martes, 23 de agosto de 2011

Violencia individual y violencia colectiva


por JORGE ABELARDO RAMOS *
Cuando Simón Radowitsky le arrojó la bomba al coronel Ramón Falcón, jefe de Policía, atentado que ocasionó su muerte y la de su secretario, el joven Alberto Lartigau, se dice que las últimas palabras del coronel Falcón fueron “Son gajes del oficio…”. Falcón sabía que si las fuerzas a su mando y por su orden dispararon sus armas contra la pacífica manifestación de la FORA, el 1° de mayo de 1909, mientras los oradores de la FORA pronunciaban sus discursos, no podía esperar que le enviaran cajas de bombones como testimonio de gratitud.
Esa masacre, la primera semana trágica, provocó 8 muertos y 105 heridos. Radowitsky encarnó la cólera impotente de la multitud diezmada por los máuseres de los “cosacos”. Es la historia de siempre. Ahora hasta hay “sociólogos” que andan pretendiendo estudiar las “motivaciones”, según se dice en la jerga, que origina las acciones en los grupos armados. Nada hay más sencillo de explicar. Hace quince años que el pueblo argentino ha sido despojado de sus derechos políticos y la Argentina de su soberanía económica. Todas las tentativas políticas realizadas por las Fuerzas Armadas y los partidos para encarrilar al país hacia una “salida normal” (excluyendo a Perón de esa salida) han fracasado. Por el contrario, el período de Onganía aceleró todos los errores anteriores y multiplicó todos los crímenes. Bernardino Rivadavia es un poroto al lado de Onganía y sus sucesores, que han establecido el más absurdo unitarismo de que se tenga memoria desde 1819. Las provincias han sido saqueadas y han comenzado a despoblarse. Históricamente, las metrópolis imperiales exportan sus crisis internas hacia las colonias y semicolonias y las capitales de estas últimas las reexportan hacia sus “hinterland”. Buenos Aires realizó esta política hasta el punto crítico en que las provincias con sus levantamientos populares devuelven a la Capital la contramarea revolucionaria. El “cordobazo”, el “tucumanazo”, y las restantes conmociones de los pueblos de provincias desencadenan la caída de Onganía y Levingston.
En tal cuadro político y económico no es difícil explicarse que los actos de lucha armada y terrorismo individual o de grupo constituyen la respuesta simétrica al terrorismo oligárquico y a la burla imperialista. ¿Qué esperaban? Yo no confío en la eficacia de estos actos; pero ellos continuarán hasta que el pueblo, con su violencia colectiva o con elecciones inmediatas sin proscripciones, arroje del Poder a los usurpadores y establezca la voluntad de las mayorías nacionales. Puesto que el terrorismo o los actos de lucha armada, tal cual se han manifestado en los últimos años en la Argentina, son la desesperada réplica a la dictadura inescrupulosa e irresponsable que padece el país, no desaparecerá pura y simplemente por la represión. De esto pueden estar seguros, tanto los “sociólogos” como los represores.
El comandante en jefe del ejército peruano dirigió la lucha contra los guerrilleros en 1965. Luego, en 1968, tomó el gobierno de Lima y comenzó a realizar la revolución agraria, por la que habían luchado y muerto los guerrilleros. Ahora, Velasco Alvarado tiene el apoyo de Héctor Béjar, uno de los guerrilleros sobrevivientes, con quien acaba de mantener una entrevista de cuatro horas en el Palacio Pizarro, que ahora se llama Palacio Tupac Amarú. En 1965 Velasco Alvarado hacía “guerra contrarrevolucionaria”; ahora hace una política revolucionaria. Antes, reprimía a los campesinos. Ahora, al entregarles las tierras, les dijo: “Campesinos, el patrón ya no comerá más de tu pobreza”.
“En Chile reinaba el terrorismo antes de Allende. El MIR asaltaba bancos. Allende los ha nacionalizado a todos y el MIR actualmente se ocupa de custodiar la seguridad personal del presidente socialista de Chile”.
Notas:
[*] Respuestas a un cuestionario de la revista “Extra”, 1971.

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