viernes, 11 de noviembre de 2011

Segunda parte de MI VIDA Y MI DOCTRINA


por Hipólito Yrigoyen

XVIII
¡Benditos sean los que piden transigencia en las actitudes personales; pero los que la piden en el orden de los principios, malditos serán para siempre! No habrá poder humano que me haga transigir con las conculcaciones, con las irregularidades, con las agresiones, con la deshonestidad, ni con el vicio, en ningún sentido, en ninguna forma, ni por ninguna razón.
Sabe la Nación que si las cruentas reacciones de la opinión no ensangrentaron los escenarios públicos que provocara la agresión de tantas injusticias, ultrajes y atentados a la dignidad nacional, fue porque impertérrito e inquebrantable puse mis esfuerzos para evitarlo, por más que algunas veces la dimensión de los escarnios se colmara y produjera dolorosos desgarramientos, que signaron viriles gestos de la ciudadanía argentina.
El espectáculo de la absoluta unidad de mi vida, orientada por la ideología fundamental de la reparación nacional y mi inclinación total por todo lo que fuera propio de la obra que realizo por la patria y para la patria, constituyen el testimonio más integral de su significado y la explicación más responsable de mi rectitud en los juicios y de las exactitudes en sus explicaciones.

XIX
Ya he demostrado de la manera más palmaria y evidente que he ido al gobierno de la República bien capacitado para dirimir y resolver, sin hesitación alguna, todas las cuestiones y problemas que plantearan las gravitaciones de cualquier orden que fueran y en cualquier sentido que se exteriorizaran, y me he abocado a ellas con la misma serena entereza y segura confortación de juicio con que afronté la más formidable cruzada reivindicatoria de los tiempos. Esclarecimos entonces la conciencia ciudadana, demostrando un concepto de los sucesos y acontecimientos y de los derechos primordiales del hombre de nuestra patria, que no fue ni siquiera vislumbrado por los que tan pérfida como malignamente querían negar, desconocer o dar aspectos distintos a las luminosas orientaciones de mi vida. Todo lo he contemplado en justa razón y apropiado tiempo en las concepciones más eminentes y con caracteres totalmente extraños al nivel común.
Si esta marcha hacia un fin cual ninguno más justo y venturoso, ha despertado prevenciones y recelos, ellos guardan relación con el antagonismo de los móviles y los propósitos públicos. Son los contrastes de las distintas situaciones y actitudes, siempre antípodas, y así como no ejercieron ninguna influencia sobre el fundamento de mis ideales, siguiendo inmutable el apostolado que concebí y afronté desde el albor de mi vida, estaba resuelto, cualesquiera que fueran las contingencias que ello me deparara, a no desviarme por consideración alguna, desde que ese noble ideal representaba la redención del pueblo argentino.

XX
He obrado en todo con la devoción que requería la más bella de las empresas humanas: la salvación de la patria; y por el designio que me animaba, no podía distraer mis actitudes a otras consagraciones.
Mi misión era desenvolver y afianzar los mandatos, para mí sagrados, de la revolución, acentuando sus consagraciones donde quiera que la seguridad del fundamento primordial lo requiriera, cual fuera la de mantener intacto y libérrimo el derecho electoral, base única y condición indispensable del honor político de la Nación, como al fin se ha logrado obtenerlo.
Las críticas interesadas por perversas e intencionadas que fueran, no llegaron jamás a tocarme, porque demasiado sé que estoy acorazado con los respetos más altos de que pueda estar revestida la personalidad humana, y ellas no alcanzaron a tener influencia alguna en las decisiones de mi espíritu ni en la idealidad subjetiva de mis propósitos.
No he deslumbrado, en nada ni a nadie con las insignias presidenciales, sino con las ideas y los bienes correlativos en los propósitos y en las medidas apropiadas. El honor nacional, la dignidad pública y la virtud representativa que los acontecimientos ejecutados lograron sancionar y cuyas idealidades surgieron de las profundas meditaciones de mi mente y de las santas inspiraciones de mi alma, no se malograrán en sus justas efectividades, mientras mis sienes alienten un soplo de vida y la Nación mantenga la austera integridad de su apostolado redentor.

XXI
He vivido en comunidad con el espíritu de la patria, y esa comunidad hace cada día más sublime la imagen de las mutuas ensoñaciones.
Compartir tan solidariamente la dilucidación y la prueba del vasto problema, comprendiéndolo en absoluta identificación, es realizar en su expresión más superior y más noble los destinos de la Nación, después de haber reasumido la suma del ideal que naufragara en las infecundas turbulencias de la política militante.
Esa impresión consoladora, esa idealidad plena de belleza, esa evocación se representaba siempre como una visión en mi espíritu, sea en las sugestiones del recogimiento meditativo o en la intensidad del genio universal que resplandecía en mis soledades. ¡Eran las eternas fuerzas del espíritu que se encendían en mi mente, en forma de transfiguración! ¡Esa potencia creadora me impulsaba al destierro voluntario de las vanidades humanas, y se erguían majestuosamente trazando los horizontes inefables, en los cuales se percibía una vibrante apoteosis de la grandeza de la patria!
Fue, pues, en el ambiente de ese grávido recogimiento donde se gestaron los medios y las formas de la lucha, que servirían luego como técnica de acción, a la U. C. Radical, y que son: La Revolución, la Intransigencia y la Abstención.
Con la Revolución se propuso mantener en pie de permanente rebeldía -en la conspiración constante- a la ciudadanía argentina, contra les usurpadores del poder. Con la Intransigencia se encerraban los postulados del Dogma, en una interpretación ortodoxa e intangible. De tal modo, se hacía imposible la desvirtuación de su sentido ético e histórico en entendimientos o uniones con facciones políticas a las que siempre habíamos combatido. Con la Abstención se lograba evitar que gran parte de los ciudadanos cedieran a los halagos de las prebendas y del usufructo de las cosas materiales a cambio del debilitamiento de sus conciencias de hombres libres. Era ese modo duro y sacrificado de probar el temple de los mejores resguardarlos como reservas morales para continuar con la larga lucha, hasta el día final de la victoria.
He querido, de modo sintético, demostrar cuánto afán y fervor se puso en la gran tarea, y cuán clarividente fue el espíritu de la nacionalidad y cuán definidos en sus juicios y su conducta al sustraerse, a costa de enormes padecimientos y privaciones, de toda influencia perniciosa, y que se conjugaba llevando en sus sentimientos los atavismos del pasado ilustre.
He dicho otras veces que el movimiento no sólo salvaría a la Nación del presente, sino que germinaría en su magno porvenir, y para los que no se aperciban de que una generación de ideas nuevas y liberadoras avanza incontenible y resuelta por los caminos de la patria, ésta es la hora de toda persuasión.

XXII
Ha sucedido ya lo que yo hubiera previsto y manifestado a los gobiernos del régimen, que pretendían la imposibilidad de mejoramiento alguno, porque los vicios y las declinaciones eran de todas las capas sociales; que tan pronto como hubiera un presidente de honor público, todo y todos se ajustarían sin conducta a esa atmósfera de probidad, de rectitud y de justicia. Acaba de exteriorizar el país y puesto en marcha la más austera moralidad política, con rígido y honesto proceder en su ejecución integral que representa las labores técnicas, administrativas, científicas y culturales.
Como todas las grandes conmociones sociales, que procuran trascender en soluciones rectoras para el progreso de las naciones, he formado una escuela de ética superior y fundido su carácter en un modelo de estructura estricta e inquebrantable.
Son ésos los sucesos vitales que nos dan a conocer, traduciendo las fuerzas y las energías, y los sentimientos patrióticos, de que es capaz un pueblo que así se conduce, poseedor de bienes morales superiores.
En un acontecimiento pasajero bien se conciben los entusiasmos que puedan emanar de muchas circunstancias momentáneas, pero la decisión de un pueblo por un lapso tan dilatado en la sucesión indeclinable de sus actitudes, pasando de generación en generación, no pueden nacer sino de causas fundamentales, que arraigan en la esencia de su espíritu, en su tradición histórica, en los llamados genésicos de su tierra, y en los solidarios deberes y responsabilidades para cumplirlos.

XXIII
Si no tuviera la seguridad de que he obrado en virtud de mandatos solemnes de la Nación que, Dios mediante, no habrían de malograse ni en mi pensamiento ni en mi acción, la propaganda del régimen, síntesis de sus lógicas actitudes y de sus fraseologías empedernidamente falsarias, me hubieran dado toda la evidencia de que así era.
Tengo tal y tan profundo convencimiento de la grandeza y magnitud de la obra realizada; la siento en el presente y la veo en el porvenir de proporciones tan vastas en el orden de las perfecciones constitutivas del espíritu humano; estoy tan poseído de que ella será foco permanente y cada vez más luminoso de las orientaciones y conquistas del genio de la patria, que si no fuera por las lesiones irreparables y las inmolaciones desgarradoras causadas por el régimen, miraría el contraste como una aparición propulsora de una prueba destinada a esclarecer y dar relieves inaccesibles a una predestinación infinita.
Así el genio de la Nación alcanzará una vez más formidables dimensiones creadoras y el testimonio señero de sus perennes ejemplaridades.
Así se han realizado todos los acontecimientos humanos: por la concepción del ideal primero, y por su íntegra materialización después; y sólo fracasaron por el desvío o por la apostasía, puesto que aun en el error, la pureza y honradez del concepto da siempre la solución, ya que el punto de partida ha sido justo. Así el ideal argentino se esparcirá en todo su magnífico brillo, reflejado en el espíritu de la Nación y en el progreso de sus instituciones democráticas, y de sus fuentes de trabajo y de riqueza.

XXIV
Desde cualquier punto de vista que se mire y cualquiera de la posición en que se encuentre, no se podrá dejar de reconocer que la acción reparadora ejercerá sobre el destino del país una gran influencia, y más en esta hora en que se abren nuevos horizontes. En efecto, todos los principios que promueven instituciones sabias y generosas y, en las relaciones que de ellas nacen, aseguran su influencia decisiva en el cumplimiento de los bienes inherentes a los fines humanos.
Así es como la aurora de las instituciones libres ha resplandecido sobre los pueblos y el sol de la justicia no tardó en levantarse también sobre ellos para iluminarlos con radiante brillo. Quisiéramos tener poder, nada más que para realizar el bien que anhelamos y para probar a los descreídos los verdaderos problemas de la vida, demostrando así la enorme diferencia que va entre lo que es y lo que inevitablemente tendrá que ser. Un mundo nuevo nace. En ese mundo será protagonista del acontecer social y económico, el pueblo; esa entidad genial que suma en su masa anónima, lo auténtico y genuino de las razas.
Cuando la vida se funde en una aspiración suprema de justicia, de derecho, de honor y de verdad, hacia los cuales nos llevan los impulsos generosos de nuestra propia alma, no sólo debemos resguardarnos de todo aquello que pudiera desvirtuarnos y empequeñecernos, sino que debemos transformarnos en apóstoles incorruptibles de tan nobles aspiraciones.
Me fue dado asistir, naturalmente, al primer 12 de octubre de la libertad soberana y liberación redentora de la Nación. Fue la explosión inenarrable de los hosannas jubilosos que partían de la multitud enardecida y fervorosa, en el instante crucial del día esperado, que se transformaba en efemérides histórica de los grandes fastos nacionales. Esa vibración espiritual, esa arrebatada exaltación de pueblo, conmovió mi corazón hasta las fibras más íntimas, fijando en mi alma, la emoción de un acontecimiento entrañado e impar, tal vez el supremo de mi vida. Acababa de recoger, en un laurel ideal y sin mácula, el más alto y generoso premio a tantas consagraciones y tantas amarguras padecidas a lo largo de la áspera lucha por la libertad de mi patria.
En ese instante solemne, desfilaron ante mi vista las figuras próceres del pasado glorioso y era en la plaza histórica el mismo fervor y los mismos ideales que se encendieron en Mayo.

XXV
El día más venturoso, si cabe, será aquel en que veamos definitivamente consolidados los postulados ideológicos que integran y definen la obra de la U. C. Radical, con la satisfacción de ver nuestra patria retomando sus amplias rutas en el libre ejercicio de su soberanía y bajo el amparo de las instituciones democráticas más sabias del mundo. Por eso concitamos a todo el país entero a cumplir ese programa, único, verdadero y fundamental, eslabonando el punto de partida con el presente, porque es necesario vincular la obra reparadora actual con la gesta de la Independencia, con la de la organización nacional, y con la reivindicación de sus atributos legítimos.
Debemos lograr el éxito final, porque para ello le ha sido dada la capacidad revelada por el país en las duras pruebas de lucha, conservando intactos sus ideales, los sentimientos y los hábitos de nuestra tradición moral en el ejercicio reverente de las instituciones fundamentales.
Para continuar siendo todo lo grande y constructivo que es este movimiento, debe prolongarse íntegro en sus luminosas idealidades. Es de tal modo, como por la escala ascendente del ensueño y del esfuerzo fervoroso se ha alcanzado la infinita conjunción de latidos que constituyen la prieta armonía de los sentimientos nacionales, sin la más leve disonancia. Y que nadie se extrañe que aluda al ensueño; esa fuerza imponderable del alma humana, que idealiza la vida y la sublima, ya que sin su influjo quién sabe si hubiéramos podido vencer la áspera dureza de la lucha.
Penetramos en el santuario sagrado de nuestra conciencia, levantando el espíritu para considerar los grandes objetivos que nos animaran al asumir la recia prueba que hemos realizado con tanta virtud como patriotismo, con el claro y sereno conocimiento de la historia, y fortalecidos por nuestros propios principios y austeras normas de conducta, aplicando las facultades de las que estamos revestidos a las más rectas orientaciones y a las enseñanzas generosas y fecundas en condensación de un ejemplo rector que corone el fundamento de una trascendente trayectoria histórica.

XXVI
He sido injuriado y calumniado, pero hieran como quieran, que íntegro me encontrarán siempre con la conciencia de no haber hecho daño a nadie; y esas bajas villanías no llegarán jamás a alcanzarme en sentido alguno, cualquiera sea la imputación que me lancen, por más osada que fuere. Mediten ellos, los empeñados en seguir conspirando contra el bien, la prosperidad y la ventura de la Nación. Fracasarán en su vil intento. La Nación me sabe y me conoce por completo, porque no he vivido sino para ella, en las finalidades de mi pensamiento y trabajando en las soluciones de sus peligros y de sus destinos.
Mi contextura interior, la calidad de mi espíritu, no tienen mezcla alguna. Como no la tienen mis ideas, ni mis ideales. Hasta ahora, deliberadamente he guardado un inviolado silencio, del cual salgo hoy para hablar al pueblo -en forma sencilla y llana-, pues él es el único juez de mis actos, y porque he querido que ellos fueran sometidos a su juicio inapelable. Pero yo sé quién es el pueblo.
Nadie lo ha visto como yo; nadie, como yo, tampoco, jamás tan plenamente lo ha encarnado.

XXVII
Es necesario comprender que somos intérpretes de una hora crucial del pueblo argentino, y ello está abonado en todos los tiempos y por los martirologios sufridos en el cumplimiento de sus imperativos mandatos.
No soy hombre de partido en sentido militante. No tengo temperamento para una vida tan estrecha y limitada como la que ellos realizan; ni tampoco creo en su eficacia, en el sentido de sus beneficios públicos. Pero sí soy hombre de solidaridades nacionales, en las definiciones y exigencias más acabadas del honor y de la grandeza de la patria. En todo aquello que arraiga en la substancia viva de la tierra y se expande hacia el porvenir. Nunca jamás la historia de las reivindicaciones humanas fue santificada por mayores justicias y regada en su trayectoria por mayores sacrificios y abnegaciones, a los que no fue ajeno, el tributo bendito de las vidas inmoladas.
Y cuando una existencia íntegra se ha consagrado a la patria, ofreciéndole las más puras y nobles ofrendas, hay razón para recogerse en dubitaciones inevitables ante las ingratas opacidades que se congregan, pero que no llegan jamás a cubrir el culto reverente que se funde en nuestras almas, en una aleación indestructible y que llevan en su efusión las sugerencias que la conmueven en horas de incertidumbre. No se borrará con injurias, de la mente de los que se han sentido identificados con tan altas idealidades, la satisfacción íntima de los deberes cumplidos en paz con la conciencia y los dictados del corazón.

XXVIII
Responsable de la encumbrada dignidad que ocupaba no me desvié por consideración alguna del recto e inflexible camino trazado, que me impuso solemnes deberes y sumas responsabilidades.
El pueblo argentino me fortaleció invariablemente con sus fervores y solidaridades en todos los casos, y me expresó sus satisfacciones por mi obra de gobierno y robusteció mi presencia de ánimo con su infatigable constancia y la más acendrada pureza. Debo manifestar que el amplio sector de los hombres de trabajo, dignísimo y noble núcleo de la comunidad patria, estimuló permanentemente con su apoyo y beneplácito la obra de carácter social que tendía a resolver sus fundamentales problemas.
Cuando un ciudadano ha consagrado su existencia a la causa de la Nación, debe ser irreductible en su decisión a inspirar todos sus actos y acciones en principios inmanentes de justicia.
Es necesario ver a estos vivanderos, a estos disponibles de la vida que se prestan para todo y no saben de nada; a estos vivanderos que plantaron su carpa en todos los campamentos donde había dádivas que recibir, que fundan toda su prosopopeya en haber sido funcionarios públicos por obra y gracia de un régimen constitucional conculcado, ajeno a la legalidad. Incapaces, asimismo, ante el trajinar de la vida, y no obstante su vaciedad, empeñados en la pretensión de querer minar el prestigio del gobierno de la U. C. Radical, que es como si se dijera, entregados a la tarea de conspirar con la patria misma, de la que bien sé, soy su auténtico símbolo.
Los generosos y altruistas móviles de que he estado animado en la prosecución de las conquistas patrióticas, deben ser reflejados en las horas de las comprobaciones públicas. Yo actuante y responsable en mi momento dejo constancia de ello, cuando ya el tiempo y mis conciudadanos lo tienen consagrado.

XXIX
Es posible que alguien en la República -creo que no- pudiera haberse abocado a todas las cuestiones, complejas y múltiples, a las que yo me vi por razón del mandato que ejercía y de mi deber de argentino, contra todos los poderes, las agrupaciones partidarias y la prensa en general.
Fui a la prueba en las horas más difíciles, porque el desorden y la anarquía surgían con mayor vigor, y fui arrostrando todos los sacrificios para detenerlos y conjurarlos en el momento mismo en que un nuevo período gubernativo habría de producir una grave y honda perturbación nacional.
La tarea ha sido ardua, pero no sacrificada, porque el deber no impone sacrificios cuando dicta obligaciones. Yo la he cumplido en la amplitud de mis compromisos y eh la exacta medida de mis energías, orientado por el mandato emergente de la vida argentina a que me cupo asistir y enteramente apercibido de mi dura misión, me determiné a realizarla totalmente. Con la fe inmensa que prestan las profundas convicciones, emprendí la ruta: conmigo iba el sentimiento público, la solidaridad insobornable del pueblo argentino. Supe, entonces, que era el conductor de un gran ideal de reparación justiciera y de liberación de una comunidad oprimida, y mi mérito, si alguno tengo, fue el de no haber equivocado el camino, porque de ser así, hubiera cometido el error irreparable de extraviar a la República, hundiéndola en el caos y la disolución.
El gobierno para mí era una carga agobiante que pesaba en mi espíritu y mi ascensión a él, ha sido una suerte de extorsión moral, porque mis modalidades y mi carácter se inclinaban hacia las abstracciones del apostolado que constituyen la definición de mi representación pública. Yo hubiera preferido, Dios lo sabe, quedarme únicamente con el gobierno inefable de las almas.
Mis otras consagraciones no han sido más que el deber irrenunciable que me deparó la hora de mi existencia, soportado en bien de la patria.
La senda era breñosa y plena de las más ingratas asechanzas, pero séame permitido decirlo, mi frente es muy alta y mi pecho muy amplio y por ello no puedo concebir ni experimentar sino las plenitudes y las sensaciones de los sacudimientos tremendos de los grandes anhelos públicos. Consagrado a una religión redentora de moral política, que nos hiciera creyentes de sus verdades para la felicidad de la patria, y refirmado siempre en su ideal superior, nos mantuvimos distanciados de todos los valores falsos y de todas las engañosas simulaciones. No comulgamos con las exigencias de un orden ficticio, estructurado en la injusticia y en el olvido de cardinales sentimientos cristianos. El alma del pueblo que nos hizo sancionar todo lo noble, humanitario y equitativo con los mejores acervos de nuestros sentimientos, no fuera posible defraudarla, sin cometer un delito de lesa patria. Por ello, supimos dar a la comunidad nacional, en nuestra doctrina liberadora, la fuerza de una mística.

XXX
Esta obra prócer por sus enseñanzas y heroica por sus intrepideces, los mercaderes políticos, dirigentes del régimen y del contubernio, han tenido la desaprensión vergonzosa de imputarme públicamente, que la llevé a cabo con los millones que yo había incontroladamente desparramado. Puede la Nación, si no tuviera más evidencia que ésta, imaginar cómo serán de inferiores esos hombres, para sentirse impelidos a lanzar semejante imputación sacrílega.
¿Qué sería yo como hombre de honor cuadrado en todos los aspectos de la vida nacional -en el llano, en el exilio y en el gobierno- si hubiera tenido por mérito el dinero y por halago sus dádivas? ¿Qué calidad interior se necesita, y qué virtudes morales, para poder haber encarnado en sus esencias genuinas y más puras, el espíritu mismo de la argentinidad, tal como yo lo he hecho durante más de 30 años? Nunca jamás ningún interés mezquino guió mi ruta, ni nadie se confundió conmigo en la acción y la responsabilidad que no fueran para el noble designio del austero sacrificio y del rígido honor.
Soy un hombre de ciencia y de conciencia y no he comprometido jamás ni una y otra cosa, que no fuera en la aplicación de normas ejemplarizadoras y en rigores extremos de conducta. Quise, además, que mi vida trascendiera al pueblo como un modelo y señalara un camino hacia la perfección espiritual. Tengo, por ser así, el alma intacta, tal como la Divina Providencia quiso forjarla al soplo de sus impolutas irradiaciones. Yo no sé más que de la tarea evangélica de darme a los demás. En mi frente no caben sino el ímpetu de los grandes pensamientos y en mi corazón los latidos generosos y solidarios.
He sostenido el combate más radical que la humanidad haya hecho en sus anales históricos, y terminado la contienda sin tener siquiera que sentir en ningún instante, una animosidad para persona alguna. Mis sentimientos se cruzarán siempre a los que quieran derramar sangre de hermanos, y lo evitaré si en mis manos está. En este aspecto creo que San Martín ha fijado la norma imperecedera. Pero, no obstante, dondequiera que haya una libertad oprimida la redimiré, y dondequiera que exista un derecho avasallado, lo restauraré.
No me movió ninguna pasión militante -la Reparación es un movimiento de carácter nacional- porque no tengo ninguna, que de haberla tenido, qué tiempo que va la hubiera colmado. Es sabido que ningún hombre ha estado como yo desde los albores de su vida ciudadana, rodeado de más efusivos respetos y consideraciones delicadas, los que se han ido acentuando en toda mi trayectoria no sólo en mi patria, sino en otros ambientes foráneos, y aun en aquellos que políticamente me fueran antagónicos.

XXXI
Tengo el mejor deseo de laborar con todos mis conciudadanos por la grandeza de la patria, pero sin inclinarme a una parcialidad de partido militante; porque no poseo aspiraciones, ni tutelo tendencias, ni intereses encontrados para nadie. Mis anhelos son únicamente los de la Nación y a ella me he entregado toda mi vida.
Hemos soportado muchas amarguras, muchos sinsabores y fuertes vientos nos golpearon en la frente, pero en la firmeza de nuestras convicciones siempre se quebraron. Al realizar la obra, afrontando todos sus inconvenientes y asumiendo las condignas actitudes, no hicimos sino cumplir con el mandato histórico del pueblo argentino. Nada ni nadie podrá apartarnos de esa indeclinable tarea, porque tal es la consagración y el fundamento del deber supremo. Habremos de cargar con el peso muerto de un pasado retrógrado, y enfrentar, al propio tiempo, las sórdidas fuerzas del privilegio y del poderío sin alma. Pero no importa. Preferimos caer con todo el honor intacto, en el cumplimiento de nuestra responsabilidad, antes que el menguado provecho de ser aplaudidos y reverenciados, por los oscuros intereses de los enemigos del país. En ello va la diferencia que existe entre la lealtad y la traición.
Digan los que quieran, hagan lo que les parezca, no han de abatir jamás mi resolución de poner en movimiento las ideas que mueven mi acción pública, ni han de perturbar mi fe inalterable en el destino del pueblo argentino.
Tengo mi alma plena de los dictados supremos de la justicia; de la suprema justicia con que he realizado siempre desde el ángulo de mis modestas actividades hasta mi culminación eminente de las representaciones públicas, una misión vertida en una rígida línea recta, y siempre al servicio de los intereses nacionales.
Afirmo que sólo lo sagrado de la causa y la majestad de sus móviles como la equidad de su fundamento, es lo que me ha inspirado siempre, y por tal razón todo se estrellará contra la absoluta integridad de mi vida, y estos fervores míos, que alientan nada más que puros sentimientos de patria.

XXXII
Yo no tengo compañerismo político con nadie, sino solidaridades con el país, y con el esfuerzo común de todos los que se pusieron dentro de la línea irreductible de nuestros ideales de redención.
No hablo movido por ningún estímulo personal. La U. C. Radical, ni ninguna entidad humana, pudo darme ni quitarme nada, dado que todo lo que soy y pueda ser, es y será absolutamente mío, porque me basto por mí mismo para cumplir con todos los deberes con que el hombre viene a la vida a realizar su destino. Yo he orientado a todos, y nadie, me guió a mí, en ningún momento ni en ninguna circunstancia. Por eso pude dar a la U. C. Radical, es decir, a la patria misma, un espíritu y una enérgica conducta y la orientación segura de su camino.
Ahí se explica sus actitudes y su enorme influencia constructiva destinada a cambiar la faz de la Nación. Cuando se irguió Intransigente, no se creyó mucho en la brillante empresa que debía cumplir, porque todo concurría a perturbar su acción. Pero no obstante los augurios de los adversarios y de los intereses creados que se propusieron desviarla de su orientación recta, fracasaron constantemente, porque sólo se entrega la vida por la causa de la patria, cuando se tiene luz en el alma para comprenderla, entusiasmo en el corazón para amarla y energía en el brazo para defenderla.
Tuve los indispensables elementos de honradez acrisolada al servicio de la causa nacional, y un carácter fuerte y templado para la adversidad; sereno en la lucha y magnánimo en la victoria -en abierta oposición a las modalidades del régimen tan receloso como cruel-, un alma recia para no embotarse en los dardos de las perfidias, un gran espíritu de sacrificio y una alta conciencia del deber.
Soy símbolo y bandera de esta obra colosal y hercúlea, de rebeldía, de reparación y reconstrucción de todos los valores genésicos de la nacionalidad y no hay acto suyo que no lleve el propio concepto de mi juicio y suyo integridad de mi carácter. Me he debatido por ella asumiendo todas las responsabilidades, ya en la ordenación interna de las direcciones de las fuerzas congregadas para realizarla; ya en la vanguardia de todas las pruebas, ya en resistencias contra el régimen.
Yo he expresado el pensamiento de la Nación en su concepto superior y en íntegra probidad, con la para visión de los sucesos del futuro y con la creación de la técnica de lucha adecuada, para aglutinar las voluntades de la ciudadanía argentina bajo la bandera de la U. C. Radical, que es más que un partido político, un movimiento de carácter nacional. La U. C. Radical doctrina redentora y generadora que instaura la justicia social en el país, plena de idealidades y de sentimientos de libertad, surgió a la vida pública argentina como lógica consecuencia de la descomposición de las instituciones de gobierno, y en el mismo instante en que la Nación se precipitaba a su total derrumbe.
He debido ejecutar la magna empresa acometido por toda suerte de resistencias interesadas y de fuerzas de poderosa gravitación en los destinos nacionales, pero al fin, he podido entregar las direcciones de la República a la soberanía del pueblo. Agradezco a Dios que me haya investido de la fe necesaria para lograrlo, con el triunfo definitivo de los ideales de la U. C. Radical.

XXXIII
PORVENIR
La Nación no puede ni debe consentir pretensiones ni promesas que perturben su recta orientación política. Si renunciara a los heroísmos y a la grandeza que nimban aquellos acontecimientos, Habría malogrado su destino y se vería castigada por nuevos y tremendos infortunios. La soberanía de la República se encuentra transferida a las energías reparadoras que emancipan y ennoblecen la vida de los argentinos, y por eso nos consagramos con íntimo fervor a restablecerla, arraigándola en su conciencia.
La causa que fue gestada y defendida durante un período tan dilatado y tan intenso, en cuanto al sentimiento de la solidaridad nacional, tenía su programa político; el más trascendente sin duda en la vida de toda Nación: la restauración moral y política de todos sus poderes en el ámbito de la legalidad y la libertad. Es decir, la instauración del gobierno democrático, como expresión auténtica de la soberanía del pueblo. La magnitud de la empresa realizada por esa causa esencial, se ha de medir y juzgar por la consolidación de sus culminantes postulados. Las reparaciones históricas son pruebas decisivas de los pueblos; y aquellos que las han afrontado, alcanzaron la mayor ejecutoria moral y los caracteres más relevantes en el concierto universal.
Y desde la adversidad, cuando todos los caminos le eran cerrados, la Reparación no cometió un solo acto que pudiera ensombrecerla y surge triunfante, rigiendo los destinos de la República, sin realizar desde los estrados del poder, nada que no fuere fortalecer sus normas morales, que nacieran de la esencia misma de sus nobles ideales, para ser garantía y resguardo seguro para la civilidad argentina.
Y si en el futuro no se mantuviera incólume la integridad que representa el concepto reivindicador, perdería el relieve y la virtud que la caracteriza en las páginas de la historia, y se desvanecería en el medio ambiente social para confundirse en la complicidad y el descreimiento, que son frutos malsanos del renuncio y de la claudicación.
Pero por fortuna el tiempo de la moral reparadora está ya impuesto, al ordenamiento político del país, y va camino de su sólida consagración, para prez y gloria de los pueblos capaces de ser libres.

XXXIV
Destruir o malograr esta gran y trascendente conquista, culminadora de tan magnas finalidades redentoras, sería el error más tremendo y el atentado más delictuoso contra la vida de la Nación.
Debe meditar mucho sobre ello el gobernante del futuro, y no desviar la vista de esta orientación luminosa, que conduce al verdadero punto al cual habrá de converger la acción reparatoria. Medite y piense que una Nación entera está a su frente, y le invita a cumplir su mandato, a ponerse de pie ante los destinos de la Patria, compartiendo sus altos ideales y elaborando la grandeza del país, si se quiere vivir en paz con su conciencia y en el respeto reverente de sus conciudadanos.
Los apostolados que han impuesto tales soluciones de extrema probidad y severo acatamiento a sus normas de conducta, han sido los creadores de obras políticas y sociales perdurables que definieron la marcha de los pueblos, en relación íntima y armoniosa con su tradición histórica y su destino superior.
Esto está impuesto por los principios esenciales de la doctrina de la Reparación nacional. Hay que conservar celosamente la virtualidad de esos principios revolucionarios, porque de lo contrario la armoniosa pirámide de la Justicia, levantada con tanto denodado esfuerzo y tributos patrióticos, se desmoronaría por carencia de los valores espirituales que la conforman, y que señaló para la historia patria una de sus efemérides más destacadas y puras.
En los movimientos sociales destinados a cumplir misiones trascendentales, que se encaminan a cambiar el curso de la historia de las naciones, deben concurrir lógica y necesariamente las condiciones que emergen de la misma convocatoria doctrinal, y nada más absurdo suponer que sus objetivos puedan alcanzarse por medios opuestos a sus fines o con el apoyo de las mismas causas que se propone extinguir. Además esos mismos movimientos exigen una solidaria continuidad en el tiempo, que les infunde la certeza de su constante perfeccionamiento, vitalizándose en las concreciones de cada hora, en la evolución política. Es, por tales razones, imperioso dejar de lado las tendencias de las complacencias perniciosas y hasta funestas, asumiendo rígidamente, como lo inspira el credo; el temperamento mareado por los deberes nacionales.

XXXV
Así sucederá como consecuencia de tan grandes y benéficas soluciones; se repetirán obras inmensamente útiles y encaminadas a progresivas creaciones como resultado de su legítima representación y de la rigidez de su alto mandato.
Todas las realizaciones superiores del género humano, estuvieron animadas por la potencialidad creadora de un gran conductor, imprescindible para ejecutarlas en todas sus proporciones y magnitudes. Pluguiere al cielo que en esta vasta concepción de revelaciones infinitas, no se cruce ninguna duda temeraria que pudiera llegar a perturbarla antes de quedar definitivamente afianzada en la vida de la República, porque ella es la única ruta que nos llevará hacia el supremo bien del pueblo argentino.
Todo lo demás exterioriza la escoria que resta aun de una época nefanda, ya superada, y no haría sino revelar su estado de descomposición, como también, retardaría y dañaría la desaparición definitiva de los males que tenemos la imperiosa obligación de eliminar. El pueblo argentino con la visión clarísima de esta hora solemne, se ha colocado al nivel de la majestad de su tiempo, y sería fatalidad tremenda que después de haber irradiado de grandeza todo un período de la historia patria y de viril resistencia, se pretenda dejar vencida la dinámica de la Reparación, con inauditas confabulaciones, aprovechadas sarcásticamente por los eternos enemigos de la U. C. Radical.
Es ineludible deber conjurar ese riesgo sin ningún error o vacilación, ni deslealtad que importaría declinar las ejecutorias de prominentes responsabilidades, cuando la Nación ha puesto en evidencia sus capacidades para consumar la obra con heroico empeño.
Sólo nos resta, entonces, conservar inmaculados los prestigios de la empresa liberadora, y el resultado final será tan fecundo y seguro como digno de su grandeza. Profesémosla con la fe de los sentimientos que la inspiran, alejando de nuestro espíritu toda consideración distinta, y el empeño será afirmativo, y los prestigios futuros superiores a los pretéritos en sus renovadores designios.

XXXVI
Por la potencialidad de un esfuerzo reivindicatorio de las más vastas proporciones concebibles, hemos resuelto los problemas morales y políticos que permanecieron insolubles durante toda la existencia nacional.
Hay que demostrar siempre que las aptitudes que se poseen son para promover el progreso y el bienestar de la comunidad política y no para utilizarlas en provecho propio, haciendo contraproducentes sus beneficios.
Es decir, que los hombres que ejercen funciones públicas, deben hacerlo con capacidades conducentes, para enseñar y dar ejemplo a los pueblos de la eficiencia de las instituciones democráticas para el beneficio y la felicidad comunes.
Que no sólo se debe organizar el gobierno técnica y administrativamente para manejar los negocios del Estado, sino que debe ser una escuela de educación política.
Por eso el dogma de la Reparación resultó incomprensible para muchos. Pero como dice Pascal, más incomprensibles con los que lo resisten o simulan no conocerlo. Desechado el dogma de la Reparación, el país se habría convertido en un caos. Por el contrario, sentado y afianzado en la conciencia popular, él es la piedra angular del imponente edificio político que hemos levantado.
La historia demuestra que todo dogma se ha consagrado por el sacrificio de generaciones sucesivas, y que no llega a alcanzar su verdadera sustentación si se producen extravíos en sus definiciones, orientaciones y principios normativos.
Nosotros no queremos establecer nuestra propia felicidad sobre la desgracia de la patria, sino cumplir con nuestro deber contribuyendo a repararla. Por tal razón, hemos consagrado todas nuestras facultades y nuestros esfuerzos al servicio de la causa, que importa la defensa de los más sagrados atributos de la vida nacional, que se vienen realizando en medio de la más idealista y noble doctrina.

XXXVII
Las crisis morales tienen su lógica reparación y no se extinguen sino segando sus fuentes originarias.
Por eso es menester planear y resolver la acción por la unidad de pensamiento, de suerte que los procedimientos y medidas que se adopten sean conducentes a los rectos afanes públicos, para consagrar las soluciones patrióticas buscadas, y que hacen a aquella primordial finalidad.
El honor nacional así lo impone y reclama con firme imperio, va que ello importa dar efectiva ejecutoria a los indiscutibles derechos públicos.
Hemos alimentado y fortificado esos convencimientos con todas las fuerzas del alma, y con todas las potencias del pensamiento, y cualquier retroceso o desviación en el rumbo trazado, será de graves consecuencias para la patria.
Ha llegado la hora de la terminación del largo período de nuestra regresión moral y cívica, y no todos quieren comprender, o no alcanzan a definir, los medios precisos que deben ponerse en ejecución para que la transición y la renovación se realicen naturalmente, en cumplimiento de exigencias superiores de la Nación. Y ello sin hesitación, y también sin dividir al país en dos sectores irreconciliables: elegidos y réprobos. Hay que propender a la fraternidad entre los argentinos.
Pero todo debe hacerse por la justicia y la verdad de los idealismos vigentes en el escenario nacional. Debe hacerse, por la suma de sacrificios con que se han nutrido y sustentado; por las virtudes de rígida moral que demandaron; por las luchas heroicas y sin cuartel del ostracismo y la rebeldía vigilante; por el futuro emancipado de la comunidad. Por todo ello, debe hacerse.
La reorganización general de todos los poderes, ha de cumplirse por medio del veredicto de la opinión, tan noblemente sentido como lealmente ejercitado, y así se habrá conseguido en toda su efectividad la transformación que determinaron los históricos pronunciamientos nacionales.
Tales son los términos verdaderos del concepto que cabe aplicar en toda la integridad de sus finalidades, para contemplar, así, con el más efusivo regocijo patriótico la inmensidad de los bienes que comportaron los sacrificios reparadores.

XXXVIII
Todos los esfuerzos desplegados desde el llano, fueron en pos de soluciones definitivas y al llegar al desempeño de la función pública ha de ser rígida en la aplicación de todos los derechos, consecuente con el origen determinante de su finalidad histórica.
El concepto de la Reparación, en cuya esencia se fundaron las más nobles y plausibles esperanzas, debe señalar siempre la orientación superior de sus propios preceptos rectores, eliminando todo cuanto por su perturbación no guarde armonía con sus realizaciones definitivas.
Si ella fuese tributaria del tiempo y del ambiente, en su esencia, desvirtuaría su contenido dogmático; nulificaría sus virtudes y fracasaría en sus propósitos. Naturalmente que me refiero a la doctrina en su fundamento ideológico, que es permanente; no a la técnica de su realización, que es temporal.
De ahí el dilema constantemente planteado y denodadamente sancionado por el pueblo argentino: estamos congregados para mantener irreductibles los principios fundamentales que nos inspiraron y no para transigir con insidiosas y torpes desviaciones. Olvidar este precepto, seria caer en las adaptaciones regresivas que nos precipitarían a todos los desmedros y conculcaciones. Los pueblos no deben inclinarse hacia ninguna promesa que importe una desvirtuación en su rumbo histórico, porque el renunciar a su contenido moral, a su tradición y a su prócer predestinación, retrogradaría a nuevos y más dramáticos infortunios. En tal caso, tras días de enorme expectativa y tal vez de cruentas pruebas, se sometería de nuevo a los pueblos a la vía crucis de su lucha por la libertad, por la justicia y el derecho.
La salvación de la República estuvo y está librada a las energías reparadoras. Esa empresa de emancipación es la extraordinaria causa de los acontecimientos decisivos de las naciones; y por eso cuando tremolen en alto sus ideales humanos triunfantes, trascenderán en el concierto civilizado del mundo.

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