sábado, 24 de agosto de 2013

RIVADAVIA, UN PERDUELLI

por José María Rosa

La Ley del Olvido de 1821 no es obra de Rivadavia, aunque así lo haya dicho Vedia y Mitre. El proyecto de Rivadavia, entonces ministro de gobierno, es de fecha. 27 de septiembre de 1821, y prometía “no acordarse más de la ingratitud, ni de los errores, ni de las debilidades que habían degradado a los hombres o afligido a los pueblos”. Pero en la Sala de Representantes se entendió que esa literatura era inaceptable para adversarios políticos en exilio, y se transformó el perdón en una verdadera amnistía que permitiría regresar a “todos los que se habían ausentado voluntariamente para ponerse a cubierto de los riesgos de las agitaciones populares” (ley de 9 de noviembre de 1821). Pero Rivadavia, que no quería una amnistía total redujo, por decreto de 13 de noviembre, el permiso para regresar a solamente nueve personas.
Rivadavia era llamado por sus amigos el Padre de las Luces, pero no como cree Alberto Palcos por sus desvelos por el alumbrado público, sino por sus vastísimos conocimientos en todas las ramas del saber humano. Es cierto que no ha dejado un solo libro, pero volcaba esta sabiduría en el Registro Oficial viniera o no al caso. Como ese decreto de 6 de junio de 1826 (cuando era presidente y en plena guerra con Brasil) en que para nombrar un jardinero lo precede de catorce artículos "repletos de granos y hortalizas” como dice Groussac. Algunas veces esos conocimientos se entremezclaban, como en el decreto de 31 de diciembre de 1823, en que encarga a una Academia que llama curiosamente de Medicina y Ciencias Exactas la formación de una “colección demostrativa de la geología y aves del país”. Conocía de todo, hasta de obstetricia, y en el decreto reglamentario que dio para una Escuela de Partos dispone el estudio “de las partes huesosas que constituyen la pelvis; el útero, el feto y sus dependencias, la vejiga, la orina y el recto”. No agregó más porque por allí no había otra cosa que nombrar.
Nunca habíamos supuesto que Rivadavia tuviera otro interés en la Río Plata Minning Association,, que el puramente patriótico de civilizar las minas del país entregando su explotación a una compañía extranjera. Que hiciera preceder el lanzamiento de las acciones de esos famosos prospectos en que pintaba al Famatina como el venero de oro más grande del mundo que “afloraba con la lluvia” o “las pepitas ruedan por las laderas de los cerros y obstruyen las puertas de las casas”, no explotado por la incuria de españoles y criollos, nos pareció obra de su fantasía convenientemente estimulada por la casa Hullet de Londres, emisora de las acciones. Que aceptara la presidencia de la compañía, con sueldo de 1.200 libras, escribiera esas cartas comprometedoras que trae López en su “Historia”, trastocara todo el régimen político del país para hacerse elegir presidente, diera esa ley llamada de Consolidación de la Deuda que ponía las minas provinciales bajo la jurisdicción del presidente de la República, y acto seguido Bernardino Rivadavia, presidente de la República, entregara a Bernardino Rivadavia, presidente de la Mining Association, la concesión del Famatina, nos pareció algo tan absurdo, tan inexplicable, que juzgamos al prócer como un ingenuo que inconscientemente servía los intereses de profesionales de la estafa, bursátil. Tanto más cuando eso ocurría en plena guerra con Brasil, cuando se hacía más necesaria que nunca la unidad nacional, quitando todo motivo de recelo de las provincias. Vimos en esa conducta, en la guerra civil contra Quiroga, que se negaba a entregar el Famatina a la Mining en el dinero girado a Lamadrid (general del “ejército presidencial” destinado a apoderarse de La Rioja) cuando no había plata para mandar a los inmovilizados vencedores de Ituzaingó, y en tantas otras cosas, solamente la ingenuidad de un hombre que anteponía a todo su afán de civilizar las minas haciéndolas explotar por el capital extranjero, y que no llegó a advertir el desastre que provocaba su conducta. Nunca sospechamos que hubiera otra cosa, y atribuimos a pasión política la grave acusación de Dorrego y de Manuel Moreno de que Rivadavia había cobrado de Hullet Brothers cantidades mayores como “retribución de servicios” que el sueldo asignado como presidente de la compañía. Todo era tan grave, tan evidente, tan claro, que paradójicamente lo eximía de responsabilidad a don Bernardino. Nos pareció demasiado comprometido para ser el verdadero culpable del delito; que eran muchas las impresiones digitales que dejó en el negociado, para no sospechar la intervención de una mano oculta que se valdría de su ingenuidad simple y candorosa. Y creíamos que Rivadavia no obtuvo del affaire otro provecho que el descrédito y la pérdida total de su prestigio político.
Ahora Piccirilli, en su libro sobre Rivdavia, ha buscado pruebas de la honestidad de éste. Y encuentra que en la cuenta corriente de Hullet Brothers había, un saldo acreedor contra don Bernardino por miles de libras esterlinas, porque el austero prócer giraba a fines de 1825 (a su regreso de Londres, y mientras se desenvolvía el negociado de la Mining) letras de cambio contra Hullet, que éstos en Londres pagaban sin tomarse el trabajo de exigirle al patricio el saldo de la misma. Piccirilli, que ignora en su libro los pormenores de la compañía minera, saca en conclusión que Hullet no cobraba este saldo de cuenta porque Rivadavia estaba muy pobre, y que esta pobreza era prueba de su honestidad. Con ese descubrimiento de su biógrafo, ahora sabemos que Rivadavia obtenía de Hullet, al tiempo de asumir la presidencia de la República y entregar las minas a la compañía formada por éstos y de la, cual era presidente, cantidades respetables de miles de libras esterlinas en préstamo que nunca pagaría. Eso de “préstamo” va, por cuenta de Piccirilli, pues los herederos de Rivadavia ganaron el pleito que promovió Hullet contra la sucesión por esas cantidades, y el juez sentenció que Hullet en 1825 no había prestado nada a Rivadavia, sino dado en pago esas libras. Eso también lo sacamos del libro de Piccirilli. Así, gracias a Piccirilli, podemos ahora rectificar nuestro juicio: Rivadavia no fue tan sonso en el negociado de la Mining como nos parecía.

capitulo ocho de El Revisionismo Responde

No hay comentarios: