por Guillermina Camuso y Nelly Schnaith
La reivindicación de Rosas no responde a meros intentos justicieros de los intelectuales. De ser así, no trascendería el ámbito restringido de los cenáculos cultos. La justicia histórica se confirma en la conciencia de las masas que surge, ante todo, de la injusticia que padecen los oprimidos. En nuestros países, la opresión está marcada por la dependencia. De allí que todo proyecto nacional deba recuperar en el pasado los eslabones que marcan su propia trayectoria.
La primera forma en que las masas se reconocen como revolucionarias —sin requerir una acabada elaboración intelectual— se da en el plano de la sensibilidad que, lacerada por la injusticia, emprende intuitivamente su propio revisionismo histórico. Los valores que orientan esta revisión se contraponen, casi “naturalmente”, a los de la clase que sancionó las condiciones de la opresión. Así, mientras la historia liberal es una historia de minorías para minorías, representadas por sus héroes individuales; la historia popular es la historia de las reivindicaciones políticas y sociales de la mayorías trabajadoras que no reconocen otras pautas de valoración que las que expresan sus luchas revolucionarias, donde no se exaltan las formas tradicionales del heroísmo individual.
Por eso, las “lecciones” de la historiografía oficial no encontraron eco colectivo en la conciencia de las masas que, oponiéndose a las fórmulas condenatorias o laudatorias consagradas, señalaron a sus propios traidores y conductores.
Los sectores liberales vieron en todo movimiento nacional un peligro para sus intereses de clase, no vacilando en condenar a sus representantes como enemigos de las “libertades humanas”. El pueblo comprendió de qué libertades se trataba y el sentido oculto detrás de las acusaciones empecinadas que la prensa oficial endilgó, antes a Rosas, después a Perón. Comprendió que el punto irritativo era, desde siempre, la propia lucha por su libertad social que, en los dos casos, había alcanzado el mayor nivel político.
Esta lucha no está destinada a erigir héroes de mármol, sino que identifica a sus conductores con un proceso cuyo último e inapelable sujeto son las mayorías nacionales. Sólo a partir de Es unidad política de las grandes masas podrá plantearse como alternativa un socialismo nacional auténticamente revolucionario, sobre la base del poder popular.
La primera forma en que las masas se reconocen como revolucionarias —sin requerir una acabada elaboración intelectual— se da en el plano de la sensibilidad que, lacerada por la injusticia, emprende intuitivamente su propio revisionismo histórico. Los valores que orientan esta revisión se contraponen, casi “naturalmente”, a los de la clase que sancionó las condiciones de la opresión. Así, mientras la historia liberal es una historia de minorías para minorías, representadas por sus héroes individuales; la historia popular es la historia de las reivindicaciones políticas y sociales de la mayorías trabajadoras que no reconocen otras pautas de valoración que las que expresan sus luchas revolucionarias, donde no se exaltan las formas tradicionales del heroísmo individual.
Por eso, las “lecciones” de la historiografía oficial no encontraron eco colectivo en la conciencia de las masas que, oponiéndose a las fórmulas condenatorias o laudatorias consagradas, señalaron a sus propios traidores y conductores.
Los sectores liberales vieron en todo movimiento nacional un peligro para sus intereses de clase, no vacilando en condenar a sus representantes como enemigos de las “libertades humanas”. El pueblo comprendió de qué libertades se trataba y el sentido oculto detrás de las acusaciones empecinadas que la prensa oficial endilgó, antes a Rosas, después a Perón. Comprendió que el punto irritativo era, desde siempre, la propia lucha por su libertad social que, en los dos casos, había alcanzado el mayor nivel político.
Esta lucha no está destinada a erigir héroes de mármol, sino que identifica a sus conductores con un proceso cuyo último e inapelable sujeto son las mayorías nacionales. Sólo a partir de Es unidad política de las grandes masas podrá plantearse como alternativa un socialismo nacional auténticamente revolucionario, sobre la base del poder popular.