lunes, 23 de abril de 2012
EL ADVENIMIENTO DEL PUEBLO
por José María Rosa
El problema, nuestro grave problema político, fue que la nacionalidad no era comprendida o era rebajada, por la clase ilustrada de la población, mientras se manifestaba precisa y fuertemente en la clase popular. Por supuesto que estoy haciendo una apreciación general, que admite todas las excepciones individuales posibles: así, casi todos los caudillos populares (Artigas, Ramírez, Güemes, Quiroga, Rosas, etc.), salieron de la clase elevada, pero se consustanciaron con el pueblo, que interpretaron y condujeron. De la misma manera que en Roma, los grandes jefes del partido popular: los Graco, Mario, Julio César; pertecieron al más rancio patriciado. Vuelvo a repetirlo: los aristócratas son conductores de pueblos, son cabeza de un agrupamiento social en la medida en que lo comprenden y lo conducen.
Vuelvo al tema: con sus necesarias excepciones podemos trazar una línea de separación entre la posición con el pueblo y la de espaldas al pueblo. Muéstrase el carácter popular, consustancial a la argentinidad, en los grandes caudillos de nuestra historia; los primeros en el orden tiempo fueron Artigas en el litoral y Güemes en el Norte. Eran conductores de muchedumbres, y eran federales; esto último, porque defendían sus comunas contra Buenos Aires, asiento del Directorio.
Los Caudillos Populares
Los detractores de los caudillos han dicho – todavía hay quienes lo repiten; pero ya son pocos, muy pocos – que sus gobiernos significaban la barbarie. Si precisamos qué es “barbarie”, nos encontramos con que eran bárbaros porque eran obstinadamente argentinos. También nos han dicho que eran atrasados, reaccionarios y otros términos semejantes. Este “atraso” se debería a que gobernaban sus provincias de acuerdo con constituciones o leyes constitucionales en las cuales no estaban muy separadas las funciones de lo poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se horrorizaban de que el caudillo-gobernador lo fuera casi todo: comandara los ejércitos, reformara las leyes y entendiera en apelación de los pleitos fallados por los alcaldes de los cabildos. “¡Qué diría Montesquieu ante el Estatuto Constitucional que dio Estanislao López en 1819 a la provincia de Santa Fe!”, ha escrito muy seriamente un profesor de historia constitucional. Yo no sé lo que diría Montesquieu, pero sé que Santa, Fe no era París, ni era Londres, ni era Filadelfia, y que en 1819 era una comuna que luchaba denodadamente tras de su caudillo, por su autnomía y su derecho a vivir. Y sé, además, que después tuvo Santa Fe constituciones muy bonitas, en las cuales los poderes estaban correctamente separados, pero que siempre el gobernador hizo las leyes y falló en definitiva los pleitos. Una cosa es la realidad y otra le papel escrito.
Bien; convengamos en que las constituciones de los caudillos eran atrasadas desde el punto de vista de la separación de los poderes. Pero hay otros aspectos constitucionales que no parecen haber sido tomados muy en cuenta por quienes formulan la crítica. El primero de ellos es el sufragio universal, correctamente establecido y cumplido en la Constitución de Santa Fe que he mencionado, como también en las otras provincias federales argentinas. Debemos concluir, por lo tanto, que Estanislao López es más “adelantado” en esto que el propio Montesquieu, que nada dice del sufragio universal en su Espíritu de las Leyes, y que Santa Fe señalaba rumbos a Filadelfia, a París o a Londres en este punto.
El Sufragio Universal
Si hay una institución política típicamente Argentina, es ésta del sufragio universal, que aquí se practicó cuando en otras partes votaban solamente los ricos o los que pagaban determinados impuestos. Nuestro derecho político, nuestro auténtico derecho constitucional (no el que hemos copiado de otras partes) se basa precisamente en el voto general, en la elección del caudillo por eclosión del demos. No será muy liberal (muy liberal-burgués), pero nadie puede negar que es muy democrático. “Democrático” no quiere decir separación de poderes: quiere decir gobierno del pueblo y para el pueblo. En 1819 no había gobierno democrático ni en Estados Unidos de América, ni en Francia, ni en Inglaterra. Lo había, sí, en el Santa Fe de Estanislao López, en la Salta de Güemes, en la provincia Oriental de José Gervasio de Artigas.
Por eso los unitarios fueron contrarios al sufragio universal. La Constitución de Rivadavia de 1826 descartaba el voto a los asalariados, peones, domésticos y soldados”, es decir los 19 vigésimas partes. Se le daba únicamente a los ricos (argentinos o extranjeros con cierta residencia). Era la “aristocracia del dinero”, como pudo decir Dorrego en las sesiones del Congreso, oponiéndose inútilmente a esta medida. Contra los unitarios votó el viejo Passo, reliquia de la Junta de Mayo, “porque el pueblo es el que ha hecho la Revolución y el que la ha defendido en la guerra”. Años después, Esteban Echeverría, al que tantos homenajes acaban de hacerle los grupos minoritarios de nuestro medio, decía en su Dogma socialista: “El sufragio universal es absurdo”. Claro: era la eliminación de la minoría del gobierno, de esa minoría que no sabía dirigir al pueblo, que obstinadamente se colocaba en contra del pueblo, y era absurdo porque Echeverría era parte de ella.
Pero el gobierno de la minoría se vino abajo con estrépito.
Todo el edificio “construido por Rivadavia en la arena” – como dice Sarmiento – “se desmoronó”. Y agrega una frase de honda verdad y de claro estilo: “A Rosas le bastó con agitar la pampa”. Lo dijo despectivamente porque trataba a la pampa despectivamente. Pero ésa fue la gran verdad: Rosas agitó la pampa, y todo el artificio se vino al suelo.
El Caudillo
Llegó el pueblo al plano político al cumplir la obra de 1810, y los caudillos sustituyeron a los hombres “de las luces” en la realidad del gobierno.
Tanto se ha dicho y se dice que los caudillos, especialmente Rosas, representan la contrarrevolución, la “negación del espíritu de Mayo”, que la frase que acabo de decir parecerá una paradoja a muchos. No tengo la culpa de que sea una gran verdad. La revolución nacional y popular de Mayo sería continuada por los caudillos.
Si el espíritu de Mayo fuera el que vio Echeverría, claro es que Rosas representa la negación de ese espíritu. Echeverría es un hombre que niega el sufragio universal, que en el mismo libro dice “la patria es el universo”. Para él que no había vivido en la Revolución, el “espíritu de Mayo” es el colonialismo espiritual de Francia y el predominio de la que llama la parte “sensata y racional de la población”, la minoría de que he hablado. Pero yo entiendo que Mayo es precisamente lo contrario de lo que creyó Echeverría: es la afirmación de la nacionalidad, y es el gobierno del pueblo en el orden político.
Capitulo quinto de El Revisionismo Responde
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