miércoles, 19 de octubre de 2011

El nacionalismo puertorriqueño


por Pedro Albizu Campos

Declaraciones a los representantes de Prensa Asociada, marzo de 1936.

Sesenta y ocho años ha se fundó la República. Cuando, el día 23 de septiembre de 1868 proclamaron nuestros antepasados nuestra independencia de España, solemnemente afirmaron que la revolución no se fundaba en queja alguna contra nuestra Madre Patria.

Puerto Rico era rico en nombre y en realidad; nuestra heredad cristiana había creado una familia modelo y una sociedad sólida; la nación figuraba en la vanguardia de la moderna civilización.

Grandes hombres en todos los campos de la conquista humana hacían honor a su tierra natal: mentalidades privilegiadas como Stahl y Tanguis en las ciencias naturales; Morel Campos, el genio musical; Oller y Campeche, maestros en la pintura; grandes pensadores como De Hostos; poetas inspirados de pura espiritualidad como Gautier Benítez; hombres de mar de la grandeza del almirante don Ramón Power; soldados libertadores del Nuevo Mundo, como el mariscal Valero y el general Rius Rivera; estadistas y patriotas nobles como Betances; directores espirituales de una nación generosa, hospitalaria y pacífica, como el obispo Arizmendi.

Eran éstas figuras prestantes de las legiones de grandes hombres y grandes mujeres de una nación, que durante tres centurias había servido de base para la expansión de la civilización cristiana en las Américas.

No debe olvidarse que una expedición de Puerto Rico bajo el comando de Ponce de León, plantó la cruz en el continente de Norteamérica en el 1531, cien años antes de fundarse Jamestown en Virginia.

Los fundadores de la República en el 68 se batieron solamente por el principio de que ninguna nación será dueña del destino de otra nación.

Este principio es la base del derecho internacional y de la civilización universal y no puede violarse so pretexto de conveniencia alguna.

Es el principio de la dignidad humana formulado en su aplicación a la familia de naciones.

La Madre Patria, España, la hidalga fundadora de la moderna civilización mundial, reconoció este principio fundamental de relación internacional como lo exponían nuestros antepasados del 1868, y concedió a Puerto Rico la Magna Carta Autonómica, en virtud de la cual las relaciones entre España y Puerto Rico habrían de ser reguladas por tratados, así reconociendo a nuestro país como una nación soberana, libre e independiente.

Este reconocimiento de nuestro lugar en la familia de naciones libres era irrevocable y obligatorio para todos los poderes, y nunca pudo estar a merced de las vicisitudes de las guerras de nuestra Madre Patria o de ninguna otra guerra.

El tratado de París, impuesto por la fuerza por Estados Unidos a España, el 11 de abril de 1899, es nulo y sin valor en lo que atañe a Puerto Rico. Por tanto, la intervención militar de Estados Unidos en nuestra patria, es sencillamente uno de los actos más brutales y abusivos que se haya perpetrado en la historia contemporánea.

Exigimos la retirada de las fuerzas armadas de Estados Unidos de nuestro suelo como defensa natural y legítima de la independencia de Puerto Rico.

No somos tan afortunados como nuestros antepasados del 1868. Ellos combatieron por el principio puro de la soberanía nacional. No tenían queja alguna contra la Madre Patria, España.

Contra Estados Unidos de Norteamérica tenemos que radicar reclamaciones como indemnización por los enormes daños perpetrados sistemáticamente y a sangre fría contra una nación pacífica e indefensa.

El balance comercial favorable de Puerto Rico durante los treinta y cinco años de intervención militar norteamericana arroja en números aproximadamente cuatrocientos millones de dólares oro. De acuerdo con esa cifra imponente, Puerto Rico debiera ser uno de los países más ricos y prósperos del planeta. De hecho, la miseria es nuestro patrimonio. Ese dinero está en poder de los ciudadanos norteamericanos en el continente.

Cálculos conservadores sobre el valor financiero del monopolio comercial que nos impuso Estados Unidos por la fuerza, y en virtud del cual estamos obligados a vender nuestras mercaderías a los norteamericanos al precio que a ellos convenga y además tenemos que pagar por la mercadería norteamericana el precio que nos quieran imponer los norteamericanos, arroja una cifra no menor de quinientos millones de dólares oro.

Por supuesto el resultado de esa explotación inmisericorde y abusos perpetrados sobre nuestra nacionalidad, queda patente en la pobreza universal, en las enfermedades y elevada mortalidad de nuestra población, la más alta en las Américas.

El setenta y seis por ciento de la riqueza nacional está en manos de unas pocas corporaciones norteamericanas, para cuyo beneficio exclusivo se mantiene el presente gobierno militar.

Un asalto estúpido se ha dirigido contra nuestro orden social cristiano en un esfuerzo brutal para di­solver la estructura de nuestra familia y destruir la moralidad de una raza hidalga, imponiendo a través de agencias gubernamentales la difusión de las prácticas de la prostitución, bajo el estandarte engañoso de control de natalidad; el esfuerzo ridículo para destruir nuestra civilización hispánica con un sistema de instrucción pública usado en Estados Unidos para esclavizar a las masas; la arrogancia tonta de pretender guiar en el orden espiritual a una nación cuya alma se ha forjado en el más puro cristianismo: ésas son nuestras quejas más serias.

Estados Unidos de América se encuentra frente a frente en Puerto Rico con el espíritu de Lexington, de Zaragoza, de Ayacucho.

La presente política imperial por la cual se pretende disolver al nacionalismo por el terror y el ase­sinato, es una provocación y una tontería imperialista para satisfacer a unas pocas corporaciones nor­teamericanas.

El pueblo de Estados Unidos, si no se ha vuelto totalmente insensible a los principios que le permi­tieron ser una nación libre, debe tener sentido común, debe guiarse exclusivamente por su interés nacional.

Ese interés nacional queda garantizado al respetar la independencia de Puerto Rico.

Ésas son las aspiraciones del nacionalismo de Puerto Rico.

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