimonio social familiar. Elimi­nados estos factores decir conscripto de Curumalal en la esquela fúnebre que es donde aparece, es como decir José Pérez clase 1915 ó 1926. Pero la frase "Conscripto de Curumalal" ha terminado por tener una cierta resonancia bé­lica, como quien dice Campaña del Desierto o Guerrero del Paraguay. La refe­rencia va desapareciendo porque desgraciadamente también se extinguen los conscriptos que eran respetables señores bigotudos cuando yo gateaba. (Aclaro que ellos ignoraban que estaban fundando hidalguías futuras).

5. Un ejemplo de la transferencia de un status a otro es lo que ocurre en la diplomacia. El “punto” desde que lo designan adquiere una situación especial parecida a la extraterritorialidad de las embajadas. Deja de pertenecer al grupo social del que fue extraído, para pertenecer al grupo diplomático; y lo de extraterritorialidad no lo digo de gusto, porque subjetivamente más que miembro de un cuerpo diplomático nacional, se sienten diplomáticos en abstracto, terminando por creer que el ritual que rige la convivencia entre los distintos cuerpos diplomáticos acreditados en la capital donde se está, es la diplomacia. Así tiene el menor contacto posible con el país donde se ejerce, del que ignora prolijamente todos los datos que usted puede pedir, aun los elementales de relaciones públicas para contactar al connacional que necesita información. Con la misma prolijidad conoce en cambio todos los chismes referentes al cuerpo diplomático allí acreditado, en cuyo medio practica una vida intensísima que permite estar enterado de las desaveniencias conyugales del representante de Andorra o del embajador especial de Finlandia. Después de leer esa mala lengua de Peyrefitte, uno se resigna porque ve que suceden cosas parecidas en la diplomacia francesa.
                 No hace mucho asistí a una exposición organizada por el agregado cultural de Japón que consistía en el minúsculo arreglo de un rinconcito, con detalles del té a la japonesa. Vi sacar la fotografía con el agregado cultural en ella, y comprendí que el objeto era sólo la foto porque serviría para informar al Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón que el agregado era muy dinámico. Si eso ocurre en el Japón donde hasta ayer estaban acostumbrados al harakiri ¿qué podemos pretender nosotros? He presenciado un caso argentino de desnacionalización que no puedo dejar de mencionar, aunque no tenga relación con el status.
                El Instituto de Cultura Hispánica es una importante entidad cuyo Director tiene jerarquía de Ministro y mediante el cual España trata, con cuantiosas erogaciones de mantener contactos culturales con las otras Españas. Por la misma razón puede ser útil a la representación argentina porque además del contacto cultural con España que allí se opera, está a disposición del agregado cultural argentino todo un sistema de contactos con el resto de América, que España costea espléndidamente sin que nos cuetes un centavo.
                Estando en Madrid hice amistad con don Blas Piñar, a la sazón eficientísimo Director del Instituto.
                Don Blas Piñar me insinuó que la Embajada Argentina parecía rehuir al Instituto de Cultura Hispánica, y me propuse averiguar lo que pasaba. Prescindí del Embajador, que era el Almirante Toranzo Calderón porque no tenía relación con el mismo, y además, porque más aceite da un ladrillo, en tema como ese y resolví conversar con Francisco Luis Bernárdez que era precisamente delegado cultural y así vine a saber las razones por las cuales la Argentina no tenía relaciones culturales con el Instituto de Cultura Hispánica.
                Ya había notado yo que Bernárdez frecuentaba el café De Lyon, en la calle de Alcalá, más allá de Cibeles –centro de reunión de los intelectuales republicanos. De la boca de Bernárdez vine a confirmar que no simpatizaba con Franco, lo que me extrañó porque le había conocido un acendrado catolicismo formal y se le adjudicaban ciertas inclinaciones fascistas, y cuando comenzaba a atribuir su actitud a la influencia democrática de la Revolución Libertadora, vine a enterarme de que la razón era otra.
                Bernárdez es hijo de gallegos y ama extraordinariamente a Galicia, y Franco es un gallego renegado que persigue el idioma y el autonomismo de los gallegos. De tal manera el agregado cultural de la argentina ventilaba con el suelo y la representación de su presunta nacionalidad una cuestión entre Galicia y España, y de gallego a gallego.
                Después, bajo el ministerio de Bonifacio del Carril, Francisco Luis Bernárdez fue nombrado Director de Cultura del mismo.

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