lunes, 27 de junio de 2011

EL CAPITAL, EL HOMBRE Y LA PROPIEDAD EN LA VIEJA Y EN LA NUEVA CONSTITUCION


por Raúl Scalabrini Ortiz

Editorial Reconquista, Buenos Aires, 1948

Amigos, conciudadanos:
Confieso a ustedes que en este momento me siento intimidado por la desmesurada responsabilidad que el tema concede a mis palabras Y por la posibilidad, que como reconfortante ilusión para mí mismo me formulo, de que ellas puedan repercutir en el ánimo y en la conciencia de quienes afrontarán la redacción de la nueva carta orgánica argentina.
Siempre mi pluma, que no es tímida para encontrar el calificativo que merecen los que no fueron en el pasado leales a los ideales de la patria, se sintió amedrentada cuando por obligaciones de amistad debía proyectar el texto de una ley cualquiera.
Toda ley es en cierta manera una profecía, porque presupone que el legislador conoce de antemano la vida venidera sobre la cual imperará la ley. Toda ley es un fruto de la experiencia del pasado que la razón intenta imponer como norma al porvenir, desconociendo, de esta manera al porvenir el derecho a ser distinto del pasado. Y este es un absurdo intrínseco, inmanente e irreparable de toda ley, porque la vida es cambio, mutación constante y casi imprevisible. Sólo las cosas inertes y las osamentas permanecen idénticos a sí mismos, indiferentes al tiempo que pasa sobre ellas.
La vida es una fantasía que muda constantemente de formas y de medios. La vida inmutable es solo una muerte disimulada. Y por eso cada generación tiene ante todo el trabajo de rehacer el legajo de leyes que a veces fueron perfectas y con las cuales las generaciones anteriores quisieron inmovilizarla.
Todos los que escuchan han de conocer seguramente la vieja discusión teórica de los juristas sobre la legitimidad o ilegitimidad del principio de retroactividad de las leyes.
Pero no creo que hayan leído nada sobre la ilegitimidad del derecho póstumo que las generaciones pretéritas se arrogaron para mutilar el pleno desenvolvimiento de las más entrañables convicciones de las generaciones nuevas.
En el transcurso de una sola generación, la mía, han caído todas las cartas orgánicas que la humanidad había creado en el transcurso del siglo pasado para la mejor convivencia de las naciones. Ya no existe el derecho internacional, ni el público ni el privado. La brutal realidad de la vida y de los hechos pulverizó todas las codificaciones tan laboriosamente enhebradas en la centuria pasada. Ya no se respetan las ciudades abiertas ni los derechos de los neutrales. Ya no se cumplen las formalidades pre-bélicas. Las guerras estallan como las tormentas y los civiles caen en mayor número que los soldados regulares. Una sola bomba mató ciento ochenta mil civiles inermes y nadie piensa siquiera en reprochárselo al que la arrojó.
Por mi parte, ni apruebo ni desapruebo el ocurrimiento de estos hechos, que en cierta manera y desde cierto punto de vista parece que van corroyendo las bases de nuestra civilización tal como nos enseñaron a concebirla.

jueves, 23 de junio de 2011

Manifiesto de Carupano


Simón Bolívar, Libertador de Venezuela y General en Jefe de sus ejércitos. A sus conciudadanos.

Ciudadanos:

Infeliz del magistrado que autor de las calamidades o de los crímenes de su Patria se ve forzado a defenderse ante el tribunal del pueblo de las acusaciones que sus conciudadanos dirigen contra su conducta; pero es dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto y se presenta inocente a exigir de sus propios compañeros de infortunio una recta decisión sobre su inculpabilidad.
Yo he sido elegido por la suerte de las armas para quebrantar vuestras cadenas, como también he sido, digámoslo así, el instrumento de que se ha valido la providencia para colmar la medida de vuestras aflicciones. Sí, yo os he traído la paz y la libertad, pero en pos de estos inestimables bienes han venido conmigo la guerra y la esclavitud. La victoria conducida por la justicia fue siempre nuestra guía hasta las ruinas de la ilustre capital de Caracas, que arrancamos de manos de sus opresores. Los guerreros granadinos no marchitaron jamás sus laureles mientras combatieron contra los dominadores de Venezuela, y los soldados caraqueños fueron coronados con igual fortuna contra los fieros españoles que intentaron de nuevo subyugarnos. Si el destino inconstante hizo alternar la victoria entre los enemigos y nosotros, fue sólo en favor de pueblos americanos que una inconcebilidad demencia hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro a sus tiranos.
Así, parece que el cielo para nuestra humillación y nuestra gloria ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros. El Ejército Libertador exterminó las bandas enemigas, pero no ha podido exterminar unos pueblos por cuya dicha ha lidiado en centenares de combates. No es justo destruir los hombres que no quieren ser libres, ni es libertad la que se goza bajo el imperio de las armas contra la opinión de seres fanáticos cuya depravación de espíritu les hace amar las cadenas como los vínculos sociales.
No os lamentéis, pues, sino de vuestros compatriotas que instigados por los furores de la discordia os han sumergido en ese piélago de calamidades, cuyo aspecto solo hace estremecer a la naturaleza, y que sería tan horroroso como imposible pintaros. Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramando vuestra sangre, incendiando vuestros hogares, y os han condenado a la expatriación. Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretended ligaros a las cadenas que ellos mismos arrastran; y no os indignéis contra los mártires que fervorosos defensores de vuestra libertad han prodigado su sangre en todos los campos, han arrostrado todos los peligros, y se han olvidado de sí mismos para salvaros de la muerte o de la ignominia. Sed justos en vuestro dolor, como es justa la causa que lo produce.
Que vuestros tormentos no os enajenen, ciudadanos, hasta el punto de considerar a vuestros protectores y amigos como cómplices de crímenes imaginarios, de intención, o de omisión. Los directores de vuestros destinos no menos que sus cooperadores, no han tenido otro designio que el de adquirir una perpetua felicidad para vosotros, que fuese para ellos una gloria inmortal. Mas, si los sucesos no han correspondido a sus miras, y si desastres sin ejemplo han frustrado empresa tan laudable, no ha sido por efecto de ineptitud o cobardía; ha sido, sí, la inevitable consecuencia de un proyecto agigantado, superior a todas las fuerzas humanas. La destrucción de un gobierno, cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos; la subversión de principios establecidos; la mutación de costumbres; el trastorno de la opinión, y el establecimiento en fin de la libertad en su país de esclavos, es una obra tan imposible de ejecutar súbitamente, que está fuera del alcance de todo poder humano; por manera que nuestra excusa de no haber obtenido lo que hemos deseado, es inherente a la causa que seguimos, porque así como la justicia justifica la audacia de haberla emprendido, la imposibilidad de su adquisición califica la insuficiencia de los medios. Es laudable, es noble y sublime, vindicar la naturaleza ultrajada por la tiranía; nada es comparable a la grandeza de este acto y aun cuando la desolación y la muerte sean el premio de tan glorioso intento, no hay razón para condenarlo, porque no es lo asequible lo que se debe hacer, sino aquello que el derecho nos autoriza.
En vano, esfuerzos inauditos han logrado innumerables victorias, compradas al caro precio de la sangre de nuestros heroicos soldados. Un corto número de sucesos por parte de nuestros contrarios, ha desplomado el edificio de nuestra gloria, estando la masa de los pueblos descarriada por el fanatismo religioso, y seducida por el incentivo de la anarquía devoradora. A la antorcha de la libertad, que nosotros hemos presentado a la América como la guía y el objeto de nuestros conatos, han opuesto nuestros enemigos la hacha incendiaria de la discordia, de la devastación y el grande estímulo de la usurpación de los honores y de la fortuna a hombres envilecidos por el yugo de la servidumbre y embrutecidos por la doctrina de la superstición: ¿Cómo podría preponderar la simple teoría de la filosofía política sin otros apoyos que la verdad y la naturaleza, contra el vicio armado con el desenfreno de la licencia, sin más límites que su alcance y convertido de repente por un prestigio religioso en virtud política y en caridad cristiana? No, no son los hombres vulgares los que pueden calcular el eminente valor del reino de la libertad, para que lo prefieran a la ciega ambición y a la vil codicia. De la decisión de esta importante cuestión ha dependido nuestra suerte; ella estaba en manos de nuestros compatriotas que pervertidos han fallado contra nosotros; de resto todo lo demás ha sido consiguiente a una determinación más deshonrosa que fatal, y que debe ser más lamentable por su esencia que por sus resultados.
Es una estupidez maligna atribuir a los hombres públicos las vicisitudes que el orden de las cosas produce en los Estados, no estando en la esfera de las facultades de un general o magistrado contener en un momento de turbulencia, de choque, y de divergencia de opiniones el torrente de las pasiones humanas, que agitadas por el movimiento de las revoluciones se aumentan en razón de la fuerza que las resiste. Y aun cuando graves errores o pasiones violentas en los jefes causen frecuentes perjuicios a la República estos mismos perjuicios deben, sin embargo, apreciarse con equidad y buscar su origen en las causas primitivas de todos los infortunios: la fragilidad de nuestra especie, y el imperio de la suerte en todos los acontecimientos. El hombre es el débil juguete de la fortuna, sobre la cual suele calcular con fundamento muchas veces, sin poder contar con ella jamás, porque nuestra esfera no está en contacto con la suya de un orden muy superior a la nuestra. Pretender que la política y la guerra marchen al grabo de nuestros proyectos, obrando a tientas con sólo la pureza de nuestras intenciones, y auxiliados por los limitados medios que están a nuestro arbitrio, es querer lograr los efectos de un poder divino por resortes humanos.
Yo, muy distante de tener la loca presunción de conceptuarme inculpable de la catástrofe de mi Patria, sufro al contrario, el profundo pesar de creerme el instrumento infausto de sus espantosas miserias; pero soy inocente porque mi conciencia no ha participado nunca del error voluntario o de la malicia, aunque por otra parte haya obrado mal y sin acierto. La convicción de mi inocencia me la persuade mi corazón, y este testimonio es para mí el más auténtico, bien que parezca un orgulloso delirio. He aquí la causa porque desdeñando responder a cada una de las acusaciones que de buena o mala fe se me puedan hacer, reservo este acto de justicia, que mi propia vindicta exige, para ejecutarlo ante un tribunal de sabios, que juzgarán con rectitud y ciencia de mi conducta en mi misión a Venezuela. Del Supremo Congreso de la Nueva Granada hablo, de este augusto cuerpo que me ha enviado con sus tropas a auxiliarlos como lo han hecho heroicamente hasta expirar todas en el campo del honor. Es justo y necesario que mi vida pública se examine con esmero, y se juzgue con imparcialidad. Es justo y necesario que yo satisfaga a quienes haya ofendido, y que se me indemnice de los cargos erróneos a que no he sido acreedor. Este gran juicio debe ser pronunciado por el soberano a quien he servido; yo os aseguro que será tan solemne cuanto sea posible, y que mis hechos serán comprobados por documentos irrefragables. Entonces sabréis si he sido indigno de vuestra confianza, o si merezco el nombre de Libertador.
Yo os juro, amados compatriotas, que este augusto título que vuestra gratitud me tributó cuando os vine a arrancar las cadenas, no será vano. Yo os juro que libertador o muerto, mereceré siempre el honor que me habéis hecho, sin que haya potestad humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir hasta volver segundamente a libertaros, por la senda del occidente, regada con tanta sangre y adornada de tantos laureles. Esperad, compatriotas, al noble, al virtuoso pueblo granadino que volará ansioso de recoger nuevos trofeos, a prestaros nuevos auxilios, y a traeros de nueva la libertad, si antes vuestro valor no la adquiere. Sí, sí, vuestras virtudes solas son capaces de combatir con suceso contra esa multitud de frenéticos que desconocen su propio interés y honor; pues jamás la libertad ha sido subyugada por la tiranía. No comparéis vuestras fuerzas físicas con las enemigas, porque no es comparable el espíritu con la materia. Vosotros sois hombres, ellos son bestias, vosotros sois libres, ellos esclavos. Combatid, pues, y venceréis. Dios concede la victoria a la constancia.

Carúpano, septiembre 7 de 1814. 4º.

lunes, 20 de junio de 2011

EL TERRORISMO JUDÍO EN LA ARGENTINA


por Norberto Ceresole

Los Atentados de Buenos Aires fueron el producto de la infiltración del terrorismo fundamentalista judío en el servicio de contraespionaje israelí (Shin Beth)(1)(2).
Son dos los atentados macroterroristas ocurridos en la Ciudad de Buenos Aires, ambos contra instituciones judías.
El primero de ellos fue una implosión(3). Una comisión técnica designada por la Academia Nacional de Ingeniería demostró, por encargo de la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina, que la explosión que demolió el edificio de la Embajada de Israel en la Argentina, el 17 de marzo de 1992, produciendo 29 muertos y una gran cantidad de heridos, ocurrió dentro del propio edificio; más concretamente en la planta baja del mismo. Por lo tanto es muy difícil pensar que la motivación política del atentado sea ajena a la crisis intrajudía, que afecta con mucha intensidad a la sociedad israelí en especial desde los inicios del llamado "plan de paz".
Además se hace imposible imaginar a un "terrorista árabe" introduciendo un paquete de explosivos equivalente a unos 3 metros cúbicos sin que los agentes del Shin Beth, custodios del edificio, se enteraran. No olvidemos que en esos momentos gobernaba Israel el partido Likud en coalición con los partidos religiosos, por un lado, y con el partido Laborista, por otro (Shimon Peres, por ejemplo, era ministro de Hacienda). Naturalmente dentro del gobierno y del grupo negociador judío existían serias disidencias.

jueves, 16 de junio de 2011

SARMIENTO


por Rufino Blanco Fombona

Carácter del personaje (1)

SARMIENTO pasa por el primer escritor de la República Argentina y el Facundo por la mejor obra de Sarmiento.
Ignoro hasta qué punto exista unanimidad en semejante apreciación; pero a no dudarlo, la mayoría de argentinos letrados considera a Sarmiento como el escritor nacional por excelencia, y el Facundo como la obra capital de ese escritor. Anche io sono pittore, podría exclamar, si viviese, y repitiendo al Corregio, otro polígrafo argentino: Alberdi. En todo caso, hay puesto en la historia para Corregio y para Rafael, para Alberdi y para Sarmiento.
Fuerte prosista, en realidad, el de Facundo. Posee del escritor de raza la luminosidad, la frase espontánea, armoniosa y de relieve; la pasión, que presta calor a los períodos; la memoria, para que acudan a la pluma sin rebusco, la anécdota pintoresca, la cita oportuna, el recuerdo vívido. Posee también la virtud más valiosa en literatura, después del don de pluma: la sinceridad, aunque con los años ésta se hará cada vez menor, hasta llegar en su última obra, Conflicto, a adulterar adrede la historia de América. Pero en Facundo es sincero, verídico. No disimula con velos o paráfrasis ni su pensamiento ni su expresión. Dice lo que piensa, y lo dice con audacia.
Como es el suyo temperamento sanguíneo, habla con fuego, con vigor, a veces con grosería. El hombre de la provincia, mal desbastado por roces ciudadanos, descúbrese en este Hércules que en mangas de camisa grita de voz en cuello cuanto le pasa por la cabeza. ¿Qué lo escuchan damiselas remilgadas, jamonas pudibundas, doctores académicos, señoritos de mírame y no me toques? Se le dan tres pitos. Dice lo que tiene que decir con sus bramidos y sus fuerzas de toro. Pueden aplicársele aquellas palabras que aplicó él a Facundo Quiroga: “Es el bárbaro que no sabe contener sus pasiones”. En el instante que opina cree lo que opina y lo externa sin miramientos a su país, a su partido, a sus antiguos pareceres. “Si levantáis un poco las solapas del frac con que el argentino se disfraza –dice– hallaréis siempre al gaucho más o menos civilizado, pero siempre el gaucho.”
Mañana rectificará lo que hoy piensa, si mañana piensa distinto, y andando.

lunes, 13 de junio de 2011

Instrucciones a los Representantes del Pueblo Oriental


Instrucciones a los Representantes del Pueblo Oriental para el desempeño de su encargo en la Asamblea Constituyente fijada en la Ciudad de Buenos

Aires el 13 de Abril de 1813

Artículo 1º
Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas Colonias, que ellas estén absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España es y debe ser totalmente disuelta.

Artículo 2º
No admitirá otro sistema que el de confederación para el pacto recíproco con las Provincias que forman nuestro Estado.

Artículo 3º
Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable.

Artículo 4º
Como el objeto y fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los Ciudadanos y los Pueblos, cada Provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del Gobierno Supremo de la Nación.

Artículo 5º
Así este como aquél se dividirán en poder legislativo, ejecutivo y judicial.

Artículo 6º
Estos tres resortes jamás podrán estar unidos entre sí, y serán independientes en sus facultades.

Artículo 7º
El Gobierno Supremo entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar al Gobierno de cada Provincia.

Artículo 8º
El territorio que ocupan estos Pueblos desde la costa oriental del Uruguay hasta la fortaleza de Santa Teresa forman una sola Provincia, denominante la Provincia Oriental.

Artículo 9º
Que los siete Pueblos de Misiones, los de Batoví, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó que hoy ocupan injustamente los Portugueses y a su tiempo deben reclamarse serán en todo tiempo territorio de esta Provincia.

Artículo 10º
Que esta Provincia por la presente entra separadamente en una firme liga de amistad con cada una de las otras para su mutua y general felicidad, obligándose asistir a cada una de las otras contra toda violencia, o ataques hechos sobre ella o sobre alguna de ellas por motivo de religión, soberanía, tráfico o algún otro pretexto cualquiera que sea.

Artículo 11º
Que esta Provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la confederación a las Provincias Unidas juntas en congreso.

Artículo 12º
Que el puerto de Maldonado sea libre para todos los buques que concurran a la introducción de efectos y exportación de frutos poniéndose la correspondiente Aduana en aquel Pueblo; pidiendo al efecto se oficie al Comandante de las Fuerzas de su Majestad Británica, sobre la apertura de aquél Puerto para que proteja la navegación o comercio de su Nación.

Artículo 13º
Que el Puerto de la Colonia sea igualmente habilitado en los términos prescriptos en el artículo anterior.

Artículo 14º
Que ninguna tasa o derecho se imponga sobre artículos exportados de una Provincia a otra; ni que ninguna preferencia se de por cualquiera regulación de Comercio o renta a los Puertos de una Provincia sobre las de otras ni los Barcos destinados de esta Provincia a otra serán obligados a entrar a anclar o pagar Derechos en otra.

Artículo 15º
No permita se haga ley para esta Provincia sobre bienes de Extranjeros que mueren intestados, sobre multa y confiscaciones que se aplicaban antes al Rey; y sobre territorios de este mientras ella no forma su reglamento y determine a qué fondos deben aplicarse como única al Derecho de hacerlo en lo económico de su jurisdicción.

Artículo 16º
Que esta Provincia tendrá su Constitución territorial; y que ella tiene el derecho de sancionar la general de las Provincias Unidas, que forma la Asamblea constituyente.

Artículo 17º
Que esta Provincia tiene derecho para levantar los Regimientos que necesite, nombrar los oficiales de Compañía, reglar la Milicia de ella para la seguridad de su libertad por lo que no podrá violarse el Derecho de los Pueblos para guardar y tener armas.

Artículo 18º
El Despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la Soberanía de los Pueblos.

Artículo 19º
Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires, donde reside el sitio del Gobierno de las Provincias Unidas.

Artículo 20º
La Constitución garantirá a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana; y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus Derechos, libertad y seguridad de su soberanía que con la fuerza armada intente alguna de ellas sofocar los principios proclamados. Y asimismo prestará toda su atención, honor, fidelidad y religiosidad a todo cuanto crea o juzgue necesario para preservar a esta Provincia las ventajas de la Libertad y mantener un Gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria. Para todo lo cual, etc.

lunes, 6 de junio de 2011

LOS SISTEMAS, LAS LEYES Y EL MEDIO


por Jorge Eliécer Gaitán

OBSERVACIONES PRELIMINARES

Por causas diversas nos hemos visto precisados a suprimir muchas partes del presente estudio, cuidando sí de la integridad ideológica. La oportunidad se presentará de hacer una publicación completa y relacionada con varios otros puntos que aquí no aparecen.
Con preconcebida intención hemos titulado este nuestro pequeño trabajo — que habrá de servirnos para recibir el doctorado en Derecho y Ciencias Políticas de la Facultad Nacional— “Las Ideas Socialistas “y no “El Socialismo en Colombia “. Tal distinción se explica plenamente si ha de tenerse en cuenta que apenas ha sido nuestro propósito estudiar estas ideas por su aspecto científico, bajo la modalidad técnica del sistema económico que el socialismo presenta.
Hemos intentado resolver estas preguntas: ¿Cuál de los dos sistemas económicos, el individualista o el socialista, consulta mejor los intereses de la justicia, las necesidades del progreso y los sentimientos de humanidad? ¿Nuestro país está preparado, habida consideración de su medio específico, para la implantación del sistema socialista?
Nuestro estudio no podía tener un carácter sectario o banderizo, en el sentido político de la acepción, en primer lugar, porque no pertenecemos a partido socialista ninguno, o a eso que entre nosotros se apellida como tal. En Colombia hay valiosas unidades que profesan estas ideas, pero quienes han tratado de dotarlos de una dinámica de organismo autóctono, quizá no han sido los más afortunados en su interpretación, ni en los medios, ni en la apreciación de las características peculiares a nuestra vida política; y segundo, porque siempre hemos creído, que antes de concluir en las aplicaciones se necesita el estudio técnico, el examen científico, la valuación abstracta de las causas que autorizan esas realizaciones en concreto. El empirismo ha sufrido, ya va para luengos tiempos, una trascendental derrota en las ciencias sociales, y no se explicaría la lógica de quienes se empeñaran en aplicar medicinas sin antes haber evidenciado científicamente la bondad de estas, y, sobre todo, la índole orgánica del sujeto a quien han de ser aplicadas.
Profesamos, pues, con marcado convencimiento y empinado entusiasmo, las ideas que corren a través de estas páginas, mas no podríamos considerarnos como militantes en nuestro país de un partido socialista, entre muchas otras razones, por la muy sencilla de que tal partido no existe. No es destrozando la corriente política que en Colombia representa el partido avanzado o de oposición. como mejor se labrara por el triunfo de los altos principios que guían hoy los anhelos reformadores de los pueblos; pensamos que es muy mejor luchar porque las fuerzas progresistas de Colombia inscriban en sus rodelas de batalla la lucha integral por las ideas nuevas, por la salud del proletariado y por la reivindicación necesaria de los actuales siervos del capital, en la forma que se leerá.

CAPITULO 1
LOS SISTEMAS, LAS LEYES Y EL MEDIO

Ha sido brindando hasta la fatiga y acicateando por el desecho el pegaso nervudo de Montesquieu, como nuestros hombres llegaron a la formulación del primer argumento contra la posibilidad de las ideas socialistas en Colombia.
Por nadie —dicen— puede ser desconocido el principio evidenciado antes que por otros por Montesquieu, de que las leyes y los sistemas sociales y políticos deben consultar la idiosincrasia del medio en que han de ser aplicados. Un grave error de los conductores de pueblos ha sido el pensar que la fisonomía sociológica de un determinado conglomerado de individuos pueda ser transformada o modificada con las disposiciones de una ley. En la formación de la individualidad social entran factores de muy diversa índole que están siempre más allá de toda volición humana: factores de atavismo, de herencia, factores de medio y factores telúricos. No es lo mismo legislar para la rubia parsimonia de los nórdicos de Europa que para la inquietud desorbitada de los hijos del trópico.
La pretensión de implantar el socialismo entre nosotros nace de esa singular modalidad de los pueblos incipientes: el mimicismo. Es un simple caso de imitación. Ha bastado —subrayan los impugnadores— que el vientre fatigado de Europa pariese tan descabelladas doctrinas, para que nos creyéramos en la necesidad de prestarles nuestra propaganda y nuestra ayuda.
Pero los sistemas y las leyes han de ser algo más que una pueril imitación. Es auscultando nuestro organismo como podremos mejor determinar nuestras enfermedades y formular sus remedios.
Hasta aquí la síntesis del tan repetido argumento. Nunca pretenderíamos negar la base de verdad que sustenta el hecho enunciado. Aún más, pensamos que en su desconocimiento se halla uno de los capítulos de nuestras más tristes andanzas de pueblo independiente.
Ya saliendo del campo estrictamente jurídico para llegar al histórico, Macaulay señalaba el mismo proceso de adaptación. Ni las leyes, ni sus forjadores, los hombres, podrán nunca transformar arbitrariamente el alma de los pueblos. Los hombres providenciales dejan de serlo en cuanto traten de crear en contra de la idiosincrasia mesológica. Los sistemas o leyes que llamaremos radio-activos —en lo humano están representados por el Héroe de Carlyle— que dan de sí las cosas, que tienen un ritmo centro-periférico, son sistemas condenados al fracaso. Las leyes han de ser, igual los hombres, acumuladores de fina sensibilidad, donde el medio, obrando sobre el centro, registre sus necesidades, lleve sus anhelos, formule sus instintos.
No negamos, pues, el principio. Afirmamos sí, que se le ha dado una significación inexacta y superficial. Apoyándonos precisamente en él, es como vamos a encontrar a través de nuestro estudio, un argumento más en favor de las transformaciones sociales que impone la hora de ahora.
Dividía Benthan las leyes, y hoy es universalmente admitida tal división, en sustantivas y adjetivas o de procedimiento. Son las primeras aquellas que consagra la justicia de un derecho o la necesidad de una obligación; es ley sustantiva, por ejemplo, la que declara poseedor regular al que goza de la tenencia de una cosa con ánimo de señor o dueño (animus domini).
Es ley adjetiva no ya la que establece el derecho en sí mismo, sino la manera de hacer efectivo ese derecho. Es la que reglamenta los órganos jurisdiccionales encargados de favorecer un derecho preexistente, y establece los requisitos necesarios para lograr la protección por parte del Estado.
Por eso que las sentencias de los tribunales no constituyan derechos, sino que los declaren. Su misión es la de precisar la forma o denominación jurídica que corresponde a determinadas relaciones sociales.
Las primeras deben consultar la justicia, entendiendo por tal la conformidad de la ley con los dictados de la naturaleza. Las segundas deben consultar la comodidad, la viabilidad. Una ley procedimental que se excediera en la reglamentación, haría por la dificultad, nugatorio el mismo derecho que se quisiera favorecer. O como dice Montesquieu: “Las formalidades de la justicia son necesarias para la libertad, pero tántas pudieran ser que se opusieran al fin mismo de las leyes que las hubieran establecido; los procesos no tendrían fin, la propiedad de los bienes quedaría incierta, se daría a una de las partes la hacienda de otra sin examen, o quedarían arruinadas ambas a fuerza de examinar”.
El análisis no puede ser suspendido aquí. El fenómeno requiere profundizarlo más. Si continuamos en la investigación hallaremos que las leyes llamadas sustantivas sólo lo son de un modo relativo; que ellas se trocan en adjetivas en relacionándolas con principios más fundamentales de un orden biológico-social. Las leyes llamadas sustantivas no pueden ser sino la interpretación, errada o exacta, de una tendencia en las relaciones de los individuos. Son la concreción en fórmulas de fenómenos que se realizan más allá de todo código y de toda ley. Cuando el legislador, en lo que llamamos leyes sustantivas, consagra, por ejemplo, la libertad de contratación, no hace sino reconocer un hecho inevitable del orden social presente, cual es el del cambio, que a su turno nace de la división del trabajo. El legislador que le dice al cafetero que puede vender su café y comprar con su producto los artículos que le son necesarios a la subsistencia y a sus negocios, no consagra propiamente un derecho; se limita a reconocerlo. El fenómeno comercial enunciado se realizaría sin necesidad de una ley y aún a despecho de su prohibición. La única misión de la ley en este caso es la de establecer condiciones que faciliten el intercambio de los productos, reglamentar las relaciones.
Y aquí se nos aparece claramente cómo las leyes sustantivas sólo lo son de una manera relativa en cuanto las relacionamos con las que se ha convenido en llamar adjetivas.
Pero si las comparamos con los principios fundamentales de la vida de relación, serán a su turno adjetivas, pues apenas les corresponde como misión facilitar los fenómenos inmanentes del orden social.
Y es que en puridad de verdad la única base de los derechos reside en la sociedad y nace del hecho de vivir en ella. Imaginan un Robinson Crusoe en su isla. ¿Existirían para él derechos? ¿Habría ley capaz de creárselos? No. Lo único que da y consagra ese derecho es la sociedad y por creaciones que son ajenas a toda voluntad individual. Esto dice relación a los decantados derechos individuales, como el de la propiedad, que no pueden ser violados porque dizque son derechos naturales. El hecho evidente y claro es que el individuo no llega a la sociedad con derechos que individualmente le pertenezcan. Por eso ya Comte decía que el único derecho que el individuo tiene es el de cumplir exactamente con su deber. Es decir, respetar las normas que la vida de sociedad le impone. Pero, repitámoslo, no es que el individuo se desprenda de ningún derecho para entrar en sociedad, es, por el contrario, que la sociedad le dispensa derechos que él no tenía, y que, por consiguiente, no pueden revestir el carácter de inviolables. Cuando aparezca por lo tanto una colisión entre el derecho del individuo y el derecho de la gran masa que constituye la sociedad, debe primar éste sobre aquél. O, mejor, es que en el primer caso no hay propiamente derecho, sino una gracia concedida por la sociedad para el mejor funcionamiento de la misma. Y cuando esa rectitud de funcionamiento pida la abolición de un derecho individual, ese derecho debe desaparecer, ya que ha desaparecido la única base que lo explicaba, a saber, el recto funcionamiento de la vida social.
León Duguít sintetiza admirablemente estos principios de la siguiente manera: “El derecho no es un conjunto de principios absolutos e inmutables, sino, por el contrario, un conjunto de reglas que cambian y varían con el tiempo.
Porque un hecho o una situación se consideren como lícitos durante un período de tiempo, por largo que sea, no se puede afirmar que lo sean siempre. Cuando la ley nueva los prohíbe, los que vivían conformes con la legislación anterior no pueden quejarse del cambio, porque la ley nueva no hace más que afirmar la evolución del derecho” (Derecho Constitucional).
La misión del Estado debe, pues, orientarse a diseñar la fisonomía social de un organismo que se desarrolla y evoluciona sujeto a leyes profundas. Tanto más exactamente sean interpretadas dichas leyes, mejor y más fácil será el desenvolvimiento y relaciones de un pueblo.
Pero, esas relaciones sociales ¿en dónde encuentran su base? ¿Hay en las relaciones sociales factores comunes a todos los pueblos y a todas las razas? ¿Cómo obra al mismo tiempo sobre las relaciones sociales? ¿En qué consiste la adaptabilidad de un sistema social o de una ley?
La observación de los fenómenos sociales, de su evolución, de su etiología y de las leyes que aquellos mismos fenómenos evidencian, nos revelan un funcionamiento de organismo completo, con leyes autóctonas y determinadas. Al hablar de organismo social no queremos significar que el ente sociedad adquiera, como lo ha pretendido Schaffle (“Estructura y Vida del Cuerpo Social”) sensibilidad, cerebro, médula espinal, etc. Entendemos por organismo social, solamente, la precisión inconfundible de determinadas formas funcionales.
Un examen atento de dichos fenómenos nos hará ver que las leyes que rigen la dinámica social encuentran
Y por último nos queda la característica nacional, la que distingue una nación de otra, aún por sobre la igualdad de los factores anteriores. Esta, pensamos, nace de la posibilidad que los medios materiales existentes en un determinado país prestan para el desarrollo de esa capacidad biológica y racial de que hemos hablado. Es un factor no fundamental, sino adjetivo y mudable, es una manera de poder obrar, es un modus operandi. Es como si dijéramos el instinto de comodidad y rapidez en la locomoción que para todos los tiempos y pueblos existe, pero que según los medios tendrá que realizarse por la rudimentaria balsa, o la canoa, o el moderno barco.
Resumiendo, tenemos: Que en la vida social se pueden observar tres elementos: lo. Elemento biológico, común a todos los hombres y los pueblos en sus bases propiamente constitutivas; 2o. Elemento de raza, proveniente de factores telúricos, que no tienen influencia fundamental sobre el tipo histórico-social, pues éste es resultado del desenvolvimiento de ese estrato biológico enunciado, y por lo tanto se resuelve en factor secundario; y, 3o. Elemento nacional proveniente del medio social, propiamente dicho.
La ley de la evolución que encarna un perfeccionamiento continuo, obra sobre todos esos elementos para someterlos a su filtro purificador y constante.
Ahora, puede que un país llegue a poseer los elementos —en su más alta perfección— que hemos señalado en el tercer grupo, y sin embargo, aún teniendo los otros caracteres de identidad biológica y racial, no logre el estado de progreso de otro en igualdad de circunstancias. ¿Si a un pueblo de Centro-América, por ejemplo, se le dota de todos los elementos de que dispone un pueblo como Italia, llegará, por la posesión de dichos elementos, a la misma capacidad en ciencias, artes, industrias? No, respondemos. Entonces se dirá, hay un elemento sustancial distinto que imposibilita a unos pueblos para seguir la trayectoria de otros, puesto que existiendo todos los elementos en igualdad de circunstancias, no se produce el mismo resultado.
Al formular este argumento se olvidaría una noción que es preciso recordar: El atavismo, la herencia y aún si queremos darles la importancia que tienen los estudios de Sergi, el que él llama “atavismo prehumano”! Todos estos factores obran como una poderosa fuerza de inercia. Un pueblo criado en la desidia, en la indigencia, en la penuria, se irá haciendo incapaz. La carencia de medios atrofia la aptitud. Pero esa herencia no es fatal; por el momento será imposible una igualación de capacidades, pero en igualdad de medios, el tiempo dari la igualdad de capacidades. Y precisamente esa posibilidad de vencer tales resistencias muestra claramente que no hay un hecho esencial que separe a unos pueblos de otros como se ha querido siempre sostener en el empeño de frustrar una cooperación de lucha que haría más rápido el triunfo de los anhelos igualitarios.
Claro es que nos hemos venido refiriendo a los pueblos en el estado medio de civilización. No sería el caso de formular argumentos con el ejemplo de los que no han entrado aun en la escala de los valores culturales presentes; pues estos casos, como sucede en el orden individual, son anómalos. Estos son los pueblos atípicos, es decir, inmovilizados en un grado de la natural escala evolutiva.
Con estas nociones podemos ya plantear el problema en concreto. ¿Cuáles leyes y cuáles sistemas son adaptables de un pueblo a otro? ¿Cuándo un sistema es inadaptable?
Quien haya leído con atención los anteriores principios verá desprenderse la conclusión de la manera más lógica y más sencilla.
Sólo las leyes o los sistemas sociales que desconozcan esos fundamentos esenciales de la existencia biológica, o contradigan los elementos del medio creado por la naturaleza, son inaceptables, son absurdos y son imposibles. Pero aquellos que se refieren, no ya a estos elementos fundamentales, sino a los caracteres adjetivos, en países de una cultura media, son posibles, y aun son necesarios, cuando consultan más exactamente los dictados de la justicia. Su única condición reside en la ley de la relatividad. Puesto que los elementos cambian de un país a otro, es necesario que los sistemas se adapten a esos medios. Es decir, hay una discrepancia cuantitativa, que no cualitativa. La adaptación no implica la negación. Reconocer que una cosa debe adaptarse es reconocer que debe existir. Es muy distinto decir que una cosa es inadaptable a decir que es imposible. La imposibilidad implica la inadaptabilidad, pero no al contrario.
Y ya hemos visco, lo repetimos que sólo aquellos sistemas que contradicen las tendencias fundamentales de la vida son imposibles.
Reclamar que el hombre pueda gozar del fruto de su trabajo. Reclamar que al hombre por el hecho de ser hombre no se le trate como bestia. Que no basta asegurarle la subsistencia física, sino que es necesario facilitarle los medios de cultivar su espíritu. Pedir que los hombres mientras quieran y puedan trabajar no pueden ser sometidos a la miseria. Pedir que los hombres que dieron su salud y su vida al trabajo no tengan que morir sobre la tarima doliente de los hospitales. Pedir que mientras existan mujeres que acosadas por la necesidad tengan que oficiar en el tabernáculo pustuloso de la prostitución; y que mientras haya niños que arrojados a la inclusa hayan de ser luego los candidatos del presidio, no es humano que otros puedan hacer vida de dilapidación y de regalo. Decir que a los hombres no se les puede pedir virtud mientras no tengan los medios de vivir, porque, como decía aun el mismo Santo Tomás de Aquino, “para la práctica de la virtud se necesita un mínimum de bienestar temporal”. Decir que es necesaria la lucha constante porque termine la carnicería de pueblo a pueblo, donde aquéllos que la fraguan ritman la danza en el salón, a la par que los humildes que la sufren brindan su corazón a la metralla como tributo a una patria que nunca conocieron. Decir que al patriotismo es necesario darle un sentido de cooperación internacional y no de agresividad fratricida. Decir que la selección es necesario hacerla, pero a base de capacidades y virtudes auténticas. Decir que al triunfo sólo debe llegarse por los caminos del personal esfuerzo. Decir todo esto, y demandarlo con el entusiasmo que reclaman los grandes ideales, no es pedir nada que esté fuera de las condiciones esenciales de la vida, ni que deba ser patrimonio exclusivo de éste o del otro pueblo, ni de ésta o de la otra raza, sino algo que pertenece a la conciencia universal, algo que es y tiene que ser de todos y cada uno de los hombres, de todos y cada uno de los pueblos.
Y demostrar, como demostraremos, que esta orientación noble y justa de la vida es imposible dentro de la actual organización rígidamente individualista de la sociedad, de su libre concurrencia, de su Estado como representante de la clase pudiente, del privilegio absurdamente concedido al capital en el desarrollo económico de la nación, del concepto secundario en que se ha colocado al trabajo, es entonces plantear las cosas en un terreno absolutamente científico cuyas funciones se cumplen por igual en todos los países.
Pero, ¿cómo se explica que los sostenedores de la actual organización social argumenten en la forma que vimos al principio? ¿Por ventura ellos crearon un sistema especial para el país? El sistema que ellos implantaron es el mismo sistema de los otros países sin adaptación ninguna. La ciencia tiene principios que se predican respecto de las relaciones sociales universalmente consideradas. Y, precisamente, esas relaciones en cuanto nacen del juego de los valores económicos tienen un igual desarrollo en todas partes, puesto que sus factores son los mismos cambiando tan sólo la cantidad.
Sin embargo, los celosos del principio del medio dieron al país leyes copiadas de otros pueblos, cuando esas leyes escritas sí necesitan cierta fisonomía característica de la nación en que van a aplicarse, por tratar, aún las sustantivas, como ya lo demostramos, de cuestiones simplemente adjetivas, es decir, de caracteres esenciales de medio, caracteres que no se presentan en los sistemas que obedecen a normas universales, a guarismos que cambian en el tiempo, pero que no pueden cambiar sino relativamente en el espacio.
Para cuando el socialismo esté en Colombia en capacidad de legislar se le podrá pedir la adaptación al medio; pero hoy, en su faz doctrinaria, es pueril pretenderlo; y más pueril si se piensa que quienes tratan de formular este argumento no han sabido cumplirlo en donde sí es indispensable: la ley escrita.
El sofisma es claro: se ha tomado la imposibilidad de la parte para demostrar la imposibilidad del todo. Puesto que, se afirma, el socialismo de Alemania, Rusia e Inglaterra es imposible en Colombia, también, se concluye, es una imposibilidad el socialismo. Serán, contestamos, imposibles los medios allá presentados para resolver la miseria de las clases oprimidas, puesto que el medio social es distinto, pero no las doctrinas en sí, el sentimiento profundo que las anima, que es idéntico en todas partes, ya que en Inglaterra como en Colombia hay clases, la mayoría, sometidas a la más deplorable miseria, miseria que el pensamiento socialista cree, con innegables fundamentos, que es debida a una injusta organización económica.
Las leyes, pues, no deben salir de la sola mente del legislador, sino que deben conformarse al recto funcionamiento de la Naturaleza. Y esa naturaleza es esencialmente dinámica y mudable. Pues que el medio cambia es necesario que la ley cambie, porque como decía Croiset en su discurso de la Sorbona, de 1910: “toda ciencia perece el día en que se cristaliza en fórmulas intocables”. Y si la naturaleza, en su grado de perfección actual, nos muestra las injusticias del presente sistema individualista, acusando una mayor suma de equidad y felicidad bajo el concepto socialista, no sólo no es una imposibilidad reclamarlo, sino que es un deber imponerlo.
El espíritu misoneista de nuestro pueblo —mahometanamente misoneista— temeroso de toda reforma, inventó ya va para luengo tiempo la muralla china que le defienda de todo impulso de modelación, de todo impulso hacia horizontes de dadivosa fecundidad espiritual y material. Esa muralla es el medio, nuestros caracteres de raza.
Así se trate de una misión pedagógica, como adininistrativa, financiera, o do cualquier otro orden, allí encontraremos la valla insalvable. Es un absurdo, se dice; la raza, el medio, no permiten la implantación de tales sistemas traídos por extranjeros. Y nuestros próceres del atraso, empinados sobre la barraca de un patriotismo o nacionalismo incomprensivo, creen que en nombre de las tradiciones debemos seguir envenenándonos en los pezones de la rutina los vástagos de la nueva generación.
Pero si bien se examinan las cosas y se estudia un tanto el asunto, hallaremos que esa imposibilidad racial es un invento, y que las cuestiones del medio deben reducirse a la simple adaptabilidad dentro del criterio adjetivo que para ella hemos señalado.
Nuestra personalidad de pueblo es algo muy relativo y no puede tener el matiz integral que se le ha querido atribuir.
Hoy no se puede hablar de sociedades homogéneas y todas deben ser consideradas como heterogéneas, porque las relaciones sociales que existen no son exclusivamente objetivas —como los hábitos de asociación, que eran los únicos existentes en los grupos sociales primitivos— sino que por razón de la facilidad en las comunicaciones, de la imprenta y demás progresos, son también subjetivas; unos pueblos a otros están ya ligados por las ideas, los sentimientos y un interés común, que es precisamente lo que las diferencia de las sociedades de animales. Es decir, hoy de pueblo a pueblo, no sólo hay sociedad, como en las formas primitivas, sino que hay sociabilidad.
Y en lo referente a nuestra personalidad social debemos haber hincapié en el hecho de que descendemos de un pueblo, España, que no tenía ni mucho menos esa integridad racial de que hemos hablado. Nacido de los Celtas y los Galos. Cruzado con la sangre de los Romanos, invadido por los bárbaros norteños, mezclado con los moros, a los cuales aún los miembros de las clases nobles se entregaban, revolucionado en mil andanzas y conquistas, era imposible que bajo el impulso de tanto pueblo y tan diversas razas, u personalidad se conservara intacta y no presentara por el contrario, esa característica de grupo heteróclito, que por haber perdido su fisonomía fundamental y autónoma, tiene que oponer menos resistencia, o mejor ninguna, a los sistemas extraños.
Y fue un pueblo de tan débil homogeneidad personal quien se cruzó con un pueblo como el nuestro, al cual tampoco podemos considerar como una raza homogénea en el sentido estricto del vocablo, sino lo contrario; pues en ella se habían elaborado mil intercambios, antes de la conquista de los españoles, aniquiladores de sus relieves de pueblo, o mejor, de raza estrictamente homogénea.
En toda la América poblada unas razas y pueblos se habían sucedido a otros, mucho antes de haber sido conquistado. Algunos han llegado a la conclusión, después de muy detenidos estudios, de que en el Perú había, antes de la conquista, una población organizada muy superior a la que hoy habita todo el continente sudamericano. Todo induce a creer que grandes naciones habían hecho ya su carrera en este continente antes de la conquista, antes de que los españoles llegasen a este “nuevo mundo que es el viejo”. En medio de los bosques de Yucatán y de la América Central se han encontrado vestigios de grandes ciudades olvidadas antes de la conquista. Méjico, cuando Cortés la descubriera, daba señales de ser una raza que había tenido una era de florecimiento ante la cual el tipo encontrado por los españoles era tipo de decadencia y degeneración. En las minas de cobre del Lago Superior de los Estados Unidos se hallan también vestigios de civilizaciones superiores a las existentes al tiempo de la conquista.
Muchos caracteres anatómicos incontrastables comprueban que estos países de América habían sufrido la inmigración asiática y de otras razas, antes del arribo de los españoles.
Claro está que al llegar los españoles encontraron una raza autónoma, con relación a ellos, pero no una raza homogénea en la acepción sociológica. Ella había sufrido sus intercambios con pueblos anteriores del mismo continente y con extraños pueblos de diversa idiosincrasia. Y estos intercambios tenían que aminorar sus caracteres de raza autónoma, sus caracteres de individualidad permanente.
Una raza casi despersonalizada como la española, cruzada con una raza que también había sufrido intercambios como la indígena, uniendo a esto los factores modernos de promiscuidad intelectual y comercial con todos los pueblos de la tierra, no puede dar ese tipo antagónico y reacio a los sistemas extranjeros, puesto que hay entre ellos elementos de similitud. Es nuestra raza un tipo híbrido sin la fuerza de repulsión hacia lo extraño que sólo presentan los tipos de homogeneidad racial hoy desaparecida.
Esto se hace tanto más evidente si consideramos que basta ese factor de intercambio intelectual y comercial para acabar con el antagonismo de unos pueblos a otros aún por sobre la diferencia propiamente racial. ¿No tenemos a la vista el caso de pueblos con el Japón, que aún teniendo, él sí, caracteres no contaminados de raza específica, sin embargo han hecho su civilización y progreso apropiándose los sistemas y cultura europeas?
La resistencia que un pueblo opone a los sistemas de otro va en razón directa de su homogeneidad racial e inversa de su heterogeneidad.
Si bien valoramos, pues, este problema tan decantado de la raza, encontraremos que no hay esos caracteres esenciales, que son los únicos imposibles de vencer momentáneamente, sino que, por el contrario, se reducen a simples diferencias adjetivas que sólo reclaman la adaptación en la forma y alcance que hemos estudiado.
Son todos estos argumentos del medio, nacidos del problema de las razas, vallas que el espíritu misoneísta escalona como obstáculos al progreso, y que tan juiciosamente ha analizado Juan Finot en su obra El Prejuicio de las razas.


Capítulo primero de Las Ideas Socialistas en Colombia

jueves, 2 de junio de 2011

El federalismo de J. Hernández y el raro federalismo de nuestros días


por Enrique Rivera

Sin pena ni gloria terminó el Año Hernandiano. Tal como transcurrió. La temática hernandiana -la reivindicación del gaucho, motivo de su libro Martín Fierro y bandera de sus actividades políticas- estaba muy lejos de coincidir con el tipo de gobierno que el pueblo argentino soportó el año 1972. Pero si miramos las cosas un poco más atentamente, advertimos que la oligarquía hace muchos años abandonó su culto martinfierrista. Cuando a fines del siglo pasado y comienzos del actual la inmigración europea proveyó de obreros a las ciudades y éstos profesaban la ideología anarquista o socialista, las clases conservadoras argentinas se acordaron del Martín Fierro. E intentaron contraponer a los apátridas la nobleza y generosidad del solitario pastor de la llanura. Pero a partir de la segunda guerra mundial cuando el gaucho se transforma en el cabecita negra, en el obrero fabril que apoyaba al peronismo, la oligarquía pensó que su tradicional fuerza electoral la abandonaba. Caído Perón y ante la lealtad de los trabajadores argentinos a su líder, se dedicó furiosa y sistemáticamente a demoler la imagen que había construído.

Un cuchillero desertor

Y ocurren casos como el siguiente. Jorge Luis Borges en los años que van de 1920 a 1930 integra como figura principal un núcleo de escritores modernistas que tenían establecida su sede en plena calle Florida. Publican una revista. Y al elegir el nombre se deciden por Martín Fierro. Encontrándonos que sus páginas nada tienen que ver con su título. Resultando gracioso ver ahora mismo que dicha revista se exhibe en las vitrinas del museo gauchesco de San Antonio de Areco con su primera página dedicada a los cuentos de Rudiard Kipling (escritor inglés) o a las divagaciones del poeta italiano Marinetti (futurista). Actitud que, naturalmente, Borges cambió completamente.

¡Cómo para invocar a Martín Fierro estaba Borges al ver a sus descendientes en la Plaza de Mayo reclamando la presencia de Perón. ¿Qué dijo? Sencillamente que Martín Fierro era un cuchillero desertor y que mal podía ser símbolo de la nacionalidad. Que si todos los milicos hubieran desertado como él los indios dominarían todavía la pampa. A todo esto se agregaron estudios más o menos "científicos" (como los de Coni o los de Ortelli) destinados a demostrar que los gauchos eran unos malandrines y el Martín Fierro la glorificación del malandrinaje. Esta actitud maliciosa, reticente y desconfiada fue la que presidió todo el año hernandiano en cuanto a celebraciones oficiales.

La actualidad de un tema hernandiano

Existe, además, otra razón importante para esta desvaída celebración. Y es la enorme actualidad del tema político fundamental de la vida de José Hernández, el que tratamos en nuestro número anterior al hacer su presentación histórica: la cuestión de la Capital Federal de la República Argentina. Tema al que está estrechamente ligado otro: el de extrañas reivindicaciones federalistas de partidos políticos provinciales.

Como es sabido el problema de la ciudad capital de los argentinos no había sido resuelto ni en 1810, ni en 1816, ni al dictarse la constitución de 1853, ni tampoco al reformarse en 1860 con la reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación Argentina. La provincia retenía a la ciudad de Buenos Aires (con su puerto y aduana) y nada quería saber de cederla para que fuera sede de las autoridades nacionales.

El federalismo democrático

Hernández pertenecía al esclarecido núcleo de porteños que, en cambio, consideraba a la ciudad de Buenos Aires como la capital histórica del país, como la única posible. En la lucha entre provinciales y porteños tomó enérgica y lúcido partido por los federales. En sus trabajos y en sus discursos parlamentarios fundamentó brillantemente su posición desenmascarando la política unitaria que obstaculizaba la solución del problema. En esta política de federalismo democrático no estaba solo. Lo acompañaban muchos otros, entre ellos Hipólito Yrigoyen que votó en el congreso de 1880 con los representantes del interior en favor de la segregación de la ciudad de Buenos Aires para convertila en Capital Federal de la República Argentina.

Trasladar la Capital al interior

La actualidad del asunto, repetimos, ha vuelto a agitar los espíritus argentinos. Bajo la bandera del federalismo y en nombre de las provincias se intenta llevar la Capital Federal al interior. Se ha estructurado toda una ideología basada en la llamada macrocefalía porteña, en la ciudad monstruo que devora las fuerzas nacionales. Escritores del interior hay que a Buenos Aires ni siquiera la llaman así sino que peyorativamente la designan como "el puerto". Concentrándose todo en un movimiento político que postula a Francisco Manrique a presidente de la República. Y que tiene como máximo ideólogo al cordobés Agulla, quien en un reciente reportaje aparecido en la revista Confirmado afirma que Buenos Aires es "el exterior". ¡Delirio puro! Pero que tiene raíces bien concretas.

Las raíces concretas de Manrique

Todo este delirio manriquiano, supuestamente federalista, trata de lograr entre otras cosas, lo siguiente. 1) Encubrir a los verdaderos responsables de los problemas del país o sea a los monopolios y el empresariado apátrida desviando la atención hacia un problema artificialmente planteado. 2) Siguiendo el ejemplo de otros países se procura sacar a la capital del gran Buenos Aires para alejar a sus autoridades nacionales de la presión de los trabajadores, les obsesiona el temor de un nuevo 17 de octubre. 3) Se quiere contraponer a los pueblos del interior con la masa trabajadora de la capital como si sus problemas no fueran los mismos, así como sus luchas y esperanzas. 4) Se quiere suministrar una base teórica y emocional a una increíble candidatura cuyo candidato nunca dice nada, nunca se compromete a nada como no sea trasladar la capital al interior en un asunto que dadas las condiciones porque atraviesa la Argentina podría concentrarse recién para las calendas griegas.

La mistificación ideológica

Consiste en encubrir esos cuatro puntos concretos con el ropaje del federalismo. El federalismo histórico de José Hernández consistió en que todas las provincias le quitaron a la oligarquía la ciudad de Buenos Aires para convertirla en la capital del país, en el hogar de todos los argentinos. Los federalistas de nuevo cuño, en cambio, nada dicen que se hará con la ciudad y el gran Buenos Aires al dejar de ser la Capital.

Porque, naturalmente, los que los Agulla y Manrique intentan es devolverle la ciudad a la provincia de Buenos Aires. Y todo ésto se pretende hacer invocando la lucha contra el centralismo. ¡Cómo si la creación de un organismo político que contaría con más de la mitad del poder económico de la República, pudiera servir a dicho fin!

Una mistificación histórica

El ropaje del federalismo oculta también un hecho fundamental incurriendo en otra mistificación de tipo histórico. Tanto Manrique como Perón son políticos de larga actuación en el país y -para usar una acertada frase- siendo la realidad la única verdad, veamos como procedió uno y otro frente a este problema del centralismo y del federalismo.

Una de las aspiraciones del gobierno justicialista fue instalar en el país una fábrica de automóviles. Como las potencias industriales se manifestaban remisas en colaborar con este propósito hizo construir los primeros automóviles en la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba. Más tarde se presentó una ocasión propicia. Un gran industrial de la costa del Pacífico de Estados Unidos (que durante la guerra había creado un enorme complejo industrial destinado a suministrar a los ejércitos aliados los famosos jeeps y había intentado después de terminada la guerra, competir con los cuatro gigantes de la industria automotriz yanqui) resolvió dedicarse a sus primitivas actividades, el aluminio entre otras. Rápidamente el gobierno justicialista entró en negociaciones con el hijo de dicho industrial, Kaiser, y logró que instalara la actual fábrica IKA-Renault. Llegó inclusive a hacerse un aporte de capital.

El "federalista Manrique y el "centralista" Perón

Cuando el gobierno de Perón, pues, teniendo todas las cartas en la mano, tuvo que decidir donde se instalaba la fábrica, eligió acertadamente la ciudad de Córdoba. Los monopolios internacionales vieron que corrían el serio peligro de perder el mercado argentino. Se les aclaró entonces la mollera y tuvieron que instalar fábricas en el país.

Pero ya el gobierno justicialista había sido derribado llegando la hora política de Manrique. Factotum del gobierno de Aramburu (era jefe de la Casa Militar), ostentando el alto grado de capitán de navío en la Marina, tenía vara alta a través de los gobiernos posteriores al punto que fue ministro de los gobiernos de Onganía, Levingston y Lanusse. ¿Dónde se instalaron las fábricas de automóviles en el período Manrique?

Todas en el gran Buenos Aires. Con lo queda bien claro que el federal Manrique favoreció la política de los monopolios mientras que el gobierno supuestamente centralista de Perón llevó la más importante de las industrias a una ciudad del interior. La realidad, repetimos, es la única verdad.

Monopolios y gobierno popular

La explicación de una y otra conducta es bien simple. El dominio tecnológico logrado en los últimos tiempos por los monopolios, la subordinación financiera del país, su dependencia paralela con respecto a materias primas y maquinarias importadas, hacen que los monopolios prefieran afincarse en los grandes centros productores. Logran con ello un desnivel de desarrollo que favorece sus propósitos de dominación y subordinación económica. En cambio, un gobierno popular, basado en el apoyo del pueblo, integrado en los sindicatos y demás organismos populares, orienta su política hacia la creación de una tecnología nacional que explote los recursos naturales del país y que lógicamente se dirige hacia las zonas más propicias. Vemos, pues, cuán inconsistentes son los argumentos de los trasnochados federalistas de nuestra época.

Todavía más argumentos

Los federales actuales al estilo Agulla-Manrique procuran con toda su cháchara varios objetivos. En primer lugar pretenden dar una explicación de la pobreza y degradación de las masas populares dejando a salvo la acción de los monopolios explotadores de la riqueza nacional. En segundo término quieren proveer de elementos ideológicos a las clases medias del interior para contraponerla a la clase obrera del gran Buenos Aires (los "porteños" como ellos dicen). Y fundalmentalmente seguir la tendencia de las clases dominantes de sacar a las autoridades gubernamentales de los grandes centros productores para llevarlas lejos de las presiones populares.

En este último aspecto y a simple título ilustrativo podemos señalar dos ejemplos: Brasil sacó su capital de Río de Janeiro y creó un centro administrativo en el desierto (Brasilia). La India creó una capital (Nueva Delhi) para apartar al gobierno de Calcuta.

La vida de los "porteños"

Sin embargo ¡cuán lejos está la imagen que quieren presentar estos federalistas de la verdadera manera de vivir de los "porteños"! El provinciano que llega a la capital no sale del centro o de los barrios residenciales y queda naturalmente deslumbrado. Compara la fastuosidad con lo misérrimo de su lugar de origen y saca sus conclusiones. Conclusiones fatales, claro está. Hoy podría repetirse con Rubén Darío: Buenos Aires es dolor, dolor y dolor. Una simple cifra: el 10% de la población o sea casi un millón de personas, vive en villas de emergencia. Otro dato: en casi todo el gran Buenos Aires no hay aguas corrientes ni cloacas. Tampoco universidades porque cinco millones de habitantes del gran Buenos Aires no tienen una universidad y tienen contadísimos establecimientos de enseñanza secundaria. Es decir, que desde el punto de vista de los servicios sanitarios y de la educación, Buenos Aires está en condiciones de absoluta inferioridad con respecto a las más atrasada de los capitales de provincia.

Estos son los "porteños". Donde debe trabajar toda la familia en uno o dos empleos para poder subsistir. En el centro mismo de Buenos Aires infinidad de esos enormes edificios no son sino pensiones o departamentos compartidos por varias familias, es decir, conventillos modernos. En síntesis, miseria y trabajo (cuando lo hay). El núcleo de los privilegiados es muy reducido.

El año hernandiano

Sin pena ni gloria, repetimos, pasó el año hernandiano. Quienes conocen profundamente la realidad saben que en todo ésto de la herencia política e ideológica que nos dejó José Hernández, falta aún el rabo por desollar. En la misma medida en que el año 1973 marcará un comienzo del retorno del pueblo a plantear importantes aspectos de su retorno al comando de su destino, lo será también para cumplir con sus ideales.