lunes, 8 de agosto de 2011

Primera parte de MI VIDA Y MI DOCTRINA


por Hipólito Yrigoyen

I
PERSONAL

Los fundamentos de la restauración estaban para mí en la esencialidad de la obra constructiva que realizamos y en el alma de la Nación, que con acentos y reclamos tan poderosos nos impulsaba a implantarla. Los pueblos no se equivocan jamás en el ejercicio de los atributos de la vida pública, mientras elijan hombres libres y honorables que interpreten sus inquietudes espirituales y sus ideales. Hombres que sean capaces de llegar a conocer y dominar esas fuerzas imponderables que se generan en el sentimiento de la comunidad y representan los caracteres vitales de una raza.
Los males que combatí se aumentaban por momentos, pero la grandeza inapreciable de los movimientos realizados, bastó, por sí misma, para poner término a ellos, e iniciar la época de la reforma revolucionaria en sus fuentes más puras. Los pueblos desde que comenzó el imperio de su soberanía y el ejercicio efectivo de sus instituciones, por la representación del gobierno legítimo, supieron que no habría proscripción alguna que los detenga en la acción espontánea de sus pujantes expansiones.
Asumí el gobierno de la Nación sin pronunciar juicio alguno, por mi parte, porque cualquiera que fueren los que hubiera emitido, no habrían sido sino redundancias, que nunca significarían tanto como los mismos acontecimientos que culminaron su finalidad en esa representación.
Como durante mi gobierno, ahora, nada ni nadie me moverá una fibra, sino para afianzarme en los ideales que me animaron y encendieron mi pasión por la liberación y redención del pueblo. Por eso mismo callé muchas veces, prefiriendo cumplir mi obra en silencio, porque ese género de elocuencia majestuosa en su imponencia, lleva impreso en sí la franqueza y realidad de los hechos, que no dejan opacidad alguna en el pensamiento; y era, por lo tanto, el verbo apropiado al momento histórico que lo comprendió en sus deberes supremos y solidarios.
Por otra parte, en tales hechos fundamentales, cobró vigencia el sentido cierto de las grandes palabras abolidas.
Pensar que los gobiernos de hecho, pudieran convertirse un día en fieles custodios de las libertades, sería dar muestra de una evidente ineptitud o de una complacencia que no podía caber en un gobierno como el que presidí, que no tuvo otra norma irrevocable que la de cumplir con su misión histórica, aplicando los procedimientos que eran la esencialidad de nuestra prédica en el llano. Una actitud equívoca por parte de la autoridad que tenía misión tan terminante, hubiera sido también moralmente culpable.
Tengo el sereno orgullo de decir que fui intensamente comprendido por el pueblo argentino, que en homenaje y tributo de la patria asumió su defensa y resguardo con las contribuciones más abnegadas y heroicas. Creo, que fui interpretado de esa manera, porque en mi lenguaje llegó a escuchar nítidamente el acento de su propia voz.
La nueva época inaugurada es el resultado de esa labor gigantesca de la U. C. Radical, genial para concebirla, intrépida para ejecutarla, viril para sostenerla triunfal en la contienda, noble para no perseguir a los vencidos, ni siquiera con la espada de la ley; generosa y magnánima, en cambio, para entregar sus prestigios y conquistas al bien de todos abriendo ampliamente el vasto escenario de la Nación.

II
Es que mi apostolado era más que la efectividad de una jornada libertadora y reconstituyente. Era el "fiat lux" de orientaciones permanentes que al señalar los destinos de la patria, acentuaba todas sus virtudes ingénitas y afianzaba sobre ellas su grandioso e infinito porvenir.
Así llegamos a la cumbre del Ideal cívico, nítido y luminoso de democracia, fe republicana y de eminente patriotismo, a pesar de las duras penalidades en la larga jornada y de las encrucijadas del camino. Así llegamos a la magna sanción de sus postulados entre resplandores de conquistas morales y proyecciones de política fecundante, que será triunfal en el futuro, cualesquiera que sean los trances de su consolidación definitiva.
Después de realizar la obra, asumo toda la responsabilidad, afirmando que no renegaré jamás de mis convencimientos, porque ellos se subliman en mi fuero íntimo, para llenar el cometido de mi vida, y su desvío me espanta como una profanación.

III
La U. C. Radical fue el precioso instrumento de las libertades argentinas, y ante su imposición, a mi respecto, me incliné reverente y asumí el gobierno con todas las significaciones patrióticas que simbolizaban su mandato y como imperativo de mi augusto deber.
Mi compromiso -yo lo sabía- era difícil, pero tampoco ignoraba que no hay nada más noble ni más eficiente en el hombre que la conciencia de bastarse a sí mismo, en todas las contingencias y los órdenes de la vida.
La política que apliqué en el gobierno era la que persigue la humanidad como ideal supremo de su progreso y bienestar. Aquella que hace plácida la vida de las sociedades y estimula sus actividades y venturas, en la vigencia de un ordenamiento legal equilibrado, entre las dos grandes fuerzas siempre combatientes: el capital y el trabajo. Naturalmente que me sentí atraído por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelaban un poco de justicia. Ese poco de justicia que representa el mínimo de felicidad a que tienen derecho los proletarios de todo el mundo. Esta política liberadora, no fue, a pesar de ello, ni parcial ni partidaria, ni menos excluyente; se fundamentó en el bien común y dio estabilidad a todos los avances y al desarrollo económico y social de la Nación.
No he comprometido jamás la absoluta integridad de mi respeto en ninguna situación de la vida, ni como político ni como hombre. Ahí están mis actividades y mis ideas, todas transparentes como la misma intensidad de la luz, o más aun como el ideal soberano que las engendrara.
Me explico la resistencia y la tenaz hostilidad que he provocado en los intereses creados, dentro del bastión inexpugnable de los antiguos privilegios, al operar la consagración definitiva de la representación pública, en todas las manifestaciones del gobierno por la contradicción con las modalidades y sistemas que han imperado durante tantos años.
Creí sacrílega la pretensión del régimen de querer eslabonar su pasado con la actualidad en el escenario de la República, dentro de un acomodaticio determinismo histórico. No. Triunfaron mis ideas, mi concepción de la libertad y de la justicia, y las glorias y prosperidades futuras serán comunes, porque no trasuntan el triunfo de un partido político sobre otro, sino el triunfo de la Nación para bien de todos. Esta es precisamente la mayor grandeza del movimiento reconstructivo de la U. C. Radical en la abstención, en la revolución, en la intransigencia y en la hora de mi gobierno. Por ello pude expresar en el instante mismo del advenimiento: nosotros no venimos a vengar los daños producidos a la Nación, sino a repararlos.

IV
Estoy profundamente convencido de que he hecho a la patria inmenso bien, y poseído de la idea de que quién sabe si a través de los tiempos será superado por alguien, y ojala que fuera igual, siquiera, en el esfuerzo ciclópeo que demandaron las actuales conquistas y los tributos de rígida moral que le consagramos.
Los que nacen con la conciencia superior de los destinos de su vida, nada los fascina ni embriaga, porque no sólo tienen el más profundo desdén por todos los poderes de la tierra, sino también, por cuanto pudiera desviarlos de su propia recta orientación. Esto impone un riguroso estilo de vida y el sacrificio de todo lo que fuera personal.
Las iras de los desplazados, sus ambiciones de regresión, sus reacciones esporádicas, sus pasiones incontroladas, no van a matar la eterna luz de mis infinitas concepciones, de integridades absolutas que constituyen mi vida en la patria y mi irradiación en el mundo. Representa todo ello, una trayectoria de principios inmanentes y directrices y de preceptos inmutables, que si no han anulado su conciencia para percibir la claridad, habrá de quemarles las pupilas con los esplendores que deslumbran.

V
Al terminar el período que cumpliera en la presidencia de la República, por primera vez, en la historia política del país, de índole constitucional ejercido en la más absoluta identidad con los preceptos que lo fundamentaron y en los que se afirmaban mis mejores esperanzas patrióticas, me sentí inducido a exteriorizar algunos juicios de orden público, que las circunstancias de estar todavía en las funciones del cargo no me cohibían para hacerlo, desde que todas mis actividades y consagraciones son esencialmente de carácter nacional; pero preferí callar.
La U. C. Radical, por sus orígenes, por los hechos producidos y actitudes asumidas para concretar en la realidad los ideales que sustentara, es una alta conquista de la civilización argentina y americana, que afrontó las contiendas del supremo deber, con toda abnegación y con el mayor denuedo. Fue, asimismo rígida escuela cívica del carácter y la conducta, donde se formaron varias generaciones argentinas, que sirvieron esta insigne causa de la nacionalidad con el más puro idealismo y las gallardías más varoniles.
Consagrado a la reparación y restauración de los valores esenciales argentinos, no debí omitir nunca ningún esfuerzo a fin de que no se malograra tan justa empresa. Fue así mi gobierno un apostolado de moral política, el más eminente y trascendental de que haya memoria en la historia cívica de la República.
Y no hay osadía más villana que la de intentar hacer creer al juicio público que a mi lado y en torno mío pudo haber improbidades en cualquier sentido que fuere, cuando es verdad categórica la de que jamás se ha respirado junto a mí, otro ambiente que el de todas las dignidades y las más acrisoladas virtudes.
Ello vino a señalar la senda única con las normas señaladas en los orígenes de la patria, siguiendo sin desvíos ni desfallecimientos los principios cardinales de su augusta significación y de su fecunda virtualidad. Las doctrinas y orientaciones que sustento no tuvieron correlación alguna con las distintas parcialidades partidarias que actuaron en los escenarios cívicos de la Nación, a las cuales consideré con igual criterio desde que eran idénticas, en cuanto no tenían otra finalidad que la de los aprovechamientos públicos y la detentación del poder o de ser, en otros casos, de un reaccionarismo disfrazado de principios nuevos. De tal modo se sobrepuso mi apostolado, cumpliendo su misión totalmente distinta en el plano superior de los vastos problemas nacionales y realizándose en la plenitud de sus concepciones creadoras.
Mis sagradas convicciones han respondido siempre a los impulsos de un hondo y ferviente amor patrio. Quise que la Nación se perpetuara, derivándose más allá de las épocas tal como se inició en el escenario del mundo; libertadora heroica de los oprimidos; rompiendo los ajenos y propios yugos; sin más preocupaciones que las imperativas del deber y del trabajo que fecunda la vida y que, dueña de una superior civilización, cimentada por una intensa fraternidad humana, cumpliera ampliamente sus grandiosos destinos. Ese punto de vista, ese concepto que constituyó la orientación y el afán de mi vida, es el que formó mi conducta de argentino y mi acción de gobernante.
Las actitudes ejercidas durante mi existencia y los actos producidos en el ejercicio de las funciones del poder, lo ratifican plenamente, sean ellos de carácter interno como externo, morales como políticos, sociales como administrativos, en una unidad absoluta de fundamentos, de finalidades y de principios.
Por tal razón, puedo afirmar que no tengo en el corazón un latido de animosidad contra nadie. Jamás se ha cumplido un cometido de vida pública con mayor insobornable magnanimidad. Nunca he preferido una alusión personal acre, porque jamás he experimentado esa índole de sentimientos, y, hoy mismo, no obstante todas las oscuras y violentas irreverencias conjuradas, tengo la íntima satisfacción de decir, que si se me propusiera tener alguna prevención malsana y pequeña, no sabría en quién fijarla.

VI
Desde los albores de mi vida pública, me identifiqué con la empresa redentora de la patria, para mantener inalterable ese supremo ideal sin desviarme jamás del recto y duro rumbo.
Me he plantado con la integridad de mi temperamento y con toda la fortaleza de mi espíritu en contra de un régimen nefasto que ha malogrado, en gran parte, la existencia nacional y el destino del pueblo.
Hay momentos en la vida de las naciones, en que los mandatarios deben erguirse simbólicamente para cumplir los designios sagrados que afrontaron como ciudadanos y debían sancionar y hacer ejecutar como estadistas.
Yo sé bien que aunque la tempestad de los intereses conjurados haya crujido sobre mi frente sus más recios vendavales, no ha dejado ni dejará en su serenidad inconmovible el más mínimo vestigio, sino que resplandecerán en ella los fulgores de los deberes más solemnes que pudiera interpretar y realizar. Así me erguí en el poder como en el llano, provisto de toda la autoridad moral de mi historia política contra los falsos convencionalismos.
La poderosa imposición de un régimen adueñado de todos los gobiernos y devorado por todas las concupiscencias públicas, requería un carácter inquebrantable en la lucha. Un alma olímpica con virtudes preclaras en la cual se estrellaran los dardos de los extravíos y los prejuicios; una clara conciencia del deber y un gran espíritu de sacrificio. ¿Qué más se necesitaba? Un pueblo grande, noble y valiente como el nuestro.
A toda esa exigencia se respondió y culminó gallardamente en el curso de los sucesos, en la empresa magna de la Reparación, fueran cuales fueren las abnegaciones, las vicisitudes y los infortunios que demandaran.
Por mi parte he de decir, al final de la contienda, que ni las persecuciones, ni la injuria, ni la conspiración del silencio, ni las acritudes del agravio, llegaron hasta mí; no fui enemigo de nadie, porque no son esas modalidades y sentimientos míos, y porque era demasiado idealista mi misión redentora, para ensombrecerla con prevenciones personales.

VII
Todo lo he recibido como reacciones naturales de la actitud que he asumido en esa misión que ha tenido el poder de incorporar tantas decisiones y de vencer tantas resistencias, porque es superior e inmensa en importancia para los destinos de la Nación.
Las determinaciones de mi espíritu y aun los arrojos de mi carácter no tuvieron signo hostil contra nadie; por eso mi acción no fue nunca agresiva sino reparadora y aun protectora. La estabilidad de la patria sobre sus tradiciones de honor y sus bases constitutivas, su prosperidad creciente y sus glorias inmaculadas, fueron los impulsos, las iluminaciones de mi voluntad. Obedeciendo a esos imperativos que me absorbieron por completo, a cuya vanguardia estuve en todas sus irradiaciones, y de conformidad también con mis propias modalidades, he eludido todas las banales e incongruentes exteriorizaciones, como me sustraje a los atrayentes halagos de la superficialidad ambiente, entregado plenamente a las horas de amargura de la patria, a sus cruentas vigilias y a sus trances aciagos. Todo ello comprometió mis totales dedicaciones que aparecían intencionadamente misteriosas para las incapacidades que siempre se evaden a la fecunda intensidad de las consagraciones superiores.
Cuando en la ya secular perversión era desconocido el anhelo de todo bien público en formas distintas pero igualmente culpables, templamos el ánimo cada vez más a la serena contemplación del gran concepto reparador, sin sorpresa, pero con pena, por las defecciones de los apresurados, que son siempre fenómenos naturales de las imperfecciones humanas y sin desdén por las apreciaciones de los adversarios que la lógica de los sucesos los había desplazado de la responsabilidad del gobierno de la República. Trabajamos sin cesar aun para los mismos a quienes hubimos de remover en su resistencia al camino de su regeneración y de su nueva vida.
La filosofía profunda de nuestra doctrina y el intenso amor que pusimos al crearla, idealizarla y propagarla en la conciencia del pueblo, nos hizo tolerantes y humanos en el gobierno. Representábamos el genio cívico de la Nación, y los genios que trascienden por sus virtudes, sus juicios y sus méritos iluminando los escenarios públicos con sus poderosas facultades, conducen a las naciones por el camino de la verdad y de la justicia y erigen las libertades en sus múltiples y vastas realizaciones.
Ellos son los que determinan los magnos sucesos en las horas difíciles, no sólo para salvar a los pueblos, sino también para orientarlos por los caminos de su grandeza, haciendo que los propósitos que los dirigen impelan también de buen o mal grado, aun a aquellos que sólo los comprenden cuando sienten sus benéficos resultados.
Los genios conciben y estructuran una gran causa y la realizan pero no se sirven ni se aprovechan de ella para sí. La gran satisfacción está en haber interpretado con fidelidad y lealtad los anhelos y las esperanzas del pueblo.

VIII
En mi gobierno, sin una sola desviación, se han cumplido todos los preceptos de la justicia y de la libertad, tanto en el orden social, político como económico. Tuvimos que hacer en un período de gobierno constitucional lo que no se había hecho en casi un siglo de existencia, y ahí está mi obra para probarlo. Convocados por la potestad de la Nación, hemos laborado con perseverancia y tenacidad, desde los más humildes hasta los más ilustrados ciudadanos, en íntima y armoniosa conjunción de idealidades patrióticas, habiendo elevado la representación pública al más alto e insigne magisterio político. Hemos señalado las funciones fundamentales que corresponde desarrollar a cada uno, conforme a los principios de la soberanía de la Nación, llamando a todas las fuerzas sanas y capaces del país, para robustecer todas las esferas de la acción en sus justas direcciones y en sus más fecundas aplicaciones. De tal modo se ha constituido así la más alta jerarquía pública con la más indivisible dignidad nacional.
He ido al poder con las definiciones más categóricas y caracterizadas y desde el primer momento asumí una actitud que no dejara duda de su significación al renunciar a toda participación, contaminación o derivación benéfica con el medio que se proponía reparar. Por el contrario, no sólo infundí a mi misión cuanto hay de noble y puro en el alma humana, sino todo cuanto alcanza proyecciones elevadas de vida, rindiéndola también en holocausto a la causa reparadora.
He vivido en la más absoluta integridad de mis respetos, para estar a la altura del honor de la Nación, absorbido por profundas meditaciones y, vigía insomne de su destino, para entregarle, así, las fuerzas de mi pensamiento y los frutos de mis desvelos y mis labores.
Di todo lo que poseía en espíritu, en energía y en capacidad realizadora al ideal forjado para la patria, por mis fervores nacionales, a través de los más rudos sacrificios y los más amargos desencantos.

IX
El juicio público ha consagrado la obra de la Reparación nacional y la creación de la soberanía que esplende en las horas actuales ante el mundo y muestra a la República como un ejemplo de lo que puede el espíritu de un pueblo, cuando se eleva sobre la adversidad y cuando, idealizando sus aspiraciones -solidario en el bien- se propone vencer para su buen nombre, para su salud y su gloria. Un pueblo que supo comprender, sin ningún esfuerzo, que el lema de la lucha debía ser, y lo fue, la conquista de un mínimo de dignidad dentro de un máximo de libertad, para el hombre.
El ordenamiento admirable de los sucesos y el enlace de los acontecimientos, que han iluminado los escenarios políticos de la República, por los principios sustentados y por la orientación de las experimentaciones consagradas, tienen una eminencia tal y una clarividencia tan ilustrativa, que no es concebible cualquier juicio contrario en su juzga-miento.
La Nación ha conquistado en una hora prominente el rango y la espectabilidad que no alcanzó jamás, porque siempre he sostenido que el triunfo no está en el hecho ni en sus consecuencias, sino en su contenido espiritual, es decir, en el fundamento doctrinario de las causas y en la integridad insobornable para sostenerlas.
La U. C. Radical, ha entregado toda su mentalidad, su carácter, su tranquilidad, su bienestar, su patriotismo, su sacrificio y su vida misma, a la realización de la empresa redentora, acumulando todas las calidades que mantendrán su recuerdo en la más viva admiración del futuro del país, renunciando a todos los beneficios y prestigios en el escenario de los gobiernos. Así le ha permitido conservar, a lo largo de la obra empeñada, su firme carácter y su pundonoroso decoro.
La capacidad superior de que ha dado tan elocuentes testimonios para triunfar en el llano y organizar jurídicamente la República, desde el gobierno, en medio de una acción agobiadora y sin descanso, son el mejor augurio y la lógica de los acontecimientos también lo presagian, porque la Nación ha entrado por fin al pleno y libre ejercicio de su soberanía. No se sabe qué admirar más: ¡si la magnitud de su vasta y revolucionaria obra social y económica, o la claridad infinita de sus concepciones idealistas!

X
¡Cuánto podrá decirse de sus beneficios actuando siempre para establecer la concepción generatriz del gran lineamiento que se ha trazado para salvar el principio de la nacionalidad! Dentro y fuera de su espíritu ha sido lo que el sol a la vida de la naturaleza. La teoría fundamental de sus idealidades fue plasmándose en la acción continua, abnegada, fecundadora del gobierno que elevó, para que marcara con rasgos inconfundibles su fisonomía moral ante el pensamiento del Universo. Más que para gobernar, se había congregado para vindicar el honor de la Nación y restablecer el imperio de sus instituciones básicas por la imposición de la propia soberanía y por la reorganización integral de los poderes. Sólo por un vigor ciclópeo en su acción y facultades, ha sido capaz de poner término a los graves males que se cernían sobre la República y salvarla de las irreverencias que manchaban su dignidad y deprimían sus preclaras tradiciones.
No aplicó jamás en la contienda política ninguna medida que no fuera absolutamente compatible con la magnanimidad y altura de sus sentimientos y ni siquiera atribuyó a ciudadanos determinados las responsabilidades de los daños inferidos a la patria, sino a un "régimen" tan nefando, que no tiene calificativo que le alcance. Sólo buscó su derrumbamiento por el camino del honor, por las exigencias del deber y por cuanto hay de sagrado e intangible en el fuero de las naciones, sin prevención alguna contra nadie, y menos aun con propósitos inconfesables y mezquinos.

XI
Desde el día inicial de mi vida pública, únicamente me propuse como condensación de mis ideales, libertar a la Nación, renunciando irrevocablemente al honor de gobernarla, y Dios es testigo de que mis estímulos se hicieron tanto más sagrados con ese imperativo propósito.
Mi obra no ha sido la de un tiempo dado ni de ninguna circunstancia accidental o intrascendente. Ella nació en el momento mismo de la causa que la inspirara y no ha tenido nunca atingencia alguna con las finalidades materiales del poder. Se concreta en una gran bandera que encarna los anhelos más elevados de la redención del pueblo y señala, por ello, el recto camino que habrá de recorrer la República para alcanzar la conquista de un luminoso destino.
Todos los encantos y las complacencias de mi fuero íntimo, consistían en la satisfacción del deber cumplido como ciudadano argentino, en que debían concretarse los patrióticos esfuerzos nacionales.
Afirmo que ese ensueño tan fervorosamente acariciado, fue uno de los impulsos fortalecedores de mi carácter al asumir las responsabilidades de las pruebas, a las que debía entregar mis abnegaciones y el propósito de mis renunciamientos a los beneficios que pudieran aportarme.
Bien sabía que no era yo el ciudadano más indicado para asumir la presidencia de la República, porque así como fui fiel al punto de mira de las maquinaciones desde el llano, inevitablemente debía serlo desde el gobierno.
Y no era ello porque motivara ninguna justa ni legítima resistencia o prevención por mis actitudes personales; públicas o privadas, sino porque sólo era concebible mi ascensión al gobierno para aplicar y caracterizar los principios de orden público que fundamentaron mi vida y contrastaron todos los intereses espurios creados al amparo de bastardas impunidades.
Además ya había expresado que siempre es superior la abstracción del ideal sin mácula, a la dura materialidad del poder.
Inicié el gobierno afrontando todos los problemas y conflictos que planteaba la pavorosa situación engendrada, a lo largo del tiempo, por la prepotencia, la ilegalidad, el privilegio, la injusticia, el desquicio y el desconcepto.

XII
En el orden internacional tuve que plasmar nuevas normas jurídicas contra las establecidas, para poder así destacar el significado preciso de la independencia y la integridad de la Nación, en la plenitud soberana de sus atributos, a fin de que alcanzara el renombre que le correspondía en el concierto de los pueblos civilizados de la Tierra.
Mientras el régimen debatía intereses menguados pretendiendo mistificar la conciencia pública, yo levantaba bien alto y para siempre las eminentes insignias de la Nación, demostrando cómo se resuelven las grandes y vitales cuestiones de un país, cuando las orientan las facultades y capacidades superiores de los pueblos. Las naciones más poderosas del mundo rindieron el homenaje debido a esas normas de un nuevo derecho internacional y reconocieron la plenitud justiciera de sus fundamentos. Señalamos, en un instante crucial de la historia de la humanidad, ejemplos de integridad soberana, en el resguardo celoso de nuestro derecho, que prestigiaron a la República. Propugnamos en tales principios la igualdad de todas las naciones y enunciamos el precepto evangélico de que "los pueblos son sagrados para los pueblos y, los hombres son sagrados para los hombres".
Los problemas más arduos y más complejos que pudieran condenarse por lógica gravitación de los sucesos mundiales, se presentaron a la consideración y solución de mi gobierno, y todos los afrontó con la más encomiable significación del concepto universal al que estaban vinculados y con la más austera conciencia de la autoridad de la Nación.
Los fundamentales principios que profesé siempre respecto a la soberanía y a la dignidad de mi patria, ya fuera por su concepto ante el país o ante el mundo, se pusieron en vigencia en el problema de la neutralidad argentina durante la guerra europea. La política deliberada y austera, que no improvisé por cierto, la había aprendido y experimentado en mis largas vigilias de ciudadano. La había ahondado y clarificado en el conocimiento de la ciencia política, en el estudio de los fenómenos sociales y económicos y en la íntima identificación de mi espíritu con el alma de la nacionalidad. Fue por esto que en un momento de universal desconcierto, puso nuestra patria la nota de altivez y de cordura, tan alta y serena como rectora, atrayendo sobre sí, primero la sorpresa, la admiración inmediatamente y, por último, el homenaje de los grandes cerebros del mundo y la ratificación rotunda de los acontecimientos históricos.
Fui ruidosamente injuriado y calumniado en esa emergencia, y el coro de imprecaciones y denuestos que en idénticas consonancias se conjuraron contra mí, venía enconado de todos los resabios del régimen, de los que habían causado el desastre de la República y de aquellos que dieron la espalda a la causa suprema de la Nación. Indiferente a la diatriba, continué mi obra pensando solamente en las grandes figuras de nuestro pasado histórico y en el pueblo. Los anhelos de éste, sus sueños y sus denodados esfuerzos, tuvieron en mí el custodio más celoso; y, consecuente con el deber que me impuse al aceptar estoicamente el gobierno -y aunque pareciera inmodestia-, afronté el propósito firme de sacrificarme por mi pueblo, entregándome por entero a su sagrada causa.

XIII
Frente a todo, me amparaban mis antecedentes, porque es de la más evidente notoriedad que desde que tuve uso de razón he sido una enseñanza viva del fuero sacro de la vida y un ejemplo de las virtudes más acrisoladas. Así se explica que haya alcanzado siempre escalas más encumbradas en que me anticipé a la generalidad. Así se explica, también, que en las horas de cruciales pruebas para la nacionalidad, haya sido buscado y requerido por los primeros hombres del país, para ocupar los cargos de mayor responsabilidad, ofrecimientos que decliné irrevocablemente. Ya se sabe que la U. C. Radical no luchaba por la obtención de posiciones públicas, al margen de las grandes soluciones de fondo: el restablecimiento de la legalidad y el imperio del orden constitucional. Y es por ello que siempre me he sentido con autoridad, y más con derecho, para llamar a los hombres al deber supremo de todos los argentinos, cualesquiera que fueran las insignias o los cargos públicos de que estuvieran investidos.
Mis convicciones insobornables y arraigadas, han obedecido siempre a los impulsos de un fervor acendrado hacia mi patria. Quise en honor de ella que retornara a su posición histórica y, orientada hacia una positiva fraternidad universal, cumpliera ampliamente sus grandes destinos.
Resuelto como estaba a libertar ala República, viviendo la hora de mi responsabilidad, he percibido plenamente la misión que ésta me deparaba y al sentir sus irrenunciables imposiciones, quise abarcar en una irreductible síntesis reparadora las desgracias colectivas para redimirlas y, eso ha llenado toda mi existencia, porque los deberes del patriotismo, son mandatos imperativos e imprescriptibles.

XIV
No obstante ello, el régimen me afrentó. El régimen al que yo he vencido rodeado de vientos y tempestades, en el más desamparado llano, y desde la presidencia de la República, liberando a las catorce provincias del sojuzgamiento de un poderío feudal y de cuantos privilegios y convencionalismos se congregaron en su torno; el régimen, al que he derrumbado por el impulso de las más puras y firmes integridades que haya memoria en las redenciones humanas y al que le he impuesto la regeneración bajo el bautizo de los preceptos de la moral política, de la dignidad nacional y de las virtudes ciudadanas; el régimen, que no pudo menos que declararse convicto y confeso del proceso de los males más irreparables, haciendo vivir a la Nación al margen de sus principios éticos y normativos, de sus preceptos constitucionales, sin brújula ni timón en las orientaciones, tanto en la vida interna como externa; el régimen, que durante más de dos años de la guerra mundial soportó abyecto, sumiso y silencioso los atropellos más inauditos a la soberanía de las naciones y las afrentas más bochornosas al honor nacional. El régimen, decía, me afrentó a mí, que volviendo por esos agravios y reivindicando su decoro y su insigne significación, y con actitudes conducentes le ha dado el rango más eminente y grandioso que una Nación pudiera alcanzar en las pruebas afrontadas; el régimen, al cual jamás rocé con la menor alusión o referencia personal, y para el que tuve todas las magnanimidades de mis sentimientos, no haciéndole pasible ni siquiera con la sanción de las leves y de la justicia, me faltó durante mi actuación de gobernante a todos los respetos, que a justo título me guardaron los hombres más expectables del país, poniendo en mis manos, si yo lo hubiera querido, todos sus poderíos; el régimen me hizo desaforadamente punto de mira de todas sus vilezas, tramando inauditos planes de todo orden para desviar el juicio público sobre mi persona.
Contra él, la opinión pública, vidente y resuelta me acompañó en sus determinaciones, exteriorizando su solidaria adhesión a mis actos de verdadero contenido colectivo; y la Nación después de haber pasado por todas las pruebas, ha restaurado, vivificante y sin sombra alguna, el culto de sus generosas consagraciones.

XV
Con prescindencia absoluta de mi bienestar personal, de los más simples goces de la vida, no tuve en la larga lucha de la empresa reparadora, ni una frase ofensiva o destemplada para nadie, ni la menor demostración de prevenciones; nada más grato para mí que ratificarme en esa modalidad, sin que ninguno pueda señalar una contradicción en todas las incidencias de mi azarosa vida. Yo afronté sistemas políticos y no personas.
Ceñido a la justa interpretación del derecho público en su recta aplicabilidad y en honorable representación democrática, desenvolví mi conducta rectilínea, sometida al grave deber moral impuesto por el espíritu de la U. C. Radical, sin detenerme a pensar en nada que no se refiriera a la vigencia de la ética y del derecho, aun cuando con ello suscitara rebeldías inconcebibles ante el pensamiento guiador de una renovación impuesta por la historia.
Hoy creo, como ayer, en la respuesta corroborante y definitiva del destino, ante la inflexibilidad del principio de justicia que no puede ser desestimado ni destruido por las afirmaciones sigilosas del delito y sus complicidades, cuando median a su potente empuje, las virtudes firmes de una acción patriótica, sustentada en las fuentes más puras de la verdad y exhibida en todas las pruebas del sacrificio, con la alta dignidad de su misión.
¡Qué fuera, si no, del arduo y severo mandato que impone la vida a los que la comprenden en sus vastos lineamientos, si no hubiera un sereno panorama donde descansar las alas fatigadas del turbulento y recio rodar de las tormentosas adversidades!

XVI
Mi vida está en mi obra de demandas y de afanes infinitos donde para poder plantarse, desenvolverse y llegar a culminarla, eran indispensables las calidades y las condiciones esenciales a la magnitud de su histórica trascendencia. Esa ha sido mi única consagración, cuyos aportes morales y positivos sólo la patria que sintiera sus sublimes inspiraciones puede saberlo.
Desde su incólume altura, enseñé siempre la justicia de sus idealidades y la probidad de sus credos, imprimiéndoles las características de una circunspección tan acentuada como uniforme.
Esa ha sido mi conducta desde las gradas de la opinión pública y en todas las actividades que me correspondieron, y desde el gobierno todos mis actos llevaron el mismo significado de esa norma de conducta. Nacido en circunstancias azarosas y desgraciadas para mi patria, hemos asumido la actitud que la hora nos marcaba, no abdicando del deber que nos correspondía. Desde entonces no nos pertenecimos, nos entregamos a la lucha por la liberación argentina. Y supimos que todo taller de forja, parece un mundo que se derrumba.

XVII
No fui jefe de nadie ni de nada, porque me siento infinitamente superior a los menguados títulos de toda jefatura. Fui, en cambio, apóstol, en cuerpo y alma, de deberes consagrados al orden público, y de un ideal de redención humana, que será hito perenne de la historia de la nacionalidad. Por eso tengo la infinita satisfacción de saber que he cumplido cabalmente con mi responsable tarea, cambiando el curso del destino de la Nación.
Sé bien que soy el símbolo de mi patria en todo cuanto enaltece y orienta su futuro luminoso. Ante esa verdad incontrovertible, que absorbió mi vida entera, nadie puede pensar que habré de defraudarla nunca en sus justas esperanzas y en sus legítimas aspiraciones.
He pasado de las filas del pueblo a los estrados del gobierno, y desde mi vida de trabajo particular a las funciones públicas, sin transición alguna, porque desde el pueblo conocía la ciencia del gobierno como desde el gobierno conocía la psicología del pueblo.
Dios y la patria saben que yo no tengo en mi alma sino fervores nacionales, y en mi espíritu solamente decisiones irreductibles para caracterizarlos. Mi esfuerzo desenvuelto durante tantos años, arriba o abajo, me permiten hacer estas declaraciones libres de toda suposición ególatra. Sé sencillamente lo que he hecho, y tengo conciencia de la magnitud de la obra.
En casi toda mi vida de hombre, no he tenido un día de reposo; entregado y absorbido por una sola y absoluta preocupación sobre la que han gravitado todas mis actitudes y actividades: la de salvar a la Nación del desastre y el caos por que atravesaba. Cuando el predominio de las fuerzas oscuras y de los descreimientos confabulados y conjurados invadió el escenario de los gobiernos y absorbió todas las funciones públicas, me reconcentré a meditar sobre el hecho que tan inaudito atentado presentaba a la consideración del deber sagrado de la patria, profundizando todo cuanto podía dar mayores y más certeros juicios a la solución del problema que desde luego quedaba planteado por la lógica misma de las leves universales. Ahí se generó el plan de la lucha: la abstención, la intransigencia y la revolución, como única forma de rescatar al país de la ignominia. Y estuve, así, más de 30 años de pie, frente a la adversidad y la desesperanza, pero también, frente al pueblo argentino.

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